Phoebe despertó a Helga para desayunar, la rubia bajó después de tomar un baño y arreglarse un poco.
–Buenos días señor y señora Heyerdahl–dijo al sentarse a la mesa– ¿Qué hay, tórtolos?
–Despertaste de buen humor–Gerald la observó con curiosidad.– ¿Tuviste un buen sueño?
–Sí. Soñé que Godzilla destrozaba la escuela y ya no teníamos que volver a ir
–Eso si me parece un buen sueño
–Tu rostro se ve mucho mejor, Helga–comentó su amiga.
–Gracias, Pheebs. Ese gel resultó ser bastante bueno
–Debe ser alguna tontería mágica indígena–Bromeó el chico.
–No todos los países al sur de aquí son tierra salvaje, Geraldo–Helga rodó los ojos.–. Y definitivamente no creo que ninguna tribu tenga una fábrica para hacer envasados industriales
–¿Para qué querrías industrias si puedes utilizar mano de obra barata?
–Creo que te estás confundiendo con China
–¿Quién quiere wafles?–Interrumpió la madre de Phoebe.
–No tengo hambre–dijo Helga–. Saldré a caminar, volveré en un rato
La chica dejó la mesa sin tocar nada. Volvió a lavarse la cara para aplicarse bloqueador, vistió su chaqueta y una bufanda, porque ese día estaba nublado y el viento soplaba con fuerza.
Al bajar y acercarse a la puerta, escuchó a Gerald.
–¿Por qué tarda tanto? Se quedará sin wafles
–Tal vez deberías ver si está bien–dijo la chica.
–Está bien, solo está raro
Helga salió tratando de no pensar mucho en eso. Arnold estaba raro desde el día anterior y no sabía por qué, pero era él, volvería a estar bien dentro de poco y si no, sus amigos lograrían que lo estuviera de algún modo.
Se dirigió al parque al que fueron el día anterior, pero extendió el camino una calle para pasar por donde se hospedaban los hermanos. Observó la cabaña unos minutos, preguntándose si habría alguien, si estarían en pie y si podría llamar. Luego de considerarlo unos momentos, sintió miedo y siguió hacia el parque. ¿En qué estaba pensando? Claro que no podría pedirles ayuda, no eran sus amigos. Además, si iba tan temprano y de forma tan evidente, tendría que dar demasiadas explicaciones y apenas confiaba lo suficiente en Phoebe. ¿Cómo iba a confiar en dos desconocidos?
Optó por recorrer el parque, pero después de dar una vuelta se dio cuenta que no divisaba ningún lugar que llamara su atención. No había ningún lugar "especial", no como ella quería. Frustrada, volvió a la cabaña.
Ese día los padres de su amiga los llevaron a almorzar a uno de los restaurantes, así que salieron más temprano hacia la zona de compras a la que fueron dos días atrás. Mientras revisaban el menú, a Helga se le escapaba la vista hacia Arnold, quien comentaba con Gerald sobre los platos, haciendo bromas tontas o preguntándose a qué sabían cosas con nombres extraños. En algún momento el chico levantó la mirada y sus ojos se encontraron. Casi de inmediato él los apartó y ella se obligó a releer el menú.
«¿Qué fue eso?»
«¿Qué está pasando?»
Cuando los padres de Phoebe fueron a su clase, el grupo decidió pasear por el sector comercial. En ese lugar había otro parque, el cual estaba tan bello y bien cuidado como el de la villa. Esta vez fue Helga quien se ofreció a fotografiar a los demás, hasta que Arnold se apartó de la pareja y se acercó a ella.
La más alta le entregó la cámara a su amiga, quien tomó a su novio de la mano y lo arrastró hacia un sector donde varias personas hacían esculturas en hielo. Helga los siguió a paso tranquilo, el peinado de Gerald hacía fácil encontrarlos incluso entre una multitud.
–Oye, Helga
La chica se detuvo, con las manos en los bolsillos, pero no volteó. Arnold caminaba un poco más atrás de ella. Notó que él también dejó de caminar.
–¿Qué pasa, cabeza de balón?–Miró hacia arriba. El cielo seguía gris. Tal vez esa noche nevaría.
–Quería disculparme–Comenzó a decir el chico, pero guardó silencio de inmediato.
Ella se irritó.
–No tengo todo el día
–Si lo tienes–Arnold medio sonrió, nervioso.–. Estamos atrapados aquí por dos días más, así que definitivamente lo tienes
–Ve al grano, Arnoldo
–Sé que he actuado un poco fuera de lugar
–Ajá
–Y realmente no es tu culpa
–Lo sé
–Pero en cierto modo lo es
–¿Qué quieres decir? He intentado ser amable, como dijiste
–Lo sé, lo sé. Es solo que aún duele pensar en cómo sueles ser
–¿Incluso si sabes que todo eso es una actuación?
