SEGUNDO ACTO

PELIGROSA

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She's a lot like you
The dangerous type

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Sasuke estaba acostumbrado a caminar solo. Había sido así toda su vida. Cuando era un niño, que pasaba la mayoría del tiempo corriendo de un lado a otro por el barrio Uchiha, el resto de los niños del clan se alejaba de él porque era el hijo del líder. Cuando su hermano se unió a ANBU pasaba la mayoría del tiempo solo, mirando los rostros sin acercarse a nadie, demasiado enfocado en volverse más fuerte para que así su padre lo reconociera con orgullo como su hijo. Cuando estaba en la academia recorría los pasillos sin nadie, porque la mayoría de sus compañeros no se le acercaba. Tampoco lo invitaban cuando los chicos de la clase iban al parque a jugar. Lo creían arrogante, antipático y soberbio. Quizás así fuese.

Las circunstancias habían cambiado una fatídica tarde, cuando su padre le comunicó que desde ese día en adelante debía acompañar a la esposa de Itachi cuando fueran a la Academia Shinobi y asegurarse de traerla de vuelta a casa a salvo. Reclamó hasta la hora de la cena en contra de aquella arbitraria decisión, regañando por los pasillos de su casa ante todos esos cambios que estaba comenzando a odiar. ¿Por qué esa niña tenía que estar ahí? ¿Por qué se había casado con su hermano? Sinceramente estaba confundido e irritado con todos los acontecimientos que ocurrían y que nadie se molestaba en explicarle.

Su madre se acercó a él cuando lo vio sentado en el corredor protestando en contra de la jovencita que se había infiltrado a su casa. Se sentó junto a él y lo escuchó reclamar, para luego poner su delicada mano sobre la cabeza de Sasuke. Podía recordar la calidez de su sonrisa cuando lo miraba y le explicaba que Hinata, la esposa de Itachi, ahora también era su hermana y que por lo tanto debía cuidarla. Eran familia, y por ello, debían protegerse, apreciarse y quererse. Casi podía escuchar lo que su madre había dicho antes de desaparecer por el pasillo.

Sus destinos están conectados. Siempre será así.

Durante los meses que siguieron al matrimonio entre su hermano mayor y la heredera de los Hyūga su pobre opinión sobre la niña no cambió. Para él, Hinata era una intrusa, desconocida y tonta chica, que con algún oscuro y secreto propósito se había escabullido a su hogar para intentar robarse el afecto de Itachi. Por mucho que su madre le pidiese que fuese amable con la pequeña, su actitud no parecía cambiar hacia la entremetida roba hermanos.

¿Por qué tiene que estar aquí? ¿Por qué no la mandan de vuelta con los Hyūga? ¡No me gusta tener que ir con ella a la Academia y que las personas nos miren raro!

Hinata-san es la esposa de Itachi y eso la convierte en tu hermana. Intenta conocerla un poco más, te aseguro que te agradará. Es una chica muy amable.

Es una niña tonta, tonta, tonta y la odio. Siempre la odiaré.

Sus destinos están conectados. Algún día la vas a querer tanto como a Itachi.

¡Eso nunca! Es una entrometida y espero que se vaya de una vez por todas.

Cuando comían juntos no le dirigía palabra ni le hablaba, sólo la miraba con su mejor mueca para demostrarle que no le agradaba que estuviese ahí. Incluso intentaba acercarse a Itachi todo el tiempo y no dejarlos solos. Caminaba dos o tres pasos más adelante de ella, acelerando la marcha cuando sentía que la pequeña quería caminar a su lado, avergonzado y humillado de tener que ser la niñera de una niñita mimada del clan Hyūga. Definitivamente no era su hermana y caminaría tan lejos de ella como pudiese, porque él, Sasuke Uchiha, no sería engañado por la mirada tierna y la dulce voz de aquella tonta, tonta Hinata.

Hinata-san es mi esposa. Debes respetarla y apreciarla. Ahora es parte de nuestra familia. Intenta ser amable con ella.

¿Por qué tenían que casarse? ¿Por qué tiene que estar acá? ¿Y por qué tengo que ser yo quien camine hasta la Academia con ella? Es tan rara.

