–¡Qué!

Arnold dijo eso asustado, con el corazón acelerado, pensando a dónde correr o como escapar, pero no tenía a dónde ir. Estaba atrapado en la cima de esa montaña. Arriba el cielo, abajo un acantilado.

Miró a Helga, ella se acercaba amenazante.

–¿Tengo que repetirlo?–dijo ella– ¡Te Amo, Arnold! Te amo desde la primera vez que vi tu cabeza de balón

Helga lo besó, pero él no pudo reaccionar.

–No lo entiendo, ¿acabas de decir que me amas? Ah... esto es demasiado, estoy mareado, tengo que... recostarme –dijo él

–Perfecto, te acompaño–respondió ella, sujetándolo por la nuca.

Arnold sintió el frío viento que arrastraba copos de nieve, mientras el lugar se oscurecía y el paisaje dejaba de ser una blanca montaña para convertirse en un alto edificio. Helga le estaba robando un beso, otra vez, pero no lo soltaba, parecía que intentaba asfixiarlo. Y mientras lo hacía, los dientes de ella se clavaron... ¿en sus mejillas?

No era Helga quien lo sujetaba, pero sí... pero no... era una enorme mantis religiosa del porte de una persona, con el rostro y peinado de Helga. Usaba el viejo vestido rosa y una gabardina, pero tenía seis patas y lo que se había enterrado en sus mejillas eran sus mandíbulas, que salían de una boca enorme, grotesca, que parecía ser un corte de oreja a oreja.

Lo soltó emitiendo una risa estridente. Arnold podía sentir el sabor a sangre en su boca.

–Me gusta tu cabeza de balón–dijo la mantis con una voz metálica, riendo como Helga.

Volvió a atacarlo, esta vez sujetando su cabeza por el cuello y cortándola.


...~...


En ese momento el chico despertó de golpe, sentándose en la cama y gritando un "No" ahogado.

–¿Qué pasó, viejo?–dijo Gerald.

Al rubio le tomó unos segundos reaccionar. Subió las manos a su cuello para verificar que todo seguía en su lugar. Luego a sus mejillas, que no estaban perforadas. El sabor a sangre que había imaginado se desvaneció. Solo quedaba su respiración agitada y latidos dolorosos.

–No es nada... solo una pesadilla–Se recostó otra vez, cubriendo sus ojos con su antebrazo.–. Soñé lo de las mantis

–¡Qué asco! ¿Soñaste que lo hacías con un insecto? Amigo, estás enfermo

–¡CLARO QUE NO, GERALD!–Lo miró molesto.–. Soñé que me perseguía un insecto gigante y me arrancaba la cabeza

Mintió porque no quería decir que había soñado con Helga. Porque había algo extrañamente familiar en ese sueño y no tenía deseos de discutirlo con su amigo. De todas las cosas que pasaron ese día, era lo único de lo que Gerald no se había enterado. Además, Helga y él acordaron que fue solo una tontería del momento. Si solo era eso podía ignorarlo, podía no pensar en ello, podía fingir que nunca ocurrió, porque si no lo fingía, la otra opción era una locura. Además estaba convencido de que la chica solo se había dejado llevar por la emoción de toda la situación. No era algo real, no podía ser algo real.

Al rato pudo volver a dormir. Tuvo otro sueño, esta vez sin insectos. Era más bien su mente recordando la conversación de esa tarde en la cafetería y cómo estuvo de nervioso y asustado, imaginando que Helga decía algo distinto, porque... vamos ¿Cómo iba a ser que Helga G. Pataki todavía lo amara? No, más bien, hubiera llegado a amarlo alguna vez.

Además... él solía actuar extraño cuando una chica le gustaba. Con Helga no se sentía así. Era cómodo, agradable, natural. No lo ponía nervioso, a menos que lo intentara, pero su presencia ya no era una amenaza. Tampoco la quería besar... -¿no quería?- No, claro que no quería. Solo pensar en -volver a- besar a Helga... era... raro ¿Cuántas veces se besaron? En la playa, en la obra de Romeo y Julieta... y nada más... no contaba nada más. Y aunque no fueron malos besos... no eran besos reales... no eran mutuos...

Fue cuando Gerald le preguntó cómo había dormido que Arnold se dio cuenta que estaba despierto y llevaba un rato dándole vueltas a varias ideas en su cabeza. Ideas que cada vez eran más constantes y que quería ignorar.

–Aparte de la pesadilla, todo bien–contestó el rubio con su habitual sonrisa– ¿Y tú?

–Aparte de TÚ pesadilla, con la que me despertaste con un susto terrible, todo bien

Intercambiaron su viejo saludo especial -porque no era secreto para nadie, aunque nadie más sabía hacerlo bien- y se levantaron de la cama.

–Vamos a desayunar


...~...


Al salir de la habitación notaron que los padres de Phoebe ya estaban preparando el desayuno.

–Buenos días, chicos. Vayan a tomar un baño antes de comer–dijo la mujer.

