Octavo Acto
PÉRDIDAS
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El retorno a Amegakure se le hizo solitario, silencioso y bastante doloroso. A pesar de que Sasuke la había atravesado de forma limpia con su chokuto, la herida tardó más de lo esperado en sanar. Sin conocimientos de ninjutsu médico o utensilios para limpiarse y tratar la herida, la humedad del lugar le hizo la tarea de caminar de vuelta hacia Amegakure algo difícil de tolerar. Cada paso que daba le provocaba un punzante dolor, pero empeoraba la situación que la herida amenazaba con infectarse.
Deambuló a tropezones entre los bosques del País del Fuego guiándose por el musgo, las estrellas y su instinto para volver a la ruta que la llevaría hacia el País de la Lluvia. A pesar de la sensación helada que le recorría la espalda y el trance febril por el que pasaba, era habitual que activara su dojutsu para revisar los alrededores, siempre temerosa de que alguien estuviese siguiéndola. En la condición que se encontraba no podría haberse defendido de forma efectiva contra un shinobi entrenado para asesinarla, por lo cual debía ser cuidadosa. En esos días de ausencia podrían haberla agregado finalmente al libro Bingo por lo sucedido en Yugakure.
Debido al secretismo con el que se movía no hubo noches con fogatas ni descansos al descubierto, sólo el jugueteo de las sombras nocturnas, el canto de los grillos y las ranas, el aullido de los lobos, el ulular de los búhos y el constante sonido de su respiración entrecortada por el dolor. La sensación de abandono y soledad, así como la creciente incertidumbre sobre su lugar en aquel mundo la acosaban, sobre todo cuando caía el sol y su mente erraba a lugares peligrosamente oscuros.
Inevitablemente, terminaba pensando en todo lo que había dejado atrás en Konoha, incluyendo a Sasuke. Se cuestionaba sobre qué hubiese ocurrido si lo hubiese seguido para intentar retomar la vida que le habían arrebatado y de alguna manera descubrir quién era realmente Itachi Uchiha tal como Sasuke se lo había pedido. No obstante, había elegido no hacerlo, demasiado adoctrinada por años de negligencia y abandono, unida por un lazo de amistad y amor hacia Konan, Kisame, Deidara y Sasori, pero sobre todo, hacia Itachi. Por ello, no podía rendirse. Amegakure era su hogar, y debía regresar, aunque fuese para enfrentar las consecuencias de sus decisiones. Itachi era todo lo que conocía, era el camino a su propia verdad, al único lugar en donde alguna vez se había sentido segura y protegida.
Quizás para sobrevivir y seguir caminando se obligó a sí misma a olvidar lo sucedido, guardarlo en un lugar escondido dentro de su pecho y seguir avanzando. Si no pensaba en Konoha o en Sasuke era como si no existiesen y así, podía volver con Itachi. Tenía que seguir creyendo que al final de ese camino, se encontraría con sus amables ojos sonriendo sólo para ella.
El olor a los altos árboles y la sensación del sol sobre sus mejillas fue lo último que se perdió en sus recuerdos cuando atravesó la frontera e ingresó al País de la Lluvia. Sus pies volvieron a estar húmedos, su rostro mojado y su cabellera estilando. No le importó. El frío le ayudaría. Deseaba olvidar todo lo que había, dejarlo atrás, nunca más volver a pensar en ello. Pues, cada vez que lo recordaba se sentía desnuda, caminando en una espesa oscuridad que la golpeaba con indiferencia hurgando en ese lugar en donde era pequeña, vulnerable y patética. Sobre ella veía el Sharingan, desvistiéndola lentamente, prenda por prenda, arrancando todo lo que la cubría y hacía sentir protegida, las memorias más íntimas de su vida, como el recuerdo del olor de su madre, la sensación de los labios de Itachi sobre su frente o el calor de las lágrimas que caían silenciosas por sus mejillas durante la noche en que fue dada en matrimonio al Clan Uchiha. Pensarlo la sofocaba y sólo podía avanzar si pretendía que aquello nunca había ocurrido y que Sasuke no había ultrajado así su mente.
Pronto, Konoha pareció una memoria lejana, cubierta por el dolor y la molestia de avanzar de vuelta por una ruta sinuosa, difícil y solitaria. La voz de Sasuke se comenzó a perder de su memoria, así como el recuerdo del calor de su piel, la sensación de compañía y el miedo que experimentaba cada vez que cerraba los ojos y creía que él le rodearía el cuello con las manos para asfixiarla.
A pesar de su situación, Hinata logró sobreponerse con la idea de que caminaba de vuelta a su verdadero hogar y con la esperanza de volver a ver pronto a las personas que le importaban tanto. La herida en su torso sanó lentamente con los días de trayecto y aunque dolía, cada paso que daba hacia Amegakure disminuyó la incomodidad que sentía, como si cada uno la acercara un poco más a un futuro incierto, pero suyo.
La lluvia se llevó su dolor mientras se adentraba en la ciudad, observando sin observar, adormeciendo sus sentidos y los pensamientos que la agobiaban. Los edificios retorcidos y metálicos que se alzaban al cielo parecían más grises que nunca, como si la ciudad misma estuviera encogida bajo el peso de sus propios recuerdos. Las calles cubiertas de piedras resbaladizas brillaban con la lluvia, pero no con la frescura de la vida sino con un reflejo apagado que se le hizo triste de observar. Las personas caminaban en silencio, absortas en sus quehaceres y aunque seguían con su rutina el ambiente de la ciudad no dejaba de transmitirle la sensación de que todo allí se había detenido. Comparada con Konoha, Amegakure se sentía como un lugar olvidado por el tiempo, un espacio donde los colores se desvanecían y la alegría era sólo un recuerdo lejano.