–Sí–Cerró los ojos.–, pero sé que esa no eres tú–Se acercó a ella.–y me agrada la Helga que he visto estos días–La miró por un segundo y la tomó de la mano –¿Vamos a ver las esculturas?
La rubia estaba paralizada. La sensación de la mano de Arnold sujetando la suya era más de lo que esperaba para ese día. Lo miró por un segundo y luego bajó la vista.
–Lo-lo siento–El chico la soltó, temiendo que se hubiera enfadado.–. Olvidé que no te gusta que te toquen
Arnold se adelantó hacia las esculturas, escondiendo su rostro bajo la capucha de su chaqueta y Helga lo miró con una sonrisa contenida, dejando que su corazón se cargara de felicidad.
La chica miró a su alrededor y se escondió tras un roble.
–¡Oh, Arnold!–Sacó su relicario y observó la foto.–. Si solo supieras como imbuyes calidez a mi ser con tan leve contacto, si tus labios tocaran los míos, esta montaña entera se tornaría en volcán. Debo serenar mi golpeado y adolorido corazón antes que salga desbocado de mi pecho intentando alcanzarte...
Una respiración cerca.
«¿Cómo demonios...?»
Cerró los ojos.
«¿Incluso aquí? Tienes que estar bromeando»
Otra vez la respiración.
Miró a su costado. Solo era un niño que se apoyó en el mismo árbol después de correr, otro más pequeño le seguía y el mayor gritó que había ganado.
Estalló en risas, porque no podía ser tan paranoica. ¿Cómo podría haberla seguido Brainy hasta ahí? ¿Colgando del furgón? Era absurdo.
Se reunió con sus amigos. Los novios miraban las obras terminadas, tomando fotografías. Arnold estaba concentrado viendo como otras personas esculpían. La rubia recordó con una sonrisa ese verano que se encontraron en la playa y ganaron el concurso de castillos de arena. Imaginaba que él querría intentarlo.
«Oh, Arnold, eres tan sensible como hábil, seguro harías algo maravilloso con tus hermosas y cálidas manos»
Se sonrojó un poco al recordar lo que pasó minutos atrás y miró alrededor. Un cartel llamó su atención y se acercó a hacer unas consultas. Luego buscó a Phoebe y Gerald, habló con ellos y los tres acordaron el plan a seguir.
...~...
Arnold estaba concentrado observando la técnica. Le parecía increíble como algunos artistas tallaban el hielo para convertirlos en piezas de arte. Era una lástima que fueran temporales, porque realmente eran preciosas.
–Oye, cabeza de balón–Lo llamó Helga con su tono de mando.
El chico volteó, molesto por la interrupción. Sabía lo que significaba: debían abandonar el lugar, porque la señorita Pataki tenía otros planes.
–Gerald y Phoebe irán a la cafetería–dijo la rubia.
–Vamos–contestó, resignado.
–Dije que ellos irán, ¿acaso no escuchaste?
–¿Y por qué me llamas entonces?
–Tú participarás en la competencia de esculturas de nieve de esta tarde
Lo tomó por la mano y lo llevo al mesón de inscripciones. Arnold la siguió sin reaccionar, hasta que ella estaba dictando sus datos.
–¡Espera, Helga! No tengo dinero para pagar esto
–Eso ya lo arreglamos–dijo la chica, entregándole los billetes a la encargada.
–Bueno, niños, la competencia empieza en media hora–dijo la mujer con cierto entusiasmo–. Se llamará por altavoz una vez, así que estén atentos. Pueden esperar por allá–Indicó un salón con mesas y sillas donde distintas personas se reunían.
Helga se dirigió a unos sillones al fondo, todavía arrastrando a Arnold, aunque esta vez de la manga. Sabía que no podría soportar mucho más su tacto sin derretirse.
–¿Qué fue todo eso?–dijo el chico, aún confundido.
–Te gusta esculpir, no creas que no lo recuerdo, eres estúpidamente bueno en eso–respondió Helga.
–¡Con arena! ¡No sé hacer esto!
–¿Qué tan diferente puede ser?–Helga se cruzó de brazos.–. Haz hecho muñecos de nieve antes, solo debes hacer lo mismo, pero mejor
Estaba molesta. Intentó hacer algo lindo y él reaccionaba como si lo estuviera obligando a bailar ballet con un ridículo tutú frente a toda la escuela.