Los jóvenes obedecieron y tomaron turnos para usar el baño de la habitación. Las chicas estaban preparando la mesa para que todos comieran. Leche tibia, tostadas con mantequilla, un trozo de pie de manzana para todos; los adultos bebieron café.

–Nos quedaremos aquí hasta el almuerzo y en la tarde saldremos, como lo hicimos ayer–dijo el padre de Phoebe, revisando el itinerario con su hija, mientras los chicos ayudaban a lavar la loza en la cocina.

–El día está radiante–comentó la chica– ¿Podemos salir a pasear?

–No veo por qué no–contestó el hombre–, pero no se alejen demasiado

Los chicos se abrigaron. Helga tenía las mejillas ligeramente rojas por el sol. Esta vez aplicó una dosis generosa de bloqueador y lo guardó en su bolsillo para volver a usarlo si hacía falta.

Los adolescentes pasearon entusiasmados por el panorama de la tarde. El lugar era bonito. Varias cabañas familiares de igual o menor tamaño conformaban una especie de zona residencial. El lugar tenía una plaza, alrededor de la cual se veían diversas tiendas. Al centro una fuente que ahora solo era una escultura, pero probablemente en el verano funcionaba. Bancas de piedra, caminos de tierra y piedrecilla, y enormes abedules, álamos y castaños.

En una de las esquinas de la plaza destacaba un enorme pino, decorado con luces y borlas rojas y doradas. Todo el grupo se acercó a mirarlo, rodeando su tronco. Las ramas más bajas estaban por sobre la altura de un adulto promedio, por lo que se podía caminar bajo éste y ver más decoraciones.

En un momento Gerald le indicó a Phoebe un punto sobre sus cabezas. Ella vio el muérdago y ahogó una risita, antes de abrazarlo por el cuello y pararse en la punta de los pies para darle un tierno beso.

Los rubios caminaban distraídos viendo toda la escena y un segundo después... el pánico.

Alzaron la vista, dejando de respirar y cada uno sentía elevarse su pulso.

Helga notó una fuerte punzada al interior de su cuerpo y un leve temblor en sus manos.

Arnold recordó su pesadilla, mientras un pitido intenso pasaba por sus oídos.

Sobre ellos las agujas del pino formaban un laberinto entre los que se destacaban las luces y adornos.

Al bajar la mirada sus ojos se encontraron y notaron que habían pensado en lo mismo. El silencio que se instaló entre ellos pareció abarcar una eternidad.

Helga pestañeó primero y ambos ahogaron una risita, tratando de no interrumpir el momento de sus amigos. Sobre ellos no había nada ligeramente parecido a las características hojas ni los pequeños y redondos frutos rojos.

Ambos se sintieron agradecidos.

Sin mediar palabra, decidieron que esperarían a la pareja lejos del árbol, por si acaso.


...~...


Phoebe y Gerald por unos minutos olvidaron que estaban con sus amigos. Disfrutaban mucho estar juntos. El primer beso que compartieron fue dulce y desde ese instante Gerald sentía que solo quería volver a besarla y abrazarla todo el tiempo.

Además Phoebe confiaba en él y no era celosa o posesiva, lo cual era agradable, porque parte de sus hábitos era coquetear con chicas, no en serio, sino como parte de una broma o saludo, lo que a su novia parecía causarle gracia, en especial cuando no funcionaba. Y precisamente él quería que no funcionara.

Le gustaba todo de ella. Su cabello, que había dejado crecer; sus hermosos ojos tras esos lentes que no la hacían ver nerd, sino... linda, la forma de su nariz, la suavidad de sus labios y la forma en que se curvaban cuando sonreía, que era distinto a cuando le coqueteaba y ligeramente diferente a cuando la ponía nerviosa. Disfrutaba el aroma de su cabello y la sensación de su piel cuando tomaba su mano. Incluso pensaba... y no se atrevía a admitirlo, que Phoebe era la chica con la que algún día, no ahora, en algún futuro, pero algún día perdería la virginidad.

Evitaba esos pensamientos, porque sabía que aún eran jóvenes, porque en su mente Phoebe ni siquiera pensaba en esas cosas y porque una parte de él sentía que era irrespetuoso. Además, lo que menos quería era que pensara que estaba con ella solamente para llegar a eso, porque no era así. La quería, la valoraba, la apreciaba. Adoraba escuchar sus comentarios técnicos y disfrutaba mucho la forma en que ella explicaba las cosas, simples o complejas, en especial cuando estudiaban juntos. Le gustaba Phoebe, el conjunto de lo interno y lo externo que era ella.

Mientras los labios del moreno la llevaban a un mundo de ensueños, la chica solo podía sentir la calidez de las enormes manos que sujetaban su rostro con dulzura y los risos en la nuca del chico, con los que no paraba de juguetear, porque eran tan suaves y agradables. El sabor de su boca y la sensación de sus labios. Gerald era popular, ella era una nerd y de alguna forma las cosas se dieron para terminar juntos y eso la hacía feliz.