No lo es. Es una niña muy agradable. Cuida de ella mientras estén juntos. Tú eres más fuerte y valiente. Protégela en la Academia en mi lugar.

Lo intentaré nii-san…

Y ahí, ocho años después, mirando de reojo a aquella mujer que caminaba a su lado, pensó en lo mucho que habían cambiado las cosas desde que ambos eran niños y él deseaba caminar tan lejos como pudiese de ella, pero se veía obligado a cuidarla porque tanto su padre como Itachi se lo habían pedido.

Detestaba caminar contigo ―pensó con aversión―. Y ahora, la idea de no hacerlo…

El pecho se le oprimió con una extraña aflicción al imaginarse solo nuevamente. Había peleado tanto tiempo para eliminar cualquier lazo que lo volviese débil y vulnerable, que notar que aún no lo había logrado lo llenaba de frustración. Al verla tan regia y serena entre los árboles del País del Fuego, la deseaba consigo, no sólo por lo que durase lo que debían hacer, sino permanentemente. Un sentido de necesidad que ni si quiera sabía existía en él emergía con su suave presencia.

Ya no caminaba atrás de él, sino que lo hacía a su lado. Ya no era pequeña, frágil y débil, de hecho, estaba casi seguro que lo igualaba en fuerza. La joven era hábil y peligrosa, lo sabía porque la había estudiado y buscado por mucho tiempo. Los shinobis más letales de las cinco naciones la habían entrenado con un único propósito: matar personas. Hinata no era un shinobi de rastreo como Karin, o un ninja médico como Sakura… Hinata era una asesina, como Kakashi o su propio hermano.

Si de verdad vas a insistir en buscarla ten algo presente ―había dicho Kabuto al darle la información sobre el paradero de los miembros de Akatsuki que podrían encontrarse con ella―. Es tan fuerte como cualquiera de esos sujetos. No confíes en su aspecto dócil e inofensivo. Es peligrosa.

Y a pesar de ello, no se sentía en peligro cerca de la joven. Por la forma en que hablaba, en que lo miraba y en que se movía cuando estaba cerca, tenía seguridad que Hinata no intentaría lastimarlo. Era extraño, pero no percibía un instinto asesino provenir de ella. Si no hubiese sabido exactamente quién era y lo que había hecho los últimos meses, habría pensado que Hinata Hyūga ni si quiera era una kunoichi; era delicada para hablar, sus facciones suaves y armoniosas, su tono de voz demasiado dulce y hasta su mirada estaba llena de compasión cuando dejaba de mostrarse fría y desconfiada. No era violenta como Sakura, ni manipuladora como Karin o coqueta como Ino. Si la comparaba con todas las otras kunoichis que conocía, ella no encajaba en ningún molde.

Huele a flores ―pensó al percibir el olor a lavanda que desprendía su ropa. Aquello llamaba enormemente su atención―. Quizás eso la hace peligrosa. No luce como una kunoichi… no actúa como una tampoco. Eso la vuelve impredecible.

Ni si quiera vestía como un shinobi, sino que su ajuar era femenino y simple. Usaba una apegada blusa blanca de hilo que no dejaba demasiado a la imaginación y que se cerraba en lo alto de su cuello con un llamativo botón blanco en forma de flor. Vestía calzas negras apretadas que la cubrían hasta los pies, en los cuales usaba botines negros y cortos. No había patrones de ningún tipo en la tela, todo era liso y elegante, dándole un aire bastante distinguido. Lucía mayor que cualquier chica de su edad. Casi una mujer.

Medía menos que él, lo cual la hacía ver pequeña y agraciada. Sus proporciones eran armoniosas, lo cual seguramente le facilitaba el movimiento a la hora de pelear mano a mano. Aún así, era una de las mujeres más voluptuosas que hubiese visto. De hecho, comenzaba a preocuparle que su estilizado aspecto llamara más la atención de lo que hubiese deseado.

Sin dudas lo más inusual en ella ―además de sus ojos color luna― era su cabello azulado, o al menos eso pensaba Sasuke. Lo traía recogido en una coleta alta, que caía por su espalda, mientras que gruesas hebras de cabello perfilaban su rostro. Aún tenía el flequillo que usaba siendo una niña, dándole un aspecto inocente que se contrastaba con el resto de su cuerpo. Extrañamente, no portaba consigo nada que la identificara a un país, ni tampoco esas capas negras con nubes rojas como todos los miembros de Akatsuki. Lo único que tenía que podía revelar su identidad era un maltratado portaherramientas con el símbolo de Iwagakure atado alrededor de su cintura en un cinto de seda negro.

