Todos fueron a dormir unas horas después, pero Helga estaba inquieta con las experiencias de ese día y la anticipación de lo que pensaba hacer.

Bajó a la cocina y preparó un tazón de chocolate caliente, agradeciendo en su mente que los padres de Phoebe hubieran comprado tanto. Se envolvió en una manta y salió al cobertizo para apoyarse en la baranda.

El cielo gris era notablemente oscuro y un poco triste. Parecía pesado, como si en cualquier momento fuera a aplastar la montaña. Se sintió abrumada de pronto, recordando la horrible sensación de vivir en su casa, de soportar a su familia, de esconderse, de temer, de desear huir. Esa sensación de ahogo y el miedo que le infundía Bob cuando era pequeña y no sabía defenderse. Era mejor ser invisible, ser ignorada. Porque incluso si a quien le gritaba era a Myriam o al televisor, cuando tienes dos años escuchar a un hombre grande gritar sin entender qué es lo que pasa da terror.

Respiró lento, cerrando los ojos. El aroma del chocolate y el calor del tazón la regresaron a la realidad. Bob no estaba ahí. Ella sí, lejos de él, en las montañas, sintiendo el olor de la leña, pisando tablones de madera. Contemplando la nieve y las cabañas con sus formitas regulares, contando las ventanas con luces encendidas.

Escuchó pasos sobre la nieve y unas risas. Al reconocer a los hermanos los saludó en silencio, agitando la mano. Valentina se acercó corriendo, José la siguió caminando tranquilo con las manos en los bolsillos.

–¡Hola, Helga!–dijo la chica, subiendo entusiasmada la pequeña escalera que separaba el cobertizo de la calle, mirándola de cerca.–. Veo que te sirvió mi secreto familiar–Sonrió.–. Tu piel se ve más sana

–Sí, muchas gracias. ¿Eso lo trajiste de tu país?

–Sí, pero venden algo parecido en walmart

El chico se acercó en ese momento.

–Buenas noches, señorita Pataki

–Buenas noches... ¿Cómo era?–Miró a la chica buscando ayuda.– ¿Errazin?

El chico subió una mano a su pecho y la otra a su cabeza, fingiendo que se le rompía el corazón.

–Errazuriz–dijo Vale–, pero puedes llamarlo payaso, yo lo hago todo el tiempo

–Pero tú eres mi hermana–Se defendió él.

–Bueno, Helga también podría llamarte payaso si quisiera ¿cierto?

–Supongo que sí–Confirmó la rubia, viendo al chico hacer un puchero.

–¿Por qué estás afuera tu sola?

–Los demás ya se durmieron. ¿Qué hacen paseando tan tarde?– preguntó.

–No es tarde... falta poco para las once–dijo el chico–. Y estamos esperando a Santa

–No me digan que creen en eso–La rubia los miró, levantando un lado de su ceja.

–Claro que no–Rieron al unísono.

–En nuestro país es tradición intercambiar regalos a media noche–Explicó la chica.

–Así que salimos a caminar para matar el tiempo–Añadió él.– ¿Quieres acompañarnos?

–No creo que deba alejarme, no le dije a nadie que saldría y no quiero asustarlos

–Entones ve a decirle a alguien o deja una nota

Helga sonrió.

–¿Ves? Quieres ir, lo sé–dijo la chica.

–Está bien, iré por mi abrigo y le dejaré una nota a Phoebe. Esperen aquí

La rubia entró a la cabaña y subió a la habitación. Siempre tenía un cuaderno y lápices con ella, así que no era un problema dejarle una nota a su amiga, que dormía profundamente. La dobló y la dejó sobre la mesita de noche que estaba al medio de las camas, para que la viera de inmediato si llegaba a despertar. Con un poco de suerte podría romperla al regresar.

Vistió su abrigo, una bufanda y salió con los hermanos, cerrando la puerta con cuidado tras de sí.

Caminaron hacia el parque. Además de los bares, las pocas tiendas alrededor seguían abiertas, vendiendo regalos y otras cosas. Esa noche el árbol decorado de la plaza lucía espléndido con todas sus luces encendidas.

