El resto del primer mes terminó yéndose demasiado rápido para el gusto de Severus. Aunque agradecía bastante que los estudiantes de Beauxbatons y Durmstrang ya se hubieran ido. De no haberlo hecho, no habría podido dedicarse a tratar de buscar una cura para el adolescente que se encontraba durmiendo en una habitación diseñada para él dentro de sus aposentos en ese momento. Porque sí, luego de aquella intensa conversación, Severus se negó a dejarlo solo, si iba a colapsar quería estar cerca de él para intervenir y evitarlo.
Así mismo, tanto Harry como él notaron que, a la manera de cada uno, la compañía y el silencio del otro eran reconfortantes.
En una de esas conversaciones nocturnas, Harry le confesó que había estado usando la capa de invisibilidad de su padre para escabullirse a la sección prohibida de la biblioteca. Severus quiso estrangularlo a él y a Albus por darle al niño un artefacto que claramente no sabría usar prudentemente, pero luego agradeció que lo tuviera en sus manos, pues era por medio de la capa que nadie podía verlo salir de la torre de Gryffindor con dirección a sus aposentos. No solo eso, la capa evitaba que Harry y él fueran puestos en peligro si alguna de sus serpientes de repente consideraba como una "idea extraordinaria" hacerle saber a sus padres que él estaba ayudando al salvador del mundo mágico. Quizás Voldemort ya no estaba, al menos no temporalmente, pero aún había seguidores obsesionados con sus principios. Por ello era mejor no hacer ruido.
A veces Harry llegaba a sus aposentos luego de clases, pero casi siempre era después del toque de queda, porque el "mocoso insolente" (como lo llamaba él) se negaba a decirle a sus amigos lo que le sucedía y no quería mentirles inventando excusas tontas del porqué pasaba tanto tiempo en las mazmorras.
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Un viernes por la tarde, Severus revisaba una y otra vez el hechizo que usó Harry aquel día en el cementerio, pero no había más información al respecto y eso lo frustraba demasiado. Con cada día que pasaba sin hacer algo, el núcleo del adolescente se fracturaba y su sistema inmunológico se iba apagando más y más. ¡Las pociones no lo estaban ayudando en nada!
El ojinegro masajeaba sus sienes con las puntas de sus dedos cuando escuchó un quejido proveniente de la habitación del niño.
Harry se sentó lentamente, la cabeza girando, como si el simple hecho del de estar erguido fuera una tarea titánica. No estaba acostumbrado a sentirse así, a depender tanto de los demás, pero la debilidad que lo invadía era algo que no podía ignorar. Su cuerpo no respondía como solía hacerlo; cada respiración era un recordatorio de lo que había hecho en el cementerio, de lo que había sacrificado para salvar a Cedric.
El cansancio volvió a su cuerpo y el sueño regresó a reclamarlo.
Lo que Harry creyó que fue un abrir y cerrar de ojos, en realidad fueron alrededor de 40 minutos. Cuando miró a su alrededor, vio a Severus de pie junto a la ventana observando el jardín que se extendía más allá del castillo. Había algo en su postura que hacía que su figura se viera más alta, más imponente, a pesar de la seriedad que ya de por sí emanaba.
Harry lo miró por un momento, antes de hablar con una voz que apenas parecía un susurro.
— Lo siento...
Snape no se giró de inmediato, pero su ceño fruncido se hizo más pronunciado.
— ¿Por qué te disculpas? — preguntó con calma.
Harry tragó saliva; sabía que no era fácil de decirlo, pero algo dentro de él lo empujó a hacerlo. Algo que había estado arrastrando desde que llegó a Hogwarts, algo que nunca había hablado con nadie, más que consigo mismo.
— Lo siento por todo... por todas las veces que... que has tenido que salvarme, — continuó con voz quebrada. — Sé que no es tu responsabilidad, y, sin embargo, siempre estás ahí, siempre arriesgando algo por mí.
Snape, sorprendido por las palabras de Harry, permaneció en silencio por un largo momento, como si estuviera procesando lo que acababa de escuchar. No era habitual que el joven Gryffindor se abriera de esa manera, sobre todo no con él.
— Eso no es necesario, Potter, — respondió finalmente Snape, su tono más suave de lo habitual, aunque todavía lleno de un toque de ironía. — No lo hago porque me lo pidas.
Harry inclinó la cabeza hacia abajo, sintiendo una punzada en el pecho. Había tantas cosas que no había dicho, tantas emociones reprimidas que nunca había logrado expresar.
— Lo siento también... — continuó su voz temblorosa, pero sin mirar al hombre —. Por todo lo que... lo que mi padre te hizo. Sé que... que te hizo daño. Lo siento por eso.
Estas palabras fueron las que realmente dejaron a Severus sin palabras. Lo vio todo: la vulnerabilidad en los ojos de Harry, el dolor que el joven no había sabido cómo compartir, la carga de una culpa que no le correspondía. El pocionista había escuchado durante años cómo Harry se enfrentaba a su legado, a su apellido, a lo que James Potter había representado, pero jamás imaginó que algún día escucharía palabras como esas, una verdadera disculpa proveniente de un chico que no había hecho más que sufrir bajo su mano por los errores de su padre.
Un nudo se formó en la garganta de Severus, pero lo deshizo con un leve movimiento. No quería que Harry viera lo que sucedía en su interior.
— Potter... — dijo en voz baja, acercándose lentamente a la cama—. Harry, tú no eres tu padre.
Harry levantó la vista, encontrándose con la mirada del pocionista. Era una mirada diferente, como si por fin, después de todos esos años, el hombre estuviera viendo a alguien más en lugar de a James Potter.
