DISCLAIMER:Los personajes de "Candy Candy" no me pertenecen, son propiedad de Kyoko Misuki e Yumiko Igarashi. Realizo esta historia con fines de entretenimiento y sin ningún ánimo de lucro. Sólo el ferviente deseo de liberarme de la espinita clavada en el corazón después de ver el anime y leer el manga. Por siempre seré terrytana de corazón.
DESEOS DE AÑO NUEVO © 2017 by Sundarcy is licensed under CC BY-NC-ND 4.0. Está prohibido la reproducción parcial o copia total de este trabajo.
DESEOS DE AÑO NUEVO
By: Sundarcy
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Capítulo 17: PENAS COMPARTIDAS
Hogar de Pony, Illinois
03 de enero de 1920
La noche llegó apacible al Hogar de Pony, sin rastro alguno de una nueva tormenta de nieve como la que había azotado el área hace tres días. No obstante, aún cuando el clima parecía más tranquilo, la atmósfera de tristeza seguía impregnando cada rincón de la casa cual sombra imposible de disipar.
La calma del exterior se volvía casi abrumadora en el interior. Los pasillos, que antes solían vibrar con las risas y los juegos de los niños, ahora se sentían apagados y tristes, llenos de un silencio que resultaba extraño, incluso inquietante. Era como si el hogar entero hubiese caído en un profundo letargo tras el accidente de Candy. Su ausencia llenaba el lugar de una sensación de vacío, tan inamovible como la misma joven pecosa, que aún seguía inconsciente en su cama.
Los días transcurrían envueltos en una rutina monótona, y a cada momento, Candy permanecía bajo el cuidado constante de los habitantes del Hogar, quienes se turnaban diariamente para velar por ella. El mismo Dr. Martin acudía dos o tres veces al día para revisarla y administrar el suero intravenoso que la mantenía estable. Sin embargo, con cada visita, su diagnóstico era el mismo: no había señales de mejoría. La incertidumbre pesaba sobre todos, alimentando una angustia silenciosa que se hacía más difícil de soportar con cada día que pasaba.
A pesar de ello, todos aguardaban con ansias el momento en que ella finalmente abriera los ojos, y por más que resultaba una larga espera cargada de tensión, la esperanza siempre persistía. Los rezos, los deseos compartidos y la fe en un milagro alimentaban la creencia de que la joven pronto despertaría de su profundo sueño.
Como ya era costumbre en esas noches interminables, tres personas permanecían junto a Candy en su habitación, velando su descanso mientras la luna iluminaba tenuemente el Hogar de Pony.
—¿No ha habido algún cambio? — preguntó suavemente Albert, en cuanto ingresó al cuarto.
Sentada en el asiento que se encontraba a lado de la cama de Candy, Annie desvió su mirada de su amiga inconsciente para verlo con sus ojos húmedos, apenas conteniendo las lágrimas de angustia al tiempo que negaba con la cabeza. Después del último sonrojo de la mañana, Candy había mantenido un semblante igual y seguía inmóvil sobre su cama en ese sueño profundo que parecía no tener fin, totalmente ajena a todo a su alrededor. Albert cerró sus ojos y soltó un suspiro resignado.
"¿Cómo pudo haberle pasado esto a mi Pequeña?"— era la pregunta que no había parado de hacerse desde el instante que recibió las noticias.
Todo esto estaba tan mal, parecía una pesadilla que no quería acabar jamás. Le preocupaba demasiado que no hubiese ningún cambio en el estado de Candy, ella seguía tan igual como desde el momento en que Jimmy la trajo después de su accidente. Era una dura prueba para todos, especialmente para el patriarca de los Andley, quien ya no podía mantenerse tranquilo cuando esta situación lo ponía casi al borde de una gran desesperación.
Para no seguir ahogándose en pensamientos afligidos, Albert dio una rápida mirada por el cuarto y sus ojos chocaron con los de Archie, quien también se encontraba ahí, sentado en un sillón cerca de la ventana. El joven Cornwell no lucía mucho mejor que Annie y él, tanto como ellos, se notaba cansado y la tristeza que nublaba sus ojos era tan evidente que uno mismo se sentía invadido de su pena con sólo mirarlo, siendo un vivo reflejo de lo que el mismo Albert sentía en ese instante.