Fue precisamente donde los ojos de Sasuke fueron a parar.

―¿Por qué llevas eso en la cintura? ―le preguntó sin dejar de caminar y volviendo a fijar la vista al frente―. ¿Estuviste en Iwakagure?

―¿Esto? ―le indicó Hinata, mirando el portaherramientas.

―Sí.

―Fue un presente ―la joven se encogió de hombros un tanto incómoda.

―¿Quién te daría algo así? ―no fue inadvertido para él que sonreía.

―Un amigo. Hace algún tiempo, e-en mi primera misión.

Aquello lo encrespó. No sabía por qué. Le irritaba pensar que Hinata tuviese amigos. No era que se sintiera celoso ni nada por el estilo, sino, que durante los últimos tres años de su vida había carecido por completo de ese tipo de relaciones mientras que ella paseaba por el mundo junto con criminales a quienes ahora llamaba "sus amigos". Sí, él también se había involucrado con el peor tipo de personas desde su huida de Konoha y había hecho cosas deplorables para sobrevivir, pero nunca habría llamado a ninguna de las ratas de Orochimaru su "amigo". Había vivido solo y carente de cualquier lazo que lo uniera a personas. Que ella hubiese experimentado una ruta agradable para adquirir el poder que ahora poseía lo hacía sentir un cierto amargor.

―¿Uno de esos sujetos con los cuales se involucra Itachi? ―le preguntó con resentimiento, disimulado de frialdad.

―Sí.

―¿Esas personas, son tus amigos?

Hinata subió el rostro y miró las ramas de los árboles. Su sonrisa era honesta y emanaba un aire de gratitud y alegría. Evidentemente estaba pensando en esos sujetos, lo cual lo fastidió. ¿Cómo podía poner ese rostro al recordar asesinos, psicópatas y ladrones? Eran basura humana, cada uno de los miembros de esa organización, y sin embargo por la manera en que se veía, Sasuke podría haber jurado que sentía cariño hacía esas lacras.

―Creo que sí ―respondió finalmente―. Sí. Lo son.

―Son peligrosos Hinata ―dijo con severidad.

―Así es ―respondió con seriedad―. Son muy fuertes.

―¿Sabes la clase de shinobis que son, verdad?

―Sí.

―¿Y eso no te importa? ―la cuestionó Sasuke sin mirarla―. ¿No te molesta estar con gente de ese tipo?

―¿A qué te refieres?

―Son criminales ―movió la mirada hacia ella sin detenerse―. ¿Sabes el tipo de cosas que han hecho?

―Las he leído en el libro Bingo.

Su insensibilidad ante el tema lo perturbaba. ¿Dónde quedaba esa joven gentil y amable que recordaba de la infancia? La Hinata que él conocía se habría espantado al escuchar algo así y le habría dicho que era un mentiroso. En cambio esa joven parecía tan calmada y lejana como si estuviesen hablando de algo tan insignificante como el clima.

―No deberías seguir con ellos ―volteó el rostro hacia Hinata quien lo miraba un tanto extrañada―. No pongas esa cara. Sabes cuales son mis intenciones contigo.

―¿Y cuáles son esas intenciones?

―Quiero que abandones Akatsuki ―Hinata no pareció reaccionar ante su petición―. Conmigo estarás a salvo de esas personas.

―Orochimaru también ha cometido crímenes horribles y actos de extrema crueldad ―una expresión gélida lo escrudiñó―. Intentó matarme antes de abandonar Akatsuki.

―¿Matarte? ―no estaba enterado de eso, por lo cual su sorpresa fue genuina―. ¿Sabes el motivo de ello?

―Quería el cuerpo de Itachi-san y creyó que podría negociar con él amenazando mi vida ―la mirada de Hinata tomó aún más gravedad―. Creo que sabes que también es eso lo que desea de ti. Está obsesionado con el sharingan y para utilizarlo él debe…

―Contar con el cuerpo de un Uchiha ―Sasuke no se inmutó, ya sabía de eso. Era el precio que había aceptado pagar a cambio de que lo pudiese entrenar durante aquel tiempo―. Lo sé.