Entró al edificio de la organización sin que nadie le impidiese el paso o preguntara qué hacía allí. Era una más de ellos ahora. Todos sabían que el Ángel la protegía y que en ocasiones era enviada parar asistir a los altos miembros de la organización en diferentes misiones.
Estaba entrando por los altos pasillos cuando Kiyoko se le acercó por el corredor. Hacía casi cuatro años se había encontrado por primera con ella en ese lugar. En ese entonces ambas habían sido niñas sirviendo y realizando quehaceres. Konan la había enviado para entregarle ropa y otros productos que como mujer necesitaba. Ahora, Kiyoko era levemente más alta que ella y abandonaba la adolescencia para entrar en la adultez.
―Buenos días Kiyoko-san ―le dijo haciendo una leve reverencia, cansada, pero siempre educada.
―Acaba de volver de una misión, ¿no es así, Hinata-san? ―le preguntó la joven mientras se apresuraba a ayudar a Hinata y quitarle de encima la ropa mojada.
―Se podría decir que sí ―respondió dando un par de pasos atrás, evitando que Kiyoko la tocara y empezara a desvestir en el corredor.
―Debe estar exhausta ―dijo sonriéndole con amabilidad, levemente sonrojada por su manera intrusiva de ayudar al resto―. Puedo llevarle la cena a la habitación. Me imagino que desea ropa seca y limpia, dejaré agua caliente en la bañera del séptimo andar para que pueda asearse tranquilamente antes de dormir.
Era cierto que un baño caliente y ropa limpia la habían motivado a caminar más rápido, pero no tuvo el corazón de solicitarle nada en ese momento. Por algún motivo se sentía extraño que las personas le sirvieran a ella y no al contrario.
―Gracias ―susurró suave con un atisbo de sonrisa―. Me asearé pronto. Tengo ropa en mi habitación. Sólo necesito asearme, cambiarme y reportar lo ocurrido las últimas semanas al líder.
―Lo lamento Hinata-san, pero Konan-sama y el Líder no se encuentran aquí. Sólo está Deidara-sama en el séptimo andar. En su habitación ―tan pronto mencionó el nombre de Deidara, su rostro delató que algo no estaba bien. Hinata lo supo sin que ella tuviese que decirlo―. Está reposando ahora. Le llevé su comida hace poco, aunque no la aceptó.
―¿Reposando a esta hora? ―murmuró Hinata ―. Eso no es muy característico de él ―pensó en voz alta. No quería preguntarle qué había ocurrido ni qué pasaba con él. Temía la respuesta, pero se llenó de valor para hacerlo―. ¿Sucede algo con Deidara-Senpai para que esté descansando y no desee comer?
―B-bueno, es que no me dejó entrar a su habitación y me ordenó que me llevara la comida de vuelta a la cocina. No está de muy buen humor últimamente. No me quejo, digo, es entendible ya que... ―Kiyoko la observó con algo de nerviosismo.
―Puedes decírmelo ―la reconfortó Hinata, sabiendo que lo que estaba por oír seguramente eran malas noticias.
―Lo lamento, no me gusta ser yo quien le tenga que informar sobre lo ocurrido. Deidara-sama fue herido de gravedad durante la última misión en que lo mandaron ―el estómago de Hinata se apretó y un nudo se formó en su garganta―. Perdió ambos brazos en combate.
―¿Pero... está bien?
―Se encuentra estable ahora. Vivirá. Eso dijo el médico.
Escucharlo fue como un golpe en el estómago que lentamente le quitó el aliento. Saber que Deidara se encontraba en esas condiciones parecía irreal, como si estuviese soñando. En su mente se dibujó la imagen de Deidara y Sasori caminando delante de ella, discutiendo de alguna cosa que ya no recordaba mientras él le gritaba que apurase el paso y no se quedara atrás.
―¿Y... Sasori-dana? ―ante la forma en que Kiyoko la miraba, creía saber la respuesta.
―Sasori-sama no volvió de la misión.
Algo punzó en su pecho, profundamente. Dejó de respirar y la garganta se le cerró casi por completo. Entreabrió los labios para preguntar más, pero nada salió de su boca mientras ahogaba su dolor en un rostro distante y sin emociones. No deseaba saber más, le bastaba con tener el conocimiento de que él ya no volvería.
―No sé los detalles, Hinata-san. Sólo escuché que había muerto en su última misión. En combate. Lo lamento mucho, sé que usted era cercana a Sasori-sama.
―No, sólo era su subordinada ―respondió mirando el suelo, incapaz de haberse atribuido una relación más cercana o importante que esa―. Gracias por decírmelo. Iré a... ―la idea de bañarse, secarse o comer pasó a un segundo plano―... iré a ver a Deidara-senpai.
―Hinata-san, ¿Podría llevarle su comida? Konan-sama instruyó que cuidara bien de él y no quiero decepcionar su confianza descuidando mis deberes, pero Deidara-sama me gritó y dijo que dejara de molestarlo con el asunto de la comida cuando se la llevé y bueno, no deseo volver a hacerlo enojar.
―Sí. Yo le llevaré algo de comer.
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La habitación en donde había sido relegado durante los últimos años de su vida cada vez que estaba en esa ciudad de mierda lo fastidiaba. En sus pensamientos no era más que una celda en la cual se encerraba voluntariamente cada vez que necesitaba estar apartado de los demás miembros de Akatsuki a la hora de dormir.