Sin que el rubio lo esperase, Archibald se paró de su asiento y se dirigió rápidamente al lado de Annie para tomarla suavemente del hombro.
—Cariño, creo que será mejor que ya vayas a tu cuarto a descansar, llevas todo el día cuidando a Candy. No te has separado de ella ni un instante, debes estar muy cansada.
—No te preocupes, Archie.— respondió Annie, sorbiendo su nariz con un pañuelo, para luego acomodar cariñosamente la frazada que cubría a su amiga dormida. —Estoy bien. Me quedaré aquí, voy a pasar toda la noche con Candy.
Sus palabras sonaban pausadas mientras luchaba valientemente por no cerrar los ojos, de lejos uno podía percatarse lo agotada que estaba. Al notarlo, el joven Cornwell miró a Albert, esperando contar con su apoyo en esto.
—Archie tiene razón, Annie. Pareces muy cansada.— secundó el rubio, después de ver la señal de su sobrino.
—Annie, creo que será mejor que sigas mi consejo.— siguió presionando Archie para convencerla. —No te ves muy bien, querida.
—¡Qué bien se siente que tu prometido te diga que luces fatal! — comentó ella, rodando sus ojos ligeramente.
—No me refiero a eso.
—Fue una broma, Archie. — respondió ella con una leve sonrisa que no llegaba a sus ojos, lo hizo más por calmar la preocupación de su novio que por sentirse con ganas de sonreír. —La verdad es que no me parece una buena idea moverme de aquí. — volvió su preocupada mirada a Candy, estrujando con insistencia el pañuelo entre sus manos.
Viendo esto como una oportunidad para persuadirla, Albert intervino:
—No te preocupes, Annie, yo me quedaré con Candy toda la noche. Además, la señorita Pony y la hermana María vendrán aquí en cuanto terminen de acostar a los niños. Ella no estará sola.
—Vamos, Annie. Yo te acompaño hasta la puerta de tu cuarto.— ofreció Archibald, arreglándole con cuidado el chal que ella traía sobre sus hombros y mirándola tiernamente. —Después iré a la cocina para prepararme algo caliente, en verdad me hace mucha falta. ¿Quieres algo tú, tío?
—Sí, traéme un café bien cargado, por favor. Quiero mantenerme despierto.— dijo Albert sin verlo, toda su atención había vuelto exclusivamente a Candy.
Fue así como luego de un rato tratando de convencerla, Archie finalmente ayudó a Annie a levantarse del sillón, y tomándola de sus hombros, la guió hacia la puerta.
Justo antes de partir, Archibald le dedicó una última mirada cargada de angustia hacia su Gatita, tragándose el nudo de emociones que se acumulaba en su garganta. Exhalando pesadamente, el joven sacudió su cabeza con pesar y salió por la puerta junto con Annie, camino a hacer lo que había dicho. Una vez se fueron, Albert fue el único que se quedó en el cuarto con la joven dormida.
Desde que llegaron hace tres días, no había podido estar a solas con Candy ni un solo momento, porque siempre había una u otra persona haciendo guardia para cuidar de ella. Esta era la primera vez que él hacía guardia solo. Acercándose a su pequeña, se posicionó en uno de los lados de la cama para verla con detenimiento.
Ahí estaba ella, justo frente a él: su pequeña Candy, el Sol de su vida que de alguna forma hacía de su mundo un lugar mejor. Ella lucía tan apacible, tan calmada, casi como si estuviera durmiendo, pero...
Tragando con gran dificultad, Albert cerró sus ojos en desconsuelo y cayó pesadamente sobre el sillón que antes ocupaba Annie. Tomando una de las manos de su pequeña, que se encontraban un poco frías, se la llevó al rostro de él y la apoyó contra su mejilla.
—Candy...— susurró, acariciándole con delicadeza los rubios rizos en su frente, y recordando con nostalgia las veces en las que ella solía sonreírle con dulzura ante ese mismo gesto de su parte.
