LIBRO TERCERO

Décimo Acto - Gracias


.

.

.


La mañana sorprendió a Hinata sin haber conciliado el sueño. Pensamientos oscuros habían nublado su descanso durante toda la noche, impidiendo que pudiese dormir más de un par de minutos seguidos.

Cada vez que cerraba los ojos en medio de la oscuridad sentía que ésta se le pegaba a la piel como si se tratara de una sombra viva y ojos rojizos la intentaban atrapar desprevenida. Cuando sus párpados caían de cansancio, podía ver el rostro de Sasuke observándola con su mirada penetrante, experimentando el calor de su respiración sobre la piel y de sus manos sosteniéndola mientras temblaba.

Lo odiaba.

Odiaba esa sensación que había permanecido sobre su cuerpo cada vez que recordaba esa cercanía que ella había permitido y que luego, él había aprovechado para hundirse en lo más íntimo de sus recuerdos. Se sentó sobre el colchón y suspiró, respirando profundo, intentando que su corazón dejara de latir con esa velocidad que golpeaba con fuerza su pecho.

Movió lentamente su rostro y observó que el colchón junto al suyo estaba intacto. Itachi no había vuelto durante el transcurso de la noche a dormir, y aquello la hizo sentir aún más desconsolada.

Abrazó sus piernas y hundió su rostro sobre los muslos, llorando en silencio. La sensación de pérdida y pésame hacían un eco mortuorio a su alrededor sin que lo pudiese impedir. Hubiese hecho cualquier cosa por ser más fría e imperturbable en ese momento en que la pérdida de Sasori la sobrepasaba, pero no sabía cómo. No había estado preparada para perder a alguien cercano a ella y aunque mucho no comprendieran de dónde nacía ese dolor, tampoco creía que debía justificarlo.

Aún así, comprendía que no podía seguir permitiendo que la angustia la consumiera así o enloquecería. Había estado tan segura de quién era y lo que sentía mientras caminaba en esa ruta junto a Itachi desde la huida de Konoha. Alguna vez había sido Hinata Hyūga, del respetuoso y honorable clan de los ojos blancos. Después, Hinata Uchiha, la esposa del prodigio del clan Uchiha, hijo mayor del líder del clan. Luego, se había convertido en una sombra que lo seguía con diferentes nombres, diferentes disfraces, diferentes voces. Todo para convertirse en Hinata de Amegakure, siempre atrapada bajo la lluvia, añorando el calor del sol.

No sabía de donde surgían esos sentimientos de resentimiento y odio, cuando antes todo dentro de ella había estado cubierto en amor y que Itachi se lo hubiese recalcado la hería de formas que no había imaginado.

Durante ese tiempo su amor por Itachi la había mantenido esperanzada de que debía soportar todas esas dificultades porque de alguna forma, lo hacía por él. Que si soportaba en silencio su tristeza, podía acompañar a Itachi también en su dolor y ser los brazos que lo sostuvieran antes de que finalmente se dejara caer. Pero después de que Sasuke le recordara una escena, tras otra, tras otra de lo que realmente había sido su vida desde el momento en que Itachi y ella fueron desposados, sentía un horrible resentimiento que no sabía a quién dirigir. ¿A su padre por permitir algo así? ¿Al clan Uchiha por obligar a Itachi a tener que desposarla? ¿A Itachi por lo que había hecho en Konoha e intentar también asesinarla? ¿A Sasuke por engañarla? ¿Al mundo shinobi en que vivían? ¿Quién era realmente culpable de todo ese dolor que tanto ella como Itachi habían pasado?

―Itachi-san... ―susurró suavemente.

Había esperado tanto tiempo para ver a Itachi y no había logrado poner de lado todos sus sentimientos cuando lo tuvo frente a ella. Había actuado de forma impulsiva, egoísta y demasiado emocional, reclamándole por cosas que debió simplemente aceptar en silencio si hubiese mantenido la fe intacta en su inocencia.

Deidara se lo había advertido el día anterior, que debía mantener oculto lo que sentía y no lo había logrado cuando más debió hacerlo. ¿Acaso Sasuke había cambiado algo en sus pensamientos para que ahora pensara constantemente en todo lo que había sacrificado durante y lo injusto que era que mientras ella sufría todos esos años cubierta en secretos, frialdad y miserias, todos los demás hubiesen seguido felizmente su vida en Konoha como si ella nunca hubiese existido?

¿Acaso si quiera existía?

Suspiró y se puso de pie, caminando hasta su ropero, sabiendo que no podía quedarse más tiempo atrapada entre aquellas paredes en medio de la oscuridad de sus propios pensamientos. Sacó la vestimenta que utilizaría ese día y mientras lo hacía, de eentre todas las prendas, una mariposa de papel cayó al suelo.

Sonrió, agachándose y sosteniéndola entre las manos. En algún lugar de ella, aún debía quedar la misma esperanza que siempre había mostrado, sólo tenía que volverla a encontrar. Era alguien resiliente y si había logrado sobrevivir todo ese tiempo, se podía volver a levantar y forzar a seguir caminando. Siempre habría una forma de solucionar los problemas y seguir, aunque sólo pudiese buscar una solución a la vez dentro de la decena de problemas que la acongojaban.

Sólo una...

―Puedo... ―pensó mientras miraba en sus manos el papel en forma de mariposa.

Liberó chakra de la punta de sus dedos para hacerla volar, tal como Konan se lo había enseñado. Si bien la papiroflexia se le dificultaba y no era tan buena como su maestra, había varias cosas que había aprendido sobre el papel y el ninjutsu. Los principios estaban en su cabeza, ya que para hacer mover el papel y doblarlo en diferentes formas, necesitaba de un control de chakra muy preciso.

―Lo tengo...

Ya sabía lo que haría justo después de tomar un baño, vestirse y comenzar un nuevo día. Si mantenía su cabeza ocupada y empezaba a enfocarse en lo que ella debía hacer. Quizás Itachi dejaría de verla tan sólo como una niña que había estado forzado a cuidar. Podía mostrarle que no necesitaba preocuparse de ella, que podía pararse en sus propios pies y buscar su propio rumbo... pero que aún así...

Elegía seguir caminando con él.

.

.

.

La espera se estaba haciendo insoportable. Tan insoportable como alguna vez había sido ver sus esculturas llenarse de polvo en Iwagakure.

Deidara no hablaba al respecto, pues era un aspecto de su vida que no le gustaba recordar demasiado. Nunca había querido ser un shinobi, pero nació pudiendo utilizar un extraño tipo de kekkei genkai explosivo, el bakuton. Como todos los que nacían con él, su vida ya estaba decidida antes de que supiese qué deseaba hacer con ella. La Aldea, en especial el viejo Inoki, hacía decidido que se le enviaría al escuadrón de demoliciones y explosivos, un grupo especializado de la Aldea que en tiempos de paz actuaba básicamente demoliendo las piedras para seguir expandiendo la ciudad que se encontraba tallada en una enorme roca.

Deidara no disfrutaba mucho de dicho trabajo, pero sí le gustaba ver las cosas explotar. Cuando no se encontraba trabajando en dichas actividades, se dedicaba a hacer esculturas de greda. Y aquella esculturas no eran como sus obras actuales que explotaban tan pronto las terminaba, sino que simplemente eran esculturas de greda que se cocían en hornos y se esmaltaban, para luego ser posicionadas en diferentes partes de la ciudad.

Pronto, su arte comenzó a ser bastante popular y muchos lo alabaron como un artista sensible, que podía capturar la hermosura de las cosas y transformarlas en esculturas. Cerró los ojos, recordando como era alabado por todos quienes contemplaban sus obras, siendo descrito como un genio artístico, un talento sin igual, un escultor que iba a revolucionar el arte de la ciudad. Y en ese entonces de verdad se sentía orgulloso de ello, de ser alabado por su genio y creatividad. Ganaba dinero, era admirado y podía exponer su trabajo para que otros comprendieran su visión artística.

Eso cambió cuando, mientras hacía explotar una cantera para que se construyera allí una nueva casa, notó lo hermoso que era que un momento la montaña hubiese estado allí y al otro no. La forma en que las rocas se desmoronaban y caían dejando atrás solo polvo y escombros le dejó una sensación profunda que no pudo describir con palabras. Era como si en ese instante fugaz el mundo entero estuviese en un delicado equilibrio entre la creación y la destrucción.

Con el paso del tiempo, la sensación que obtenía al ver cómo las cosas desaparecían completó un lugar extraño en su alma. Era una especie de fascinación por lo que se pierde y nunca más puede volver, por lo que ya no existe. De alguna manera sentía que esas cosas que él hacía explotar eran más reales que todo lo que había a su alrededor juntando polvo, envejeciendo y permaneciendo quieto. Así, apareció en él un amor verdadero por lo efímero, por la belleza que se puede vivir experimentando algo que desaparece de un momento a otro, por la inevitable fatalidad de todo.

