Dedicado a Reddoredd por no perder la confianza en mi capacidad de escribir.


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You put up walls and paint them all a shade of gray
And I stood there loving you and wished them all away

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LIBRO TERCERO

Introducción


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―Se corta ahí.

―¿Acá?

―Sí, justo donde comienza el pétalo. De esa forma la flor no se arruina.

Deidara respiraba pacientemente intentando controlar su disgusto al verlos, fingiendo estar más interesado en su plato de comida. Revolvió con molestia el espeso shiruko sintiendo el dulce aroma de su cena ser arruinado por aquella esencia floral que los rodeaba. Se sorprendió que el resto de los comensales no se quejara de la pestilencia, pero había tantas personas en el comedor que dudaba que alguien les pusiese algo de atención ―a excepción de un par de ojos en una lejana esquina que él intentaba ignorar―, empero de su vestimenta fuera de lo común en esas tierras desérticas.

No eran los únicos extraños ahí, ni por cerca. En cada rincón había algún rostro extranjero, un símbolo desconocido o un acento difícil de entender. El País del Viento era una cuna comercial en donde se cruzaban los caminos de aquellos que buscaban riqueza y prosperidad. No era inusual que los transeúntes de lejanas tierras pasaran la noche en los hostales en la multitud de oasis en el desierto. Ellos no eran la excepción.

Tanto él como Sasori estaban acostumbrados a ignorar a las personas cuando estaban en una misión o pasaban la noche en tierras lejanas. De cualquier forma, la mayoría estaba sumergido en sus propios asuntos y no creía que hubiese alguien lo suficientemente estúpido ahí como para intentar cualquier cosa extraña, a pesar de que hacía un par de minutos venía notando una miradas intensas sobre Hinata y Sasori. No le extrañaba del todo, ¿Qué estaría haciendo una jovencita atractiva y de mirada dulce con dos sujetos como ellos? Seguramente más de algún mentecato se lo preguntaba mientras los veían cenar. Desde hacía un tiempo, su subordinada despertaba miradas en el resto que a él no le agradaban para nada.

Levantó el rostro para encontrarse con la imagen de ambos, concentrados, tan cerca que le causaba un tic en uno de sus dedos. Desde que se habían vuelto compañeros que vagaban por el mundo, no recordaba haber visto a Sasori tan interesado en algo. Aunque mostraba un rostro apático a él no lo engañaba; de no haberse sentido fascinado por todo ese asunto , o quizás por ella, se habría levantado y retirado a su habitación en vez de permanecer ahí cenando en esa pocilga atestada de gente. Había soportado una habitación atiborrada de extraños sólo para quedarse un poco más de tiempo con ella, interesado en esas ridículas cosas y en la manera en que ella movía las manos como si en vez de cortar estuviese bordando un manto floral.

―Ahora, se quitan las semillas que abultan el ovario de la flor.

―Procura no arruinar su forma cortando más de la cuenta.

―Si lo hacemos así, la figura no sufre daños ―la sonrisa de Hinata hacia Sasori parecía tan sincera que le revolvió el estómago―. ¿Lo ve? La corto por la mitad y…

La joven parecía entusiasmada en compartir su pequeña afición por las flores con su compañero, tanto así que cualquiera que los observara podría haber pensado que entre ellos había más que tan solo un interés en común. Por años venía pensando que eso del rococó y el prensado de flores dejaría de influenciar a la chica; con el tiempo, incluso llegó a considerar que Hinata se inclinaba hacia el superflat en vez del tonto realismo de Sasori. Y ahora, el maestro de las marionetas le daba un nuevo golpe a su ego artístico al mostrar interés en las flores que Hinata tanto parecía apreciar, todo con el fin de seducirla para que siguiera su anticuada corriente artística. Un golpe bastante bajo, incluso para él.

¿Cuántas veces le había intentado enseñar sobre las líneas de su arte en arcilla sin que ella se viera interesada en moldearla, aduciendo que jamás se podría llegar a comparar a él? ¿Por qué ahora no tenía problemas en trabajar con Sasori en eso de prensar flores? ¿Y por qué tenían que estar tan cerca el uno del otro de cualquier forma? Era molesto e incómodo estar en presencia de todo aquello, controlando el deseo de decirles que su arte era de mal gusto y que conservar las flores para la posterioridad era insultar todo lo que él apreciaba.

―Luego cada mitad se pone en la máquina para prensar.

Dos días. Durante los últimos dos días había tenido que soportar que Sasori la involucrara en su arte ordinario y sin clase, en todo ese asunto de la preservación de lo muerto. Estaba harto y en cualquier momento gritaría, dejándoles muy en claro a ambos lo que pensaba de todo eso. Era tan distante a lo bello del mundo tener que prensar flores y aún así ambos lo realizaban frente a él sin importarles lo que opinara.

Estaba casi seguro de que Sasori lo hacía sólo para molestarlo.

Gruñó rodando los ojos.

