El viaje resultó más ameno de lo que los cuatro jóvenes esperaban. La selección musical era variada, incluyendo los gustos de cada uno. La comida que prepararon fue abundante y llenadora. Las paradas en las gasolineras no fueron tan malas ni largas y tuvieron algo de suerte para encontrar baños aceptables -no es que esperara lo mejor de eso de todos modos- y los juegos que Phoebe mencionó resultaron un éxito.
El único problema era que Helga parecía molesta, al menos así lo sentía Arnold. Y no era la fingida indiferencia de siempre, algo pasaba, algo le pasaba. ¿Discutió con sus padres? ¿Salió a escondidas? ¿Algo pasó con Olga?
Arnold pasó todo el camino pensando en todas las posibilidades de lo que pudo ocurrir en casa de la chica, cualquier cosa, por mínima que fuera, porque si dejaba de buscar excusas, la respuesta obvia aparecía en su mente como un cartel gigante e imposible de ignorar: estaba molesta porque él y Gerald estuvieran ahí.
Y no era que a él le pareciera que pasar la Navidad con Helga fuera precisamente el mejor panorama del mundo. Ella no tenía mucho espíritu navideño, al contrario, era la persona más parecida al viejo aquel de la historia de los fantasmas de las navidades del pasado, el presente y el futuro. Pero Gerald era su amigo y sus padres no lo dejarían ir a solas con su novia, sin importar que hubieran sido los padres de ella quienes organizaron ese paseo.
Aunque si era sincero, en el fondo no odiaba la idea de pasar Navidad con Helga, o, para ser justos, cualquier otra fiesta. En más de alguna celebración tuvieron una que otra conversación un poco más profunda o personal de lo habitual, pequeños momentos que él atesoraba por como arrojaban un poco de luz sobre lo que ocultaba su compañera de clases.
Le costaba admitirlo, incluso para sí mismo, pero cuando Phoebe llamó y le comentó sobre el paseo, se entusiasmó en cuanto supo que Helga estaría ahí.
Concebía cada semana pasando parte de su tiempo libre con ella: era divertida, hacía observaciones sarcásticas que lo hacían reír y era buena compañía.
Cuando se acercaban a las montañas, se obligó a dejar de pensarlo. Si Helga no estaba contenta, era problema de ella, él estaba ahí para disfrutar unos cuantos días libres con personas que eran de su agrado, incluso si ese sentimiento no era mutuo con alguna de éstas.
...~...
Se alojaron en una cómoda cabaña familiar. Las chicas compartirían una habitación junto a la que usarían los padres de Phoebe en el segundo piso y los chicos tendrían para ellos el cuarto del primer piso. Cada habitación contaba con su propio baño. Además, había una enorme cocina comedor, un salón con una chimenea y desde el cobertizo de la entrada se podía contemplar el paisaje. El lugar era cómodo y reconfortante.
–Guau–comentó Helga mientras ella y Phoebe acomodaban sus cosas en la habitación–. Tus padres debieron gastar mucho dinero
–Fue solo suerte–respondió su amiga–. Hace meses que reservaron una cabaña más pequeña en rebaja, pero por un error de la administración esas fueron entregadas a otras personas y como compensación nos ofrecieron ésta. Por eso pudimos invitar a los chicos al viaje.
–¿Entonces de verdad esto fue de última hora? ¿No lo hiciste a propósito?
–Claro que no–Phoebe pestañeó un par de veces mientras volteaba a mirar a su amiga.– ¿Por qué lo haría?
–No lo sé–La rubia evadió su mirada.
–¿Tiene esto algo que ver con... el mantecado?
–¿Qué? No, claro que no
Helga sudaba y giraba su cabeza, buscando con qué distraerse. De reojo notó la mirada de Phoebe sobre ella, debía calmarse y disimular.
–Solamente me tomó por sorpresa
–Anoche llamé a tu casa y le avisé a tu madre
–Miriam no me dijo nada
–Ya veo–Se acercó a ella.– ¿Te molesta que los chicos hayan venido?
–Hay cosas peores que pasar la Navidad con Arnold-o y Gerald-o
–A nosotros también nos encanta tu compañía–comentó Gerald, apoyándose en el marco de la puerta, con una sonrisa burlona.
Helga vio que detrás de él Arnold se asomaba con una mirada de molestia y los brazos cruzados.
