Durante la tarde del siguiente día subieron a la zona de esquí. Mientras esperaban el bus, los hermanos llegaron con sus padres.
–¡Hola!–Saludaron alegremente al unísono.
–Mamá, papá–Continuó José.–, ellos son Helga, Arnold, Gerald, Phoebe y sus padres–Indicó a cada quien.
–Chicos–Añadió Valentina.–, nuestros padres
Todos se saludaron con la mano, para luego buscar asientos libres. Helga se sentó al fondo y Gerald empujó a Arnold para que fuera a sentarse con ella.
No hablaron en todo el camino. Arnold no sabía qué decir y se quedó mirando el suelo. Helga agradeció que no hiciera conversación. Sentía un nudo en el estómago pensando en todo lo que haría cuando regresaran.
Cuando el bus se detuvo, los padres de Phoebe se despidieron para ir a sus clases, recordándole a su hija el lugar y hora de encuentro.
Helga fue la última en bajar del bus, incluso si Arnold lo hizo antes, ella esperó que se vaciara. Necesitaba calmarse. Los hermanos y su padre la esperaban. La chica logró divisar que la madre de los gemelos se alejaba hacia las sillas que llevaban a las pistas avanzadas.
–Bueno, jovencita, un trato es un trato–dijo el hombre al verla salir del bus–. Tendrás tus clases de snowboard ¿Quién de tus amigos te acompañará?
Los tres se miraron entre sí, confundidos y luego a ella, que se encogió de hombros.
–Tampoco tienen que hacerlo si no quieren
–A mí me gustaría intentarlo–dijo Gerald con entusiasmo.
Phoebe se acercó a Helga y la apartó un poco.
–¿Cómo fue que...? ¿Por qué?–La miró ligeramente molesta.–. Tienes mucho que explicar
–¿Puede ser luego? ¿Por favor?–Lucía agotada.– Te lo explicaré todo, lo prometo
–Está bien, Helga
Los seis jóvenes siguieron al hombre hacia la pista de principiantes. Había otro instructor y seis niños y niñas más en la clase, aunque todos menores que ellos, por lo que Helga y Gerald destacaban bastante.
Les dieron las mismas instrucciones que a todos, explicando con paciencia. Luego comenzaron a hacer ejercicio de equilibrio, posicionando los pies.
Arnold y Phoebe charlaban mientras observaban desde el costado de la pista. Junto a ellos estaban los padres de varios de esos niños. Era una situación un poco incómoda y comenzaron a bromear refiriéndose a Gerald y Helga como "nuestros hijos/pequeños/bebés/retoños", al escuchar a varios de los padres decir cosas así.
Los hermanos en tanto se habían ido a dar vueltas a la pista de intermedios, pero volvieron justo para ver los primeros intentos de moverse de varios de la clase. Intentos en los que los instructores tomaban a los aprendices de las manos por turnos mientras se deslizaban por un sector reducido con una pendiente suave. Se acercaron a los instructores y se ofrecieron a ayudar. Luego que los niños más pequeños bajaron. Valentina fue con Helga.
–¿Nerviosa, primor?–le dijo con una sonrisa.
–No tanto como tú, dulzura–respondió Helga, haciéndola sonrojar.
–¿En serio están coqueteando?–dijo Gerald detrás de ellas.
–¿Celoso, bombón?–le dijo Valentina– ¿También quieres jugar?
–Yo puedo jugar contigo–Se involucró José, acercándose al moreno.
–No me gusta este juego–respondió Gerald.
Los otros tres rieron y Valentina le hizo un gesto a su hermano. Contaron hasta tres y ayudaron a los jóvenes a deslizarse.
La clase continuó con prácticas un poco más difíciles cada vez. Cuando terminaron, los amigos se quitaron el equipo y agradecieron la clase a los hermanos y al padre de éstos. El hombre dijo que no era nada y se retiró para hablar con los padres de los demás aprendices.
–¿Quieren intentar deslizarse en serio?–dijo el hermano.
–¿No sería peligroso? Digo, no creo que una clase sea suficiente para eso–Admitió Gerald.
–No seas gallina–dijo Helga–. A mí me gustaría intentarlo
–No tenemos equipo
–Pueden practicar con el nuestro–dijo Vale.
Helga aceptó, acomodándose el equipo que el hermano se adelantó a pasarle.
–Partamos lento–dijo Vale–y podemos subir la intensidad cuando te sientas cómoda
–Ya me siento bastante cómoda–respondió la rubia
Gerald las miró y luego volteó a José.
–¿Esto es lo que creo que es?
