Sabiendo que no conseguiría dormir, Severus se dirigió a su laboratorio con un libro de medicina general y especialidades en mano.

El pocionista jamás pensó que llegaría el día en que confiaría más en la medicina muggle que en la magia. Sin embargo, la evidencia estaba ahí frente a él. El hechizo de sacrificio había drenado a Harry hasta un punto en el que la magia por sí sola no bastaba para restaurarlo. Cualquier intento de forzar la regeneración de su núcleo podría hacerlo colapsar por completo.

Snape había leído sobre casos similares en libros de Medimagia: cuando un mago era llevado al borde de su capacidad mágica, su cuerpo empezaba a fallar físicamente. Algunos desarrollaban enfermedades crónicas; otros simplemente se apagaban sin remedio.

Harry Potter estaba en ese límite, y Severus se negaba a verlo caer.

Por eso, tras investigar todas las alternativas mágicas y encontrar soluciones insuficientes, hizo lo impensable: recurrió a la medicina muggle. Bernhard, un squib con el que tuvo oportunidad de convivir mientras realizaba su maestría en pociones, fue su mejor guía.

Tras ponerse en contacto con él a través de cartas, Bernhard le proporcionó la dirección de donde trabajaba.

A la mañana siguiente, siendo un sábado caluroso, Severus viajó a Londres bajo la excusa de tener que hacer un encargo personal y se dirigió directamente a buscar a dicho hombre.

El lugar olía a desinfectante y a papel viejo; Severus se sentó en la silla del consultorio, observando con gesto adusto los frascos de medicamentos alineados en la repisa. Todo aquello le resultaba extraño, ajeno...

— Nunca pensé que volvería a verte, Severus — dijo Bernhard, sacando unos expedientes de su escritorio—. Y mucho menos que vendrías a pedirme ayuda. Debo admitir que me intriga bastante lo que me has dicho sobre ese chico.

— Yo tampoco lo habría imaginado —respondió el pocionista con un deje de sarcasmo —. Pero aquí estoy.

Bernhard rio y se reclinó en su silla.

— Entonces, déjame ver si he entendido. El chico está colapsando porque su núcleo mágico está comprometido.

— Lo hace.

— Su cuerpo se deteriora porque su magia no puede sostenerlo.

— La poción restauradora no ha tenido efecto. Ni la médula de dragón, ni la esencia de dictamo. Su cuerpo no responde como debería.

— Hace tanto que no escuchaba esos términos... — comentó con nostalgia en la voz — No funciona porque estás tratando de curarlo como a un mago — Bernhard entrelazó los dedos —. Pero su problema ya no es solo mágico, es físico.

Severus resopló como si la idea lo irritara más de lo que estaba dispuesto a admitir.

— Bien, tiene sentido tu suposición de que la única opción es estabilizarlo con tratamientos médicos muggles mientras su núcleo se recupera, bueno, si es que lo hace.

El ojinegro asintió. — Debe hacerlo. Tiene que recuperarse. Por eso estoy aquí.

— ¿Por qué no lo hiciste tú mismo? ¿Por qué pedir mi ayuda si eres capaz de tratarlo por tu cuenta?

— Hace mucho que no estoy al tanto de los avances médicos. Me concentré de lleno en las pociones y en defensa cuando me gradué.

— Entiendo. Sabes que tengo que examinarlo por mí mismo, ¿no?

— A menos que hagas consultas a domicilio, no expondré así al chico.

Bernhard lo estudió en silencio por un momento.

— Antes de hablar de eso... necesito hacerte una pregunta.

Severus frunció el ceño, incómodo.

— Si es sobre la magia, creo ya haber explicado que...

— No es sobre la magia — lo interrumpió el squib —. Es sobre el chico.

Severus no respondió de inmediato.

— ¿Qué hay con él?

Bernhard apoyó los codos en la mesa y entrecerró los ojos.

— He tratado a muchos pacientes en mi vida, Severus. Y puedo decirte algo con certeza: nadie recurre a soluciones tan desesperadas por alguien a quien no le importa. ¿Él te importa?

