Disclaimer: Todo Dragon Ball pertenece al legendario Akira Toriyama (Q.E.P.D.)
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Capítulo 16 Son Gohan, el Super Saiyajin (n-nada aterrador)
Romanos 7:15
«Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago».
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El viento golpeaba con helada furia su piel mientras volaba tras Gohan, que no era más que un destello dorado surcando el cielo. Su transformación en Super Saiyajin había alterado su presencia de forma impactante. Toda la atmósfera a su alrededor parecía cargada de una energía brutal, tan densa que incluso le dificultaba respirar.
Había visto la transformación muchas veces antes, con el Trunks de ciudad Conton y con el chiquillo de esa línea temporal, pero esto era… ridículamente distinto. Era como si el híbrido que conocía, de sempiterna sonrisa tranquila y aura pacífica, hubiera desaparecido por completo en el preciso instante en que dejó escapar aquel rugido desgarrador y su cuerpo se envolvió en el resplandor dorado.
No le había dirigido ni una sola palabra desde que partieron. La furia contenida emanaba de él como una fuerza casi palpable. Kioran intentaba por todos los medios suprimir su inquietud, recordando como si fuera una película los entrenamientos, las bromas que ella y Trunks hacían a su costa, las comidas, las odiosas visitas a los refugios, incluso el momento en que se quedó dormida a su lado, no mucho rato atrás. Había bajado la guardia con él a tal punto que se permitió dormir sabiendo que la acompañaba. Y ahora… ahora, ¿a quién estaba siguiendo?
Apretó los puños, sintiendo cómo el sudor humedecía sus palmas. El ritmo de su corazón era irregular, no solo por la velocidad a la que volaban, sino por esa desconcertante sensación de no entender por qué había cambiado tanto. Era como si transformase sacara a la superficie algo que había mantenido oculto todo el tiempo bajo su carácter pacífico.
De repente, Gohan desaceleró, acomodándose a la velocidad de Kioran. Ahora volaban lado a lado, y cuando él giró apenas la cabeza para mirarla, sus ojos de tonalidad esmeralda, brillantes y peligrosos, la atravesaron como un rayo.
—Presta atención —dijo con una voz firme y autoritaria, una que jamás le había escuchado usar antes, y mucho menos con ella—: tu objetivo es encargarte de Trunks, nada más. Si está herido de gravedad, lo llevas de inmediato a la Corporación Cápsula y lo conectas a la cámara de recuperación. Bulma sabrá qué hacer. Yo me encargaré de distraer a Diecisiete para que no intervenga ni los siga. Y Dieciocho… Lo más probable es que no se meta, como siempre. De todos modos, tengo un plan si lo hace.
Kioran apretó los dientes con fuerza, resistiendo a duras penas el impulso de objetar sus palabras. Sabía muy bien que hacerles frente a los androides no era posible para ella, por mucho que hubiera entrenado en ese tiempo, su poder seguía siendo menor al de Gohan. Y este a su vez, tampoco era más poderoso que esas jodidas máquinas… La ecuación vista así era muy simple. Pero ahí estaban su orgullo y terquedad, obligándola a argumentar que no sería una carga para él, y mucho menos alguien que necesitara huir de un combate.
Otra parte, una más cauta, le susurraba que Gohan tenía razón. No era el momento para discusiones, y la frialdad en su mirada dejaba claro que no había espacio para debates.
—¡P-puedo ayudarte! —se le escapó a pesar de sus esfuerzos, más por orgullo que por convicción. Su voz sonó menos firme de lo que hubiera querido, como si el peso de la situación le restara fuerza a sus palabras—. Si los enfrentamos juntos…
El ceño de Gohan se comprimió aún más, y en ese breve instante, Kioran sintió que sus ojos la atravesaban por completo, casi al punto de asfixiarla.
—Trunks está en peligro —pronunció lento; la mandíbula apretada, la mirada cada vez más fría—. No podemos darnos el lujo de actuar sin un plan.
—Pero…
—Yo me encargaré de Diecisiete y tú de Trunks.
—Es que… no es necesario que te…
—Basta, Kioran. —Si bien no alzó la voz, su tono fue tan acerado que ella se encogió con un respingo que no logró ocultar—. ¿Estás dispuesta a arriesgar su vida por no escucharme?
—¡Yo no he dicho…!
—Él es la última esperanza de este planeta, ¿entiendes? No tenemos tiempo para discutir. —Parpadeó una vez, luego su expresión se tornó indescifrable—. Solo haz lo que te pido.
Esas palabras cayeron sobre Kioran con el peso de una enorme roca sobre su espalda. Tragó saliva, luchando contra sus instintos pues Raditz la había criado para obedecer a los machos más fuertes de su raza. El impulso de acatar, de agachar la cabeza ante él, era casi insoportable.
Ya no se sentía capaz de seguir refutando sus argumentos. No cuando ese híbrido que volaba a su lado, de mirada gélida y rostro severo, era alguien que apenas reconocía.
Casi sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, asintió con un leve gesto al tiempo que apartaba la mirada.
Gohan también asintió, y sin más palabras, desapareció de nuevo convertido en un destello dorado. Kioran lo siguió a unos metros de distancia, el corazón latiéndole con fuerza. No era solo la transformación física lo que la había perturbado, sino también la implacable determinación que mostraba. Había una oscuridad en su energía, un matiz peligroso que no había percibido antes, y eso la inquietaba más de lo que estaba dispuesta a reconocer.
