A la mañana siguiente Helga se saltó el desayuno. Antes de salir de la habitación le pidió a Phoebe que dejaran a los chicos antes que a ella y también si podía acompañarla a casa, lo que su amiga consintió.

Cuando casi estaban listos para partir, Arnold y Gerald fueron a buscar a las chicas para ayudarles con su equipaje. Helga ni siquiera los miró, pero tampoco tuvo el ánimo para evitarlo. Agotada, se subió a la parte de atrás del furgón, acomodándose en un rincón y cubriéndose con una chaqueta ocultando su rostro.

–Cariño, ¿estás bien?–le dijo la madre de Phoebe.

–Sí, pero la clase de snowboard fue demasiado para mí, solo quiero dormir

Todo el camino mantuvo los ojos cerrados. Sabía que los demás fingían que nada pasaba, charlando animados con los padres de su amiga. Las cuatro horas se le hicieron eternas. Cuando Gerald y Arnold se despidieron, Helga no se movió, pretendiendo seguir dormida, escuchó que los chicos le decían a Phoebe que los despidiera de ella. En cuanto el auto volvió a ponerse en marcha, ella se acomodó, escuchando la voz de su amiga.

–Mamá, papá, me quedaré en casa de Helga esta noche–dijo.

–No hay problema, querida–respondió la madre de la chica– ¿Quieres que pasemos por pizza?

La rubia solo asintió en silencio, aún sin deseos de hablar y Phoebe agradeció a sus padres. En ese punto ellos eran consciente de la realidad de la amiga de su hija. Sabían que era probable que su familia no le tuviera un plato de comida esperándola.

En el corto trayecto las chicas no hablaron. Cuando se detuvieron, Helga se desperezó, agradeció el viaje, los regalos y la comida. Bajó su mochila y su maleta del auto y volteó para despedirse, procurando todo el tiempo reprimir los gestos de dolor por las heridas en sus manos enguantadas.

Phoebe tras ella cargaba dos cajas de pizza medianas y una enorme botella de gaseosa.

Al entrar a la residencia Pataki notaron que todo seguía como siempre: Bob frente al televisor y Miriam en el trabajo. Olga sin embargo estaba en el pasillo, hablaba por teléfono, emocionada.

–¡Hermanita bebé!–gritó al verla entrar y volvió la atención al auricular por un segundo–. Te llamo más tarde

Colgó con quien fuera que estuviera hablando y corrió a abrazar a Helga.

–Te perdiste algo, maravilloso–Se apartó de ella, emociona.–. En unos meses me convertiré en la señora Miller–dijo enseñándole la mano izquierda.

–¿Derek te propuso matrimonio?–dijo Helga mirando el anillo. Ciertamente era una piedra enorme.

–¡Sí! Durante la cena de Navidad, fue tan...–Se apartó mirando hacia el techo con aire soñador, sujetando sus propias manos cerca de su mejilla.

–Felicidades, Olga–añadió la adolescente con apatía.

–Gracias, calabacita–volvió a abrazarla y Phoebe notó el rostro incómodo de Helga, por lo que dejó la comida en un peldaño de la escalera y se acercó a ellas.

–Me alegro mucho, Olga. Felicidades–Le ofreció un abrazo que Olga aceptó dejando a un lado a Helga. Luego Phoebe se apartó un segundo después y añadió.–. Estamos un poco cansadas por el viaje ¿te molesta si subimos?

–Claro que no. Vayan–Volteó un segundo y luego las miró otra vez.–. Hermanita, deja aquí la maleta, pondré a lavar tu ropa cuando saque la mía

–Gracias–murmuró Helga con una sonrisa triste.

Helga tomó los refrescos para ayudar a Phoebe y subió con aire cansado. Su amiga la siguió llevando las cajas de pizzas, que dejó sobre el escritorio de su amiga, mientras la rubia se quitaba los guantes. La más bajita pudo ver la expresión de dolor en su rostro. Luego miró sus manos.

–Debes limpiar tus heridas–murmuró.

–Vamos

Mientras Helga lavaba sus heridas con cuidado, Phoebe rebuscaba en los gabinetes.

–¿Hay alcohol?–preguntó ajustando sus lentes.

–Creo que en esa repisa–respondió la rubia, pensando que hace unos años podría haber dicho que buscara en la cocina.