El profesor de pociones sintió un ligero escalofrío recorrer su espalda.

— Harry es mi responsabilidad.

— Eso no responde a mi pregunta — Bernhard ladeó la cabeza—. Conozco tu historia con él. No eras precisamente su mayor defensor. Entonces dime... ¿por qué ahora?

Severus se tensó y miró hacia otro lado.

— No tiene importancia.

— Claro que la tiene.

Silencio.

— Severus... ¿Quién es Harry Potter para ti?

Severus apretó la mandíbula.

— Es un chico testarudo, impulsivo y con una maldita tendencia al autosacrificio.

— Continuas sin responder a mi pregunta. — Bernhard alzó una ceja.

Snape exhaló, largo y lento.

— Me equivoqué con él. — Bernhard no dijo nada esperando a que el pocionista continuara — Lo vi como su padre, James Potter, incluso lo traté como tal. Y por ello... fallé en ver quién era realmente.

Bernhard sonrió, pero sin burla.

— Y ahora lo ves.

— Sí.

—Bien, ¿y qué ves?

Severus tragó saliva, pero su voz no tembló cuando finalmente respondió: "A un niño que nunca tuvo a nadie. A un niño que... no debería haber sufrido lo que sufrió. A un niño al que no protegí cuando debí hacerlo. ¡Por las barbas de Merlín, tiene solo 13! No debería haber sufrido nada de lo que ha vivido hasta hoy..."

Bernhard asintió lentamente.

— Y ahora intentas compensarlo.

— No hago esto por redención. Lo hago porque él lo necesita. — Le corrigió con una mirada de frialdad.

— ¿Y tú qué necesitas?

Severus no contestó.

— Sabes... No es tarde para arreglar las cosas con él. — Pensativo, el squib apoyó una mano sobre su escritorio.

— ¿Y crees que aceptará mi ayuda así de fácil? — Severus dejó escapar una risa seca.

— No lo hará — reconoció Bernhard — O quizás puede que sí. Necesita a alguien que lo entienda, que sea capaz de sentir empatía y que no la confunda con lástima; que establezca límites en su vida y no que le aplaudan sus decisiones impulsivas.

— ¿Y qué sugieres que haga? — Snape entrecerró los ojos.

— Haz lo que mejor sabes hacer: sé persistente. No le des opción. No dejé que se hunda solo.

Severus asintió con gesto sombrío.

Bernhard se levantó y comenzó a guardar algunos instrumentos médicos en un maletín.

— ¿Qué haces? — preguntó Snape con recelo.

— Voy contigo.

Severus frunció el ceño.

— No es necesario.

—Oh, sí que lo es — replicó Bernhard con calma —. Si este chico es tan terco como dices, será mejor hacerlo. Además, no podemos darnos el lujo de equivocarnos. Un mal tratamiento podría terminar de suprimir su sistema inmunológico y acelerar todo.

Snape suspiró, pero no discutió.

— Apareceremos en mis aposentos — indicó, sujetando el brazo del squib.

En un parpadeo, ambos se materializaron en la habitación de Snape. El aire estaba cargado con olor a madera y pociones. Harry, que descansaba en la cama con un libro en el regazo, se sobresaltó al verlos.

— ¿Quién es él? — preguntó con desconfianza.

— Harry, modales — le regañó — Bernhard, él es Harry Potter. Harry, él es Bernhard, un amigo y colega. Bernhard es médico especialista en Londres y...

— ¿Médico? — Harry lo interrumpió y se sentó más erguido con una expresión de alarma en la cara —. No necesito un médico.

El squib había escuchado sobre el chico incluso antes de conocer a Severus. Sabía cómo sus padres habían muerto al enfrentar al señor oscuro y lo que todos consideraban que el niño había hecho por y para el mundo mágico. Quizás él no podía hacer magia con o sin varita, pero sabía hacer magia con sus diagnósticos basados en la medicina. Por ello, no le fue difícil reconocer algunos síntomas en el adolescente frente a él, como la fiebre que evidentemente tenía. El sudor en su frente y la palidez de su piel, además del letargo y la delgadez, le decían al squib que necesitaba actuar y que debía hacerlo ya.

