Epílogo Libro Segundo
Kanzashi


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Eran pocas las ocasiones en que se interesara por algo, o más bien, en algo que no fuese su propio trabajo, su arte, sus marionetas o la oportunidad de demostrar lo magníficas que eran. La mayor parte del tiempo se dedicaba a sus propios asuntos o a lo que la organización pedía de él. Era ensimismado y recordaba haberlo sido siempre, encerrado en su propio mundo, buscando alcanzar algo que parecía escapársele cada vez que lo sujetaba entre sus manos.

No estaba ahí precisamente porque creyera en toda esa tontería idealista del líder, sino porque le daba la oportunidad de hacer lo que más le gustaba: coleccionar marionetas.

Su frialdad al momento de tratar con la vida humana era apreciada en ese lugar en donde las misiones requerían de sacrificios de ese tipo y él no sentía empatía por el sufrimiento que causaba. Si le decían mata, lo hacía sin preguntas. Si le pedían destruir, lo veía como una oportunidad de probar la excelencia de sus creaciones.

Definitivamente, le era cómodo pertenecer a Akatsuki, en donde todo se orientaba a cuanto podían capitalizar las labores de un shinobi. Su colección se agrandaba con cada día que pasaba ahí al tener la oportunidad de medir fuerzas con grandes adversarios y convertir sus cuerpos derrotados en maravillosas armas.

Una imagen irrumpió en sus pensamientos y quebró su concentración. Levantó la mirada de la mesa y bajó un momento el atornillador con que trabajaba. No lograba concentrarse en arreglar el brazo de aquella marioneta cuando había algo más en su mente rondando, quemando, susurrando.

―Hyūga, Hinata.

La deseaba. Cuanto la deseaba.

Debía admitir que en un comienzo cuando se enteró quien era esa niña que acompañaba a Itachi se sintió irritado, más bien, muy irritado. ¿Cuántas veces había intentado agregar esos hermosos ojos a su colección? ¿Cuántos Hyūga había acabado durante la guerra contra el País del Fuego, sólo para ver que sus ojos desaparecían como polvo en el viento tan pronto morían? Era frustrante para un artista como él, pues quería conservar la belleza de cada una de sus obras. ¿Cómo podría preservar esas joyas si se destruían? Lo angustiaba y se había vuelto una necesidad obtenerlos. Era un coleccionista a quien le faltaba un último objeto para completar su colección ideal, y aquello lo estaba volviendo loco.

Salió del cuerpo de Hiruko con cuidado. Necesitaba poner un poco de aceite en la cola de escorpión, pues cuando Deidara y él estuvieron a punto de enfrentarse, notó que el veneno había carcomido parte de la flexibilidad entre las uniones. Era difícil mantener una marioneta con tantos dispositivos de ataque, pero se sentía muy orgulloso de su trabajo y por ende, que alguien se burlase de éste lo enfurecía.

Suspiró nuevamente y se sentó en su mesa de trabajo. De todas las habitaciones dentro de ese nivel, la suya era la más grande; no porque necesitara precisamente un gran lugar para dormir, sino porque su oficio requería de espacio para trabajar. Las paredes a su alrededor estaba cubiertas en herramientas de todo tipo, planos para futuras armas y mecánicas, hojas que colgaban con la biología del cuerpo humano, partes de marionetas que estaban descompuestas y una solitaria imagen de dos personas abrazando a un niño.

Sería una marioneta hermosa ―pensó irritado―. Sería una de mis favoritas, quizás la más preciada.

La podía imaginar moviéndose como una bailarina, dando esos magníficos golpes al estilo del puño suave de los Hyūga y utilizando el byakugan para mostrarle todo a su alrededor. Habría sido una marioneta de asedio, posicionándose frente a las otras para cubrirlas con paredes de chakra. Podía verse a sí mismo manipulando esos brazos, creando verdadero arte en cada uno de sus delicados movimientos.

Cómo le hubiese gustado. Cuanto habría cuidado un trabajo como ese. La habría adorado por días para secar su cuerpo de humedad mientras le retiraba los órganos. Podía imaginar la atención que hubiese empleado para cubrir su piel de porcelana con aceites exóticos, preservándola como si estuviese viva. Se habría dado el trabajo de peinarla y vestirla de forma hermosa, como una verdadera princesa del País del Fuego. Habría sido una marioneta ideal, perfecta y amada para él.

En mis manos, habrías sido siempre joven y hermosa, sin que la edad te corrompiera ―pensó con amargor, aunque no se reflejaba en sus vacíos ojos.

No obstante, ya era demasiado tarde para cumplir esa fantasía. Tendría que vivir sabiendo que mientras el líder la deseara para sí, ya no podría pertenecerle. Lo aceptaba, aunque no se encontraba demasiado en paz con eso. Para ser sincero, la idea de obtenerla de cualquier forma rondaba su mente aunque el fastidio de tener que huir no sólo de Akatsuki sino de la ira de Itachi le resultaba un gran obstáculo.

¿Qué más da? ―pensó, terminando de ajustar a Hiruko.

―¡Dana! ―la voz de Deidara hizo que se sentara derecho y volteara sobre el hombro―. ¿Está reparando a Hiruko? Es extraño verlo con esa apariencia, hn ―le comentó desde la puerta, abriéndola sin pedir permiso.

―¿No te enseñaron a tocar antes de entrar?

―Nosotros somos colegas ―dijo el rubio riendo jovialmente―. No hay secretos entre dos artistas.

―No me bajes a tu nivel comparándonos ―odiaba cuando comenzaba a medirse con él como si fuesen iguales y movió uno de sus dedos para que una ola de agujas con veneno saliera disparada hacia la dirección de Deidara desde la caparazón de Hiruko.

―¡Ops! ―éste saltó de la posición sin mucho cuidado para evitar las armas y terminó parado sobre la mesa de trabajo en donde la cabeza de un títere estaba siendo construida―. No quería hacerlo enojar, hn. Disculpe, dana.

―Interrumpes mi trabajo con tu presencia ―sus ojos inexpresivos se posaron en él, mirándolo hacia arriba―. Te mataré.

―Antes de que lo haga ―Deidara se sentó sobre la mesa y reposó sus pies sobre una silla vacía―. Hay algo que quería preguntarle.

―Hazlo y lárgate.

―¿Sabe cuándo nos darán nuestra próxima misión? Llevamos una semana en este lugar ―a Deidara no le gustaba permanecer quieto, se ponía impaciente e irritable, lo cual sólo conseguía fastidiarlo aún más―. Me estoy comenzando a aburrir, necesito desarrollar mi visión artística en un lugar distinto.

―El líder dará instrucciones muy pronto ―Sasori sabía lo que ocurriría durante los próximos días; finalmente les dirían la verdadera finalidad para haberlos reunido en ese grupo y los pondrían a recolectar más recursos para poner en marcha el plan que se estaba trazando por la organización. No obstante, no tenía intenciones de discutirlo con alguien tan insignificante como Deidara. Al día siguiente los mandarían junto a la niña con el byakugan en buscaqueda de un nuevo objetivo que asesinar―. Sólo esperamos a quienes aún no han llegado.

―Kisame parece tener razón, usted siempre está más informado que el resto.

―Por supuesto ―respondió con algo de indiferencia―. Tengo espías en todas partes ―no pudo evitar notar el disgusto en Deidara tan pronto habló sobre Kisame, lo cual despertó su curiosidad―. ¿Por qué te molestas al mencionar a Kisame? Hace días lo miras como si te irritara estar cerca de él.

―Oh, eso. Bueno, me disgustó con todo ese asunto de las decoraciones de cabello ―sentenció cruzándose de brazos―. Sentí que se burlaba de mí por no saber sobre esas tradiciones anticuadas del país del Agua. No me gusta estar desinformado sobre el arte de otras culturas y menos que otros me lo recalquen.

―¿Desde cuándo te importa la joyería? ―Sasori lo miró penetrantemente.

―Toda forma de arte llama mi atención, requieren de mi conocimiento y apreciación ―entonces Deidara pareció tener una idea y su rostro se iluminó como el de un niño―. Usted dijo que sabía algo al respecto, ¿no? Usted puede hablarme de ese estilo de arte y Kisame ya no volverá a burlarse de mí.

―Esas decoraciones de cabello se llaman kanzashi.

―Kanzashi ―repitió concentrado―. ¿Y dónde se consiguen esas decoraciones? ¿Quién las hace?

―¿Qué interés puedes tener en eso? ―Deidara lo miró incómodo y subió los hombros.

―Toda forma de arte es interesante para mí.

―En Suna, el arte de crear joyería con papel colorido es llamado Tsumami, aunque tengo entendido que se puede crear kanzashi a base de sedas en otras partes del mundo. En el desierto no hay flores, ni gusanos de seda, así que cuando las jóvenes deseaban decorar su cabellera, utilizaban papel de distintos colores remojado en cera de abejas para crear pétalos, flores y otras figuras. Se adhieren a broches de cabello, pinzas o sujetadores para crear kanzashi. Cuando una chica cumplía trece, siete, cinco, o tres años, los usaban durante ese día para la buena suerte.

―¡Eso es tan rococó! ―Deidara parecía fastidiado de escucharlo―. Bastante tradicional, anticuado y supersticioso. Un retroceso por completo al estilo moderno y superflat que propongo. Ese papel queda estático y perpetuo en el cabello.

―Sí. Es de mal gusto intentar asemejar el papel con la hermosura de las flores vivas, pero era una tradición en Sunagakure y tenía todo un movimiento artístico en mi Aldea. Las jóvenes se reunían en una mesa a comer galletas, beber té y trabajar en su Tsumami ―Sasori volvió su atención a un brazo de marioneta que necesitaba ajustar y caminó hasta otra mesa para comenzar a desatornillarla―. Si eso es todo, retírate. Debo volver a trabajar.

―¡Espere, dana! ―Deidara lo siguió por el cuarto―. ¿Qué tipo de kanzashi utilizan en Konoha? Porque allá sí hay flores, hn.

―¿Acaso crees que nací en ese lugar como para saber sus tradiciones? ―Deidara cruzó los brazos y gruñó―. ¿A qué vienen todas estas preguntas?

―¿No lo recuerda? ―Sasori perdía la paciencia―. Mi subordinada cumple años mañana y Kisame dijo que era una tradición regalarle a una chica un kanzashi en esa fecha.

Y ahí estaba, lo que Sasori ya comenzaba a sospechar. Le causaba un tanto de curiosidad el efecto que esa niña había tenido en ese lugar. No parecían criminales despiadados alrededor de ella, sino una familia. Lo cual era divertido, trágico, perturbador y enternecedor, todo al mismo tiempo. Un sujeto como Kisame, demostrando preocupación por alguien, era raro; peor era la manera en que Deidara se venía comportando con ella, disimulando su interés con la excusa de que era "su subordinada".

Sasori bufó cuando lo pensó. Tenía la edad suficiente para darse cuenta de lo que realmente pasaba, pero se divertía viéndolo. ¿Cuántos años tenía ese escandaloso chico del País de la Tierra? ¿Quince? ¿Dieciséis? A pesar de que intentaba actuar como un adulto la mayor parte del tiempo, seguía siendo un mocoso que disimulaba su interés en otra niña con la excusa de ser también ella una artista. Un sujeto tan estúpido como Deidara medio enamorado de la pequeña esposa de Itachi, era realmente un motivo para largarse a reír. Le hubiese encantado ver la reacción de éste si se percataba de la cercanía entre su mujercita y su compañero de equipo.

―¿Y?

―Usted escuchó a Kisame. Él le regalará un kanzashi.

―¿Qué con eso?

―Kisame e Itachi le darán algo. Seguramente Konan lo haga también, ya que han estado entrenando. Si ellos le dan algo y nosotros no, nos harán lucir poco cool ―Deidara subió el dedo índice para enfatizar el punto, se veía realmente preocupado de que eso ocurriera―. Y los artistas como nosotros siempre debemos quedar bien.

―Me es indiferente quedar bien o mal ante las personas de este lugar.

―¡Pero a mí sí me importa lucir cool! ¡Debemos conseguirle un kanzashi!

―¿Debemos? –¿Por qué Deidara lo involucraba en sus líos? El rubio asintió y Sasori tuvo ese presentimiento de que no lo dejaría en paz. Cuando algo se le metía en la cabeza insistía en ello hasta salirse con la suya–. No importa lo que diga, ¿verdad? No cambiarás de opinión ―consideró Sasori.