¡Cómo extrañaba Albert esa sonrisa! ¡Cómo extrañaba las conversaciones que tenían y las risas que compartían juntos! Ella era la alegría que le traía oxígeno a su alma, aquella fresca felicidad que necesitaba tan profundamente para respirar. Había tanto consuelo estando con ella, un tipo de paz que se sentía tan pura y que el patriarca de los Andley echaba tanto de menos.
Como él mismo le había dicho a Candy alguna vez: 'La vida podría cambiar, pero las memorias, no.'
—Pequeña... por favor...— la voz de Albert se quebró, presionando sus labios para acallar un amargo sollozo. —Despierta... te lo pido.
Inmóvil, ella yacía en su cama totalmente ajena a las súplicas de Albert y sin mostrar reacción alguna. El corazón del rubio se hundió en su pecho con decepción. Una vez más, era como si el desconsuelo siguiera sin acabar. Suspirando profundamente, él apartó su mano del rostro de ella y bajó la mirada en el acto, no pudiendo mantener más el control.
—No sé qué hacer para ayudarte... Todo esto se está yendo de mis manos... Ni siquiera sé si puedes oírme, Pequeña. — su voz temblaba en el esfuerzo por mantener a raya esas lágrimas de impotencia y angustia que estaban por desbordar. —Pero yo... yo tengo algo que decirte.
Enfocó sus abatidos ojos en ella de nuevo, para observarla fijamente como si la viera por primera vez. Al comienzo, ella fue esa dulce niña que él conoció cuando era adolescente, esa pequeña que tanto lo había impactado, por la sorprendente vivacidad y luminosidad que emanaba de su ser, tanta fuerza de voluntad y valentía para alguien tan pequeña.
Luego, Candy fue mucho más para él. Ella se convirtió en esa joven mujer que le había enseñado que puedes formar fuertes vínculos con personas, aún cuando no compartas lazos de sangre con ellas.
—Tú siempre fuiste mi enlace, Candy. — le confesó, lamiendo sus labios que no dejaban de temblar. —Yo no quería formar vínculos con nadie. Ya había sentido lo que era perder a alguien que amaba, cuando perdí a mi hermana Rosemary. No quería volver a vivir algo así de nuevo y estaba decidido a no querer a alguien más, pero luego llegaste tú... — se aferró a la mano de ella y se la llevó hacia sus labios, tratando de compartir su calor y agradeciéndole por haber llegado a su vida. —... y te convertiste en mi enlace con este mundo. Tocaste mi corazón y despertaste mi lado protector. Hay una parte de mí que siempre añora cuidarte, Pequeña, sin embargo... ¡mira cómo te he cuidado ahora!
Ese último reclamo a sí mismo, fue lo que marcó el fin de su lucha. Las lágrimas que había tratado de controlar, por fin brotaron de sus ojos como el agua de una presa, derramándose por su cara sin cesar. Sintiendo temblar los músculos de su barbilla como un niño pequeño, Albert inhaló profundamente para calmar su agitada respiración.
Había estática en su cabeza una vez más, el efecto secundario de este miedo constante, el estrés con el que estaba viviendo, esa culpa que no lo dejaba tranquilo desde que se enteró de las circunstancias del accidente.
—Perdóname, Pequeña.— Albert la miraba con lágrimas en los ojos, dejando aflorar el miedo que sentía. —Perdóname por todo. Es en parte mi culpa que estés así, yo fui el que te compró ese auto.
Sus ojos nublados de lágrimas que quemaban su mirada, hicieron que su rostro se contrajera de dolor.
—Mi hermanita...— se acercó vacilante al rostro de Candy y le dio un suave beso en la frente, notando cómo sus lágrimas caían sobre la blanca piel de su frente. —... Perdóname, por favor.
Tan concentrado estaba en ella que él no se percató que alguien acababa de llegar al cuarto y había escuchado su última frase.
—No es culpa de usted.— dijo una voz proveniente de la puerta, revelándose finalmente.
Por un momento, el cuerpo de Albert se tensó, sus ojos se agrandaron sorprendidos y volteó en el acto hacia la entrada. Ahí en la puerta del cuarto, pudo vislumbrar la figura de Jimmy Cartwright.
—Jimmy… — musitó Albert con la voz ronca y el leve rastro de lágrimas aún presente en su cara.