Había estado excitado al verla, incluso ansioso por comunicarle sobre sus nuevos descubrimientos y las obras que había ejecutado los últimos meses. Cuando la vio emerger en medio del desierto como una delicada ilusión, con el cabello azulado atado en lo alto de su cabeza, brillando por el sol desértico del medio día y con un suave rubor que adornaba sus mejillas, sintió que el corazón se le aceleraba y el deseo de volar sobre alguna de sus obras con ella acompañándolo lo inundó. Cada vez que la veía aparecer se sentía extrañamente feliz y se le hacían largos los días en que no tenían alguna misión en común o alguna diligencia que los acercara.

Hinata caminó hasta ellos sonriendo y él estúpidamente corrió en su dirección ondeando su mano para que lo notara, sólo para darse cuenta después de lo poco cool que había sido su actitud. Sasori sí se había comportado con indiferencia y frescura, manteniendo en todo momento su superioridad en sus facciones poco impresionadas. Ella los saludó a ambos con la mayor de las elegancias, como todo lo que hacía, entregándoles un pergamino que el líder había mandado. Deidara sonrió emocionado, de verdad lo hizo, porque dentro de todo ese mundo en el cual lo habían obligado a participar, quizás era ella la única persona con la que mantenía una relación de amistad. Ni si quiera le preocupó demasiado escuchar de parte de Sasori que había llegado el momento de poner en movimiento la segunda fase de los planes de la organización.

Pasaron toda esa noche conversando, recostados sobre las arenas del desierto, mirando las estrellas e intentando descifrar su misterio en una conversación sobre astronomía, mitología y estúpidas tradiciones del país del Fuego. Asaron papas dulces entre las brasas y él logró comentarle lo magnífico que se habían vuelto sus obras, sintiéndose gratamente satisfecho del interés que ella ponía en cada uno de sus relatos, a pesar de lo mucho que Sasori intentaba disminuir la magnitud de sus narraciones, haciéndolas parecer insignificantes y exageradas. Había sido una buena noche, sin que ninguno de ellos fuese un shinobi, sino tres personas hablando sobre todo y nada al mismo tiempo, como en esa época lejana de su infancia en donde sus intereses radicaban en qué tan rápido podía correr para alcanzar una libélula.

Pero eso había cambiado desde el amanecer al llegar a un tonto Oasis en el País del Viento. Hinata se dedicó a complementar la hermosura de las flores de ese manchón verde en medio del desierto y Sasori se acercó curioso hacia la joven debido al interés que tenía en ellas. Desde ese momento venían hablando sobre el pequeño hobby de su subordinada y ni si quiera parecían notarlo ahora que su compañero le hablaba de nuevas técnicas para su arte. Lo peor era que Hinata le enseñaba cómo practicarlo y él parecía interesado, incluso permitiendo que utilizara sus herramientas. Nunca pensó que encontraría flores en ese lugar, pero los oasis en medio del desierto parecían llenos de sorpresas.

―¿Has pensando en agregar una solución para preservar tu obra? Conservarías de forma más nítida los colores de los pétalos ―le dijo Sasori junto a ella, ambos completamente concentrados en su trabajo.

―No lo había considerado ―Hinata miró la flor en que ella trabajaba y Sasori asintió―. Estos lirios parecen muy delicados. Algunas veces se pierde la intensidad del color después del prensado.

―Tendrías que deshidratarlas un poco más y luego aplicar una capa fina de resina. A veces utilizo mi propia formula preservativa para que los colores de mis marionetas no se opaquen por la descomposición. No tiene sentido conversar algo si no podemos ver con claridad sus colores originales ―dijo Sasori con cuidado, a lo cual ella asintió atenta―. Te enseñaré como emplearlo y luego te daré la fórmula para que lo puedas fabricar por tu cuenta cuando se acabe.

―¿De verdad? ―preguntó la joven emocionada mientras él le entregaba un pergamino en el cual obviamente se contenía la susodicha resina―. Muchas gracias, Sasori-dana.

―Aún creo que esto es un desperdicio de tiempo ―suspiró Sasori, mirando con algo de indiferencia la flor en que habían conseguido comenzar a trabajar―, pero supongo que el arte de la conservación tiene muchas corrientes.

―Es muy amable.

―¡Oigan! ―los interrumpió Deidara cuando notó que ella le sonreía―. ¿Cuánto más tengo que soportar estas flores apestosas arruinando mi apetito? Estoy intentando comer.

―Lo lamento Deidara-senpai ―dijo Hinata rápidamente―. No pensé que le molestara el…

―Pues lo hace.

―¿Preferirías que trabajemos en mis marionetas mientras comes? ―Deidara puso cara de asco y Hinata se encrespó―. Hay algunas que necesitan un ajuste luego de la última batalla. Por tu culpa.

―No fui yo quien arruinó la marioneta lanzándola contra un shinobi que podía manejar el agua a la perfección. Además, preferiría que dejara su trabajo para después de la cena ―suspiró Deidara, aburrido de que entre Hinata y Sasori pareciera haber más afinidad artística. No lo toleraba.

―Mi arte no descansa sólo porque tu decidas comer, Deidara. Además, no necesitaría tener que haber usado esa marioneta si tú no hubieses arruinado a Hiruko, que tenía una mecánica perfecta para ese tipo de situaciones ―se molestó Sasori, quien aún no encontraba la marioneta ideal para entrar en ella. Hiruko había sido diseñado en las medidas exactas para posicionarse dentro, pero hacía un buen tiempo no hallaba un ejemplar parecido para intentar imitar el mecanismo.