Entonces comenzó su dilema y gran dolor, pues al ver sus obras de greda, ya no las encontraba hermosas. Las observaba y no había vida en ellas. Ahí estaban, quietas en el silencio de la noche, contemplándolo hasta la eternidad. Nunca sentiría la misma pasión y excitación de terminar esa obra y contemplarla, pues cada vez que la viese en el futuro sentiría algo menos intenso hasta ser sólo algo más de una colección de objetos. Aquello comenzó a desgarrarlo y hacer estragos con su mente, con su corazón, con su deseo de seguir vivo. A pesar de ser un shinobi, Deidara en realidad se consideraba un artista que quería impregnar su obra con la manera en que veía belleza en la vida.

Sabía que si deseaba vivir y perseguir su arte, tendría que llevarlo a un nuevo nivel en que lo interpretara a él y lo que sentía en su corazón. Arriesgandose a ser perseguido, asesinado o en el mejor de los casos volverse un nukenin, Deidara robó un jutsu prohibido en que pudo aparecer manos en sus palmas y pecho para así guardar material dentro de éstas e infundirlo con su chakra. Su arte se volvió una expresión de sí mismo, del momento, no de la obra en sí. Y aquello lo conmovía. Iba a vivir el resto de su vida siendo un agente de lo efímero de la existencia, incluso ofreciendo sus obras a personas que peleaban con lo establecido y buscaban cambios al igual que él.

Muchas personas lo llamaron terrorista, pero él no lo veía de ese modo; a diferencia de todos los otros miembros de Akatsuki, Deidara sólo vendió sus servicios a causas en que realmente creía. El creía en los cambios, en los momentos, en derribar lo perpetuo y lo antiguo para crear algo nuevo. Si le proporcionaban greda de calidad, era todo lo que necesitaba para vivir feliz.

Estaba pensando en eso con algo de depresión cuando de pronto la puerta se abrió y notó que Hinata estaba en la entrada una vez más, sosteniendo una bandeja con comida. No dijo nada en un comienzo, observándola con una mirada cortante, recordando lo que había hablado con Itachi el día anterior.

―Buenos días Deidara senpai ―dijo la joven mientras caminaba hasta él. Deidara volvió a mirar en frente con algo de indiferencia a su presencia allí―. ¿Se siente mejor hoy?

―Evidentemente no ―se quedó en silencio esperando que ella dijera qué deseaba.

―Traje su desayuno ―la joven se acercó, arrodillándose a su lado mientras depositaba la bandeja en el suelo―. Todas sus cosas favoritas. Arroz, tonjiru, tamagoyaki, badukan y...

―¿Por qué? ―la cuestionó sin moverse ni mirarla, interrumpiendo su pequeño discurso―. No te lo pedí.

―Dije que cuidaría de usted ―respondió mientras tomaba un platillo con una especie de omelette.

―No necesito que me cuides ―le respondió sin moverse―. No quiero comer ahora, hn.

―Debe hacerlo. Así podrá mejorarse pronto. Debe recuperar su chakra para...

―No necesito chakra en este momento si no puedo utilizar mis manos para darle forma a mi arte ―respondió Deidara.

Hinata permaneció en silencio y bajó el plato con comida. Curiosamente, no tuvo deseos de decirle que se marchara, pero al mismo tiempo, su presencia le parecía incómoda. De pronto, notó que ella tomaba un papel y empezaba a doblarlo lentamente junto a él.

―¿Por qué estás jugando con eso? ―le preguntó con curiosidad, deseando saber qué hacía.

―Es una sorpresa ―respondió Hinata con una pequeña sonrisa formándose en sus labios.

―No me gustan las sorpresas ―bufó, aun observándola con cuidado―. ¿Es el papel que usa Konan para su arte?

―Algo así, bueno, no es papel precisamente como el que usa ella ―entonces, Hinata acercó el papel doblado hacia él.

―¿Y qué tiene de interesante ese papel? ―preguntó Deidara frunciendo el ceño.

―Observe ―de pronto la figura que Hinata realizaba se transformó en una bonita flor. Era similar a una rosa.

―¿Una flor? ―preguntó algo extrañado.

―Sí, mi arte se basa en preservar las flores, pero... las rosas son muy gruesas y tienen muchos pétalos para prensarlas y conservar sus colores. Trabajar con usted y Sasori dana me enseñó que quizás mi arte se estaba estancando y debía buscar una nueva inspiración.

―¿Vas a empezar a juntar flores de papel hasta que el moho las consuma? ―se burló mirando nuevamente hacia adelante.

Entonces la flor que había hecho Hinata flotó en el aire frente a él, alejándose lentamente hacia la pared y permaneció girando encima de ambos.

―Luce como si bailara. Es más dinámico que las flores que prensas ―dijo interesado en el movimiento cuando de pronto, Hinata elevó su mano y realizó un sello haciendo que la flor se quemara en un parpadeo, dejando atrás cenizas que cayeron sobre ambos flotando como plumas―. Ya veo ―dijo con sorpresa mientras veía el movimiento de la ceniza―. Tu arte floral ha evolucionado comprendiendo finalmente lo hermoso de lo efímero de nuestras creaciones ―dijo sintiéndose realmente conmovido al respecto―. Es bastante innovador.

―Cuando senpai recupere sus manos...

―Con que es eso ―dijo intentando sentarse para prestarle más atención―. Tienes un plan. Por eso intentas animarme con tu evolución artística. Hn.

―Sí ―el rostro de Hinata se volvió serio―. Debemos saldar cuentas por lo de Sasori dana. Y no puedo hacerlo sola.

Deidara asintió, a pesar de lo que le había dicho a Itachi, Deidara creía que no estaba frente a una subordinada más. Hinata era una colega artista que había también sido respetada por Sasori. Su compañero veía el arte de Hinata con interés e incluso muchas veces la intentó ayudar a mejorarlo

―Estoy de acuerdo. Como sus más cercanos colegas, es nuestra responsabilidad ―también en Deidara había una cierta gravedad por ese asunto, no porque fuese su amigo, sino porque había respetado profundamente a Sasori―. Bien. Hagámoslo.

―¿Usted sabe quién lo hizo? ―preguntó Hinata.

―Una kunoichi de Konoha y una vieja de Sunagakure. Eran del equipo del jinchūriki. Uzumaki, Naruto.

―¿Naruto, eh? ―mientras Deidara la miraba a los ojos pudo notar que el nombre removía algo en su interior. Se quedó en silencio, pensando, hasta que su concentración retornó a ella―. ¿Era una chica de cabellera rosa y ojos verdes?

―Sí. Creo. No me fijé en ella ya que era la que lucía más débil ―dijo Deidara con simpleza, recordando que su atención había estado enfocado en otra cosa―. Yo fui tras el jinchūriki y nos siguió Kakashi Hatake. Fue él quien me quitó parte del antebrazo.

―Esa kunoichi de Konoha se llama Sakura Haruno. Fue mi compañera en la academia ninja.

―¿Qué sabes de ella? ―Hinata dudó un momento, como si pensar en ese lejano pasado removiera algo en su interior.

―Muy poco ―respondió enfocada en recordar―. Sólo sé que era una excelente estudiante. Naruto Uzumaki estaba enamorado de ella y ella parecía enamorada del hermano menor de Itachi-san. Kakashi Hatake, Naruto Uzumaki, Sakura Haruno y Sasuke Uchiha formaron un equipo cuando se graduaron de la Academia.

―¿En qué se especializa Sakura Haruno? ―preguntó curioso―. Si venció a Sasori dana, debe ser increíblemente fuerte.

―Es cierto ―Hinata suspiró―. La última vez que conseguí información sobre ella intentando localizar a Sasuke... sólo leí que era una médico.

―Ahora deseo matarla primero que a nadie ―dijo entusiasmado―. Y luego, iremos por Orochimaru.

―¿Por qué Orochimaru y no Hatake Kakashi que le destruyó el brazo? ―preguntó Hinata con curiosidad.

―Odio a Orochimaru ―respondió Deidara―. Cuando intentó quedarse con el cuerpo de Itachi y huyó, tuvieron que reclutarme para reemplazarlo. Si él no hubiese abandonado esta organización, seguiría en mis propios asuntos lejos de aquí ―todos esos proyectos y la forma en que se vengaría de aquellas personas lo puso de tan buen humor, que pronto se le abrió el apetito. Tendría la oportunidad de mostrar su arte por causas en que realmente creía―. ¿Sabes? Ahora sí tengo hambre. Ayúdame.

―Sí.