–¿Qué tal es su habitación? –dijo Phoebe, intentando disipar la tensión.
–Está muy bien, Phoebe –contestó Arnold con una actitud amable–. Gracias por invitarnos
–Fue idea de mis padres–Sonrió.–. Querían conocer un poco más a mi lindo novio
–Los dejaré encandilados con mis encantos–bromeó el chico– ¿Bajamos?– añadió, ofreciéndole la mano con un gesto teatral.
Phoebe aceptó, caminando con él hacia la escalera.
Los rubios se quedaron en donde estaban, cada uno esperando que el otro hiciera algún movimiento. Cuando la incomodidad se volvió insoportable, Helga cruzó los brazos.
–¿Qué?–casi gruñó la pregunta.
–Escucha, Helga, sé que no te gustan las fiestas y esto tampoco estaba en mis planes, pero estaremos aquí por varios días y quisiera divertirme, así que, por favor, guárdate los comentarios desagradables
–Ya quisieras, cabeza de balón–Le sonrió con cierta malicia.–. Sabes que no puedes vivir sin mi maravilloso sentido del humor
–Me gustaría intentarlo, al menos una vez, Helga–La miró entrecerrando los ojos.– ¿Por qué no aprovechas que no hay nadie más aquí y te quitas esa maldita máscara que siempre llevas? Somos tus amigos, no tus víctimas, ya no
Se fue, dejándola con una sensación horrible en el estómago. Porque él tenía razón, pero ¿Cómo podía hacerlo? Estaba tan acostumbrada a esa representación que llamaba personalidad, que no tenía idea de lo que podía pasar si dejaba de actuar ¿La rechazarían? ¿La abandonarían? ¿Se convertiría en una paria cuando dejaran de respetarla? ¿La respetaban o solo le temían?
«Somos tus amigos»
–Estúpido cabeza de balón –dijo entre dientes y luego cerró los ojos, recostándose en la cama–, pero puedo intentar ser un poco más amable, por ti
Se levantó para salir de la habitación, pero en cuanto cruzó el portal vio al chico aún de pie en el pasillo y se congeló.
–¿A–Arnold? –dijo– ¿Es-escuchaste?
–Sólo quería disculparme, no fue justo que te tratara de esa forma. Sé que en el fondo no eres una mala persona –Esquivó su mirada.–. Y sí, te escuché.– admitió. Parecía triste e incómodo a la vez.
–No escuchaste nada
–Muy bien, Helga, no escuché nada y yo no dije nada
–Es un trato –le ofreció la mano y él la estrechó sin dudar, para luego casi huir por el pasillo.
Solo en ese instante ella pudo volver a respirar. Esto sería más difícil de lo que pensaba.
«Criminal»
Bajó las escaleras con una sonrisa en su rostro, la cual apenas logró reprimir antes de reunirse con sus amigos.
...~...
Mientras los jóvenes charlaban entusiasmados alrededor de la chimenea, los padres de Phoebe pidieron el almuerzo, incluido en los servicios del lugar.
Durante la comida comentaron las actividades y lugares que visitarían. Los adultos no cambiarían sus planes de esquiar y si bien confiaban que su hija estaría bien en un lugar así tanto a solas como con su amiga, no eran tan ingenuos como para dejar sin supervisión a cuatro adolescentes en una cabaña con tres habitaciones libres, así que en cuanto su hija preguntó si podían incluir a su novio y su amigo, por más que ella lo hubiera hecho desde la ingenuidad -y sostendrían eso en su cabeza todo el tiempo que fuera necesario- llamaron otra vez para pedir todas las actividades a las que podrían inscribirlos de forma gratuita y donde no necesitaran compañía, sorprendentemente más de las que esperaban hallar.
La joven de lentes listó las actividades como una tarea más, sin reclamar o negociar las condiciones que sus padres pusieron. Ni siquiera se le pasó por la cabeza lo que sus padres intentaban evitar y agradeció con inocencia cómo intentaban ofrecer un panorama divertido para ella y sus amigos.
El lugar contaba con muchos espacios públicos donde pasar las horas, al interior y al exterior. Intentar esquiar sonaba divertido, pero ninguno tenía el dinero para pagar las lecciones y pedirle eso a los padres de Phoebe era cruzar una línea incluso para Helga.
...~...