―¿Aún no se olvida de eso, dana? ―Deidara se burló―. Fue hace tres años.

―Un artista jamás se olvida de sus obras.

―Son sólo marionetas ―Deidara lo miró desafiante.

Por lo general cuando Sasori se ponía intenso sobre su trabajo, Deidara retrocedía pues sabía que en un combate entre ellos no había forma de ganar a menos que decidiera suicidarse o algo por el estilo. Sin embargo, por algún motivo, no pudo retroceder esa vez. Se sentía molesto con él.

―¿Qué dijiste?

―Deme los hilos de sus obras y yo las haré bailar ―se burló el joven―. ¿Qué tan difícil puede ser?

Escuchó a Hinata suspirar y la miró de reojo. La joven parecía nerviosa cada vez que comenzaban a discutir de esa manera. No la culpaba del todo, pues hasta él sentía una especie de pavor cuando Sasori perdía la paciencia.

―Creo que se hace tarde ―Hinata fingió un bostezo, él sabía que no tenía sueño―. Iré a dormir.

―No es tarde aún ―dijo Deidara mirándola fijamente y con molestia. Movió sus ojos hacia Sasori, resintiéndolo en silencio.

―¿Qué te sucede? ―le preguntó Sasori― ¿Por qué me miras así?

¿Si quiera podía responder sin causar una pelea entre ambos? Le mantuvo la mirada un par de segundos sintiendo que la situación se volvía cada vez más tensa con su silencio hasta que sus labios se separaron y pronunció con lentitud, seriedad y gravedad aquellos pensamientos que amargaban su comida.

―No me agrada que intente ganarse el apoyo de mi subordinada en nuestra disputa sobre el buen arte fingiendo que le interesa el prensado de flores.

―No lo fingía ―respondió el pelirrojo con apatía―. He aprendido cosas con ella que puedo aplicar en mi propio trabajo.

―¿Entonces por qué no se dedican a momificar cuerpos en vez de flores?

―No he encontrado a alguien ideal para agregar a mi colección en meses. Tú sabes eso.

―Pues, debería enfocarse en otra cosa y no en poner a Hinata-san en mi contra con sus ideas anticuadas. Ella pertenecerá al superflat cuando le termine de enseñar como…

―Suenas celoso ―los ojos de Deidara se abrieron de par en par y Hinata contuvo la respiración―. ¿Es eso?

La mirada de ambos jóvenes, pupilas nácar y azules, se cruzaron un momento y se preguntó si lo que Sasori decía tenía sentido alguno mientras intentaba descifrar y comprender el por qué las pálidas mejillas de Hinata se tornaban rosa. Experimentó un extraño calor en el rostro, su estómago se tensó y algo comenzó a arder en sus manos. Se sintió bastante irritado de la nada, como un niño a quien han descubierto en una mentira e intenta defenderla sin vacilar, aunque se tardó más de lo que hubiese querido en mostrar su ofensa, embelesado por la dulce belleza que Hinata emanaba cuando algo la hacía avergonzarse.

―¿Qué dice, dana? ―preguntó poniéndose de pie de golpe, evitando seguir mirándola a los ojos.

―Suenas como un mocoso fastidioso reclamando porque alguien juega con su juguete favorito ―Deidara se encrespó y Hinata se hundió entre sus hombros, roja hasta las orejas. Aquello sólo hizo suspirar a Sasori quien se puso de pie también―. A veces olvido que ustedes dos son casi de la misma edad. Como sea, no me interesa ser parte de su pequeña escena de amor. A las seis de la mañana en la entrada del hostal. Partiremos entonces. Y tengan cuidado. Supongo que ya se dieron cuenta.

―¡Dana! ―Deidara intentó detenerlo sin importarle mucho la advertencia de Sasori―. ¡Vuelva acá y discúlpese!

―Senpai ―interrumpió Hinata intentando volver a respirar con normalidad y mirando con disimulo el lugar en donde los ojos de Sasori se habían detenido antes de marcharse―. Estoy segura que no quiso ofenderlo.

―¡Pero lo hizo! ―se sentó nuevamente y movió su sopa con los palillos, lo suficientemente avergonzado como para no saber qué decir.

―Sólo buscaba hacerlo enojar porque… por lo de Hiruko.

―Supongo ―intentó mantener su actitud fresca de artista, evitando a toda costa que ella notara su nerviosismo. Ofuscarse por pequeñeces no iba con su estilo―. Sí. Definitivamente fue por eso.

―Sí.

Pero la preguntaba estaba plantada ahí, por ridícula que le pareciese. Los celos eran un sentimiento que se generaban por desear algo sólo para sí mismo. Él creía que las personas no se podían poseer, por lo cual, era ridículo celarlas. Y aún así, ¿Por qué se sentía tan molesto cuando Hinata parecía ponerle más atención a su compañero? ¿Era tan absoluta su devoción artística que escuchar sobre otros puntos de vista lo cegaba? Era difícil de entender, ni él mismo lo podría haber puesto en palabras, pero la joven sentada frente a él que guardaba sus implementos dentro de un pergamino lo hacía experimentar un extraño sentido de curiosidad e interés que sólo sus obras despertaban.

