SEXTO ACTO
ESPERANZA
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La mirada opalina de Hinata se encontraba enfocada hacia la nada, vacía, quebrada y pequeña, parada en medio de lo que alguna vez había sido el patio interior de la casa de la familia Uchiha. Para ser alguien tan peligrosa, lucía indefensa, como un gatito perdido tambaleándose bajo la lluvia, desorientada sobre el tiempo transcurrido, el día en que se encontraba, así como el lugar.

Estaba demasiado adolorida para importarle encontrar las respuestas que la trajeran de vuelta a la realidad, mientras las gotas se resbalaban por su piel y el aliento entrecortado le salía en forma de vapor por los labios. Estaba exhausta. Estaba tan cansada que podría haber cerrado los ojos y perdido la consciencia, rendida por fin ante el peso de todo aquello que llevaba en sus hombros durante esos años de soledad y tristeza.

Una gran mancha roja impregnaba la tela blanquecina de su camisa apretada de cuello cerrado, indicando justo el lugar en donde Sasuke la había atravesado limpiamente con el acero. Por un momento sintió la necesidad de apretar esa zona que ahora comenzaba a punzar intensamente.

Y no era sólo su cuerpo el que punzaba de dolor. Se sentía tan desgastada que sus piernas cedieron y terminó arrodillada sobre el largo césped que nadie había cuidado durante los años de abandono que la casa había sufrido. Y ahí permaneció, con las manos apoyadas en el suelo, sin la fortaleza suficiente para poder ponerse de pie, dejando que la lluvia la emparara y se llevase consigo el malestar que sentía.

¿Cuánto de sí misma había perdido durante esos años de deambular hacia ningún lado, acompañada realmente de nadie? ¿Había algo que podía conectarla con la persona que había sido y que Sasuke había inquirido observando en sus memorias? En ese momento al menos, en medio de un sueño y una pesadilla, no hallaba algo que le permitiese encontrar un poco de paz en medio del torbellino de recuerdos que la atormentaban. Sasuke había hurgado en un lugar que pensó olvidado, enterrado por años de entrenamiento, oculto bajo la venda que Itachi ponía sobre sus ojos al caminar de aldea en aldea en oscuridad.

Sus gestos denotaban lo exhausta que estaba, entumecida, desmoralizada y deshecha, no por el dolor en su torso herido o la falta de alimentación adecuada, la pérdida de su chakra, el poco descanso o si quiera por haber tenido que revisitar esos dolorosos lugares perdidos en su memoria, sino por lo cansador que era para una persona haber cargado todo aquello que él había visto, en silencio, durante los últimos nueve años de su vida.

El Sharingan era un arma shinobi asombrosa y muy aterradora. Comprendía por qué tantas personas la deseaban cuando en un par de horas había conseguido destrozar algo que nunca nadie había quebrado, ni si quiera su padre.

Su esperanza.

Aun arrodillada, notó que a pesar de todo, no lloraba. Ya no había nada más dentro de ella que le diese si quiera fuerza para poder llorar. No había lágrimas mientras la lluvia la mojaba, sólo esa melancólica sensación de soledad y futilidad, de avanzar hacia la ruina, de buscar desesperadamente algo para seguir adelante. Fuese lo que fuese que le permitiera dar un paso detrás del otro hacia un lugar donde quizás, un día, la lluvia se detuviera.

Dejó que el agua la mojara, como si deseara limpiarse y deshacerse de aquello que la torturaba. Bajó el rostro para observar sus manos, limpias, que cuando pequeña se habían llenado de heridas al intentar aprender el puño gentil y que los últimos años se llenaban de sangre cuando asesinaba en silencio. Usualmente ignoraba esa parte de sí con una sonrisa servicial, dispuesta a mostrar su valía, de avanzar en pos de sus nuevos ideales que manchaban su consciencia de sangre. Pero ahora, sólo deseaba cerrar los ojos y desaparecer. Esas emociones la hacían sentir nuevamente como una niña perdida e indefensa.

Miserable.

Arruinada.

Sintió algo sobre los hombros. Algo que la cubría.

Era cálido, la protegía de la lluvia dejando que su piel helada se protegiera de el peso de su consciencia.

Olía a Sasuke.

No se movió. En cualquier otra ocasión se habría alejado en silencio para apartarse de una cercanía inadecuada e incómoda. No obstante, estaba tan agotada que ni si quiera tenía fuerzas para reclamar la cercanía con que Sasuke la protegía de la lluvia e intentaba consolarla en un silencio tan frío como ese día.

Él no dijo palabra mientras la ayudaba a ponerse de pie. Ella le permitió que la llevase hasta un lugar seco, más cálido, en donde quizás pudiese dejar de temblar en su desesperada soledad que hacía tanto nadie lograba traspasar.