Volaron en silencio hasta que la ciudad destruida apareció ante ellos, como un paisaje arrancado de una pesadilla. Las luces de las explosiones parpadeaban a lo lejos, y el sonido sordo de la destrucción se mezclaba con el eco de los edificios colapsando. Kioran sintió un escalofrío recorrerle la columna. No podía percibir el ki de nadie más allí aparte de Trunks, es como si ya los hubieran aniquilado a todos por completo. Se preguntó si debería buscar algún sobreviviente o enfocarse en él… Y detuvo sus pensamientos desordenados. Su prioridad era el muchacho, no había tiempo para dudas. Además, el experto en percibir energías pequeñas era Gohan, no ella.
Kioran apretó los dientes cuando sus ojos localizaron a Trunks, lanzando golpes desesperados y ráfagas de energía contra Diecisiete, quien ni siquiera se molestaba en esquivarlos. Apenas se movía, observándolo con una indiferencia que rozaba lo insultante, su postura relajada y una sonrisa burlona en sus labios. Dieciocho permanecía sentada sobre unos escombros cercanos, con el rostro ausente, como si todo lo que sucedía alrededor no le importara en lo más mínimo. Balanceaba una pierna en el aire, aburrida, claramente esperando que algo más interesante ocurriera. Había hecho lo mismo cuando su terrorífico hermanito le estaba dando la paliza de su vida.
Gohan aterrizó en ese instante, su resplandor dorado iluminando la devastación a su alrededor. Kioran, flotando en el aire a prudente distancia, sintió un nudo en el estómago al ver la situación tan desbalanceada. Sabía cuál era su papel en esa misión, pero el peso de la realidad que enfrentaban hacía que, por un momento, todo pareciera demasiado abrumador.
—Vaya, vaya —murmuró Diecisiete, desviando sus ojos hacia Gohan mientras esquivaba otro golpe—. Estaba empezando a aburrirme. Me preguntaba cuándo te dignarías a aparecer.
El mestizo no le respondió, aunque mantenía toda su atención puesta en él. Y Trunks, que había estado demasiado distraído como para notar el ki de su maestro acercándose, se detuvo jadeando por el esfuerzo de haber intentado hacerle frente al androide de cabello negro.
—¡Gohan! —exclamó con la voz temblorosa, consciente de su impulsividad—. Lo siento… Yo… no podía quedarme de brazos cruzados mientras ellos… las personas...
Pero Gohan siguió sin mirarlo. Sus ojos no abandonaban a Diecisiete ni por un segundo, su cuerpo tensado, listo para lo inevitable. El androide lo observaba con una sonrisa llena de malicia, disfrutando del tenso silencio que precedía la tormenta.
—Te demoraste menos de lo que esperaba —dijo Diecisiete con ese tono despreocupado que tanto le caracterizaba—. Oye, y ¿cómo está ese hombro izquierdo? ¿Se te cerró la herida por fin? Fue hace tantos años…
Kioran decidió aterrizar en ese momento. No podía quitarse la sensación de que algo terrible estaba por suceder, y la actitud tranquila del androide solo hacía que su inquietud creciera más.
—Ah, y mira quién se nos une —continuó Diecisiete, clavando su mirada en ella—. La mujer más grosera que he conocido. Encantado de verte otra vez.
Kioran no se lo pensó dos veces antes de levantar un brazo y hacerle un corte de manga.
—Que te den, maricón —espetó, con aquella arrogancia que solo los saiyajin eran capaces de mostrar.
Diecisiete soltó una carcajada, claramente divertido por el insulto.
—Bueno, Gohan —pronunció, ignorándola deliberadamente—, ¿qué puedo decirte? La verdad es que te estaba esperando para que vieras esto... —Desplegó una sonrisa torcida que destilaba peligro.
El ambiente se tensó aún más, y antes de que nadie pudiera reaccionar, Diecisiete se movió a una velocidad casi imposible de seguir con los ojos. Alzó un pie que estrelló brutalmente contra la pierna de Trunks, rompiéndola en el acto. El grito desgarrador del joven se mezcló con el eco de la destrucción a su alrededor, un sonido que sacudió a Kioran hasta lo más profundo. Entonces, Diecisiete lo remató con un puñetazo directo al rostro, dejándolo inconsciente.
—¡Príncipe! —gritó la guerrera, su corazón saltando al ver al joven desplomado.
Pero no tuvo tiempo de procesar lo que estaba sucediendo. En un abrir y cerrar de ojos, Gohan ya estaba sobre el androide, atacándolo con una furia imparable. Sus golpes eran rápidos y contundentes, cada uno repleto de una rabia contenida amenazando con desbordarse. Kioran jamás lo había visto pelear con esa intensidad, y la visión de su furia la dejó momentáneamente paralizada. Sin embargo, Gohan había sido muy claro en sus instrucciones; básicamente le había ordenado que se encargara de salvar a su hermano menor. Y aunque había odiado el intercambio que tuvieron mientras volaban, ahora lo veía todo de manera diferente. Ahora lo entendía.
Corrió hacia Trunks sin perder el tiempo, su cuerpo moviéndose de manera automática. Lo levantó con cuidado mientras evaluaba las posibles vías de escape. El que tuviera la pierna rota hacía que cargarlo afectara su velocidad, pues no podría moverse como lo haría en otras circunstancias o le terminaría haciendo más daño.