Ella le agradaba, más de lo que cualquier otra persona antes le había agradado.

―¿Por qué no comes? ―le preguntó sin mirarla, aún irritado, intentando despejar su mente de esos pensamientos egoístas―. Deberías comer antes de ir a dormir. Mañana partirás sola por el desierto. Quizás no tengas oportunidad de volver a cenar algo caliente en días y nadie te salvará si te desmayas por ahí.

―No tengo hambre ―respondió con suavidad y quietud―. Pero lo acompañaré mientras usted termina.

Deidara bugó y terminó por asentir en silencio. Por lo general la conversación entre ellos era fluida y divertida, abundante de risas, de momentos en que se sentía fastidiado, de situaciones en que se burlaba de ella por alguna tontería y en que escuchaba con atención mientras ella pintaba con sus palabras imágenes de lugares que él no conocía. Era agradable pasar tiempo con ella, por mucho que dijera lo contrario. Y por lo mismo se había vuelto costumbre notar algunas pequeñas cosas en su rostro que el resto quizás pasaría por alto, como la manera en que escondía su boca con los puños cuando reía, como se sonrojaba cuando algo la hacía sentir incómoda, como brillaban sus ojos cuando se sentía feliz y lo que significaba cuando suspiraba luego de mantenerse en silencio.

En esa oportunidad, cuando suspiró mirando la mesa frente a ella, supo que no era por Itachi, ni porque extrañaba su país natal, ni por cansancio. Había algo molestándola también.

―¿Te preocupa que nos estén espiando? ―le preguntó Deidara desinteresadamente―. No creo que sean tan estúpidos como para intentar algo si estoy contigo. Así que come.

―No es eso. Estoy acostumbrada a que nos miren extraño cuando salimos de Amegakure.

―Sí, aunque creo que sabes que ese sujeto no es como los otros que nos miran extraño.

―Lo sé ―Hinata suspiró―. Aun así, no tengo apetito.

―Hace días que casi no comes ―dijo subiendo la mirada para estudiar su reacción.

―No lo había notado ―puso ambas manos sobre la mesa de madera y miró hacia los costados, observando a las personas ahí.

Estaba evitando su mirada a propósito. Él lo sabía. Y también se daba cuenta hacia la dirección en que sus ojos nacarados iban a parar de vez en cuando. Había visto esa figura hacia un par de minutos, notaba que los intentaba escuchar y estudiar desde las sombras. Iba a ignorarlo por el momento, le interesaba más saber por qué estaba tan distraída y melancólica.

―Creo que el desierto no me sienta demasiado bien, senpai.

―No es sólo ahora. Desde la misión que realizamos juntos en Yugakure casi no te veo comer ―Hinata subió las cejas en un gesto de sorpresa, como si le fuese incomprensible que alguien notara su melancolía. Deidara suspiró, pues tenía una ligera idea de lo que estaba pasando por la mente de la joven―. ¿Por qué?

―No es nada ―intentó cambiar el tema y él lo sabía, pero Deidara era de naturaleza curiosa y ella era alguien fascinante para él―. ¿Ha realizado alguna nueva obra estos…?

―Si no fuese nada, estarías comiendo.

Hinata bajó el rostro despacio y jugueteó nerviosamente con sus dedos. La esperó con paciencia mientras fijaba sus intensos ojos azules en ella, pero perdiéndola de a poco, comenzando a sentir un apuro por escuchar su respuesta que pronto estalló cuando se aclaró la garganta con fastidio y su mano terminó sobre la de Hinata para llamar su atención, en un pequeño gesto que la hizo sonrojar.

Su palma cubriendo la piel tibia de la joven frente a ella cosquilleó un momento, antes de que la retirara.

―Dime ―le ordenó.

―No dejo de ver sus rostros ―soltó finalmente.

―¿De qué hablas? ―suspiró volviendo a comer, intentando que su mano que aún cosquilleaba dejara de tensarse. Debía verse tan patético. Agradecía que Sasori no estuviese ahí para burlarse de él.

―De… de esas personas, durante… durante la última misión…

Si bien Hinata no usaba la capa negra con nubes rojas, Konan la mandaba a distintas misiones en las cuales sus ojos eran útiles. Hacía nueve meses habían realizado una de ellas juntos. Si bien a él no le molestaba si quiera un minuto en su conciencia matar a alguien en combate, y no podía entender por qué eso molestaría a Hinata, solidarizaba con ella. Había hecho algo que evidentemente no deseaba, que no sentía, que no era parte de su actuar. Era tan prisionera como él en esa organización de mierda y por lo mismo la sentía tan cercana.

―¿Qué más da? ―dijo despreocupado―. Eran un problema para la Organización y nos deshicimos de ellos. Lo hiciste bien. Era lo que se esperaba de ti.

―Sí ―asintió Hinata, aunque su rostro reflejaba que no sentía que aquello estuviese bien.

―¿Crees que esas personas hubiesen mostrado piedad de ti si la situación hubiese sido la contraria? ―le preguntó rodando los ojos.

―Sé que me habrían matado ―respondió ella en un suspiro―. Pero aun así, siento que… no tenía derecho de hacer lo que hice.

