NOTAS: TW: Autolesiones
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–Demonios–masculló Arnold para sí mismo, cuando Helga salió.
Gerald y Phoebe charlaban en un sofá, acurrucados bajo una manta y vieron al rubio irse al dormitorio, enfurruñado. Decidieron dejarlo en paz, tarde o temprano cambiaría su actitud.
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Helga caminó hasta la cabaña de los gemelos. Al acercarse vio a Valentina sentada en la entrada.
–Hola–dijo la rubia.
–¡Llegas temprano!–dijo la mayor, acercándose a abrazarla.
–No te emociones, dulzura–dijo apartándola–. Quiero algo de la tienda
–Como digas, preciosa–dijo con una enorme sonrisa.
–Al fin dejas de decirme primor
–Tercera cita–sonrió.
Helga se quedó congelada un segundo.
–Ya deja de bromear, vamos–dijo, caminando hacia la plaza.
Valentina la siguió. Iban con las manos en los bolsillos.
–¿Qué quieres que te compre?
–Solo unas tonterías. No me queda mucho dinero
–Puedes pedir lo que quieras, no será problema
–¿Acaso eres rica?
–Algo así. Además...–Sacó una tarjeta plástica de su bolsillo.–tengo el descuento de personal de papá
–Debí sospecharlo–dijo con una sonrisa–¿No te regañarán?
–Estaré al otro lado del mundo cuando reciba la cuenta
Entraron a la tienda y Helga eligió algunas guirnaldas de luces y baterías nuevas, por si acaso. Eso era todo lo que necesitaría.
–¿Segura?–dijo Valentina cuando iban a la caja–. No es problema comprar algo más
–Es todo lo que quiero
Cuando llegaron a la caja, la mayor añadió una bolsa de dulces y una caja de bombones que le ofreció a la rubia, quien los guardó en su bolsillo.
Al salir de la tienda, Helga miró alrededor.
–¿Ahora qué?–dijo Valentina.
–Ahora te vas a casa, haré esto sola
Valentina sonrió con tristeza, viendo la ilusión en la mirada de Helga.
–Te deseo suerte–dijo abrazándola.
Se apartó, giró sobre sí misma y emprendió su camino a casa.
Helga corrió al lugar que le enseñaron los hermanos. Con cuidado ubicó las luces. Buscó algunas flores: una camelia roja, dos pensamientos azules. Con su lazo rosa armó un ramillete y lo colocó a la altura de sus ojos en un arbusto, junto con la carta, de tal modo que el nombre de Arnold fuera visible. Se apartó y miró su trabajo.
No era exagerado, pero era un detalle suficiente para que él viera que lo estaba intentando y no era un impulso loco como en esa torre. De solo pensarlo una punzada de vergüenza apretó su estómago.
–Estaba loca–Cerró los ojos.–. Todavía estoy loca... loquita por ese tonto cabeza de balón–Giró en el aire y sacó su relicario, mirando la foto.–. Al fin, esta noche te confesaré todo lo que guarda mi corazón... todo el amor que siento por ti... seré valiente... oh, mi cielo... la más valiente
Volvió a mirar todo y apagó las luces. Quería sorprenderlo. Salió con cuidado, evitando ser vista. No sabía si habría guardias o algo así dando vueltas por el lugar y era mucho más temprano que la última vez que estuvo ahí.
Sabía que estaba bien de tiempo. Podía seguir su plan, sacar a sus amigos a caminar y regresar a tiempo para cenar sin meter a su amiga en problemas.
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En la cabaña Phoebe y Gerald estaban acurrucados junto a la chimenea, recargados el uno contra el otro, contemplando los colores del fuego y disfrutando el crepitar que provocaban.
–Bebé–dijo de pronto el chico.
–Estás preocupado por Arnold, ¿no es así?–dijo Phoebe.
Su novio asintió.
–¿Crees que esté enfadado?