— Tiene fiebre — le dijo a Severus haciendo que este dejara de discutir con el adolescente. — Harry, necesito que te calmes y que respires profundamente. Alterarte no te hace ningún bien.

— No quiero esto, no me gusta. — Harry le dirigió una mirada hosca y luego se volvió hacia Severus.

— No te gusta nada que pueda ayudarte, y ahora que lo recuerdo, en ningún momento te pregunté si lo querías o no, Harry — dijo Severus con su tono más severo —. Te sentarás en silencio sobre esa cama y serás respetuoso con Bernhard. No voy a repetirme de nuevo. ¿Está claro?

— No puedes obligarme.

— Podemos hacer esto por las malas o por las buenas — dijo el squib —. Y si me lo preguntas, Harry, prefiero que sea por las buenas.

El adolescente suspiró y puso su libro a un lado; se sentía agotado y sabía que de todas maneras no lograría nada más que hacer enfadar aún más a su profesor.

— Muy bien, Harry, solo relájate. Voy a hacerte algunas preguntas y una revisión rápida. Nada de pociones ni hechizos. Solo quiero entender qué está pasando con tu cuerpo.

Bernhard comenzó con su revisión; tanto Severus como Harry se mantenían alertas ante las cosas que el squib sacaba de su maletín; había muchos aparatos de los que no tenían ni la más mínima idea de para qué servían.

— No me gusta que me revisen. — Confesó por lo bajo mientras miraba hacia otro lado — Nunca fueron amables conmigo, ¿sabe? Supongo que tío Vernon les pedía que no lo fueran, o quizás las historias que mi tía Petunia les contaba diciéndoles que tenía todo el potencial para convertirme en un delincuente los hacía tratarme de mala manera.

Severus inhaló profundamente y recurrió a sus escudos de oclumancia para no dejarse llevar por la ira que crecía en su interior al escuchar esa declaración.

— Digo, tampoco es como que me llevaran seguido, quizás sucedió dos veces o tres a lo mucho.

— Cuando te enfermabas, Harry, ¿qué hacían? ¿Te daban alguna medicina? — Cuestionó el squib.

El niño alzó los hombros.

— No lo sé, si me daban algo, no puedo recordarlo.

— Eso se terminó, Harry. Te lo prometí y lo voy a cumplir.

— Y yo ayudaré con eso. — añadió el squib.

Bernhard sacó un termómetro de su maletín causando que Harry se tensara de inmediato.

— ¿Qué es eso? — preguntó con alarma.

— Este es un aparato que me ayuda a saber cuánta fiebre tienes.

— Pero... Pero yo no... — Nervioso, el chico se encogió en su lugar.

El pocionista lo observó con detenimiento antes de acercarse y sentarse en el borde de la cama. Entendía que para el adolescente ver todos esos instrumentos fuera extraño.

— Ese aparato se coloca cerca de tu frente. No lo sentirás — Explicó Severus en voz baja.

— Nunca he visto a Madame Pomfrey usando uno.

— Eso es porque no suele necesitarlo. Muchas veces las pociones regulan la temperatura corporal sin importar qué tan alta sea.

— Gracias a los huevos de ashwinder

— De hecho. — Dijo Severus con un deje de orgullo en la voz.

Harry sonrió. No lo admitiría en ese momento, pero le emocionaba tener la aprobación del pocionista aunque fuera en algo tan insignificante como eso y le producía mucha tranquilidad tenerlo cerca suyo.

Mientras esa conversación surgía, Bernhard continuó sacando cosas de su maletín.

— Harry, necesito que estires tu brazo y que no lo muevas. Tengo que ponerte un medicamento para reducir tu fiebre y aliviar el dolor que sientes — pidió el squib con tranquilidad —. Debo ser honesto, puede que sea incómodo.

Harry frunció el entrecejo y observó a su alrededor. Había dos bolsitas diferentes en lo alto que en algún punto se conectaban entre sí para luego conectar de nuevo en un tubo largo.