Luego de unos segundos, Kioran concluyó que las casas en ruinas parecían ser su mejor opción. Si lograba esconderse entre los escombros, tal vez tendría una oportunidad de sacarlo de allí… pero tenía que hacerlo pronto, pues Gohan no duraría tanto tiempo distrayendo al androide. Sin proponérselo fijó su vista en ellos, que seguían enzarzados en su rencilla personal bajo la mirada aburrida de Dieciocho, quien consideraba la pelea poco más que un arranque de testosterona.
—Siempre tan dramático, Gohan —se burló Diecisiete—. No importa cuántas veces lo intentes, el resultado será el mismo: vas a perder.
Se lanzó hacia él con una velocidad vertiginosa, su puño buscando el rostro de su oponente a una velocidad impensada. Gohan logró ladearse ligeramente hacia un lado en el instante justo que el golpe pasó rozando su mejilla, dejando una línea de sangre en su piel. Sin perder un segundo, el androide giró sobre su eje, lanzando una patada circular. Gohan alzó su pierna izquierda para bloquearla con esfuerzo; el impacto lo hizo retroceder varios metros.
El suelo reclamó el movimiento de sus botas raspando contra la gravilla mientras recuperaba el equilibrio, jadeando ligeramente. A pesar del dolor que irradiaba en su pantorrilla por el impacto, su plan seguía funcionando tal y como lo había trazado. Así que volvió a cargar hacia adelante lanzando una ráfaga de golpes dirigidos al torso y al rostro del androide. Diecisiete, con su agilidad característica, bloqueó cada ataque con movimientos fluidos, pero Gohan no se detuvo.
Cada golpe era calculado, dirigido a mantener la atención de Diecisiete sobre él. Utilizó un patrón errático, alternando entre ataques rápidos y saltos evasivos, forzando al androide a seguirle el juego. En un movimiento inesperado, Gohan fingió un ataque frontal, pero en el último segundo se agachó para lanzar una poderosa patada ascendente que conectó con el mentón de Diecisiete, enviándolo hacia atrás.
—¡Bravo! —Su entonación era tan irónica que no parecía una felicitación en absoluto—. Por fin has logrado darme un buen golpe. Bien hecho.
—Gracias —masculló, dejando en claro que no le estaba agradeciendo de verdad.
—¿Sabes? Siempre me he preguntado cómo te las arreglas para vivir con un solo brazo. ¿Cómo lo haces? —Esquivó otro puñetazo directo a su torso—. ¿Alguien te cocina? ¿Quién te ata los zapatos, Trunks? ¿O la saiyajin grosera?
—No ganas nada diciéndome esas cosas. Yo sí puedo adaptarme. Puedo superar las dificultades. —Un nuevo golpe resonó en su antebrazo, obligándolo a alejarse usando un Kamehameha flojo, solo destinado a romper el contacto entre ellos.
Diecisiete se frenó en seco. El polvo del suelo se arremolinó bajo sus pies, pero él estaba demasiado entretenido pasándose la mano por sus negros cabellos como para notarlo.
—¡Eres tan inspirador! Seguro que todos esos sobrevivientes que has rescatado te rinden pleitesía. ¿Cuántos de ellos prenden una vela por ti cada noche? —Desapareció justo en el instante que Gohan iba a sujetarlo del cuello, reapareciendo tras su espalda con unas risitas sarcásticas—. ¿Has considerado escribir un libro de autoayuda? Oh… ¡Por favor, dime que siempre has sido diestro! Si no, es un gran problema.
Gohan ni siquiera se molestó en seguir respondiendo sus comentarios. Sabía que solo buscaba molestarlo por aquella desventaja física que él mismo había causado años atrás.
Aunque, muy en el fondo, le resultaba un despropósito negar que sí lograba llegar a su interior con esas crueles burlas. Hacía lo posible por ignorarlo, pero era como si Diecisiete supiera exactamente qué decir para sacarlo de quicio. Y si no hubiera pasado tantos años dominando la parte más oscura de su carácter, habría reventado mucho tiempo atrás…
A la distancia, Kioran continuaba estudiando el intercambio con los ojos muy abiertos. En ese momento, decidió que su mejor carta para llevarse a Trunks de allí era desplazarse en zigzag, confiando en que esa estrategia sería suficiente para ocultarse sin contratiempos.
Justo cuando estaba a punto de moverse, una gélida una voz la detuvo en seco.
—¿A dónde crees que vas? —Dieciocho se materializó a su espalda. El matiz sicótico de su ki hizo que un escalofrío le recorriera la columna completa—. No pienso dejar que te marches.
El pánico se apoderó de Kioran por un breve instante. Estaba atrapada, con Trunks a cuestas y la androide rubia bloqueando cualquier intento de escape. Si las cosas hubieran sido diferentes, no habría dudado en hacerle frente aún sabiendo que perdería, pero Trunks era su prioridad en ese momento, así que aplastó todos sus instintos para concentrarse en la situación, que era crítica. Necesitaba una distracción, algo que le diera al menos una pequeña ventaja para escabullirse. Justo cuando estaba pensando en ello, escuchó el familiar sonido de un ataque de energía concentrándose.
Gohan.