–Sí y creo saber por qué. Debería hablar con él
–Les daré algo de privacidad
Se levantó a buscar un libro que había dejado esa mañana en un estante cerca de la cocina. Iba a subir, pero Gerald agitó su mano, indicando que se acercara. Ella obedeció y él la envolvió con la manta, le dio un beso en la punta de la nariz y la hizo sentarse donde habían estado.
–Quédate junto al fuego–dijo el chico.
–Gracias, bebé–respondió ella con una sonrisa.
La chica abrió el libro donde indicaba el marcapáginas y en segundos se perdió en su lectura.
Su novio sonrió, le encantaba su mirada de concentración. Unos segundos después movió la cabeza de lado a lado y tomó una actitud seria. Fue hasta el dormitorio que compartía con su amigo y tocó la puerta.
–¿Puedo pasar?–dijo.
Escuchó un gruñido que interpretó como sí.
–Oye, viejo. Salgamos un momento
–No quiero
–Sí, si quieres
El rubio lo miró, era una amenaza y sabía lo que pasaría. Jamás fue bueno para mentirle a Gerald. Se puso de pie con molestia y siguió a su amigo. Cada uno tomó su chaqueta.
Gerald y Arnold se apartaron todo lo posible de la puerta, sin salir del cobertizo. No querían preocupar a Phoebe, así que se aseguraron de ser visibles desde adentro.
–¿Qué pasa?–dijo el rubio cuando su amigo cerró la puerta.
–Tú dime–respondió Gerald.
–No sé de qué hablas–dijo Arnold, evadiendo su mirada, apoyándose de espalda a la baranda.
Gerald se acercó a hacer lo mismo que él, mirando el interior de la cabaña.
–¿Por qué estás enfadado?–Intentó.
Tampoco quería presionarlo. Desde hacía unos años siempre obtenía reacciones distintas cada vez que mencionaba a Helga. No estaba seguro de por qué, no sabía si pasó algo entre ellos, porque el par de idiotas jamás lo iba a admitir, o si el problema era precisamente que los dos negaban lo que sentían y por eso no pasaba nada y eso los volvía locos, en especial a Arnold.
–No estoy enfadado–Arnold evadió su mirada.
–Viejo, te conozco
–Estoy bien, ¿sí? No sé qué quieres sacar de esto
–Si sabes y deja de hacerte el tonto
–No lo hago
–Me tiene harto este ir y venir que tienes con Helga. Un día están bien, otro día están mal. Llevan semanas así. Tienes que hablar con ella
–No tengo nada que hablar con ella que no haya hablado antes, Gerald
–Claro que sí, hombre, esto es enfermizo. Estuviste a punto de pelearte con esos hermanos
–¡Pudieron lastimarla!
–Fue Helga quien decidió arriesgarse y definitivamente no habrías reaccionado así si hubiera sido yo quien lo hubiera hecho
–No es cierto
–Te conozco
Arnold cerró los ojos.
–¿Acaso te gusta Helga?–continuó su amigo.
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Ya era de noche y las luces de la calle estaban encendidas.
Helga estaba por llegar a la cabaña. Notó que Arnold y Gerald estaban en el cobertizo. Phoebe probablemente estaba ayudando a sus padres con la comida. Bien, sacarla sería un poco más difícil, pero no imposible.
–Te conozco–dijo Gerald.
De pronto notó que ellos discutían.
–¿Acaso te gusta Helga?
La chica se paralizó al escuchar su nombre.
–¡Basta con eso, Gerald!
–Viejo, ¡mírate! Reaccionas como un loco cada vez que hablamos de ella
«¿No respondió?»
Los observó, tentada a retroceder, pero incapaz de hacerlo.
–Hablamos de Helga
La chica no podía respirar. El cuerpo no le respondía.
–Todo el tiempo grita–Continuó Arnold, con un tono que dejaba en claro que estaba furioso.–, nos trata mal y cree que puede hacer lo que se le venga en gana. Nunca escucha a nadie y no le importan las consecuencias. Siempre está alejando a todos con esa actitud indiferente, violenta y mezquina
–No a todo el mundo–Interrumpió Gerald.–. Esos gemelos parecían divertirse con ella
–No la conocen
–Y eso te molesta
–Creen que es genial porque hace bromas y confunden imprudencia con valor, pero no saben cómo es en realidad. A veces siento que solo tiene mascotas, víctimas o juguetes con los que se divierte de formas retorcidas hasta romperlos. Es nociva y corrompe todo a su alrededor...
