NOTAS:

NUNCA OCURRIERON LOS EVENTOS DE LA PELÍCULA DE LA JUNGLA

Este fanfic es largo, pensado como un show de cuatro temporadas.

¿Estás aquí por el Shortaki? Siéntate, esto tomará tiempo :D

FIN DE LAS NOTAS.


...~...


Esa noche tuvo un loco sueño y fue a la escuela contenta con la esperanza de que sus fantasías se hicieran realidad. Estaba entusiasmada, llena de vida, porque algo más, alguien más, el destino, el universo o lo que fuera, le confirmaban que se casaría con el rubio de sus sueños.

En el autobús, sentada un par de asientos detrás de él y su mejor amigo, lo escuchó hablar. También soñó que se casaba con ella. Por un segundo todo fue maravilloso hasta que él admitió que fue una horrible pesadilla.

¿Una pesadilla? ¿Eso era ella? Entonces sería la peor...

No importaba que él hubiera dicho que incluso si terminaban juntos "no estaría tan mal", porque, al final del día, él claramente no la veía de la misma forma que ella lo hacía.

La causante de todo, su alta compañera de cabello negro, subió al autobús pidiendo atención y anunció un error en su predictor de bodas de origami, admitiendo que las relaciones que había formado con tanto entusiasmo no eran correctas y disculpándose por el tormento causado.

Helga sintió el peso de aquel anuncio como una puñalada.

«¿No se casaría con Arnold?»

«¿No alcanzaría todas sus ilusiones?»

«¿Nunca compartirían un pastrami boca a boca?»

«¿Jamás tendría el valor de declararse?»

«¿O acaso él jamás correspondería su afecto sin importar que se lo dijera?»


...~...


Cuarto grado terminó y luego le siguió quinto grado. El estúpido cabeza de balón superó del todo a Ruth, pero seguía pegado con Lila. Ella le había explicado de buena forma que no le correspondía, pero él no podía salir de ese enamoramiento infantil.

Aunque Helga no podía culparlo, habría sido hipócrita de su parte por dos razones: La primera era que Lila era atractiva, algo innegable, cualquiera se voltearía a mirarla, pero además era dulce, elocuente, agradable y considerada - incluso tenía que admitir que hasta con ella había sido considerada en más de una oportunidad-, tenía muchísimas cualidades que la volvían un buen partido. La segunda era más íntima y personal -y quizá solo Brainy la había escuchado decirlo miles de veces... pero era Brainy, estaba acostumbrada a su acecho y su respiración y a esa estúpida dinámica donde ella lo golpeaba para alejarse de él-: Helga estaba perdidamente enamorada de Arnold desde el preescolar. Sabía que era obsesivo y que traspasaba los límites de lo sano, pero no podía evitarlo. Amarlo era su única forma de sostenerse en pie en el mundo real, porque él fue el primero en verla y ella no podía olvidar la calidez de ese momento.

Pero con el paso de los años entendió que él no la veía. O sí, la veía, pero que la viera no era especial, porque él veía a todos. Arnold era la maldita Madre Teresa, ayudando a todo el mundo a su alrededor, ofreciendo sus consejos, una mano, una palabra de consuelo, una sonrisa esperanzada. Por eso Helga entendió que el verla no era algo especial, era lo que él hacía, él veía a todo el mundo y al ver a todo el mundo, no lograba ver quien era ella en realidad, por eso, aunque se llevaba un poco mejor con la mayoría de su clase y se volvió un poco más cercana con el chico, seguía guardando su amor en secreto.


...~...


En el verano entre sexto y séptimo grado Helga se dirigió Slausen's y al entrar notó al rubio charlando otra vez con Lila, cada uno con su copa. La chica le explicaba algo y él se veía cada vez más desanimado. Mientras esperaba su turno, escuchó con deleite que la pelirroja lo rechazaba - por infinitésima vez-, pero la sonrisa maliciosa se borró de su rostro en cuanto volteó y lo vio solo, cabizbajo, como si el mundo se acabara de derrumbar en ese preciso momento en que la campana de la tienda anunciaba la salida de Lila.

«Oh, Arnold, tan triste y melancólico, sufriendo por un amor no correspondido, ignorante de mis sentimientos, si tan solo pudiera ofrecerte un consuelo... oh ¡Qué rayos!»

–Hey, Arnold–Se acercó a él.

–Hola, Helga–respondió el chico, sin levantar la mirada.

–¿Qué pasa, cabeza de balón?

–Nada que sea de tu incumbencia

–Veo que Lila volvió a romperte el corazón

–¿Escuchaste?

–Solo lo último, eso de que entiendas que jamás le vas a gustar–gustar

–Si vienes a burlarte...

–¿Por qué lo haría?–Interrumpió.

Entonces él levantó la vista con una mezcla de enojo y frustración. Un segundo después una de sus cejas se alzó con una expresión que claramente significaba "¿Es en serio?"

–Ok, sí, me burlo de ti todo el tiempo, lo sé... pero juego en las grandes ligas y no es divertido patear a alguien que ya está en el suelo ¿Puedo?–Con la mirada indicó el asiento vacío frente a él, el lugar donde Lila había estado.