Durante la tarde el grupo subió hasta la mitad de la montaña en uno de los autobuses del mismo centro que pasaban cada hora. En ese lugar había algunas tiendas con implementos para los deportes que se podían practicar, una tienda de recuerdos, algunos restaurantes y un par de cafeterías. Era una mini ciudad cubierta por una fina capa blanca.
–Bueno, chicos, pasaremos por ustedes a las seis–dijo la madre de Phoebe.
–En el salón del centro–confirmó la chica, revisando su libreta.
Ya por su cuenta los amigos recorrieron el lugar señalando distintas cosas con entusiasmo. Hasta que decidieron entrar a la tienda de recuerdos. Phoebe miraba los objetos con mucho interés, enseñándoselos a su amiga, quien disfrutaba más las bromas tontas que Gerald y Arnold hacían más atrás, riéndose de objetos con formas extrañas, nombres o precios que tuvieran ciertos números, porque bueno, ese era el humor de dos chicos adolescentes.
De pronto a la rubia se le escapó una carcajada, que alteró toda la dinámica del grupo.
–¡No me estás poniendo atención! –reclamó Phoebe, molesta.
–¡Claro que sí! A tu tía le encantará esa tetera –Cubrió su boca intentando ahogar otra risotada.–, pero no pude evitarlo–Miró a los chicos, quienes estaban sonrojados.– ¿No los oíste?
Su amiga negó. Así que Helga se acercó y le contó al oído lo que habían dicho. Phoebe también rio a carcajadas y los chicos se sonrojaron todavía más, evadiendo sus miradas.
–¡Por favor! –dijo Helga–. No deberían hacer esa clase de bromas si se van a avergonzar así
–Perdón–dijo Arnold–. Pensamos que no estaban escuchando
–No es tan grave–añadió la más baja de los cuatro, todavía riendo.
La rubia miró los estantes y en el más alto vio algo que llamó su atención, así que estiró su brazo y lo tomó, acercándoselo a su amiga.
–Creo que este es perfecto para tu tía–comentó.
–¡Es hermoso!–Phoebe lo tomó mirando la etiqueta del precio y decidió que podía pagarlo.–. Es perfecto, gracias, Helga
Siguieron recorriendo el lugar, esta vez sin separarse tanto, así que Helga pudo comentar una que otra broma con los chicos, mientras ellos ayudaban a Phoebe a elegir otros regalos y, por qué no, buscaban algunos que quisieran llevar.
Cuando salieron, decidieron pasar el resto de la tarde en una de las cafeterías. Pidieron todos los pasteles que pudieron para compartir y probar la mayor variedad posible.
– Esperen–dijo Helga de pronto–. No podemos pedir ese–Indicó la vitrina.–. Tiene fresas
–¿No te gustan las fresas?–preguntó Gerald, buscando bromear.
–Me dan alergia
–Entonces pediré que no nos den nada con fresas–dijo Arnold, corriendo para alcanzar a Phoebe que ya estaba en la fila para hacer el pedido.
Los otros dos lo siguieron con más calma.
–¿En verdad te dan alergia?–preguntó Gerald, arqueando una ceja– ¿O solo eres quisquillosa?
–Puedes creerme o podemos finalizar este paseo conmigo en el hospital, cabello de espagueti
–Umh... creo que tendré que confiar en ti, Helga Geraldine
–Nadie-me llama-así–dijo, apretando los dientes.
¿Por qué Gerald quería molestarla? ¿Qué ganaba? ¿O acaso él y el cabeza de balón hicieron una estúpida apuesta para ver cuánto tardaba en ponerse idiota otra vez? No les iba a dar la satisfacción. No sería encantadora, porque, uf, prefería realmente comerse esas fresas que convertirse en Olga o Lila, pero no tenía por qué amargarles el paseo.
–Tenía que devolverlo –respondió Gerald con una risita, adelantándose para abrazar a su novia, que le explicaba algo Arnold.
–En efecto, me aseguraré que ninguno de los pasteles tenga fresas entre sus ingredientes, a Helga le dan alergia–decía la chica.
–Que alivio–comentó el rubio.
Se instalaron en una mesa en el área "exterior": una terraza techada con enormes ventanales. La combinación de postres, chocolate caliente y el frío de las montañas, era agradable y por un momento la rubia se sintió ¿bien? ¿en paz? Lo que sea que eso fuera.