–Dios... hombre...
–No lo soporto, Gerald
–¿Qué cosa?
–Que me importe... que no puedo dejar de pensar en ella...
–Amigo...
–No sé cómo ayudarla
–No puedes salvar a todo el mundo, viejo
–Lo sé
Helga se apartó lo suficiente para poder correr sin llamar la atención de los chicos. Regreso al jardín. Asustada. Herida.
–Phoebe se equivocó
Siempre está alejando a todos con esa actitud indiferente, violenta y mezquina
–No tienes idea...
No puedes verlo, porque crees que no lo mereces...
–¡Claro que no lo merezco!
No lo soporto, Gerald
No sé cómo ayudarla
–No soy un maldito caso de caridad
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–No puedes salvar a todo el mundo, viejo
–Lo sé
Arnold dio un largo suspiro y bajó la mirada.
–Pero tengo que alcanzarla de algún modo. Sé que en el fondo es una persona preocupada y dulce, alguien inteligente y de buen corazón que hace cosas lindas. A veces la he visto y me confunde, ¿sí? En verdad creo que es divertida, interesante e incluso... atractiva–Cerró los ojos con fuerza.–. Y tienes razón, tengo que hablar con ella
–Procura que no te mate
–No lo hará, no es que le hayan faltado oportunidades
Ambos rieron.
–Gerald, he sido una persona horrible con ella
–Bueno, amigo, lo de hoy fue un poco intenso, yo también me pasé de la raya
–No solo hoy, quiero decir los últimos años
–¿De qué modo? Eres la persona más cortés y amable que conozco
–Sé lo que Helga siente por mí
–Todos lo sabemos
–Quiero decir, ella me lo dijo y todo este tiempo he ignorado su confesión
–¿Qué tú qué? Pensé que solo... lo habías deducido
–Si no me lo hubiera dicho, no me lo habría imaginado. Quiero decir, con su actitud ¿Cómo iba a pensar que no me odia?
–¿Cuándo te lo dijo? ¿Cómo fue?
El rubio levantó la mirada, recordando todo con una sonrisa.
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Helga entró al jardín sin importarle si alguien la veía, debía borrar todo, desaparecer todo, olvidar todo. Era una tonta, una estúpida. Claro que su actitud fue suficiente para que él la odiara. Por años lo molestó de forma constante, incluso siguió haciéndolo después de esa confesión en la torre; unos días en las montañas no iban a cambiar ni una mierda, además, al estúpido cabeza de balón le gustaban las chicas como Lila, llevaba años mirándola: dulce, tierna, bien educada, la clase de chica que cualquier muchacho estaría orgulloso de presentar en una comida familiar, mientras que ella... ella nunca sería nada de eso, porque lo único peor que ser rechazada por Arnold, era traicionarse a sí misma volviéndose una chica perfecta y complaciente como Olga. Eso jamás.
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–Fue hace años, cuando salvamos el barrio. En el edificio de Industrias Futuro... ella me dijo todo. Por dios, Gerald, incluso me besó y luego se retractó y acordamos que me odiaba
–¿Te dijo que le gustas–gustas y la has ignorado todo este tiempo?
Arnold negó y luego tragó sonoramente.
–Ella dijo–Comenzó a explicar y miró a su amigo con tristeza.– que me amaba
–¿Dijo que te ama? ¿Y luego que te odia? ¿Y te consolaba cada vez que Lila te rechazaba?
Arnold asintió, apretando los párpados.
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Helga reaccionó de pronto. En el suelo las luces parpadeaban, más de la mitad rotas. Los arbustos a su alrededor destrozados y la carta que le había escrito estaba aplastada en el suelo, junto con las flores que pisoteó sin pensarlo.