Phoebe la encontró y con cuidado desinfectó unas tijeras y unas pinzas. Ayudó a su amiga a quitar las pelusas que el agua no arrastró, cortó un trozo de gasa y la colocó con cuidado en la mano izquierda, luego la vendó procurando no apretar demasiado. Repitió el proceso con la mano derecha y finalmente guardaron todo en su lugar.

Volvieron a la habitación sin ser vistas.

–Me pregunto si ese estúpido gel servirá–comentó de pronto Helga.

–El componente principal es alóe vera, que ayuda la regeneración y también posee propiedades antisépticas, que es lo que necesitas ahora. Podrías intentarlo la próxima vez que cambies las vendas

–Gracias por la lección de medicina, Pheebs. Y sé que estás esperando una explicación, pero no la tengo–Rodó los ojos.–. Arnold me odia, no pude soportarlo, reaccioné mal. Rompí lo que preparé para él, lo cual fue idiota, lo sé, y luego ni siquiera recuerdo lo que hice... y no quiero volver a sentirme así nunca más

–Arnold no te odia, Helga

–Lo escuché hablando con Gerald, Phoebe. No tiene por qué mentirle a su mejor amigo... si él no me soporta. No quiero intentarlo más

–Esto debe ser un malentendido

–No, Pheebs, ya basta. Llevo años alimentando esta obsesión y sé que intentas animarme, porque eres mi amiga, pero no necesito tu lástima. Se acabó

–Pero...

–Pero nada, Pheebs. Fin del tema–Se recostó en la cama, dándole la espalda.–. Podemos escuchar algo de música o puedes irte si es lo que quieres

–Quiero quedarme contigo–Phoebe se recostó en la cama junto a ella, acariciándole la cabeza.–. Y sabes que nada de lo que digas o hagas saldrá de aquí... puedes llorar si lo necesitas

Helga lo intentó, pero después del llanto desgarrador en la cueva ya no le quedaban lágrimas. Y en ese momento descubrió que tampoco le quedaba dolor. En su interior creía una fría sensación de vacío. Pasó tantos años obsesionada con Arnold, que no estaba segura de quién era ni cómo se sentía si decidía no amarlo, pero tendría que aprender, porque debía dejar de ser su única razón para vivir.


...~...


El resto de las vacaciones Helga se encerró en su habitación. Cuando Olga le habló preocupada, intentó convencerla de que estaba agripada y como la mentira no resultó, la menor le pidió que la dejara en paz, prometiendo que le haría saber si necesitaba su ayuda, aunque era una promesa vacía. Compartió con su familia durante la fiesta de año nuevo. Para que no vieran que tan lastimada estaba, cortó las puntas de los dedos de un par de guantes, por suerte a nadie le importó.

Faltó los primeros días de clase. Siempre eran más lentos y sobraba tiempo para conversar, que era lo que menos quería hacer. Cuando se presentó, se las arregló para entrar al salón justo antes que comenzaran las clases. Buscó su asiento habitual y se dejó caer junto a su amiga.

–Buenos días, Helga–le dijo Phoebe, notando que llevaba los guantes. La miró preocupada.

–Buenos días, Pheebs–Su amiga le sonrió intentando tranquilizarla.– ¿Cómo estuvo el resto de tus vacaciones?

–Ciertamente mejor de lo que esperaba, tuve tiempo para adelantar algo de trabajo para este semestre y además visité a la familia de Gerald

–Eso se está poniendo serio, felicidades, amiga

–Gracias, Helga

Gerald y Arnold entraron en ese momento al salón. Ambos se quedaron mirando a las chicas, tratando de decidir si podían acercarse. Fue el moreno quien tomó la iniciativa, el rubio lo siguió.

–Hola, bebé–Besó a su novia en los labios y luego miró a su amiga– ¿Cómo estás, Helga?

–Buenos días. Geraldo, Arnoldo –le hizo un gesto con la cabeza a cada uno y volvió su atención a sus cuadernos.

–Helga ¿ya estás... mejor?–preguntó Arnold.

–No sé de qué hablas

Los chicos se miraron entre sí y luego a Phoebe, quien negó con sutileza.

–Debo estar confundido, lo siento–Añadió el rubio.

–Sí, como sea–Siguió mirando su cuaderno– ¿Phoebe, me perdí de algo interesante estos dos días?