―¿Entonces por qué aceptaste ir con él?

―Era el único que podía darme lo que necesitaba en ese momento.

―Te matará cuando tenga la posibilidad de hacerlo ―el tono en Hinata era formal y lejano. No parecía estar preocupado, sino que se lo decía como advertencia―. Ten cuidado.

―No lo hará ―respondió con firmeza y confianza―. Lo mataré antes de que eso ocurra ―ni si quiera sentía culpa en decirlo―. He alcanzado un punto en que puedo vencerlo. No te pediría que vinieras conmigo si planeara quedarme con él.

Hinata se mantuvo en silencio y sus nacarados ojos volvieron a mirar hacia las ramas de los árboles. La luz del sol caía sobre ellos bailando entre las hojas. Con esos tonos de dorado resplandeciendo en su cabellera azul, Hinata parecía una verdadera princesa ancestral de las historias de samuráis esperando encontrar a un guerrero desprevenido para robarle el corazón o matarlo.

Fue en ese momento que Sasuke sintió algo extraño y entrecerró los ojos. Tenía la impresión de haber vivido eso, o quizás, haber visto esa imagen antes. Estaba casi seguro de ello…

El templo…

No había vivido eso antes, sino que había visto algo parecido. Una mujer con los ojos de luna y cabellera blanca y cuernos en su frente que la hacían lucir como un demonio. Su ropa era blanca, como la de Hinata, y tenía ese mismo semblante imperturbable y digno. La había visto dibujada en las paredes del templo con ropas ancestrales y símbolos que no comprendía de un idioma quizás perdido a través de los siglos. Una doncella, una princesa o quizás una diosa. No estaba seguro de quien se trataba, pero Hinata tenía un aire a ella que se le hacía innegable.

Las palabras de su madre comenzaron a resonar en su mente en ese momento. Algo lo unía a Hinata, independiente a su matrimonio con Itachi. Era como si entre ellos hubiese un lazo, o quizás, algo pendiente de hacía mucho tiempo atrás, en un lugar muy lejano a aquel.

―¿Qué te hace creer que no intentarán matarte como lo hizo Orochimaru? ―le dijo finalmente, odiando la idea de que alguien más la hubiese entrenado en las artes de matar a otros exclusivamente para manipularla y abusar de su fuerza―. ¿O que te estén usando para que puedas seguir realizando sus crímenes por ellos?

―¿Matarme? ¿Usarme? ―lo cuestionó con suavidad, en un tono más gentil que antes―. Eso no debiera importarte.

Sasuke la observó sólo un momento y miró en frente. Hinata tenía razón, ¿Por qué habría de preocuparle lo que le ocurriera ahora? Su pregunta lo molestó porque sinceramente no tenía una respuesta demasiado clara. O quizás sí… quizás lo sabía y saberlo le molestaba aún más.

Pero me importa, maldita sea. Tú me importas.

Hinata era el único miembro de su familia que aún vivía y que no deseaba matar. Había sufrido por ella cuando la pensó muerta. Se había culpado a sí mismo por no insistir que se quedara con él ese día entrenando para el examen de shurikenjutsu creyendo que lo atrasaría en su propio progreso.

Cuando enterraron los restos de Hinata junto a sus padres en el cementerio de Konoha, derramó lágrimas por todos ellos. Muchas veces se encontraba solo en ese lugar pensando cuanto la extrañaba y cuanto se había acostumbrado a ella en esos meses que habían vivido juntos. La añoraba en su soledad, la imaginaba ahí con él, la necesitaba cuando el peso de aquella tragedia se hacía demasiado pesado para sus hombros.

Todos esos años después de su encuentro había planeado ubicarla, salvarla de Itachi y convencerla de la verdad sobre esa noche. Si bien podía llevar a cabo su venganza por sí mismo, no estaría completamente satisfecho hasta abrirle los ojos y hacerla ver lo que realmente había ocurrido esa noche. Hinata era su hermana, quizás no por sangre, pero si ante los dioses. Sus padres la habían elegido para formar parte de su familia y eso era para él. Hinata era una Uchiha, no una Hyūga. Pertenecía con él, no con Itachi.