–A la mierda con todo
Salió del jardín y pensó que Bob y Miriam no la extrañarían, ni siquiera les importaría si ella desapareciera, si ella no volviera, si se quedara en esa montaña para siempre. Lo único que impedía que corriera al mirador y saltara era que no podía hacerle eso a Phoebe y su familia.
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–¿Te imaginas cómo debió ser?
–Soy despreciable, Gerald, lo sé. Pero Helga me da miedo tanto como me importa. Puede ser muy linda y muy destructiva
–Pero fue agradable estos días solo porque se lo pediste. De algún modo tú sacas lo mejor de ella
–Y ella lo peor de mí
–Bueno, viejo, tienes que decidir qué hacer, porque este "jueguito" les está afectando a ambos
–Lo sé, Gerald, pero ¿cómo puedo hacerlo? ¿Qué puedo hacer?
–Tal vez decirle que sientes algo y que se tomen las cosas con calma, no lo sé, viejo
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–¿Dónde está Helga?
Phoebe al interior de la casa ya estaba preocupada, había pasado casi una hora y ella le había dicho que solo necesitaba treinta minutos.
Miró a los chicos por la ventana.
–Mamá, papá, iremos a buscar a Helga y regresamos a comer
–Bueno, hija, tengan cuidado
–Sí
Salió al cobertizo.
–Chicos...
–¿Qué pasa, bebé?–dijo su novio, acercándose a ella.
Arnold le dio la espalda, apoyando sus brazos en la baranda. Sabía que su rostro se reflejaba la confusión que sentía crecer en su interior. Miró el camino, preocupado por su amiga.
–Es Helga
Phoebe pudo notar que Arnold se esforzó para no voltear.
–Dijo que volvería para la cena–dijo Gerald.
–Es que... eso no es cierto, ella debió volver hace media hora. Estoy preocupada
–¿Qué?–Los chicos intercambiaron una mirada de preocupación y luego volvieron su atención a Phoebe.
–Vamos al parque, tal vez se distrajo con algo o con alguien–dijo Gerald y el rubio rodó los ojos.
Los tres corrieron hacia el parque, separándose para abarcar distintas calles en caso que hubiera tomado otro camino. Acordaron juntarse cerca del pino.
Arnold pasó por la calle donde se quedaban los hermanos y su familia.
«A la mierda»
Tenía que intentarlo. Tocó la puerta y esperó. Fue la madre quien abrió.
–Oh, eres uno de los amiguitos de mis hijos–Volteó y los llamó en voz alta.–¡Valentina! ¡José Alonso! ¡Tienen visita!–Volvió a ver al chico.– ¿Quieres pasar?
–No, esperaré aquí, gracias
Fue José quién salió a hablar con él.
–Arnold, ¿cierto?–preguntó– ¿Qué haces aquí?
–¿Helga está con ustedes?
–¿Qué?
–Helga. No sabemos dónde está, quiero saber si está con ustedes
–Vale–llamó José–¿Estás con tu novia?
–¡Me encantaría que fuera mi novia!–La chica se acercó a la puerta y vio la cara de molestia de Arnold– Pero no, no está aquí
–¿Qué le pasó?
–No es asunto suyo – dijo el rubio, apartándose.
–¿Está perdida?–preguntó la chica.
–Dice que no saben dónde está–comentó José.
–Vamos, ayudaremos a buscarla–dijo Valentina, realmente preocupada–. Conocemos este lugar mejor que ustedes y si no aparece pronto, es más rápido que papá movilice un grupo de búsqueda–Tomó dos radios, una linterna y dos chaquetas, la de ella y la de su hermano.– ¡Mamá, papá, vamos a salir!–gritó hacia el interior.
–No vuelvan tarde–respondió el hombre gritando desde la cocina.
Cerraron la puerta tras de sí.
–¿Hace cuanto desapareció?–preguntó ella.
–Hace una hora–explicó Arnold–. Dijo que iría a caminar y que volvería pronto, pero... debió volver hace media hora. Reunámonos con mis amigos cerca del pino–dijo Arnold, para luego girar y correr hacia el punto de encuentro.