–No especialmente. En matemáticas repasamos los últimos contenidos y revisamos el último examen, por cierto, te fue excelente–Sacó una hoja de entre sus cuadernos y se la entregó.

–Sí, matemáticas es pan comido. ¿A ti como te fue?

–Igual que a ti

–Me alegro

–A nosotros igual nos fue bien–Se involucró Gerald.

–¿Quién te preguntó?–respondió Helga, mirándolo con desprecio.

–Solo intentamos hacer conversación–dijo Arnold, molesto.

–Pues hagan conversación entre ustedes

Volvieron a mirarse entre sí. Definitivamente Helga retrocedió todo lo que había avanzado. Se preguntaron si era temporal y qué era lo que en verdad había pasado.

La clase comenzó en ese momento. La mayoría se esforzaba por seguir despiertos a pesar de la monótona voz de la maestra de historia. A esas alturas el señor Simmons ya no les dictaba ninguna clase, pero la mayoría lo recordaba con cariño y a veces hasta extrañaban las tonterías con las que intentaba animar las lecciones. Por suerte, era fácil encontrarlo en su salón y charlar con él, si alguien quería, claro.

Cuando terminó la clase, Helga acompañó a Phoebe a comprar algo a las máquinas. Arnold y Gerald las siguieron en silencio cuando la más bajita los invitó, pero tampoco lograron hablar con normalidad.

Ese día fue extraño para los cuatro. La hostilidad de Helga estaba por las nubes y era perceptible hasta para gente de otros grados, que se apartaban de su camino o la miraban con cuidado, porque la reputación de Helga como matona había traspasado los límites de su clase y así como la Gran Patty o Wolfgang, era una leyenda andante en la escuela.

Al final del día los cuatro se dirigieron a la parada del autobús, pero cuando los demás subían, la rubia decidió que iba a caminar. Se despidió, rumbo a su casa. Gerald y Phoebe ya habían pagado, pero Arnold logró bajar a tiempo y seguirla.

–¡Helga!–dijo cuando la alcanzó, casi al final de la cuadra. Con lo alta que era, caminaba mucho más rápido que él.

–¿Qué quieres, cabeza de balón?–le dijo con cierta apatía, sin siquiera voltear.

–Quiero saber qué te pasa

–¿Por qué?–lo miró con ira.

–Eres mi amiga, me importas

–No soy tu amiga

–Antes del viaje estábamos bien. No lo entiendo

–No finjas, Arnoldo. Sé lo que piensas de mí–Cerró los ojos.–. Ya no voy a molestarte

–¿Qué quieres decir?

–Yo regresé a la cabaña–Evadía su mirada jugando con sus manos.–y escuché cuando hablabas con Gerald

–¿Escuchaste...?

El chico notó como su corazón latía con rapidez y perdía la fuerza en las piernas.

–¿Qué-Qué fue lo que escuchaste?–Quiso saber.

–Lo suficiente. Sé que me consideras egoísta, que–Cruzó los brazos.– ¿Cómo dijiste? Ah... sí... que trato a los demás como juguetes con los que me divierto hasta romperlos y que crees que hago lo que quiero–Evadió su mirada.–. Y quizá tengas razón, ¿sí? Pero te equivocas si piensas que no me importan mis amigos, Phoebe y Gerald me importan y en especial tú me importas

–¿Yo?

–Sé que he sido una idiota contigo casi toda la vida, pero sabes lo que siento por ti

–¿Lo que sientes?

–¡No finjas, cabeza de balón!

–Helga, eso fue hace años, pensé que tú no... que no era en serio

–Todo lo que te dije fue en serio. Y aunque pretendamos que no ocurrió, ocurrió, Arnoldo y... sé que estuvo mal. Ya no voy a molestarte con nada de eso. Solo necesito tiempo... ya no podemos ser amigos, quiero que te alejes de mí

Para el chico era un deja vú. Tuvo esta conversación antes y no era divertido sentirse así otra vez. La punzada en su pecho fue intensa.

–Helga, eso no es todo lo que le dije a Gerald

–Lo sé, pero tampoco soy tu nuevo proyecto de caridad, no hay nada que puedas salvar en mí, Arnoldo. Soy Helga G. Pataki y si no te agrado como soy, ya no es mi problema. Ahora déjame en paz

–¿Por qué, Helga?