El rubio la miró. Ceño fruncido, ojos tristes. Otra vez estaba reaccionando mal.
–Lo siento, Helga–Llevó la mano a su frente y tomó un largo aliento.–. Supongo que gracias por esto
–Agradécele a los tortolitos. Ellos también aportaron y yo seré tu asistente–Miró en otra dirección.
–¿Qué? ¿Por qué?
–Tal vez tenga un lado artístico, para que lo sepas. Además, el concurso es en parejas, solo por eso también me inscribí
Arnold sonrió al notar que Helga se sonrojaba. Ese ligero rubor en su rostro y su expresión nerviosa le parecían adorables.
Dejó de mirarla y juntó sus manos sobre sus piernas, jugando con sus pulgares. Solo entonces notó que Helga lo había tomado de la mano para llevarlo a inscribirse y la sangre subió a sus mejillas. De inmediato cerró los ojos tratando de pensar en cualquier otra cosa.
Si llegamos solteros a los 25 deberíamos casarnos
«¿Por qué estoy pensando en eso?»
Era una tontería. Ella solo lo dijo para molestarlo, ni siquiera debía recordar esa promesa y, por su propio bien, él debía olvidarla.
Unos veinte minutos más tarde escucharon el anuncio y se levantaron. Estaban en la categoría juvenil, con participantes de 12 a 17 años. Eran quince equipos compitiendo. Todos partían con un cilindro de nieve de un metro de alto por cincuenta centímetros de diámetro. Les entregaban a todos los mismos tipos de guantes e instrumentos. No se podía usar nada externo a lo entregado, asegurando que solo el talento fuera la diferencia.
–Esta vez no podremos usar tu listón–dijo el chico.
–Tampoco iba a pasártelo–respondió Helga, pero la respuesta de Arnold fue entrecerrar los ojos, poniéndola nerviosa– ¿Y? ¿Qué haremos?–dijo.
Alguien repetía las reglas, en voz alta, repasando los números de los equipos -ellos eran el doce- y luego los nombres de los jueces que evaluarían el trabajo.
–Tienen dos horas a partir de ahora, ¡ya!
El sonido de una bocina movilizó a la mayoría de los grupos.
Arnold quería hacer algo simple, solo por intentarlo, pero no esperaba lograr nada muy bueno. Miró de reojo a su amiga. Ella miraba el cilindro como si estuviera preguntándole qué quería ser. La idea le causó gracia.
–Podríamos hacer un castillo–dijo el chico–. Como aquella vez
–No, eso sería aburrido y obvio–respondió ella, alzando una ceja, concentrada– ¿Qué tal un animal?
–¿Un conejo?
–Un lobo aullando–ella rio.
–No es mala idea... si logramos tallar el pelaje, quedará bien... el problema es que nunca he hecho esto, no sé por dónde partir
–Entonces algo más simple... algo que tenga una terminación más lisa
Arnold miró alrededor. Eran los únicos que seguían planeando qué hacer.
–¿Y qué tal Mandíbulas Cerradas?–comentó Helga
–¿Qué?
–Ya sabes, la tortuga que liberas-digo, que unos locos ecologistas liberaron del acuario...
–¡Es una gran idea, Helga! En marcha
Pusieron el cilindro de forma horizontal y Arnold empezó a crear el diseño. Esculpir en nieve era distinto a hacerlo con arena, pero poco a poco fue intuyendo cómo funcionaba y a los pocos minutos formó la cabeza de la tortuga. Le explicó a Helga como hacer las formas generales, para que ella le diera estructura, mientras él avanzaba los detalles. Ambos trabajaron concentrados y en sincronía, como si hacer equipo fuera tan natural como respirar.
Phoebe y Gerald regresaron para ver la competencia. Rodearon el espacio buscando un lugar para instalarse, hasta que encontraron a sus amigos. Los dos estaban impresionados del trabajo que hacían, en especial por lo coordinados que parecían. Cuando se miraron entre sí, rieron, sabiendo que pensaban lo mismo.
Las esculturas de todos los competidores adquirían más y más detalle, mientras el reloj avanzaba. Anunciaron cuando quedaban treinta, veinte, quince, diez y cinco minutos.
Con cuidado, Arnold creó un letrero inclinado donde escribió el nombre de Mandíbulas Cerradas, mientras Helga pulía algunos detalles.
–Creo que está listo–dijo Arnold.
La chica alzó la vista y sus ojos se encontraron en el mismo momento en que sonó la bocina anunciando el final de la competencia. Ambos se dejaron caer en la nieve, agotados y sonriendo.
Los jueces recorrieron las esculturas en orden de inscripción, así que tendrían que esperar.