Cuando se apartaron, se miraron a los ojos unos instantes, con ilusión genuina y mutuo afecto.

–Eres hermosa, Phoebe–dijo el chico, acomodándole un mechón de cabello tras la oreja, para luego posar su mano en su mejilla.

Ella tomó la mano de él y cerrando los ojos la apretó contra su rostro, a la vez que se inclinaba hacia ésta.

–Gracias–contestó.

–Y me gustas mucho

–Tú a mi

En ese instante notaron que sus amigos ya no estaban cerca. Miraron alrededor, buscándolos. ¿Cuánto tiempo se perdieron en esa ilusión como para que se alejaran tanto?


...~...


En un mirador, a unos cincuenta metros, Arnold y Helga contemplaban el paisaje, apoyándose en la baranda. La imagen de las montañas era espectacular. El blanco teñía todo hasta donde se alcanzaba a ver. Los pinos mantenían su color y los manchones verdes se asomaban por aquí y por allá. El sol de media mañana brillaba en un cielo despejado y hermoso.

–¡No puede ser! ¿En verdad Stinky dijo eso?–comentó Helga, riendo.

–¡Sí! Tuvo que esconderse de Harold hasta la siguiente semana–explicaba Arnold–. Fue hilarante

–¿Y se disculpó?

–No, ya sabes cómo es Harold, olvida las cosas con facilidad

Ambos dejaron escapar una risita hasta que sus voces se apagaron. Arnold suspiró, con sus ojos verdes perdidos más allá del horizonte. Helga conocía esa expresión: soñaba despierto. En momentos como esos se permitía suspirar por él sin temor, anhelando que alguna vez esos ojos la mirasen a ella con la misma ilusión, como si contemplaran directamente los secretos que albergaba en su interior.

Sobre la baranda sus manos estaban cerca, ninguno usaba guantes. ¿Podían tocarse? ¿Estaría bien si lo hacía? Siempre podía pretender que era accidental ¿no? Mirando a lo lejos deslizó su mano, hasta sentir su dedo. No se movió y Arnold pareció no notarlo, así que se quedó ahí, sintiendo su piel contra la de ella. Quizá era por el frío, quizá su tacto estaba un poco adormecido o quizá, pero trataba de no ilusionarse, a él no le molestaba.

Permaneció unos segundos así, incapaz de decir algo o moverse, completamente perdida en esa sensación. Hasta que escuchó la voz de Gerald.

–¡Nos abandonaron!–reclamó.

Helga no se movió, no sería ella quien rompiera ese leve contacto.

–¿De qué hablan?

La chica cerró los ojos mientras Arnold volteaba, terminando con ese breve instante de felicidad.

–Se fueron sin avisar–dijo Phoebe, pero reía.

–No queríamos interrumpir–explicó el rubio, con una expresión de incomodidad en su rostro.–. Estábamos mirando el valle

El chico se apartó, ofreciéndoles un espacio para que pudieran observar.

Phoebe se apoyó en la baranda y Gerald se paró detrás, abrazándola, mientras ella le sujetaba las manos con cariño.

–Es una hermosa vista–dijo la chica.

Gerald confirmó con un umh umh umh entusiasta.

Helga en ese momento se estiró, sin soltar la baranda. Miraba enternecida a la pareja y de reojo pudo notar los ojos de Arnold ¿en ella? Fue menos de un segundo y él los apartó de inmediato.

«Criminal»

El rugido del estómago del chico de cabello rizado interrumpió el momento.

–Volvamos a la cabaña–Helga hizo un esfuerzo para que sonara como una invitación y no como una orden–, ya es hora de comer

Se encaminaron al lugar, ahora como grupo. Las chicas caminaban delante, tratando de deshacer el camino andado, compartiendo observaciones, porque casi todas las cabañas eran iguales. Los chicos las seguían distraídos, mirando a la gente que salía con su equipo deportivo.


...~...


Después de comer tomaron el bus que los llevaría a la zona de esquí, donde todos pasarían la tarde.

Un par de chicos cargados con equipo deportivo subieron cuando el bus estaba casi lleno. Helga y Arnold, que iban en los primeros asientos les ofrecieron sus lugares y se cambiaron a otros hasta atrás.

–¡Gracias!–dijo uno de ellos, con un claro acento que denotaba que ese no era su idioma natal.

Los rubios quedaron separados del resto del grupo.

Mientras el bus avanzaba, Arnold miraba como Gerald y Phoebe conversaban con los padres de la chica y los cuatro reían de vez en cuando.

–¿Crees que a los padres de Phoebe les agrada Gerald?–preguntó de pronto.

–Claro, Gerald le agrada a casi todo el mundo–respondió su amiga, distraída con el paisaje.

–Helga, lo digo en serio

Ella lo miró y comprendió de inmediato la preocupación en sus ojos.

–Los padres de Phoebe siempre han sido cuidadosos, pero tratan de darle espacio. Si dejaron que Gerald viniera al paseo es porque les agrada y confían en él. Si no fuera así, créeme que no lo ocultarían

–¿Te han dicho algo sobre él?