–¿Cómo que por qué?–Lo miró, ya no le importaba nada.–. Porque yo lo digo, cabeza de balón

–Pero...

–Ese es tu problema ¡Ya me escuchaste! ¡Deja de presionar! No estoy bien. Sé que no estoy bien y que te necesito lejos para sentirme mejor. Es la única vez que lo diré tan amablemente, la próxima vez escucharás de cerca a la feroz Betsy

Le amenazó con el puño y luego siguió su camino. Dejando a un confundido Arnold inmóvil en la acera.


...~...


Más tarde esa noche, el rubio se reunió con su mejor amigo.

–No lo entiendo, Gerald... –decía Arnold, recostado en su cama, mientras el moreno lo acompañaba en igual posición pero en el sillón– ¿Qué puedo hacer si no quiere hablar conmigo?

–En este momento, nada, viejo. Se paciente. Tarde o temprano volverá a ser la misma Helga de hace unas semanas–dijo.

–¿Y si no?

–Entonces tendremos que aprender a vivir con esta nueva Helga

Arnold suspiró. Justo ahora que su amigo le daba valor para intentar hablarle, ella ponía una barrera que parecía aún más infranqueable que las anteriores.


...~...


Los días que siguieron Helga optó por no pasar tanto tiempo con Phoebe, viéndola solo en las mañanas camino a la escuela. En los descansos estuvo con Harold, Stinky y Sid, jugando baseball, hablando de luchas o riendo de sus bromas. Por las tardes caminaba sola de regreso a casa, o seguida por Brainy, a quien pretendía ignorar.

También habló con Bliss sobre la situación y la mujer con paciencia dedicó una sesión entera a buscar estrategias para lidiar con todo lo que sentía.

Pero sabía que no podía seguir evitando a Arnold para siempre y a fin de mes tuvo la oportunidad perfecta para evaluar su progreso: la celebración del cumpleaños de su amiga. Porque una cosa era convencerse de no sentir nada teniéndolo lejos, otra muy distinta estando cerca de él.

Phoebe invitó a toda la clase a los arcades. Helga se pasó la tarde de un juego a otro, retando a la mayoría de sus compañeros (aunque no ganando tanto como le hubiera gustado). Durante las primeras dos horas logró evitar al cabeza de balón, pero cuando los empleados del local llegaron con un enorme pastel y su amiga apagó las velas, el rubio se le acercó y le preguntó si quería jugar hockey de mesa con él.

Helga lo miró un segundo, atenta a todas las reacciones de su cuerpo. Aún le provocaba cosas, pero los latidos que antaño eran cálidos, ahora eran golpes dolorosos. Le tomó todo su esfuerzo responder.

–Siempre estoy dispuesta a patearte el trasero, cabeza de balón–dijo, ubicándose en un extremo de la mesa.

–Ya quisieras–respondió el rubio, emocionado.–. He practicado toda la tarde

–Si crees que eso es suficiente, subestimas mis habilidades

–¡Oigan todos!–gritó Harold– ¡Helga está por humillar a Arnold!

–No lo creo–Se involucró Sid.–. Nos ha vencido a todos

–Todos sabemos que Helga es mejor en deportes que todos ustedes–Se unió Rhonda.

–Pero esto no es un deporte–Añadió Stinky.

–Es un juego que mezcla habilidad, concentración y rapidez–dijo Nadine–. Y en eso están al mismo nivel

–Yo creo que Arnold podría ganar–comentó Lila.

–Ya quisieras, campirana–contestó Helga–. Empieza ya, Arnoldo, no tenemos toda la tarde

Gerald y Phoebe observaron todo intercambiando miradas preocupadas. La chica tomó la mano de su novio. Dependiendo del resultado, esto podía arruinar la fiesta o animarla.

–Aquí voy–Anunció el rubio, empujando el disco.

Helga estimó la trayectoria por instinto. Tres rebotes, llegaría por la izquierda. Había jugado varios deportes toda la vida, entre ellos soccer, baseball y hockey en hielo, así que su visión y reflejos estaban entrenados. Regresó el disco añadiendo velocidad, aumentando la intensidad del juego en un instante. Dos rebotes y pasó junto a la paleta de Arnold, directo a la ranura, marcando el primer punto.