Cuando Deidara entraba a ella sentía una oleada enorme de frustración. Era pequeña, plana y sencilla, pero no era precisamente eso lo que lo irritaba del lugar, sino la falta de espacio que él necesitaba para crear o trabajar. Para empeorarlo todo había demasiado orden allí, lo cual le recordaba lo que más detestaba: el orden estructurado y armonioso dirigido hacia un propósito. Su vida era caos, su arte movimiento. Ese lugar le quitaba todo lo que él era.
Como le hubiese gustado al menos estar amasando greda con sus manos, sentir la humedad pegajosa de la tierra que esperaba tomar vida, color y movimiento a través de su arte. No obstante, ahora estaba condenado a que su arte fuese algo platónico, imposibilitado de crear y forzado a quedarse quieto, reposar y sanar.
Hubiese preferido morir.
Habría hecho algo memorable para despedirse en vez de verse en esa humillante condición, reducido a una sombra de sí mismo. Cada segundo que pasaba allí le parecía una tortura interminable. ¿Cómo era que él, un gran artista, había quedado relegado a estar en cama a la espera de noticias?
De pronto la puerta de madera fue golpeara y corrida hacia un costado. Deidara movió su rostro hacia el umbral de ésta y observó una figura arrodillada del otro lado, con una bandeja de comida en el suelo junto a ella.
―¿Hinata? ―le preguntó observándola desde el colchón en el que se encontraba. No estaba seguro de que era ella por el aspecto demacrado que traía, pero cuando se acercó a la luz pudo observarla mejor―. Pensé que estabas muerta ―bufó despreocupado, como si su vida o muerte no fuese de importancia para él.
―Sólo me atrasé un poco ―respondió con una calma que lo irritó aún más.
―¿Veinte días te parece poco? ―la sermoneó― Como sea, lárgate. Dije que no quería que nadie entrara, hum. Y esa comida apestosa no...
―Me iré, pero antes, debe comer o no podrá recuperarse ―le respondió Hinata cortando sus palabras, sin subir la mirada.
Notar que ella estaba evitando observar en su dirección le provocó algo de gracia, pero al mismo tiempo, rabia. Que su subordinada no se atreviese a mirar en su dirección era insultante, tanto como esa tortuosa espera en que debía permanecer quieto. Era como si lo subestimara y lo considerara un inútil sobre el cual el telón ya había caído en su primer acto.
―¿Cómo me recuperaré? ―le preguntó mirando a Hinata con resentimiento―. No es como si me fuesen a crecer brazos de nuevo.
Lentamente, Hinata se atrevió a mirarlo e inspeccionar por sí misma lo que le había ocurrido producto de su batalla, observando su pecho vendado y la ausencia de sus brazos. Deidara vio en su rostro un destello de incomodidad que intentó ocultar con su calma.
―Sus heridas cicatrizarán mejor si se alimenta apropiadamente ―respondió Hinata, volviendo a mirar el suelo, escapándose de su mirada que la escrutaba―. Además, es muy poco artístico estar débil y moribundo.
―¿Luzco... poco artístico? ―preguntó titubeante.
La idea de que su apariencia pudiera restarle valor artístico le dolió en lo más profundo. Ese comentario, aunque dicho sin malicia, lo golpeó de alguna manera tan intensa que lo hizo sentir vulnerable, desnudo y terriblemente solo.
―¿Alguna vez alguien enfermizo ha lucido artístico? ―la joven preguntó con firmeza pero al mismo tiempo, compasión, al notar el cambio en los gestos de Deidara.
―No... ―respondió frunciendo el ceño por su atrevimiento. La imagen de sí mismo sin brazos, debilitado y en esa posición, no encajaba con su concepto de lo que era el arte. Era demasiado difícil aceptarlo, pero se había vuelto algo grotesco, antiestético y prescindible.
Antes de que pudiera responder su atrevimiento, se tomó un momento para observarla detenidamente también. La joven estaba mucho peor que él. Su rostro estaba pálido, ojeras marcaban su cansancio y sus labios mostraban un suave tono morado. Además, llevaba ropas sucias y ensangrentadas, como si hubiera estado luchando por su vida. Deidara no preguntó qué le había pasado, porque en su mente ya asumía que si alguien la había atacado, esa persona ya no estaba con vida.
―Luces terrible ―concluyó despiadadamente, para luego mirar en frente y dejar de prestar demasiada atención en ella. Su voz era fría y distante, como si no le importara en lo más mínimo el estado de Hinata.―. ¿Qué te ocurrió? ¿Te metiste a un pantano una semana? Finalmente te empezó a crecer moho. Al menos hueles así.
Hinata no se ofendió por las palabras dichas. Al contrario, se acercó a él con la bandeja de comida y se arrodilló a su lado.
―Tuve algunas dificultades al volver ―respondió manteniéndose serena y quieta, haciendo un esfuerzo por ocultar su evidente preocupación.
―No sé qué huele peor, tú o esa comida apestosa ―gruñó observando la bandeja con comida con repulsión para luego fruncir la nariz en una mueca de asco―. Verte así arruina mi apetito ―Hinata se mantuvo en silencio, acostumbrada a esa actitud en el hombre. Deidara la miró más de cerca, notando un corte en su camiseta a la altura del hombro―. ¿Estás herida? Hum ― preguntó, aunque su tono no era precisamente de preocupación, sino de simple curiosidad.
―No es nada ―negó ella rápidamente, cerrando el cierre de su chaqueta, como si quisiera ocultar lo que había sucedido―. Senpai, ahora debe preocuparse en usted y en comer. Si sigue débil, ¿quién hará arte en este lugar? Sólo Deidara-senpai tiene el buen gusto de...