–No

–¿Entonces cómo puedes estar tan segura?

–Yo–Helga miró el suelo.–. Escucha. Hubo un momento en que fui una tonta con Phoebe y no me dejaron acercarme a ella por unas semanas, hasta que ella me perdonó. Incluso así, me vigilaron durante un tiempo antes de volver a confiar en mí. Cuando creen que algo está mal no son sutiles. Así que sé de lo que hablo, cabeza de balón

El muchacho la observó. Nunca hubiera esperado una confesión así. Pensaba que la amistad entre las chicas era absoluta y que nunca habían tenido problemas, porque Phoebe era tan leal con Helga que hasta parecía su mascota.

Recordó que años atrás no la trataba especialmente bien. Casi todos en la clase pensaban que Phoebe le temía a Helga, porque aguantaba un montón de maltratos. No se imaginaba que pudo hacer la rubia para que su amiga tuviera el valor de confrontarla y de solo pensarlo regresó a él la incomodidad de cuando intentaba mantenerse fuera de su radar, con poco o nulo éxito. El malestar se extendió por su cuerpo y antes de darse cuenta estaba enfadado.

Su amiga era nociva y él lo sabía. No era mala, pero hacía cosas malas. Tenía un don para sacar lo peor de la gente, ver sus secretos y aprovechar sus heridas, calcular como optimizar el daño y atacar. Era rápida con las palabras y parecía que no terminabas de decirle algo cuando ya tenía al menos una respuesta ingeniosa e hiriente para eso, sin importar si acababas de maldecir a todos sus antepasados o darle un cumplido sincero. Y como si las palabras no bastaran, también estaban los golpes, empujones y las bolas de papel. Estar cerca de ella era difícil, en el mejor de los casos, pero imposible en la mayoría.

Cuando llegaron a destino, los rubios se reunieron con el resto del grupo al bajar del bus. Los padres de Phoebe les repitieron las instrucciones y los cuatro jóvenes asintieron como respuesta, luego se separaron de los adultos.

La tarde la pasaron en el gran salón del refugio, donde una cálida fogata al centro reunía a la gente a su alrededor.

El tiempo avanzó lento al principio y aunque conversaban, Helga comenzó a aburrirse.

Además la fuente de sus suspiros tenía un semblante incómodo y no se le escapó que evitaba mirarla ¿Ahora qué rayos había hecho para molestarlo? ¿Sería acaso porque le tocó la mano... un dedo... el costado del dedo... en el mirador? No, no podía ser, el cambio fue después, pero por más que repasaba el día no lograba determinar cuándo.

«A la mierda»

–Podríamos salir y hacer más fotografías ¿Qué opinan?–dijo la rubia, estirándose–. O al menos salir y tomar aire

–Sí, suena bien–respondió la más bajita–. Me gusta la idea

Gerald de inmediato se puso de pie, tomando la mano de su chica y le dio una patada disimulada a Arnold para que los siguiera.

Helga se adelantó al grupo y los esperó fuera de la puerta. El frío la golpeó en el rostro al mismo tiempo que los rayos del sol. Buscó en el bolsillo de su chaqueta y volvió a aplicar bloqueador. Lo último que quería era volver a la escuela con una evidente quemadura en su rostro.

Cuando los demás salieron, caminaron hacia la zona de observación donde estaba permitido ver las distintas pistas. Los padres de Phoebe estaban en el grupo de los principiantes, en la pista más sencilla. Los vieron de lejos y los saludaron.

–Eso parece complicado–dijo Gerald.

–Pero hacía tiempo que querían aprender. Además, papá es bueno en deportes–comentó la chica–. Practico esgrima con él

Siguieron caminando hacia las pistas de intermedios y avanzados. Notaron a varias personas reunidas alrededor de un espacio y la curiosidad fue más fuerte. Algunas personas practicaban snowboard, haciendo piruetas con gran habilidad.

Se quedaron contemplado y Phoebe tomó algunas fotografías de los deportistas y luego se apartó para tomar algunas de sus amigos. Gerald pasó sus brazos por los hombros de los rubios, obligándolos a mirar a la cámara. La chica de inmediato comenzó a hacer poses tontas o amenazantes, entre risas de los demás. Luego Helga le pidió a Arnold que él tomara las fotos, para tener algunas con su amiga y el chico aceptó de inmediato.

Tras el quinto sonido de la cámara, Helga se apartó para que le tomara fotos a la pareja, pero en lugar de acercarse a Arnold, volvió a mirar a la gente que practicaba en la pista. Parecía emocionante y divertido.

–¡Es la chica del bus!–escuchó decir a una voz cerca de ella.

«Ese acento»

Volteó y vio a los chicos a los que ella y Arnold le cedieron el espacio más temprano. Estaban completamente cubiertos por su equipo: chaquetas negras con rayas en blanco, rojo y azul, lentes oscuros y cascos.