Deidara era el tipo de chico que pensaba que la actitud de un artista era tan importante como su obra. Si todos le regalaban cosas a la niña y ellos no, lucían insensibles y despreocupados, una actitud completamente contraria a alguien sumergido con las artes. Si bien a Sasori le era indiferente, sabía que lo molestaría con ese tema toda la noche hasta obtener lo que quería.

―¿Si te ayudo me dejarás trabajar en paz?

–Claro, no podría interferir con su obra ni el desarrollo de su visión. Somos colegas.

–¿Qué propones?

―¿No deberíamos conseguirle uno de esos kanzashi? ―Deidara le preguntó―. Así le regalamos algo y no lucimos mal.

―No sé dónde se puedan comprar en Amegakure. Si no lo has notado, no uso ese tipo de joyas ―se burló Sasori. Él era un hombre, ¿Qué podría saber sobre cosas tan femeninas?

―Pues yo no voy a ir de tienda en tienda preguntando por cosas para niñas ―respondió Deidara fastidiado.

Ambos se quedaron callados pensando un momento en la mejor solución para su encrucijada. Si bien Sasori tenía cosas más importantes que hacer que estar preparando presentes de cumpleaños para la niña Hyūga, el razonamiento de Deidara sobre ser desconsiderados lo había tomado por sorpresa.

―¿Qué tal si lo hacemos nosotros? ―propuso de pronto Deidara―. ¿Qué tan difícil puede ser hacer florcitas de papel y pegarlas en un broche de cabello?

―¿Un kanzashi? No lo había considerado ―Sasori lo pensó un momento, estarían incursionando en otro tipo de creación, y no era enemigo de incursionar en artes de su propia aldea que se consideraban tan importantes, a pesar de creer que eran de mal gusto―. Algunos dicen que es una manifestación artística hermosa y milenaria.

―Claro, podemos hacer ese tipo de cosas ―Deidara estaba más emocionado que de costumbre―. Sólo necesitamos papeles de colores con cera de abejas para las flores y…

―¿Flores de papel? Olvídalo. Deben ser flores verdaderas.

–¡Pero si en este lugar no hay flores! ¡Llueve todo el tiempo!

–Usar una imitación en vez de lo real es simplemente un insulto para mi obra.

―¿Dónde propone buscar flores para pegarlas en un kanzashi? Además esas flores se van a podrir y que yo sepa usted no está inmerso en el estilo rococó para saber cómo conservarlas.

–¿Qué tan distinto puede ser el proceso de lo que realizo con mis marioneta?

–Dana, debemos concluirlo para mañana. Usted demora semanas en terminar sus trabajos para que no se descompongan. Además, me parece de mal gusto poner algo muerto en la cabeza de alguien. Carece de belleza. Hn.

–Estoy comenzando a perder la paciencia, Deidara.

–¿Qué tal si hago flores con mi arte y usted crea el sujetador de metal con el suyo?

―Puedo hacer eso ―trabajaba con metal constantemente cuando agregaba armamento a las marionetas y a esa altura haría cualquier cosa para que Deidara se callara. Sólo quería que se largara para poder volver a su trabajo―. Tengo algunas piezas que puedo modificar para que se asemeje a la estructura de un kanzashi.

―¡Dana! ―dijo de pronto animado, como si se le acabase de ocurrir―. Haremos nuestro primer colab.

―Será la primera vez que algo que creas tenga clase.

―Y la primera vez que una de sus obras tenga verdadero sentimiento y vida. Hn.

A pesar de estar molesto por el comentario, Sasori se dirigió a una caja en donde guardaba mecanismos que utilizaba como broches en la ropa e incluso en las compuertas a modo de bisagra. Tomó un desatornillador y comenzó a unir piezas de metal una con otra, soldando en donde se requería y dándole forma a la base de un kanzashi.

Deidara metió sus manos en los bolsillos y comenzó a masticar la arcilla con sus bocas. Cada uno en un extremo de la mesa parecía concentrado en realizar lo mejor posible su parte de la obra, no porque a Sasori le interesara el cumpleaños de Hinata Hyūga, sino porque si iba a colaborar para crear arte, su trabajo tenía que ser mejor que el de Deidara. Si lo hacían bien, y rápido, podría aprovechar el resto de la noche para trabajar en algo importante y no tener que lidiar más con su compañero. Por otro lado, si su parte de la creación era más hermosa que la de Deidara, también ganaría la eterna discusión sobre cual de sus estilos prevalecería en belleza, gusto y trascendencia.

Estaba terminando de agregar un bonito toque de líneas en espiral sobre el metal en la base del kanzashi, cuando Deidara se le acercó enseñándole una figura gorda, fea, malhecha y sin delicadeza. Aunque era lisa, no era uniforme, ni presentaba detalles o las curvas correctas. Era realmente un bola de arcilla, con seis bolas más pequeñas a su alrededor, intentando asimilar la figura básica de una flor.

―¿Qué rayos es eso? ―le preguntó sin creer del todo que pensara que esa cosa era aceptable como obra de arte.

―Después de muchos intentos, le presento la flor de arcilla ideal ―respondió entusiasmado y orgulloso―. Es la primera vez que mi obra toma un aspecto tan modernista y estructurado, pero servirá para…

―Es horrendo ―Sasori lo miró fijamente―. No podemos usar eso.

―¿Por qué no?

―Carece de delicadeza, bordes definidos y hasta forma en los pétalos. La elegancia de una flor radica en la suavidad de su figura y sus líneas, lo frondosa que es y la delicada manera en que parece flotar ―Deidara observó la flor con cuidado y luego a Sasori―. Eso parece sacado de una caja de cereal.

―Dana, realizo mi obra en un proceso artístico distinto al establecido ―parecía que Deidara no cambiaría de opinión―. No podría traicionar mi visión de una flor hermosa convirtiéndola en la copia de una real.

―No puedo sacrificar mi visión artística de belleza colocando algo desfigurado en un delicado trabajo de…

―Veamos como luce antes de llegar a una conclusión.

Deidara le quitó la base del kanzashi y colocó su horrible flor en medio de la pieza. Ambos observaron el resultado sin saber qué decir. La arcilla blanca de Deidara tenía una cierta belleza en ella pero su trabajo era descuidado y deforme, como si un niño lo hubiese hecho en vez de alguien con delicadeza en las manos.

―Es hermoso, perfecto, sublime ―los ojos de Deidara brillaron en asombro, sonrojando un poco, inmerso en su propia creación. Sasori volteó a mirarlo sin comprender qué había en su cabeza―. Lo único que podría mejorar esto es… ―y no tuvo tiempo de tomarle la mano para sí detener su estúpido impulso, pues ya había hecho los sellos―… ¡Katsu!


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Había tenido que interrumpir una gran pelea la noche anterior entre Sasori y Deidara. Comenzaron destruyendo una de las habitaciones en la estancia de los miembros, luego volaron la pared de la misma habitación creando un agujero en el edificio, para finalmente terminar combatiendo uno contra el otro en medio de la calle ante el terror de todos los habitantes de Amegakure que se creyeron bajo ataque. Era espeluznante ver como destruían todo a su paso sin importarles demasiado las personas que viviesen ahí y tuvo que contener el área con rapidez o podrían haber volado la mitad de la ciudad.

No había bastado con ella para detenerlos, incluso Itachi y Kisame tuvieron que intervenir para calmar los ánimos. Había sido una suerte que el líder no se encontrara en la ciudad, de lo contrario, quizás habría terminado todo de una forma distinta y estarían lamentado una tragedia. También había sido afortunado que la destrucción no llegara a las escalas que usualmente esos dos solían realizar cuando empleaban sus técnicas.

Parecieron contentarse con un empate en esa ocasión, pero Sasori juró que mataría a Deidara y éste le gritó que podía intentarlo. No supo el motivo por el cual había comenzado la disputa, pero esa mañana mientras los veía desayunar con Hinata, todo parecía normal entre ellos, el usual aire infantil de Deidara y la seriedad de Sasori se dejaba sentir mientras le pedían a la jovencita que eligiera entre dos opciones que ella no alcanzó a escuchar. No obstante, Sasori no estaba empleado a la marioneta que usualmente lo cubría; se imaginó que quizás ésta había resultado dañada en la explosión que había destrozado parte de su habitación.

―¿Y qué dices? ―insistía Deidara― ¿Qué tipo de flor es más bonita? ¿La copia de una real o la interpretación artística que alguien puede darle?

―Si por interpretación artística te refiere a juntar esferas de arcilla como si fuese…

―¿Vamos? ―le preguntó a Hinata interrumpiendo a Sasori, la cual asintió agradecida que la sacara de en medio de las disputas de aquellos dos artistas.

―¿Seguirás con eso de entrenar? ―le preguntó Deidara irritado, como si no quisiera que se fuera aún―. Dijiste que limpiarías mi habitación.

―Lo siento, senpai ―le respondió Hinata mientras seguía a Konan.

Llevaban un par de días entrenando nuevamente, lo cual creía era lo mejor que podía hacer por ella. El byakugan era una herramienta shinobi extraordinaria, pero no le serviría para salvarse de un kunai, una bomba explosiva o una horda de hombres y mujeres entrenados intentando asesinarla. Debía trabajar el resto de su cuerpo, añadir musculatura en lugares suaves e infantiles, velocidad a sus movimientos, delicadeza para girar de una dirección a otra, estamina para moldear chakra y lo más importante, conocimiento sobre ninjutsu. Su habilidad en todas las áreas era básica, pero había algo en su instinto que la apartaba de un genin común. Era como si estuviese esperando todo el tiempo que algo le cayera encima desde cualquier dirección y por lo mismo nunca la había logrado tomar desprevenida. Quizás eso fuese gracias a Itachi.

La llevó a un lugar un poco alejado de la ciudad, asegurándose de que no hubiese ojos curiosos cerca. Confiaba bastante en el jutsu que mantenía todo bajo control a través del chakra inmerso en la lluvia que caía en Amegakure, pero no podía estar del todo segura. Estaba acostumbrada a pelear bajo la llovizna de su país natal, a moverse aprovechando la ventaja que el agua proporcionaba, pero tenía certeza que Hinata no. Era por ese motivo que la llevaba a la intemperie, a pesar del frío y la pesadez del ambiente. Quería que aprendiera a utilizar ese elemento a su favor.

―¿Estás lista? ―le preguntó dejando que el agua siguiera cayendo entre ambas, mirando como las gotas le daban una cierta tristeza a esa mañana gris―. Te atacaré con una serie de shurikens de papel desde todos tus flancos. Utiliza el byakugan para esquivarlos.

―¿Sólo el byakugan? ―preguntó Hinata―. ¿No debo utilizar ninjutsu?

―Sí. No quiero que desvíes la trayectoria, sólo que muevas el cuerpo para evitar ésta. Trabajaremos en tu reacción y velocidad para esquivar ―respondió Konan con suavidad.

Se dedicó gran parte de la mañana a realizar algunos shurikens de papel y lanzarlos alrededor de Hinata. En algunas ocasiones el papel quedaba suspendido en el aire a su alrededor y luego los transformaba para lanzarlos hacia ella. Se complació de ver que mientras no fueran demasiados, Hinata tenía una buena respuesta para esquivar. Eso era vital a la hora de combatir y creía que podrían seguir trabajando desde ese punto en adelante. Sus piernas tenían que volverse fuertes, al igual que sus brazos; los músculos reaccionar casi por instinto al sentir peligro. Su byakugan era una herramienta perfecta para ver, pero el resto de su cuerpo debía acompañarla. Si no podía darle la velocidad necesaria sus ojos no tenían mucha utilidad. Debía ser un arma completa y era una a medias en ese momento.

Un poco pasado del horario de almuerzo, notó que no estaban solas. Miró sobre su hombro hacia el hombre que las observaba a unos quince metros de distancia bajo la lluvia, su cabello anaranjado goteaba, su mirada fría y observadora se dedicaba a estudiar a Hinata como si fuese un experimento. Era Nagato, o más bien, Pain, en uno de los caminos que utilizaba. Aquello no llamó del todo su atención.

―Descansa, Hinata ―dijo Konan con suavidad, mientras caminaba hacia él.

―Sí ―le respondió ella intentando recuperar la respiración, agachando levemente el cuerpo y poniendo sus manos sobre las rodillas.

Konan caminó bajo la lluvia en silencio. Sabía el tipo de conversación que se avecinaba y no estaba del todo sorprendida que él se hubiese presentado precisamente en ese lugar sin que ella le hubiese dicho que sería ahí donde entrenaría.

Se paró a su lado y ambos observaron a la jovencita desde la distancia.

―Es extraño verte tan interesado en alguien.