Ella reconoció de inmediato la maniobra. Era una de las tácticas que habían practicado durante sus entrenamientos. Gohan estaba cargando una gran bola de energía, y Kioran supo al instante lo que estaba por hacer. Él elevó su ki de repente, liberando una oleada de poder que resonó en el aire, pero en lugar de lanzar el ataque hacia Diecisiete, lo dirigió al suelo. El impacto no tenía el objetivo de ser devastador sino solo de distracción, por lo que levantó una masiva cortina de humo y escombros, ocultando todo a su alrededor en una nube densa.
«¡Es mi oportunidad!», se alegró Kioran, sintiendo una oleada de esperanza esparcirse por sus venas.
Sin perder un segundo, ocultó su ki al completo y cargando a Trunks con todo el cuidado posible, se escabulló en dirección a una enorme casa en ruinas que ya tenía avistada. La clave era el sigilo, moverse entre las sombras que el polvo y los escombros creaban. Con la cortina de humo cubriendo sus movimientos, logró adentrarse en la construcción, buscando desesperadamente un lugar donde ocultarse.
—Aguanta, príncipe —musitó atisbando brevemente el rostro inconsciente de Trunks—. Solo un poco más, aguanta.
Su respiración se volvía cada vez más errática, pero se forzaba a mantener la calma. Necesitaba encontrar algún lugar dentro de la casa en donde pudieran estar lo suficientemente ocultos mientras Gohan les daba el tiempo necesario para escabullirse de allí y escapar finalmente.
«Maldición…», pensó mientras se movía con dificultad entre los restos de paredes derrumbadas y escombros que se amontonaban a su alrededor. Daba vistazos furtivos en todas direcciones, temiendo que en cualquier momento Diecisiete o Dieciocho aparecieran. Sabía que los androides no tardarían en empezar a buscarlos, y aunque hacía todo lo posible por ocultar su ki, también sabía que aquellos dos eran impredecibles, letales. Trunks, el patrullero, le había comentado algunas veces de la brutalidad de esos androides mientras la entrenaba en tiempos que ahora parecían muy lejanos, y jamás se le habría ocurrido que terminaría experimentándolo en carne propia.
Finalmente, Kioran encontró una habitación dentro del edificio y se dirigió hacia allí sin perder tiempo. Depositó a Trunks en el suelo con sumo cuidado, cubriéndolo con parte de su cuerpo, intentando protegerlo lo mejor que podía. El ambiente estaba cargado de polvo, y cada respiro le raspaba la garganta, pero sabía que moverse sería un error fatal. Si se descuidaba en lo más mínimo, los androides los descubrirían al instante.
Mientras tanto, en el exterior, Gohan hizo lo mismo que Kioran: deshizo la transformación, ocultó su ki por completo, y empezó a escabullirse por otra casa en ruinas, siguiendo el mismo plan. Diecisiete y Dieciocho parecían completamente despreocupados, pero no dispuestos a dejar que el juego terminara tan fácilmente.
—No creo que hayan ido muy lejos —dijo Dieciocho, su tono cargado de indiferencia, como si la situación fuera una molestia más en su aburrida rutina.
—Cierto —concordó Diecisiete, llevándose una mano al cabello para acomodarlo—. Seguro están escondidos como ratas. Solo tenemos que destruir lo que queda de esta ciudad hasta desvanecerla por completo.
Sin más advertencia, ambos se elevaron en el aire y comenzaron a lanzar una lluvia de ataques masivos. Los pocos edificios que quedaban en pie fueron reducidos a escombros en cuestión de segundos, mientras las explosiones reverberaban por toda la ciudad destruida.
Kioran, completamente agazapada sobre Trunks, apretó la cabeza contra su pecho, intentando sofocar su respiración entrecortada. El polvo de cemento se arremolinaba a su alrededor, metiéndosele en los pulmones, quemando su garganta. Apretó los dientes con fuerza. Al notar que el chiquillo se quejaba, le tapó la boca y la nariz para impedir que el polvillo se filtrara a sus pulmones también; como eso no sirvió, alzó su torso y lo pegó contra su armadura para cubrirlo. De alguna manera tendrían que resistir.
«No te muevas… No respires… No hagas ruido…», se repetía mentalmente, con los músculos tensos al máximo, aguantando los escombros que caían a su alrededor, sobre su espalda, y sobre la cabeza.
Entonces, sin previo aviso, el aire cargado de polvo de cemento trajo consigo un aroma conocido. Gohan había llegado en completo silencio, y antes de que Kioran pudiera reaccionar, él se colocó sobre ellos, cubriéndolos con su cuerpo mientras los escombros caían con más fuerza. El estruendo era ensordecedor, los fragmentos de la construcción se desplomaban como una lluvia implacable, pero, increíblemente, ella se sintió protegida.
El tiempo parecía haberse ralentizado. A pesar del caos a su alrededor, Kioran escuchaba su propio corazón retumbando en sus oídos, acelerado por la adrenalina. Pero, debajo de esa corriente de tensión, algo dentro de ella se calmó. Gohan estaba allí, firme, cubriéndola a ella y a Trunks, absorbiendo el impacto más violento de los escombros sobre su enorme espalda.
Y, en medio de tal desastre, experimentó una extraña y casi inquietante seguridad, sensación que la tomó completamente por sorpresa. No tenía sentido. No era lógico, ni mucho menos apropiado dadas las circunstancias. ¿Cómo podía sentirse así cuando estaba prácticamente enterrada bajo los escombros de una mansión en ruinas? Pero allí se encontraba ese leve consuelo de saber que Gohan estaba protegiéndola… a Trunks, principalmente, y a ella por extensión. O eso creía.