―En este mundo shinobi, él más fuerte sobrevive y su arte prevalece ―Deidara asintió bebiendo de su plato―. Y tú estás viva. Aunque no lo estarás por mucho tiempo si sigues dudando sobre cada cosa que haces.

―¿No le afecta realizar ese tipo de misiones, Deidara-san? ―dejó pasar que no lo llamara senpai por la triste mirada que le regalaba―. Entrenar tanto sólo… sólo para causar muerte, destrucción y tristeza en otros.

―Yo tengo mis motivaciones para hacer lo que hago ―dijo con confianza―. Mi arte. Creo que tú también tienes algo que amas que te hace dar un paso y luego otro, ¿no? ―Hinata lo miró sorprendida y sus mejillas se volvieron rosa. Deidara sabía que estaba pensando en Itachi y aquello lo irritó―. Aunque tu motivo es una estupidez. A pesar de todo este tiempo, sigues con una venda en los ojos. Hn.

―No lo es ―dijo ella sonriendo con suavidad y dolor. Odiaba ver esa expresión de angustia y anhelo en ella. Sabía que no había visto ni hablado con Itachi en años.

―¿Quieres escuchar algo que quizás te sorprenda? ―rió mientras bebía de su plato―. Dejé mi aldea, a mi equipo, a mi maestro, a mi familia y a todos mis amigos para lograr alcanzar el camino de un verdadero artista. No me arrepiento ni un día de todo lo que hice, ¿Sabes lo que lamento? ―Hinata negó―. Lamento que esa Organización me alejara de mi meta de un arte perfecto y sublime sólo para cumplir con sus tontos caprichos. Aun así, tengo la oportunidad de poder experimentar con mi trabajo y mis obras mientras esté con ellos, además de conocer grandes artistas como Sasori-dana. Creo que… de haber tenido otra opción para hacer las cosas de modo distinto, habría hecho exactamente lo mismo una y otra vez si eso significaba alcanzar mis propios sueños y estar en el lugar en que estoy ahora. Tan… tan cerca…

―Y-yo… no tuve opción. No pude escoger como usted qué camino debía tomar. Un día estaba intentando acertar mi puño suave contra mi hermana y al siguiente firmaba un papel que decía que sería la esposa de un perfecto desconocido. Nadie me preguntó qué era lo que quería. Y tampoco la tuve cuando huimos de Konoha…

―¿Habría cambiado tu vida de haberla tenido? ―Hinata lo miró confundida―. De haber tenido la opción, ¿Te habrías quedado entre los cuerpos de todos los Uchiha en vez de seguir a Itachi?

―Supongo que no.

―Exacto. Habrías seguido a ese sujeto al mismo infierno ―y en cierta forma lo había hecho―. Es tu forma de ser. Tu forma de ser es… Estúpida.

―Tiene razón ―asintió Hinata riendo suavemente―. No soy demasiado brillante, como usted.

―Lo sé.

―Pero... tampoco me arrepiento de ser su esposa.

―¿Esposa? ―Deidara sintió algo molestando en su estómago―. Sólo porque ambos dijeran palabras tontas en una ceremonia no los convierte en marido y mujer ―creyó que Hinata iba a decir algo por lo cual la interrumpió―. Estás arruinando mi cena. Come algo y deja de ser una molestia.

Por algún motivo, verla añorar ese recuerdo le molestaba más que su cercanía con Sasori. Sacudió su melena rubia sabiendo que frente a él había alguien que amaba con tanta intensidad como él.

Deidara amaba sus obras, Hinata amaba a Itachi Uchiha. Y aquello era realmente estúpido.


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Deidara tenía algo agradable que lo hacía una de esas pocas personas en que podía confiar. Antes, su mundo se había resumido sólo en una persona que era su padre, su madre, su hermano, su esposo, su amor y su vida. Todo había girado alrededor de él y a veces pensaba que se había enamorado de Itachi precisamente por ello, porque no había otra opción, todo lo que había en su vida era él. El joven pelinegro que se unió a ella en matrimonio había sido su salvación, su razón para caminar y no mirar atrás, para decirse cada día que debía ser más fuerte, más lista, más capaz y ser digna de él.

No obstante, las cosas habían cambiado bastante. Itachi ya no era la única persona en su vida. Frente a ella estaba quien la hacía sonreír la mayoría del tiempo con sus tonterías y en quien habría confiado su vida. La había salvado tantas veces de situaciones peligrosas, habían compartido tantas veladas hablando sobre todo y nada, que la idea de pasar mucho tiempo sin verlo la entristecía. Deidara había sido la primera persona en su vida que escogió por sí misma para poder llamar amigo, sin importarle las advertencias de Itachi ni el riesgo que implicaba apegarse a alguien tan impredecible.

También estaba Konan, quien se había vuelto una madre, una hermana mayor, su maestra y mayor confidente. Y claro, Sasori, quien a pesar de asustarla un poco solía ser educado e interesante si se le daba el suficiente tiempo para ello. De igual forma, en Amegakure había un puñado de personas más con quienes pasaba algo de tiempo de vez en cuando y que si bien no eran sus amigos, sí se habían vuelto parte de su vida.

