Disclamer: Como ya sabéis ni los personajes, ni parte de la trama, ni los lugares me pertenecen a mí, sino a la prolífica imaginación de la gran Rumiko Takahashi que este año ha querido bendecirnos permitiendo que se hiciera un remake maravilloso de este anime que tanto adoramos * ¡Feliz Navidad Rumiko sensei!

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Nota de la Autora: Aunque voy con algo de retraso, aquí vengo para compartir algunos oneshots Rankane (por supuesto) con sabor navideño e invernal inspirándome en algunos de los temas que nos proponen las maravillosas administradoras de la página "Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma" este año para su #Dinamica_Invernal #Calendario_de_Adviento. Espero que os gusten. ¡Gracias por estar ahí, una navidad más!

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15 de Diciembre: Muérdago.

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Déjame Besarte

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Era todo un acontecimiento que en el frío y crudo invierno que estaban sufriendo, de repente, hubiese salido el sol.

Akane experimentó una sorpresiva alegría cuando salió de su casa y los tibios rayos del astro le dieron en la cara. No eran lo bastante fuertes como para calentarle las mejillas, pero había algo especial en esa luz casi blanca, repleta de motitas resplandecientes, que ascendía de la nieve amontonada sobre los coches, los bancos, la misma calzada, cuando el sol incidía en ella. Era una visión mágica. Todo brillaba a su alrededor, incluso los adornos navideños que habían colocado por la ciudad.

Había guirnaldas de luces que se extendían de una farola a otra, coronas verdes con flores rojas en las puertas de las tiendas de las cuales, además, se escapaba el murmullo de algún villancico. ¿Cómo no estar contenta? A pesar del frío y los resbalones imprevistos por la humedad del suelo, la joven caminaba con un suave contoneo y una sonrisilla ilusionada en su semblante, hasta que vio una figura a lo lejos que la obligó a pararse en seco.

Se trataba de su prometido. Y no tenía buen aspecto.

¿Qué?

Lo encontró sentado en la escalera de piedra de un paso elevado que cruzaba la carretera; con los hombros encorvados y apoyados en la barandilla, sus piernas, en cambio, se estiraban con dejadez hacia abajo. Estaba despeinado y tenía la ropa sucia, aunque no parecía herido. Ranma la percibió cuando aún estaba a unos pasos de distancia, y en seguida, se irguió y trató de cambiar su expresión, aunque la gravedad no desapareció de sus ojos.

—¿Qué te ha pasado? —Le preguntó, preocupada.

—¿Por qué crees que me ha pasado algo? —En sus manos sostenía algo que trató de ocultar en cuanto ella estuvo lo bastante cerca.

—¿Qué es eso?

El chico apretó los labios y sus mejillas se encendieron como si estuviera a punto de gritar, pero cuanto escapó de su boca fue una pequeña nube de vaho. Akane, impaciente, solo pudo distinguir un paquete envuelto en papel dorado que estaba aplastado y sucio.

—Es… bueno, era tu regalo de navidad —confesó el chico.

—¡¿Mi…?! —Exclamó ella, juntando las manos a la altura del pecho y poniéndose de puntillas por la excitación—. Pero, ¿qué le ha ocurrido?

Ranma bufó con frustración y disgusto. Sus rasgos se ensombrecieron cuando intentó empezar a hablar, y no pudo. Debía estar muy furioso. Akane lo notó por su postura, pero también por la voz grave y vacía que utilizó, tan impropia de él.

—Está estropeado —Le indicó, soltándolo de mala manera a sus pies, para después apoyar los brazos sobre sus rodillas dobladas y mirar en otra dirección—. Ya no sirve.

Akane tuvo la sensación de que no se dirigía a ella (ni a nadie) al usar ese tono tan despegado.

—Todo comenzó esta mañana.

Con esas palabras y un suspiro, Ranma le explicó que había madrugado, más de lo acostumbrado, para visitar las tiendas de la avenida principal de Nerima. Había estado ahorrando para poder comprarle a ella un buen regalo de navidad. Y por una vez en su vida había tenido la suerte de su lado.