–Dijeron el otro día que vienen seguido ¿cierto?–dijo la chica en cuanto pudo aprovechar un silencio entre las bromas de los hermanos.

–Así es–Confirmó Valentina, mirándola.

–En ese caso, deben conocer bien el lugar

–Lo suficiente como para que nuestros padres no se preocupen porque salgamos a vagar por ahí–Explicó el chico.

–¿Habrá un lugar...?–Helga cerró los ojos.–. No, no importa, olvídenlo

Se adelantó hacia el árbol, mientras ellos intercambiaban una mirada antes de seguirla. Cada uno la tomó de un brazo.

–¿Qué clase de lugar quieres ver?–dijeron a coro.

–¿Algún lugar loco?–Comenzó Vale

–¿Un lugar aterrador?–Continuó José.

–¿Un lugar embrujado?

–¿Un espacio solitario para gritar que odias el mundo?

–¿Un risco donde cometer homicidio sin testigos?

–¿Una cuesta para mirar el amanecer?

–¿O el atardecer?

–¿Un lugar romántico para declarar tu amor?

Helga tragó saliva.

–Un lugar romántico, entonces–confirmó la hermana, buscando los ojos de su hermano, ninguno soltó a su nueva amiga.

–El lugar más romántico es en el árbol, por eso cuelgan muérdago y esas cosas–Indicó girando la mano con un gesto similar al que Helga solía hacer.– Aunque eso ya lo sabes y supongo que te parece demasiado público.

Helga asintió.

–Más bien busco un lugar donde tener una conversación privada–Intentó desviar la conversación.

–¿Un lugar secreto?

No supo qué decir.

Los chicos la soltaron y se apartaron un poco, dando vueltas con aire pensativo.

–Podría ser...–dijo José.

–No... ese no... ¿Y qué tal...?–interrumpió Vale.

–No... tampoco, están remodelando...

–¿Se te ocurre algún otro?

–¿Tal vez...?

–¿Aquel lugar?

–Sí, aquel lugar

–Suena perfecto

–Pero

–¿Pero?

–Solo es para llevar a alguien especial–Miraron a Helga y luego entre ellos.– ¿Ella cuenta?

–Yo creo que sí

La rubia los miró sin entender nada. Otra conversación de gemelos o lo que ella esperaba que fuera de gemelos y no de hermanos, porque ella jamás tuvo algo así con Olga y habría sido triste darse cuenta que quizá pudo tenerlo.

–Sí, te llevaremos–dijo Valentina–, con una condición

–Escupe–respondió, Helga, cruzando los brazos.

Los hermanos se miraron entre sí, asintieron.

–Luego iremos a un sitio aterrador–dijo José.

–Más vale que valga la pena–comentó la uniceja.

–Confía en nosotros, lo valdrá–Concluyó Vale, con seguridad.

La guiaron por el costado del parque hasta una edificación con las luces apagadas. Era un jardín rodeado de rejas y techado que en ese tiempo estaba cerrado, pero ellos sabían de un espacio por donde una persona podía pasar. Entraron al lugar y caminaron en penumbras entre varios arbustos y plantas. Llegaron a un espacio circular cercado por hermosos arbustos, al centro del cual había unas bancas con forma de arco y el techo estaba abierto.

–Este jardín es precioso en primavera–comentó Valentina–.Todavía no ha florecido del todo, pero –Apuntó su linterna hacia los arbustos.– las camelias están en flor... y si buscas con atención–Tomó a Helga de la mano y la llevo rodeando las bancas, apuntando el haz de luz al suelo.–, también puedes encontrar uno que otro pensamiento

La rubia miró el lugar con precaución, imaginando por un instante la escena.

–Gracias–dijo, tratando de reprimir su emoción.

–¿Era lo que querías?

Asintió.

Los hermanos volvieron a mirarse entre sí.

–¿Es el chico rubio?–preguntó Valentina.

Helga no quiso responder. Estaba paralizada. ¿Cómo era posible que dos completos desconocidos descubrieran su secreto tan rápido? Se estaba volviendo descuidada.

–No sé de qué hablas

–Lo que digas–dijo Vale, rodando los ojos

–¿Ahora podemos ir a un sitio aterrador?–preguntó José, entusiasmado.