Mientras se acercaban, notó que una de las personas se quitaba los lentes y el casco. Una larguísima trenza cayó por su costado.

–¡Es cierto!–dijo la chica, con un acento similar.

El muchacho junto a ella también se quitó los lentes y el casco. Helga pudo ver que ambos tenían ojos verdes preciosos. Su cabello no era rubio, pero tenía mechones que resplandecían dorados entre el castaño claro.

–Hola–dijo Helga.

–Gracias por lo de antes–dijo la chica–. Es muy difícil moverse hasta el fondo del bus cargando tantas cosas

–No fue nada

–¿También vienes a practicar?

–No, solo vengo a ver, no tengo una tabla... ni entrenamiento previo. ¿Ustedes practican hace mucho?

–Sí–La chica sonrió.–. Oh, que maleducada. Mi nombre es Valentina Sofía, puedes llamarme Vale y este tonto–Le dio un codazo al chico.– es mi hermano

–José Alonso Errazuriz–dijo el chico, amagando una reverencia–¿Y usted es?

–Helga G. Pataki–dijo ella.

–¿Estás sola?–dijo Valentina.

–Oh, no–Miró al grupo que seguía tomando fotografías.–. Están ocupados y no soy muy fotogénica que digamos–Se encogió de hombros.

–¿La asiática es tu amiga?–comentó el chico.

–Se llama Phoebe y es de Kentucky...–corrigió molesta.

–Discúlpalo–dijo Valentina–. Mi hermano es un tonto nueve de cada diez veces, en especial cuando tiene delante de él una chica linda

–Como la mayoría de los hombres–respondió Helga rodando los ojos y luego añadió–. Aunque te informo que el moreno de ahí...

–¿El de la chaqueta con el 33?

–Ese mismo, se llama Gerald y es su novio...

Los hermanos se miraron entre sí.

–¿Y el de la cámara?

–Un amigo nuestro, su nombre es Arnold

Otra vez se miraron y Helga se sintió incómoda. Era como si tuvieran toda una conversación entre ellos. Entonces cayó en cuenta y abrió mucho los ojos.

–¿Son gemelos?

–Fraternos–sonrió la chica.

–Ya veo

–Bueno, fue un placer. Iremos a practicar a otra pista un poco más vacía–dijo el chico–, a menos que quieras ir con nosotros

–¡Sí! Invita a tus amigos–se apresuró la hermana.

–Preguntaré, de todos modos no planeamos nada

–Oh, espera–dijo la chica, acercándose un poco–. Cierra los ojos

–¿Qué?

–Hazme caso

Helga no supo por qué, pero obedeció. Sintió la mano de la muchacha en su rostro, pasando su pulgar con delicadeza por debajo de sus ojos, arrastrando el bloqueador por su pómulo.

–Listo–dijo la chica, apartándose–. Tenías una mancha

–Gra-gracias

No le gustaba que otra gente la tocara, pero eso no se había sentido del todo mal.

Un ligero escalofríos recorrió a Helga en ese instante, mientras volteaba y notaba los ojos del cabeza de balón clavada en ella. Se acercó a él un poco nerviosa.

–¿Pasó algo?–dijo Arnold de inmediato, mirando con molestia por el costado de Helga.

–Son los chicos del autobús, dicen que si queremos acompañarlos a otro lugar.

–No lo sé, Helga, no los conocemos–comenzó Phoebe.

–Lucen de nuestra edad–Gerald se encogió de hombros.–. No le veo nada de malo

–Además, somos cuatro y ellos dos–dijo Helga–. Si intentan algo raro, podemos patearles el trasero

–¡Helga!–interrumpió Arnold– ¿Por qué tienes que ser así?

–Puedes intentar patearme el trasero–dijo la chica–, pero no te lo dejaré fácil–Se burló.–. Me llamo Vale, mucho gusto

–Ustedes no son de aquí – dijo Gerald

–Bueno, nadie es de aquí, porque esto es un centro recreacional–comentó el muchacho en el mismo tono burlesco que su hermana–. José Alonso–Les ofreció la mano cuando se presentó.

–¿Latinos?

Se miraron como preguntándose si era necesario especificar más, pero luego volvieron a mirar al grupo y asintieron.

–Hablan bien el idioma–comentó Phoebe, asombrada.

–Viajamos todos los años. Nos gusta venir a este lugar. Nuestros padres están en la cabaña y nos pidieron dejarlos solos... todo el tiempo posible–El chico hizo un gesto de asco que solo Phoebe no entendió de inmediato.

El rubio miró bien su ropa y recordó que los vieron haciendo piruetas cuando apenas se acercaron al sector. Eran buenos, se movían bien, saltaban alto, giraban con habilidad.

–¿Hace cuánto practican?–preguntó indicando las tablas.

–Desde los–se miraron entre sí– cinco años... y cumplimos catorce el septiembre pasado...

–Guau, deben ser expertos– dijo Phoebe, admirada.