Tras un rato que se sintió aterradoramente eterno, la última explosión resonó en el aire, y la enorme casa prácticamente se desmoronó por completo, enterrándolos bajo una gruesa capa de escombros y polvo. El estruendo de la destrucción dio paso a un silencio profundo, pesado, solo interrumpido por el sonido del polvo asentándose. Los androides se habían marchado, dejando tras de sí una quietud que contrastaba con el caos anterior.
Solo con su fuerza física, sin elevar ni un poco su ki, Gohan quitó los escombros que quedaban sobre ellos, ayudando a Kioran a ponerse en pie. Se la veía sin heridas de gravedad, a pesar de que tenía el rostro bañado en sangre que, por lo visto, venía de su cabeza.
Kioran trastabilló un poco. Sentía que todo le daba vueltas, y el polvo seco que había inhalado se le quedó pegado en la garganta, haciéndola toser y carraspear durante varios segundos. Finalmente logró recomponerse, aunque todavía sentía los pulmones muy pesados. Intentó dar un paso, pero una oleada de mareo la hizo tambalearse. No quería admitir que entre el polvo y los escombros que la golpearon antes de que Gohan llegara, había quedado bastante desorientada.
Justo cuando sus piernas amenazaban con fallarle, sintió una mano firme en su cintura, estabilizándola sin esfuerzo. Gohan la sostuvo impidiendo que se desplomara. El contacto la tomó completamente por sorpresa, y en ese instante, su mente pareció quedarse en blanco. La cercanía de su cuerpo, la calidez de su mano… su respiración se aceleró, pero no por el cansancio o el esfuerzo. Era otra cosa. Algo distinto.
—Cuidado —murmuró Gohan, sin disimular su preocupación—, ¿estás bien?
Kioran intentó responder como lo haría en cualquier otro momento, pero algo en su interior se sentía extraño. El calor de esa mano en su estómago, la firmeza con la que la sostenía... No era una sensación desagradable, en absoluto. Y eso la puso aún más nerviosa. Se esforzó por apartar ese pensamiento, pero no podía evitar la confusión que le generaba.
—Estoy bien —afirmó, intentando impregnar su voz de seguridad, aunque en realidad sonó más temblorosa de lo que habría querido. Se apresuró a limpiarse el rostro con las manos, agradeciendo que la sangre que corría por su frente cubriera el rubor inesperado que sentía arder en sus mejillas. «¿Por qué demonios me estoy sonrojando?», pensó, furiosa consigo misma. No tenía sentido.
Gohan no parecía notar su desconcierto. La soltó solo cuando estuvo seguro de que podía mantenerse en pie sin desequilibrarse otra vez. Ella desvió la mirada, con la sensación de ese toque grabado a fuego en su piel. Sus puños se apretaron por la frustración de notar cómo su propio cuerpo reaccionaba de maneras que no lograba entender.
«No es el momento ni el lugar para andar con estupideces», se reprendió mentalmente. Pero la definición vulnerable rondaba en su cabeza como un satélite, sin poder apartarla. Intentó aferrarse a la conocida sensación de la rabia, buscarla dentro de sí misma, pero, para su sorpresa, no la pudo encontrar. Y eso solo reforzaba su desconcierto.
Gohan ya había vuelto a concentrarse en Trunks. Se agachó junto a él, tomó su pulso y, tras unos segundos, suspiró con alivio. El ritmo era estable. Solo seguía noqueado, y aunque tenía algunos rasguños y moretones, el único daño serio era su pierna rota. Afortunadamente no estaba en riesgo vital, y eso era lo único que importaba.
Kioran dio un paso hacia ellos, como si también necesitara cerciorarse de que Trunks estaba bien. Volvió a trastabillar y se llevó una mano a la cabeza, resistiendo una punzada de dolor que le recorrió el cráneo. La herida en su cuero cabelludo palpitaba con fuerza, pero seguía sin querer admitir cuán mal se sentía.
Gohan volteó a verla de inmediato, listo para sostenerla otra vez si era necesario. Sin embargo, Kioran levantó una mano en señal de que no hacía falta, aunque su expresión era todo menos convincente.
—Estoy bien, estoy bien —volvió a decir, frotándose el rostro una vez más para limpiar la sangre que seguía manchando su piel—. Las heridas en la cabeza siempre sangran mucho. Seguramente se ve peor de lo que es.
La forma en que lo decía, como intentando restarle importancia a su propio estado, hizo que Gohan frunciera levemente el ceño. No dijo nada, pero sus ojos reflejaban una inquietud que no conseguía ocultar por completo. Se agachó para levantar a Trunks con cuidado, colocándolo sobre su hombro derecho sin mover en lo posible su pierna herida. El joven soltó un leve gemido, pero no despertó.
—Vamos despacio —sugirió Gohan, sin dejar de mirarla—. Así no nos arriesgamos a hacerle más daño en la pierna, y nosotros podemos recuperar fuerzas.
Kioran asintió, aunque su orgullo la empujaba a negar que necesitara «recuperarse». Sin embargo, tras todo lo que habían pasado, agradecía bajar un poco el ritmo.
Caminaron por un rato, y una vez Gohan estuvo seguro de que los androides no los percibirían, alzaron el vuelo a una velocidad muy suave. Pronto llegaron a la Corporación Cápsula, donde Bulma los esperaba en el exterior, caminando de un lado a otro con los nervios a flor de piel. Cuando vio a Gohan aterrizar con Trunks en brazos, corrió hacia ellos de inmediato con ademán ansioso.