Definitivamente, Itachi ya no era la única persona importante para ella y supuso que era natural. Había pasado demasiado tiempo lejos de él, sin saber nada de su paradero, sin escuchar su voz o recibir algún mensaje que le dijera que él la añoraba tanto como ella. ¿De verdad la amaría si podía alejarse de esa forma sin importarle lo que eso le provocara a su corazón? ¿Habría alguien más en su vida en ese momento? ¿Estaría si quiera a salvo esa noche?

Después de tanto tiempo sin verlo, recordar a Itachi hacía que su pecho doliese y había algo en ella que lo resentía por abandonarla, por no escribirle, por no mostrar una sola señal de amarla tal como había insinuado ese día en que besó sus labios con la inocencia de un niño. Muchas noches lloraba en silencio susurrando que lo odiaba por alejarse, por no dejar que ella fuese parte de su vida, por siempre mantenerla lejos y por todos sus silencios. Como resentía esos silencios con olor a mentira, como detestaba tener que imaginarse su rostro y no recordar la manera en que lucían sus ojos negros cuando sonreía. ¿Por qué la había abandonado?

Pero cuando amanecía y el mundo se cubría nuevamente con esperanza mientras aclaraban las sombras, se recordaba a sí misma que el amor entre ellos no podía ser alterado por la distancia, el tiempo o las dudas; debía ser paciente y esperar. Su amor era así de fuerte y debía tener fe en ello. Lo que había entre ambos no era un mero capricho, un acuerdo, conveniencia o si quiera un enamoramiento de adolescentes. Ellos se amaban. Ella lo sentía así, aunque no entendiera la extraña forma en que él mostraba ese amor. Sabía que lo que había entre ambos era indestructible y que el único enemigo que tenían para que ese lazo se rompiera eran ellos mismos. No había espacios para dudas.

A veces, cuando reía a más no poder junto a Deidara, escuchaba la voz aterciopelada de Itachi susurrarle que no fuera ingenua, que tanto él como Sasori eran peligrosos y que darles demasiada información sobre cómo se sentía o lo que pensaba era un error. Pero no podía evitarlo. Ni el duro entrenamiento junto a Konan había logrado aplacar su naturaleza gentil que la hacía cuestionar si estaba bien o no matar a otra persona, si todo lo que estaba haciendo la organización realmente era para un bien mayor, si quizás no habría otro modo de traer paz a ese mundo tormentoso que tantas desgracias había visto ya.

Y aun así ya no era tan ingenua como cuando era tan sólo una niña. Había preguntas en su mente, dudas que le impedían dormir, recuerdos que no encajaban con la realidad, susurros sobre Konoha e Itachi que le daban escalofríos.

―Lo siento mucho ―dijo haciendo de pronto, sabiendo que su conversación seguramente no era un tema muy agradable para alguien que intentaba comer. Deidara hizo un gesto con su mano para que dejara de fastidiar―. Pronto, dejaré de ser una molestia para usted.

―Konan mencionó algo sobre eso ―por un momento, vio una sombra de tristeza en los ojos azules de Deidara, pero pasó en un parpadeo―. Tendrás una nueva pareja y por fin me desharé de ti ―y aunque lo decía con un toque de broma, no pudo evitar sentir que también había algo de cierto en sus palabras―. Espero que no me avergüences.

―Le agradezco mucho todo lo que me ha enseñado ―le dijo con sincera gratitud―. No hubiese logrado sobrevivir todo esto sin su guía.

―Probablemente estarías muerta. Siempre estoy salvándote el trasero ―respondió Deidara riendo divertido―. Soy muy buen senpai.

Extrañaría los viajes con Deidara y Sasori. De todos los miembros de Akatsuki era con ellos con quien Konan la enviaba a diligencias urgentes. Había aprendido un poco del estilo de combate de ambos y sentía verdadera admiración por la terrible fuerza que lograban cuando combinaban sus singulares estilos de pelea. No obstante, lo que realmente extrañaría sería conversar con ambos, sentarse junto al fuego y hablar de sus países, de su arte, de caminar por los largos senderos de los distintos confines del mundo observando el contraste de sus personalidades y ese sentido de familia que había crecido entre ellos.

―Tendrás que acostumbrarte a vivir sin mi arte ―dijo de pronto Deidara con un tono más serio. Hinata subió la mirada―. Espero que puedas soportarlo.

―Deidara-senpai ―dijo quietamente―, ¿No ha pensado alguna vez volver a su país? ―el joven la miró confundido. A veces, como en esa ocasión, sentía que extrañaba algo, o a alguien.

―Hay cosas que debo hacer antes de abandonar la organización ―y aquella mirada melancólica se volvió un tanto más oscura.

Hinata no quiso indagar más en ese asunto. Había cosas de Deidara que no comprendía del todo por más que intentara ponerse en su lugar; silencios que no lograba descifrar y que muy probablemente era mejor no entender. Sintió el súbito deseo de estrechar su mano para decirle que ahí estaba, que seguiría siendo alguien importante para ella aunque no lo viera tan seguido (como ya había sucedido con Itachi), pero le pareció inadecuado. En vez de eso, sólo permaneció en silencio mirando de un lugar a otro, con la ligera sensación de que alguien estaba más atento a ellos dos de lo normal. Lo sabía hacía unos buenos quince minutos pero no había querido alarmarlos, y al parecer, tanto Deidara como Sasori también lo habían notado.