–No, no es para tanto–comentó Valentina–, pero cuando te has caído en la nieve millones de veces, tarde o temprano aprendes a evitarlo

El grupo reía.

–¿Quieren acompañarnos? No hay mucha más gente de nuestra edad y la pista de principiantes está casi desierta

Caminaron de regreso hacia la zona donde vieron a los padres de Phoebe más temprano. Era cierto que casi no vieron gente en la pista, quizá dos o tres personas pasaron. Los hermanos les contaron algunas anécdotas y accidentes que tuvieron estando ahí. Molestándose entre sí, humillándose el uno al otro tanto como se alababan.

Arnold pensó que definitivamente tenían el mismo tipo de humor que Helga y eso lo irritaba, anticipaba que Phoebe, Gerald y él se volvieran el foco de sus burlas.

Una vez que encontraron un punto de avistamiento, los extranjeros acomodaron sus implementos de seguridad y se lanzaron a recorrer la pista, dejando a los demás atrás. Jugaron haciendo piruetas y cambiando de lugar mientras descendían.

–Son muy buenos–comentó Phoebe, tomando algunas fotografías.

–Parece que lo hacen mejor de lo que admiten–Añadió Helga.–. Falsa humildad o están locos

–Un poco de ambas–dijo Gerald, mirando a la rubia como si supiera algo.

–Puede ser–dijo ella.

Los perdieron de vista y los vieron regresar unos 15 minutos después, agitados, riendo.

–¡¿Nos vieron?!–dijo el chico–. Primero hicimos así–Movió sus manos de lado a lado.–y luego así–Giró sus manos varias veces.

–Cállate, pareces un tonto–dijo su hermana, acercándose al grupo.–. Oye, Helga ¿tienes el bloqueador contigo?

–Sí–la muchacha buscó en su bolsillo y lo sacó.

–Olvidé el mío en la cabaña... ¿podrías convidarme? Tampoco me quiero quemar

Le ofreció el tubo, la chica se quitó los lentes y el casco con la mano libre, mientras en la otra cargaba su tabla.

–¿Podrías...?–La miró con un ruego, levantando sus implementos un poco.

Helga aceptó sin pensarlo demasiado. Abrió la tapa, vació un poco en su mano, cerró el tubo y lo puso en su bolsillo, para untar sus dedos y aplicarle el bloqueador con cuidado a la chica.

–¡Yo también quiero!–Intervino el muchacho, sacándose también parte de su equipo.

–Tendrán que comprarme un bloqueador nuevo–bromeó Helga, fingiendo molestia, pero hizo con él lo mismo que con su hermana, procurando cubrir bien el rostro, dejándolo sin manchas.

–¡Gracias!–dijo el muchacho.

–¿Vamos otra vez?–dijo su hermana.

–Sí, vamos–se prepararon para volver a la pista.

–Nosotros debemos irnos–comentó Phoebe antes que se alejaran–. Si nos vamos a hora llegaremos al punto de encuentro con unos diez minutos de ventaja – añadió.

–¡Buen descenso!–dijo Gerald, en broma.

–Gracias, bombón–respondió la chica–. Vamos–Empujó a su hermano.–. Apenas tenemos tiempo para un descenso más o la mamá nos va a matar

Se prepararon y en el último segundo el chico volteó a mirar y hacer señas de despedida, enviando un beso a Helga, quien hizo una cara de asco.

Los amigos caminaron con calma, pasando por donde la clase de esquí estaba por terminar. Así que decidieron esperar ahí mismo a los padres de la chica. Al final todos caminaron al bus. Al subir no encontraron suficientes asientos desocupados para ir todos juntos.

–¡Helga!–La llamó una voz femenina–¿También van a la Villa Abedul?

–Sí–contestó la rubia.

–Ven, siéntate con nosotros, el bus está muy lleno–dijo Valentina, arrinconando a su hermano.

Helga miró alrededor, todo el grupo tuvo que dispersarse. Gerald logró cambiar lugares con una mujer para sentarse detrás de Phoebe. Los padres de su amiga iban casi al fondo y Arnold también. No había mucho más espacio libre en el bus y los hermanos eran delgados, así que ir los tres juntos no parecía tan mala idea.

–Sí, como sea–dijo, con su tono habitual, sentándose junto a ellos.

Casi al instante el motor se encendió.

–¿Te duele?–dijo Valentina.

–¿Qué cosa?–Quiso saber la rubia, esperando que no dijera ninguna tontería.

–Tu rostro. Estás quemada. ¿Te duele mucho?

–Solo un poco–respondió con más calma.

–Pasa por nuestra cabaña, te daré algo para eso

–No es necesario

–Además debo pagarte el bloqueador que nos convidaste con tanta amabilidad

–Pero...

–No tienes que entrar, si eso te preocupa

–Está bien, pero iré con mis amigos

–Claro que sí, ni que fuera un secuestro–dijo el chico–. Y con la deuda saldada...

–¿Harás mis deberes de marzo?–interrumpió su hermana.

–¿Qué?