Las voces de sus amigos se hicieron distantes. Se tornó extrañamente introspectiva. En su cabeza seguían las palabras que Arnold le dijo esa mañana. Si él sabía que llevaba una máscara ¿Cómo creía que era en realidad? ¿La veía de una forma diferente a la que ella pensaba? ¿Y qué tanto sabía o había deducido?
Lo miró de reojo y casi de inmediato volvió a prestar atención al plato frente a ella.
Un pestañeo, dos, tres...
«Concéntrate, Helga...»
Cheescake con galletas de chocolate, pastel de naranja, pie de manzana, pastel de zanahoria y uno de menta con chocolate. Un cuarto de porción. Con su tenedor cortó trozos más pequeños para probarlos uno a uno y solo acabarse los tres que más le gustaron. Dejó los otros ahí, sin volver a tocarlos y se concentró en la cálida sensación del tazón entre sus manos, distrayéndose otra vez.
El ruido de un plato chocando contra el de ella la regresó a la realidad. Era el plato de Arnold con dos trozos de pastel. Ella observó al chico, luego al plato y otra vez al chico, sin saber qué decir. El rubio apuntó los trozos en cada plato y movió su índice en círculos, con una mirada de interrogación en su rostro.
Phoebe y Gerald se tomaban fotografías cerca de las ventanas, con el paisaje de fondo.
Helga asintió y le pasó el plato con los sabores que no le habían gustado a cambio de dos que sí. No dijo nada, pero le agradeció con una sonrisa.
La pareja les daba la espalda, así que la rubia esperaba que no hubieran notado todo eso.
¿Qué pasaría si se arriesgaba y aprovechaba ese momento?
–Arnold–dijo despacio.
–¿Qué pasa, Helga?–El chico la miró y ella evadió su mirada.– ¿Hice algo... mal?
–No, no... nada de eso–Inhaló.–. Yo solo... quería decirte...
Su corazón se aceleró y se maldijo por dentro. Debía estar calmada. Ya había arruinado una confesión por ser demasiado... ¿demasiado qué? Demasiado TODO. Sí, todo, impulsiva, invasiva, impertinente, descarada, atrevida y desvergonzada al punto de parecer desesperada.
Tenía que encontrar la forma de decirlo sin prisas, sin asustarlo. Pero, rayos. Arnold la miraba con preocupación. No, no quería preocuparlo, tenía que ser segura, pero no tanto, no tan directa.
–Arnold... te... a...
«Vamos, Helga, solo dilo ¡Ya lo has dicho antes! Además, aquí no se puede aparecer Brainy detrás de ti... ¿cierto?»
Sintió el impulso de girarse y asegurarse, porque con Brainy nunca se sabía, pero lo resistió. Cerró los puños, miró al chico.
–Arnold, Te... a...
–¡Arnold, Helga! –llamó Gerald–. Vengan a tomarse fotografías con nosotros
–En un segundo–respondió el rubio, luego volvió a mirar a Helga– ¿Qué me decías? ¿Me... a...?
–¿Te-apetece-ir-por-más-pie-de-manzana? Me encantó ¿a ti no? –dijo apresuradamente–. Deberíamos comprar para los padres de Phoebe
–Oh... supongo que sí–respondió él–. Vamos después de tomar unas fotografías ¿sí?
–¡Claro!
El chico se levantó.
–Oh... y Arnold–dijo, siguiéndolo.
Lo tomó por la chaqueta en un impulso y de inmediato se arrepintió, soltándolo. Pero él ya lo había notado, así que volteó a verla.
–¿Qué ocurre, Helga?
–Tenías razón esta mañana–dijo ella, apretando los puños ye vitando su mirada–. Y no es fácil... pero quiero intentar... no usar esa máscara. Pero antes de quitármela del todo... tengo que saber si acaso ¿te enfadarías conmigo si sigo usándola en la escuela?
La miró de frente, él sabía que algo no estaba bien, porque de todas las cosas que podía ser Helga, temerosa, débil, frágil y vulnerable, estaban completamente fuera de su imaginación y eran precisamente las palabras que venían a su cabeza en ese instante.