–Sí, vamos a la cabaña abandonada

–¡No, el otro! Ya sabes...

–¿En serio quieres llevarla ahí? La última vez casi te hiciste en tus pantalones

–¡Eso no es cierto!

Helga los miró arqueando su ceja.

–Es una cueva alejada del sendero–Explicó la hermana.–, pero hay una forma para llegar a ella. Tiene algunos tótems y dicen que el espíritu del último indígena del lugar está atado a ese lugar y maldice a todos los que dañan la montaña...

–Eso suena a una gran mierda–dijo Helga.

–Entiendo si te da miedo ir–dijo Valentina.

–Helga G. Pataki no le tiene miedo a nada

«Excepto a las ratas»

«Aunque no hay ratas en las montañas... ¿no?»

–Vamos a esa estúpida cueva

Los hermanos se miraron otra vez, mientras la rubia caminaba a la salida. Les resultaba divertido lo fácil que era leerla.

Los jóvenes salieron del jardín atentos para evitar los guardias. Luego caminaron por las calles hasta la entrada de la villa. El comercio estaba cerrado y casi no quedaba gente afuera. Descendieron por la montaña, siguiendo el sendero. Se detuvieron en una curva. Desde ahí era posible distinguir la villa por el brillo de las luces, pero las construcciones se veían pequeñas.

Los hermanos alumbraban alrededor con sus linternas, hasta que dieron con una roca que a primera vista parecía el tronco de un árbol. Caminaron a ésta y volvieron a iluminar alrededor, hasta dar con otra roca similar. Repitieron la operación cinco veces, hasta que dieron con la entrada de la cueva, a unos pocos metros de ellos.

Helga de pronto sintió que el viento era más frío en ese lugar, o quizá era porque debía ser cerca de media noche. Pensó que tal vez debió volver después de ver el jardín. No quería causar problemas, ni asustar a nadie. Rogó porque Phoebe siguiera dormida y que no notara su ausencia.

Estaban a unos cinco metros de la entrada de la cueva en el momento en que las nubes se disiparon y el brillo fantasmal de la luna iluminó la ladera. Parecía el hocico de un enorme animal: con rocas puntiagudas y curvas como colmillos, agujeros que formaban una nariz y más arriba ojos, en los que creyó captar un reflejo. Con la luz apropiada hasta podría parecer que se movían. Era una bestia atrapada en la montaña, a punto de lanzarse sobre ellos.

–Es grandioso–dijo, emocionada–. Creo entender por qué la gente le tiene miedo. Este lugar da escalofríos, nadie se acercaría aquí

Cuando llegaron a la entrada, pasaron uno a uno, con cuidado.

La rubia se quitó los guantes para tocar la roca. Rasposa, rugosa, fría. Que no se sintiera como hueso la tranquilizó. Se dio cuenta que una persona adulta tendría que agacharse para entrar.

La luz de las linternas se perdía en la oscuridad hacia el fondo.

–¿Han explorado esto antes?–inquirió.

–No, lo encontramos el año pasado y no tuvimos tiempo–respondió el chico.

–¿Y de dónde sacaron lo que me dijeron?

–Papá–respondieron al unísono.

–¿Creen que sea cierto?

–Lo de los nativos muertos, sí–dijo Vale.

–Lo de las maldiciones, no–añadió José.

–Entonces vamos–dijo Helga, tomando la linterna del chico, para internarse en la cueva antes que ellos.

Los tres caminaron atentos a los ruidos. La entrada de la cueva tenía algunas colillas en el suelo, pero avanzando unos cuantos metros, las señales de actividad reciente desaparecían. Caminaron con precaución, mientras las paredes se separaban y el techo se elevaba sobre ellos.

–¿Oyeron eso?–comentó Helga, volteando hacia los otros dos.

–¿Qué-Qué co-cosa?–dijo el chico.

–Solo intenta asustarte–respondió Valentina, rodando los ojos.

–Hablo en serio–dijo la otra chica, bajando el volumen–. Escuchen

Sonidos tenues, como silbidos, parecían venir del interior, formando una melodía.