–Le daré a Helga mis cosas, tú no estás aportando nada, así que estarás en deuda conmigo

–Pero...

–Deberes... de matemáticas... un mes

–De acuerdo–Gruñó, cruzándose de brazos.

Helga ahogó una risita.

–¿Cómo es que se llevan tan bien?–comentó–. Yo tengo una hermana, pero no puedo ni verla

Los hermanos se miraron entre sí.

–Pasamos mucho tiempo juntos, así que siempre estamos entre querer asesinarnos y cuidarnos de los demás–Admitió Vale.– ¿No te pasa? Digo, incluso si no quieres ni verla, ¿no estarías dispuesta a darle una lección a cualquiera que lastimara a tu hermana?

–Supongo que sí–Evadió su mirada.–. Pero ustedes lo hacen parecer fácil

–No nos conoces–dijo José, acomodándose para sentarse al borde del asiento y girar su cuerpo hacia las chicas–. A veces nos llevamos pésimo

–Pero todos los hermanos son así–dijo Vale– ¿Tu hermana no vino con ustedes?

–No, ella es mucho mayor, pero no se ha ido de casa. Y no tengo idea de por qué les cuento esto, tienen razón, no los conozco–miró el techo del autobús, frustrada.

–Las familias son difíciles y todas distintas, pero cada una con sus problemas–Miró a su hermano, como pidiéndole autorización, él hizo un ligero asentimiento.– Estamos visitando a papá, él trabaja aquí, es instructor de snowboard. Mamá era una de sus estudiantes

Helga miraba atenta.

–Tuvieron un romance por años–Continuó Valentina.– y uno de sus encuentros terminó en un embarazo. Ella no sabía cuándo volvió al país. Le escribió contándole, pero él no le creyó. Ella fue insistente y le mostró fotos de nosotros, hasta que tuvo que aceptar conocernos. Retomaron su relación, incluso se casaron, pero es complicado

–Suena muy loco–comentó Helga.

–Llevamos el apellido de mamá, en la escuela nos molestan por eso–Añadió el hermano.–. Nadie cree que nuestro padre es gringo, digo, americano. Va de visita un par de veces al año, pero no quiere mudarse. Nunca aprendió nuestro idioma y allá casi no tendría en qué trabajar. Además, le gusta este trabajo. Pasa una temporada aquí, otra en Canadá. A veces vamos a ese centro con él. El resto del año hablamos por teléfono

–Además, la abuela no puede verlo. Y aunque vivimos con ella–comentó Vale.

–Nos odia un poco–Concluyó el chico.–. Dice que arruinamos a su hija

–Y es difícil, porque nosotros la queremos

–Pero duele

–¿Cómo pueden... hablar de todo eso... con tanta comodidad?–dijo Helga.

–Resignación–respondieron al unísono.

–Cuando asumes la realidad–Añadió Valentina.–, cuando ya no quieres cambiar las cosas que no puedes cambiar, se vuelve menos duro. Eso y una buena dosis de sentido del humor–Miró a su hermano.–. Ayuda tener un payaso en casa

El chico le tiró la trenza a su hermana, no demasiado fuerte, solo para molestar. Ella lo empujó, aplastándolo contra el vidrio y él intentó empujarla de vuelta, pero la chica se puso de pie y el chico cayó sobre Helga, quien lo apartó con brusquedad y él se disculpaba. Valentina reía, moviendo a su hermano a su rincón mientras volvía a sentarse.

–José Alonso Errazuriz, contrólate, qué diría la mamá de esto–Comentó con aire solemne

Su hermano estaba completamente sonrojado.

Siguieron bromeando, hasta que el bus se detuvo. Abajo el grupo se reunió. Los hermanos se presentaron a los padres de Phoebe e indicaron el camino hacia la cabaña donde se quedaban. Quedaba cerca de la plaza, que era donde los dejaba el bus y al grupo de amigos les quedaba de camino a su propia cabaña.

–¿Me esperan un momento?–Pidió Valentina, entrando sin esperar respuesta.

Los demás charlaban, pero el cansancio era notorio en todos. En menos de cinco minutos la chica volvió corriendo y le entregó a la rubia una bolsa de tela con dos frascos en su interior.

–El bloqueador es el blanco. El verde es para las quemaduras. Lávate bien el rostro y aplícalo con cuidado. Puedes volver a aplicar más tarde y si vas a usarlo en la mañana, vuelve a lavarte la cara antes de echarte bloqueador. Es un poco gelatinoso, pero te ayudará a sentirte mejor

–Gracias–dijo Helga, repitiendo mentalmente las instrucciones.

La chica la abrazó y le dio un beso en la mejilla como despedida, después hizo lo mismo con los demás.

–Así se despide la gente en nuestro país–explicó José–, pero si te incomoda...

–¿Qué más da?–Helga se encogió de hombros y dejó que él la abrazara y le diera un beso en la mejilla.