—Tranquila, Bulma —dijo Gohan, intentando apaciguarla—. Solo tiene una pierna rota, nada grave.
—¿Lo metemos en la cámara de recuperación? —preguntó ella, casi sin aliento, señalando hacia el interior de la casa en donde tenía la cámara lista para ser usada.
—No es necesario —desestimó, sacudiendo la cabeza con suavidad—, no corre riesgo vital. Será mejor llevarlo a su habitación. El médico puede entablillarle la pierna y darle algún analgésico antes de que despierte y sienta todo el dolor.
Ingresaron a la casa. Gohan, familiarizado con el lugar, se adelantó y se dirigió directamente a la habitación de Trunks, donde lo depositó con sumo cuidado sobre la cama. El chiquillo volvió a quejarse entre sueños.
—El doctor ya viene en camino —informó Bulma, después de haber hecho la llamada en cuanto entraron.
Entonces, salieron de la habitación dejando la puerta entreabierta. Fue en ese momento que Kioran rompió el silencio con una pregunta que rondaba en su cabeza:
—No entiendo por qué no usan la cámara con el pequeño príncipe. Su pierna se recuperaría mucho más rápido —comentó, lanzando vistazos a la puerta de la habitación y luego a Gohan y Bulma. Su voz sonaba rasposa y entrecortada producto de la resequedad provocada por el polvo de los escombros.
—La reservamos solo para emergencias —explicó la mujer en voz baja—. El compuesto medicinal que desarrollé contiene ingredientes muy raros y difíciles de conseguir, así que solo la usamos en casos de vida o muerte.
Kioran se detuvo, parpadeando de sorpresa ante la explicación.
—¿Eh? —exclamó, confundida—. ¿Y por qué la usaron conmigo, entonces? No deberían haberla desperdiciado…
Antes de que pudiera continuar, Gohan la interrumpió con una firmeza que la dejó helada.
—No fue un desperdicio —dijo, mirándola directamente a los ojos—. Tú lo necesitabas. No pienses eso, Kioran.
El tono serio de su voz y la intensidad en su mirada hicieron que Kioran tragara saliva, sintiéndose descolocada por la convicción en sus palabras. Sin saber cómo reaccionar, alzó una toalla que había cogido de la habitación de Trunks y empezó a limpiar los restos de sangre de su rostro y su cabello, utilizando ese gesto como una excusa para evitar el contacto visual.
—Muchas gracias a los dos por salvar a mi hijo… —dijo Bulma, aprovechando el momento para expresar su gratitud con una calidez que hacía brillar sus ojos. Tenía una sonrisa genuina, aunque el cansancio y la tensión de los últimos momentos aún pesaban sobre ella.
Abrazó a Gohan suavemente, rodeándolo con sus brazos en un gesto que reflejaba años de cariño y profunda confianza. No era alguien que acostumbrara a dar muestras de afecto con facilidad, pero con él la relación era diferente. Había visto crecer a ese niño, y desde la muerte de Chichi, se había convertido en una especie de madre sustituta, cuidando de él de la mejor manera que podía.
Gohan le devolvió el abrazo con gesto reflexivo.
Kioran bajó lentamente la mano que sujetaba la toalla, observando la escena desde una distancia incómoda. No sabía muy bien cómo reaccionar al respecto. Había notado el afecto que Bulma le demostraba a Gohan en un sinnúmero de detalles, pero era algo que no terminaba de encajar en su propia experiencia. Por un breve momento, sus pensamientos divagaron hacia el recuerdo borroso de su propia madre, una figura que, aunque distante, ocupaba un espacio dolorosamente vacío en su memoria.
Entonces, Bulma se acercó a ella, demasiado rápido para su gusto. Dio un salto hacia atrás sin pensar, soltando la toalla y retrocediendo varios pasos con la alarma ocupando todo su rostro. La científica se detuvo de golpe, desconcertada, y su expresión cálida se desvaneció, sustituida por una de preocupación.
—¿Qué te ocurre? —preguntó.
Gohan, siempre observador, notó el pequeño detalle que otros no habrían percibido: la cola de Kioran erizada, vibrando en señal de alarma. «Está… ¿asustada?», caviló, reconociendo esa reacción instintiva.
—Tranquila, Kioran —murmuró Gohan, cerrando la distancia con lentitud, como si estuviera lidiando con una criatura salvaje que podía huir o atacar en cualquier momento—. Bulma solo quería abrazarte, eso es todo.
—Pues claro —confirmó ella, su tono volviendo a ser más relajado—. Tú también salvaste a Trunks. Estoy muy agradecida contigo.
—Eh..., yo no... —balbuceó Kioran, claramente desconcertada—. Señora, eso no..., yo... nunca antes me...
—¿Nunca antes qué? —repitió Bulma, intrigada por su reacción.
Kioran se quedó en silencio, apretando los labios con fuerza, como si estuviera debatiendo consigo misma si decir lo que pasaba por su mente. Finalmente, con una voz temblorosa que contrastaba con su habitual dureza, logró articular las palabras:
—Nunca... me han dado un a-abrazo... —Su rostro levemente sonrojado revelaba la vergüenza que sentía al admitirlo.