―Ya cierra la boca.
Deidara suspiró, su paciencia amenazando con agotarse, sabiendo que entre estar solo en ese lugar tortuoso y poder al menos conversar con Hinata, prefería lo segundo. No obstante, la expresión en el rostro de la joven reflejaba algo que le molestaba más que haber perdido los brazos; reflejaba una tristeza profunda, una compasión que él no podía entender. Había algo en su expresión que lo hería más que haber sentido como la arena le hacía explotar su brazo. La forma en que Hinata lo miraba con una mezcla de preocupación y dolor era un recordatorio de lo inútil que se sentía en ese momento, de su humillación.
―¿Por qué me miras así? ¿Tengo algo en la cara? ―le preguntó en un tono cargado de enojo al notar la expresión en el rostro de Hinata―. Me estás irritando.
No obstante, en sus ojos azules también había un atisbo extraño de vulnerabilidad, algo que intentaba ocultar tras su fachada arrogante de artista indiferente: estaba asustado del futuro, de no poder hacer arte, de que todo lo que amaba hubiese acabado ya.
―Lo siento, Senpai. No deseaba que mi presencia fuese una molestia ―respondió Hinata forzándose a mostrar un rostro sereno, pero fallando miserablemente en su intento―. Sólo deseaba saber cómo se encontraba y traerle comida. Así podrá mejorarse pronto y todo estará bien.
Deidara frunció el ceño al escucharla, molesto por su actitud, pero también desconcertado. Había tanta fragilidad en ella, como si fuese incapaz de mostrar una fachada dura a pesar de todo el tiempo que había pasado entre esas húmedas y frías paredes. Hinata había sido entrenada desde niña para convertirse en una kunoichi, luego en una asesina, no obstante no había en ella los típicos rasgos que hubiese encontrado en alguien rodeada de violencia y muerte. Era frágil y delicada como las flores de cerezo en las ventiscas de primavera y aquella contradicción lo hizo observarla en silencio un momento preguntándose donde había quedado la niña inútil que amenazaba constantemente con matar. ¿En qué momento se había convertido en una mujer frente a sus ojos?
―Estoy perfectamente bien, no necesito de tanto escándalo por un par de heridas ― respondió, pero sus palabras sonaron vacías, como si intentara convencerse a sí mismo más que a ella. Cuando notó que los ojos de Hinata se cristalizaban al observarle, la frustración se apoderó de él―. Yo perdí los brazos y quien llora eres tú. Que patética eres ―Hinata se mordió el labio, sus lágrimas finalmente cayendo por sus mejillas, mientras intentaba restregarse los ojos con la manga de su camisa―. Si pudiese, de verdad te mataría ahora.
―Lo siento ―murmuró, quizás comprendiendo que su presencia se había vuelto algo desagradable de tolerar―. Y-yo me iré ahora.
La imagen de Hinata a su lado llorando por él le causó una angustia profunda que no sabía cómo manejar y ésta sólo se acrecentó mientras ella bajaba los palillos y se comenzaba a poner de pie.
―Espera ―le ordenó, sin saber aún qué pensar o sentir respecto a lo que veía.
Esa vulnerabilidad, esa tristeza sincera que ella ofrecía sin esperar nada a cambio, era lo único real que había tenido en su vida en mucho tiempo viviendo entre fantasías y mundos en llamas. En su mente, fue una imagen que intentó preservar. La imagen era algo hermoso, casi artístico, ya que sabía que pronto Hinata desaparecería de allí, como todo lo que en su vida se desvanecía a su alrededor y que disfrutaba destruyendo. Y por primera vez en mucho tiempo, deseó que ese arte, la imagen de alguien sufriendo por otra persona, no se deshiciera en un momento fugaz, sino que permaneciera y perdurara. Era real. Sus lágrimas eran sinceras. Y había algo bastante hermoso en una persona incapaz de fingir indiferencia, de experimentar su tristeza y mostrar su preocupación.
―Aún tengo hambre ―sus ojos perdieron el contacto con los de Hinata mientras se acomodaba entre las sábanas para forzarse a sí mismo a enderezarse y así poder sentarse sobre el colchón―. Si vas a estar aquí molestándome al menos dame de comer. Ayúdame a sentarme ―le ordenó mientras se movía a una posición en que pudiese alimentarse sin ensuciar las vendas en su pecho. Arrugó las facciones soportando el dolor y la incomodidad de hacerlo, creyendo que las puntadas en sus hombros se abrirían.
―S-sí ―contestó Hinata mientras lo asistía, intentando poner sus manos en lugares lejanos a sus heridas―. ¿Duele?
―Por supuesto que no ―respondió intentando hacerse el fuerte, respirando profundo. No obstante, al notar que llegaba a sudar por la forma en que ardían sus heridas, no pudo evitar una risa amarga―. Sí ―admitió entonces, casi derrotado―. Bastante. Las medicinas no ayudan mucho ―la honestidad de sus palabras incluso lo sorprendieron a él―. Y me niego a tomar algo que me quite la capacidad de ver el mundo o sentirlo.
Hinata frunció los labios mientras le acercaba los palillos con arroz a la boca.
―Cuidaré de usted mientras se recupera, Senpai.
―¿Por qué harías eso?
Deidara levantó la mirada sin abrir la boca para comer. Observó detenidamente a Hinata preguntándose qué ganaba ella al preocuparse así de él. No obstante, la joven no respondió lo cual lo hizo soltar un prolongado suspiro para luego acercar su boca a los palillos y comer lo que le ofrecía
―Que patético. Yo, depender de alguien como tú. No creas que te daré las gracias ni que te deberé nada.