―Ella al igual que yo, tiene uno de los legendarios dojutsus. Mi interés es justificado ―respondió con su ronca voz―. De lo contrario, no te habría pedido que la entrenaras personalmente.

Konan permaneció en silencio pensando en Hinata. A diferencia de ellos, que se habían criado entre muerte y ruina, la jovencita parecía una chica común y corriente, demasiado gentil para todo lo que tendría que realizar dentro de la organización. Aquello le resultaba un poco curioso, ya que provenía de una gran familia shinobi. Por otro lado, la habían casado a los siete años de edad. Quizás ser una kunoichi nunca fuese parte de los planes de su clan para con ella, sino beneficiarse con una alianza política en desmedro de su herencia como portadora del byakugan.

A decir verdad, tenía serias dudas sobre si podía convertirla en alguien que pensara como un shinobi. Sabía que todo lo necesario para que fuese aterradoramente fuerte estaba ahí, excepto el corazón que se requiere para realizar las labores de un asesino silencioso. Si le ordenaba matar a alguien, le temblarían las manos y no podría hacerlo. No había en ella esa frialdad natural que se requería para ser un shinobi, aparte de su deseo de complacer a todos. Era cosa de darle un vistazo para saber exactamente cómo se sentía y qué pensaba, un defecto fatal si quería ser una kunoichi. Quizás pudiese fortalecerse y volverse temible, pero no pelearía, asesinaría, espiaría o mentiría sin que ello le quebrara lentamente el corazón.

―¿Estás seguro de esto? ―le preguntó finalmente con suavidad, observando a la niña luchar por respirar con normalidad entre la lluvia. Lucía exhausta.

―Hinata Hyūga es de vital importancia para nosotros en este momento. Junto al sharingan y al rinnegan, su byakugan completa la trinidad ―le respondió―. Madara así lo piensa.

―No confío en ese hombre.

―No es necesario que confíes en él. Sólo es una herramienta más para alcanzar lo que hemos deseado durante nuestras vidas.

―Será difícil entrenarla. Requerirá de mucho tiempo ―Konan bajó el rostro con algo de pesar.

―¿Ha mostrado comprender cómo utilizar su dojutsu?

―Ni si quiera yo lo comprendo del todo. Pero es eficiente a la hora de emplearlo, seguramente su propio clan le dio un entrenamiento sobre cómo utilizar su visión. Aun así, Nagato, sigue siendo una niña sin experiencia real en combate o en situaciones de alto riesgo ―respondió intentando ponerlo al tanto de lo que realmente pensaba. Claro que Hinata tenía un talento innato a la hora de emplear el byakugan, pero no para algo que fuese útil a la hora de combatir, sino para orientarse ella misma―. Lo utiliza para ver a distancia, como si esa fuese su vista natural y así poder ver a kilómetros de distancia. No comprende realmente cómo utilizar esta ventaja al momento de combatir. No creo que intuya que sus ojos son una peligrosa arma.

―Tú harás que lo comprenda en ese caso. No me importa lo que tengas que hacer, conviértela en alguien que nos sea útil ―dijo Pain con una frialdad que le caló hondo―. Nosotros también éramos niños cuando Jiraiya-sensei nos comenzó a entrenar y fue gracias a él que conseguí emplear estos ojos de mejor forma y ver el mundo como realmente era. Deberás enseñarle lo mismo. Quiero que podamos contar con ella cuando sea la hora de concretar nuestros planes y terminar lo que Yahiko comenzó.

―No falta mucho para eso ―dijo Konan con algo de melancolía―. El mundo con que soñamos desde niños está cerca.

―No olvides nuestro propósito, Konan. No importa lo que debamos hacer para lograrlo.

―No lo haré ―dijo con pesar, sabiendo que cuando terminara de entrenarla, no quedaría mucha amabilidad o gentileza en esa niña.

Pain le dio una larga mirada que ella mantuvo, recordando que ese rostro sin vida y demacrado por varas de metal, alguna vez había pertenecido a alguien amado. Estar cerca de su cuerpo lastimaba, pero al menos le daba esperanza de que de una forma u otra Yahiko estaba con ellos ayudándolos a alcanzar esa meta que se habían propuesto desde niños. El hombre comenzó a alejarse con pasos calmados y se detuvo a un par de metros, sin mirarla.

―¿Por qué deben entrenar precisamente en este lugar? ―le pregunto, haciendo que Konan esbozara una suave sonrisa posando sus ojos sobre la abandonada cabaña que alguna vez había sido un hogar para ellos y Jiraiya sensei.

―Me trae buenos recuerdos ―respondió con quietud―. Cuando termine la próxima asignación con Sasori y Deidara, viviré un tiempo con ella acá. Quiero que nos dediquemos sólo a entrenar. Deidara y Sasori parecen creer que Hinata es su mucama y le dan tareas. Mi intención es que se concentre en entrenar, ¿Tienes alguna objeción?

―Has lo que estimes pertinente ―le respondió justo antes de volver a caminar.

―¿Crees que Itachi tenga algún problema con esto? Es su esposa después de todo y la única condición que puso para trabajar con nosotros es que no tocaran a Hinata ―Y la verdad, sentía que alejarla de su única familia quizás endureciera un poco su blando carácter―. Después de pasar años pendiente de ella, llevándola consigo a cada una de sus misiones, no me convence que le sea indiferente que la estemos empleando.

―Itachi es una persona inteligente y si la trajo hasta acá es porque sabe el valor del byakugan tanto como nosotros, y que tú la entrenes sólo acelera el proceso de desarrollo del potencial escondido en su dojutsu ―respondió volviendo sus ojos hacia ella―. Si su intención es utilizar el byakugan para su beneficio, esto lo favorece.

―Pero si sabe de su valor, ¿No lo querría para usarlo a su conveniencia? Una persona capaz de asesinar a todo su clan sin remordimiento, es alguien que no conoce de lealtades. ¿No temes que nos traicione?

―Cualquiera de los miembros de akatsuki podría hacerlo si siente que es más fuerte que yo. Aquello no ocurrirá. Ellos saben que no pueden oponerse a nosotros, harán lo que se les diga ―y Konan sabía de ello, habían reclutado a la mayoría de los miembros a través de la fuerza, no porque compartieran una ideología en común―. De cualquier modo, lo mantendré lejos de Amegakure. Eso debería darte suficiente tiempo para lograr tu propósito.

―Entendido.

―Sólo no confundas tu relación con ella. Esa niña no es tu hija ni tu amiga, sino alguien que necesitamos moldear a nuestra conveniencia.

Ella ya sabía eso. Entendía a la perfección que debía convertir a esa pequeña llena de inocencia en alguien que comprendiera que el mundo estaba ahí para lastimarla, que las personas siempre tenían las peores intensiones posibles, que los sueños pocas veces se cumplían y que el verdadero amor era aquel que se le tenía a la tierra en donde se nacía y no a las personas.

Y aun sabiéndolo, no podía evitar sentir que quizás en ella fuese posible realizar todo lo que había fracasado en su vida. No quería convertirla simplemente en un arma que Madara pudiese emplear cuando fuese necesario, sino en una mujer de convicción que luchara por lo correcto, pero para hacerlo, la niña dentro de ella debía morir y no estaba del todo segura qué método utilizar para hacerla crecer y abrir los ojos ante el mundo que se presentaba en frente.


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Si bien odiaba estar quieto y ocioso, le agradaba de vez en cuando que las misiones para esos sujetos se vieran en pausa y poder tomar un respiro. Los dioses sabían que se habían ganado un merecido descanso luego de pasar toda esa temporada yendo de acá para allá junto a Itachi y Hinata.

Al menos este lugar es bastante tranquilo, a pesar de lo de anoche ―pensó, mientras bebía con calma su té mirando la espesa lluvia al caer.

En el país del Agua, la neblina era tan densa en algunos lugares que cuando llovía no se podía ver las gotas al caer. Aquello era un cambio refrescante, sobre todo para alguien a quien le agradaba el agua tanto como a él. Si bien Amegakure era un lugar gris, mohoso, lleno de charcos irritantes y edificios retorcidos, la lluvia le resultaba un adorno en medio de ese basurero.

No obstante, estaba aburrido. Si no tenían misiones, Itachi parecía aún más lejano y frío, evitando contacto con el resto. Deidara era un chico ruidoso y simpático; le agradaba que estuviese lleno de vida, opiniones y preguntas, pero por algún motivo venía notando que por algunos días ya cada vez que estaban juntos en la misma habitación, lo miraba con molestia. Por otro lado, Sasori era alguien un tanto espeluznante que solía deambular solo o encerrarse a arreglar sus horribles marionetas. Lo peor es que por algún motivo habían hecho estallar la mitad de las habitaciones del andar en donde todos dormían, lo cual había sido bastante molesto. Le hubiese gustado saber el motivo para que pelearan, pero también se divirtió ingresando al combate cuando intentó separarlos.

La verdad, hubiese pasado la tarde encantando con Hinata invitándola a comer dulces y té por ser su cumpleaños. De todas las personas en ese lugar, ella era la que le agradaba más. La veía como alguien fácil de apreciar, infinitamente tierna, inocente y dulce. No obstante, había salido temprano a entrenar junto a Konan. Además, por mucho que Itachi pareciese indiferente cuando alguien se acercaba a la pequeña, a él no lo engañaba del todo; no le agradaba.

Su compañero era receloso con todo lo que tenía que ver con Hinata, desde quién se le acercaba, lo que le decían, lo que comía, vestía o dónde dormía. Intentaba que pasara desapercibido para el resto y hacía un gran trabajo en ello, pero Kisame también era un shinobi y habían compartido juntos años de sus vidas. Si bien en un principio logró engañarlo con su frialdad e indiferencia, había comenzado a ver pequeños detalles que denotaban su preocupación para con Hinata. Y siendo honestos, con la última persona con quien deseaba tener problemas en ese lugar era precisamente su compañero de equipo. Por lo tanto, ahí estaba él, solo por la ciudad de Amegakure, en un pequeño local de té y dulces, soportando la lluvia y el tedio.

―¿Quiere más té? ―la voz dulce de una preciosa jovencita lo sacó de sus pensamientos. Observó el plato con wasashi de distintas formas y colores que ponía frente a él y sonrió complacido. Adoraba esa época del año en que el mochi parecía abundar y los dulces rellenos de anko deleitaban su paladar. Era nostálgico.

―Sí, me gustaría más té, gracias ―respondió suspirando mientras tomaba uno de los dulces con forma de manzana y lo metía a su boca―. Delicioso.

―Me agrada que le guste.

―Los daifuku están especialmente buenos ―pasó el dulce con un poco de té sin azúcar― ¿Por qué no me da una bolsa de ellos? Una pequeña que conozco cumple trece años hoy y creo que le gustará comer dulces.

―¿De verdad? ―los ojos de la jovencita se iluminaron―. Trece años es una edad importante. Mi madre me llevó al templo y oramos por buena fortuna ese día, luego comimos pastel de crema y fresas.

―¿Pastel, eh? ―Kisame suspiró, Hinata no tendría pastel―. Bueno, espero que el daifuku baste.

―¿Dije algo inapropiado? ―le preguntó la chica al notar que lucía preocupado.

―No es época de fresas, sino de mochi ―respondió Kisame negando con una mano―. Daifuku será.

Mientras caminaba de vuelta hacia el edificio no pudo evitar pensar qué era lo que hacía ahí. Cargaba a Samehada en una mano y en la otra sostenía una bolsita de papel con dulces de arroz. ¿En qué momento se había vuelto alguien a quien le importase ese tipo de cosas? ¿Acaso no había sido descrito como un demonio? ¿Los demonios eran considerados con los sentimientos del resto? ¿Aquellos que asesinaban camaradas tenían si quiera el derecho de tener afecto hacia alguien? Era una gran contradicción, pero lo tenía sin cuidado. Hinata era alguien especial y quizás la única persona en todo ese maldito mundo que no parecía temerle, sino que le sonreía con todo su corazón cada vez que Itachi no la veía. Aquello era su pequeño secreto y lo hacía sentir cercano a ella, a pesar de que casi no le respondía cuando él intentaba formar conversación con ella.

Era extraño, pero quizás por primera vez en su vida, comprendió ligeramente lo que Itachi le había dicho el día en que se conocieron. Efectivamente, se había perdido entre la niebla y había terminado en ese lugar. Y quizás, en esa intensa lluvia, pudiese volver a encontrarse.