El silencio que siguió fue espeso. Tanto Bulma como Gohan intercambiaron miradas de asombro. No era fácil procesar lo que acababan de escuchar. Para alguien como Kioran, que se mostraba orgullosa y fuerte en todo momento, esa confesión los dejó a ambos sin palabras por unos instantes. Bulma, siempre rápida en recuperar la compostura, volvió a centrar su mirada en ella.
—¿Cómo es eso de que nunca te han abrazado? —preguntó, aunque su tono denotaba más incredulidad que una auténtica curiosidad.
Kioran negó con la cabeza, como si la idea misma de haber recibido un abrazo fuera inconcebible para ella.
—Imposible. Seguro que, cuando eras niña, tus padres te habrán abrazado. —¿Una infancia sin abrazos ni demostraciones de amor? Le resultaba inconcebible.
—Los padres saiyajines no son cariñosos —afirmó Kioran por rellenar la conversación, esta vez con un tono frío y distante, evitando a toda costa el contacto visual con ambos.
En realidad, lo que decía no era del todo cierto. Kioran intuía que su madre la había abrazado muchas veces, pero eran recuerdos tan borrosos que apenas podían catalogarse como reales. Eran más impresiones vagas, fragmentos de una memoria que nunca había sido muy clara, insuficientes para entender lo que significaba ese tipo de afecto cercano y tangible.
—Vaya... —murmuró Bulma, asimilando la confesión.
Gohan ladeó la cabeza, reflexionando sobre lo que acababa de escuchar. Pensó en su propio padre, Goku, que había sido cálido y afectuoso, siempre dispuesto a darle abrazos o revolverle el cabello con cariño, y se dio cuenta de lo afortunado que había sido en ese sentido. Claro que su papá no fue como los demás saiyajin, pues el golpe en la cabeza que sufrió siendo niño lo había despojado del instinto básico de aquella raza guerrera. Luego recordó a Vegeta, y la simple idea de aquel orgulloso príncipe abrazando a Trunks se le antojaba tan imposible que, en ese momento, la pudo comprender mucho mejor.
Bulma también pareció llegar a la misma conclusión, y cuando finalmente habló, su tono reflejaba una profunda empatía.
—Ya entiendo —afirmó al tiempo que asentía con la cabeza, como si todo encajara de repente—. Discúlpame, Kioran. No quería hacerte sentir incómoda.
Todavía luchando internamente con esa nueva sensación de vulnerabilidad, Kioran bajó la mirada, incómoda por la situación. No sabía qué estarían pensando sobre ella, pues el único que sabía un poco (muy poco) era Gohan, pero en ese momento no tenía mucha importancia. No esperaba que se pusieran en su lugar, solo deseaba que Bulma no se molestara por algo que no podía controlar.
—No… Yo soy el problema —murmuró tras unos instantes, incapaz de sostener la conversación por mucho más tiempo. Hablar de esas cosas era como caminar sobre un campo minado de traumas emocionales que no deseaba explorar por ningún motivo.
Bulma, sin embargo, decidió suavizar el momento con una solución intermedia.
—¿Me dejas darte la mano, en ese caso? —preguntó, ofreciendo un pequeño gesto de agradecimiento que parecía más fácil de aceptar.
Kioran buscó instintivamente a Gohan con la mirada, como si necesitara una especie de aprobación. Él le dio un breve asentimiento. Con un ligero quejido bajo, Kioran estiró su mano hacia Bulma, y esta la cogió con afecto.
—Gracias por traer a mi hijo con vida —susurró vibrando de sinceridad.
La guerrera no supo qué decir. Las palabras se le atoraban en la garganta, y su boca temblaba como si no pudiera formar ningún vocablo coherente. No estaba acostumbrada a ese tipo de gratitud, menos en forma de contacto físico, aunque fuera algo tan sencillo como un apretón de manos. Finalmente Bulma la soltó, dejando que la tensión del momento se disipara.
Con un suspiro, sacó un cigarrillo de su camisa y lo encendió, inhalando el humo mientras intentaba recuperar su compostura habitual.
—Iré a ver cómo sigue ese muchacho —dijo rodando los ojos hacia las alturas, algo exasperada al recordar cómo se había marchado impetuosamente.
«Humillado», pensó Kioran, segura de que el orgullo saiyajin del joven estaría ardiendo de furia y clamando por venganza tan pronto abriera los ojos.
—Es mejor que nos vayamos —propuso Gohan, una vez Bulma cerró la puerta—. ¿Cómo te sientes, todavía mareada?
—Bien —respondió sin más. Afortunadamente el mareo ya se le había pasado, y aunque seguía un poco atontada, prefería no decirlo. Lo que más la molestaba en ese momento, sin contar la herida palpitante de su cabeza, era la pesadez en sus pulmones y la sequedad de su garganta. Iba a beberse toda el agua de reserva de su casa apenas llegara.
Ambos salieron de la Corporación Cápsula en silencio, y al volar de regreso a hogares contiguos, lo hicieron a una velocidad moderada, dejando que el aire fresco de la noche les despejara la mente. Aterrizaron suavemente al llegar, la oscuridad de la noche ocultando los detalles del terreno a su alrededor.
—Espera, Kioran —llamó Gohan de repente, deteniéndose a unos pasos de ella. El tono solemne de su voz la hizo voltear de inmediato en su dirección—. Hace rato… cuando me convertí en Super Saiyajin, te asusté, ¿verdad?