El chico se encogió de hombros.
–Con mi hermana puede ser lo uno o lo otro, nunca se sabe
Phoebe y Arnold se acercaron en ese momento. La chica abrazó a su novio.
–Estuviste genial–dijo–. Te veías muy bien en esa tabla, cariño, tomé muchas fotos
–Gracias, bebé–dijo Gerald, besándola.
–¿Vamos al refugio?–preguntó Arnold–, para que puedan calentarse en el fuego
–Suena un buen plan para mí, pero no creo que esas dos necesiten calor extra–Bromeó.
Arnold miró a Helga. Notaba que reía con Valentina, mientras ambas se deslizaban poco a poco, alejándose lentamente del grupo.
...~...
–¿Quieres intentarlo tú sola?–preguntó la castaña.
–Claro
–Ok, recuerda, debes hacer esto... y esto–Le mostró los movimientos y Helga la imitó.–. Y para frenar debes hacer esto–También copió el gesto.– ah... y prepárate para caer en la nieve, porque va a pasar
–¿Y qué pasa si no me caigo?–dijo, levantando un lado de su ceja.
–Imposible, pero si quieres apostar, si no te caes...–Se acercó a su oído.–te compro lo que quieras de la tienda de regalos... pero si te caes, tendrás que besarme
–¿En serio?
–¿Qué? ¿Te asusta?
–Espero que tengas suficiente dinero
Rieron. Entonces la mayor se apartó deslizándose por el camino, adelantándose. Helga decidió seguirla. Se lanzó hacia la pista y durante unos cuantos segundos se sintió en la gloria, bajando por la montaña, adquiriendo velocidad.
El grupo las observó.
–¿Eso no es muy avanzado para ella?–comentó Phoebe.
–Se va a caer–dijo José.
–Rayos–Arnold empezó a correr montaña abajo y el resto del grupo la siguió.
La rubia supo que su nueva amiga tenía razón, porque empezaba a costarle mantener el equilibrio y la dirección, hizo un giro brusco y cayó de espaldas, levantando un montón de nieve, al tiempo que gritaba.
Valentina, un poco más abajo, frenó al escuchar el grito y se devolvió lo más rápido que sus piernas le permitían. Notó como el grupo se acercaba y luego a Helga inmóvil, recostada en la nieve. Apenas respirando.
El primero en llegar fue José. Se arrodilló junto a ella y le quitó los lentes para poder ver sus ojos.
–¿Estás bien? –dijo– ¿Puedes escucharme?
La chica lo miró y luego a Valentina, que llegaba por su otro costado casi al mismo tiempo que los demás.
–¿Estás herida?–dijo Arnold, preocupado.
Los hermanos se miraron entre sí y cada uno le ofreció una mano a Helga para ayudarla a ponerse de pie. La rubia estalló en una carcajada nerviosa.
–¡Eso fue divertido! ¿Podemos hacerlo otra vez?–dijo.
–¡Pudiste lastimarte!–dijo Arnold.
–Estoy bien, cabeza de balón–Se sacudió la nieve.
–Si quieres, podemos hacerlo otra vez–dijo Valentina–, pero acabo de ganar una apuesta
–¿Doble o nada?–respondió Helga.
–Hecho–La miró a los ojos, segura.
La rubia trató de no ponerse nerviosa.
En ese momento Arnold se interpuso entre ella y los hermanos.
–Ya basta, Helga–Volteó a mirar a los gemelos.–. Esto es peligroso ¿No creen que su padre tendría problemas si ella se accidenta?
Los hermanos se miraron entre sí y se encogieron de hombros.
–Helga–Se involucró Phoebe.–, debemos volver, mis padres vendrán por nosotros pronto
–Está bien, Pheebs–Se resignó, comenzando a quitarse el equipo.
Arnold se apartó y entonces Helga aprovechó de reacomodar el casco y volver a lanzarse a la pista, seguida por Valentina, quien trató de bajar el ritmo para ir más cerca de ella y poder ayudarla. Cuando notó que iba a volver a caer, frenó, pero Helga logró reponerse y siguió bajando unos cuantos metros más, esta vez logró frenar para detenerse con suavidad.
Helga se quitó el casco y con una sonrisa confiada observó a la extranjera acercarse.
Valentina frenó muy cerca de ella, arrojándole nieve.
–¡Ten cuidado!–gritó la rubia, riendo.
–Te lo mereces–dijo la otra chica en tono de reclamo.
–Acabas de perder la apuesta
–Con el dolor de mi corazón, acepto la derrota ¿Cuándo vamos de compras?
