Ese verano para Helga pasó, como otros, entre salidas con Pheebs, unos días en la playa, otros días jugando baseball con sus amigos y justo antes de volver a la escuela una noche compartiendo con casi toda la clase en la azotea de La Casa de Huéspedes, escuchando historias de terror contadas por Curly, Sid, Stinky y, por supuesto, Gerald. Mitos urbanos, leyendas locales y una que otra chorrada sacada de internet, al que unos pocos de la clase ya tenían acceso. Pero fue divertido y un gran momento para volver a reencontrarse antes de volver a la monotonía escolar.


...~...


Phoebe y Gerald empezaron a salir justo antes de empezar el siguiente verano. Helga bromeaba con frecuencia sobre lo vomitivo que era su amor, pero en el fondo adoraba ver a su amiga tan feliz. Además, tenía ventajas que su mejor amiga saliera con él, como ser invitada a algunas de estas salidas donde también los acompañaba Arnold. Y sin mediar acuerdo, los rubios inventaban una que otra excusa para dar a sus amigos un rato a solas, como cualquier pareja merecía.

Fueron esos momentos los que profundizaron la amistad de Arnold y Helga. Al principio hablaban de la escuela, de sus amigos o de lo que acababan de hacer; como la película que vieron o la comida que pidieron. Poco a poco el chico notó que ella tenía mucho más de qué hablar. Aunque sabía que era académicamente competente -sus calificaciones no podían ser solo gracias a su amistad con Pheoebe-, fue solo hasta ese momento que pudo apreciar la enorme riqueza cultural de la chica: sabía mucho de literatura y arte, hablaba con claridad y propiedad de filosofía, pero con la misma facilidad podía cambiar a la última temporada de baseball o los eventos de la lucha libre. Esa variedad volvía la tarde entretenida y enriquecedora. Al mismo tiempo se había vuelto buena escuchando y aunque seguía molestándolo, ya no lo intimidaba y llegó a sentir que podía hablarle de casi cualquier cosa.

Era una buena amiga y él lo apreciaba. Los momentos incómodos y los malos ratos poco a poco quedaban atrás. Estudiaban los cuatro, trabajaban en los proyectos de la escuela, compartían salidas al centro de la ciudad, comidas en restaurantes, tardes de películas o música en casa de alguno de los chicos, picnics en el parque, juegos de baseball. No estaba seguro cómo, pero de pronto cualquier actividad social que pudiera recordar de los últimos meses, siempre estaban los cuatro y se sentía agradecido por eso.


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Era su último año de secundaria y acercándose el receso de invierno solo les quedaba dar el último examen para quedar libres.

Helga se quedó en el salón después de terminar de responder. Hacía frío y no le apetecía estar de pie en el pasillo esperando a Phoebe, así que fingió seguir revisando lo que había hecho, solo para quedarse en el cálido abrigo del salón.

Vio como varios de sus compañeros terminaban, también notó las quejas ahogadas de quienes no estudiaron lo suficiente.

«Matemáticas es pan comido ¿Cómo es posible que no entiendan? No pueden ser tan tontos»

Cuando Phoebe se puso de pie para entregar su hoja al profesor, Helga la imitó y tomando su mochila la alcanzó en el pasillo.

–¿Vamos a casa?–dijo la rubia.

–Aún no, esperaré a Gerald–respondió Phoebe.

–Ah rayos

–Como si te molestara–dijo con una risita.

–Bueno, no me emociona llegar temprano a casa o simplemente llegar

–Bueno, ya que no quieres estar mucho en tu casa, ¿quieres pasar la fiesta de navidad con mi familia?

–¿En serio?

–Sí, mis padres rentaron una cabaña en las montañas, ¿quieres ir?

–¿Por qué irán a las montañas?

–Quieren ir a esquiar, yo me quedaré en la cabaña, probablemente leyendo si no estás conmigo

–Entiendo. Tengo el deber de salvarte de tu aburrimiento. Querida Pheebs, tienes suerte de que mi agenda esté libre justamente para esas fechas

–¡Gracias, Helga! Esta tarde le diré a mis padres que dijiste que sí y pasaremos por ti mañana a las nueve de la mañana

–Perfecto

La puerta del salón se abrió tres veces mientras charlaban, dejando salir a otras personas. La cuarta persona en salir fue Lila, quien miró a las chicas y luego de un instante caminó en la dirección opuesta. Unos minutos más tarde sonó la campana y unos segundos después salieron todas las personas que se quedaron hasta el último momento.