―Lo sé ―asintió sin añadir más, buscando un poco de carne para acercar a él.
Deidara comió en silencio, como si fuese un niño, sin importarle lo patético de la situación. En una ocasión normal se habría sentido avergonzado y hasta humillado de depender de otra persona de esa manera. Sin embargo, en ese momento, al verse privado del arte y la felicidad que éste le otorgaba, todo carecía de importancia.
Mirando hacia la nada, las palabras simplemente se deslizaron por su boca con una melancolía que heló la espalda de Hinata.
―¿Qué es un artista sin manos para crear? ―preguntó suavemente con una sonrisa abnegada―. Es peor que estar muerto ―sentenció sin mirarla, sintiendo un nudo en la garganta que se llevaba de su pecho todo atisbo de pasión, felicidad o curiosidad―. Peor que ser prisionero en este lugar, es serlo y no poder realizar mi arte con los demás.
De pronto un ligero quejido lo sacó de su ensimismamiento, haciendo que se volteara hacia Hinata quien sostenía un poco de arroz con los palillos temblorosamente. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y sus mejillas se habían vuelto rojas al estar conteniendo el llanto. Entonces Deidara perdió la paciencia y un destello de desespero apareció en su rostro.
―Si te pones a lloriquear ahora te... te... ¡Le diré a Tobi que te haga explotar de alguna manera!
Hinata bajó el rostro escapando de la ira contenida en Deidara. Quizás era injusto lamentarse por la situación en que se encontraba cuando esa mujer no tenía nada que ver con lo que le había ocurrido a él y a Sasori. Aquella misión nunca había sido para ella, no tenía el poder para enfrentarse a un Jinchūriki; había requerido de dos miembros de Akatsuki con un alto poder destructivo si quiera hacerle frente al Kazekage de la Arena. No obstante, pudo ver en ella un gran sentimiento de culpa y aquello terminó por disipar su propia frustración en su dirección.
―Senpai... yo... ―intentó hablar, pero la culpa y la impotencia la paralizaban.
―No pongas esa cara ―respondió volteando su cabeza para volver a mirar hacia en frente, con un gesto de dolor. Moverse dolía, respirar dolía, todo en él dolía. Pero lo que más dolía era saber que sin sus manos no podría hacer arte o bofetear a esa chica para que dejara de irritarlo―. Lo arreglaré de alguna forma ―su voz se volvió levemente más baja, como si estuviese hablandose a sí mismo más que a Hinata, como una promesa que renovaba su vigor y característica fortaleza―. Haré mis obras, aunque tenga que usar la boca para ello. Debo seguir creando mi arte.
Hinata lo observó en silencio como si admirara una más de sus obras. De alguna manera Deidara sabía que ella comprendía sus palabras, aunque no le permitiera comprender el peso del dolor que sentía ante lo sucedido.
El shinobi de la Roca cerró los ojos, cansado de todo, mientras intentaba volver a la posición inicial en que ella lo había encontrado. Cada movimiento dolía, incluso respirar era tortuoso. De todos los lugares donde pensó terminaría después de escapar de su abuelo en la Aldea Oculta de la Roca, de las responsabilidades que tendría como adulto, robándose los jutsus prohibidos... hallarse en Amegakure postrado en una cama no había formado parte de sus planes.
―Hace un tiempo, te mentí. La verdad es que nunca quise estar aquí. Mi reclutamiento fue más bien forzado que voluntario ―confesó, y una leve sonrisa amarga apareció en su rostro―. Sólo... lo acepté con el tiempo. Yo sólo deseaba ver mi arte en movimiento y crear ese momento perfecto de arte explosivo en el cielo. Hum. Había tantos artistas aquí, todos creando su arte. Pensé que quizás podía volverse mi lugar, aunque lo odiara.
Hinata permaneció en silencio mientras lo escuchaba hablar. Incluso ella podía ver que el mundo shinobi había derrotado a Deidara. Le habían quitado lo que amaba. ¿Acaso a ella también le habían quitado todo lo que amaban para que comprendiese lo que sentía? Quedar en ese lugar en que compartían la desesperación la hacía sentirse extrañamente cercana a él.
―Tampoco hubiese deseado estar aquí. Eso pensaba cuando caminaba con una venda sobre mis ojos, extrañando el sol, el calor y el olor a los árboles. Extrañando mi vida, mi familia, los chicos de la Academia... a Sasuke-kun ―dijo suavemente―. Pero estoy de vuelta aquí ahora y no desearía estar en otro lugar que junto a Deidara-san.
―¿Por qué?
Hinata levantó la vista y lo miró. Había algo en sus ojos nacarados que no era compasión, ni lástima, ni curiosidad, sino algo más complicado, más profundo. Se quedó en silencio unos momentos, sus dedos jugando con la tela de su ropa.
―Por mucho tiempo pensé que sólo Itachi-san conocía el dolor de perder todo, igual que yo. Pero... nos teníamos uno al otro. Es más fácil sobrellevar ese dolor cuando lo compartes con alguien que lo entiende. Veo en Deidara-san el mismo dolor que yo sentí.
Deidara sintió algo helado recorrerle la piel de la nuca al escuchar a Hinata hablar así. Giró lentamente la cabeza buscando alguna señal de que ella se estaba burlando o jugando con él, pero no fue así. Había seriedad en su rostro. No dijo nada, esperando que prosiguiera en lo que decía, incapaz de articular la pregunta que rondaba en su mente, ¿Acaso ella creía que él deseaba que estuviese ahí?
―Es sólo eso ―finalizó Hinata haciendo que Deidara bufara.