–Hermano –Valentina lo sujetó por la chaqueta.–. Tú ve con él, yo tengo una corazonada–Le entregó una de las radios.–. Te avisaré
–Está bien
–Y no les digas nada hasta que te hable
José asintió y siguió a Arnold hacia la plaza.
La chica fue directo al jardín. Helga se iba a declarar al rubio y él parecía no saber nada, así que algo salió mal, pero ¿qué? Cuando entró al lugar notó el destrozo. Algo salió horriblemente mal. Iluminó el lugar con su linterna. Junto a unos pensamientos negros vio la carta para el chico. Sonrió con tristeza, tomándola. El lazo rosa... ese lazo rosa... ataba un ramillete de flores pisoteadas.
–Preciosa... ¿qué te hizo ese tonto?–dijo. Pensó por un instante en abrir la carta, pero incluso para ella era demasiado invasivo, así que solo la guardó en su bolsillo junto con el lazo.– ¿Dónde estás? ¿Dónde te escondiste?–Cerró los ojos, repasando en su mente el entorno.–. Dime que no hiciste una locura...
Salió del jardín, siguiendo otra corazonada.
Este lugar da escalofríos, nadie se acercaría aquí
Corrió por el camino hasta el desvío. Iluminó la ruta que conocía bien: las huellas en la nieve le dijeron que estaba en lo correcto. Al acercarse a la cueva escuchó un lamento amplificado por el eco y golpes.
–¡Helga!–la llamó, corriendo hacia ella. Pero la chica no reaccionó.
Estaba de rodillas, golpeando el suelo con sus puños.
–Estúpida, estúpida, estúpida–Repetía con cada golpe.
–Helga... detente...
–Estúpida, estúpida...
Valentina se arrodilló frente a ella, intentando llamar su atención, entonces notó que la chica no la veía y no tenía cómo evitar que siguiera haciéndose daño.
–¡PARA!–gritó, abofeteándola, pero la rubia continuó sin inmutarse–Rayos... ¿qué hago?
La abrazó para que dejara de lastimarse, pero la chica seguía repitiendo la misma palabra, intentando moverse, y, maldición, era más fuerte de lo que aparentaba.
–Discúlpame por esto–dijo la mayor.
No sabía qué más hacer, así que la besó.
–¡Qué demonios crees que haces!–dijo Helga, empujándola.
Valentina cayó sobre su trasero.
–Tenía que hacerte reaccionar–Apuntó a las manos de la rubia.–. Si sigues así, terminarás en el hospital
Helga miró sus nudillos un minuto. No sentía el dolor, pero veía los moretones y la sangre que se mezclaba con tierra y las piedrecillas incrustadas en su piel. Luego miró alrededor. No tenía idea de cómo había llegado ahí.
–Yo... –Miró a Valentina –Arnold me odia
–¿Todo esto es porque te rechazó?
–No, ni siquiera pude... le hice demasiado daño con mis bromas y acoso infantil... y solo me soporta porque su mejor amigo sale con mi mejor amiga
–Helga
Las lágrimas se deslizaban por el rostro de la rubia.
–No sé qué esperaba, no soy atractiva de ninguna forma, mi cabello es horrible, no cuido mi piel, no uso maquillaje, tengo malos hábitos, soy antipática, grosera, altanera... y a él le gustan las señoritas perfectas... nunca me vería
–¡Escúchate! ¿Qué más da si un tonto no puede verte? Hay otras personas que sí
–¡Eso no es cierto!
–Yo te estoy viendo. ¿Crees que vine a buscarte por casualidad?–Le sonrió.–. Eres linda, inteligente, divertida y osada. ¿Qué si no eres su tipo? Lo eres de otras personas. Mi hermano y yo pasamos todos estos días compitiendo por tu atención, bueno, él se rindió cuando se dio cuenta que querías hacer algo especial por alguien, yo soy más obstinada...
–¿Qué?
–Lo que oíste
–Pensé que solo bromeaban
–Un poco sí... y un poco esperaba que funcionara–Se acercó.– ¿Por qué estás tan obsesionada con ese estúpido con cabeza de balón?