—Lo siento... — el muchacho dejó traslucir su incomodidad en sus ojos, pero entró a la habitación aún así. —... No quise interrumpirle... Yo sólo... Bueno, yo... ¡Ah!
El chico parecía no encontrar las palabras y al final sólo liberó un frustrado suspiro. Algo nervioso, Jimmy fijó sus ojos en Albert con decisión.
—Por favor, no se culpe por lo qué pasó, Sr. Andley. No es culpa de usted que la Jefa esté así. — él tragó con dificultad y le devolvió una mirada igualmente torturada. —Yo soy el verdadero culpable de todo esto.
—Jimmy...— habló el rubio para intentar aplacar al joven.
El muchacho sacudió su cabeza y desvió sus húmedos ojos al suelo, él también parecía estar luchando por no llorar. Rápidamente, Albert se limpió la huella de lágrimas de su rostro y vio al chico con simpatía. Se sentía a sí mismo reflejado en los sentimientos de Jimmy: preocupación por el estado de Candy y culpa por lo del accidente.
Claramente notó cómo el joven necesitaba alguien con quien desahogarse, y si bien el patriarca de los Andley peleaba con sus propias emociones ahora, si lo que quería Jimmy era que lo oigan, él se decidió a ser el oído atento que lo escucharía. Indeciso en la forma en cómo hacer que el joven se abriera con él, Albert no notó el momento en que el muchacho caminó hacia él y se colocó de pie justo a su lado para observar a Candy.
—Parece algo irreal, ¿no es cierto? —comentó Jimmy, sin dejar de fijar sus ojos en la joven pecosa. —Verla de esta forma... a ella... ¡A la jefa!
La incredulidad en la voz del chico, dejaba traslucir cómo el estado de Candy no terminaba por clavarse totalmente en su conciencia.
—Ella es una persona con tanta energía que verla ahora estar tan inmóvil... tan vulnerable es... — la desolación de sus palabras se hizo tan palpable en su voz que el chico tuvo que morder sus labios antes de seguir. —... es demasiado para mí.
Albert no le pudo contestar, no teniendo las palabras correctas que decirle. Por más que él había estado junto a Candy en sus momentos más vulnerables, esas circunstancias habían sido muy diferentes. La consoló después de la muerte de Anthony, ese sobrino que él nunca pudo conocer bien pero que era el único recuerdo vivo que su hermana le había dejado en este mundo. Luego, él estuvo con ella después de lo de Terry...
El rubio agitó su cabeza y parpadeó varias veces algo turbado, no queriendo desviar sus pensamientos en esa dirección. Fueron las próximas palabras de Jimmy, lo que le hizo volver al presente.
—¿Sabe algo, Sr. Andley? No recuerdo a mis padres. Antes tenía memorias muy borrosas de ellos, las cuales se han ido desvaneciendo con el paso del tiempo. Algo que es extraño considerando que llegué aquí cuando era algo mayor o al menos tenía consciencia de las cosas.
Encogiéndose de hombros y metiendo sus manos en los bolsillos de su pantalón, Jimmy devolvió su mirada a Albert antes de continuar:
—Sin embargo, con todo y eso, el primer recuerdo importante que tengo es la primera vez que pisé este lugar. Es como si mi mente hubiera borrado de mis recuerdos toda mi vida antes de llegar al Hogar de Pony.
Sus ojos vagaron por todo el cuarto unos segundos, deteniéndose en Candy para posar su atención nuevamente en ella.
—Nunca lo he entendido, tampoco sé si lo entenderé ahora. Lo único de lo que estoy seguro es que mi vida empezó el momento en que llegue aquí. — la firmeza de su voz no dejaba lugar a dudas sobre la convicción en sus palabras. —Fue aquí donde tuve amigos por primera vez, en este lugar formé vínculos con personas importantes y me hice la persona que soy ahora.
Las lágrimas que brillaban en sus ojos se hicieron tan notorias que el muchacho tuvo que levantar sus manos para sobar sus dedos contra sus párpados y aliviar el escozor de sus ojos que se hacía más intenso.
—En este lugar conocí y me hice de una hermana mayor, una hermana que la vida me regaló: Candy.
Sumamente conmovido por lo que dijo, Albert miró al chico con nuevos ojos, como no lo había visto nunca antes.
