Cuando Harry entró al despacho de Snape, su instinto le dijo que algo estaba muy mal; la puerta se cerró detrás de él con un chasquido, y el silencio en la habitación se sintió casi sofocante.

El pocionista estaba sentado detrás de su escritorio, con las manos entrelazadas y una expresión completamente inescrutable.

Harry tragó saliva.

— Profesor... — saludó con cautela.

Snape no respondió de inmediato; lo observó, sus ojos oscuros recorriendo cada detalle de su apariencia: la piel pálida, las sombras bajo sus ojos... Severus no recordaba que el adolescente fuera especialmente robusto, pero incluso entonces su ropa parecía quedarle más holgada.

Finalmente, habló.

— ¿Sabes por qué estás aquí, Potter?

— No, señor. — Harry sostuvo su mirada con aparente calma.

Snape soltó una risa baja y sin humor.

— No me mientas.

El adolescente sintió que su cuerpo se tensaba instintivamente.

— No estoy mintiendo.

Snape inclinó la cabeza, como si lo estudiara.

— Draco ha estado observándote.

Harry se estremeció involuntariamente. — ¿Malfoy? — repitió, tratando de sonar incrédulo.

— No finjas sorpresa — espetó Snape —. No soy estúpido, Potter. Algo te está pasando, y quiero saber qué es.

— No es nada. — Respondió con la mandíbula apretada.

Snape soltó un suspiro exasperado y se puso de pie con un movimiento brusco.

— ¿"Nada"? — repitió con frialdad —. Entonces dime, Potter, ¿cómo explicas que apenas puedas sostenerte en pie? ¿Que tu magia fluctúe como si estuvieras 4 años o que Malfoy te haya encontrado tirado en un pasillo al borde del colapso?

Harry se quedó en silencio.

— Dime la verdad ahora, Potter, antes de que lo descubra por mi cuenta; créeme que si te arriesgas, encontrarás que todos estos años como espía no han pasado en vano. — Snape apoyó las manos sobre el escritorio, inclinándose hacia él.

Había algo en su voz, una amenaza velada, pero también un dejo de preocupación apenas disimulado.

Harry quería mentir. Quería aferrarse a su secreto, pero lo cierto es que estaba cansado, estaba agotado de luchar solo, harto de fingir que estaba bien cuando todo dentro de él se estaba desmoronando. Así que, por primera vez, dejó caer el débil glamour que traía encima haciendo jadear al pocionista.

Bajó la mirada y respiró hondo antes de hablar.

— Lancé un hechizo oscuro — susurró.

Snape se quedó inmóvil.

Harry cerró los ojos, recordando el cementerio, la varita de Voldemort alzándose, la desesperación que sintió al ver el Avada Kedavra dirigido a Cedric.

— Era la única manera de salvarlo.

— ¿De salvar a quién, Harry? — Tanta era su preocupación que ni siquiera se percató de haber llamado al chiquillo por su nombre y no por su apellido, además de que le preocupaba en demasía la respuesta que el adolescente le pudiera dar. No estaba seguro de si realmente quería escuchar. — Explícate.

Cuando levantó la vista, Snape lo observaba con el rostro inexpresivo, pero sus ojos estaban afilados como cuchillas.

— Encontré un libro en la biblioteca, uno de la Sección Prohibida. — Harry tragó saliva — Hablaba sobre... sacrificios mágicos. Sobre cómo un mago podía tomar el golpe de una maldición si estaba dispuesto a pagar el precio.

Snape no reaccionó, pero su postura se volvió más rígida.

Harry continuó.

— Cuando Cedric cayó, supe que no había tiempo. Sabía que no podía detener la maldición, pero sí podía... desviar su impacto.

Sus dedos se apretaron sobre su túnica.

— El hechizo tomó una parte de mí para mantenerlo con vida.

El silencio que siguió fue casi ensordecedor.

Snape no habló durante varios segundos y cuando finalmente lo hizo, su voz sonó baja y afilada.

— ¿Cuánto, Potter? — Harry parpadeó. — ¿Cuánto de tu esencia mágica cediste?