Deidara se sentó sobre el colchón con bastante esfuerzo y dolor. No podía seguir esperando porque Kakuzu llegara an Amegakure a coserle los brazos. El dolor era intenso, pero le irritaba más tener que esperar.

De pronto, mientras Hinata acomodaba el platillo, notó una cicatriz nueva a la altura de su hombro, justo en el borde de la tela que vestía.

―¿Cómo te hiciste eso? ―le preguntó curioso, ella no le había hablado sobre lo ocurrido en el desierto la última vez que se vieron y luego se separaron―. Luce un tanto reciente. Esta toda rojiza.

―No es nada ―respondió ella acercándole arroz a la boca.

―¿Quién te hizo eso? ―insistió frunciendo el ceño.

―Uchiha, Sasuke.

―¿El hermano menor de Itachi? ¿El que nos interceptó en el desierto? ―preguntó incrédulo y un tanto sorprendido.

―Sí. Deseaba hablarme.

―¿Cómo dejaste que te lastimara así? ―le preguntó subiendo una ceja mientras seguía comiendo―. Eres muy rápida y su sharingan no tiene efecto en ti. Esos malditos ojos.

Hinata suspiró y comenzó a narrarle una historia que comenzaba ese día en el hostal en el desierto en que habían estado comiendo cuando se percataron de la presencia de un shinobi que los observaba. Entonces omitió los detalles y simplemente le habló sobre un combate entre ambos en que ella no pudo simplemente matarlo y se detuvo antes. Sasuke, un shinobi más experimentado, no tuvo el mismo nivel de estupidez y le había atravesado el hombro con su chokuto.

―Con que eso ocurrió ―dijo bajando levemente los párpados, algo irritado―. Hemos hablado muchas veces de qué te sucederá si tienes piedad de los demás. Pero insistes en ser estúpida. Harás que te maten eventualmente, hn. De hecho, podría haberte matado. Me pregunto por qué no lo hizo.

―Lo sé ―bajó el rostro y la mano que sostenía los palillos descendió con cuidado―. No quiero pensar en él ahora.

―Eso no es lo único que te tienes así ―dijo suspicaz―. No es que me importe, pero toda esta vibra negativa emocional me está arruinando el apetito. Cada vez que me acercas la comida pareciera que te fueses a poner a llorar de nuevo.

Deidara notó como Hinata vacilaba sobre hablar del asunto, por lo cual, supuso que era importante para ella. Algo le estaba molestando y en vez de enfrentarlo se estaba escondiendo allí junto a él, como si no deseara que alguien más pudiese encontrarla. Deidara lo notaba. Hinata no era el tipo de persona que hubiese entrado a alimentarlo dos días seguidos sólo por la bondad de su corazón. Ella sabía que le irritaban esas cosas.

―Discutí con Itachi-san ayer ―dijo finalmente, sus ojos denotando un deje de tristeza―. Nunca había levantado mi voz así.

―Quizás finalmente estás comenzando a quitarte esa venda de la que hemos hablado antes ―Deidara suspiró mientras masticaba el huevo que ella le acercaba con los palillos―. ¿Es todo? ¿Estás tan deprimida por discutir con alguien?

―Creo que nunca perdonará lo que le dije ―sonrió melancólica, abnegada―. Debe odiarme.

―Odiar. Esa es una palabra bastante fuerte ―dijo Deidara contemplando la ventana―. Así como amar. Dudo que un sujeto como Itachi comprenda cualquiera de esos conceptos.

―¿Usted ha amado a alguien, senpai?

La pregunta lo hizo pensar de inmediato en Iwagakure, en sus compañeros de equipo, en Onoki, en sus padres. Supuso que aquello no podría haber sido amor, ya que había abandonado la aldea de cualquier modo sin importarle lo que su robo y huida provocaría. Seguramente sus padres habían caído en desgracia por sus actos, sus amigos lo odiarían y hasta Onoki lo mataría teniendo la oportunidad. Alguna vez se había hablado que tenía suficiente talento como para suceder al Tsuchikage, ahora, era sólo un criminal más escondido en una organización que el mundo clasificaba como terrorista.

―No estoy demasiado seguro de que crea en el amor de esa manera estúpida en que tú lo haces, pero sin duda, amo mi arte ―y aquello era sinceramente, lo más importante en su existencia.

Hinata se quedó en silencio, sus dedos jugueteando con los palillos de comida con los cuales lo alimentaba. Deidara la observó sumergirse en sus propios pensamientos adivinando por qué su rostro se había vuelto así de triste. Ella amaba a Itachi, se lo había dicho en alguna ocasión y él se había convertido -en sus propias palabras- el motivo para seguir un determinado rumbo en su vida. Le parecía trágico, pero comprendía por qué lo hacía.

―A veces pienso que el arte es una forma que a veces toma el amor. Es... una forma más que toma ―dijo Deidara―. Mis obras son mucho más que simples creaciones. Son... son algo que nace de lo más profundo de mí, como la pasión, el deseo, el amor o el odio. Los que somos artistas sabemos nuestra lucha por expresar esa voz que grita en nuestro interior y realizamos cualquier sacrificio para realizarla. Hn.

―Como Sasori dana ―dijo Hinata bajando el rostro con tristeza―. Estaba tan comprometido con su propio arte que incluso se volvió a sí mismo una marioneta. Eso es lo que hace un artista que ama su arte, ¿no?

―Sí ―la miró y le sonrió con aprobación, porque que entendiese aquello le hablaba de Hinata todo lo que necesitaba saber de ella―. A pesar de que no compartía su visión artística, la entendía. La respetaba. Alguien capaz de ir a esos extremos por su arte es alguien que merece todo mi respeto ―miró fijamente a Hinata y se sintió extrañamente acompañado en el dolor de perder a Sasori, no porque sintiese tristeza por la muerte de alguien, sino porque un artista había partido sin terminar por completo su obra―. Sasori dana amaba su colección. Sólo quien crea arte puede entender ese tipo de amor y la búsqueda de esa obra perfecta. Es como el fuego que no se puede apagar en nuestro interior que nos impulsa a buscar crear algo impresionante, aunque eso signifique destruirnos en el proceso.

Hinata simplemente lo escuchaba hablar. Aquello era algo agradable en ella, que pareciera absorta en intentar entenderlo, cargar con el dolor de su arte, de la búsqueda de ese momento efímero pero perfecto, en que todo lo que creía se plasmara en una explosión. El arte dinámico por el cual vivía no era algo sencillo de comprender. Muchos antes se habían burlado de sus obras de greda llamándolas infantiles o deformes, pero no era precisamente la escultura lo que encontraba hermoso, sino cómo éstas podían desaparecer y hacer otras cosas desaparecer.

―Cada vez que creo una de mis obras siento que dejo una parte de mí en ella, por minúscula que sea. Y cuando la destruyo, ese pedazo desaparece. Quizás... ―dijo, pensativo― el amor que sientes por él, es tu arte. No lo puedes controlar, ni detener y mucho menos ignorar. Y seguramente es algo que te destruirá también. O puede ser... una gran obra maestra. Dependerá de tu seriedad en perseguir dicho momento.

Hinata sonrió para él, y en ese momento, Deidara pudo jurar que todo a su alrededor se iluminó. Para sus adentros pensó que el amor que sentía Hinata de verdad podía ser su arte.

Asintió con un gesto casi imperceptible, satisfecho de haberla hecho reflexionar, pero sin buscar ofrecerle consuelo. En el fondo él sabía que el amor al igual que el arte era algo que sólo podía entenderse a través de la experiencia personal. Y como artista, no podía impedir que Hinata siguiera ese camino hacia perfeccionar su obra.

Entonces supo lo que tenía que hacer, como un senpai, como un colega artista y su superior.

―Si vas a acompañarme a vengar a Sasori dana, debes entrenar. No perderé los brazos nuevamente por tu incompetencia ―Deidara la miró fijamente y ella asintió―. Ve al lugar donde entrenabas con Konan y no vuelvas hasta estar segura de que no me estorbarás. ¿Entendido?

―Entendido.


.

.

.


Kisame había disfrutado de la noche anterior en los bares de Amegakure. No había tenido que pagar por nada de lo que comió y bebió, siendo homenajeado por los shinobis y lugareños de la Aldea al ver de quien se trataba. A pesar de que su vestimenta oscura con nubes rojas le había ganado el respeto de todos con quienes se encontró, no pudo evitar notar que había algo más en la actitud de quienes le hablaban, un temor que se percibía más allá de las sonrisas que le daban.

Hacía mucho tiempo que no se detenían en Amegakure. A veces se preguntaba si intencionalmente el Líder intentaba mantener a Itachi y él lejos del lugar. Era bastante obvio que así era, como si no pudiese confiar plenamente en dos shinobis como ellos que habían traicionado todo en lo que creían para terminar en ese lugar. Seguramente temían que sus propios fines y objetivos en algún momento se enfrentaran a aquellos de Akatsuki. Al menos, así lo sentía él.