–¿Puede ser esta tarde?
–Pasa por mí después de las seis
Valentina se agachó junto a Helga para ayudarla a soltar los seguros de la tabla, para luego a subir caminando por el costado de la pista, encontrándose con los demás.
–¡Eso fue genial!–dijo Phoebe– ¡Pero no vuelvas a hacerlo!
–Lo siento–Rio.–, sabes que no me resisto a competir
José se las alcanzó y recuperó su equipo. Luego le hizo un gesto a su hermana.
–Vamos a la pista de avanzados–dijo el chico.
Se despidieron, mientras el grupo de amigos iba al refugio a descansar.
Una vez allí Helga se quitó la chaqueta para sentarse junto al fuego.
–Eso fue divertido–comentó la rubia.
–Ahora explicaciones–dijo Phoebe.
–Hace un par de noches no podía dormir y salí a caminar. Estaba pensando en lo mucho que quería mantecado –medio sonrió y su amiga no pudo evitar reír despacio.–y me encontré con ellos. Su padre me ofreció una clase, eso es todo–dijo Helga.
Phoebe suspiró, molesta, pero comprensiva. Luego de un rato, envió a los chicos a comprar galletas.
–¿Vas a hacerlo?–le preguntó a su amiga susurrando, aunque ya estaban solas.
–Sí. Tengo todo un plan. Necesito–Tomó aire.–… necesito que cuando volvamos a la cabaña me consigas media hora para hacer los preparativos. Luego volveré por ustedes. Gerald y tú pueden volver a besarse bajo el árbol y entonces aprovecharé de llevarlo a otro lugar para hablar a solas
–Está bien Helga–Sonrió.–. Espero que todo salga bien
–También yo, Pheebs. Nunca había estado tan nerviosa
La más bajita se asomó por el costado de su amiga y vio que los chicos regresaban.
–¿Y qué apostaste con Vale?–preguntó Gerald, sentándose junto a su novia, entregándole las galletas.
–¿Por qué quieres saber?–dijo Helga, mirándolo con molestia.
–Porque dos de tres frases que ella decía eran para coquetearte
Phoebe se cubrió los labios sorprendida.
–Solo estábamos bromeando, Geraldo, no es que me estuviera coqueteando en serio
–¿Ni tú a ella?
–Ni yo a ella–Rodó los ojos, molesta por tener que aclararlo.
–¿Estás segura?
–Solo nos llevamos bien y ya, demándame–dijo, cruzando los brazos.
–Ese es el punto, Helga, tú no te llevas bien con nadie, ni siquiera con nosotros
–¡¿Qué?! ¡Eso no es cierto!–Los miró a los tres.–. Pheebs... cabeza de balón...
–Gerald tiene razón–dijo el rubio–. Al menos la mitad del tiempo eres difícil...
–Y la mitad del tiempo pasas mandoneando a Phoebe – dijo Gerald.
–Eso no es... –dijo Helga, pero su amiga bajó la mirada.
La chica se puso de pie, tomando su chaqueta y salió.
–¡Espera, Helga!–Phoebe se levantó, pero su novio la tomó por la muñeca.
–Déjala, era necesario decirle
–No era necesario que la trataran así
–¿Acaso se cree tu jefa? Ya estoy harto de eso
–¡Tú no entiendes!–Se soltó.–. Y no tengo por qué explicarte. Si vas a regañar a Helga, que sea por algo que te hizo a ti, no tienes por qué hablar por mi
La chica corrió para alcanzar a su amiga, que ya había salido del refugio.
Los chicos se quedaron impactados. Jamás habrían esperado una respuesta así de ella.
...~...
–¡Helga, Espera!–grito Phoebe, intentando alcanzarla.
La rubia la miró por sobre el hombro y se detuvo.
–Lo siento, Pheebs–dijo sin voltear a mirar.–. Sé que fui mandona contigo y a veces aún lo hago
–¡No tienes de qué disculparte!–La abrazó por la espalda.–. Eres mi amiga y has estado para mí cuando te necesito
–No, tu chico tiene razón. Soy una idiota, trato de alejar a todo el mundo, incluso cuando no quiero hacerlo. Tal vez no debería decirle a Arnold...
–¡Debes decirle! ¡Tienes que explicarle porqué has sido así con él todos estos años!
–¿Y si me odia, Pheebs?
–Arnold no te odia. Creo que le preocupa más que tú lo odies, en serio lo odies y no solo le digas que lo odias como lo haces siempre–Bajó la mirada.–. No debería decirte esto, pero creo que quizá... incluso... le gustas
–¿Qué? ¿Lo dices en serio? ¿O solo lo haces para darme valor?