—Es cierto que el Sr. Cartwright se ha vuelto como un padre para mí, pero mi familia no sólo es él...— Jimmy prosiguió con valor, negándose a mirar a otro lado que no sea la joven dormida. —La Jefa... Candy ocupa un lugar importante en mi familia, también.
Con sus labios temblando y sus hombros agitándose entre respiraciones entrecortadas, Jimmy admitió con sus pestañas rebosantes de lágrimas y sus manos apretadas en puños temblorosos:
—No creo que pueda imaginarse lo que viví ese día, Sr. Andley. Nunca sentí más desesperación que el instante en que Candy cayó inconsciente ese día bajo la nieve.
El joven soltó un sollozo que salió de su garganta como un aullido afligido y se arrodilló frente a la cama de Candy, apoyándose sobre el colchón como si le faltaran las fuerzas.
—Por un momento creí que ella... que ella estaba... — ni siquiera terminó ese pensamiento cuando las lágrimas ahogaron sus palabras.
El aire quedó atorado en la garganta de Albert al imaginarse en ese mismo escenario. La completa desesperación que hubiera sentido, su incapacidad de ayudar a Candy y quedarse sólo viendo con impotencia cómo ella caía inconsciente. Con sus ojos enfocados en sus propias manos que tenían la mano de Candy aferrada a él, el patriarca de los Andley comprendió que no hubiera sido capaz de mantenerse tranquilo, no hubiera podido soportarlo. Y pensar que Jimmy lo vivió de primera mano, después de todo, él estuvo con su pequeña en ese momento.
Agradeciendo al cielo que al menos Candy estuvo con alguien cuando todo esto sucedió, Albert suspiró aliviado por la presencia del joven en ese momento. Por más que el muchacho no se lo creyera, en realidad, él la salvó. Si algo merecía Jimmy era que todos le agradezcan por lo que hizo por su pequeña, no culparse por lo que sucedió. Esta conversación le había dado una nueva perspectiva sobre la situación de Candy. Si bien antes sabía que no era el único que sufría por el estado de su pequeña, ahora también descubrió que había otro como él que igualmente estaba luchando contra sí mismo y sus propias culpas.
Lo que había sucedido, lamentablemente, no podían cambiarlo. No obstante, ellos debían hacer las paces consigo mismos si querían ayudar verdaderamente a Candy. Ese era el primer paso, el más importante, y el que necesitaban ahora más que nunca. Fijando su franca mirada en el muchacho que aún sollozaba aferrado a la cama, él se dispuso a apoyarlo de la mejor forma que podía. ¿Qué palabras de alivio podría darle al chico ahora?
Albert tomó un hombro del muchacho, apretándolo en forma de consuelo.
—Gracias por haber estado ahí con Candy, Jimmy.
Los sollozos del joven Cartwright se apagaron repentinamente al escucharlo, y liberando roncos suspiros, enfocó sus ojos llorosos en él. La vulnerabilidad de su mirada dejó a Albert momentáneamente sin habla, el muchacho lo veía como si la absolución de sus acciones estuviera completamente en sus manos. Aclarando su garganta para otorgar firmeza a sus palabras, el rubio afirmó:
—No te mereces estas recriminaciones, muchacho, tú no tienes la culpa. Nadie tiene la culpa.
El chico abrió su boca dispuesto a contradecirlo, pero el patriarca de los Andley lo interrumpió:
—¿Te imaginas que hubiera sido de Candy si tú no hubieras estado ahí con ella?
Negando con la cabeza, Jimmy lo vio con la misma pregunta en su mirada.
—Candy hubiera estado en plena interperie, a la merced de la tormenta.— Albert tembló involuntariamente de sólo pensarlo y observó mucho más agradecido a Jimmy. —Tú pudiste mantener el temple necesario para cargarla aún bajo la nieve y traerla aquí. No sé si yo hubiera sido capaz de mantener la estabilidad de mente en esa situación. Por eso y todo lo demás, gracias. Nunca te podré agradecer lo suficiente por haber salvado la vida de mi pequeña.
La respiración del chico se había ido estabilizando mientras avanzaba el discurso del rubio, y al terminar de hablar, la mirada cargada de significado que Jimmy le dedicó, le hizo entender a Albert que sus palabras habían tenido en cierta forma el resultado que esperaba.