–Fue un golpe de suerte–dijo el chico.

–Si te sirve de consuelo–respondió ella.

Otra vez Arnold golpeó el disco. Helga lo regresó. Pasaron unos cuantos tiros rebotando. Cinco, seis, siete. Entonces Helga levantó la vista hacia Arnold y frunciendo el ceño movió la paleta siguiendo la trayectoria del disco, para cambiarla levemente y anotarse otro punto.

Un "oooooh" general se escuchó.

–¡Vamos, Helga!–gritó Rhonda– ¡Muéstrale quien manda!

Otra vez reiniciaron el juego. Helga marcó cuatro puntos más antes que Arnold lograra hacer uno y luego otro. Entonces Helga hizo dos más.

–¿Qué pasa, Arnold?–dijo Stinky– ¿No estarás siendo suave solo porque es una niña?

–¿Es eso, cabeza de balón?–Helga lo miró realmente enojada.

–¡Claro que no!–la miró con molestia, entrecerrando los ojos.

Volvió a lanzar el disco, esta vez con furia. Helga intentó detenerlo, pero llegó tarde y, aunque logró desviar la trayectoria, todavía entró a la ranura.

–Veo que esto se puso serio–dijo la chica con una sonrisa.

Cuando tomó el disco, todos notaron un leve cambio de actitud. Sus músculos se tensaron y sus ojos pasearon por la pista durante unos segundos evaluando las posibilidades. La mano se apretó alrededor del mango de la paleta. Colocó el disco sobre la mesa y lo empujó con calma. Arnold lo regresó con fuerza, pero ella lo desvió para marcar otro tanto.

–Rayos–dijo el chico entre dientes.

–¿Es suficiente, Arnoldo? ¿O quieres seguir sufriendo?

–Aún puedo alcanzarte, Helga, sé que sí

–Estoy más allá de tus capacidades, ríndete

–Eso nunca

Los rubios se concentraron en seguir con su juego. Arnold comenzó a avanzar y la puntuación llegó a estar 15 a 12, a favor de la chica.

–Te daré una oportunidad–dijo Helga–. El próximo punto gana el juego

–No necesito de tu lástima

–Lo sé, pero ya me cansé de verte sufrir

–Dudo que eso sea cierto

Phoebe apretó la mano de su novio, al ver a Helga sonreír con burla mientras el chico colocaba el disco sobre la mesa.

Los rebotes eran rápidos, pero predecibles. Helga pudo devolver el disco una vez, dos veces, tres veces. Notó un cambio de actitud de él, entonces ella se preparó. Más velocidad, suficiente para asustar a otros, pero no a una Pataki. No devolvió el disco, sino que lo atrapó a un rincón para frenarlo del todo, lo hizo rebotar de un lado a otro de la mesa, sin que avanzara hacia el área contraria y cuando notó que Arnold estaba hipnotizado, lo impulsó, chocando dos veces en los costados, para dirigirse directo a la ranura. Arnold lo desvió en el último segundo y el disco volvió directo hacia su lado. Helga logró enviarlo de regreso y esta vez entró, marcando el último tanto.

–¡Bien hecho, Helga!–dijo Nadine.

–Eso estuvo intenso–dijo Sid.

–Sabía que ganarías–comentó Rhonda.

–¡Ja-ja! ¡Te venció una niña!–cantó Harold.

–No lo venció cualquier niña–dijo Helga, acercándose a él y tomándolo por el cuello.–. Lo venció Helga G. Pataki, campeona del Hockey de mesa de nuestra clase, ¿te quedó claro?

–Sí, señora

Lo soltó con desprecio y se alejó hacia la mesa donde estaba la comida, donde Phoebe la alcanzó.

–¿Estás bien, Helga?–le dijo, preocupada.

–Perfectamente, Pheebs–respondió, echándose varias papitas a la boca.

–¿Estás segura?

–Sí, estoy superando mi obsesión por el mantecado–Sonrió con tristeza.–. Buscaré algo más que me pueda gustar

–Pero Helga... siempre has amado el mantecado

–Ya no más, Phoebe, nunca más–Le sonrió con tristeza.–. Linda fiesta, me la pasé genial, pero ya debo ir a casa

–¿Estás segura?

