Draco salió del despacho de Snape con el ceño fruncido y la cabeza llena de preguntas. Su padrino no había dicho mucho. Apenas lo había mirado con esa expresión inescrutable antes de responder con la vaguedad habitual que usaba cuando no quería revelar demasiado.

"Si Potter ha estado practicando magia oscura, entonces las consecuencias pueden ser graves. Pero sin más información, no puedo decirte qué le sucede." Eso había dicho Sev antes de despedirlo.

Pero Draco no era idiota. Él estaba convencido de que Severus sabía que algo estaba mal con Potter. Tal vez no conocía todos los detalles, pero sí lo suficiente como para no estar sorprendido cuando se lo mencionó, y si su padrino no lo iba a decir directamente, entonces tendría que encontrar las respuestas por su cuenta, y para su sorpresa, la oportunidad llegó antes de lo que esperaba.

Era una tarde lluviosa cuando Draco vio a Harry escabullirse fuera de la torre de Gryffindor, así que el también se levantó, salió del comedor, esperó unos minutos y lo siguió.

Lo vio dirigirse hacia el tercer piso caminando con pasos silenciosos pero apresurados.

¿A dónde demonios vas, Potter?

Con cuidado, Draco dobló una esquina y se detuvo justo antes de que Harry desapareciera detrás de una puerta de madera al final del pasillo.

Esperó un momento afuera de la puerta, tomó su varita preparándose para lo que sea que pudiera encontrarse y giró la perilla con cautela. Para su sorpresa, la puerta se abrió sin resistencia. No obstante, lo que vio en el interior hizo que su respiración se detuviera.

Harry estaba arrodillado en el suelo con una mano apoyada en el frío mármol y la otra apretando con fuerza su pecho. Había sangre en el suelo, no mucha, pero lo suficiente para que Draco sintiera que algo dentro de él se tensaba.

Harry jadeaba, su rostro pálido y cubierto de sudor. Sus gafas estaban torcidas y sus labios entreabiertos, como si estuviera luchando por respirar.

Por un instante, Draco se quedó inmóvil.

Pero entonces Harry se inclinó hacia adelante, temblando, y Draco actuó sin pensar. De inmediato cruzó la habitación en un par de pasos y se arrodilló a su lado.

— ¡Harry!

Cuando sus ojos verdes se encontraron con los suyos, Draco sintió una punzada en el pecho. Nunca había visto esa expresión en él. No era rabia, ni desafío, ni la testaruda determinación que Potter siempre mostraba, era algo mucho peor, era resignación.

— Déjame en paz, Malfoy — susurró

Draco apretó la mandíbula.

— Cállate — dijo con rudeza—. ¿Qué demonios te pasa?

Harry apartó la mirada. — No es asunto tuyo.

— Lo haré mi maldito asunto si sigues colapsando por los pasillos — gruñó Draco.

Harry intentó empujarlo débilmente, pero no tenía fuerza. — No necesito tu ayuda.

Draco soltó una risa seca, sin humor.

—Sí, claro. Porque escupir sangre en el suelo es algo que todo el mundo hace. No seas estúpido, Potter.

Harry cerró los ojos, exhalando lentamente; su piel estaba demasiado pálida, casi traslúcida bajo la luz tenue de la habitación. Había una sombra en su expresión, un agotamiento que iba más allá del físico.

Draco lo observó con detenimiento. Algo lo estaba matando y Potter estaba dejando que sucediera.

Inevitablemente, el de ojos plateados sintió que su rabia crecía. — Vas a decirme la verdad, Potter — dijo con voz baja y peligrosa —. O te aseguro que lo averiguaré por mi cuenta.

Harry no respondió, pero en su silencio, Draco encontró la confirmación que necesitaba.

—Bien — murmuró poniéndose de pie lentamente.

Con una última mirada a Harry, salió de la habitación con su mente ya trabajando en lo que haría a continuación. No importaba cuánto intentara ocultarlo, Draco Malfoy iba a descubrir qué demonios le pasaba al famoso salvador del mundo mágico.

•—•—•

Draco no dejó de pensar en lo que vio aquella tarde, pero el problema era que no sabía qué hacer con esa información.

Sabía que Harry... No, Potter. Sabía que Potter estaba enfermando. Sabía que era grave. Y sabía con una certeza inquietante que si no hacía algo iba a terminar colapsando por completo.

Claramente, no podía ir directamente a él. Potter era un idiota testarudo y nunca aceptaría ayuda, especialmente viniendo de él, por lo que Draco siguió observando.

•—•—•

Del otro lado del castillo, en la oficina del director, Albus miraba su mano detenidamente. Insensatamente, tocó el anillo de Sorvolo Gaunt y una maldición mortal se activó; en menos de una semana, la piel de su mano se tornó de un color negro marchito como si hubiera muerto.

— ¿Director? — Interrumpió Severus.

— Ah, mi muchacho. Adelante.

— ¿Querías verme, Albus?

El anciano suspiró y reveló su mano frente a él. Severus se sorprendió internamente, mas no lo demostró.