–No, no me enfadaría, siempre y cuando dejes de usarla con nosotros
Ella asintió y él volteó para acercarse a la pareja y unirse a las fotos. Helga dudó por unos segundos y tuvo que apoyarse en la mesa para recuperarse. ¿Qué demonios veía Arnold tras la máscara? ¿Qué creía ver? ¿Qué pensaba que encontraría ahí como para pedirle algo así? ¿Acaso él estaba dispuesto a aceptar a la niña herida y asustada?
–Helga–Phoebe se acercó a ella y le tomó la mano libre.– ¿Estás bien?
–¿Sí?
–¿Qué fue todo eso con... –bajó la voz – el mantecado?
–Oh... eso... no fue nada –Sonrió.–. Solo quedamos de acuerdo en comprar más pie de manzana
–¡Estaba delicioso! También fue mi favorito–dijo siguiéndole el juego
Helga le sonrió con alivio.
–Oye–continuó la chica asiática– está bien si no quieres tomarte fotos...
–Nah, vamos. Serán lindos recuerdos
Phoebe la abrazó un segundo, al apartarse la llevó de la mano a donde estaban los chicos para reanudar la sesión de fotografías.
El moreno la miró preocupado, como si intuyera que había arruinado algo. Fue involuntario, de hecho, se dio cuenta que sus amigos hablaban cuando terminó la invitación, así que estaba esperando un comentario ácido de Helga, pero ella solo ¿sonrió? ¿Acaso estaba enferma? ¿Tenía fiebre? ¿Ese era un clon de su compañera de la escuela? ¿Qué demonios le pasaba?
La rubia estaba agradecida. Esa interrupción fue casi una señal del destino de que ese no era el momento. Ella no quería que fuera así, no debía actuar así. Su amor por Arnold no era una tontería adolescente. Debía hacer algo lindo, algo que le mostrara que pensaba en él de forma seria.
Cuando estuvieron conformes con los registros, Helga y Arnold volvieron a la tienda por el pie de manzana, uno grande, para compartir al desayuno. Cuando salieron, caminaron tranquilos hacia el lugar donde padres de Phoebe los recogerían. Llegaron unos minutos antes que los adultos, quienes lucían exhaustos, pero contentos.
Al volver a la cabaña encendieron la chimenea y los jóvenes prepararon chocolate caliente mientras los padres de Phoebe tomaban un baño. Cuando los mayores se unieron al grupo, preguntaron por la tarde, a lo que su hija los puso al tanto de sus hallazgos y anécdotas, con comentarios de Arnold y Gerald. Helga en tanto se quedó encogida en un sillón, envuelta en una manta y abrazando un tazón de té con canela.
No se sentía bien ni mal, pero definitivamente algo estaba fuera de lugar y estaba convencida de que tenía que ver con la conversación que tuvo con su amado rubio más temprano y ese loco intento de confesarse de forma impulsiva como una tonta -otra vez-. Tenía una mezcla de paz con deseos de salir corriendo, probablemente porque a pesar de haber pasado todo el semestre los cuatro, esto era de alguna forma distinto.
Debía ser eso. Un nuevo escenario, uno donde sentía que podía estar ¿en paz?, pero al mismo tiempo su cerebro se resistía.
La doctora Bliss se lo había explicado. Al no tener relaciones sanas con su familia y navegar siempre a la defensiva, aprendió a estar en alerta constante o algo así. Pero era agotador y sin importar lo fuerte que fuera, tarde o temprano la presión llegaría a romperla. Y si no tenía cuidado, la explosión lastimaría a quienes no quería herir.
Helga entendía eso. Siempre lastimó a Arnold. El temor irracional al rechazo era suficiente para que confesarse pareciera una locura la mayor parte de su vida. Y luego estaban las miradas y burlas de otros. Morder o ser mordida. Pero tal vez... tal vez...
–¿Helga?
De pronto se dio cuenta que Phoebe estaba frente a ella.
–¿Qué...?
–¿Estás bien?
Los ojos de todos estaban sobre ella.
–Lo siento–Fingió un bostezo.–. Creo que el viaje me agotó más de la cuenta. Iré a dormir.
Envuelta en la misma manta, se levantó del sillón.
–Buenas noches–dijo sin mirar a nadie, mientras se dirigía a la escalera.
–Buenas noches–respondieron los demás.
–Descansa–añadió Arnold.
Agradeció estar muy escondida con la manta, porque sonreía. Arnold era más considerado de lo normal. ¿Había alguna posibilidad que él correspondiera, aunque fuera una fracción de sus sentimientos?