–¿Qué es eso?–murmuró Valentina.

–¿Creen que alguien viva aquí?–Añadió Helga.

–Lo dudo–Apuntó la linterna al suelo, las huellas llegaban hasta donde ellos estaban–, parece que nadie viene aquí

–Deben ser los espíritus de los que hablaban–bromeó.

Una de las linternas parpadeó, asustándolos.

–Solo es la batería–dijo Valentina, sacudiendo un poco la linterna para volverla a encender.

–De-deberi-ríamos ir-irnos–comentó José.

Los sonidos se repitieron.

–Avancemos otro poco–Insistió su hermana.–. No sean cobardes

Helga asintió y caminó lado a lado con ella, mientras el chico las seguía de cerca, mirando con precaución.

Apenas dijeron unos diez pasos cuando escucharon un grito.

–¡Ey!

Los tres voltearon para ver un hombre en la entrada.

–Rayos–dijo Valentina por lo bajo.

Helga tensó su cuerpo, dispuesta a luchar, pero luego notó la calma de los hermanos.

–¿Qué hacen aquí?–dijo el hombre, acercándose–¡Les dije que no podían venir! Es peligroso–Añadió.

–Lo siento, papá, sólo queríamos asustar a nuestra amiga–respondió José.

El hombre se sujetó el rostro, molesto, pero la rubia notó que intentaba ocultar una sonrisa comprensiva.

–Bueno, niños, ya es tarde, vamos de regreso–dijo–. Señorita, la acompañaremos a su cabaña

–Gracias

La rubia siguió a los demás hacia la salida. El hombre regañaba a sus hijos, pero ella notaba afecto y preocupación en su voz.

–Saben que este lugar es peligroso–Repetía.–. Pudieron perderse, los investigadores todavía no exploran la totalidad de estas cuevas, es un laberinto

–No pensaba ir muy lejos–Justificó la chica.

–Ya tuvimos esta conversación. Si lo habilitan como un paseo, yo mismo los traeré aquí

–Así no es divertido

Antes que salieran, volvió a escucharse el sonido y los tres jóvenes dieron un brinco, haciendo reír al hombre.

–Es el viento... entrando por otros lados–explicó–y viajando por los túneles

Helga miró a los gemelos y los tres se echaron a reír, dándose cuenta de lo obvio que era.

–Me disculpo por la imprudencia de mis hijos–Continuó diciendo el hombre una vez que salieron.–. Seguro tus padres estarán preocupados

–No precisamente...–murmuró Helga, sabiendo sus padres ni siquiera habrían notado su ausencia de haber estado con ellos en la montaña y no precisamente porque se hubiera escapado de noche.

–Podemos negociar algún pase especial, para que esto no salga de aquí, si me entiendes–Añadió.

Helga asintió, comprensiva.

–No es necesario–dijo–. No pasó nada...

–¡Papá! ¿Puedes darle lecciones de snowboard?–Intervino Valentina

–¡Sí, acepta!–Se sumó José.

–Pero...–La rubia intentó negarse otra vez.

–Pasado mañana tengo que trabajar de todos modos–dijo el hombre–. Así que eres bienvenida a la clase de principiantes a las tres de la tarde

–¿Y qué hay de mis amigos? No puedo solo abandonarlos

El hombre miró a sus hijos con una expresión de disgusto, mientras ellos ponían caras tristes y juntaban las manos en un gesto de ruego.

–Una persona más–dijo el hombre.

–¡Gracias!–Helga sonrió.

El hombre que los guiaba se adelantó un poco y aprovechó de agradecer también a los hermanos en voz baja.

Pronto estaban en el sendero y tuvieron que correr para seguirle el paso al hombre, que se notaba acostumbrado al ejercicio. Cuando alcanzaron el sector de las cabañas fue Helga quien comenzó a guiarlos hacia donde se hospedaba.

Luces apagadas. El hombre supo en ese instante que ella escapó en secreto.

–Nos vemos mañana, Helga–dijo Vale, abrazándola como el día anterior.

–Feliz Navidad, linda–dijo José, dándole un abrazo también.

–Como sea–dijo ella, pero sonreía.