―Sólo te están utilizando y eres demasiado estúpida como para darte cuenta ―dijo con rudeza, deteniéndose―. Todas esas personas sólo te tienen cerca porque necesitan algo de ti, no por amistad ni lealtad. No por cariño.

―Lo sé ―Sasuke la observó extrañado―. Siempre lo he sabido.

―¿Entonces por qué sigues con ellos? ―Hinata no respondió y bajó el rostro con algo de melancolía― ¿Por qué? ―insistió queriendo zamarrearla para que lo mirara, para que entrara en razón―. ¿Tienes miedo de que intenten asesinarte si los abandonas?

Sasuke se detuvo antes de que más palabras se le escaparan. Quiso pedirle que se quedara con él y que de una vez por todas dejara de vivir en esa burbuja imaginaria en donde Itachi era un ser gentil que la había salvado esa noche. Él sabía que no era así y estaba seguro que podría demostrárselo cuando llegaran a Konoha. Akatsuki la estaba empleado para cometer crímenes que seguramente ella llevaba a cabo sólo por lealtad y gratitud, pero con un peso en su conciencia. Lo entendía, porque algo similar había ocurrido con él mientras Orochimaru lo tenía como lacayo.

La observó directo a los ojos queriendo decirle que nunca dejaría que nadie la lastimara, que la protegería de Itachi, de Akatsuki o cualquiera que quisiese emplearla como un arma. Si permanecían juntos podía cuidar de ella e intentar devolverle la vida que Itachi les había robado a ambos. Él la salvaría, le devolvería su gentil sonrisa, la ayudaría a recuperar todos esos años que había perdido sumida en miseria y soledad. Para Sasuke, Hinata no era un objeto para usar y desechar, era la única que quedaba en ese mundo que sabía exactamente la manera en que se había roto su corazón después de la horrible tragedia que había arruinado la vida de ambos.

Alguna vez le había gritado a Naruto que él nunca entendería cómo se sentía porque no había tenido una familia, no sabía qué significaba perderlo todo. Por ello, nunca podría comprenderlo ni ponerse en su lugar, mucho menos ayudarlo. Pero Hinata, ella lo sabía. Ella había perdido lo mismo aquella noche. Creía que quizás sólo con ella cerca podría comenzar a encontrar algo de paz después de matar a Itachi, porque ella entendía lo que sentía. Ella también lo experimentaba. Lo había vivido desde que a los ocho años su mundo había sido destrozado.

Cuando al encontrarla le dijo que la necesitaba porque era la única que podía ayudarlo no había mentido. Era la única persona que no podía permitirse perder. Itachi le había quitado a todos, pero aún podía recuperar a Hinata.

―Anochecerá pronto ―fue la suave respuesta de Hinata, quien siguió caminando dejándolo con todas esas palabras atoradas en su boca―. Busquemos donde dormir.

―Hinata ―la joven se volteó lentamente con una melancólica expresión―. No dejaré que Itachi te vuelva a lastimar.

―Cuando encontremos el pergamino, yo volveré con él ―le dijo con lentitud y suavidad.

―¿Por qué harías eso? ―Sasuke frunció los labios intentando controlar la frustración que sentía―. Después de todo lo que nos ha hecho, ¿Por qué volverías con él?

Sasuke no necesitaba una respuesta. Había visto la misma patética y estúpida mirada cientos de veces en Sakura. Era una expresión melancólica y abnegada que se oculta con la suavidad de la esperanza pero que se quiebra lentamente. Había visto esa mirada la noche en que abandonó Konoha y Sakura le suplicó que no lo hiciera.

Hinata amaba a ese sujeto.

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El agua fría del estero refrescó su garganta. Aprovechó de llenar la cantimplora mientras se mojaba el rostro y el cuello. Cuando estaba en una misión se beneficiaba del sigilo de la noche para pensar y asearse, se había vuelto una costumbre para él hacerlo. En ese preciso momento debía repasar los pasos a seguir durante las próximas horas. Entrar a Konoha no era un juego y estaba al tanto del peligro que ello significaba.