En cuanto cerró la puerta, comenzó a girar en el cuarto.
–Oh, mi amado Arnold... ¿será posible? ¿O será mi desesperado corazón aferrándose hasta a la esperanza más insignificante? ¿Cómo saber? ¿Qué certeza hay?–Sacó el relicario con la foto del chico de entre su ropa.–. Dame valor para lograr concretar este maravilloso sueño
Se enredó en la frazada y tropezó, cayendo sobre la cama. La situación le causó más gracia que otra cosa y fue suficiente para decidir acostarse.
Esa tarde la perdió, pero si despertaba temprano podría escaparse y recorrer un poco el lugar.
Mientras lavaba sus dientes notó que su rostro estaba enrojecido, ardía un poco y su piel se sentía ligeramente afiebrada. Demonios, Olga tenía razón. A partir de mañana usaría el bloqueador como le había dicho.
Cuando se acostó dejó la luz de la mesita para que Phoebe pudiera acomodarse sin problemas cuando subiera. Se durmió apenas unos minutos después de acurrucarse en la cama.
...~...
Pasadas las diez de la noche, los padres de Phoebe decidieron que ya era hora de dormir y enviaron a los jóvenes a descansar. Después de darles las buenas noches, la chica se despidió de su novio con un beso dulce y subió las escaleras delante de sus padres.
Los chicos fueron a la habitación que compartían.
–Creo que los padres de Phoebe te adoran–comentó Arnold, solo por molestar un poco.
–Claro que me adoran, ¿Quién no me adora?–respondió su amigo.
–¡Gerald!–Al rubio se le escapó una risita.–. Pero en serio, creo que les agradas...
–¿En serio?–Se quitó las zapatillas y la chaqueta, para dejarse caer en la cama que había elegido, la que estaba a la izquierda desde la entrada de la habitación.
–Sí, al menos eso me pareció, pero tal vez podríamos preguntarle a Helga mañana, ella los conoce mejor
–Hablando de Helga...
Arnold sabía lo que pasaría y no estaba preparado para tener otra de esas conversaciones con Gerald. No ahora. No en ese lugar. No sin excusas para escapar, porque dormir no era una. Intentaba en vano hacer tiempo quitándose las zapatillas y la chaqueta como hizo su amigo, ignorando la sensación en la boca de su estómago que definitivamente no tenía nada que ver con lo que comieron. Sabía que no había escapatoria, solo quedaba otra opción: arrojarse al fuego y quemarse rápido.
–¿Qué pasa con Helga?–dijo, como si fuera un comentario aleatorio.
–¿Te parece que está actuando de forma... extraña?
Arnold finalmente se sentó en la cama y reflexionó seriamente antes de abrir la boca. Porque, sí, Helga estaba actuando extraño, pero de dos formas distintas. Así que, si bien estaba seguro que su actitud de la tarde tenía que ver con su conversación, ignoraba por completo lo que pasó esa mañana.
–Aunque estoy de acuerdo, no estoy seguro a qué te refieres
–Parece distraída–comentó–. Casi como eras hace unos años–Reía.–, como si estuviera soñando despierta o perdida en alguna fantasía... solo que no de las buenas. Mientras tú sonreías la mayor parte del tiempo, Helga parece triste
Entonces Arnold se dio cuenta de lo idiota que fue por no preguntarle si había pasado algo o si estaba bien, simplemente asumió que ella estaba molesta porque ellos estaban ahí. De tanto darle vueltas todo el camino llegó a una conclusión por su cuenta.
–Lo sé–admitió finalmente–. Y creo que en parte es mi culpa
–¿Y eso por qué? Está así desde esta mañana–Gerald se acostó, mirando a su amigo
–No. Es diferente–Suspiró.–. Cuando subimos a buscar a las chicas tuve una pequeña charla con ella y le dije cosas que no debí decir
–¿Cosas como qué? ¿Qué estás locamente enamorado de ella?–Gerald explotó en risas–. Porque, amigo, si le dijeras eso, definitivamente te golpearía...
–Deja de bromear con eso –Arnold le arrojó una almohada.–. Que tú y Phoebe sean novios no nos convierte automáticamente en pareja. Además, es Helga, Gerald... se pasó la primaria odiándome... incluso si llegara a sentir algo por ella... tendría suerte si no me arranca la cabeza
–Como las mantis religiosas
–¿Cómo las qué?