José luego ofreció su mano a los chicos y los abrazó, dándoles palmadas en la espalda. Finalmente se despidió de Phoebe de la misma forma en que se despidió de Helga. Los hermanos dedicaron a los adultos un gesto cortes de sus cabezas y entraron a la cabaña donde se alojaban, molestándose entre empujones.

–Parecen simpáticos–comentó la madre de Phoebe, mientras todos giraban para seguir su camino.

–¡Son geniales!–respondió Phoebe.

Ella y Gerald dieron detalles sobre las piruetas que los vieron realizar en la pista antes y después de hablar.

Helga iba junto a su amiga y miraba de reojo a Arnold, que se había quedado un poco más atrás. Parecía abatido.

Al llegar a casa, los padres dijeron que estaban demasiado cansados y que se irían a dormir. Gerald y Phoebe prepararon chocolate caliente en la cocina.

–Vuelvo en seguida–comentó Helga, antes de desaparecer escaleras arriba.

Entró al baño que compartía con su amiga y lavó su rostro, porque el rojo ardor no se iba de su piel y comenzaba a desesperarla. Odiaba quemarse, realmente lo odiaba y se odiaba un poco por no haber escuchado a Olga, pero siendo justos, era Olga.

Sacó las cosas que le dio Valentina. Al apretar el frasco verde, una sustancia transparente y gelatinosa chorreó. Lo esparció como si fuera crema y la sensación refrescante invadió su piel de inmediato, calmando el dolor.

Sonrió frente al espejo. Nunca había sentido algo así y decidió que debía preguntarle a la chica qué era eso, porque no recordaba haber visto esa clase de productos, aunque Helga no era una experta en productos de belleza.

Dejó las cosas sobre la cama y bajó para reunirse con los demás. Gerald y Phoebe estaban sentados frente a la chimenea y le ofrecieron una taza de chocolate caliente.

–¿Cómo estás?–dijo Phoebe.

–Mejor. Esa cosa que me dio Vale es maravillosa

–Lamento que el sol te queme tanto–comento Phoebe.

–Es culpa de Bob, son sus genes... deberías verlo después de un día en la playa... todos los veranos es el mismo problema. Se niega a usar bloqueador, se duerme, se quema, pasa días encerrado gritando y maldiciendo, convertido en una langosta malhumorada a la que Miriam y yo ignoramos. Tal vez debería decirle que compre esa cosa en lugar de bloqueador, aunque dudo que quiera usarlo

Helga bebió de su chocolate y charló con sus amigos un rato, pero cuando iba a la mitad de su tazón, no pudo aguantar más. La duda que carcomía su pecho.

–¿Y Arnoldo?–Quiso saber.

–Fue a dormir temprano–dijo Gerald–. No es de extrañar que esté cansado, anoche tuvo pesadillas

–¿En serio? ¿Qué? ¿Le teme al Yeti o Pie grande?

–Claro que no–El chico reía.–. Le conté que las mantis religiosas hembras se comen a los machos después de ya sabes... así que soñó que un insecto gigante se lo comía

–Que asco–comentó Helga– ¿Por qué pones esa clase de ideas en su tonta cabeza de balón antes de dormir?

Gerald no supo qué excusa inventar, no podía decirle que lo molestaba a costa de ella y menos lo que dijo de ella la noche anterior.

–Solo recordé que Nadine me habló de eso–Se excusó.

–¿Nadine? Claro. ¿Estuvieron hablando de Nadine?

Gerald notó que Phoebe le daba un codazo suave y que Helga miraba el suelo una fracción de segundo.

«No puede ser cierto ¿todavía le gusta?»

–No especialmente–Continuó el chico.–, estuvimos hablando de lo que estarían haciendo los de la clase estos días... y cuando mencioné a Nadine recordé lo de las mantis–Inventó sobre la marcha.

–Eso suena a basura–Helga se levantó, molesta.–. Saldré a tomar aire, tortolitos. Y no, Phoebe–Añadió al ver el terror en los ojos de su amiga.–, no me alejaré, solo quiero sentarme en la entrada... a solas...–Enfatizó cuando notó que la chica apoyaba su mano en la alfombra, para ponerse de pie.–. Disfruten la chimenea–Les guiñó un ojo y salió.

La noche ya había caído y en el cielo despejado y sin las potentes luces de la ciudad las estrellas eran espectaculares. Helga pensó que podía trabajar con eso. Declararse ahí, como dijo Olga. Pero no quería ir a la fuente, ni al pino, ni al mirador, esos lugares eran muy obvios y muy expuestos.

Pensó que los gemelos conocían el lugar, su padre trabajaba ahí. Podía pedirles que le enseñaran algún sitio interesante -y ¿privado?-. Sonrió para sí, armando un plan. Tenía que buscar una excusa para ir con Phoebe a la tienda de recuerdos para comprar un par de cosas. No necesitaba un gran espacio, pero si uno lindo y adecuado. Bien, estaba decidido, a la mañana siguiente visitaría a los hermanos para pedirles ayuda, deseando que no hicieran preguntas.