–Sí–Buscó en el bolsillo de su abrigo–. Por cierto –La abrazó.–, feliz cumpleaños, Pheebs

–Gracias Helga–La chica recibió un pequeño sobre de papel. Al abrirlo encontró dos lindos pendientes.–. Son hermosos, Helga, gracias

–No hay de qué–Sonrió antes de irse, despidiéndose de los demás con un gesto de su mano.

Arnold la siguió afuera del local.

–¿Por qué te vas tan temprano, Helga?–dijo.

–Porque ya no quiero estar aquí, Arnoldo–respondió ella sin voltear.

–Si esto tiene que ver conmigo, puedes quedarte, no te molestaré más

Soltó una carcajada, mirándolo por arriba del hombro.

–No todo gira en torno a ti–respondió–, simplemente no me apetece seguir aquí. Déjame en paz

–Antes que te vayas, quisiera saber... ¿ya te sientes mejor?

–No sé de qué hablas, cabeza de balón, yo siempre estoy bien

Se fue, caminando con las manos en los bolsillos, atenta a cualquier sonido. Deseando que él no la siguiera y al mismo tiempo fantaseando con la idea de que corría a abrazarla y rogarle que lo escuchara, disculpándose por las cosas horribles que dijo de ella. Pero Helga sabía que eran ciertas y que no tenía razones para disculparse en verdad. Todavía una parte de ella deseaba ser una persona a la que Arnold pudiera llegar a amar, pero ella no era ese tipo de chica y jamás lo sería.

Cortó por un callejón y en lugar de recitar como antes la sensible lírica que le inspiraban sus muestras de atención, golpeó el muro con furia.

–Estúpido cabeza de balón–dijo, apretando los dientes–. No tienes idea... nunca entenderás... que no soporto verte más

La respiración de Brainy no la sobresaltó, esta vez el chico estaba frente a ella.

–¿Qué haces ahí?

Se encogió de hombros.

–¿Quieres acompañarme?

El chico asintió con tanto entusiasmo que sus lentes casi se caen. A Helga le hizo gracia y se acercó a acomodarlos, asustando al chico, que cerró los ojos por instinto.

–Ya está, tonto

Brainy la miró, sorprendido y ella por primera vez se quedó contemplando los ojos de su "acosador", así, sin miedo, porque sabía que en cualquier momento podía golpearlo y deshacerse de él cuando le molestaba. Y porque en estricto rigor ella hizo cosas mucho peores que respirar en la espalda de alguien.

En lugar de ir a casa, se dirigieron al Parque Tina y lo recorrieron buscando un lugar alejado de la gente y del camino. Tras un viejo árbol de ancho tronco y ramas bajas había una descuidada banca de madera y fierro. Helga se subió, sentándose sobre el respaldo, apoyando sus manos en el costado y sus pies en el asiento. Brainy la siguió, quedándose de pie tras la banca, apoyando sus manos en el respaldo y estirando sus brazos, mirándola de reojo.

La chica contempló el cielo entre las ramas sin hojas, sin pensar en nada en especial, admirando la belleza de una noche despejada y la luna a la distancia. El viento movía su cabello y el frío la obligó a ajustar su chaqueta y cerrarla un poco. Cuando volvió a poner sus manos a sus costados, se topó sin querer con las manos del chico.

–Lo siento–dijo, apartándose de inmediato, pero Brainy en un impulso de estúpida valentía -o un profundo deseo suicida, ¿quién sabe?-, le tomó la mano entre las suyas, con calidez y afecto.

Helga odiaba el contacto físico, pero en ese momento seguía demasiado herida y la forma en que él la acompañaba, escuchándola y soportándola, era agradable. Quizá no era tan terrible concederle un poco de felicidad.

¿Cómo podía ser que él se mantuviera a su lado, en silencio, tras todos esos años escuchándola declarar su profundo y eterno amor a Arnold? ¿Qué tan mal de la cabeza tenía que estar para soportar sus golpes y tormentos sólo para tener una pizca de su atención?

Siguió mirando el cielo, dejando que él sujetara su mano. Su "crisis" en las montañas dejó algunas cicatrices pequeñas y notó como el chico las acariciaba con cuidado, como si de algún modo buscara confortarla o sanarla.

–Gracias, Brainy. Ya me siento mejor. Vamos

El chico la soltó y ella se puso de pie de un salto, para comenzar a caminar hacia su casa con las manos en los bolsillos. El chico la acompañó en silencio hasta la esquina de su casa.