El adolescente asintió, sabiendo que las palabras de su profesor no eran fáciles de decir, pero también sabiendo que, en el fondo, era lo que necesitaba oír.
Otra vez se recostó en la cama sintiendo una nueva ola de cansancio invadirlo. Las palabras que había dicho le pesaban, pero no de la forma en que pensaba que lo harían. Era como si, al liberarse de ese peso, el dolor de su cuerpo fuera un poco más llevadero.
Severus se quedó en silencio por un momento más observando cómo Harry se acomodaba en la cama. Sin embargo, no podía permitir que el chico se rindiera. No era el momento de dejarse llevar por la debilidad, no cuando se había hecho presente en su cabeza la idea de hacer tantas cosas ellos dos juntos.
— Harry, — dijo de repente, su voz baja pero firme —, no es momento de rendirse. Si lo haces, me encargaré de ir tras quienes crean que tienen derecho a reclamar tu alma para que me la devuelvan. No pienso dejar que te lleven.
Harry lo miró, sorprendió por la intensidad de su voz.
— ¿Por qué... por qué lo harías? — preguntó, desconcertado, alzando una ceja —. ¿Por qué te importa lo que pase conmigo?
Snape se quedó en silencio por un instante, como si estuviera luchando contra algo que había estado guardando por mucho tiempo. No era una respuesta fácil, no era algo que se pudiera decir sin más. Pero en ese momento, en ese silencio entre los dos, Severus sabía que no había vuelta atrás.
De manera inesperada, sus palabras fluyeron, sin que pudiera detenerlas.
— Porque te debo algo, Harry. Te debo algo mucho más grande que mi orgullo.
Harry frunció el ceño, sin entender del todo.
— ¿Qué quiere decir, señor?
Snape miró a Harry, sus ojos oscuros como el abismo, pero ahora había algo diferente en ellos. Algo más humano.
— Te he visto sufrir. He visto cómo te has quedado solo, incluso cuando no lo sabías. Y si puedo evitar que sigas sufriendo, lo haré. Te prometo, Harry, que haré todo lo que esté a mi alcance para que tengas una vida mejor que la que te han dado.
Harry parpadeó, confundido.
— ¿Una vida mejor? — preguntó casi en un susurro.
Snape tomó el rostro febril del niño y lo miró directamente a los ojos.
— Una vida mejor. Con una familia que te pertenezca. Con un nombre que no esté marcado por la tragedia.
Harry frunció el ceño, sintiendo una punzada en su pecho al escuchar esas palabras.
— ¿Un nombre?
Severus se inclinó levemente hacia él, su voz casi inaudible.
—Tu nombre, Harry. Si lo deseas, te daré el mío. Serás un Prince, si así lo decides. Pero incluso si decides no llevarlo, te prometo que nadie te hará daño de nuevo.
Harry no pudo hablar por un largo momento, simplemente lo miró, sin poder creer lo que acababa de escuchar.
— ¿Prince? — repitió como si las palabras no tuvieran sentido en su mente.
Snape asintió, sin apartar la vista de él.
—Sí, Harry. Prince.
El silencio que siguió fue ensordecedor, y Harry no supo qué hacer con las palabras que acababan de caérsele sobre los hombros. La oferta, tan inesperada, tan... irreal.
Por primera vez, Harry se dio cuenta de que no solo había alguien dispuesto a salvarlo, sino que también había alguien dispuesto a darle algo que nunca pensó que podría tener: pertenencia.
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El aire en la habitación se sentía denso, cargado de tensión y de emociones que ambos sabían que no podían ignorar. Harry, a pesar de su debilitado estado, no podía dejar de pensar en las palabras de su profesor. Prince. La oferta era tan desconcertante como sobrecogedora. ¡Nadie le había hablado jamás sobre pertenencia de esa forma! ¡Nadie le había dicho que podría ser algo más, alguien más! ¡Y mucho menos con el peso de un apellido tan cargado de historia!
Snape estaba en pie, cerca de la ventana, mirando el jardín una vez más, pero su mente estaba en otra parte. Sabía lo que acababa de ofrecerle a Harry; no era algo que pudiera ofrecer a la ligera, no sin entender lo que significaba.
— Mi abuelo, Domhnall Prince, — comenzó Severus; su voz baja pero firme —, fue el último heredero del apellido Prince en nuestra familia. Cuando me encontró hace unos años, me dijo que yo sería el próximo en tomar el apellido. No porque yo fuera el hijo de su hija, sino porque era el último en la línea, el último que podría llevar ese legado; me lo dio, no por obligación, sino por un destino, por la magia que corría en mis venas. Como tú, Harry. Como tú.
Harry lo miró fijamente, sin poder articular palabra. El mundo entero parecía haberse detenido en ese momento. La idea de un apellido, de un nombre que significaba algo más que un simple marcador, lo estaba absorbiendo. Pero aún no entendía completamente el alcance de lo que el hombre estaba sugiriendo.
— Harry, piénsalo. Considera lo que te ofrezco. El apellido Prince es más que solo un nombre. Es el legado de los que lucharon, de los que soportaron lo imposible. No te estoy pidiendo que lo tomes a la ligera, solo que lo consideres. Si algún día te sientes listo, si algún día quieres un hogar que te pertenezca, estaré aquí para darte lo que nunca tuviste.
Harry tragó saliva, el peso de las palabras de Snape calando profundamente en su ser. Se dio cuenta de que, por primera vez en su vida, no estaba solo. Por primera vez, había alguien dispuesto a darle lo que más deseaba: pertenecer, ser parte de eso a lo que la mayoría llamaba "familia".
— Gracias, Sev.
Agotado, el adolescente cerró los ojos por un momento y sin darse cuenta se dejó llevar por el sueño de nuevo.