―¿Compartir el dolor con la misma persona que te lo provocó? Hum ―Deidara levantó una ceja―. Itachi te quitó todo ―una parte de él sintió un retorcido placer en sacarla de la falacia en que vivía repitiéndose que Itachi y ella eran víctimas de algo intangible que no comprendía―. Te mintió, te engañó y te abandonó aquí para que todos te usaran a su conveniencia. Por años creíste que estaban huyendo de la destrucción de Konoha, ¿no? Pero Itachi sólo se estaba ocultando en esta organización después de haber asesinado a todo el clan Uchiha. ¿Aun no te das cuenta que él nunca estuvo dispuesto a compartir nada contigo? Estás sola. Y cuando te des cuenta de que estás sola, quizás, dejes de lucir tan patética.
Hinata permaneció quieta y en silencio escuchándolo. Deidara esperó su respuesta, pero sabía en cierto modo que sin importar lo que le dijera ella seguiría defendiendo a Itachi tal como lo había venido haciendo por años, a pesar de que había intentado advertirle sobre él.
―No sé realmente por qué terminamos aquí, nunca me lo ha dicho ―respondió Hinata con honestidad, su voz un susurro.
Deidara esperó que nuevamente lo defendiera, que dijera que había un motivo para que él decidiera actuar de tal o cual modo. No obstante, esta vez, sólo encontró silencio. Sus ojos se posaron afiladamente sobre Hinata y la encontró jugando con la tela de sus pantalones, con las manos sobre sus rodillas. Su mirada se encontraba fija en el suelo frente a ella.
Le dio la impresión que Hinata estaba más rota que él, a quien le faltaban los brazos. En sus ojos se reflejaba una calma que a cualquiera le habría provocado escalofríos. Era extraño, pues no era como si intentase fingir que lo que él acababa de decir no le doliese, sino que simplemente... aceptaba lo dicho como algo cierto. Como algo que aceptaba porque ya no tenía la energía de seguir peleando para decir lo contrario.
―Sé lo que Itachi-san hizo conmigo. Sé que me mintió. Ya no soy una niña y puedo comprender lo cruel que fue todo lo sucedido conmigo ―dijo Hinata finalmente, sus palabras suaves―. No puedo cambiar lo que hizo Itachi-san ni la forma en que resultó nuestras vidas. Sólo puedo mirar en frente y seguir adelante esperando un día saber el por qué. Esperando por...
―Yo habría matado a alguien que hiciese eso conmigo. Hum.
Deidara cerró los ojos y se dejó hundir en la almohada bajo él, con las palabras de Hinata rondando su mente. El silencio reinó en la habitación, pero no se le hizo extraño o incómodo, más bien lo agradeció. Eso era algo que en ese momento ambos podían compartir. Seguir ahondando en los motivos para haber terminado en ese lugar ya carecía de sentido. Estaban allí, debían tolerarlo.
―Deidara-senpai ―escuchó de pronto.
―¿Hum?
―¿Cómo fue que...Sasori-dana...? ―entonces el nombre de su compañero lo sacó de su trance.
―Murió. Hum ―terminó las palabras de Hinata con frialdad, abriendo los ojos para mirar el techo―. Se descuidó y se dejó vencer ―había una cierta frustración en decirlo así, como si le pareciera poco digno el final con que se había encontrado el maestro de las marionetas.
―Cuando lo conocí por primera vez, realmente le tenía miedo. Y luego... luego comencé a apreciarlo ―Deidara escuchó con interés lo que ella decía―. Había una cierta amabilidad en él que no era fácil de percibir. Él... Siempre se tomaba el tiempo para enseñarme sobre su visión de arte...
―Del mal arte ―dijo Deidara resoplando ante lo gracioso que era escuchar a Hinata hablar así de Sasori, cuando seguramente él la hubiese matado y añadido a su colección de haber tenido la oportunidad.
―¿Recuerda cuando me enseñó a preservar mejor las flores? ―le preguntó sonriendo mientras el dolor de la pérdida se reflejaba en sus ojos color luna al hablar sobre Sasori.
Deidara frunció el ceño, haciendo una mueca ante la mención de las flores. Para él, esas flores no tenían cabida en el arte que realmente importaba y por el cual constantemente discutía con Sasori.
―A apestar todo a flores, querrás decir ―suspiró, sabiendo que ya no volvería a hablar de arte con su compañero. No lo había pensado hasta ese momento. Hasta entonces, la muerte de Sasori no había sido algo más importante que la pérdida de sus brazos y el arte.
La conversación con Hinata se había vuelto extrañamente melancólica haciendo que tuviese que mirar en lugares de sí mismo que usualmente habría ignorado. No quería pensar precisamente en la pérdida de un compañero artista, sino más bien aceptaba que ambos como shinobis estaban preparados para un final así. Era algo con que todos ellos cargaban a diario desde el primer momento en que comnezaban a realizar sellos de mano y se unían a los rangos de combate de sus propias aldeas.
Pero, Hinata nunca había sido una kunoichi, pensó Deidara, y quizás por ese motivo veía la pérdida de Sasori como algo más de lo que realmente era... una baja. En el mundo en que vivían, los shinobis morían a diario y nadie recordaba sus nombres después de un tiempo. Esa era la realidad. Tanto él como Sasori lo sabían y aceptaban, por lo mismo, podían matar a otro sin sentir un atisbo de culpa.
―Aprendí mucho de él ―dijo Hinata, finalizando con un susurro.
―También yo ―admitió Deidara―. Aunque tuviese pésimo gusto, Sasori-dana era un artista de verdad. Me hubiese gustado estar ahí para ver su última obra.