–Porque...
Ni siquiera le había dicho a Phoebe. ¿Por qué le diría a una extraña? Porque necesitaba sacar de su pecho todo lo que sentía.
–Arnold –Comenzó a explicar.– fue la primera persona que se fijó en mí. Pensé que era invisible hasta que él fue amable conmigo... y luego me asusté y escondí mis sentimientos por años como una cobarde... y cuando al fin se lo iba a decir... escuché lo que piensa de mí, me odia, Valentina y yo hice todo lo posible para que me odiara... no quiero... no quiero sentir nada más por él... ¿Cómo dejo de amarlo?
–Tal vez no basta con que te vea...–Se quitó un guante y apartó con delicadeza los mechones de cabello que le cubrían el rostro, limpiándole las mejillas con un gesto afectuoso.–. Tal vez deberías buscar a alguien que además te escuche y pueda estar para ti ¿no crees?–Le sonrió otra vez.–. Y la única razón por la que no te estoy pidiendo ser novias, es porque la próxima semana regreso a mi país y creo que las relaciones a distancia apestan... pero estoy segura que debe haber alguien más que te vea, te aseguro que no eres invisible
Helga siguió llorando, desgarrada. Valentina la abrazó, dándole palmaditas en la espalda, dejando que se desahogara. Ella entendía tanto guardar los secretos como el miedo. Si no fuera porque no estaba en su país y porque no había nadie que la conociera en ese lugar, excepto su hermano, claro, probablemente no se habría atrevido a coquetearle abiertamente ni a decirle todas esas cosas. Sabía bien cómo podían paralizar las miradas ajenas.
–Regresemos–dijo cuando la notó más calmada–. Tus amigos están preocupados por ti... incluso si ese idiota no te ama, le importas
–Solamente le importa que no meta en problemas a la novia de su mejor amigo
–Como digas
Helga intentó levantarse, pero no pudo. Valentina buscó en su bolsillo y sacó un par de caramelos.
–Toma, el azúcar te ayudará a sentirte mejor. Aunque sería mejor chocolate...
Helga medio sonrió y buscó en su bolsillo.
–Había olvidado que me diste esto–dijo con tristeza.
Abrió la caja y sacando los bombones de dos en dos los compartió con Valentina. Esperaron unos minutos.
–Ya me siento mejor–dijo Helga con una sonrisa rota.
La mayor la ayudó a ponerse de pie, pasó el brazo de la chica por sobre su hombro y la tomó por la cintura.
–Estás helada, preciosa–dijo por molestarla.
–Y te encantaría poder calentarme
–No sabes cuanto
Salieron de la cueva y Valentina sacó la radio, ajustándola para buscar la señal.
–Payaso, Payaso, ¿me escuchas? Cambio
Pasaron unos segundos hasta que la voz del hermano respondió.
–Fuerte y claro, reina de hielo. Cambio
–La encontré. Nos vemos en la entrada de la villa, cambio
–Copiado. Cambio y fuera
–Ustedes son sorprendentes–comentó Helga.
–Somos parte de los exploradores, así que siempre estamos listos
–Eso... tiene sentido–Intentó sonreír.
Caminaron en silencio, subiendo hacia la villa. Al menos el camino era fácil de seguir con la iluminación de esa hora. En la entrada estaban los demás. Phoebe corrió hacia ellas en cuanto las distinguió.
–¡Helga! ¿Qué pasó?–Volteó para ver a los demás y luego regresó su vista a Valentina–¡Gracias por encontrarla!–Añadió casi llorando de la emoción y justo antes de abrazarla notó las manos de su amiga.–¿Quién te lastimó?
–No pasa nada, Pheebs–dijo la rubia con una sonrisa triste.–. Perdón... yo solo... no pude... y luego... colapsé. Ni siquiera recuerdo lo que hice.–Cerró los ojos.–. Lo siento por el susto
–Está bien, Helga, ya estás con nosotros. En la cabaña curaremos tus heridas
En ese momento José se adelantó para tomar a Helga por el otro lado.