Era un sujeto un tanto silencioso, sentado una mesas más allá, lo suficientemente lejos de ellos como para no ver su rostro. Por su experiencia, cada vez que alguien se encapuchaba era una mala señal, y que él estuviese bebiendo té en silencio, más atento de lo normal a esa conversación que mantenían, no le daba buena espina. Quizás los habían reconocido. En muchos lugares del mundo había libros con las fotos de Deidara y Sasori en ellos. Por otro lado, estaban en el país natal de éste último. En ese lugar el nombre de Akasuna Sasori era reconocido y el precio de su cabeza elevado.

―Senpai…

―Sí. Lo noté.

―¿Hace cuánto?

―Un par de minutos ya. Lo estaba ignorando pero acabo de percatarme que está armado con algo bastante peculiar. Es un shinobi de alto rango ―Deidara metió la mano derecha en su bolsillo y sonrió. Hinata pudo escuchar como la greda era masticada en su palma―. Creo que nos divertiremos un poco.

―Para el éxito de la misión no debemos exponernos. Es mejor que salgamos de aquí ―Hinata iba a ponerse de pie cuando el hombre envuelto en su oscuro manto se retiró de la mesa y se alejó por la puerta de entrada― ¿Senpai?

―Quizás fue por refuerzos.

Hinata activó el byakugan disimuladamente y observó hacia la entrada exterior pero no había nadie ahí. En los pocos segundos desde que el sujeto había cruzado el umbral de la puerta y que ella activase el byakugan, él se había esfumado. Definitivamente, era un shinobi. Uno muy talentoso.

Amplió el campo de visión de su dojutsu concentrándose en ello. Sus ojos eran su mayor orgullo y desde un tiempo hasta entonces había aprendido a utilizarlos con maestría, sobre todo en los largos años de oscuridad en que vagó por el mundo junto a Itachi y Kisame. Diez metros a la redonda: nada, sólo polvo. Veinte metros a la redonda: un par de casas de esa aldea, personas durmiendo en su interior, gente disfrutando de su cena, niños preparándose para ir a dormir. Cincuenta metros a la redonda: Más casas, más de lo mismo. Cien metros a la redonda: Nada, animales nocturnos disfrutando de la oscuridad, huellas en la arena, rastros del oasis en que estaban. Trescientos metros a la redonda….

Ahí estaba, justo a las afueras de la Aldea del oasis, observando hacia el hostal.

Por la intensa oscuridad no distinguía su rostro, ni tenía idea de quién podía ser. No obstante, vio su rastro de chakra a la perfección: poderoso y peligroso. Hacía bastante que nadie la impresionaba de esa manera tan sólo por aquel chakra verdoso que recorría con calma su cuerpo. Estaba parado en medio de ese lugar, como si estuviese esperando que ella lo viera, que lo siguiera, que le preguntara por qué estaba ahí espiándolos.

―Iré por Sasori-dana para encargarnos de este asunto ―dijo Deidara fastidiado mientras se ponía de pie.

―No ―dijo Hinata, no era bueno que llamaran la atención―. Entre ustedes soy la más débil. Nos separaremos y él irá por mí. Y cuando lo haga lo asesinaré. Ustedes deben ser rápidos en caso de que ya haya mandado un mensaje sobre nuestra presencia. Intenten no dejar huellas.

―¿Eh? ¿Me estás diciendo qué hacer? ―le preguntó Deidara molesto y ella se encogió entre sus hombros―. Dejamos cientos de huellas cada vez que queremos que pierdan nuestro rastro, lo sabes. Aunque me fastidia tener que hacerlo, como si estuviésemos huyendo.

―No podemos arriesgar la misión, senpai ―dijo Hinata condescendientemente―. El líder insistió en ello al mandarme con ustedes personalmente a entregar el mensaje codificado sobre las coordenadas de entrada a Sunagakure.

―Que fastidiosa eres ―Deidara lucía poco complacido con lo que ella decía, pero pareció asentir en lo que proponía―. ¿Es fuerte? Hace tiempo deseo un rival fuerte para elevar mi arte a otro nivel. Hn.

―Tiene un chakra impresionante ―eso pareció molestar aún más a Deidara―, pero creo que puedo encargarme de él.

―¿Estás segura?

―Sí ―Hinata se puso de pie esta vez, amarrando el pergamino con sus obras florales a la cintura junto al resto―. Es mejor no llamar la atención o tendremos a todos los shinobis de Sunagakure buscándonos. El líder desea que se realice la misión sin contratiempos.

―Está bien ―a pesar de mostrarse poco confiado en la lógica de Hinata, tan pronto mencionó al líder de la organización terminó por acceder―. Sólo ten cuidado. No estaré ahí para salvar tu trasero.

―Lo tendré.

―Y Hinata ―ella se volteó sobre el hombro y vio algo en sus ojos azules que la hizo sentir el deseo de quedarse―. Nos vemos.

―Sí, senpai. Nos vemos pronto.

Se quedó a un par de metros del Hostal entre la oscuridad de la noche. Cuando sus ojos notaron que tanto Deidara como Sasori abandonaban con una rapidez increíble la aldea sobre una de las obras voladoras del joven, se puso en marcha.