–Buenas noches, fenómeno–dijo Helga antes de subir los peldaños hasta la puerta de la residencia Pataki.

En su habitación, escuchando rock pesado, decidió terminar lo que había empezado.

Del cajón de su velador sacó el relicario de Arnold y lo arrojó en una caja junto con sus diarios. Buscó todas y cada una de las cosas que tenía que le recordaban a él. Ropa, accesorios, lápices, notas.

Por consejo de su terapeuta, ya hacía un tiempo que había cambiado el tótem del altar y los disfraces "ceremoniales" por un collage donde cada vez que podía iba añadiendo fotografías del chico, que el último año obtuvo de actividades escolares y de las salidas grupales con su amiga. Sacó todo eso del fondo de su armario. Revisó cada espacio y cada lugar. Nada debía recordarle a él.

–No puedo dejar que sea tan importante–se dijo–. Helga G. Pataki no depende de nadie, solo de sí misma

Para su sorpresa, todo lo que pudo recolectar entró en una caja, una grande, sí, pero una sola.

–Solo falta mi listón–Llevó sus manos a su cabeza.

Aún no se acostumbraba a no tenerlo, no era la primera vez que olvidaba que lo había perdido. El estúpido listón rosa que fue la razón por la que Arnold le hablara la primera vez. Deseaba que estuviera enterrado en varios metros de nieve a esas alturas, esperando no volverlo a ver jamás.

Cerró la caja con cinta adhesiva y la metió bajo su cama, empujándola hasta el fondo. No tenía aún la fuerza para arrojar todo a la basura, pero ayudaba no tenerlas a la vista.

Se recostó más tranquila, mirando el techo, conforme con su decisión.

–¡Oye, niña, baja esa música!–dijo Bob golpeando la puerta con molestia.

–¡Es sábado y penas son las diez!

–No me importa, baja esa música

–¿O qué, Bob? ¿Vas a castigarme?

–Te quitaré tu radio

La chica giró la perilla para bajar el volumen.

–Listo– dijo.

–Y más vale que la apagues en una hora

–Muy bien, Bob. Ahora déjame en paz

Escuchó que se alejaba refunfuñando, probablemente algo sobre lo problemática que era y que Olga nunca le dio esos malos ratos.

Se recostó en la cama mirando una revista de lucha libre, hasta que Bob volvió a tocar su puerta con una amenaza y ella solo apagó su reproductor de música y la luz de su lámpara sin decir nada.


...~...


El invierno siguió su curso. Helga se reintegró al grupo de su amiga con los chicos, pero solo de vez en cuando. Podía hablar con Arnold a veces y aunque no perdía oportunidad de molestarlo, las bromas no pasaban de comentarios. Ya no le lanzaba bolas de papel, ni le arrojaba comida, agua o pintura; después de todo ya no tenían nueve años y había dejado de ser aceptable. Pero hasta antes de navidad, los empujones, zancadillas y golpes con balones en la clase de deportes seguían siendo parte de su repertorio, ahora no hacía nada de eso.

Aunque hacía frío, prefería evitar volver a su casa. Se quedaba en la biblioteca después de la escuela y luego que cerraban, iba al parque Tina. Sin proponérselo, comenzó a pasar tiempo ahí con Brainy, quien poco a poco compartía más de sí mismo.

El chico le contó a Helga que ese año estaba tratando sus alergias y que esperaba que fueran menos graves hacia el verano. También había cambiado su estilo nerd por algo un poco más normal, usaba pantalones anchos y hoodies, aunque mantenía su preferencia por los colores tierra. También había mejorado su postura y acababa de notar que era un poco más alto, lo que para la rubia era extraño, porque incluso a Harold, que era mayor que el resto de los chicos de su clase, lo miraba de frente.

A veces hasta se sorprendía riendo, no esa risa sarcástica, burlona o despectiva que usaba en la escuela, realmente riendo, de distintas tonterías que él comentaba o que veían en sus paseos. Y estar fuera de casa, fuera del radar Pataki, lejos de todos, le daba cierta paz.

Pasó las vacaciones de primavera viéndose con él por las tardes, almorzando con Phoebe un par de días y siendo la asistente de su hermana el resto del tiempo.