— ¿Albus?

— Parece que no he aprendido nada a lo largo de todos estos años... — Con esa misma mano sacó de su cajón el anillo maldito y lo colocó sobre el diario de Tom que se encontraba encima de su escritorio.

Severus lo hizo levitar y lo examinó detenidamente.

— Parece que tu deducción es cierta, no has aprendido nada, Albus.

Con sus conocimientos como medimago, agilidad y un par de movimientos más, Severus le hizo un examen completo al hombre frente a él.

— ¿Cuánto tiempo? — preguntó Albus. Si había alguien en quien podía confiar era en el maestro de pociones que estaba de pie frente a él.

— Meses. No más de un año...

Albus asintió.

— Bien. Severus, mi muchacho, hay algo que debo mostrarte.

— Sabía que no podía correr con tanta suerte como para escuchar un "buenas noches" y ya. — Se burló – ¿Qué es eso que requiere mi atención en este momento?

El director rio ante su humor.

— Mientras Harry se encontraba en la enfermería, algo en él llamó mi atención.

— ¿Todavía existe algo más interesante en el chico además de sobrevivir a una maldición asesina? — cuestionó nuevamente con sarcasmo.

Albus lo miró con reproche, pero no dijo nada.

— Lo hace. Su cicatriz se desvaneció considerablemente.

La máscara de indiferencia en el rostro del maestro de pociones desapareció, e inmediatamente alzó la manga de su túnica. La marca tenebrosa, aquella que le recordaba todos los días lo estúpido que había sido en su juventud al aceptarla, se veía más tenue que nunca.

— Es cierto... — Susurró con sorpresa genuina.

El anciano tampoco pudo evitar sentir una chispa de alivio y esperanza.

— ¿Qué significa? ¿Qué tiene que ver con lo que querías mostrarme?

Con un suspiro y con prisa, el director le mostró en el pensadero todos sus recuerdos sobre los horrocruxes y le hizo saber que aún le hacía falta encontrar dos. Todas las preguntas que Severus se formuló aquella noche fueron respondidas; Voldemort seguía manteniendo dos partes de su alma en el plano terrenal, pero no más. Pronto entendió que esa podría ser la única y última oportunidad de ganar aquella batalla sangrienta.

Luego de escuchar las teorías del director, desarrollar las suyas propias, fungir como testigo del testamento que Albus estaba redactando, administrarle una poción que le ayudara temporalmente con los síntomas de aquella mortal maldición y colocar vendajes alrededor de su mano, escuchó una última petición.

— Severus, hijo... — El pocionista se tragó el nudo en su garganta que se formó. — Necesito pedirte un último favor.

— ¿Qué podría ser?

— Harry... Ya no es seguro para él volver a Privet Drive, y yo no puedo cuidar de él ahora...

Por primera vez, Severus asintió estando de acuerdo. Por un momento consideró la idea de hablarle sobre lo que le dijo su ahijado y lo que él mismo había visto en Potter, pero decidió que el anciano ya tenía más que suficiente encima. Él tomaría consigo esa responsabilidad.

— Pasará el verano aquí. Yo me aseguraré de que no actúe como un maldito Gryffindor impulsivo.

Dicho eso, Severus se retiró a sus propios aposentos.

•—•—•

Fiel a su palabra, Severus decidió saber a qué se enfrentaba y nadie mejor que su ahijado para recopilar la información que necesitaba sobre Potter y la condición por la que actualmente este atravesaba.

La noche en que Snape lo llamó a su despacho, Draco supo que algo había cambiado.

— ¿Por qué tienes tanto interés en Potter?

Su padrino no solía perder tiempo con rodeos.

Draco, sentado frente a su escritorio, se cruzó de brazos con fingida indiferencia.

— Buenas noches, padrino. ¿Cómo estás? Yo estoy bien, ¿sabes? Aun no sé cuánto saqué, pero creo que me fue bien en los exámenes que presenté ayer.

— Draco... — Gruñó el pocionista.

El de ojos plateados suspiró. — No tengo interés en Potter — respondió.

Snape lo fulminó con la mirada.

— No me tomes por tonto, Draco. He visto cómo lo observas.

Draco apretó la mandíbula. — No es lo que piensas.

Snape levantó una ceja.

—Ah, ¿no? Entonces dime, ¿por qué mi ahijado se está comportando como si fuera la niñera personal del "Niño Que Vivió"?

Draco sintió un nudo en el estómago. — No es eso... — murmuró, desviando la mirada.

Snape se inclinó ligeramente hacia adelante. — Entonces explícame qué es.

Draco dudó por un momento. Decirle la verdad significaba admitir que le importaba lo que pasara con Potter. Y eso... eso era complicado. Pero Severus ya sabía que algo pasaba y Draco podía ser muchas cosas, menos estúpido; si alguien podía descubrir qué estaba mal con Potter, era su padrino. Así que tomó aire y soltó las palabras con cautela.

— Potter está enfermo.