— ¿Cómo funciona?

— Estas dos bolsitas se conectan entre sí y los medicamentos pasan directamente a tu sangre por medio de esta pequeña aguja que va colocada en tu brazo.

— No quiero que me pinchen — murmuró Harry, retrocediendo instintivamente hacia la cabecera de la cama.

Bernhard suspiró con paciencia.

— Harry, no es nada que no puedas soportar, te lo aseguro.

Cuando Bernhard se acercó con la aguja, el instinto de Harry fue apartarse, pero en lugar de eso... se inclinó ligeramente hacia Severus.

El pocionista sintió el leve contacto contra su brazo y sin decir nada lo atrajo hacia su pecho permitiendo que Harry se refugiara en él.

— ¡Ay! — Harry cerró los ojos con fuerza, aún apoyado contra su profesor, quien inconscientemente peinaba el cabello rebelde del niño con los dedos.

—Ya está — murmuró Bernhard colocando una bandita encima con suavidad. — Deberás mantener tu brazo en esta posición hasta que termine de ser administrado el medicamento.

— ¿Será mucho tiempo? Es incómodo — reclamó con un puchero

Bernhard lo miró con una sonrisa en el rostro.

— No tardará mucho. Creo que te vendría bien dormir un poco.

— No tengo sueño — el adolescente lo miró molesto ¿acaso estaba insinuando que necesitaba hacer siestas como un niño pequeño?

El profesor y el médico alzaron una ceja al mismo tiempo. Harry no había dejado de bostezar desde hace ya un rato, ¿y aun así se negaba a dormir?

— Bien. Harry... — dijo Bernhard al guardar sus cosas dentro de su maletín. — Sé que no quieres esto, que estás acostumbrado a arreglártelas solo, pero escucha razones. No cierres tu corazón a las oportunidades de comenzar de nuevo.

Harry lo miró sin responder, pero en el fondo reflexionaba en lo que el hombre la había dicho. Incluso, en algún momento se preguntó cómo sonaría su nombre si decidiera ser adoptado. ¿Podré conservar el apellido Potter? De ser así, ¿sería Harry James Potter Prince o Harry Prince Potter?

— Acompañaré al doctor Bernhard. Regresaré en un momento.

Harry asintió y se acomodó en la cama dispuesto a dormir. Quería que el pocionista se quedara con él, que no se fuera, pero no lo pediría, no todavía.

— No fue tan terrible, ¿verdad? — bromeó Bernhard en voz baja cuando la respiración del niño se apaciguó por el sueño.
— Te aseguro que ha pasado por cosas peores. — Severus rodó los ojos.

— Y aun así confía en ti. — Bernhard sonrió.

Snape no respondió, pero su mano descansó con naturalidad sobre el cabello desordenado del niño. Luego reflexionó en las palabras del medicó y le fue inevitable mirarlo con reproche.

— No debiste presionarlo.

— No lo hice, solo le di un consejo necesario — Bernhard se encogió de hombros con una sonrisa divertida — Pero eventualmente se darán cuenta de cuánto se necesitan mutuamente.

Al terminar, el médico se inclinó y escribió algo en un papel.

— Aquí tienes una receta con todo lo que necesitarán. Algunos medicamentos requieren ser inyectados, otros pueden mezclarse con líquidos. Pero si realmente quieres que funcione, el chico necesitará exámenes médicos más detallados.

— Haré lo que sea necesario. — Severus tomó el papel con expresión inescrutable.

Al salir de la habitación, frente a la chimenea, el squib se despidió.

— Cuídense el uno al otro y hazme saber si necesitas más ayuda. Vendré en unos días, pero si algo antecede, ya sabes cómo contactarme y dónde encontrarme.

Severus asintió.

— Ah, por si te quedaban dudas con respecto a nuestra conversación previa, déjame decirte que no hacen falta más pruebas para ver que serás un gran padre para ese chico — Le dijo el squib al ojinegro en un susurro ligero.

Snape lo fulminó con la mirada, pero el squib solo sonrió más antes de desaparecerse.

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