— No lo sé — admitió en voz baja —. Solo sé que... desde entonces, me he estado sintiendo cada vez peor.

El pocionista respiró hondo, cerrando los ojos por un breve instante. Para cuando volvió a abrirlos, su mirada era más oscura que nunca.

Severus Snape no era un hombre impulsivo. Había aprendido, a lo largo de su vida, que la paciencia era su mejor aliada. Pero en ese momento, mientras Harry Potter lo miraba con una mezcla de desafío y vulnerabilidad, sintió un tipo de furia que no había experimentado en años.

¿Cómo no lo había visto antes? El chico estaba muriéndose, y lo peor de todo era que, en el fondo, parecía creer que lo merecía.

Snape tomó aire, forzándose a calmarse.

— Siéntate — ordenó con voz firme.

— ¿Para qué? — vaciló.

Snape lo fulminó con la mirada.

— No estás en condiciones de discutir. SIÉNTATE.

Harry obedeció a regañadientes con los labios apretados en una fina línea.

Snape se acercó y sacó su varita.

— Voy a examinar tu núcleo mágico.

Harry se tensó.

— No es necesario, estoy...

— Si vuelves a decir que estás bien, Potter, te aseguro que te petrificaré y haré mi diagnóstico de todos modos.

El chico cerró la boca con visible frustración.

Snape conjuró un hechizo diagnóstico, observando con atención la forma en que la magia de Harry reaccionaba. "Mierda", susurró, lo que vio lo hizo contener una maldición. El núcleo mágico del adolescente era completamente inestable, ahora entendía porqué la magia del chico fluctuaba; Harry estaba desmoronándose desde dentro, su núcleo estaba fracturado en varios puntos, como si un hechizo lo hubiera drenado más allá de sus límites.

El hechizo oscuro que había usado en el cementerio no solo había debilitado su magia, sino que había atado parte de su esencia a Cedric Diggory.

Snape inhaló lentamente.

— Eres un completo idiota, Potter —dijo con frialdad.

Harry desvió la mirada, de alguna manera se lo esperaba.

— No tenía otra opción.

— Siempre hay otra opción. Pero tú ni siquiera dudaste, ¿verdad? — Snape apretó los dientes.

Harry no respondió.

El pocionista chasqueó la lengua. — Por supuesto que no. Porque en el fondo, pensaste que su vida valía más que la tuya.

Harry se tensó.

— No es cierto.

—¿No lo es? — Snape dejó escapar una risa amarga. — Potter, un hechizo de sacrificio como el que usaste requiere más que magia. Requiere voluntad. Si hubieras querido vivir tanto como querías salvar a Diggory, la maldición no habría sido tan destructiva.

Harry apretó los puños.

— ¿Qué fue lo que pasó en Privet Drive durante todos estos años? — cuestionó el pocionista de repente.

El estómago de Harry se hundió. Severus lo miraba fijamente, con la misma intensidad con la que había hablado del hechizo.

—¿Qué... qué tiene que ver eso? — Harry sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—Todo. — Snape cruzó los brazos.

Harry desvió la mirada.

— No sé a qué se refiere, señor.

— Potter... — El tono de advertencia era claro.

Harry se humedeció los labios, su corazón golpeando con fuerza en su pecho. Quería gritar, huir, desaparecer de existir la posibilidad, pero todo dentro de él estaba al límite y de todas maneras sabía que no conseguiría nada más que molestar al hombre de pie frente a él.

— Mis tíos... ellos me alimentaban, me daban un techo.

— ¿Y qué más?

— No es relevante. — Harry apretó los puños.

Snape soltó un resoplido.

— Es completamente relevante. — Severus lo pensó por un momento, sabía que si él no confiaba en el adolescente, el adolescente no confiaría en él — Conocí a Petunia — esa declaración atrajo totalmente la atención de Harry — ni siquiera de niña fue particularmente agradable. Luego de ser rechazada por Dumbledore para venir a Hogwarts, su enojo, asco y repulsión por la magia solo se incrementaron a niveles inimaginables.