–Oh, Nadine me lo contó una vez... Las mantis religiosas son unos insectos
–Sé lo qué son –Rodó los ojos, mientras Gerald le pasaba la almohada de vuelta.
–Las hembras se comen a los machos después de aparearse y parten por la cabeza...
–Que asco
–¿Lo de aparearse, lo de morir decapitado o el canibalismo?
–Ya duérmete, Gerald
Arnold apagó la luz.
–Buenas noches, Arnold, que no te coman los insectos
–¡Gerald!
Arnold otra vez le arrojó la almohada, pero esta vez su amigo estaba preparado y puso la suya como escudo. Mientras ambos reían, el rubio se estiró para recoger su almohada, sacudiéndola antes de acomodarse en la cama.
...~...
Aunque Phoebe abrió la puerta con cuidado, Helga de todos modos despertó.
–¿Cómo estás?–dijo la pelinegra.
–Fatal–respondió su amiga–. Creo que me quemé con el sol
Phoebe se acercó y la observó.
–Efectivamente te quemaste –Suspiró.–. Pero además de eso ¿pasó algo... –Decidió no mencionar a Arnold.– de lo que quieras hablar?
–En verdad no, solo intento... no ser tan odiosa como siempre y es mucho más agotador de lo que es ser como soy siempre
–¿Y por qué haces eso?–Miró la cama e indicó un espacio.– ¿Puedo?
Helga asintió.
–Los chicos te conocen–Se sentó acariciándole la cabeza.– y hemos pasado mucho tiempo juntos desde el verano–continuó–. Les agradas como eres, Helga
–Ni siquiera me agrado a mí misma, Pheebs, no tienes que mentir
–Pues a mí me agradas–dijo con una risita–. Pero si quieres dejar de molestarlos... tanto... –Sinceramente dudaba que pudiera eliminar el mal hábito.– ¿Puedo sugerirte algo?
–Adelante
–Cada vez que vayas a decir algo horrible, en vez de decirlo, imagina cómo te hubieras sentido de niña con un comentario así... si a esa niña le hubiera dolido, no lo hagas... si a esa niña le hubiera hecho gracia, entonces dilo
–¿De dónde sacaste esa idea?
–No eres la única que va a terapia
Helga se sentó en la cama.
–¿Quieres hablar de eso, Pheebs?
La más bajita se quitó los lentes y los dejó en el velador.
–No es algo tan terrible. El año pasado tuve un cuadro de estrés por las exigencias... autoexigencias–corrigió–académicas y mis padres decidieron llevarme antes que se volviera algo grave
–Oh... lo recuerdo... perdiste el premio a la asistencia por eso
–Así es–Miró el suelo como si acabara de admitir una culpa terrible, en lugar de una tontería.
–Sabes que esos premios no valen de nada en el mundo real ¿no?
–¿Por qué lo dices?
–Olga
–Oh
La chica no necesitó más explicación.
–Sé que soy un poco... no, corrige eso, soy muy idiota, pero en verdad me importas y sabes que si necesitas algo, puedes contar conmigo, Pheebs
–Gracias, Helga
La rubia miró como su amiga buscaba su pijama para ir a cambiarse al baño antes de acostarse a dormir.
–Por cierto... tengo algo que confesarte–dijo Phoebe antes de meterse a su cama.
–Escupe
–Invité a los chicos para que pasaras tiempo con Arnold... ¿tú todavía...?
–No lo digas–Cerró los ojos.–. Sabes que solo era algo infantil–Fingió una risa, mirando en otra dirección.
–¡Helga!
–Tal vez digamos que me obsesiona el mantecado
–Creo que deberías decirle
–Podría intentarlo–Suspiró.– ¿Me ayudarías?
–¿Cómo?
–Aún no lo sé, pero quiero hacer... algo... lindo y romántico–Cerró los ojos con un gesto de asco.–. Bueno, tal vez eso no... solo lindo
–Puedo ayudarte
–Gracias... oh... y Phoebe
–¿Sí?
–¿Quieres dormir conmigo?
La chica asintió y se metió en la cama junto a su amiga, abrazándola con afecto.
–Gracias por darme esta oportunidad, Pheebs–Fue lo último que dijo la rubia mientras su amiga apagaba la luz y las dos se acurrucaban para dormir.