Había puesto trampas para capturar algún pez y poder comer algo. Era bastante simple hacerlo, sólo se necesitaba hilos invisibles y algunas varas de aquellas que crecen en las orillas de los ríos. Shisui le había enseñado ese eficaz método para pescar cuando era sólo un niño. Recordaba lo brillante que su primo mayor había sido en cada una de las cosas que intentaba y que aún así, nunca le dio la razón cuando insistía en que era más fuerte que Itachi.

Como me hubiese gustado que lo hubieses sido… Quizás todos estarían vivos ahora.

Pensar en su primo revolviendo su cabellera negra con una sonrisa de oreja a oreja le oprimió el pecho. Muchas veces pensaba en Shisui y lo lastimaba tanto como recordar a sus padres. Al igual que ellos, el joven había sido traicionado por quien más confiaba. De lo contrario, no estaba seguro de que Itachi hubiese sido capaz de eliminarlo sin dejar rastros de su crimen ni huellas del combate en sí mismo. Por eso lo había hecho antes de matar a todo el resto, porque estaba seguro de que Shisui se habría opuesto a sus macabros designios y quizás lo habría podido detener.

Cuando tres peces cayeron en la trampa los atravesó con una de las varas y se levantó desde su posición. Si bien deseaba poder comer algo esa noche, tampoco estaba muriendo por ver a Hinata, más que nada, porque no sabía qué decirle. En tantos sentidos eran extraños el uno del otro. Si bien habían pasado un par de meses juntos durante la infancia y eran familia, hacía más de ocho años que no sabía más de ella que los rumores que Kabuto y hasta Orochimaru le dejaban saber. A veces se preguntaba si otras personas aparte de ellos estarían al tanto de la existencia de la joven. Probablemente no, ya que al igual que él, habrían mandado shinobis en su búsqueda, sobre todo al ser la hija mayor de Hiashi Hyūga.

Caminó un tanto ansioso hacia el claro entre los árboles que habían escogido para dormir. Aún estaban lo suficientemente lejos de Konoha como para no llamar la atención en caso de querer prender fuego. El lugar en medio del bosque se encontraba cobijado por una colina lejana que impedía que soplara con fuerza el viento de otoño.

Cuando estuvo a unos veinte metros de Hinata comenzó a caminar un poco más despacio evitando meter ruido, pensando con cada paso la manera en que se aproximaría a ella para decirle todo lo que se había guardado hasta ese momento, sus planes, sus deseos, sus peticiones y exigencias. Era difícil para él hablarle a los demás, pues había aprendido a esconder todo lo que sentía y pensaba desde que era un niño pequeño. Había pasado tanto tiempo en completa soledad desde la muerte de sus padres que se tornó un chico silencioso, taciturno y huraño. Era la manera en que se acoplaba a ese mundo que tanto le había quitado. No podía remediarlo y saber que seguramente estaba siendo alguien desagradable con ella lo llenaba de ansiedad, algo que jamás le había ocurrido, ni si quiera con Naruto o Sakura. No era como si quisiera ser un perfecto caballero, pero sabía que tampoco podía tratarla como al resto. Le debía a su madre tratarla con cuidado y amabilidad, tal como se lo había pedido tantas veces.

Se cobijó entre las sombras de los árboles y la miró en silencio intentando decidir qué hacer. Junto al fuego se veía melancólica y seria, hasta fría. Podía notar que había algo que la acongojaba profundamente y que no le permitiría ver si estaba cerca de ella. Su tristeza palpable la hacía lucir extrañamente bella, como su madre cuando en silencio veía como Itachi y Fugaku se alejaban uno del otro. Esa jovencita era todo un enigma para él y nunca una chica llamó más su atención. Era un misterio para él cómo tratarla, cómo hablarle y qué cuidados tomar cerca de ella. ¿Debía tratarla como lo habría hecho con Sakura? ¿O más bien como lo hacía con su madre? No estaba del todo seguro.

De pronto notó algo que llamó su atención. Frente a Hinata había tres hojas secas que en un comienzo no percibió pero que ahora veía con claridad. Las hojas bailaban en círculos una al lado de la otra, girando y retorciéndose mientras Hinata las miraba atentamente. Era como si ella estuviese manipulando el movimiento de éstas.