Sus ojos se cruzaron entonces. Ya no había odio en él al observarla. No la veía de la misma forma recriminadora, exigiendo saber las razones de su comportamiento. Al contrario, quizás fuese el cansancio que ambos experimentaban al haberse enfrentado por horas en un duelo de la mente a través de sus dojutsus, pero Hinata podría haber jurado que veía tristeza en él.

Una miseria compartida. Un deseo profundo de que aquel día de luna llena en que todo el barrio Uchiha fue teñido de carmesí, no fuese más que un sueño lejano.

―¿Encontraste lo que buscabas? ―le preguntó Hinata subiendo suavemente sus ojos blancos hasta encontrarse con los negros de Sasuke que la observaban con apatía.

―Lo hice ―y mientras la depositaba en el suelo de la cocina, el único lugar de la casa que parecía no estarse goteando arruinado por el tiempo y el descuido, susurró mirándola con la misma mirada perdida que se reflejaba en ella―. Y desearía no haberlo hecho.

No dijo nada más por un buen rato. Y ella tampoco.

No había necesidad de seguir hablando cuando Sasuke había visto sus memorias, sus recuerdos, sus secretos y sus dolores. Él no tendría una palabra para consolarla y ella no tenía la capacidad de perdonar lo que acababa de hacerle. Después de tanto entrenar para volverse como Deidara, Konan o Itachi, se daba cuenta que también en eso había fallado. No podía ocultar sus sentimientos y eso la hacía débil.

―Eras tan pequeña ―la voz de Sasuke le llegó como una bofetada que la hizo sacudir en una mezcla de pudor y tristeza.

Experimentó la sensación de que se le cerraba la garganta al saber que ese momento tan íntimo y al mismo tiempo aterrador, había sido observado por alguien más. No tenía derecho alguno de violar algo tan privado e íntimo de su vida, no sólo para ella sino que también para Itachi, algo que sólo pertenecía a ellos y que habían guardado como el más sagrado de los secretos a través de la promesa de estar juntos como esposos.

Pero no tenía fuerzas para reclamar, pelear o exteriorizar lo ultrajada y mortificada que se sentía. Despegó sus labios, pero no pudo hablar. La respiración le salía entrecortada, ansiosa y demasiado frágil para conseguir decir algo que en ese momento tuviese sentido.

Y luego, simplemente dejó de sentir. Estaba tan agotada que ya no tenía si quiera fuerza para que le importara sentir humillación, vergüenza o dolor. Ya no le importaba que Sasuke hubiese visto a esa niña que alguna vez había sido, vulnerable y asustada, que no se sentía lo suficientemente digna para que alguien la amase.

¿Por qué se sentía tan vacía?

Quizás estaba vacía desde el momento en que las personas que debieron amarla con todo su corazón no lo habían hecho, entregándola a un extraño como su esposa. Un hombre a quien no veía en más de tres años y que la había dejado abandonada en medio de criminales. Si lo pensaba así, era una estúpida por amar a alguien como Itachi Uchiha, tal como Sasuke se lo había dicho ya en múltiples ocasiones.

Era tan exhaustivo pasar día a día llenando los huecos vacíos dentro de ella que le provocaban esa angustiante sensación en el estómago que la hacía creerse indigna de que alguien pudiese necesitarla y desearla en su vida al punto que incluso se sentía afortunada de haber encontrado un lugar entre criminales perversos, degenerados y enfermos. Se había convencido a sí misma que ese era su lugar y que los lazos con esas personas era lo único que tenía. Había llevado consigo por mucho tiempo esas sensaciones escondidas en un rincón de su corazón que no solía visitar y que Sasuke había traspasado forzosamente observando a una niña pequeña en la oscuridad, intentando encontrar algo que pudiese iluminar ese sitio en donde la esperanza parecía no existir y la soledad era tan palpable que dolía bajo el cuerpo de un niño asustado. Hinata cargaba con el dolor de la soledad, de la necesidad de una familia y la sensación de no saber dónde pertenecer desde mucho antes que Itachi y ella fuesen forzados a casarse.

―Había olvidado ―susurró Sasuke de pronto, sentado junto a Hinata, con una expresión lejana― que mi hermano lloraba esa noche ―Hinata gimió, como si algo doliese al escucharlo decirlo. Incluso la voz del Uchiha se quebraba―. No dejó de llorar mientras te cargaba en la oscuridad.

Hinata lo observó con un profundo desprecio.

En los ojos de Sasuke se vislumbraba precisamente lo que le había arrebatado.

Esperanza.

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