―¿Su última obra? ―preguntó Hinata.
―Sí, su mejor obra ―respondió Deidara cerrando los ojos e imaginándoselo―. Decenas de marionetas, cientos, todas moviéndose en armonía para destruir a sus enemigos, Sasori-dana moviéndolas como si fuese un baile con el vaivén de sus dedos.
―Cuando todas sus marionetas atacaban al únisono, era un gran espectáculo ―dijo Hinata reflexionando en ello.
―Sí, lo era ―Deidara asintió, aunque un vacío lo embargó. Ya nunca más volvería a combatir junto a Sasori ni volvería a escucharlo regañar sobre como odiaba perder el tiempo. No extrañanía al hombre, al colega ni tampoco a un amigo... pero sí el arte que plasmaba en cada cosa que hacía. Pocos compartían aquella visión y ahora el mundo se volvía un lugar más solitario porque un artista lo había abandonado―. Lo vengaré cuando me recupere, hum. Es lo mínimo que puedo hacer por él. Como colega artista, es mi deber.
―Al menos logró cumplir con capturar el Bijuu de la Arena, senpai ―dijo Hinata intentando buscar algo positivo en todo el dolor de la pérdida―. Su sacrificio no será en vano. Cuando ya no hayan más bijuu en el mundo y el sistema shinobi colapse... tendremos paz. Ya nadie tendrá que morir en combate nuevamente. Ya no obligarán a los niños en todas las aldeas a convertirse en shinobis.
Deidara soltó una ligera risa burlona mientras se recostaba en la cama. Su mirada se perdió observando el techo de la habitación y como la luz lentamente se había comenzado a ir. Miró a Hinata por el rabillo de su ojo mientras ella se ponía de pie, caminando hasta la ventana para así cerrar las cortinas. Por un momento se quedó allí, contemplando la lluvia caer. Siempre llovía en ese lugar.
―Será un mundo bastante aburrido si eso llega a suceder ―se burló―. Eres muy ingenua si crees que Sasori-dana estaba en este lugar porque le importara dos carajos capturar bijuus.
Hinata apenas pareció escucharlo, ensimismada en la forma en que caía la lluvia.
―Rezaré por el alma de Sasori-dana ―de pronto murmuró, más para ella misma que para él.
Las palabras tomaron por sorpresa a Deidara. Sabía que no habían sido dichas para él, pero había algo ciertamente fascinante en una chica que hubiese tenido una vida tan miserable como ella y que aún rezara esperando algo mejor. Si existían los dioses, de seguro la odiaban. Eso creía Deidara. Le parecía risible que buscara consuelo en la presencia de seres invisibles e inexistentes, pero comprendió que la muerte de Sasori y algo que no estaba diciendo le estaba afectando más de la cuenta. Supuso que tenía que ver con la herida en su hombro.
―Estoy cansado, Hinata. Llévate eso ―dijo refiriéndose a la bandeja con comida. Las palabras en ese momento sobraban y prolongar dicha conversación lo hubiese desgastado aún más―. Apaga la luz. Hum.
Hinata no dijo nada más y asintió en silencio para luego hacer una leve reverencia, tomar la bandeja con comida, apagar la lámpara y caminar con cuidado hacia la puerta por donde había entrado. No obstante, antes de que pudiese retirarse Deidara la interrumpió.
―Hinata ―dijo con suavidad, algo en su tono distaba de su usual forma de hablar.
Ella se detuvo esperando lo que él tenía que decir. Bajó la mirada en su dirección, sus mejillas levemente sonrojadas por el llanto que había contenido en ese lugar.
―¿Sí? ―respondió con calma.
―Si rezas ―Deidara aún permanecía con los ojos cerrados, abriéndolos lentamente para mirar hacia ella. Se detuvo buscando las palabras, inseguro de cómo decirlo―... ¿puedes pedir...?
―¿Pedir qué? ―preguntó ella dispuesta a cumplir lo que él estaba por solicitarle pero que se atoraba en su garganta sin poder expresarlo.
Entonces Deidara suspiró pesadamente, como si una parte de él lamentara haber comenzado esa pregunta. En lugar de continuar, volvió a cerrar los ojos.
―Nada. Olvídalo ―dijo abruptamente―. Antes que te vayas escucha bien lo que te diré. No dejes que te vean llorando ―Hinata se sorprendió al escuchar su advertencia―. Lo usarán en tu contra eventualmente. Debes aprender a eliminar tus emociones si quieres sobrevivir en este lugar. escóndelas en un lugar donde sólo tú puedas alcanzarlas o siempre serás alguien que los demás utilicen.
Hinata sintió sus palabras como agua fría que le corría por la espalda y no supo qué responder. El instinto de disculparse la embargó, pero creyó que si lo hacía sólo lograría volver a irritarlo. Estaba consciente de que no hacía un buen trabajo escondiendo sus emociones a pesar de que lo había practicado bastante y que en el mundo en que vivían, aquello era una debilidad de la cual otros podían aprovecharse.
Entonces sonrió. Aunque las palabras de Deidara eran frías y su forma de decirlas un tanto cruda, no había un tono de sermón sino de consejo. No deseaba herirla ni menoscabarla, sino, protegerla. Nunca lo diría, tampoco lo admitiría, pero en ese momento, Hinata supo que en ese lugar alguien se preocupaba por ella.
―Gracias, Senpai ―respondió asintiendo―. Volveré en la mañana.
―Si vuelves a lloriquear frente a mí, de verdad te mataré.