— ¿Ella le escribió al director para ser aceptada aquí? — el adolescente no cabía en su sorpresa.

— De hecho. Me cuesta trabajo creer que cambiara su hostilidad con el paso del los años, y no estoy equivocado, ¿cierto? ¿Cuántas veces te han golpeado, Potter? ¿Cuántas veces fuiste humillado?

— ¡Lo sabías! — el dolor en el corazón de Harry se intensificó. ¿Por qué no hizo nada para detenerlos? ¿En verdad tanto se lo merecía?

— Contrario a lo que podrías creer, si yo lo hubiera sabido, no lo habría permitido. Reconozco que a lo largo de estos años no te di razones para pensar que esto podría ser verdad, pero lo habría hecho, habría tratado de alejarte de ese lugar. Sé lo que es vivir un carne propia un abuso de ese tipo.

—Yo... — Aquella declaración invadió la mente de Harry con mil preguntas que esperaba tener tiempo suficiente para hacer después. Además, la imagen de su profesor siendo abusado era inconcebible en su cabeza.

— Ahora... Quiero escucharlo, Harry.

Harry cerró los ojos con fuerza.
No quería decirlo.
No quería revivirlo.
Pero estaba cansado.
Tan jodidamente cansado...

— Demasiadas veces para contarlas. — La verdad cayó como un susurro ahogado.

Y en ese momento, algo cambió en la expresión de Snape.

No era lástima, era furia.
Pura, contenida, abrasadora furia.

Ninguno dijo para alguna por un largo rato. Pero cuando Severus habló, su voz era baja y firme.

— Esto se acabó, Potter.

— ¿Qué...? — Harry lo miró con el ceño fruncido.

— No voy a permitir que te sigas destruyendo. No voy a permitir que sigas ocultando esto. — El hombre sostuvo su mirada.

— No puede obligarme... — Harry sintió su respiración acelerarse.

—¿Quieres apostar?

Había una determinación absoluta en su voz.

— No lo hice por eso... — Harry lo miró fijamente — Quiero decir, sí, joder, lo que hicieron conmigo apesta, pero yo no...

Snape lo interrumpió con frialdad.

— Lo hiciste porque no te valoras. Porque años de maltrato te han convencido de que tu vida no importa tanto como la de los demás.

— Eso no es cierto. — Harry sintió un nudo en la garganta.

— Dímelo mirándome a los ojos, Potter. — Severus se inclinó hacia adelante mirándolo intensamente.

Harry levantó la vista y... no pudo hacerlo. No pudo porque en el fondo lo sabía. Sabía que el hombre tenía razón. Siempre había sido más fácil lanzarse al peligro cuando la alternativa era simplemente existir.

Snape se recargó en su silla, observándolo con atención.

— Voy a corregir el daño que te haz hecho —declaró con determinación —. Y no tienes derecho a negarte. No espero que confíes de inmediato, en realidad no sé si eso pueda suceder dado el daño que... — Snape reunió todo el valor dentro de sí — que te he hecho.

— ¿"El daño que me ha hecho"? No entiendo. — Harry frunció el ceño en señal de confusión.

Snape entrecerró los ojos creyendo por un momento que el adolescente se estaba burlando de él, pero pronto sus ojos conectaron con los suyos y se dio cuenta de que en verdad no sabía a qué se refería. "Malditos muggles, me encargaré de que paguen el daño que le han causado", se prometió a sí mismo.

— Dejaremos esta conversación para luego.

Harry se estremeció. Sabía que Severus hablaba en serio.

Snape suspiró, pasándose una mano por la frente. — Eres un insensato, Potter —murmuró—. Pero ya no voy a permitir que sigas destruyéndote.

Harry no supo qué responder.

Había algo diferente en la forma en que Snape lo miraba. Ya no lo veía como el hijo de James Potter, lo veía como un niño al que habían roto, y al que nadie había intentado reparar.

Por primera vez en su vida, Harry sintió que alguien lo estaba viendo de verdad, y francamente, eso lo aterraba.

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