–Creo que se me fundió el cerebro–comentó Gerald.

–Sí, estaba complicado–respondió Arnold–. Apenas pude terminarlo a tiempo–Ambos miraron a las chicas–. Y no lo habría logrado si no fuera por ti, Helga. Gracias por ayudarme a estudiar

–Sí, no fue nada, me sirve para mantenerme ocupada–respondió Helga girando su mano, aunque por dentro estaba encantada de que Arnold le dirigiera esas palabras.

–¿Vamos a casa?–dijo Gerald, abrazando a su novia.

–Sí, vamos

Arnold le pidió a Helga las respuestas de la prueba, hasta que luego de unas calles su amigo le pidió que dejara de hacer eso, sin disimular su molestia.

–¿De qué te sirve saberlo ahora, si ya hiciste el examen? ¿O acaso volverás en el tiempo?–comentó.

–Lo siento, Gerald. Tienes razón–Miró a Helga.–. Gracias por tu paciencia

–Como sea – dijo ella, desviando su mirada hacia las decoraciones navideñas en los locales a su alrededor.

«Que asco»

Detestaba la Navidad casi tanto como Acción de Gracias. Quizá lo único bueno que obtuvo de esas fechas fue uno que otro buen recuerdo con el rubio a su lado, pero ahora que eran amigos, ya no necesitaba excusas rebuscadas. No es que ahora hablaran de cosas profundas -o sentimientos-, pero al menos compartían mucho más que antes.

Helga anunció el viaje a sus padres solo por cortesía, porque sin importar si querían o no que fuera, ella iría. Bob le dijo que claro, agitando su mano, sin dejar de mirar el partido en la televisión. Y Miriam comentó que esperaba que se divirtiera, sin dejar de limpiar la cocina.

Olga estaba trabajando en una escuela, por fortuna no la suya, porque después que hizo una práctica ahí, Helga estuvo a punto de matarla.

Llegó frente a su habitación y tomó aire antes de decidir tocar la puerta.

–¡Adelante! – dijo Olga con su tono alegre.

Al abrir la puerta, Helga notó qué calificaba exámenes, aunque ya era bastante tarde. Se aclaró la garganta antes de hablar y eso detuvo el frenesí de la mayor, que volteó a mirarla.

–¿Qué pasa, hermanita? No sueles venir a verme–dijo, sin dejar de mirarla.

–Solo venía a decirte que Phoebe me invitó a las montañas, pasaré Navidad con su familia

–¿Ya le dijiste a mamá y papá?

–Sí

–Estarán muy tristes

–Sorprendentemente no– dijo, sin escatimar en expresar sarcasmo en su mirada, sus gestos y tono de voz.

–Yo estaré triste–rectificó.

–Lo superarás–dijo con frialdad–. En fin, creí que debía avisarte

–Gracias por la consideración–Se levantó– ¿Necesitas ayuda para empacar?

–Estás ocupada

–Siempre puedo hacerme un tiempo para ti, Helga, después de todo eres mi hermanita bebé

–Te lo agradezco –dijo–¿Y puedes dejar de llamarme bebé?

–No puedo resistirlo–entonó con alegría.

Ambas fueron a la habitación de la menor.

Por alguna razón uno de los tonos de Olga era particularmente útil para que Helga cediera. No era que dejara de odiarla, porque, bueno, Olga era Olga y una parte de Helga imaginaba que su vida sería mejor o al menos un poco más fácil si ella no existiera. Pero desde que se había graduado y estaba intentando ser una persona adulta responsable e independiente, Helga la notaba cansada. Como si el peso del mundo real hubiera caído de golpe sobre ella.