Snape no se movió y Draco continuó antes de que pudiera interrumpirlo.

— Lo he estado observando. No es solo que se vea cansado. Apenas come, su magia está fallando, y... — tragó saliva, recordando la sangre en el suelo — lo vi colapsar el otro día.

Snape mantuvo el rostro impasible, pero sus ojos oscuros brillaron con un destello que Draco reconoció, era el mismo que tenía cuando estaba analizando una poción peligrosa o enfrentando una amenaza real.

Finalmente, Snape habló.

— Bien. Déjamelo a mí.

— ¿Qué? — Draco frunció el ceño.

— No quiero que te involucres más en esto, Draco. — Su voz era firme, inapelable.

Draco sintió una punzada de frustración. — No puedes simplemente apartarme — espetó —. Fui yo quien lo descubrió.

— Y ahora es mi problema. No el tuyo. — Snape lo miró con severidad.

Draco abrió la boca para protestar, pero su padrino ya había tomado una decisión.

— No harás nada más — sentenció Snape—. Yo me encargaré de Potter.

Draco sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero no aceptó nada en voz alta.

— Y, Draco...

— ¿Padrino?

— Estoy convenido de que te fue bien.

Una sonrisa iluminó el rostro del rubio.

•—•—•

Los exámenes finales llegaron mucho antes de lo esperado de acuerdo al calendario escolar de cada año, y es que los respectivos directores tenían intenciones de regresar en cuanto antes a la normalidad. El torneo fue un reto para todos; cada uno necesitaba aquella paz correspondiente a sus colegios.

Los estudiantes no esperaban tal noticia, la mayoría de los grados más avanzados reclamaron el poco tiempo que tendrían para estudiar, pero más temprano que tarde cambiaron su forma de ver la situación, pues por mucho que hubieran disfrutado de conocer a otros magos y de tomar clases fuera de sus típicas aulas escolares, ellos también deseaban volver a sus rutinas habituales.

No obstante, aquella noticia provocó que el estrés de Harry fuera en aumento. De antemano, sabía qué las materias de encantamientos y defensa contra las artes oscuras las reprobaría. Ni siquiera fue capaz de concentrarse por un minuto en el examen que tenía delante, menos logró lanzar un hechizo aceptable.

En Alquimia estaba seguro de que tendría la nota mínima, lo mismo en Runas Antiguas. En herbología se sentía bastante confiado, pues el proyecto que presentó con Neville estuvo muy bien calificado. Para transformaciones tampoco se preocupó, pues Hermione se aseguró de que repasara lo suficiente en cuanto la profesora McGonagall les hizo saber que sería un examen teórico y no práctico.

Astronomía e historia de la magia las tenía en su bolsillo con calificaciones altas, quizás no sobresalientes como Draco o Hermione, pero era suficiente para pasar el año. "Aunque puede que ni siquiera llegue a graduarme...", pensó.

Para el viernes solo restaba una materia: Pociones.

Lamentablemente, parecía que incluso su cuerpo se negaba a presentar ese examen. Tras una noche horrible, Harry se enderezó con esfuerzo y abrió la puerta para entrar al salón de clases. El silencio era sepulcral; todos estaban atentos a las indicaciones que el profesor anotaba con gracia sobre la pizarra.

— 10 puntos menos por su impuntualidad, señor Potter. — Dijo Severus sin siquiera voltear a mirar.

Harry asintió en silencio. A esas alturas, ni siquiera sabía para que se presentaba a tomar dicho examen si de todas maneras sus propias decisiones estaban acabando con él.

Snape se alejó de la pizarra y les dejó ver el reto:

Poción: Pimentónica.
Dificultad nivel: 2.
Ingredientes:
• Cuento de bicornio.
• Raíz de mandrágora.
• Impatiens capensis.
Instrucciones: Sección VII, página 704.
Tiempo de preparación: 1 hora.

El examen comenzó. Cada alumno tenía un caldero y a un lado todos los ingredientes necesarios. Harry estaba concentrado en manipular correctamente la raíz de mandrágora cuando vio una gota de sangre caer sobre la página blanca de su libro. Inmediatamente, el adolescente se echó hacia atrás causando que el banco rechinara horriblemente y atrajera la atención del resto de los estudiantes.

— ¡Señor Potter!

Severus se acercó molesto, pero luego vio al adolescente sangrar por la nariz y lo entendió todo. Una sola gota de sangre que hubiera caído dentro del caldero podría haber causado un desastre irremediable. "Bien, parece que todavía queda algo rescatable de las neuronas que habitan dentro de su cabeza", concedió el pocionista.

— ¡Vuelvan la vista a sus calderos! ¡Les quedan exactamente 30 minutos! — Ordenó Snape — Señor Potter, detención conmigo esta noche a las siete en punto. No se atreva a llegar tarde. Ahora, retírese de mi salón de clases.

Al oír esas palabras, Harry supo que algo estaba mal. No había hecho nada que justificara una detención, lo que significaba que Snape quería hablar con él sobre algo más y eso no presagiaba nada bueno.