Los edificios retorcidos de Amegakure se sentían extrañamente familiares para él, sobre todo por la humedad y la gran cantidad de cañerías y acueductos que llevaba el agua lluvia al río. Sonrió observando el edificio más alto de todos al este, lugar en donde nunca iban pero que intuían qué guardaba.

Volvió a las bases generales de la organización durante la mañana. Había mucho que deseaba hacer allí mientras esperaban instrucciones. En ese lugar se les había designado habitaciones a los miembros de Akatsuki y aunque no tenía demasiado interés en estar allí y entablar conversaciones con la mayoría de ellos, deseaba ver qué habría ocurrido con Hinata todo ese tiempo.

Cuando Itachi y él llevaban a la pequeña niña junto a ellos en las distintas misiones que les encargaban, no era más que una sombra sostenida de la mano de Itachi que caminaba en silencio y sin protestar, mucha veces sintiéndose como una carga innecesaria que no comprendía por qué Itachi debía llevar. En ocasiones intentó entablar conversaciones con ella, curioso sobre qué podía ser tan importante para que alguien como Itachi la llevase siempre consigo. No obstante, cada vez que lo intentó se encontró con un gran obstáculo entre medio: el propio Itachi.

Al enterarse de la identidad de la niña, se sintió confundido sobre todo el asunto, acrecentándose en él la sensación de que Itachi era alguien que guardaba más secretos de lo que se podía percibir a simple vista.

Mientras subía las escaleras para llegar al andar en que se encontraban los cuarteles generales de Akatsuki, recordó el tiempo en que estuvieron en el País del Agua juntos y encontró a Itachi en un muelle, tocando su protector con el emblema de Konoha bajo la luna llena. En ese momento algo le pareció fuera de lugar y le advirtió el propósito de que en Akatsuki siempre fuesen pares; no era sólo para llevar a cabo misiones o protegerse entre ellos, sino que también, porque si uno de ellos traicionaba a la organización el otro tenía el deber de matarlo.

Cuando llegó hasta el andar y avanzó por el pasillo se encontró con Hinata que salía de la habitación de Deidara con una bandeja entre las manos. Se quedó quieto, con una sonrisa ladeada, observando lo alta que estaba. Su cabellera azulada le llegaba a la cintura y utilizaba ropa similar a las que empleaban el resto de las jóvenes de la ciudad, telas oscuras, pantalones ajustados y una camisa que se cerraba por encima de su cuello pero que dejaba sus hombros descubiertos. En su cinturón azul marino llevaba un portaherramientas con el emblema de Iwagakure y en su pierna un portashurikens con el emblema de Amegakure.

Cuando sus ojos se cruzaron con los de ella la joven se sobresaltó, como si no pudiese creer que de verdad estaba ahí mirándola con detenimiento.

―Nunca me hubiese imaginado que te importase tanto alguien como el pequeño Deidara ―le dijo con gracia al verla cargando la bandeja de comida. Sus mejillas sonrojaron mientras él se burlaba―. Recuerdo que la primera vez que nos encontramos con él intentó hacerte explotar. Itachi-san estuvo cerca de matarlo por eso.

―Kisame-san ―dijo sonriendo y dejando la bandeja en la mesa en el centro del salón―. Es grato volverle a ver ―inevitablemente, Kisame pudo percatarse que la misma dulzura que recordaba en Hinata se reflejaba en su voz, pero no así en su mirada cansada y melancólica―. Deidara-san aún está recuperándose de sus heridas. Le dije que cuidaría de él hasta que sane ―a Kisame no le sorprendió que estuviese cuidando de alguien, era su naturaleza, pero sí que esa persona fuese precisamente Deidara―. Nadie se atreve a darle comida. Está de muy mal humor por lo ocurrido con... Sasori dana.

―Todos lo estamos. Rezaré por su alma cuando tenga tiempo para ello ―Hinata bajó su mirada y asintió―. Es una lástima, pobre Deidara-chan. Con lo mucho que disfruta haciendo explotar cosas. Espero que eso le enseñe una lección sobre las consecuencias de ser impulsivo e insensato ―Hinata asintió incómodamente, dándole la razón, pero apenumbrada por sus palabras―. De cualquier modo, deberías estar preocupándote de cosas más importantes que cuidar de él. Después de todo, Deidara se metió por su cuenta en esa situación.

Hinata lo observó confundida, como si no comprendiese su indiferencia ante alguien herido. Pero luego su mirada melancólica tomó un aire distinto, desprovista de la timidez que la caracterizaba. Le sorprendió notar que su suavidad se había comenzado a endurecer, que el temple nervioso e incómodo que recordaba se hubiese vuelto calmo y que pudiese sostenerle la mirada con tanta firmeza como lo hacía Itachi.

―Deidara-san ha estado conmigo cada vez que lo he necesitado ―respondió suave, mostrando en sus facciones una cierta frialdad que antes no había estado presente en ella―. No lo dejaré solo ahora, cuando él me necesita a mí.

―¿Estás segura de eso? ―le preguntó con burla―. Deidara sólo se preocupa de sí mismo y de conseguir sus propios objetivos. No le importa lo que ocurra con el resto. Por eso te abandonó en el País del Viento. Y que yo sepa, no volvió a pensar en ti después de eso.

Sin responder y visiblemente ofendida por sus palabras, Hinata comenzó a caminar pasando a su lado para dirigirse hacia el corredor.

―Estás cambiada Hinata-san ―dijo Kisame con un poco más de seriedad, tomando su gran espada Samehada y poniéndola sobre su hombro derecho. Hinata paró en seco y volteó para observarle con sorpresa―. Casi no te reconocí cuando te vi, pero ahora, es como si hablara con una extraña.

―Sigo siendo la misma persona ―respondió cerrando levemente los párpados.

―Te equivocas ―le dijo Kisame, bajando su espada antes que hiciera estragos con el chakra de la joven―. La pequeña Hinata-san que conocí no me habría dado la espalda mientras le hablo.

―Lo siento ―dijo, bajando su rostro en muestra de respeto―. No quise ofenderlo, Kisame-san.

―¿Entiendes por qué te estoy diciendo todo esto? ―Kisame esperó la respuesta con una sonrisa socarrona―. Deidara hará que te maten o te matará él mismo ―Hinata frunció levemente el ceño―. ¿Crees que dejaría de hacer explotar una ciudad si tú estás en ella y tiene la oportunidad? No, no lo haría.

Hinata se quedó allí en silencio y Kisame no supo realmente si entendía el peso de sus palabras. No se lo decía precisamente por lastimarla, sino porque era en su naturaleza ser directo al comunicar las cosas.

―Cuando Sasori nos dijo que no tenían noticias tuyas, fue Itachi quien te buscó ―escucharlo hizo que Hinata levantara el rostro, poniendo atención a lo que él decía―. Conmigo. No Deidara. Nosotros. A Sasori y Deidara no les importabas lo suficiente para buscarte o intentar saber qué había ocurrido contigo.

La joven miró a un costado y nuevamente su semblante se volvió melancólico. Tan pronto lo hizo, Kisame supo que había tocado un punto sensible en ella. No le interesaba hacerla sentir mal, pero en el mundo shinobi que vivían, era preferible escuchar la verdad de forma cruda y no dulce.

―Como sea, deja de preocuparte por Deidara-chan. Kakuzu le coserá los brazos. Debe estar por llegar. El líder nos ha llamado a todos para reagruparnos. Quizás se demore un poco en volver a usarlos, pero eventualmente, lo hará.

―Pensé que había perdido los brazos en la batalla ―dijo Hinata algo sorprendida y confundida con la noticia―. ¿Los pudieron recuperar? Eso es maravilloso.

―Tobi los encontró ―respondió Kisame casualmente.

―¿Tobi? ―lo cuestionó Hinata sorprendida―. ¿Quién es?

―No lo sé, creo que es un subordinado de Zetsu que desea unirse a Akatsuki pronto. Quizás lo recluten ahora que Sasori ya no volverá.

―Comprendo ―la mera mención de aquello hizo que la mirada de la joven se nublara en melancolía.

A veces Kisame olvidaba que Hinata no era una kunoichi y no tenía los conocimientos básicos para ocultar sus emociones. Parecía un libro abierto frente a él, dejando que analizara cada una de sus reacciones y les atribuyera un significa. Sasori había significado algo importante para ella, lo veía en sus ojos que se perdían en algún recuerdo. Aprovechó entonces de preguntar lo que le interesaba y la reacción que quería tener frente a él.

―¿E Itachi? ―le preguntó tanteando el terreno―. ¿Dónde está?