–Estoy bien–dijo rodando los ojos–. Solamente me descompensé
–Aun así, te ayudaremos a llegar a la cabaña–dijo José, luego añadió en un susurro–. Y no puedo dejar que mi hermana sea la única que pueda abrazarte
Helga miró a Valentina y ella le sonrió con una expresión de "te lo dije".
–Podemos llevarla nosotros–dijo Arnold, acercándose.
Helga ni siquiera lo miró, pero de inmediato su expresión cambió a incomodidad.
–No te preocupes–dijo Valentina, con una mirada asesina.–. Apuesto lo que sea que soy más fuerte que tú
–Podrías ganar fácilmente esa apuesta–comentó Helga.
–No seas mala–dijo Phoebe.
Los cuatro comenzaron a caminar hacia la cabaña por el camino más corto. Arnold y Gerald se quedaron atrás, siguiéndolos en silencio. A poco de llegar, Helga se soltó de los hermanos.
–Puedo seguir sola, gracias–dijo.
–Es un placer–dijo José, con una reverencia.
–Por cierto, encontré esto–dijo Valentina, sacando el listón de Helga de su bolsillo y mostrándole el borde del papel.
–¿Tú viste–susurró Helga–lo que escribí?
–No lo haría–respondió en el mismo tono.
–Bótalo, quémalo, lo que sea... y el listón también–dijo despacio, luego añadió en su tono habitual–. Gracias otra vez, por todo... en serio TODO. Que tengan buenas vacaciones
Entró a la casa y cuando Valentina iba a guardar el listón de Helga en su bolsillo, Phoebe se acercó y se lo pidió.
–No sé qué pasó, pero es muy importante para ella, no creo que realmente quiera botarlo, se arrepentirá
La chica se lo entregó sin protestar y Phoebe notó lo dañado y sucio que estaba.
–Creo que necesitará otro–dijo con tristeza–. Es una lástima
Lo guardó con cuidado. Antes de seguir a Helga adentro.
–¿Cómo supiste dónde estaba?–preguntó Gerald.
Valentina miró a su hermano y luego al moreno.
–Solamente seguí mi corazón–Mintió solo para hacer enojar al rubio.–. Buenas noches
Valentina se alejó, sin siquiera intentar despedirse como las otras ocasiones.
–Buenas noches y que tengan buen viaje a casa–dijo José, siguiendo a su hermana.
Los chicos entraron a la casa. Los padres de Phoebe los regañaron por la tardanza.
–Nos distrajimos–dijo Gerald–. Lo siento
–Vayan a lavarse las manos y vengan a comer
–Está bien
Obedecieron y esperaron cerca de la escalera. Phoebe salió de la habitación cerrando la puerta y bajó algo desanimada.
–¿Cómo está?–preguntaron los chicos, susurrando.
–Más tranquila. Sus heridas no son graves–Phoebe cerró los ojos–, pero no quiere decirme qué pasó. Vamos a cenar. Trataré de hablar con ella antes de dormir–Miró a sus padres y añadió en voz alta.–. Helga dice que no tiene hambre, que la disculpen, pero que está muy cansada y va a dormir
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Bajo el agua de la ducha, Helga se abrazaba a sí misma. El contraste se volvió doloroso. No había notado el entumecimiento en sus dedos, ni las heridas en sus manos. Tendría que usar guantes unos días, para que nadie la viera. Sus piernas también estaban heridas. Cerrando los ojos pudo recordar destellos de haber pateado la banca, de haberse caído en la nieve y de haber golpeado las paredes de la cueva.
Dejó que el agua arrastrara el dolor físico, deseando sacarse el corazón del pecho. Si Arnold la odiaba, no había nada que hacer. Ella no iba a cambiar tanto como para ser lo que él quería, no se convertiría en Lila, ni en Olga. Era momento de olvidarse de Arnold para siempre.
«Sin importar cómo, debo encontrar la forma para dejar de amarte»
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NOTAS:
Fin de la primera parte.
Gracias por leer hasta aquí ;) Pronto más actualizaciones.