Su hermana siempre fue una estudiante de asistencia, presentación y notas perfectas; pero sin calificaciones constantes, sin estrellas que ganar, parecía navegar a ciegas en la oscuridad que era el mundo adulto. Dudaba con frecuencia de estar haciendo bien su trabajo, llorando a ratos, otras veces se frustraba por no saber cómo lidiar con sus estudiantes o como motivarlos, entonces Helga la escuchaba caminar frenéticamente en su habitación murmurando, hasta que Bob gritaba que dejara el ruido, aunque sin saber a quién regañaba en verdad.

Mientras Helga sacaba las prendas del closet y cajones y las dejaba sobre la cama, Olga las doblaba con genuina preocupación y le comentaba como sería el clima en las montañas y lo que podía esperar. El vestuario de Helga era en su mayoría zapatillas, pantalones de mezclilla, poleras y suéteres rosados o blancos y para el invierno chaquetas, gorros y guantes morados.

–No se alejen del lugar. Nunca se sabe cuándo caerá una tormenta–decía–. Y no se les ocurra salir a una, a veces no puedes ver nada

–Gracias, Olga–comentaba cada tanto la menor, destilando desinterés.

–Será muy divertido–continuó Olga–. Espero haya algún muchacho guapo... una confesión en las montañas, bajo las estrellas, suena tan–Suspiró.– ...romántico

–Solamente voy con Phoebe

–Pero podrían conocer a otras personas en el lugar, vamos, ya estás por llegar a preparatoria ¿no te da curiosidad cómo se siente estar enamorada?

–Por supuesto que no

«Porque ya lo sé... y lo odio»

–Creo que con esto será suficiente–La mayor miró conforme la ropa doblada a la perfección sobre la cama.

–No podré llevar tanto en mi bolso

–Es cierto, te prestaré una de mis maletas

La mayor fue con entusiasmo a su habitación y regresó una linda maleta de cuadrillé verde. También llevaba un pequeño bolso de cosméticos. Se sentó en la cama y abrió este último, sacando algunas cosas.

–Toma –Le entregó un tubo blanco con el dibujo de un sol con gafas.

–¿Qué es eso?–Helga alzó su ceja–. No vamos a broncearnos

–Debes usar bloqueador y lentes–Le enseñó un par y luego de guardarlos en un estuche, se lo entregó también.–. Es fácil quemarse en la nieve. No querrás terminar como papá en la playa

–Como sea–Helga tomó las cosas y las metió en su mochila.

Entonces Olga recostó la maleta en el suelo y la abrió por completo para empezar a guardar la ropa de su hermana.

–Yo puedo hacer eso –dijo la menor–. Puedes volver a tu trabajo

–Déjame ayudarte. No sales muy seguido y te extrañaré cuando no estés

–Sí, claro

–Lo digo en serio, hermanita–La miró con afecto.

A la menor solo le provocó desagrado, pero intento no hacerlo evidente. No quiso interrumpirla más, de todos modos, estaba haciendo su trabajo ¡Y gratis! ¿Era gratis? Cuando ya estaba por terminar, decidió que debía saberlo.

–¿Qué pasa, Olga?

–¿Por qué lo dices?

–Estás evitando algo. Vamos, soy tu hermana, no soy idiota

–Solamente es el trabajo–Terminó de acomodar algunas prendas y cerró la maleta.–. No tienes de qué preocuparte–Sonrió.

–¿Esto no tiene que ver con tu novio?

–¿Derek? No, ¿por qué lo piensas?

–No lo sé–Se encogió de hombros.–. Sabes que él me agrada, pero Bob y yo le romperemos las piernas si alguna vez se atreve a romperte el corazón

–¡Ay, Calabacita!–La abrazó en un impulso, mientras la menor tensaba todos sus músculos.–. Me hace muy feliz escuchar eso

–¿Quieres que le rompamos las piernas?

–¡No, no, no! ¡Claro que no!–Se apartó, mirándola asustada. Tomó aire y se recompuso de inmediato.–. Me hace feliz saber que te importo tanto

–Ah

Helga lamentó no tener una excusa para derrochar violencia, pero entendió que lo mejor que podía hacer era forzar una sonrisa.

–Como sea, Olga. Ya es tarde–Fingió un bostezo.–. Te agradezco por tu ayuda

–Buenas noches, hermanita bebé

–Buenas noches, Olga

La mayor se retiró, dejando cerrada la puerta de la habitación.