Había vivido la mayor parte de su vida aislado del resto y por primera vez sentía que pertenecía a algo. Las personas en Akatsuki eran retorcidas y habían realizado crímenes atroces, pero por lo mismo se sentía cómodo ahí. No debía fingir ser un hombre modelo, sólo demostrar lo fuerte que era para sobrevivir. De cierto modo, era un alivio dejar de ocultar todas las cosas reprochables que había hecho en su vida, pensando que había gente a su alrededor que había hecho cosas mucho peores, como Itachi. Si bien él había matado a compañeros, Itachi había asesinado a toda su familia. Aquello era muy retorcido en su mente.

Pero no a Hinata ―pensó extrañado.

A Kisame no lo engañaba. Los veía interactuar y sonreía por lo bajo con gracia cuando notaba los pequeños detalles que él realizaba con la niña. En algún momento no comprendió del todo por qué alguien cruel y despiadado, cuyos ojos le provocaban escalofríos, llevaría a una niña pequeña consigo. Por mucho tiempo fue un misterio que no conseguía revelar, mucho menos cuando lo veía actuar con tanta frialdad hacia ella, haciendo que algo dentro de él se irritara al notar lo indiferente que era con Hinata. Pero aquello había cambiado con el transcurso de los años, quizás porque Itachi se había vuelto un tanto descuidado, o porque él había afinado su ojo. Kisame notaba cómo interactuaban cuando su compañero lo hacía dormido y era ver a una persona completamente distinta. Se acercaba a Hinata y se aseguraba que estuviese cobijada, si ella estaba cansada detenía la marcha con cualquier excusa poco creíble para darle un momento de respiro e incluso en haber ocultado el byakugan había más preocupación de la necesaria. ¿Quién dentro de esa organización aparte del líder habría sido lo suficientemente estúpido para enfrentarse a Itachi pretendiendo obtener el byakugan? No había sido necesario esconder los ojos de Hinata ese tiempo si realmente los quería para sí mismo. Había otra razón para que fuese incapaz de alejarla de su lado y Kisame creía saberlo; Itachi sentía afecto por esa jovencita.

No, definitivamente, a él no lo iba a engañar haciéndole creer que el interés en ella era tan sólo porque se trataba de una Hyūga.

―El amor entre un hombre y su esposa ―dijo riendo, pareciéndole un tanto depravado que alguien de la edad de Itachi amase a una niña de trece años.

No obstante, por lo que sabía, Itachi había sido sólo un niño cuando ambos se casaron. Si bien los años los había separado, en algún momento esa brecha de edad no había sido realmente significante. Era bastante tierno, si lo pensaba con seriedad, que se enamorara de una niña siendo un niño también y que ahora como hombre estuviese esperando que se acortara nuevamente la brecha que había vuelto su relación algo inapropiado de consumar.

Suspiró cansado y riendo al pensar en todo ello. ¿Dónde quedaba él en toda esa extraña dinámica familiar que se formaba en su grupo? Ya que si Itachi quería comportarse como el esposo celoso y protector, ¿Sería él el padre de ambos? ¿El tío cool? ¿El hermano mayor? No lo sabía del todo, pero le agradaba sentirse parte de ello. Hinata era una niña dulce, que intentaba no molestar y le sonreía de vez en cuando. Era todo lo que necesitaba saber de ella.

―¡Kisame! ―la ruidosa voz de Deidara lo sacó de sus pensamientos, volteó la cabeza desde el hombro y lo vio corriendo hacia él bajo la gruesa capa de nubes rojas y un sombrero de paja que tintineaba― ¡Te buscaba!

―¿Sucede algo? ―le preguntó extrañado.

―¿Conseguiste el kanzashi que dijiste le ibas a dar a Hinata? ―Kisame subió una ceja, se le había olvidado ese asunto. Creyó que bastaría con una bolsa de daifuku.

―No. A decir verdad, no sé dónde pueda comprar uno en este lugar.

―¿De verdad? ―Deidara parecía más emocionado de lo normal― ¿Entonces no le darás nada a Hinata por su cumpleaños?

―Bueno, traje dulces ―le mostró la bolsa y podría haber jurado que toda la emoción en Deidara desaparecía.

―¿Eh? ¿Es otra de tus tradiciones? ―le preguntó mirándolo molesto.

―No. Sólo pensé que sería agradable comer mochi en esta época.

―Mochi… es cierto, se acerca el fin de año ―Deidara parecía concentrado―. Eso sí se comía en mi Aldea. Daifuku de matcha, relleno de pasta de judías… junto al fuego. Me gustaba martillarlo. Hn.

―Me cuesta imaginarte disfrutando algo que no explote ―se burló Kisame continuando su camino, Deidara lo siguió.

―En cierta forma, el mochi es la explosión del arroz, ¿no? ―respondió Deidara volviendo a animarse y de pronto su rostro se volvió sombrío―. Pero se te ocurrió antes.

―¿Por qué esa cara pequeño Deidara-san? ―le preguntó al notar su irritación. El chico venía actuando raro con él un par de días ya.

―¿A qué te refieres? ―le respondió cruzándose de brazos.

―¿Acaso te molesta que quiera regalarle algo a Hinata-san por ser su cumpleaños? ―le preguntó con una burlona sonrisa―. Se me olvida que ahora es tu subordinada y no la mía. La otra noche no querías que comiera dulces antes de dormir.

―¿Molestarme? ―le preguntó mirando hacia un costado, fingiendo desinterés―. Regalar comida en una fecha importante es poco cool. Puede comer lo que quiera, a mí no me importa.

―¿Aunque sea comida explosiva? ―Kisame sabía exactamente cómo hacer que Deidara se irritara―. Daifuku hecho a base de mochi. Una explosión de arroz… un momento en el paladar para después…

―¡Ya entendí! ―lo interrumpió.

―Deja de preocuparte Deidara-san ―volvió a reír al notar que el rubio ya no lo seguía, pues había enfocado su atención en un aparador con bonitos abanicos de colores.

No tenía intención de esperarlo tampoco. Por algún motivo sentía que si seguía irritando a Deidara algo malo podía pasar y no estaba de humor para arruinar su tarde de té y dulces.


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Eran realmente pocos los días en que no había nada que hacer en ese lugar. Extrañamente, ese era uno de aquellos momentos. Sería así hasta que el resto de los miembros se juntara y el líder les dijera cuales eran los siguientes pasos que debían seguir y los mandara a distintas partes del mundo.

Itachi se imaginaba lo que venía: más misiones en búsqueda de dinero, espiar las aldeas que custodiaban a los jinchuriki, derrotar posibles amenazas y atravesar los inhóspitos países junto a Kisame. Debía encontrar un modo de advertirle a Konoha lo que estaba sucediendo lo antes posible e idear una forma de hacer recapacitar a Sasuke sobre lo que al parecer había hecho. Era descabellado huir de la aldea a su edad, con su poco entrenamiento como shinobi, con su talento que aún no se había desarrollado del todo, buscando un poder que seguramente tendría que pagar con un alto precio. Konoha le daría caza y si Orochimaru se los permitía, era probable que lograran su cometido de asesinarlo.

Intentó no pensar en su hermano menor en ese preciso momento, de hacerlo se terminaría de volver loco y eso era lo último que debía ocurrir. Tenía que pensar con claridad y calma, era la única manera de encontrar una solución a todo el caos que se había armado alrededor de su vida. Por el momento, mientras le fuera de utilidad a Orochimaru, su hermano estaba a salvo. ¿Estaría a salvo Konoha de él?

Se paró junto a la ventana de la habitación y observó cómo llovía. Hinata había salido temprano a entrenar con Konan, y aunque no le agradaba mucho que estuviese aprendiendo ninjutsu con ella, tampoco podía impedirlo. En cierta forma, Hinata le pertenecía a la organización tanto como él. Al menos se sentía un poco más tranquilo sabiendo que en el futuro se podría defender por sí misma. Venía de una familia de elite, estaba seguro de que podría sacar provecho de su dojutsu con la guía adecuada. Y quizás él no lo era.

Kisame lo había invitado a beber té mientras esperaban por instrucciones, pero declinó. No era bueno cuando se trataba de sociabilizar con su compañero y si toleraba su presencia era precisamente porque no tenía opción. Desconfiaba de él, así como lo hacía con todos en ese lugar excepto Hinata. Sabía que de tener la oportunidad, Kisame podría matarlo sin el más mínimo remordimiento. No podía esperar otra cosa de una persona con su prontuario.

Se sentía cansado por algún motivo, pues durante la noche había sido difícil conseguir dormir después de la pelea que se había originado entre Sasori y Deidara. De hecho, cuando despertó, ni si quiera Hinata estaba ahí. Se restregó los ojos y pensó si habría algo que hacer durante la tarde además de mirar la lluvia. Se sentía agotado.

Es hoy ―pensó suspirando con melancolía.

Era el cumpleaños de su pequeña esposa y no era un número cualquiera al azar. Tanto en Konoha como en gran parte del mundo shinobi se creía que el número trece era de la buena suerte. No sólo el número trece a decir verdad, pero había festividades también durante los cumpleaños número tres, cinco y siete, en donde los padres llevaban a las pequeñas a los templos y las vestían con llamativos kimonos y adornos florales. Una vez ahí, se pedía a los dioses en una plegaria por la fortuna, salud y felicidad de las jovencitas mientras se golpeaba un gong esperando que las distintas divinidades en que creían escucharan sus plegarias y protegieran la salud de las niñas.

No había templos así en esa triste ciudad, ni flores coloridas, ni kimonos elegantes. Todo era gris, mohoso, frío y húmedo. Las personas utilizaban ropajes oscuros y no parecían tener motivos para celebrar. A veces, cuando lo pensaba, realmente se sentía miserable por obligar a Hinata a permanecer en un lugar como ese. Temía que terminara marchitándose como todo lo que había ahí. Como le hubiese gustado que sus vidas fuesen distintas y haber sido la persona que ella necesitaba para ser feliz.

Cerró los ojos y se permitió imaginarlo. Vio Konoha, en donde la nieve caía en esa época y percibió el olor a onigiris recién hechos por su madre. Vislumbró el salón de su hogar cubierto en guirnaldas coloridas, deliciosa comida en la mesa, Sasuke de brazos cruzados y amurrado mientras miraba el pastel de fresa reclamando lo mucho que odiaba las cosas dulces, su padre mirando todo con seriedad y Hinata en la cabecera de mesa, junto a él, observando ese pastel horneado sólo para ella por su familia. Sintió su pequeña mano afianzándose a la de él mientras le decía con los ojos que faltaba poco para que realmente pudiesen ser marido y mujer, él asintiendo con una sonrisa.

Algo se apretó en su pecho mientras visualizaba sus hermosos ojos nacarados y sus mejillas sonrojadas. Podía escucharla reír nerviosa mientras ellos le cantaban feliz cumpleaños, vestida elegantemente con un kimono con el emblema Uchiha en su espalda, su cabello azulado perfilándole el rostro atado por un kanzashi blanco, como sus iris. Incluso en su imaginación, era la persona más hermosa del mundo, su elegancia y distinción no se comparaban a nada que antes hubiese visto. Después de todo, era una princesa milenaria de un linaje divino.

Pero no estaban en Konoha y aquello nunca ocurriría.

Saberlo le dolió. No tenía nada que ofrecerle, ni si quiera un bonito recuerdo, tan sólo un día gris en medio de la lluvia.

Suspiró sintiendo caer sobre él todo lo que callaba y ocultaba bajo una máscara de perfecta indiferencia. La lluvia era bastante relajante si se observaba en calma, pero también melancólica y era inevitable para él divagar en sus propios tortuosos recuerdos entre el arrepentimiento y el deber. Se volteó dándole la espalda a la ventana y pensó que no había nada más que hacer en esa habitación. Todo estaba perfectamente ordenado y limpio, la ropa en su lugar, los futones enrollados y listos para ser utilizados cuando durmieran. Era hora de caminar bajo esa lluvia y poner sus pensamientos en orden.

Las calles de Amegakure le resultaron más normales de lo que se imaginó ahora que se fijaba en ellas con cuidado. A pesar de pertenecer a la organización por los últimos cinco años de su vida, eran pocas las veces que su itinerario lo llevaba hasta allá. Generalmente entraban de noche y en completo sigilo, utilizando ese lugar tan sólo para recibir instrucciones, provisiones y dormir. Era realmente triste pensar que, su pequeña habitación en los niveles superiores del edificio de Akatsuki, fuese lo más cercano a una residencia que tenía, pero así era. Aún más triste era que apenas conociera lo suficiente esa ciudad como para saber dónde habría un negocio en que pudiese comprarle un regalo a Hinata.