Regresó y entró en silencio, quitándose los zapatos y la chaqueta. Mientras la colgaba, escuchó una voz conocida tras ella.

–¿Helga?

«¡Rayos!»

–Arnold... ho-hola... ¿qué haces en pie?–dijo la chica.

–¿Qué hacías afuera?

–Me sentía mal y salí a caminar

–¿A esta hora? Pudo pasarte algo

–Pero no pasó nada, cabeza de balón

–Pudiste crear un gran problema. Por una vez, piensa en Phoebe, por favor

–Le dejé una nota

–No se trata de eso–Suspiró, molesto.–. Si te pasa algo, sus padres son responsables por ti, Helga, pudiste perderte o lastimarte...

–Pero no pasó nada de eso, ya estoy aquí, estoy a salvo

–¡Maldición, Helga! Madura–Se acercó a ella, mirándola.

–Y tú deja de meterte en los asuntos de otros

–Lo hago porque me importas

–¡Claro que no! Si te importara querrías saber por qué me sentía mal y no me estarías regañando por lo que hice para calmarme

Otra vez un silencio pesado. Helga empezaba a odiarlos.

–Tienes razón–dijo Arnold.–. Lo que no quita que fuiste imprudente–Se acercó otro poco.–. Lo siento, Helga... yo... –Miró el suelo un instante, reuniendo valor– ¿Quieres decirme qué pasó?

–¡Claro que no, Arnoldo!

El chico rodó los ojos, molesto.

–No soy buena hablando de esas cosas–La chica retrocedió un poco, sujetando uno de sus brazos, incómoda.–, pero supongo que "gracias por preocuparte"– Hizo unas comillas en el aire.–. Iré a dormir. Buenas noches

–Buenas noches, Helga

–Y por favor, no le digas a nadie que salí. Tal vez Phoebe no leyó la nota... no quiero...

–No quieres que piense lo mismo que acabo de pensar, que en segundos imaginé los peores escenarios posibles. Lo sé, es horrible

–Gracias

Helga subió la escalera en silencio y Arnold siguió su camino a la cocina por una botella de agua.

Había escuchado la puerta cuando se levantó y se escondió para ver quién entraba, pensando que quizá alguien pudo equivocarse de cabaña o incluso ser un ladrón. Por la ventana notó que un grupo se alejaba y reconoció a los hermanos con un adulto justo antes de ver entrar a Helga.

Regresó a la cama con su cerebro a mil: ¿Por qué salió con ellos? ¿Por qué si estaba mal, si le pasaba algo, no era capaz de confiar en sus amigos? ¿Por qué no recurría a él? Helga sabía que era bueno dando consejos, escuchando a la gente, resolviendo problemas, era lo que había hecho toda la vida con sus compañeros de clase, incluso ella lo molestaba un poco por eso, pero reconocía que era de utilidad. ¿Por qué Helga no podía confiar en él? Y, lo que era más importante ¿Por qué le molestaba tanto que no confiara en él?

Decidió que no resolvería nada de eso dándole vueltas, trató de dormir.


...~...


Arnold caminaba por un enorme salón, rodeado de personas desconocidas, pero extrañamente familiares. Al fondo se veía una escalera ancha, al final de la cual distinguía el respaldo de un trono y tres siluetas. Volvió a mirar alrededor: damas con vestidos y jóvenes con trajes chistosos y bombachos inflados, todo le recordaba a una feria renacentista. Caminó hacia adelante, confundido, mientras los murmullos aumentaban en tono y comenzaba a sentirse observado.

Una risa llamó su atención. Sobre las escaleras una chica y un chico dejaban escapar carcajadas entre comentarios que no lograba entender. Siguió avanzando hacia ellos. Cada uno portaba una armadura, pero llevaban los cascos en las manos. Distinguió a los mellizos: el largo cabello castaño de la chica y el corto y desordenado cabello del muchacho.

Al acercarse pudo escuchar con quien hablaban. Era Helga, que se burlaba de él, apuntándolo desde su posición privilegiada en el trono.

–Su extraña cabeza–repetía, casi ahogada de risa.

–¡Basta, Helga!–dijo Arnold, subiendo los peldaños– ¿Qué es todo esto?