–Adelante

–Gracias–Probó su helado y miró el del chico.–. Si sigues esperando terminarás bebiéndolo

–¿Qué importa?

–Es dulce, las cosas dulces te hacen sentir mejor, aunque no quieras–Tomó otra cucharada de su helado.–¿Ya es qué...? ¿La tercera o cuarta vez que Lila te confirma que no siente algo por ti?

–La sexta, de hecho

«Es criminal, lleva la cuenta»

–Como sea, el punto es que no quiere algo contigo –Comió otro poco de helado.–, tal vez sería momento de seguir adelante

–Sé que solo me ve como un amigo, pero cada vez que estoy con ella mi corazón se acelera, mis manos sudan, las palabras se enredan, me pierdo en sus ojos, en su perfume... y solamente quiero... tomarla de la mano y darle un beso

Arnold miró su copa con tristeza.

–No lo entenderías, Helga– añadió.

–Oh, si lo entiendo–dijo ella, distraída.

Arnold la miró atónito.

–¿Te sientes así por –Dudó un segundo.– … alguien?

Helga notó su error demasiado tarde. Nerviosa llevó su mano a su cuello, jugando con la cadena del relicario que escondía bajo su ropa. Otro error. Se asomó un poco, pero no lo suficiente antes que reaccionara. Arnold de seguro no había visto nada -y jamás debía verlo-. Pero incluso antes que se volvieran cercanos.

–Sí –Admitió–. Y si esto sale de aquí, tendrás un saludo especial de la vieja Betsy

Arnold soltó una carcajada, era una risa natural, sincera. El estúpido cabeza de balón no tenía idea de lo mucho que ella amaba escucharlo reír así y de la dulce calidez que anidaba en su pecho por saber que ella era la responsable de esa súbita alegría que borró la amarga tristeza que inundaba su rostro hacía apenas un instante.

–Está bien, Helga. Incluso si se lo dijera a todo el mundo nadie lo creería, eres Helga G. Pataki

Arnold sonrió, comiendo lo que aún no se derretía de su helado.

–Gracias por animarme–Añadió él, intentando mantener su buen ánimo, hasta que un suspiro triste escapó de sus labios–, pero creo que soy un desastre. Ninguna de las chicas a las que he pretendido me ha hecho caso. A este ritmo seré el único soltero de la clase cuando nos graduemos

–Bueno, probablemente yo igual terminaré sola –dijo Helga, intentando ser casual.–. Ya sabes, no soy la persona más agradable del universo

–La mayor parte del tiempo no lo eres... pero ahora mismo eres agradable

«Oh, dios, cree que soy agradable»

–¿Sabes qué? Si llegamos solteros a los 25 deberíamos casarnos–Helga lo comentó en tono de broma, para luego comer de su helado.

Arnold volvió a reír con entusiasmo.

–Cierto, según el predictor de origami de Rhonda vamos a casarnos ¿te conté de eso?

–Algo escuché–Fingió desinterés, como si no hubiera escuchado todo.

–Entonces ¿es una promesa?–El chico acercó su puño levantando el meñique.

Helga dudó un momento ¿Qué estaba haciendo? Su mano se movió antes que su cerebro la bloqueara y cruzó su dedo con el del chico.

–Es una promesa, cabeza de balón

Ambos rieron, porque ¿Cuáles eran las chances?

Arnold pensaba que era una idea divertida y que tarde o temprano el amor llegaría a su puerta. Además, era Helga, claro que ella no se casaría con él. Ya no lo odiaba, o al menos él ya no pensaba todo el tiempo que ella lo odiaba, pero definitivamente él estaba lejos de ser quien le gustaba. No era dulce o coqueta con él, como veía que era Phoebe con Gerald o...

«Lila con Arnie»

o Patty con Harold, ni ninguna otra chica de la escuela a la que haya visto enamorada alguna vez.

Quizá llegó a verla incómoda cuando le preguntaba cosas personales, pero hablar de sentimientos parecía tanto un desafío como algo impropio de ella, así que asumió que era un tema que simplemente no sabía manejar. Y aunque no era la chica más amable de planeta, Arnold sabía que podía ser una buena persona.

Incluso admitía que en cierto modo era linda, así que tarde o temprano alguien la miraría con interés, de todos modos, debía tener una parte de los genes que sacó su hermana y aunque Olga no era del todo su tipo, sabía que era atractiva para estándares de preparatoria y universidad, así que ¿por qué no iba Helga a tener la misma suerte cuando la pubertad hiciera lo suyo?

Ella terminó de comer su helado y él de beberse el suyo, lo cual también lo hizo reír. Los jóvenes se despidieron al atravesar la puerta de la heladería y se alejaron en caminos opuestos.