Ella asintió nuevamente mientras caminaba hacia el umbral de la puerta. Cuando la cerró, el silencio del lugar la abrazó y cayó encima de ella con un peso que le hizo doler nuevamente el cuerpo. La soledad del lugar era abrumadora y aunque se había acostumbrado a ello, en ese preciso momento, se le hizo difícil de llevar. El dolor por la pérdida era aún muy cercano. A su propio modo, no sólo estaba llevando sobre sí el luto por la muerte de Sasori sino que también de su vínculo con Sasuke.
Estaba sucia, hambrienta y cansada. Pronto debía buscar una forma de tratar sus propias heridas o su estado de salud podía volver a empeorar. Se tomó el hombro frunciendo el ceño por el punzante dolor que aún experimentaba mientras forzaba sus piernas a moverse y realizar el último tramo por el largo pasillo hasta llegar a su propia habitación. Las luces parpadeaban de manera extraña, quizás por el viento que había afuera, quizás porque la visión se le estaba volviendo borrosa por el sueño y el cansancio.
Cuando el pasillo terminó se encontró frente a la puerta corrediza de su habitación. La movió hacia un costado y entró pisando el tatami con sus pies descalzos. Cómo había extrañado la sensación de apoyar sus pies en algo seco y firme en vez de la humedad de los pantanos y los bosques que había recorrido las últimas semanas. Ese lugar, aunque solitario y tosco, era lo más cercano a un hogar que ahora tenía.
Suspiró al pensarlo, acercándose lentamente al interruptor para prender la luz. Cuando lo hizo, vio reflejado en el espejo que colgaba en la pared una visión de sí misma que casi no reconoció. Sus mejillas y nariz estaban rojizas, su rostro pálido cubierto en suciedad, su ropa un tanto desgarrada. ¿Acaso eso significaba ser un shinobi? ¿Perderse a sí misma cada vez que iba en una misión?
Desabrochó su chaqueta y la dejó caer al suelo demasiado cansada para doblarla y colgarla. De cualquier forma, tendría que lavarla después o quizás simplemente arrojarla a la basura. Desabrochó los botones de su camisa con cuidado, quedando sólo su camiseta de mallas sobre el torso para proteger su desnudez. Entonces caminó hacia el closet sacando de éste ropa limpia y una toalla, para luego agacharse y desabrochar de su cintura el portaherramientas con el símbolo del país de la roca.
Sus cejas se fruncieron en un gesto de dolor mientras lo observaba entre sus manos con cuidado, recordando que allí también llevaba las herramientas que Sasori le había dado para preservar las flores. Sonrió con melancolía, como si pudiese escuchar lo que Sasori le había respondido a Deidara cuando se quejó de que llevase ese tipo de cosas consigo a una misión... "Un artista siempre debe tener las herramientas de su arte cerca y si no se trata con cuidado con la debida diligencia nuestras obras, los colores originales pueden llegar a desgastarse y desvanecerse con el paso del tiempo".
―Sasori-dana... ―murmuró con el pecho apretándosele.
Bajó el rostro, abrió el portaherramientas y sus dedos temblorosos rozaron los utensilios que Sasori le había regalado sintiendo el horrible dolor de la pérdida una vez más. Quizás para esa altura debió haberse acostumbrado a ello. Las lágrimas le mojaron nuevamente las mejillas sin que pudiese evitarlo.
Cerró con fuerza los ojos y se permitía sollozar, quebrándose, permitiéndose llorar a pesar de que Deidara le había advertido que no lo hiciera, que no dejara que nadie supiese la manera en que le afectaban las cosas. La sensación de pérdida, de no haber podido hacer nada por evitarlo, la aplastó. Todos los miembros de Akatsuki estaban allí porque creían en algo más grande que las aldeas y en ideales más desinteresados que el dinero, desde Deidara por su busca constante de lo que consideraba arte, hasta Konan que buscaba un mundo en donde ya no existiesen aldeas shinobis en guerra. ¿Valía la vida de sus seres queridos llevar a cabo la misión de la organización? ¿Cuál era el precio que todos ellos debían pagar para alcanzar esa anhelada paz en el mundo shinobi?
En medio de su dolor, un ruido sutil interrumpió su sollozo haciendo que se sobresaltara. Observó en la dirección de la puerta para encontrarse con una figura sombría en el umbral. Por un instante se quedó perpleja con la presencia de aquella persona que se escabullía hacia ella entre las sombras de la noche, simplemente concentrándose en aquellos ojos completamente serenos que la observaban fijamente.
Entonces, quedó desprovista de palabras, de reacción y de movimientos.
No sabía cuánto tiempo llevaba allí, o por qué había omitido anunciar su presencia, ni tampoco qué hacía en Amegakure. Había soñado tantas veces con ese momento que, por un momento, creyó que su mente jugaba trucos con ella para darle un atisbo de esperanza en su horrible desesperación.
―¿Por qué lloras? ―le preguntó Itachi, su voz grave, masculina y baja. Las palabras se deslizaron suaves hacia ella haciéndola creer que definitivamente estaba soñando.
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Nota: Queridos lectores! Feliz año nuevo, espero que este 2025 esté lleno de cosas grandiosas para todos ustedes. Como estoy de vacaciones me puse a escribir y les traigo una actualización. Sé que han pasado años, pero Itachi nuevamente vuelve al fic xD En el proximo capítulo vendrá una perspectiva de lo que ha pasado con él desde el libro 2. Gracias por seguirme, por seguir esta historia y continuar leyendola a pesar de los años que me he demorado en terminarla. Un abrazo! Como siempre sus reviews y sus palabras me ayudan a seguir escribiendo y me motivan a apurarme! Les agradezco a todos los que se han tomado tiempo de escribirme, muchísimas gracias.