La rubia sentada en el trono chasqueó los dedos y los hermanos voltearon para apuntar a Arnold con sus lanzas. En ese momento la multitud tras él emitió al unísono un sonido de sorpresa y el entorno se oscureció.

–No puedes acercarte a ella–dijo la chica.

–¡Es mi amiga!–Se defendió Arnold.

–¿Acaso no entiendes?–dijo el hermano.

–Helga está mejor con nosotros–Añadió la hermana.

–La hacemos reír

–La entendemos

–No la juzgamos

–No le tememos–dijeron a coro

–Vete, cabeza de balón–dijo Helga, desde atrás, agitando su mano con desprecio.

–¡No!

–No eres nada para mí

Arnold, molesto, tomó las lanzas de los hermanos y, tirándolas, los hizo caer por las escaleras, para luego subir corriendo hasta Helga.

–¡Que te alejes!–Ordenó ella, poniéndose de pie.

–¡NO!–respondió Arnold.

–¡Déjame en paz!

–¿O qué?

–Llamaré a los guardias

En ese momento ambos miraron alrededor. El salón estaba vacío. Solo estaban ellos.

–No hay guardias–dijo Arnold.

–Aléjate–Exigió, con una mirada amenazante.

–No, sé que algo te pasa, sé que no estás bien

–Eso no es asunto tuyo

–Soy tu amigo. ¿Por qué no confías en mí?

–No tengo por qué hacerlo–respondió ella.

–¡Helga!

La sujetó por los brazos. Ella forcejeó un poco y ambos cayeron sobre el trono. Helga sentada y Arnold apoyando una de sus rodillas al costado de la chica. No la soltó a pesar de la furia en su mirada.

–Soy tu amigo... –Repitió.– ¿Por qué no confías en mí?

–Yo...

–Helga, por favor

–Lo que me pase no es asunto tuyo, cabeza de balón

–Me importas

–¿Por qué?


...~...


El brillo matutino lo despertó. Durante unos segundos se quedó recostado, pensando en su sueño. La punzada de la culpa creció en su pecho. Sabía que había sido injusto con Helga -de nuevo-. De vez en cuando ella contaba con él. Tal vez simplemente no quería molestar. Además, que saliera con los hermanos no significaba que corriera a contarle sus problemas a sus "nuevos amigos", lo más probable era quisiera distraerse y no pensar en lo que le molestaba.

¿Y qué sería lo que le pasaba? Tal vez solo no podía dormir, tal vez estaba preocupada por algo de la escuela o extrañaba a su familia, porque incluso Helga a veces tenía momentos así y admitirlo no era cómodo. Sonrió con la idea.

Se duchó antes que Gerald despertara. Se abrigó y fue a la cocina. Phoebe estaba ahí, con sus padres, preparando el desayuno. Se ofreció a ayudar, pero los adultos le dijeron que podía sentarse junto a la chimenea, que fue lo que hizo. Cuando Helga bajó no pareció verlo en el sillón. Hizo la misma pregunta que él, pero fue Phoebe quien dijo que no hacía falta. Vio a la rubia caminar con una taza humeante, tomar su chaqueta y salir al cobertizo. Decidió imitarla.

–¿Puedo acompañarte?–le dijo, acercándose, mientras ajustaba su propio abrigo.

–Es un país libre–respondió ella.

Los brazos de Helga descansaban sobre la baranda y sus ojos parecían seguir el vapor de la taza. Tenía un aire triste.

Arnold se apoyó junto a ella, mirando a la distancia.

–Siento lo de anoche–dijo el chico.

–Como sea–Bebió un poco.

–¿Cómo estás?–Quiso saber.

Helga lo miró, parecía en serio preocupado.

–Mejor de mi malestar–Enfatizó.–, si es eso lo que quieres saber–Jugó con sus dedos en el tazón.–- No lamento haber salido, aunque entiendo que fue imprudente, cabeza de balón. No quiero causarle problemas a Pheebs o sus padres. No hice nada estúpido...

«Bueno, no por mi cuenta»

–Quiero decir, no hice nada peligroso... ya sabes... solo fuimos a caminar...