—¡N-no! —se apresuró a contestar, casi demasiado rápido.
La verdad era algo que no quería revelar, porque sí, se había asustado. La transformación trajo consigo un aura tan oscura, tan diferente a lo que conocía de Gohan, que la desconcertó por completo. Y esa manera de hablar, con una rudeza que nunca le había escuchado, mucho menos dirigida hacia ella…
Agachó la mirada, esperando que esa negación le impidiera insistir.
Sin embargo, Gohan notó el cambio en su postura, cómo sus manos se retorcían frente a su regazo, la punta de su cola en un vaivén nervioso. Ladeó la cabeza, observándola con una sonrisa apenada, casi disculpándose sin palabras.
—Lo siento —pronunció suavemente—. No pretendía asustarte. Tampoco cuando te hablé de esa forma… De verdad, lo siento mucho.
—Ya te d-dije que no… —protestó con la boca pequeña. Las palabras salían más flojas de lo que hubiera querido. Miró hacia otro lado, tratando de evitar sus ojos—. Dime algo… ¿no te transformas para entrenar con nosotros por… eso?
«Eso» era la otra parte que Kioran tampoco deseaba confesar, porque hacerlo significaba reconocer que no solo la había inquietado la violencia subyacente en su transformación, sino el darse cuenta que tales sentimientos —el odio visceral, la rabia, la frustración— podían habitar en él. Si antes lo consideraba una especie de monje, ahora lo veía como lo que era realmente: un hombre, un mestizo humano-saiyajin que podía albergar los mismos sentimientos que ella, solo que los tenía bajo un férreo control… excepto cuando se transformaba. Ella, que por tanto tiempo odió que se comportara de manera tan pasiva, cuando lo vio actuar como lo haría un verdadero macho de su raza, se sintió… de una manera que no le agradó en absoluto. Quería verlo reaccionar como si tuviera sangre en las venas, sí, pero no de esa manera, no como si fuese alguien completamente distinto…
Y había algo más, una intuición, la sensación de que se estaba refrenando por algún motivo… De que su poder era mucho más grande… No lo tenía muy claro, pero confiaba en sus instintos, y eso era lo que le gritaban: que había mucho más de lo que mostraba en la superficie.
—¿Eso? —repitió Gohan, pensativo. Repasó lo sucedido en su mente y creyó dar con lo que Kioran señalaba como «eso»—. No, no tiene que ver con la transformación en Super Saiyajin. Son… los androides.
Dirigió la mirada hacia su único brazo, como si en él se encontraran las respuestas que ella buscaba.
—Esas malditas máquinas acabaron con todo lo bueno que había en este planeta… mataron a mi familia, a mis amigos… —su voz era baja, pero cargada de un dolor profundo—. Lo que sea que tenga que ver con ellos saca lo peor de mí. Perdona.
Kioran deglutió en seco, todavía asimilando la información.
—Solo me pillaste de sorpresa, nada más —se justificó después de unos segundos, tratando de desviar la conversación.
Entonces, algo que no había notado antes captó su atención. Su vista se clavó en el tríceps de Gohan, donde un profundo corte surcaba su piel. Sin pensarlo, eliminó la distancia de dos zancadas y le cogió el brazo con ambas manos.
—Tienes una herida muy fea aquí.
Gohan siguió su mirada y, por primera vez, pareció tomar conciencia del corte. Hasta ese momento, ni siquiera había registrado el dolor. Sonrió con esa calma habitual que parecía emerger en los peores momentos… mas luego de la energía virulenta que desprendió transformado en Super Saiyajin, Kioran casi le agradeció que se comportara como siempre otra vez.
—No es nada, puedo resolverlo sin problema —aseguró, restando importancia a lo que para ella era claramente más serio.
Pero Kioran no estaba dispuesta a dejarlo pasar. Sus ojos brillaron con una determinación que él ya había aprendido a no subestimar.
—Ni lo sueñes, híbrido. Entremos, que me voy a encargar de esto.
Y antes de que Gohan pudiera empezar a pronunciar una protesta, Kioran ya lo estaba empujando impetuosamente hacia la entrada de su casa cápsula.
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N. de la A.:
¡Ha llegado un nuevo sábado! Un nuevo capítulo, un nuevo drama, y nuevos avances en este vínculo. Pero, antes de comentarlo, ¡mil gracias a todos por sus votos y comentarios! Me honra que esta historia continúe por tantas semanas ininterrumpidas en el primer lugar o en el top de sus categorías. ¡Gracias por tanto apoyo!
Ahora, hablando de lo que ha pasado… de las reacciones de Kioran causadas por la actitud de Gohan… Es un shock para ella ver a alguien tan permanentemente tranquilo (un «monje de mierda» como lo llamó alguna vez xD) sacar a relucir ese lado salvaje que normalmente mantiene oculto del mundo. ¿Qué si le gustó? Para nada. Lo odió por completo. Recién allí se da cuenta que el carácter tranquilo de Gohan no es lo peor del mundo, sino todo lo contrario…
El próximo sábado saldremos de dudas en varios aspectos. ¡Lo prometo!
Si te gustó el capítulo de hoy, ¡no seas tímido/a! Muéstrame tu entusiasmo con comentarios, estrellitas y kudos. ¡Incluso si solo me saludas, estaré muy feliz!
Nos vemos en el siguiente…
Amor y felicidad para todos.
Stacy Adler.