Helga miró la maleta, la acomodó a un rincón y luego de ponerse pijama se metió a la cama. Sacó su relicario de entre su ropa. Estaba tibio y contrastaba con el frío del ambiente, calentando ligeramente sus manos. Miró la foto.

–Oh, Arnold. ¿Cómo pasaré otro receso sin contemplar tu bellas esmeraldas? ¿Qué haré tantos días sin tu melodiosa y angelical voz? ¿Habrá acaso latidos alejada de la única razón que impide que mi corazón se vuelva de piedra?

Rodó sobre la cama. La foto que tenía era de ese año y la había sacado de un mural de la escuela. Se veía muy guapo, tanto, que era criminal.


...~...


Helga despertó a las 8 de la mañana, para bañarse, vestirse y desayunar. Cereal sin leche debía ser suficiente. Decidió dejar su cabello suelto, porque usaría un gorro la mayor parte del tiempo y ahora que lo tenía más largo pensaba que le quedaba bien, así que solo lo desenredó con poca paciencia, terminó de empacar sus artículos de aseo personal y bajó su maleta y su mochila para esperar a su amiga.

Su familia seguía dormida cuando el auto se estacionó y ella abrió la puerta casi de inmediato, evitando que tocaran la bocina.

Arrastró la maleta y volteó a cerrar la puerta con cuidado, tratando de no hacer ruido.

–¿Necesitas ayuda? –dijo tras ella una voz masculina que conocía bien.

–¿Qué haces aquí, cabeza de balón?–contestó, volteando solo para ver que en la parte de atrás del furgón a Gerald y Phoebe que saludaban.

–Vamos al paseo con ustedes–respondió el chico con su entusiasmo habitual–. Phoebe nos llamó anoche para invitarnos

Helga miró a su amiga, quien le sonreía de vuelta, luego miró a los chicos.

–Apártate, Arnoldo, no necesito tu ayuda –dijo Helga, tomando la maleta y acercándose al auto, mientras el padre de Phoebe abría el maletero.

Acomodaron su equipaje sacando un par de cosas y reubicándolas luego. Arnold esperó dentro del auto, sin cerrar la puerta. Helga subió a su lado y se abrochó el cinturón de seguridad, mientras el padre de su amiga subía al asiento del copiloto.

–¡Ya estamos todos!–dijo la madre de Phoebe, con su característico acento.

–Bueno, niños –comentó el padre–, acomódense, porque el viaje es de cuatro horas

–¡Cuatro horas!– exclamaron Gerald y Helga al unísono.

–Bueno, no hay muchos lugares más cercanos–comentó Phoebe–, pero no se preocupen, preparamos un conjunto de juegos familiares y algunos discos de música para amenizar el viaje–Sonrió.– y también una canasta de comida para el camino

El motor sonó y comenzaron a alejarse en el momento en que Helga notó que Olga miraba por la ventana y le hizo un gesto de despedida. La menor sintió el pánico crecer en su pecho en el momento en que recordó la conversación de la noche anterior. Miró de reojo a Arnold, luego a la pareja.


...una confesión en las montañas, bajo las estrellas, suena tan romántico


«Esta es tu oportunidad, Helga, no la desperdicies»

Llegarían a almorzar el 22 de diciembre y viajarían de regreso la mañana del 27. Tendría cinco días para intentar confesarse. Cuatro si descontaba el primero, porque llegarían cansados y tenía que conocer el terreno antes de hacer un plan. Tres, porque el segundo debía intentar hacer el plan y necesitaría la ayuda de Phoebe. Dos si necesitaba conseguir algún material o algo. ¿Habría tiendas a donde irían? También tenía que descontar el día Navidad, probablemente los padres de su amiga habían planeado algo.

Entonces tenía varios días para hacer y ensayar un plan, porque tendría la oportunidad perfecta para confesar sus sentimientos a Arnold la última noche que pasarían en las montañas antes de volver a Hillwood.

«Empieza la operación ventisca de amor»

«¡Qué cursi!»

«Bien, tacha eso...»

«Operación: Declaración Navideña»