―No lo sé.

La respuesta llegó en un tono frío. Frunció los labios casi de forma imperceptible y uno de sus puños se cerró ligeramente. Fuese lo que fuese que había ocurrido entre ella e Itachi el día anterior, había una cierta molestia impresa en su lenguaje corporal. Era una mezcla de frustración y angustia, como alguien a quien le duele escuchar un nombre pero en vez de llorar, sufre un agravio.

Era evidente que algo relacionado con Itachi le pesaba, pero había algo más en sus reacciones que Kisame no podía descifrar. No era sólo la ausencia de respuestas, sino la manera en que su cuerpo respondía, como si se negara a seguir pensando en él e evitara si quiera hablar del asunto.

―¿No debería ser fácil para ti encontrarlo? ―le preguntó burlescamente―. Para algo tienes ese dojutsu.

―Si él quisiera ser encontrado, no tendría que buscarlo.

―Tienes razón.

El silencio entre ellos se hizo presente. Entonces pudo notar como ella combatía con el deseo de preguntar algo, de saber más, de quizás dejar de lado su orgullo o molestia. Cuando subió la mirada, Kisame sabía lo que diría antes de que abriera la boca.

―¿Itachi-san se encuentra bien? ―le preguntó, sus cejas fruncida y su mirada cubierta en una profunda tristeza―. ¿También tendrá que ir a pelear pronto para atrapar el jinchūriki que le asignaron, verdad? ―al preguntarlo notó la angustia que experimentaba en sus gestos.

―¿Cómo sabes tú de eso? ―le preguntó curioso. Que Akatsuki estuviese reuniendo a los bijū era un tema que sólo los miembros sabían. Hinata no era oficialmente un miembro, por lo que supuso que alguien había hablado de más―. Deidara no debería hablarte de esas cosas.

―Escuché a Deidara-san y Sasori dana hablando de eso cuando viajé a darles las coordinadas para la infiltración a Sunagakure ―Kisame suspiró, no le importaba mucho lo que los demás dijeran o no dijeran, y mucho menos los secretos de Akatsuki. Al fin y al cabo, todos estaban allí con un solo objetivo, y los secretos no significaban mucho cuando se trataba de cumplir con la misión.

―¿Por qué no le preguntas tú misma sobre ese asunto, Hinata-san? ―la cuestionó suspicazmente.

Hinata apretó los labios. Evidentemente había un conflicto arremolinándose dentro de ella que no podía resolver preguntándole de forma directa a Itachi en ese momento. La situación le pareció de lo más divertida. Ver como una adolescente batallaba con sus propios sentimientos era adorable.

―¿Qué harás ahora? ―le preguntó cuando el silencio se hizo evidente.

―Iré a entrenar ―le respondió suspirando―. Nos vemos luego, Kisame-san.

―Claro, espero que pronto ―le respondió mientras la observaba alejarse por el corredor.


.

.

.


La mañana lo había encontrado aún en aquella ventana. El edificio de Akatsuki era grande, por lo cual, encontrar un lugar silencioso en que nadie lo pudiese perturbar no se le hizo difícil. Su mundo aún se encontraba en oscuridad debido al kotarō que había empleado en sus ojos la noche anterior, pero era la única manera que tenía de poder soportar más tiempo. A veces percibía figuras borrosas o haces de luz, pero tenía que forzar la vista para ello. Sólo un poco más y tendría suficiente fuerza para volver a emplear su dojutsu sin desfallecer, pudiendo tolerar el dolor.

Podía escuchar el agua cayendo de forma constante. Dicha melodía en que las gotas golpeaban los techados metálicos le traía recuerdos de los días de invierno cuando en Konoha comenzaba a llover para luego abrir paso a la nieve. Saber que nunca más vería la aldea era algo que le dolía en el centro de su pecho, pero lo toleraba, sabiendo que era mejor que una persona como él nunca volviese a dicho lugar.

Sus pensamientos se volvieron hacia Sasuke, recordando como solía salir al patio y saltar en los pozos de agua con su madre regañándolo, diciendo que se iba a resfriar. Entonces, ella le pedía que sacara a Sasuke de la nieve y en vez de hacerlo, terminaban arrojándose bolas de nieve hasta que llegaba la hora de cenar. Podía imaginarse la mesa llena de comida con todas las cosas que tanto le había gustado comer, con risas, su hermano menor insistiendo en algo, su padre preguntando por su día, su madre mirándolo con amor. En el recuerdo de los que tanto había amado se refugiaba cuando el dolor de la oscuridad amenazaba con hacerlo rendirse.

Suspiró, permitiéndose ese pequeño momento de debilidad, ya que se había acostumbrado a mostrarse indiferente cada vez que alguien le mencionaba a su hermano menor. De hecho, supuso que sólo con Hinata había dicho algo cercano a sus sentimientos. No obstante, éstos estaban allí, latentes, dolorosamente reales sobre todo ahora que veía que se reuniría pronto con el resto del clan llevándose consigo sólo el gusto del fracaso, de haber fallado en todo lo que se había propuesto.

De pronto pasos irrumpieron por el corredor, parándose alguien atrás de él.

―¿Qué sucede? ―preguntó, sin estar seguro del todo de quién se trataba.

―Realmente te odio.

La voz de Deidara no lo sorprendió. Supuso que eventualmente lo buscaría después de la conversación que habían tenido el día anterior. Lo sorpresivo para él fue que Deidara lo hiciera en el estado deplorable en que se encontraba. Por lo que tenía entendido estaba en reposo hacía días.

En cualquier otra ocasión habría temido que lo atacara por la espalda y habría forzado a activar su mangekyo de inmediato, no obstante, no creyó que Deidara fuese tan estúpido para intentar atacarlo precisamente ahora que no tenía sus manos.

―Odio tu forma de mirarme ―dijo Deidara cuando se volteó sobre el hombro a observarlo con el sharingan activo―. Odio tus ojos. Odio la manera en que hablas tan cool mirando mi arte como si fuese inferior al tuyo.

Itachi no se movió ni respondió, esperando que él siguiera insultándolo para pronto llegar a su punto. Dudaba que sólo hubiese ido hasta ese lugar a decirle cosas que ya sabía.

―Odio tu sharingan. Y un día, realmente te mataré, Itachi.

―¿Algo más? ―preguntó con indiferencia, volteandose nuevamente para mirar en frente hacia la ventana.

―Me obligaste a venir aquí con la condición de que pudiese hacer mi arte y acepté.

―Recuerdo el trato ―respondió con calma―. Has podido hacer explotar todos los lugares que has podido, uno más grande que el otro. ¿Cuál es tu queja?

―Mi queja es Hinata ―por supuesto, ese era el motivo de toda la discusión que habían tenido el día anterior―. Dijiste que estaba enamorado de ella.

―¿No lo estás? ―preguntó con frialdad y un toque de indiferencia. Los sentimientos de Deidara lo tenían sin cuidado.

―Alguien como tú no lo entendería ―respondió con amargura―. Ella entiende mi arte, y la respeto por ello.

―¿Qué quieres Deidara? ―Itachi comenzaba a aburrirse. Si había un punto en toda esa conversación era menester que llegara a él.

―Pediré que sea el reemplazo de Sasori dana.

Un silencio lleno de tensión siguió a las palabras de Deidara.

Itachi esperaba que en algún momento alguno de ellos intentara incluir a Hinata en la organización, no como subordinada, sino como miembro. Itachi sabía que no podía permitir que algo así sucediera, no sólo porque Deidara eventualmente haría que mataran a Hinata, sino porque no deseaba que ella siguiera involucrándose en una organización criminal de la cual no podría salir a menos que muriese.

―¿Crees que ella sería la persona ideal para sustituirlo? ―le preguntó sin voltear―. Tu estilo de ataque es a distancia y de manera aérea. Su mayor atributo es el taijutsu. Sus estilos no se complementan.

―Es una artista que comprende mi arte. Es todo lo que necesito. Sus ojos me servirán para atacar a distancia, mi arte le ayudará a reducir la distancia entre ella y un enemigo.

―Si es así, debes tratarlo con el líder. No tengo que ver en la manera en que nos emparejan aquí.

―Cuando esté conmigo, haré todo lo posible porque encuentre su arte. Morirá en vida si no puede encontrarlo y eso no lo puedo tolerar. No puedo ver como también impides que ella realice su obra.

―¿Su arte? ―preguntó confundido. Muchas veces no comprendía del todo la manera en que Deidara hablaba sobre el arte y su inspiración, considerando que era un Shinobi.