El sujeto no había cambiado en nada su posición, parado ahí en medio del desierto, esperando que ella realizara su siguiente movimiento. Aquello le resultaba extraño, pues sabía que podría haber corrido y él le seguiría, pero no parecía ser eso lo que la postura de ese sujeto indicaba. Más bien, por un momento pensó que al estar parado ahí la estaba invitando a acercarse y eso sólo podía explicarse si él comprendiera a la perfección la manera en que utilizaba su dojutsu.

―Con que me agregaron al libro Bingo también ―susurró con melancolía, comprendiendo que los caza recompensas la estaban buscando precisamente por ello.

Muchas veces le habían dicho el valor que tenía el byakugan. Quizás había mucha gente interesada en ella, incluso miembros de su antigua familia, pues no tenía el sello que destruía sus ojos con la muerte. ¿Cuántas veces había escuchado a Kakuzu hablar del precio que otras naciones pagarían por sus ojos? Quizás su padre mandase a Neji o Ko a matarla si se enteraba de que estaba viva. Nunca pensó que sería bienvenida en Konoha después de lo que Itachi había hecho. De seguro todos creerían que ella también había sido parte del asesinato de los miembros del Clan Uchiha.

Mientras caminaba hacia las afueras de la aldea con su visión en perfecta condición comenzó a notar algo extraño a su alrededor, por lo que decidió que quizás correr ya no fuese una opción. Tenía la extraña sensación de haber vivido ese momento ya antes y que todo era parte de un sueño que se repetía constantemente en su cabeza.

―¿Genjutsu? ―en qué momento si quiera había logrado aquello, no lo sabía. Nadie la había atrapado jamás en un genjutsu, y que se demorara tanto en si quiera notar que mientras se acercaba a él había sido afectada por uno era preocupante. El sujeto debía ser un experto en ese tipo de estilo de comate, alguien que pudiese competir con su byakugan. Y aquello era extremadamente peligroso.

Juntó sus manos en un sello para lograr camuflarse con ninjutsu en el aire, una técnica sencilla que Konan le había enseñado, ideal para asesinar. Si no podía verla, no podría haberla caer en una técnica así nuevamente, aunque le llamaba poderosamente la atención que pudiese afectarla a distancia sin tenerlo cerca.

Entonces se movió con rapidez en dirección a su blanco que se encontraba ya a la vista y sin pensarlo demasiado y con la protección de la oscuridad sobre ella atravesó su cuello con un kunai. Era lo más rápido y sencillo que podía hacer. No tenía tiempo para vacilaciones cuando todo el futuro de la segunda fase de los planes de la organización estaba en juego en ese momento.

El cuerpo del encapuchado cayó con pesadez al suelo.

Suspiró. Sabía lo que estaba por ocurrir incluso antes de que el bulto se cubriera de humo y un tronco apareciera en su lugar.

―Apreciaría que no volvieras a hacer eso.

Un escalofrío la recorrió cuando sintió alguien a su espalda, su mano era sujetada con fuerza en el aire apretando un punto preciso de su muñeca que hizo que el nervio que mantenía apretado para sostener el kunai en su mano cediera y soltara el arma. ¿Cómo sabía donde tocar para que aquello ocurriera como una acción reflejo de su cuerpo? Se habría defendido de no ser por su voz… grave y aterciopelada, tan tan familiar que le causaba escalofríos y un súbito deseo de llorar. Fue como si le susurrara una canción fúnebre al oído que la guiaba a un destino funesto.

―No eres fácil de rastrear.

―Lo mismo digo ―sintió como se le apretaba el pecho y el estómago se le contraía en nerviosismo.

El fuerte agarre se deshizo y le soltó la muñeca pero no se movió. Lo podía sentir respirando sobre su nuca desnuda, como si la estuviese olfateando para así poder rastrearla después mediante el aroma. Por un momento no supo qué hacer, el corazón golpeándole con tanta violencia el pecho que podría haberse quebrado ahí mismo.

―Tres años…

Había pasado tanto desde la última vez que que ni si quiera recordaba su rostro con claridad. Se movió con lentitud, volteando su rostro sobre el hombro para poder verlo.

Había cambiado tanto. Su mirada se había vuelto algo completamente ajeno a lo que había en su memoria… más cansado, más frío, más hombre de lo que creía fuese posible.

―Estás más alta.

―También tú.

Sus ojos aún eran tan negros como la misma noche y habían conservado la misma forma almendrada. Su tez era pálida como la luna y no había color en su rostro aparte de un suave rosa en los labios. Su mirada también lucían confundida y perpleja, como si la estuviese estudiando tanto como ella a él. Seguramente lucía tan distinta para él como él para ella.

―Necesitamos hablar ―le dijo sin perder el contacto con sus ojos haciendo que un escalofrío le recorriera la espalda.

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Nota - Gracias a todos por sus lindas palabras de apoyo a esta obra. Me demoro en actualizar porque he pasado por momentos difíciles estos últimos meses, en el plano emocional. Aquello me dificulta un poco poder empatizar con los personajes, entenderlos y poder escribirlos. En todo caso, empezamos el tercer libro y espero que resulte bien. Les agradezco todos sus comentarios y quedo atenta a preguntas, ideas, sugerencias o críticas. Un abrazo a todos!