Arnold dio un largo suspiro.

–Helga, está bien si no quieres hablar de lo que te pasa, lo entiendo, pero somos tus amigos, puedes decirnos cómo te sientes–Le sonrió.–. La próxima vez que te sientas así, ve a buscarme. Puedo acompañarte

–Olvídalo, no te confiaría jamás mis pensamientos más profundos

«No otra vez... no así...»

–No tienes que hacerlo, prometo no presionar. Yo–Cerró los ojos y juntó valor.–soy tu amigo, me gustaría que pudieras contar conmigo, estar para ti si lo necesitas

«¿Le importo? ¿En verdad le importo?»

–Gracias, supongo–contestó ella nerviosa, bebiendo otro poco.

–Y Helga

–¿Sí?–Ella volteó a verlo.

Arnold se quedó observando el hermoso azul de sus ojos, perdido en la expresión curiosa de su mirada. No fruncía el ceño, ni parecía molesta.

–¿Qué pasa?–Insistió ella.

El chico se preguntó qué iba a decir.

Abrió la boca, pero olvidó todo. Bajó un poco la mirada y vio sus manos.

Recordó la sensación de sentir su piel. El día en que escaparon de debajo del pino, ella accidentalmente puso su mano cerca de él. Fue agradable y maldijo lo rápido que llegaron sus amigos, porque le hubiera gustado quedarse así un poco más. También recordó la sensación de sus dedos entrelazados con los suyos cuando lo arrastró a la competencia de esculturas.

Otra vez pudo sentir una extraña calidez como un cosquilleo que recorría su piel. Su corazón comenzó a latir fuerte.

Escucharon la puerta y ambos voltearon.

–Chicos, ¿vienen a desayunar?–dijo Gerald.

–Claro–dijo Helga.

Ella miró a Arnold y le hizo un gesto para que la siguiera a la puerta. Tomó el pomo y la juntó, impidiéndole entrar.

–¿Qué ibas a decir?–preguntó.

–Tu piel–respondió de forma automática. Luego se dio cuenta de lo acababa de decir y trató de corregir–parece más sana que el otro día... ¿ya está mejor?

–Oh, sí, claro–Medio sonrió.–. Creo que es la última vez que olvidaré usar bloqueador

Ambos rieron y ella abrió la puerta.

Arnold la siguió, tratando de quitarse de la cabeza la confusión de ese instante. Por suerte, ella pareció no notar nada extraño.


...~...


La mañana estuvo tranquila, con los jóvenes jugando cartas, molestándose unos a otros con bromas, con Helga intentando desconcentrar a los chicos, aunque fue Phoebe quien ganó. Por la tarde todos salieron a pasear, ya que no había clases de esquí. En el parque volvieron a encontrarse con los hermanos, quienes fueron a saludar con entusiasmo.

Mientras Gerald, Phoebe y sus padres contemplaban el paisaje en el mirador, los rubios se quedaron charlando con los gemelos.

–Tu cabello es muy bonito–comentó de pronto Valentina– ¿Eres rubia natural?

Helga se quitó el gorro como respuesta y la chica pudo contemplar que el tono era uniforme de raíz a punta.

–Ese moño es muy lindo, te queda bien–le comentó José.

–Claro que le queda bien–Se involucró Arnold–. Lo ha usado toda la vida

–¿Es algo especial?–Quiso saber Valentina.

–Solo es mi lazo favorito–comentó Helga, intentando no darle importancia y evadiendo la mirada del cabeza de balón–. Combinaba con mi viejo vestido y decidí mantenerlo

–Recuerdo que ya lo tenías en pre escolar ¿no es así?–dijo el rubio.

«¿En verdad lo recuerda?»

–Creo que sí–Trató de no darle importancia.

Los hermanos tuvieron otra de esas conversaciones ópticas, como les puso Helga en su cabeza, y dejaron escapar una risita. No quería saber qué se estaban imaginando.

–¿Han probado los helados de aquí?–preguntó José.

–No, ¿qué tal son?–respondió Helga.

–Los mejores de esta montaña

–Adivino–dijo con apatía–: es la única heladería

–Acertaste–Concedió Valentina.