Sí, lo admitía, ese era el verdadero motivo para haber salido esa tarde. No obstante, eso no era lo peor: tampoco tenía mucha claridad sobre qué darle. Ni si quiera había considerado que todo ese asunto fuese demasiado importante hasta que Kisame se lo recordó. Aquello lo había hecho sentir como un fracasado, pues Hinata era su esposa, su responsabilidad y la única persona que había en su vida en ese momento, y aún así, quien estaba preocupado sobre un presente era Kisame.

―Buenas tardes ―de pronto le dijo un hombre mientras pasaba a su lado. Itachi respondió con una reverencia y un gesto de su mano.

Las personas parecían reconocer su ropaje como símbolo de respeto y sumisión, pero también de aprecio. Lo saludaban con reverencias, le decían buen día, se apartaban de su camino, si se detenía a mirar algo en algún negocio se lo ofrecían sin que tuviese que pagar (a lo cual él negaba). Quizás en esa oportunidad ese mismo sujeto pudiese serle de ayuda.

―Disculpe, ¿Podría indicarme dónde puedo encontrar una tienda en que pueda comprar un regalo? ―le preguntó con algo de vergüenza pero seriedad.

―¿Qué tipo de regalo?

―Para una joven que cumple años hoy.

―Ah, un regalo para una señorita ―el hombre sonrió como diciéndole que entendía, lo cual lo incomodó―. ¿Chocolates? ¿Dulces? ¿Joyas?

―¿Qué tal… flores? ―preguntó Itachi, pues pensaba que regalar comida era un tanto impersonal y no la hacía el tipo de persona que disfrutara de algo como las joyas. Lo que más amaba Hinata eran las flores. Lo veía cada vez que viajaban y sonrojaba al notar girasoles en los campos―. ¿Sabe dónde puedo comprar flores?

―Flores ―el hombre se rascó la cabeza murmurando la palabra una y otra vez―. No es época de flores. De por sí no hay demasiadas en este lugar en que siempre llueve, y es invierno. Lo lamento.

―Entiendo ―Itachi suspiró.

―Pero sabe algo, conozco un lugar en donde una señora hace paraguas muy bonitos, en los cuales pinta hermosas flores de cerezo ―Itachi no creía que caminar por todos lados con un paragua fuese demasiado cómodo, pero quizás como regalo no estuviese tan mal―. Se llama Wagasa y lo atiende Umiko-san.

―¿Me diría dónde puedo encontrar ese lugar?

El hombre le dio las direcciones a Itachi quien se dirigió hasta allá caminando bajo la lluvia. A él no le molestaba el agua que caía, pues el sombrero triangular de paja que todos en Akatsuki utilizaban lo cubría de mojarse. Por otro lado, quizás no estuviese tan mal darle algo así a Hinata si iba a estar en Amegakure, ya que algo le decía que a diferencia de él, la jovencita se quedaría en ese lugar para entrenar con Konan. Nuevamente, saber que no podía impedirlo lo hizo sentir un extraño amargor en la boca.

Entró al negocio que el hombre le había indicado y vio a una señora de cabellera gris, sentada, pintando con un fino pincel bonitos patrones en el papel del paraguas en que trabajaba. Junto a ella, otra mujer que debió estar en sus treinta se dedicaba a organizar varillas de bambú y finalmente una jovencita de no más de quince años untaba papel en una gran olla que sólo pudo tener dentro cera de abeja por el intenso olor a miel.

Las tres mujeres dejaron sus labores y lo observaron curiosas mientras él se sacaba el sombrero.

―Bienvenido, joven ―dijo la más vieja entre ellas―. ¿Desea ver nuestros paraguas?

―Me dijeron que ustedes los hacen ―les indicó Itachi posando sus ojos en los coloridos diseños, en los patrones pintados sobre el papel tradicional y en la elegante figura de los paraguas.

―Así es. En este lugar que siempre llueve es un buen negocio ―la anciana rió mientras la otra mujer se retiraba con una reverencia y la niña se acercaba a ellos con algo de timidez―. ¿Está buscando algo en particular? ―la mujer se puso de pie y se acercó a Itachi con una amable sonrisa en su rostro.

―No lo sé. De hecho yo… ―y entonces cortó por completo sus palabras al sentir un aroma familiar en esa abuela. No sabía muy bien qué era, pero le trajo un nostálgico recuerdo. Era floral y suave, fresco y dulce. Recordaba perfectamente bien ese aroma, pues sus cajones comenzaron a oler así cuando Hinata mudó su ropa hasta la habitación que habían compartido después de casarse―. Disculpe mi pregunta, pero, ¿Podría decirme qué perfume es ese que trae?

―¿Perfume? ―le preguntó la mujer un tanto extrañada.

―Huele a flores.

―No, no es perfume ―rió nuevamente haciendo que la jovencita que debió ser su nieta riera con ella―. Es popurrí.

―¿Popurrí? ―preguntó Itachi confundido. ¿Acaso no se ponía popurrí en las mesas y no la ropa?

―Sí. Popurrí de lavanda ―la mujer continuó riendo mientras Itachi lucía más confundido que nunca―. No es educado de parte de un joven preguntar intimidades femeninas.

―Lo siento, no quise…

―Oba-san, no seas mala ―dijo la niña compadeciéndose del rubor de Itachi―. La lavanda es de las pocas flores que consigue florecer en los maceteros dentro de la casa durante el verano. Así que Oka-san guarda las florcitas, espera que se sequen y las mete en pequeñas bolsitas de género para colocarlos junto a nuestra ropa.

―Así es ―dijo la señora―. Así no olemos a humedad todo el año. Una antigua tradición de nuestro hogar. La lavanda es de las pocas flores que no pierde su intenso aroma una vez su flor se seca.

―Ya veo, ese era el aroma ―Itachi pensó mientras la imagen de una pequeñísima y asustada niña que movía su ropa hasta un cajón vacío venía a su mente―. ¿Usted cree que… pueda venderme una bolsa?

Ambas mujeres lucieron confundidas. Era un negocio de paraguas después de todo y que Itachi estuviese pidiendo algo que no estaba a la venta era extraño.

―Le puedo regalar una bolsa si eso es lo que quiere. Aiko, ve por lavanda, ¿quieres? ―dijo la mujer un tanto extrañada haciéndole un gesto a su nieta para que fuera por lo que le estaba pidiendo.

―No será necesario que usted me lo regale. Puedo pagarle ―insistió Itachi un tanto avergonzado.

―Ustedes, junto a nuestro ángel, protegen Amegakure ―le dijo la abuela con algo de emoción y orgullo en los ojos―. Si eso es lo que necesita, con gusto yo se lo daré.


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Pocas veces se sentía inquieto por algún asunto. Desde que era un niño en el País de la Tierra, había crecido con una mentalidad que lo ponía un tanto aparte del resto cuando se trataba de responsabilidades, preocupaciones o deberes. Mientras se dedicaba a corretear entre las montañas con las manos y pies metidos en el barro pensando en su siguiente travesura, su atención se había vuelto exclusivamente en las cosas que podía crear y hacer desaparecer. Se había enamorado de ello, sintiendo una verdadera pasión por aquello que él describía como arte.

Para Deidara de Iwagakure, no había mayor belleza que ver algo considerado hermoso por un instante, para luego notar como ese momento se perdía y tal recuerdo era sólo parte de su memoria. Eso para él era arte. Ver sus creaciones tomar vida, dinámicamente, estallando en fuego y haciendo desaparecer todo a su paso era una manifestación no sólo de lo que creía, sino que también de su alma.

―Maldita sea… ―murmuró por lo bajo jugueteando con sus dedos mientras esperaba que la jovencita bajara algo que había visto en los estantes superiores del negocio―. ¿Ya? ¿Lo encontraste? ¿Encontraste eso sumamente genial y artístico, ideal para un regalo?

Eran aún menos las ocasiones en que creía ser inferior al resto. Usualmente, para él los artistas eran seres increíbles que trascendían de lo normal para volverse individuos maravillosos. Él estaba en esa categoría y admiraba a todo aquel que también lo estuviese. Ya fuese su compañero Sasori, o incluso su peor enemigo, Itachi; todos los artistas eran una gama de extraordinario.

No obstante, ese día miserable venía escuchando una vocecita en su cabeza que se repetía una y otra vez y le susurraba "No serás cool…y un artista siempre debe ser cool". Se sentía empequeñecido e irritado, imaginando el rostro de todos sus colegas artistas cuando se dieran cuenta que él no era sensible, ni considerado y mucho menos preocupado. Todos en Akasuki le darían un regalo a Hinata por su treceavo cumpleaños y él no. Quedaría como un imbécil, tacaño y despreciable individuo. Un artista, cuya principal característica debía ser su sensibilidad y actitud fresca, siendo juzgado por ser frío y despreocupado con su propia subordinada.

Como odió a Kisame, a Konan, a Itachi e incluso a Sasori. Todos tendrían algo que darle y él no. Hasta Kisame se había molestado en comprarle dulces y había dicho que cenarían todos juntos para que pudiesen cantarle cumpleaños feliz. Que ridículo era todo eso. Podía imaginarse a la chica envuelta en obras maestras y él sin nada que ofrecer que demostrara su visión artística.

―¿Le gusta esta caja? ―le preguntó la jovencita que le mostraba una cajita de madera―. Es de palo de rosa del país de las Estrellas, tiene hermosas vetas y por dentro esta forrada en terciopelo.

―¿Qué se supone que es? ¿Una caja para qué? ―preguntó molesto. Todo en ese lugar le parecía aburrido, poco interesante y corriente.

―Es para guardar joyas ―dijo la joven suspirando―. La abre y puede poner dentro sus collares, anillos u…

―Ella no usa joyas ―Deidara rodó los ojos y se tomó la frente―. ¿Para qué querría una caja para guardar algo que ni si quiera usa?

―Lo siento ―la joven sonrojó levemente, nerviosa ante la mirada impaciente de Deidara―. ¿Qué tal esto? ―tomó algo desde el aparador, era otra caja insípida y de color negro oscuro―. Es una linda caja para bentos.

―¿Otra caja? ―Deidara estaba comenzando a perder la paciencia.

―Es que… sólo vendemos artículos como los que ha visto ―la jovencita suspiró―. ¿Qué tal un elegante abanico? ¿No es eso femenino y bonito para alguien de trece años?

―¿Para que querría una abanico en una ciudad donde siempre llueve y hace frío? ―preguntó Deidara irritado.

―¿Ha pensado en tazas para el té? Son de cerámica y las hacen en una aldea en Suna ―la jovencita caminó hasta el aparador en donde había unas tazas con unos horrendos diseños de flores, para nada superflat―. Es agradable beber té en…

―Se ven ordinarias y baratas, hn ―sentía que una de las venas en su cien latía―. ¿Estás segura que no tienes esos famosos kanzashi? Es tradición en algunas partes regalar eso en el treceavo cumpleaños.

―Ya le dije que no ―la jovencita suspiró―. Aunque ¿Qué tal un peine para el cabello?

―¡Eso es tan aburrido! Necesito algo que sea artístico y hermoso ―Deidara pensó que quizás debía destruir todo ese lugar para evitarle el disgusto a alguien más de entrar ahí y no encontrar absolutamente nada―. Algo que me represente, hn.

―Pero, el regalo es para alguien más, no para usted, ¿verdad? ―Deidara subió una ceja sin comprender del todo.

―¿Y?

―Cuando le damos un presente a alguien más, debe ser algo que sea especial para esa persona, no para nosotros.

―¿Algo especial para alguien más? ―la joven asintió emocionada, pues al parecer finalmente lograba que su cliente le ayudara un poco en todo eso―. ¿Por qué? ¿Acaso lo que regalamos no debe ser una manifestación de nosotros mismos para que esa persona nos recuerde en ese instante de su vida?

―Es una forma de verlo. Cuando le regalamos algo a alguien se crea un vínculo entre nosotros. Esa persona lo recordará cada vez que vea lo que usted le dio.

―¿Eh? ―Deidara estaba furioso―. ¡Eso no es superflat! Un recuerdo que perdure para siempre a través de un objeto pierde su belleza. No. Definitivamente no puedo darle algo que dure para siempre o se llenará de polvo y perderá por completo su significado, hn.

―¿Entonces? ¿Qué es eso tan especial que está buscando? ―le preguntó finalmente la chica, dándose por vencida.

―¿Especial? ―se horrorizó de pensarlo de esa manera―. Yo quiero algo que diga que soy un artista considerado y sensible.

―Pero no se trata de usted, sino de la persona que cumple años ―la chica subió su dedo índice―. Por ejemplo, a mí me gustaría mucho una cajita musical para ese día. Eso me haría feliz. Pero me haría aún más feliz que alguien sepa que lo deseo sin que yo tenga que decirlo.