—Sr. Andley...
—Creo que después de hoy, ya no será necesario que me trates con tanto formalismo. — le reclamó con un leve esbozo de sonrisa para aliviarlo. —Llámame Albert.
—Albert... — murmuró el chico, tanteando cómo sonaba su nombre en sus labios. —¿De verdad cree que la Jefa se mejore?
El rubio entendía que la recuperación de Candy y su posterior perdón, sería lo que terminaría por absolver al chico de la culpa residual que pudiera tener. En su caso era igual, Albert sabía que la tranquilidad volvería a su vida el instante en que su pequeña despertara.
—No sólo lo creo, Jimmy. Estoy seguro.
La dureza de su voz y la seriedad en los ojos del patriarca de los Andley lograron tranquilizar al chico como no lo había hecho nada antes.
—¿Cómo haremos para ayudar a la Jefa?—inquirió Jimmy, limpiando las lágrimas de su rostro con la manga de su camisa y levantándose de donde se había arrodillado.
—Juntos velaremos por ella hasta que se recupere. Porque ella lo hará, Jimmy. Si en algo se destaca mi pequeña es en su terquedad y ella se aferrará a quedarse con nosotros. Candy es una luchadora, la vida se lo enseñó.
Lo dijo no sólo para convencer a Jimmy, Albert también intentaba convencerse a sí mismo
—Y si hay algo que yo pueda hacer. Te lo juro a ti, se lo juro a Candy.— vio un instante a su pequeña, apretando la mano de ella con más fuerza para luego añadir. —Yo haré lo que sea para que ella se recupere.
"Sólo necesito saber qué hacer."—pensó para sí mismo con cierta frustración.—"Alguna señal... lo que sea."
—¡Oh!
Una súbita exclamación hizo que Albert separara sus manos de Candy inconscientemente, y junto con Jimmy voltearan hacia la puerta para notar que una pequeña niña había hecho su ingreso al cuarto sin que ellos se dieran cuenta. Jimmy fue el primero en recuperarse de la sorpresa y hablar:
—¿Lizzy?
La niña desvió la mirada al suelo, claramente avergonzada por haber interrumpido su conversación, no esperaba encontrárselos a ellos en ese momento.
—Vengo a leerle un cuento a Candy. — declaró tímidamente.
—¿Un cuento?
La niña levantó el libro que traía entre las manos, dejando al descubierto la portada para que así tanto Albert como Jimmy pudieran leer el título.
—La Bella Durmiente. — leyó Jimmy en voz alta y volvió a ver la niña con una mirada inquisitiva.
—Sí. —contestó quedamente, agachando más la cabeza para ocultar sus ojos con su oscuro cabello.
A pesar de ello, la niña no se marchó, estaba empeñada en cumplir su cometido y nada le haría volver a su propio cuarto hasta que hubiera terminado con lo que se disponía. Jimmy había visto a Candy hacer hablar a esta pequeña tantas veces, que no entendía cómo muchos decían que a las justas se comunicaba con los demás. Ahora viendo de primera mano su timidez, entendía bien lo que había escuchado.
—¿Siempre le lees a Candy en las noches?— le interrogó el joven Cartwright, queriendo iniciar conversación con la pequeña para así poder calmarla.
Tomando un gran suspiro, Lizzy se armó de valor y alzó la vista hacia Jimmy.
—Le estoy leyendo este mismo libro todas las noches.
—¿Por qué?— preguntó Albert, entrando finalmente a la conversación.
La niña enrojeció abochornada al escuchar al patriarca de los Andley, casi no lo conocía y le costaba siquiera mirarlo. Luchando contra esa timidez que la caracterizaba, Lizzy suspiró de nuevo y con más seguridad que la que sentía en ese instante, explicó:
—Lo hago para que así esté tranquila y no se preocupe más, porque cuando él aparezca de una vez por todas, la despertará del sueño.
—¿Él?— la expresión del rostro de Albert dejaba entrever que no la entendía.
—El "Romeo engreído" de Candy.
—¿"Romeo engreído"?—cuestionó Jimmy sin comprender.