―Ni si quiera sabes sobre su arte ―se burló―. Nunca te has molestado si quiera en verla a los ojos y encontrar su arte. Cuando la trajiste aquí, no tuvo la misma opción que yo. No escogió abandonar la Aldea en que vivían, ni esconder sus ojos y mucho menos terminar en Amegakure. Yo abandoné mi aldea para encontrar el camino de un verdadero artista porque así lo quise, hn. Pero el camino que ella sigue... ―el rostro de Deidara se volvió severo― ¡Lo hace para seguirte a ti! Y eso hace que te desprecie aún más. ¡No lo puedo tolerar! Jamás podría tener respeto por alguien como tú que no lo entiende, que no quiere verlo o entenderlo...

―La realidad de algunos, quizás, es sólo la ilusión de otros.

―Deja de hablar en acertijos y di las cosas claramente.

―Lo que tu percibas sobre Hinata y yo, es sólo tu percepción ―le explicó volteándose finalmente―. La realidad podría ser diferente.

―¿Diferente? ¿Cómo?

―Como lo que dices del arte y Hinata-san ―le explicó con seriedad, pues ya que lo forzaba a hablar de ella, se lo aclararía―. El arte no necesita ser comprendido, solo admirado. Ver más allá de lo que los ojos pueden percibir es el verdadero arte. Y yo... ―hizo una pausa para remarcar lo que diría―-, veo a Hinata-san.

Deidara se quedó en silencio tratando de asimilar esas palabras, manteniéndole la mirada mientras intentaba comprender lo que quería decirle. Itachi no estaba seguro de si entendía lo que quería decir, pero supuso que sí. Por mucho que el resto de Akatsuki viese a Deidara como un mocoso estúpido y ruidoso, Itachi tenía seguridad de que era alguien bastante astuto y de rápido pensamiento. No cualquier tipo de persona habría tenido la misma habilidad que él tenía para combatir.

―¿Entonces lo sabes? ―le preguntó suspicaz.

―No es asunto tuyo ―respondió pensando que eso cerraría el tema.

―El líder dejó un mensaje para ti ―dijo bajando levemente los párpados. Su tono sonaba distinto―. Necesitas solucionar un problema, ahora.

―Comprendo ―respondió Itachi―. ¿Qué problema es?

―Lo verás cuando llegues. Cruza el puente del este a la salida de Amegakure y camina tres kilómetros por la ruta hasta que veas la laguna. Luego, toma el camino hacia la izquierda en donde hay un árbol caído. Camina por allí, cuatro kilómetros. Encontrarás aquello de lo cual debes hacerte cargo.

―Entendido ―dijo Itachi, sin estar del todo seguro de que fuese verdad. No obstante, no temía a Deidara. Si aquello era una trampa, saldría de ella―. Iré ahora.

―Itachi ―dijo mientras se volteaba para retirarse―. Considera lo que acabo de decir cuando llegues allá. No vuelvas hasta que resuelvas el problema.


.

.

.


La tarde caía lentamente mientras la brisa fría rozaba la piel húmeda de Hinata. El agua tranquila de la laguna reflejaba el gris del cielo y las ramas de los sauces alrededor se mecían suavemente, provocando un susurro que acompañaba su soledad. Todo alrededor de Hinata transmitía calma, como si la propia naturaleza estuviera pendiente, esperando por que algo ocurriera. Era difícil encontrar días así en la Aldea, por lo que se sintió agradecida de tener esa tranquilidad para poder entrenar y despejar su cabeza de los pensamientos que la abrumaban.

A lo lejos, entre la neblina y la llovizna, se podía distinguir una pequeña cabaña maltrecha por el clima y el tiempo. Había alojado allí junto a Konan en diversas ocasiones mientras le enseñaba distintos tipos de ninjutsu.

Sus manos temblaban intentando sostener los shurikens para acertarlos en forma adecuada en los blancos que había fijado en las distintas partes a la orilla de la laguna. No era difícil para ella verlos, no sólo por su dojutsu, sino por la gran cantidad de tiempo que había permanecido allí los últimos años intentando afinar cosas que en la academia shinobi no había sido demasiado buena en hacer.

Cuando era una niña, había sido Sasuke quien se encargó de decirle todos los defectos y puntos ciegos que descuidaba a la hora de posicionarse y lanzar un shuriken. El recuerdo ahora le pesaba incluso más que el frío metálico de las armas entre sus delicados dedos.

Hinata activó el byakugan una vez más, enfocándose en los detalles más pequeños que la rodeaban. El chakra fluyó por su cuerpo hasta llegar a sus ojos mientras escaneaba el área en busca de los blancos. Sin embargo, algo la hizo fruncir el ceño. Un chakra familiar se acercaba caminando por el sendero a unos 200 metros en dirección a la cabaña de la laguna. En cualquiera otra circunstancia se habría sentido preocupada de que alguien fuese hasta allá, no obstante, su byakugan le revelaba que se trataba de Itachi.

Respiró profundo experimentando una extraña tensión en el pecho mientras sus palpitaciones se aceleraban. Su estómago se sintió tenso al saber que pronto lo tendría cerca y seguramente hablarían de las cosas que se habían dicho la noche anterior. Estaba segura de que no era miedo lo que sentía, sino una ansiedad que se iba acrecentando con cada paso que él daba en su dirección. Nunca había actuado así antes, ¿Por qué tuvo que ser precisamente con Itachi?

Lo que más temía, supuso, era que Itachi no la pudiese ver como algo más que una niña inmadura incapaz de comprender o tolerar el mundo shinobi en el que él se encontraba. Quedó parada allí, quieta, esperando que se acercara, escuchando sus pasos con nerviosismo.

Cuando finalmente apareció entre los árboles, deshizo su byakugan quedándose parada allí mirándolo.

Itachi se detuvo y la observó también, sus ojos oscuros fijos en ella. Lucía tranquilo y desanimado, pero Hinata no pudo evitar pensar que estaba buscando las palabras para decirle lo decepcionado que se sentía de ella. Aún así mantuvo la calma, esperando que él hablara primero y le dijera qué hacía allí. No obstante, Itachi parecía no tener prisa en hacerlo, observándola prolongadamente antes de hablar.

―¿Qué hace aquí, Itachi-san? ―le preguntó Hinata con una voz más suave de lo que hubiese esperado de sí misma cuando el silencio se hizo demasiado denso para seguir soportándolo.

Itachi no respondió de inmediato, como si la respuesta fuera algo que aún estaba decidiendo. Su mirada se suavizó sutilmente al estudiarla allí, parada entre los juncos y el agua.

―Deidara me envió ―respondió caminando hacia ella con pasos que parecían despreocupados pero al mismo tiempo lo suficientemente medidos para no acercarse mucho a ella―. Espero no importunarla.

―N-no lo hace ―dijo Hinata sonrojándose levemente mientras bajaba el rostro, sin poder soportar que la mirara así de fijo. Había estado enamorada de él por tanto tiempo que le era difícil ahora tenerlo cerca y saber cómo debía reaccionar―. ¿Le ha sucedido algo a Deidara-san?

―No ―respondió Itachi sin dar mayores detalles, para luego ambos permanecer en silencio.

Hinata supuso que el asunto que lo llevaba hasta ese lugar era algo de lo cual no quería o podía hablar. Con el paso del tiempo se había vuelto muy eficiente al interpretar los silencios de Itachi Uchiha. No le importó realmente, podía preguntárselo a Deidara por sí misma cuando lo viese. Tenía la sensación de que el motivo para que estuviese ahí no era tan importante como lo que tenían que decirse uno al otro en ese momento.

―¿Estaba entrenando? ―le preguntó Itachi, intentando que el prolongado silencio no se volviese incómodo para ella.

―Sí ―respondió Hinata con la voz levemente más firme, pero aún nerviosa.

No habían hablado durante los últimos años. Ambos habían sido excluidos de momentos importantes de la vida del otro. E incluso antes de eso, debido a Kisame, no eran muchas las interacciones que podían tener en que fuesen completamente honestos uno con el otro. Las conversaciones solían fluir un poco más cuando estaban a solas, en la noche, durmiendo junto al otro. Cuando Kisame dormía o desaparecía a algún bar, era de las pocas ocasiones en que ambos podían dejar de fingir.

―¿Puedo quedarme? ― preguntó, y su tono suave hizo que Hinata se sintiera aún más nerviosa por esa cercanía.

Hinata no pudo evitar que una sensación extraña se instalara en su pecho y le hormigueara en el estómago. Había algo en la manera en que él había formulado dicha pregunta que la hizo sentirse diferente, quizás, más como su igual que sólo una carga.