―¿Y cada vez que escuches esa melodía pensarás en esa persona y sonreirás? ―Deidara bufó cansado y aburrido―. Sí. La primera vez, la segunda, la doceava. Pero, la vez número cincuenta no sentirás lo mismo que la primera vez que escuchaste esa melodía, ni tu corazón se acelerará ni tus ojos brillarán de emoción al saberlo común, corriente, hasta cotidiano en tu vida. Cuando abras la caja musical después de un par de años de observarla todos los días, ni si quiera sonreirás o recordarás a la persona que te la dio, se convertirá en algo común y corriente dentro de tu cuarto. Entre más ves y escuchas algo, más pierde su belleza y se apaga el sentimiento que se creó durante ese primer instante de excitación al experimentar algo nuevo y desconocido. No puedo darle algo como eso. Sería un insulto.

―¿Por qué no me dice qué es lo que le agrada a esa jovencita, para así decirle si hay algo como lo que busca en este lugar? ―le preguntó la joven intentando abordarlo desde otra perspectiva.

―Ella es una princesa de un país extranjero ―pensó Deidara por un momento, pues Sasori le había dicho que dentro de Konoha, Hinata era una princesa. Además sabía que provenía del clan Hyūga y que era su legítima heredera―. Es como de este porte ―puso una mano a la altura de su hombro―. Es… tiene el cabello azulado y le llega hasta los hombros. Es silenciosa y tiene muy buena vista.

―No quién es o cémo luce, sino, qué le agrada.

―¿Qué le agrada? Bueno, es una especie de artista rococó ―dijo Deidara pensando bastante en el asunto―. Debe gustarle las cosas inspiradas en ese movimiento. ¿Tienes algo como eso?

―¿Rococó? ―la joven suspiró―. No… no sé a qué se refiere.

―Olvídalo ―Deidara se dio la vuelta y caminó entre los altos estantes llenos de curiosidades femeninas, tocó la puerta con su mano y salió del local―. Si quiero darle algo super cool, debe ser rococó, pero con mi influencia superflat. Hn.

Deidara comenzó a caminar por las calles de Amegakure con nuevas esperanzas, comprendiendo finalmente que él jamás podría darle algo que ella sostuviese entre sus manos como el resto de los artistas de la organización. Si quería poder traspasarle algo suyo que ella recordara, debía ser a su estilo. No iba a seguir tradiciones tontas ni caer en los convencionalismos, mucho menos en la presión de encajar en lo normal. Él le daría algo que no se comparara con nada que hubiese recibido antes en su vida y que jamás pudiese olvidar.


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Al igual que los últimos días, el entrenamiento con Konan había sido agotador. La frente le ardía, los párpados le pesaban y los tenketsus de sus manos latían como si se los hubiese quemado. El entrenamiento había sido bastante duro y sentía que no avanzaba demasiado a pesar de la guía paciente de la mujer. Sin embargo, no iba a permitir que eso la desanimara. Cada paso que daba se repetía una y otra vez que lograría convertirse en una kunoichi fuerte porque ese era su destino. La oportunidad de crecer y ser alguien que pudiese proteger a Itachi estaba frente a ella y eso la hacía feliz. No iba a desaprovechar eso.

Subieron las escaleras que se encontraban en relativo silencio a esa hora de la noche. Los pasillos del edificio se sentían solitarios y aparte de los guardias en la entrada no había visto personas rondando. Se preguntó si Itachi la estaría esperando para cenar o si ya habría comido, cuando la voz de Konan la interrumpió en sus pensamientos.

―Fue un buen entrenamiento hoy, Hinata.

―Me esforzaré mucho más mañana ―respondió con firmeza, apretando sus puños y dándose ánimos. No importaba lo difícil que fuese, ella iba a soportarlo.

―Es probable que mañana se te asigne en una misión ―aquello la sorprendió un poco. No pensó que una nueva tarea le fuese encargada tan rápido considerando que no había sido de demasiada ayuda en la primera.

―Entiendo ―dijo un tanto desanimada, con un presentimiento de que todos volverían a moverse tal como se lo había dicho Itachi en algún momento. Quizás esta nueva misión la alejara de él.

―Así que, creo que deberías tomar una tina de agua caliente ―Hinata sonrojó cuando la escuchó, entendiendo la referencia. De seguro apestaba―. Usa los baños en el cuarto nivel. Hay toallas allá y le diré a alguien que te lleve ropa apropiada. Te hará falta relajar esos músculos para que puedas tener el mejor rendimiento posible en lo que el líder te asigne.

―Gracias ―dijo con timidez.

Caminó un tanto cabizbaja a solas por el edificio subiendo los peldaños que separaban las estancias del resto con las superiores, en donde sólo Konan y el líder deambulaban. Era casi un tabú subir hasta esos niveles, pues había secretos que parecía sólo ellos conocían y eran recelosos con la información que compartían.

Era normal, ya que ellos vivían en Amegakure y el resto se desplazaba constantemente por el mundo. De hecho, era extraño que hubiese miembros de Akatsuki en el edificio a no ser que tuviesen que tratar directamente con el líder. Ellos se movían en pares, distribuyéndose por el mundo, en distintas misiones en lejanos países. No culpaba a Deidara por haber estado volviéndose loco los últimos días alegando una y otra vez que les dieran algo que hacer para poder marcharse, aunque Kisame y Sasori parecían cómodos estando ahí.

Itachi por otro lado era una historia distinta. Por lo general se mantenía alejado del resto, encerrado en la habitación que ambos compartían. Siempre silencioso, parecía en su propio mundo a menos que la presencia de Hinata llamara su atención. Lo veía poco, un momento en la mañana antes de partir a entrenar con Konan, durante la cena en que comían en silencio o en las noches en que giraba y se movía entre las frazadas del futón sin lograr dormir.

A veces, de la nada, le hablaba suavemente en la oscuridad cuando notaba que también estaba despierta; esas eran las mejores ocasiones de todas.

Conversaban sobre el entrenamiento, Konoha, el futuro incierto, las decisiones que tendrían que tomar pronto y cómo manejar la posible lejanía que se avecinaba. No tocaban el tema que le carcomía el pecho, lo que había realmente ocurrido la noche en que huyeron juntos de su Aldea, pero había alcanzado un cierto grado de paz con ello. Tampoco nombraban a Sasuke, que parecía presente en los silencios del joven cada vez que su mirada se perdía por la ventana y lucía triste. Y aunque siempre estaba en sus pensamientos, nunca tuvo la oportunidad o si quiera el valor de decirle a Itachi cuanto lo amaba y lo mucho que anhelaba que él también lo hiciera.

No obstante, en algunas ocasiones, ni si quiera era necesario pues creía que él ya lo sabía. Extrañamente, en vez de avergonzarla, aquello le daba una sensación de regocijo.

A veces ni si quiera hablaban, sólo se miraban en la penumbra de la noche entre las sombras grises y oscuras, hasta que alguno acercaba su mano y el otro la sostenía. En esas ocasiones, podía jurar que la mirada de Itachi se suavizaba y toda la oscuridad que había en él se dispersaba. En esos pequeños momentos que compartían, era como si él le dijera con sus amables ojos almendrados que también la amaba. Y aquello compensaba todo el silencio que la carcomía en ese lugar.

Pensó en ello mientras dejaba que el agua tibia dentro de la bañera de madera la remojara. El vapor era agradable contra su piel y también el calor le relajaba sus adoloridos músculos. Miró sus manos llenas de yagas al haber tomado mal en ciertas ocasiones los shurikens y se sintió levemente avergonzada. Cuando tomara la mano de Itachi, ¿Sentiría su piel áspera y desagradable? Estaba segura que una dama no debía descuidar ese tipo de cosas, aunque, ¿Era si quiera una dama o simplemente se convertiría en un shinobi como todos sus antepasados?

Suspiró pensando en ello. Cuando huyeron de Konoha y dejó de asistir a la Academia, pensó que quizás ese no era su destino (como se lo venían recalcando desde la niñez). Creyó por bastante tiempo que su labor era intentar convertirse en una buena esposa y cuidar de Itachi ahora que estaban solos en el mundo. Al pensarlo de esa manera, ser una kunoichi también cumplía ese objetivo. Si aprendía a utilizar el chakra correctamente, afinar sus movimientos y mejorar su visión, podría cuidar de él mucho más que cocinando, siendo la madre de sus hijos o llevando un hogar. A pesar de eso, le hubiese gustado poder preguntárselo a alguien, pero no podía hacerlo en ese lugar. Quizás Mikoto Uchiha le podría haber enseñado un poco más sobre ser la mujer que su hijo necesitaba…

―¿Hinata-sama? ―la voz de Kiyoko desde el otro lado de la puerta la hizo encrespar y sumergirse un poco más.

―¿Sí? ―preguntó nerviosa.

―Konan-sama me mandó ―dijo la jovencita un tanto nerviosa―. Dejé ropa y toallas junto a la puerta.

―Muchas gracias.

―Uhm, escuché que… que es su cumpleaños ―Hinata se sorprendió, no sabía que aquello fuese un tema relevante en ese edificio―. Muchas felicidades.

―Gracias ―susurró al escuchar los pasos que se alejaban por el corredor.

Al vestirse y alistarse para la cama recordó que efectivamente ese día cumplía años y que se cumplía nuevamente el aniversario de muerte de su tío Hizashi. Desde que era una niña no se celebraba su cumpleaños ese día, sino que se utilizaba como un periodo de duelo y luto dentro del clan Hyūga en donde los miembros de su familia se encerraban en ayuno y reflexión sobre los sacrificios que debían hacerse por el bien común. No recordaba haber celebrado su cumpleaños como los demás, ni haber ido al templo para la bendición de sus cinco años y menos cuando cumplió siete. Después de eso, al estar siempre viajando de un lugar a otro junto a Itachi, ese día pasaba desapercibido para ella.

Ni si quiera lo habría recordado si Kiyoko no lo hubiese mencionado. Su cabeza había estado tan enfocada en entrenar durante ese día, que no se había detenido a pensar que ahora tenía trece años. Suspiró mirando sus manos, preguntándose si se vería como el resto de las jóvenes de trece o si por el contrario seguiría luciendo como una niña. Si bien su cuerpo había comenzado a llenarse de sutiles curvas, no eran demasiado notorios esos cambios para ella.

Tomó las toallas mojadas, las dobló y las dejó sobre una silla después de vestirse y secar su cabello. Limpia y relajada caminó por los pasillos hasta llegar a las escaleras y comenzó a bajar hasta el piso en donde se encontraban los cuartos comunes. Bajó la mirada y se dedicó a contar las baldosas del pasillo, preguntándose si Itachi ya estaría durmiendo y si tendría que saltarse la cena esa noche.

Se movió por el pasillo y se detuvo frente a la puerta corrediza del salón común por el cual había que pasar antes de llegar al corredor con las habitaciones de todos y se quedó quieta escuchando las voces al otro lado. Ese solitario lugar que tantas veces la había visto quedarse dormida junto al fuego rebosaba de un aroma dulce, pasos que se movían de un lado a otro, risas animadas y el sonido del papel doblándose una y otra vez.

Movió con cuidado la puerta hacia un costado y se encontró con algo sorprendente. Todo el techo estaba decorado con papeles de brillantes colores que aleteaban en forma de mariposas, la mesa llena de comida, las personas con ropa distinta a la que usualmente usaban en ese lugar, copas en sus manos y sonrisas en sus rostros.

―¡Hinata-san! ¡Felices trece años! ―la saludó Kisame quien vestía una camisa gris de manga corta y pantalones negros―. Ven a comer con nosotros.

―¿Esto es… es por…? ―Hinata no pudo terminar su frase cuando Konan asintió.

―No se cumplen trece años todos los días ―su rostro que usualmente se mostraba frío y distante esbozaba un gesto más cálido. Se sorprendió de ver lo femenino que era su cuerpo en una encajada yukata negra que le caía hasta las rodillas y se abría en sus muslos, cubiertos en calzas moradas―. Es una fecha importante para una mujer.

―¡Oi! ¡Oi! ―sólo entonces pareció notar a un sujeto de cabellera plateada, con un sonrojo de ebrio que la desconcertó y que nunca antes había tratado―. ¿Esa es la niña que se nos unió? ¡Pero si es tan pequeña, carajos! Estoy seguro que a Jashin-sama le desagrada todo esto.

―¿Vas a insistir con eso de Jashin incluso ahora? ―le preguntó un sujeto que le pareció tan aterrador como Sasori quien también estaba sentado ahí mirándola con indiferencia―. Si molestas te mataré, Hidan.