–¿A quién se le ocurre poner una heladería en plena montaña?

–Bueno, este centro turístico funciona todo el año, así que definitivamente su fuerte es el verano, pero en estas fechas hay paletas especiales de Navidad–dijo Vale con una sonrisa– ¿Quieren ir?

–No tengo demasiado dinero–Admitió Helga.

–Yo te invito–Se adelantó Valentina–. Ustedes–Añadió, mirando a los chicos.–pueden ir por los demás y nos reunimos allí–Indicó un sector de descanso junto al local.–. Helga y yo reservaremos una mesa

Sin esperar respuesta la tomó de la mano y se la llevó. Arnold no dejó de verlas hasta que traspasaron la puerta y José le preguntó si iba con él.

–Sí, vamos–respondió el rubio, cerrando los ojos con fuerza para ignorar la sensación incómoda que le provocó esa visión.

«¿Por qué Helga no hizo nada por soltarse? Odia que la toquen»

«No, solo odia que YO la toque»


...~...


Las chicas tomaron un par de menús y fueron a sentarse a una mesa grande, contando que hubiera suficiente espacio para ocho personas. Cuando los demás llegaron, Valentina le mostraba con entusiasmo los helados de temporada a Helga.

–No quiero nada en especial, solo que no tenga fresas–explicó la rubia.

–Pero si son deliciosas, bueno no podías ser perfecta–Se lamentó Valentina.

–Simplemente no quiero morir–Se encogió de hombros.

–Helga es alérgica–explicó Arnold, sentándose al otro lado de su amiga.

–¿Alguna otra cosa que pueda matarte o que no te guste, primor?–preguntó Valentina.

–Solo que me llames primor–respondió la chica mirándola amenazante– ¿Crees que puedas dejar de hacerlo, preciosa?

–Me encantaría darte otros apodos, pero solo hago eso desde la tercera cita

–¿Ustedes que van a querer?–Interrumpió Gerald, poniendo una carta justo delante de Arnold.–Amigo ¿viste esto?–Apuntó distintas fotos al azar.

Llegó un camarero a tomar la orden y la conversación se centró en algunas leyendas locales y de su país que José conocía y a las que Gerald puso especial atención.

Pasaron un buen rato. Los gemelos pagaron por todos y luego decidieron que debían retirarse, despidiéndose del grupo.

Los demás volvieron también a la cabaña. Los padres de Phoebe ordenaron una cena especial de Navidad con un pavo enorme y tras compartir en la mesa le entregaron a cada adolescente un pequeño presente. A Phoebe un libro, a Gerald y Arnold discos de sus artistas favoritos y a Helga un diario con un juego de plumas hermosas.

–Gracias–dijo la chica mirando el diario–. No me esperaba esto

–Pensamos que si iban a pasar estas fiestas con nosotros, lo mínimo que podíamos hacer era darle un regalo a cada uno–Explicó la madre de su amiga.

–¡Muchas gracias, señor y Señora Heyerdahl!–dijo Arnold, con su tono más educado–. Es un lindo detalle que pensaran en nosotros

–Fue algo improvisado–explicó el hombre sonriendo–. Esperamos que lo disfruten

Helga, sentada junto a la chimenea, recordó las navidades en casa: Olga acaparaba la atención tocando el piano, o su padre se pegaba a la televisión y su madre hacía medias cenas. En otras ocasiones Olga se encargaba de la comida y eso significaba que Helga tenía que ayudar con la tarea más aburrida y agotadora. Era usual que desapareciera por horas sin avisar y sin ninguna consecuencia al regresar. Las últimas tres navidades no fueron especialmente agradables sin el dinero al que Bob acostumbraba. Estaba agradecida de no tener que lidiar con ellos.

Unas horas más tarde todos decidieron que era tiempo de descansar. Ella y Phoebe fueron las últimas en acostarse.

–¿Entonces...?–dijo la más bajita.

–Mañana será el día –dijo Helga–, o la noche... te diré todo... cuando lo tenga preparado

–Estoy muy emocionada–Le sonrió.–. Ya verás que todo saldrá bien, Helga

–Eso espero, Pheebs, eso espero...