–Helga, es obvio
–No
–¡Sí! Pero no puedes verlo, porque crees que no lo mereces
–Es que no lo merezco. Ni siquiera merezco tu amistad
–Helga, eres buena amiga. Eres leal y confiable, siempre tienes un plan y tratas de ayudar a los que te importan, incluso si es de formas extrañas. Si no fuera por ti, casi toda la clase habría perdido su hogar
–Y arruiné a mi familia en el proceso
–Tu familia te arrojaría bajo el autobús sólo para hacer sonreír a Olga, lo han hecho siempre, así que no arruinaste nada y aunque lo hubieras arruinado, se lo merecen
Helga gritó de frustración.
Su amiga tenía razón y si era la única persona que la soportaba y la quería como era, entonces podía vivir con eso. Incluso si el cabeza de balón y el cabello de espaguetis no la consideraban una amiga, últimamente la toleraban lo suficiente para pasar el tiempo juntos y que la escuela no fuera aburrida. Era buena en deportes, así que sus compañeros preferían tenerla en sus equipos y era buena estudiante, así que los maestros la dejaban tranquila. Sobreviviría a su familia hasta que pudiera irse lejos.
Los chicos llegaron corriendo, preocupados.
–¿Qué pasó?–preguntaron al unísono.
–Nada–dijo Helga.–. Tienen razón, Gerald, en que soy difícil. Y sé que soy difícil, pero estaba intentando ser diferente... estaba intentando no ser una idiota imposible de llevar todo el tiempo porque el estúpido cabeza de balón me lo pidió y no tienen idea de lo arduo que es tratar de ser amable cuando toda la vida he hecho lo contrario para mantener a todo el mundo fuera de mis asuntos. Así que lo siento por ser difícil y lo siento por actuar de forma extraña, no sé hacer esto, no sé relacionarme con otros sin bromear y decir tonterías. No sé ser amable y risueña de la forma en que chicas como Lila o Sheena lo son, no sé ser elegante y moderna como Rhonda, ni sé ser dulce e interesante como Phoebe o Nadine, soy yo ¡Maldición!
–Helga–Phoebe la miró, preocupada.
–Chicos vamos a llegar tarde al autobús–dijo Gerald, incómodo.
–¡Cierto! El autobús. Vamos–dijo Helga.
Se adelantó rumbo a la parada, mientras los otros tres intercambiaban miradas.
Obtener momentos de sinceridad de Helga siempre era como hacer explotar una bomba. Tuvieron suerte de no estar entre los heridos. Los tres sabían lo que vendría: Helga los alejaría por un tiempo hasta volver a estar bien.
–¿Están esperando una invitación o qué?–les gritó la rubia cuando notó que no le seguían el ritmo.
Sus amigos se pusieron en camino para alcanzarla y ella siguió caminando adelante.
Al tomar el bus hacia Villa Abedul Helga se sentó al fondo, junto a otra persona. Era claro que quería estar sola, así que los tres viajaron charlando con los padres de Phoebe, que lograron hacer descensos largos sin caídas en esa última clase y ya planeaban volver al año siguiente para volver a esquiar.
Al regresar a la cabaña, Helga subió a la habitación. Se convenció a sí misma de que ese arrebato fue a causa de los nervios y no de lo que dijeron. De todos modos nada de eso era precisamente información nueva. Buscó su cuaderno, sacó una hoja y escribió un breve poema. La dobló y en el lado en blanco anotó con cuidado con letras grandes y una linda caligrafía "Para Arnold" y la escondió en su bolsillo.
–Debería llevar un cuchillo por si decide enviarme al demonio y necesito sacarme el corazón–se dijo con una sonrisa triste.
Su exabrupto de antes podía representar una ventaja. Se miró al espejo del baño.
«Puedes hacerlo, eres Helga G. Pataki»
Respiró profundo y bajó las escaleras.
–Saldré un momento–Anunció.
–Te acompaño–dijo Arnold, poniéndose de pie.
«Mi gran amor... tan dulce, tan ingenuo, tan... molesto»
–No–Lo miró frunciendo el ceño.
–Pero...
–Solo iré a la plaza y volveré. Quiero estar sola un rato, aclarar mi mente–Giró la mano en el aire.–y esas cosas introspectivas que odio
–¿Estás segura?
–Volveré para la cena, lo prometo... si no, manden al equipo de rescate
Mientras cerraba la puerta, escuchó que el rubio maldecía. Rio en silencio. Irritar a Arnold era demasiado sencillo.