―¿Sasuke-kun? ―lo llamó de pronto sin voltear el rostro y las hojas cayeron suavemente sobre el pasto como plumas―. ¿Sucede algo?

Rayos ―pensó Sasuke recordando que ella portaba un dojutsu que le permitía ver a distancia. Alguna vez había visto a Neji Hyūga utilizándolo con una maestría que le causó escalofríos.

―Cenaremos peces ―respondió nervioso, intentando que no se notara su ansiedad.

Se acercó a la fogata y puso con algo de torpeza los peces junto al fuego para que recibieran el humo y el calor. Así los comía siempre, sin preparaciones lujosas ni aliños. No tenía tiempo para eso.

―¿Necesitas ayuda? ―le preguntó Hinata aún sentada en el mismo lugar, con la mirada perdida entre las llamas―. ¿Quizás limpiarlos antes de cocinarlos?

―¿Tienes experiencia en ese tipo de cosas?

―Un poco ―Sasuke subió una ceja, le costaba imaginar a Hinata cocinando―. Por lo general me toca llevar lo que comeremos cuando tengo algún tipo de misión con alguien más.

―¿Así que… tú le haces comida a esos sujetos? ―no entendía por qué alguien tan peligrosa como ella se preocuparía de algo tan insignificante como la comida.

―Cuando no tengo más obligaciones ―se encogió entre sus hombros, evidentemente incómoda―. Ayudaba en la cocina de la organización algunas veces y después repartíamos comida a las personas de Amegakure. Aprendí a cocinar en mis tiempos libres gracias a ello.

Sasuke podía imaginárselo, a Hinata, cocinando para esos monstruos despiadados. La imagen le revolvió el estómago. Asimilaba la cocina a un gesto de amor y ternura, como cuando su madre lo esperaba con sus onigiris favoritos al llegar a casa. Con una sonrisa le indicaba que se lavara las manos mientras ella cocinaba algo por aquí y limpiaba otra cosa por allá. Podía entender ahora, después de pasar tanto tiempo comiendo basura, todo el amor que su madre había puesto en cada plato caliente que lo esperaba cuando llegaba de la academia.

Sintió que el corazón le palpitaba con fuerza producto de la ira que comenzaba a controlar.

―¿Por qué te uniste a Akatsuki? ―le preguntó arrastrando las palabras con amargura―. ¿Te obligaron?

―Nadie me obligó.

―¿Entonces?

―Necesitaban mi byakugan ―respondió ella sin mirarlo, sin pestañar, tan lejana que dolía.

―¿Para qué?

―No debo hablar de eso ―dijo serena, juntando sus manos sobre el regazo.

―No se lo diré a nadie.

Hinata pareció pensarlo un segundo que se le hizo eterno. Podía incluso escuchar a los grillos nocturnos cantando sobre el crujido de la madera quemándose.

―Mi misión era localizar a Orochimaru ―dijo finalmente―. Debía indicarles a mis compañeros el lugar en donde se encontraba dentro de los refugios subterráneos en que se escondía.

―Orochimaru sigue vivo ―dijo Sasuke mirándola confundido―. ¿Por qué permaneciste con ellos si no pudiste cumplir con ese objetivo?

La observó en silencio esperando una respuesta, escuchando como las ramas se quemaban lentamente. Hinata subió el rostro, indecisa, y le regaló una mirada llena de tristeza. No entendía por qué tenía esa expresión en los ojos pero pronto sintió la misma angustia que experimentó cuando la vio por primera vez después de creerla muerta. ¿Por qué le hacía eso? ¿Por qué tenía que mirarlo con el corazón roto entre sus manos? Él estaba en paz cuando pensaba que estaba muerta y ahora vivía en un mundo de agonía al saber que ambos habían tenido que compartir ese mismo infierno por ocho años sin poder consolarse.

―Por ti ―Sasuke frunció las cejas en frustración, apretando la mandíbula―. Tú estabas con él. Si Akatsuki encontraba a Orochimaru, inevitablemente también te…

―Cállate ―la interrumpió, apretando el puño, sintiendo como toda la frustración de años se contenía en éste.

Sasuke se puso de pie y se alejó lo más rápido que pudo.

Estaba comenzando a comprender por qué esa chica que lucía inofensiva era tan peligrosa para él.