En contraste, la reacción de Albert fue muy diferente. El rubio soltó un jadeo sorprendido, pero no dijo ni una sola palabra. Sólo palideció y frunció sus labios con fuerza para mirar a la niña con una intensidad que rara vez se veía. Al notar aquello, Jimmy arqueó una ceja con curiosidad y desvió su mirada de Albert a la niña, alternando sus ojos entre ambos sin saber exactamente qué hacer.
—Candy me contó sobre él.— aclaró la pequeña como si no hubiera notado lo que había causado su declaración anterior. —Yo estoy segura que él será el que despertará a Candy. Es la única forma en la ella que podrá despertar.
Lizzy apretó el libro contra su pecho en busca de consuelo.
—Es tan obvio. Se los he dicho a los otros, pero no me quieren creer. Ustedes sí me creen, ¿no?
Ella inclinó la cabeza a un lado y los observó con una expresión tan inocente que les llegó al corazón. Jimmy sonrió a la niña dulcemente, asintiendo al no tener el valor para romper sus ilusiones. Aunque él mismo no creía en cuentos de niños ahora, negarle a la pequeña al menos esa esperanza sería demasiado cruel.
Lo que sí le sorprendió fue ver la reacción de Albert, quien con el rostro tenso y sus manos apretando con fuerza las brazos del asiento sobre el que estaba sentado, veía a la niña como si las palabras que hubiera dicho antes tuvieran todo el sentido del mundo.
"¿Romeo engreído?"—caviló Jimmy con algo de suspicacia. —"¿Quién será?"
Él no recordaba a alguien llamado Romeo que su Jefa conociera, a menos que...
"¡Claro! ¿Qué tal si se trata de ese inglés que visitó el Hogar hace años?"—se le ocurrió de pronto.
A Jimmy le parecía recordar que la Señorita Pony y la hermana María habían mencionado que aquel joven se había convertido en un actor de Broadway. ¿Cómo es que se llamaba?
Lo estuvo pensando por unos segundos cuando de la nada, como si se tratara de una repentina revelación, Jimmy agrandó los ojos lentamente y recordó con vívida agudeza la última palabra que murmuró Candy antes de perder la consciencia.
"Terry..." — llevándose una de sus manos a su frente, trató de rememorar ese detalle. —"Eso fue lo que ella dijo con sus últimas fuerzas...¿Podría ser él?"
No estaba del todo seguro si sería cierto, pero al menos era una idea. Por otra parte, de lo que sí estaba seguro era que si alguien lo sabía, ese era Albert, a juzgar por la expresión de su rostro. Ya no pudo seguir pensando más en ello porque la niña interrumpió sus pensamientos.
—¿Puedo leerle el cuento ahora?— cuestionó ella como pidiendo permiso para hacerlo.
Esa pregunta pareció también romper el estado en el que había caído Albert. Levantándose del sillón que ocupaba al lado de Candy, se lo cedió a la niña. Luego de dejar que la pequeña tomara el asiento junto a Candy, Lizzy tomó un gran respiro, abrió el libro y empezó a leer para la joven dormida, como si ni Albert ni Jimmy estuvieran ahí.
El rubio se posicionó en el umbral de la puerta, recostándose sobre el marco, a la vez que Jimmy se dirigió al asiento cerca de la ventana para sentarse ahí y observar con interés a la pequeña contar la historia. Mientras Lizzy leía, Albert siguió callado y a las justas procesaba las palabras del cuento. Sus ojos estaban fijos en Candy a la par que cientos de pensamientos fluía por su cabeza en frenética sucesión.
"¿Debo decirle a Terry del estado de Candy?"— se cuestionaba a sí mismo.
No podía negar que esa idea se le había pasado por su cabeza en algún momento, pero la descartó poco después.
¿Era buena idea irrumpir en la vida de él de esta manera? ¿Quién le decía que Terrence siguiera pensando en Candy todavía?
"¿Qué estoy considerando siquiera?" — se dijo a sí mismo en un reclamo.
Albert no sabía nada de Terry, no sabía ni dónde vivía ahora, era probable que le tome algunos días averiguarlo. No, lo único que sabía por el momento era la dirección de la compañía de teatro dónde él trabajaba. Tal vez...