―Deja de ser aguafiestas, ¿Quieres? ―le respondió sirviendo sake en un platillo―. Al menos podemos beber tranquilos sin estar arrastrando esos apestosos cuerpos para todas partes y hablando de dinero.

―El dinero es lo más importante que se puede discutir ―le respondió el extraño hombre que le causaba un tanto de miedo.

―Ven a sentarte Hinata-san ―dijo Kisame con una sonrisa amable, sacándola de su confusión―. Tú eres la celebrada después de todo, ¿Verdad, Itachi-san?

Sus ojos se enfocaron en los del pelinegro que asentía con un gesto suave. Aquello le llenó el pecho de mariposas que revoloteaban como las del techo. No estaba segura que compartir con todas esas personas de la organización fuese aceptable para Itachi, quien le había insistido muchas veces en alejarse de ellos, pero no parecía hacer problemas en esa ocasión. Quizás era una excepción por la fecha.

―Habrías sido siempre una niña de haberte conocido antes ―la voz apática de Sasori la sacó de sus pensamientos y se sorprendió de ver que no llevaba encima esa horrible marioneta sino que su "verdadero" cuerpo, al igual que la mañana―. En mi colección no habrías cumplido años jamás.

―¿Qué tipo de conversación macabra esa esta? ―le preguntó Hidan con desagrado y hasta Itachi fijó sus ojos amenazantes en el pelirrojo―. ¿Qué podrías hacer con una marioneta tan pequeña, maldita sea?

―No creo que en este momento tendrías una colección de haber intentado agregar a Hinata-san a ella, Sasori-san. Así como tu antiguo compañero Orochimaru perdió su mano, tu podrías haber perdido algo más que eso ―los brillantes y pequeños ojos de Kisame lucieron amenazantes y Hinata pasó saliva ante lo tenso que todo se volvía tan rápido―. Itachi-san es muy aterrador cuando está enfadado ―dijo con gracia.

Jamás en su vida se había encontrado con tantas personas ahí. Sus personalidades eran tan distintas y hasta lucían extraños sin su uniforme con nubes rojas. Sasori no lucía como un monstruo, Kisame se veía mayor e Itachi más joven, hasta Konan mostraba que era una mujer realmente hermosa con tan ligeras y elegantes prendas. Pero no pudo dejar de notar que faltaba quien siempre la acompañaba durante la cena con sus joviales comentarios acerca del arte culinario.

―¿Dónde está Deidara-san? ―le preguntó finalmente a Sasori cuando todos callaron para darse miradas intimidantes entre sí, intentando aliviar el ambiente pesado que se había generado.

―Si escucha que lo llamas así y no senpai hará un alboroto ―respondió el pelirrojo con su grave voz, lo cual la hizo sonrojar.

―Sí, lo recordaré ―asintió ella, pasando saliva―. ¿Deidara-senpai cenará con nosotros?

―No lo sé. No lo he visto durante la tarde.

―Debe estar haciendo esas horribles cosas de greda ―dijo Kisame riendo―. O buscando el famoso kanzashi,

―¿Aún sigue con esa tontería? ―preguntó Hidan que no paraba de beber y comer―. Que desperdicio de tiempo.

―¿Y el tiempo que desperdicias en tu ritual no lo es? ―le preguntó el sujeto sentado a su lado.

―Me estás sacando de quicio Kakuzu ―lo amenazó quien llamaban Hidan.

―Disculpen, yo… yo no he tenido el placer de conocerlos aún ―dijo Hinata tímidamente―. Usted es Hidan-san, ¿verdad? ―el hombre asintió riendo.

―Así es. Nunca pasamos por este lugar ni nos topamos con Itachi, así que es la primera vez que te veo ―Hinata giró su mirada hacia su esposo quien mantenía los ojos fijos en la comida que apenas tocaba―. Nosotros nos hacemos cargo de otra parte de la organización.

―De la parte financiera ―agregó quien al parecer se llamaba Kakuzu―. Hyūga Hinata, tu tenías un gran valor hace un par de años cuando el país del Rayo buscaba el byakugan y ofrecía…

―Por favor ―interrumpió Konan, quien aparentemente no quería arruinar la velada con ese tipo de charla y el comentario de Sasori ya había sido suficiente para ella―. Sólo por hoy, olvidémonos de ese tipo de cosas, ¿quieren? ―varios pares de ojos se fijaron en Konan con curiosidad, era extraño verla actuar de un modo tan "normal"―. Pronto, todos comenzaremos a movernos en distintas direcciones del mundo y es la última oportunidad en muchos años en que podremos compartir lo más parecido a una noche tranquila.

―¿Como una familia? ―se burló Kisame con un tono jovial a lo cual Konan asintió.

―Akatsuki comenzó siendo una pequeña familia con un sueño en común ―dijo ella con algo de melancolía―. Espero que sepan lo importante que es para nosotros su labor en este lugar.

―No tengo inconvenientes con eso ―respondió Kisame haciendo chocar su platillo de sake con el de Hidan.

―Brindemos por Jashin-sama y que su palabra se expanda por el mundo ―dijo con ánimo y tragó el licor de golpe.

―Por el dinero ―brindó a su vez su compañero con más recato.

―¿El líder no se unirá a nosotros? ―preguntó Sasori quien no bebía ni comía de lo que había ahí.

―No ―respondió Konan evitando dar más detalles al respecto.

Pronto, entre las risas de Kisame y Hidan, las discusiones que mantenían con Kakuzu, los comentarios fuera de tono de Sasori, las miradas curiosas tanto de Itachi como de Hinata y la suave risa de Konan cada vez que Hidan decía una estupidez, el ambiente se fue volviendo bastante normal. La comida en los platos se fue acabando pero los temas de conversación de ebrios no, incluso llegaron a jugar un pequeño juego en que debía cantar y beber al mismo tiempo. Hinata se sintió sorprendida al ver que Kisame convencía a Itachi de probar el sake, pues nunca antes lo había visto beber. Incluso llegó a pensar que habían usado su cumpleaños como excusa para finalmente sentarse todos en ese lugar y lograr intentar comprenderse unos a otros. ¿Qué tan distintos podían ser de cualquier forma?

Y aun así, extrañaba a Deidara en medio de las risas y bromas. No comprendía por qué se habría saltado su cumpleaños cuando hasta Sasori estaba sentado ahí. Bajó la mirada hacia su plato con daifuku y se preguntó si había entendido mal su relación con el joven. Quizás sólo la viese como una subordinada y no algo más que eso. Ingenuamente, ella pensó que se habían vuelto amigos.

Lentamente el comer comenzó a vaciarse. Primero Sasori se retiró sin decir nada al respecto, luego lo siguió un muy malhumorado Kakuzu que alegó no poder seguir escuchando más a Hidan. Tan pronto se acabaron las cosas dulces, Konan bostezó y se despidió de ellos, diciendo que iría a la cama y en ese momento Itachi se puso de pie y se retiró también. Hinata lo observó desde el rabillo del ojo, le hizo una reverencia a Kisame y le agradeció por los dulces, se despidió de Hidan diciéndole que era un gusto haberlo podido conocer y se retiró a su cuarto junto a su esposo. No era correcto que estuviese con dos hombres un tanto ebrios, cuando Itachi se retiraba de ahí. Una cosa era pasar las noches charlando con Deidara y jugando con su arcilla, ambos eran adolescentes, y otra era estar en medio de conversaciones un tanto subidas de tono, groseras y de adultos.

Itachi la esperó en el marco de la habitación que compartían y la dejó entrar delante de él, cerrando la puerta corrediza con suavidad. Aunque era costumbre pasar la noche junto a él y venían compartiendo habitaciones y fogatas alrededor de todo el mundo por años, luego de aquel beso que dulcemente le regaló sobre los labios, se sentía más nerviosa al quedarse a solas con el pelinegro. Sentía que las manos le temblaban y que el corazón se le aceleraba y no dejaba de pensar en lo tibio que se había sentido su pecho cuando sus labios se rozaron durante un par de segundos en esa ocasión.

―Luce feliz ―le dijo de pronto Itachi mientras acomodaba la llama de la lámpara de aceite que iluminaba la habitación en tonos rojizos y pasteles.

―Lo estoy ―respondió con sinceridad, sonriéndole con algo de timidez―. Los dulces, la comida, las mariposas de papel, todo fue muy lindo. Como un sueño.

―¿Se divirtió?

―S-sí. Eso creo.

Permanecieron un momento en silencio y Hinata observó la manera en que Itachi caminó hasta el otro extremo de su pequeña habitación en donde además de los dos futones y una mesita, no cabía nada más. Por algún motivo el sonido de la lluvia se había suavizado bastante y aquello se le hizo extraño, pero no tanto como la forma en que Itachi se estaba comportando.

―¿Sucede algo? ―le preguntó preocupada, cuando lo vio caminar un paso, retroceder dos, respirar como si quisiese decir algo y luego suspirar.

―Yo… ―Itachi detuvo sus palabras, pensando realmente si quería decir lo que había en su mente y Hinata no supo el motivo de ello.

―¿Usted qué?

―Tenía otros planes, para nosotros ―terminó confesando con algo que Hinata interpretó como… ¿Timidez? ¿Vergüenza?―. Quería… ―por algún motivo, fuese lo que fuese que Itachi deseaba decirle estaba atorado en su garganta y ni si quiera lograba mirarla a los ojos, lo que la comenzó a poner ansiosa. Itachi no era el tipo de persona que se pusiera nervioso por hablar―. Que estuviésemos a solas ―Hinata sintió que todo el rostro le comenzaba a arder con ese comentario― ya que tengo algo para usted.

―E-eso no era n-necesario ―dijo Hinata un tanto sorprendida, arrastrando las palabras como solía hacer cada vez que algo la inquieta.

Fijó sus ojos en Itachi para luego bajar el rostro avergonzada. Notó que él volvía a moverse por la habitación que ambos compartían y sacaba una pequeña bolsa de papel café escondida en el futón. De inmediato sintió un aroma floral rodearla y su corazón cosquilleó.

―¿Qué es? ―preguntó estirando sus manos para alcanzar el presente que Itachi le ofrecía―. Huele… familiar.

―Es lavanda ―respondió el joven un tanto incómodo e intentando sonreír con casualidad, sin darle mayor importancia de la que tenía―. Creí que le agradaría. Recuerdo que su ropa siempre olía a esas flores cuando… ―no terminó su frase pero ella sabía lo que quería decirle. Ese era el olor que desprendían sus cosas cuando vivían el Konoha.

―Sí, lo recuerdo ―dijo ella con las manos temblorosas, sintiendo una opresión en su pecho que le cristalizó los ojos―. Recuerdo este aroma. Los jardines y… ―la voz de Hinata se quebró al ver a su madre entre la lavanda, cortando algunas para luego ponerlas en bonitos jarrones dentro de las habitaciones―. Oka-san.

―¿No le agrada? ―le preguntó con preocupación, viendo que su regalo no había tenido el efecto que él esperaba.

―N-no es eso.

―¿Entonces?

―Huele a… Konoha ―dijo Hinata finalmente, haciendo que una triste expresión apareciera en Itachi también―. Huele a nuestro hogar.

―Lo lamento ―respondió, acortando la distancia entre ambos lentamente―. Yo pensé que…

―No ―lo interrumpió Hinata subiendo el rostro para mirarlo, su melena azulada enmarcando su adorable rostro sonriente―. No estoy llorando porque me entristezca… es que… es que me hace muy feliz recordar este aroma ―Itachi se sorprendió al ver su expresión de alegría―. Huele a mi madre, y a Hanabi-chan. Huele a mi hogar. Y ahora, cada vez que huela este aroma, será su rostro quien aparezca en mi mente ―Itachi sonrió ante la dulzura de la jovencita―. Gracias, Itachi-san.

―Merece algo mejor ―le confesó con pesar, subiendo una de sus manos y limpiando el rostro de Hinata con su pulgar―. No llore. Es demasiado bonita para arruinar sus mejillas con lágrimas ―la joven sintió que su corazón se aceleraba por lo que acababa de escuchar e Itachi pareció notar lo nerviosa que su contacto la ponía, retirando lentamente su mano.

―¿De verdad… de verdad piensa que yo soy bonita? ―le preguntó con asombro, bajando el rostro con algo de vergüenza.

―Sí. Eso pienso ―respondió él un tanto extrañado, sin entender del todo cómo no lo sabría.

―Itachi-san ―Hinata subió nuevamente el rostro y lo miró con algo que sólo pudo ser valor―. ¿Quería que estuviésemos a solas, sólo para entregarme esto?

―No. No sólo por eso.