Itachi nunca había sido de comunicar las cosas que haría, sólo las hacía. Nunca le había dado opción a quejarse, a negarse, a detenerse. Él sólo tomaba su mano y la llevaba de un lugar a otro haciendo que lo siguiera, sin quejas, sin preguntas. Teniendo sólo ocho años de edad le había vendado los ojos sin que ella tuviese opinión sobre el asunto, sin darle mayores explicaciones sobre por qué huían. Ella misma se había hecho una regla sobre no preguntar lo sucedido en Konoha o cuestionar a Itachi cuando le daba una instrucción. Se habían estado escondiendo por años, sin que él le preguntara si deseaba algo distinto para la vida de ambos o le preguntara su opinión sobre qué hacer ahora que no tenían un lugar al cual volver.

Que ahora le preguntara si podía quedarse con ella la descolocó al punto que no supo qué responder.

―Entiendo ―dijo finalmente Itachi―. Estaré en...

―Quédese ―le dijo rápidamente antes de que él pudiese voltear, incapaz de concebir la idea de que se alejara en ese momento de ella cuando había tanto que quería preguntar―. P-por favor.

Al verlo detenerse, Hinata sintió alivio. Había algo sobre su presencia que la tranquilizaba pero que al mismo tiempo le arremolinaba sus sentimientos de maneras que no podía comprender.

Itachi la miró con algo de sorpresa ante la urgencia de su requerimiento, pero al ver la manera tan sincera en que ella lo observaba, terminó por acceder. Asintió de forma silenciosa, volteándose por completo hacia ella. Hinata levantó el rostro para intentar buscar nuevamente sus ojos. La lluvia seguía cayendo suave entre ellos, pero a ninguno pareció importarle mientras se hablaban sin palabras.

― ¿Shurikenjutsu? ―preguntó Itachi al ver los shurikens en sus manos.

―Debo mejorar ―respondió Hinata mientr él se agachaba y recogía uno del suelo―. Hay cosas que no terminé de estudiar en la Academia que son básicas para los demás y que no se me dan con tanta facilidad.

―¿Ser shinobi es algo que desea? ―le preguntó Itachi, mirando el shuriken entre sus dedos.

―Sí. Hubiese sido una kunoichi en Konoha si no... ―no terminó su frase, pero ambos sabían que ese hubiese sido su destino de no haber ocurrido la tragedia con el clan Uchiha. No hacía falta que lo dijera.

Itachi estiró el shuriken hacia ella en silencio. Hinata lo tomó y por un momento, sus manos heladas tocaron la piel tibia de Itachi haciéndola cuestionarse si realmente deseaba sostener ese metal o sus manos. Avergonzada por dicho pensamiento, se giró y concentró su atención en los blancos colgados entre las ramas.

La lluvia comenzó a caer con un tanto más de fuerza mientras avanzaba la tarde, provocando que Itachi caminara y se detuviera bajo un sauce para protegerse del agua. En ningún momento le pidió que se detuviera o interrumpió en su entrenamiento, respetando con su distancia la decisión de Hinata de permanecer bajo la fría lluvia.

El agua empapó a la joven, desde su largo cabello azulado hasta sus pantalones, pero no le importaba. Quería mostrarle a Itachi que se había vuelto fuerte en su ausencia y que él ya no tendría que preocuparse en protegerla nuevamente. Por otro lado, las palabras de Deidara pesaban sobre ella. No quería volverse un estorbo cuando llegase el momento de vengar el nombre de Sasori.

Cada vez que acertaba perfectamente un blanco sentía la mirada de Itachi sobre ella, sin palabras de por medio, evaluándola sin juzgar. Su presencia se le hizo extrañamente reconfortante mientras la tarde avanzaba, hasta que la luz comenzó a disminuir lentamente.

Sólo entonces Hinata recogió los shuriken y se acercó a él, bajo las ramas del sauce.

―Anochecerá pronto ―dijo observando como algo de vapor se escabullía por su boca.

―Ha bajado mucho la temperatura ―mencionó observando la manera en que los labios levemente azulados de Hinata temblaban―. Debería dejar hasta aquí el entrenamiento.

―Tiene razón ―dijo Hinata, agachándose levemente para poner los shurikens en el portaherramienta de Iwagakure, cuando de pronto, sintió que Itachi se acercaba a ella. Cuando subió la mirada queriendo saber qué hacía, se percató que se había retirado su capa y la estiraba hacia ella.

―Tenga.

Cuando no reaccionó a sus palabras, fue el propio Itachi que la cubrió en un gesto que ella no pudo sino calificar como diligente, preocupado y hasta tierno. Muchas veces se había encargado de ayudarla a vestir cuando era una niña, incluso en alguna oportunidad le había cambiado la ropa cuando estaba enferma, pero era le primera vez que ese contacto se sentía tan diferente, tan íntimo entre el sonido de las ranas que croaban y los grillos que cantaban.

Subió la mirada y se encontró con los ojos de Itachi, dejando de respirar. Sintió el calor de la tela mientras la acomodaba sobre sus hombros. Su tacto era delicado, como si a propósito evitara tocarla en lugares más privados y sensibles mientras estiraba su capa encima de ella. Cuando la tela estuvo en su lugar, Itachi le tomó delicadamente el cabello y lo puso hacia afuera de la capa, para que dejara de mojarse la espalda.

A pesar de que la ropa de Itachi estaba un tanto húmeda, no se encontraba estilando como la suya, proporcionándole así un muy necesitado calor en aquel frío. Su corazón se aceleró de inmediato y pudo sentir como algo le calentaba las mejillas mientras sus ojos buscaban los de Itachi para decir algo, cualquier cosa, o el silencio la ahogaría.

―No era necesario. Se mojará, Itachi-san ―le dijo con una suave y temblorosa voz.

―No importa ―le respondió él en su tono varonil y aterciopelado mientras la miraba a los ojos.

―Gra-gracias ―Hinata sujetó la capa entre sus manos para que no cayera.

Y allí se quedaron, quietos. Hinata encogida con la capa de Itachi sobre los hombros, percibiendo el calor de la tela que contrastaba con la fría sensación de la lluvia que seguía cayendo e Itachi observándola con la misma intensidad con que ella lo hacía. No fue necesario decir mucho más que eso, pues algo parecía diferente. Quizás era el hecho de que por primera vez en mucho tiempo podían disfrutar del silencio juntos. El pecho de Hinata subía y bajaba un tanto rápido, deseando poder decirle algo, pero incapaz de hacerlo. Por un momento, pudo haber jurado que los ojos de Itachi bajaron hasta sus labios tembloroso.

Fue entonces que la lluvia comenzó a caer con más fuerza y eso pareció sacarlos de su ensimismamiento. Itachi fue el primera en comenzar a caminar. Hinata lo siguió, aún así intentando poner algo de distancia que le permitiera poder volver a pensar con claridad para que sus mejillas dejaran de arder.

―Vayamos hasta la cabaña hasta que disminuya un poco la fuerza de la lluvia ―dijo Hinata trotando suavemente, intentando evitar las pozas.

Itachi sólo la siguió.


.

.

.


La cabaña abandonada en la cual Hinata entró se le hizo acogedora. Incluso con su vista borrosa, pudo ver una hilera de árboles cerca que la ocultaban entre el humedal cercano a la laguna. Era bastante sencilla, de madera envejecida y tejas oscuras. Lucía muy similar a todas las otras cabañas que había visto por el camino hacia Amegakure, sólo que un tanto más abandonada.

Las ventanas por las cuales se filtraba lo último de la luz eran pequeñas pero al menos tenían una vista a la laguna que de seguro debió ser muy bonita a plena luz del día. Al fondo había una chimenea que se encontraba apagada, cuyo olor a cenizas y madera le cosquilleó en la nariz.

Hinata prendió algunas lámparas de aceite mientras la lluvia seguía cayendo. Los muebles del lugar tomaron un suave tono cálido con la luz de la llama que los iluminaba, tornándose todo un poco más hogareño.

Curiosamente, Itachi se sintió como un intruso en ese lugar. Estaba seguro de que allí había habitado Hinata en algún momento por el intenso olor a lavanda. Le dolió en algún lugar de su pecho haberse perdido esa etapa en la vida de la joven.

―¿De quién es esta cabaña? ―preguntó notando el estado de abandono en ella.

―Konan me permite utilizarla ―respondió Hinata mientras se sentaba frente a una pequeña mesa y se empezaba a amarrar el pelo y a retirar parte de su vestimenta mojada. Itachi la imitó, sentándose frente a ella―. Me entrenó aquí, a las orillas de esta laguna. Y me permitía dormir aquí cuando terminábamos. Creo... que podría haber sido su casa en otro tiempo.

―Así parece ―dijo Itachi observando las cosas con algo de curiosidad―. ¿Konan... te ha tratado bien?

―Sí ―respondió Hinata, sonriendo con suavidad―. Es muy amable conmigo. Todos lo son.