Arnold volvió a pensar en Lila luego de caminar un par de cuadras. Ya ni siquiera intentaba que le hiciera caso, pero la chica seguía incómoda por el obvio interés que él tenía. La conversación de esa tarde fue sobre eso y sobre cómo era mejor y más sano, por el bien de ambos, mantener algo de distancia hasta que él en serio-en serio la superara. Pero Arnold sentía-sabía- que no lo haría, no dejaba de pensar en lo mucho que le gustaba y si bien estaba resignado a no gustarle–gustarle, no quería que dejaran de ser amigos.

Pero entonces Helga apareció y de alguna forma llegó en el momento justo para convertir esa tarde en un recuerdo agradable y evitarle la angustia de enfrentar a solas el malestar.

Unos minutos después de llegar a casa, Gerald lo llamó para ir a jugar baseball y Arnold ya había olvidado casi por completo la tristeza, al punto que ni siquiera le contó a su amigo los detalles.


...~...


Helga, por su lado, en cuanto se alejó lo suficiente, cortó por uno de los callejones de la ciudad. Protegida por la sombra de dos edificios, entre muros sin ventanas, tras los enormes contenedores de basura, sacó su relicario y miró la fotografía de su rubio amado.

–¡Oh, Arnold!–dijo, girando con entusiasmo–¿Qué buena fortuna nos llevó a hacer esta promesa?–Contempló la fotografía y luego la abrazó.–. No tienes idea de lo mucho que me alegra que al fin aceptaras que algún día vamos a casarnos–Dio algunos saltos, avanzando en el callejón.–. Si pudieras ver cómo agitas mi corazón y llegaras a saber cuánto mis labios anhelan tu aliento...

Un fuerte jadeo a sus espaldas cortó su inspiración. Miró hacia atrás.

–En serio tengo que saber cómo haces esto–dijo, resistiéndose a golpearlo.

La terapia con Bliss le servía de algo y ya hacía un tiempo que no lo agredía -bueno, no siempre-, es decir, no lo agredía cuando estaba en un buen día y este era uno maravilloso.

Brainy se encogió de hombros.

–¿Vas a casa?–dijo Helga.

El chico negó.

–¿Caminamos juntos?

Esta vez asintió y ella le hizo un gesto con las manos indicando el rumbo a tomar. Charlaron, o más bien él escuchó lo aburrido que había sido el verano ayudando a Bob a deshacerse de los malditos localizadores que quedaban, pero que al menos al vender la tienda recuperaron la casa. Odiaba que su padre no hubiera entendido los avances de la tecnología a tiempo para cambiar de negocio y cómo la falta de dinero afectaba a su familia al punto que Olga, ahora titulada, ponía una parte no menor de sus ingresos para sostener el hogar, lo que tarde o temprano iba a acabarse, porque llevaba un par de años con el mismo novio y este sí parecía ser un hombre decente. Para sorpresa de Helga, incluso a ella le agradaba más que suficiente para aceptarlo como cuñado sin vomitar. Así que esperaba que tarde o temprano le pidiera la mano a su hermana y ella se fuera para hacer su propia familia.

Ya oscurecía cuando notó todo el tiempo que había pasado y Brainy la había acompañado caminando en círculos sin quejarse. Helga se lo agradeció, incómoda, pero aliviada. Casi nadie se daba el tiempo de escucharla despotricar por horas sobre su familia o sobre cualquier cosa, excepto la doctora Bliss -y ella no contaba, porque le pagaban por ello-, así que, aunque no consideraba al fenómeno como un amigo, en cierto modo parecía estar dispuesto a soportarla y eso era ¿agradable?

Se despidió de él y entró a su casa. Myriam estaba en la cocina, dormida sobre el mostrador. Después de una larga temporada de problemas cambió el alcohol por el estrés laboral y ahora su cansancio se debía a que se la pasaba trabajando. Lo malo era que Bob no era precisamente un dueño de casa, por lo que, tras unos meses de estar a tiempo completo, la madre de Helga tuvo que cambiar a un trabajo de medio tiempo para poder hacerse cargo, porque sin ella se volvía inhabitable.

Helga odiaba que su padre se aferrara a su pasado y su estúpido imperio de localizadores. Y sí, pudieron tener dinero de otra forma, pero ella lo arruinó y lo habría arruinado mil veces, por Arnold -y el resto de sus amigos, pero principalmente por él-. Sabía que su familia seguiría siendo miserable sin importar cuánto dinero tuvieran a su alcance, porque era pobre en afectos.

No sabía con certeza si sus padres alguna vez se amaron, pensaba que sí, que fueron distintos y que se enamoraron en algún punto de su juventud, pero luego vino Olga y todo su amor se volcó a ella, pero exageraron, porque cuando Helga llegó, ya no les quedaba ni una gota, ni para ella, ni entre ellos. Así que ahí estaban, soportándose por décadas solo porque su hermana perfecta era el pegamento que los unía. Si de algo estaba segura Helga era que definitivamente ella no tenía nada que ver ahí y ser indeseada o ignorada en tu propio hogar tiene que tener consecuencias.


NOTAS:

Estoy unificando el formato y corrigiendo algunos typos.
espero que disfruten la historia.

FIN DE LAS NOTAS.