Itachi intentó sostenerle la mirada sin titubear, sintiendo un extraño nerviosismo por esa nueva dinámica que se generaba entre ellos y que seguía creyendo inadecuada. No obstante, pensó que si Hinata había tenido el valor para preguntarle algo tan íntimo, él debía tener el coraje de responderle con la verdad. Ya había descubierto (a la mala) que mentirle no daba resultados.

―Me agrada estar con usted ―decirlo en voz alta era definitivamente extraño, quizás hasta incómodo para ambos, pues Hinata mostraba su inconfundible sorpresa de escuchar algo así. No obstante, lo llenaba de paz poder confesarlo―. Su compañía me es grata ―Hinata intentó decir algo, pero Itachi aún no acababa―. Entre todas las personas de este mundo, usted, es mi favorita.

―Y usted es la mía, Itachi-san ―confesó ella sonrojando con una sonrisa, sintiendo que el corazón se le saldría en cualquier momento por la boca.

El joven dejó que la mueca nerviosa en su rostro desapareciera y sonrió ante la sinceridad entre ambos. Había pasado la mayor parte de su vida mintiendo, engañando y fingiendo; poder ser honesto y decir lo que realmente había en su mente y su corazón se le hacía tan refrescante como observar los primeros retoños de la primavera. Hinata, a pesar de ser tan joven, tenía esa cualidad que llenaba todo a su alrededor de dulzura. Increíblemente, había logrado que inclusive la peor calaña del mundo Shinobi se detuviera un día, se reuniera y compartieran como personas normales.

Dio un par de pasos hacia ella y para su sorpresa, Hinata se encontró con él en la oscuridad, apegándose a su cuerpo, quizás buscando algo de protección y cariño. Él la abrazó sin objeciones, poniendo una de sus manos en la parte trasera de su cabeza. La joven hundió su rostro en el pecho de Itachi y lo abrazó con fuerza, deseando poder decirle aquello que se atoraba en su garganta y que él ya sabía. Era consciente de que él ya lo sabía. Lo que la preocupaba era no poder darse el valor de esperar tanto tiempo para decirlo en voz alta y escucharlo de vuelta, sobre todo ahora que sus caminos parecían finalmente separarse.

―Mañana, saldré de Amegakure junto a Sasori-san y Deidara-san.

―No lo sabía ―respondió sin moverse, pero bajando los párpados levemente. Le preocupaba que estuviese lejos de él y no poder protegerla en caso de peligro―. Es probable que también me asignen una misión. El líder se encuentra en la ciudad. Seguramente habrá una reunión el día de mañana en donde se nos comuniquen los detalles ―se separaron sin saber qué decir ante la tristeza en la mirada de Hinata y la preocupación en él―. Tengo el presentimiento que no nos veremos por algún tiempo.

Hinata asintió en silencio y suspiró con suavidad. El pecho se le oprimía ante la idea de estar lejos de él nuevamente. Apenas habían pasado un par de semanas sin verse y se le había hecho insoportable, ni si quiera quería imaginar si su lejanía durase más que eso.

Cada uno se movió hasta donde estaban sus futones enrollados y los comenzaron a estirar, comprendiendo en silencio que era el momento de dormir. Ya no había mucho más que hablar y la noche se cerraba sobre Amegakure.

―Rezaré todos los días porque el destino nos vuelva a unir ―susurró Hinata mientras acomodaba sus sábanas. Aquello tomó por sorpresa a Itachi, quien la observó sin saber qué decir―. Seré más… más fuerte cuando nos volvamos a ver.

―¿El destino? ―después de todo lo que había pasado, ella seguía teniendo esa fe inquebrantable en que las cosas estarían bien y en conceptos tan abstractos como ese.

―El destino es algo muy poderoso ―dijo estirando las frazadas sobre el futón mientras Itachi hacía lo mismo―. Cuando era pequeña, mi madre nos contaba una historia para dormir ―comentó con algo de vergüenza mientras terminaba de acomodar todo buscando su pijama en el humilde closet que ambos compartían.

Itachi estaba acostumbrado a esa parte de la noche y se volteó hasta la ventana mirando hacia afuera, sabiendo que ella se cambiaría y se metería dentro de las sábanas, luego él apagaría la lámpara de aceite e imitaría su acción.

―¿Y qué historia era esa?

―Ella decía que hay un hombre que vive en la Luna, o más bien, muchos hombres con cabello de plata y ojos de perlas, que pueden ver el destino de las personas y hacer que cosas mágicas ocurran, moviendo todo a su alrededor con hilos invisibles.

―¿Los hombres de la luna movían cosas con hilos? ―preguntó Itachi, enternecido por su ingenuidad al creer algo así, cuando de pronto alcanzó a ver por un pequeño segundo el contorno de la espalda desnuda de su pequeña esposa reflejada en el vidrio que miraba.

Bajó de inmediato la mirada y no pudo evitar pensar que quizás había llegado el momento de pedir habitaciones separadas. Hinata era una jovencita y su cuerpo se había vuelto un tanto más femenino y por alguna razón lo incomodaba. No era como si se sintiese atraído por esos cambios en ella, pero tampoco era ciego; él sabía que dentro de poco, todo en ella crecería, se transformaría y se convertiría en una mujer. Creía que era irrespetuoso de su parte convivir con una señorita de la forma en que lo hacían.

―Y que además su magia era la que movía la luna por el cielo estrellado.

Se sentía abrumado con todos esos cambios repentinos. Estaban casados, sí, pero nunca se habían comportado como esposos, ni si quiera la veía como se suponía un esposo debía ver a su esposa. Cuando era pequeña jamás se le cruzó por la mente que estuviese mal desvestirla cuando se quedaba dormida en cualquier parte y era el encargado de meterla a la cama. No obstante, en ese momento, se habría sentido mortificado de tener que hacer algo así.

―Durante las noches de luna llena, ese hombre baja a la tierra y busca personas especiales. Si encuentra dos que son perfectas una para la otra, se encarga de atar esos mismos hilos que mueven todo en la luna, pero ahora entre sus meñiques, para que sus vidas estén conectadas y puedan conocerse.

―Alguna vez también oí esa historia ―dijo con algo de gracia intentando despejar sus pensamientos, recordando el mismo cuento que su madre solía leerle antes de dormir. Sólo que el hilo era rojo, no invisible.

Itachi movió la ruedilla de la lámpara de aceite hasta que ésta se apagó. La habitación quedó en penumbras en ese momento, adornada con la respiración quieta de Hinata y el agradable aroma a lavanda. Sabiendo que ella se voltearía tal como él lo había hecho, retiró con cuidado su protector de frente y luego su camiseta de mallas para caminar hasta su futón y meterse a éste. No alcanzó si quiera a mover las frazadas cuando una fuerte explosión hizo retumbar el vidrio de la ventana y Hinata soltó un grito de sorpresa.

Itachi se paró en completa alerta y su sharingan se activó por inercia. Todo se quedó en silencio un momento y luego otra explosión retumbó a lo lejos, iluminando la habitación como si se tratara de un relámpago rojizo, lo cual se le hizo extraño. Se quedó en silencio un momento, había estallidos que se acercaban cada vez más hacia el edificio y aquello le indicaba que quizás estaban en peligro.

―Pase lo que pase, no se aleje de mí ―le indicó a Hinata, quien ya se le había acercado, parándose detrás de él mientras avanzaban hasta la ventana para ver qué era lo que sucedía.

Itachi pensó por un momento que estaban bajo ataque o que nuevamente alguien en la organización había decidido tener un duelo o algo por el estilo. Después de todo, sólo la noche anterior había tenido que intervenir en un combate entre dos cabezas huecas que discutían sobre el arte más sublime. Hinata, asustada y nerviosa, posó sus manos en el brazo de Itachi asegurándose de ese modo que no la dejara atrás.

Ambos se pararon frente a la ventana de la habitación por la cual se filtraban destellos rojizos y brillantes, intentando descifrar qué era lo que estaba ocurriendo y así poder evaluar la situación y una posible respuesta.

Para su asombro, cuando Hinata se acercó al vidrio notó que el sonido escandaloso proveniente desde el exterior no era un ataque a gran escala sino hermosas luces que destellaban en el cielo, una tras otra, en un baile armonioso de explosiones de colores.

―¿Fuegos artificiales? ―preguntó quietamente Itachi, sin entender qué era lo que sucedía.

No obstante, ese no era el caso de la jovencita, quien entendía a la perfección lo que estaba ocurriendo y sonrió conmovida por ello. Ese hermoso cielo oscuro que se alzaba sobre ella estaba siendo coloreado por luces y comprendió en ese momento lo que él le había querido decir en tantas ocasiones sobre la fugacidad y su arte.

Suspirando emocionada y con el corazón latiendo con fuerza, buscó la mano de Itachi para entrelazarla a la suya. Deseaba vivir ese momento junto a la persona que amaba y así recordar exactamente qué era lo que sentía al tocar su cálida piel, la seguridad de su presencia y la comprensión de su silencio. Quería grabar ese momento perfecto en su memoria, pues lo atesoraría siempre. Era un espectáculo hermoso y conmovedor, en que las luces destellaban y explotaban en esferas, ramos dorados de flores, bengalas rojizas que caían como la lluvia, asemejándose a una pintura caótica que aparecía y desaparecía en el espesor oscuro de la noche.

―Colores en un lienzo negro ―susurró Hinata.

Con el contacto entre sus manos, Itachi pareció sorprenderse y buscó en ella una explicación mirándola confundido. Pero no hubo una respuesta a su mirada, ella estaba completamente enfocada en los fuegos artificiales que estallaban sobre Amegakure. Él también sonrió entonces y la dejó disfrutarlos, volviendo su vista sobre el espectáculo de luz. En esa ocasión era ella quien estaba en su propio mundo y él tendría la suerte de acompañarla en silencio.

―Itachi-san ―susurró Hinata con la voz llena de sueños y amor, apoyando su rostro contra el brazo desnudo de él―. ¿Ha visto fuegos artificiales alguna vez colorear el negro de la noche, como si fueran sólo para usted?

―Creo que ahora sí.

Itachi no sabía qué era lo que ella quería decirle, pero supuso que alguna vez se lo diría. Ella sabía lo que ese cielo lleno de colores era y lo que significaba. Por ello, sólo se dedicó a observarlo sin entender del todo qué era lo que ocurría. Permitió que Hinata se acurrucara a su lado y le tapó la espalda con una de las frazadas que había sobre su futón. Mientras las luces titilaban en el cielo como estrellas fugaces, Itachi no pudo evitar sentirse en paz, con la persona que amaba junto a él, apreciando algo que parecía ser único en la vida. Apoyó su rostro levemente contra el costado de la cabeza de Hinata, buscando en ella calor en esa noche fría. Se sentía bien estar así, aunque cambiaran, aunque crecieran, aunque en algún momento tocarla hiciera que los dedos le quemaran… aún podían estar así de cerca sin que fuese algo más que inocente.

―¿Qué es todo esto? ―le preguntó finalmente queriendo saber qué era lo que estaba naciendo entre ellos y por qué su corazón latía de esa manera que no podía explicar. Sin comprender del todo por qué una sensación cálida le invadía el pecho y el deseo de que ese momento perdurara para siempre lo embargaba, se dejó llevar en la oscuridad por la dulce caricia de la joven a su lado.

―Es el arte de Deidara-san ―respondió Hinata en un murmuro, refiriéndose a los fuegos artificiales sobre ellos y no los sentimientos que estaban a flor de piel.

―Ya veo ―Itachi sonrió para sus adentros, recordando lo que Kisame había dicho anteriormente sobre lo angustiado que se veía cierto chico escandaloso y rubio que no parecía poder encontrar un adorno para cabello dentro de esa ciudad.

Creo que finalmente encontró ese kanzashi que tanto buscaba ―pensó con gracia, al ver que las flores de luces en el cielo iluminaban de forma preciosa el cabello azabache de su Hinata.


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NOTA

Hace mucho tiempo quería escribir algo que no fuese tan céntrico en los puntos de vista de Hinata e Itachi, sino que introducir un poco más la dinámica de Akatsuki y sus escandalosas personalidades. Supongo que será este tipo de narrativa la que se encontrarán en el tercer libro, asi que espero que no les sorprenda mucho leyendo más sobre Deidara que de Itachi en algún capítulo futuro.

Muchas gracias por leerme. Amé escribir este capítulo y podría escribir algo larguísimo poniendo por qué es tan especial para mí haber escrito esto, pero prefiero que cada quien lo lea y se de cuenta o lo interprete a su manera. Un beso gigante! Gracias por leerme.