Hinata permaneció en silencio mientras la mirada de Itachi se perdía en la sonrisa de ella. Sin que tuviese que decirlo notó que había más que un simple respeto cuando hablaba de la mujer. Le hubiese gustado decirle en ese preciso momento que la estaban utilizando para alguna cosa que él aún no descubría, pero por algún motivo, no quiso herirla y hacer que esa sonrisa desapareciera.

―¿No tiene frío? ―preguntó Itachi mirando la chimenea―. Puedo hacer fuego.

―Nos mojaremos de cualquier forma cuando volvamos a Amegakure ―dijo Hinata abnegada al clima del lugar.

―Entonces... no volvamos ―los ojos de Hinata lo miraron con sorpresa―. Quédenoslos aquí hasta que me asignen algo junto a Kisame. Puedo ayudarle a entrenar si lo desea.

―¿De... de verdad podría? ―le preguntó Hinata atónita.

Itachi asintió y ella estuvo de acuerdo. Quedarse allí parecía una mejor idea que volver a Amegakure. Si Hinata deseaba entrenar. Lo mínimo que podía hacer era enseñarle. Después de todo, no iba a estar mucho más tiempo cerca y quedaría tranquilo con el conocimiento de que al menos ella sabía defenderse.

―Eso me haría... muy feliz ―respondió Hinata con timidez―. Hace mucho tiempo no estamos juntos.

―Lo sé. Lamento que haya sido así ―dijo Itachi bajando la mirada.

―Haré algo para comer, no hemos comido en todo el día ―dijo Hinata mientras se retiraba la capa de Itachi y la colgaba en la entrada.

Itachi iba a decirle que no era necesario que lo hiciera, pero al verla tan entusiasmada ante la idea de cocinar alguna cosa para comer, no pudo impedírselo. En vez de eso, sólo asintió en su dirección.

―¿Quiere que le ayude? ―le preguntó ya que no deseaba sentirse un inútil mientras ella hacía todo el trabajo.

―No es necesario ―dijo Hinata―. Hay leña en la entrada, en el pórtico. Podría hacer fuego si es que usted...

―Claro.

Itachi asintió y se puso de pie lentamente, saliendo a buscar la madera en medio de la oscuridad y la lluvia. Tuvo que guiarse por su nariz para encontrarla, pues el kotaro aún seguía en su sistema y la visión se le dificultaba. De por sí había sido todo un desafío guiarse por las escuetas instrucciones de Deidara para llegar al lugar, pero en medio de la cortina de lluvia que caía y de la creciente oscuridad del atardecer, sólo su olfato le brindó asistencia en su labor.

Cuando entró a la cabaña, se agachó con los leños entre las manos y los acomodó para poder utilizar ninjutsu y crear una ligera llama que los comenzó a consumir lentamente. En un comienzo, hubo más humo que otra cosa debido a la humedad de los leños, pero pronto las pequeñas llamas tomaron fuerza y antes de lo esperado tuvieron el calor de una chimenea. Hinata puso una olla con arroz encima, la cual pronto comenzó a hervir. Ambos miraron el proceso en silencio, dejando que el calor del fuego les secara la ropa.

―Esto es agradable ―dijo de pronto Hinata, sentada junto a él abrazándose las rodillas, a lo cual Itachi asintió sin saber muy bien qué responder. Se veía adorable así, sus mejillas sonrosadas por el calor, sus labios rosas curvando una sonrisa.

Había tantas cosas que le hubiese gustado decir, pero no sabía cómo empezar. Recordaba la conversación que habían tenido la noche anterior e inevitablemente se preguntaba si su trato con ella había sido justo. Sabía que le había causado dolor y sufrimiento todos esos años, que nunca había tomado en cuenta sus sentimientos y que además los había descartado creyendo que era demasiado pequeña para comprender las cosas que estaban en juego en ese momento. Supuso que se había equivocado, todo ese tiempo, creyendola demasiado joven para poder comprender su dolor, sus actos, su modo de vivir.

Había llenado de odio a Sasuke creyendo que hacía lo mejor para él, que algún día ese mismo sentimiento lo impulsaría a ser un shinobi extraordinario en búsqueda de venganza para su clan y que en ese momento podría pagar por sus crímenes. No obstante, dentro de sus planes no se había visto la posibilidad de que Sasuke se allegara a un criminal como Orochimaru que ponía su vida en peligro. Tampoco pensó que su hermano llegaría a los puntos que lo estaba haciendo en búsqueda de respuestas que lo acercaran cada vez más a su venganza hacia él.

Nunca había deseado involucrar a Hinata en una situación que era entre él y Sasuke.

―Creo que el arroz está listo ―dijo Hinata poniendose de pie y retirando con cuidado la olla del fuego.

―No sabría decirlo. Cocinar no es mi fuerte ―dijo bajando levemente el rostro, haciendo que Hinata sonriera.

―Yo lo terminaré de preparar.

―Creo que es una buena idea.

La observó desde su posición mientras estiraba el arroz en una fuente y le agregaba algo. Su olfato percibió un aroma agridulce que se le hizo en extremo familiar y nostálgico. Si hubiese cerrado los ojos, hubiese sido como si estuviese de vuelta en casa, esperando por la cena mientras Sasuke le insistía que lo ayudase a entrenar.

Los recuerdos inundaban su memoria cuando de pronto escuchó el sonido de la loza en la madera. El aroma a arroz lo trajo de vuelta a la realidad, preguntándose cómo era posible que Hinata fuese tan capaz de realizar cosas tan consideradas como esa, y al mismo tiempo, tener la frialdad para haber asesinado a mujeres, niños y ancianos en Yugakure. Supuso que era su culpa. Ella nunca debió haberse visto envuelta en toda la situación en que él la había arrastrado.

―Buen provecho, Itachi-san ―dijo Hinata mientras estiraba su mano y tomaba un omusubi triangular envuelto en nori.

Él la imitó, sintiendo que no era digno de estar comiendo nada que ella preparara pero negándose a ser tan mal educado para haber rechazado su comida.

Tan pronto le dio el primer bocado y los sabores hicieron cosquillear su paladar, su garganta se apretó y tuvo que bajar el triangulo de arroz hacia el plato. Bajó el rostro, masticando lentamente, su nariz cosquilleando sin que pudiese evitarlo.

―¿Qué sucede? ―le preguntó Hinata con preocupación, viendo lo que sucedía con él sin que pudiese ocultárselo como tantas veces ya había ocultado sus sentimientos frente a ella―. ¿No saben bien?

―Son... ―apenas pudo formular la palabra, temeroso de que la voz se le fuera a quebrar―... la receta de omusubi de mi madre.

―Sí. Pensé que le gustaría ―dijo avergonzada y temerosa de que hubiese hecho algo malo.

Su mano tembló mientras volvía a darle un mordisco más. Creía que nunca volvería a probar ese sabor en su vida. Sabía a infancia, a la calidez del hogar, al amor materno que había dejado de existir para él hacía mucho tiempo. Ese sabor tan familiar le despertaba recuerdos que había enterrado con el paso de los años, memorias de Konoha, de ese hogar que amaba incluso en el exilio, de la risa de Shisui y la voz infantil de Sasuke. El agridulce del arroz le recordó a esos días tranquilos en su vida, antes de que tuviese que crecer de golpe, cargando un peso demasiado grande para los hombros de cualquiera.

No pudo evitar sentir una punzada dolorosa en su pecho mientras mascaba, pero al mismo tiempo experimentar un alivio inmensurable de que incluso en ese incómodo lugar en que ambos se encontraban después de lo que se habían dicho la noche anterior, ella le había regalado con un acto tan sencillo como cocinar el recuerdo de su madre... de lo que significaba ser feliz.

Mientras bajaba la mirada para observar el omusubi, recordó a su madre y la misma calidez que experimentaba cuando ella lo abrazaba.

Por mucho que el tiempo la hubiese moldeado para que se convirtiera en alguien que no conocía del todo, aún había dentro de ella esa amabilidad para hacer por él un gesto tan lleno de amor. Esa era la Hinata que conocía, con la que le hubiese gustado compartir el resto de su vida.

―Gracias ―susurró para luego observar a Hinata.

Había una cierta suavidad especial en sus ojos y sus mejillas sonrojadas que le hacían querer perderse en ellos por siempre.


.

.

.


Nota: Gracias nuevamente a las personas que aún siguen este fanfic. Creo que desde que era mucho más joven que no podía publicar tanto en un mes. Ha sido un esfuerzo grande pero se lo dedico a mis queridos lectores que han esperado años por la conclusión de este fic. Espero que lo disfruten leer, que dejen sus comentarios, y continuen apoyandome. La comunidad de este sitio web parece muy pequeña ahora, pero estoy segura que nuestro fandom de Naruto sigue esperando al menos una conclusión y creo que se la merecen. Gracias por seguir este camino conmigo! De veraaas
Sasha