Los novios se acercaron rodeando la cerca que separaba a los competidores del resto de la gente.
–¿Es Mandíbulas?–dijo Gerald.
–Sí–respondió el rubio.
–Es una hermosa escultura–comentó Phoebe.
–Gracias
–Espero que ganen
–No lo creo, hay buenos trabajos–comentó el chico mirando alrededor.
Phoebe levantó su cámara y los rubios posaron de pie tras la escultura, mientras su amiga tomaba una foto.
Cuando los jueces llegaron a ellos uno preguntó por el nombre de la tortuga y el rubio contó entusiasmado su historia hasta su liberación, obviando que fueron él y su abuela quienes la sacaron.
–Muy buen trabajo–dijo uno de los jueces– ¿Es la primera vez que participan?
–Sí–dijo, Helga–, pero ya habíamos ganado un concurso de castillos de arena hace unos años
–Veo que tienen experiencia–comentó la jueza.
–Algo así–dijeron ambos, incómodos, recordando no precisamente la competencia.
–Bueno, niños, es una bella escultura. Seguiremos evaluando y anunciaremos a los ganadores.
–Gracias–dijo Arnold.
Unos diez minutos más tarde, los jueces tomaron el micrófono y entregaron los puntajes de los ganadores.
...~...
– Guau, tercer lugar–dijo Gerald, mientras caminaban de regreso a la cafetería.
Comenzaba a oscurecer y los rubios necesitaban beber algo caliente mientras esperaban a los padres de su amiga.
–Estuvo bien, para ser la primera vez –dijo Helga–. Apuesto que ganaríamos con algo de práctica
–Tendría que aprender a trabajar mejor con nieve–admitió Arnold–. Esto es un poco más difícil que hacer muñecos
–Pero podrías hacerlo, Arnoldo, tienes el talento
–Gracias, Helga, no podría haberlo hecho sin ti
–Phoebe, creo que se equivocaron con mi café–dijo Gerald– ¿Me acompañas a cambiarlo?
–Yo puedo ir contigo–dijo Arnold.
–No es necesario, ustedes descansen, tuvieron una tarde movida–dijo la más bajita, levantándose de su asiento, para tomar del brazo a su novio y caminar juntos al mostrador.
–Gracias por esto, Helga, fue divertido
–De nada-digo-como sea, cabeza de balón–Evadió su mirada, incómoda.
El chico bebió su chocolate caliente y notó que Helga movía los dedos en su tazón, jugando. Se quedó viendo sus manos unos minutos, reviviendo la calidez que sintió cuando ella lo sujetó. Y no era que en ese clima sus manos fueran cálidas, de eso estaba seguro, era algo distinto, un cosquilleo agradable.
–Se están tardando demasiado–comentó ella–. Tendré que enseñarles lo que es el servicio al cliente
Apoyó sus manos en la mesa, dispuesta a ponerse de pie. Pero Arnold puso una de sus manos sobre las de ella.
–Déjalos, Helga, son novios, tal vez solo querían estar un rato a solas
Ella lo miró, cambiando su expresión de la rabia a la calma y luego a la incomodidad, bajando su mirada. El chico apartó su mano de inmediato.
–Lo-lo siento–dijo, nervioso, cerrando los ojos, como si esperara a la vieja Betsy.
–Tienes razón–respondió la chica, sentándose–, los padres de Phoebe no tardan en llegar–Añadió mirando el reloj en el muro. Quizá tenían unos quince minutos sin supervisión.
Los rubios bebieron sus bebidas en silencio, cada uno distraído en sus pensamientos. Unos cinco minutos después la pareja se reunió con ellos, llevando galletas con forma de corazón.
–¿Qué clase de cursilería es esta?–Helga rodó los ojos.
–Sólo pruébalas, Helga, un poco de amor no te hará daño–comentó Gerald.
Los demás rieron, pero la rubia mantuvo su actitud distante un rato, negándose a comer.
–Vamos, Helga, solo son galletas y están buenas–Arnold le ofreció una.
–Si tanto insistes–La recibió con cuidado, pero sus dedos se tocaron y ambos se sonrojaron ligeramente.
Phoebe y Gerald tuvieron que esforzarse en no molestarlos, porque realmente querían hacerlo.
–Sí, están buenas–Admitió la rubia, tomando otra galleta del plato y una tercera.
Los padres de su amiga llegaron en ese momento y de inmediato fueron a tomar el bus de regreso a la Villa Abedul. Cuando pasaron por la cabaña donde estaban los hermanos, Helga notó que había luces y risas. No era buen momento para molestar. Cerró los ojos. Tal vez podía simplificar su plan.