Todavía eran muchas las dudas que atormentaban a al rubio, cuando su sobrino Archibald finalmente regresó a la habitación con dos tazas con café en sus manos. Él le dio una a su tío, quien la recibió casi mecánicamente, dándole un breve 'gracias' en respuesta.
Albert estrechó la taza entre sus manos con fuerza hasta que sus dedos se volvieron casi blancos mientras veía borrosamente su propio reflejo en el líquido. El olor del café lo inundó y el vapor filtrándose en su piel, le otorgó un tipo de calidez que le embriagó todo el cuerpo y le hizo exhalar un pesado suspiro. El patriarca de los Andley no sabía qué hacer, nunca se había encontrado con una disyuntiva como esta.
"¿Qué me está pasando?"— se reclamó duramente cuando una realidad le chocó como un torbellino.
Ya había pensado en Terry antes, pidió una señal para saber la manera en qué podía ayudar a Candy y esta apareció en la forma de... ¡Lizzy!
Su respuesta estaba ahí todo el tiempo. Aunque no era muy creyente en ese tipo de cosas, tal vez lo mejor era seguir sus instintos y lo que su percepción le decía. Estos le decían que tenía que avisarle a Terrence, quizás el hacerlo podría ayudar a Candy de alguna forma.
"Sí, se lo diré a Terry."— concluyó sin ninguna sombra de la duda que lo embargaba antes.
Al final sería el mismo Terrence quien decidiera qué hacer con tales noticias. La ayuda que tanto pedía se le presentó de la forma más inesperada, pero eso no significaba que no tuviera el efecto deseado. No había nada más que decir.
Llevando la taza con café a sus labios, bebió un sorbo del caliente líquido al tiempo que que un brillo decidido se instalaba en sus claros ojos azules. Habiendo tomado esa resolución, Albert debía llevarla a cabo lo más pronto posible. Mañana mismo lo haría, apenas pudiera, él iría al pueblo y ahí mandaría un telegrama con destino a la ciudad de Nueva York.
"Que Dios y el destino decidan que vendrá después."— fue lo último que pensó antes de perderse en la conversación que su sobrino Archibald inició a su lado.
Continuará...
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"Las palabras no esperan el momento perfecto, crean sus propios momentos perfectos convirtiendo los instantes más ordinarios en segundos especiales."
Espero haber hecho especiales estos momentos dedicados a mi historia.
Gracias por leer.
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By: Sundarcy
NOTAS DE LA AUTORA:
¿Cómo están, queridas lectoras? Espero que bien, como verán ya está listo y publicado este nuevo capítulo, ojalá les guste.
Este capítulo me pareció necesario, sobre todo por las consecuencias que afectaran de alguna u otra forma lo que está sucediendo con Candy y Terry. Además, ya teníamos que adentrarnos para saber qué sucedía en el Hogar de Pony mientras nuestros rebeldes están viviendo su extraña aventura en Nueva York. Por favor, cuéntenme qué tal les pareció, me encantaría saber la opinión de ustedes.
Les prometo que el próximo capítulo sí estará lleno de momentos entre Candy y Terry, que no recuerdo si lo he mencionado antes, pero... ¡Esos son mis favoritos! ;-)
Por cierto, la otra semana es el cumpleaños de Terry, y para ser sinceras, tenía planeado hacer un Oneshot dedicado para él, pero tristemente ya no creo que me alcance el tiempo de hacerlo, así que se me ocurrió que como regalo de cumpleaños voy a publicar un capítulo nuevo de esta historia ese día. Así que la otra semana, estaré publicando dos capítulos, el martes 28 de enero en celebración de su cumpleaños y el sábado 01 de febrero que son los días que generalmente estoy actualizando esta historia. Wow... no puedo creer que ya va a ser un mes desde que inició el 2025, el tiempo pasa bastante rápido.
En fin, ya verán que sucederá en la siguiente actualización, como dije vuelvo la semana que viene para el cumpleaños de Terry. Como siempre, estaré contestando los comentarios que dejaron en la cajita de reviews y para las que tienen cuenta, les responderé vía mensaje interno. ¡Gracias por todo!
Por ahora les deseo una maravillosa semana y muchas bendiciones para todas ustedes.
Sunny =P
25/01/2025