—Encontré justo lo que buscaba y a un precio que me podía permitir —Le contó—. En la primera tienda que entré. Sin hacer colas, sin discusiones con otros clientes, incluso se ofrecieron a envolverlo ellos mismos.

. ¡Imagínate, tardé menos de media hora en conseguir lo que quería!

—Vaya —Akane estaba, en verdad, impresionada. Era toda una hazaña teniendo en cuenta lo poco que faltaba para navidad. Sus ojillos se movieron hasta el paquete aplastado—. ¿Y qué era?

Las mejillas del chico se encendieron, pero él meneó la cabeza y siguió como si nada.

—¡Todo iba genial hasta que ella apareció!

Ella.

La joven Tendo pegó los brazos al cuerpo cuando éstos se le pusieron rígidos. Entendió que solo había tres posibles candidatas para ese ella.

—¿Era Shampoo? —preguntó, de mal humor—. ¿O quizás Ukyo?

Ranma negó con la cabeza.

—Peor aún.

Kodachi Kuno le cayó encima como una ventisca invernal y en cuanto escuchó su escandalosa risita en el oído, Ranma supo que se le había acabado la suerte.

Primero le quitó el paquete regalo de las manos antes de que él pudiera reaccionar, creyendo (en una de sus fantasías disparatadas) que el obsequio era para ella. Cuando Ranma le dejó claro que no era así, ésta se enfadó y decidió robarlo. Por supuesto, él había ido tras ella sin perder un momento. Y antes de darse cuenta estaba frente al portón de la Mansión Kuno.

—¿Y entraste?

—Claro que entré —En este punto, Ranma cerró los ojos con fuerza, pero los abrió enseguida, con una profunda angustia en ellos por lo que fuera que había visto allí—. Ese lugar es el infierno.

Akane conocía esa casa y no pudo por menos que darle la razón. La mansión de los Kuno estaba construida como un laberinto repleto de horrores: pasillos que no llevan a ninguna parte, cámaras ocultas por todas partes, trampas en cada esquina… ¡Eso sin contar las bestias que los Kuno tienen por mascotas y andan sueltas por ahí!

—Me moví del modo más cuidadoso que pude, para no llamar la atención de nadie, y al final conseguí dar con ella.

Kodachi Kuno le esperaba en algún tipo de almacén o trastero abandonado, de techos altos de madera y olor a rancio, que tenían adosado al edificio principal. La chica, jugueteando con el regalo en sus manos, le dijo que si quería recuperarlo, tendría que atravesar la habitación y llegar hasta ella.

—¿Solo eso? —preguntó Akane, extrañada—. No parece tan grave.

—Es que… es que… ¡El techo estaba lleno de ramilletes de muérdago!

—¡¿Cómo?!

Cada milímetro de ese enorme techo tenía una de esas malditas plantas. No había un solo hueco libre, ni siquiera en la lámpara. Kodachi le devolvería el regalo si él, a cambio, le regalaba un beso de amor.

—¡¿Un, qué?! —Akane se enfureció al instante, en cuanto se le representó en la cabeza la imagen de esa chica gritona, ataviada con su mallot de gimnasia rítmica que dejaba a la vista hasta la más nimia curva de su esquelético cuerpo, pidiéndole un beso a su prometido—. ¡Más te vale que no…!

—¡Pues claro que no! —respondió él, a toda prisa.

Ranma conocía la tradición navideña del muérdago, pero no estaba dispuesto a obedecerla solo porque le hubieran tendido una trampa. Lo que sí le preocupaba era que esos ramilletes estuvieran repletos de narcótico y que, en cuanto él pusiera un pie en la habitación, caerían sobre él para dejarle inconsciente. No podía entrar en ese cuarto, pero tampoco podía irse de allí sin el regalo.

Así que, optó por un ataque directo contra su adversaria, pero ésta respondió sacándose todo tipo de instrumentos de gimnasia mortíferos hasta de la manga, y que no dudó en emplear con todas sus fuerzas. Quizás lo que pretendía era dormirle a base de un golpe en la cabeza. Ranma tuvo que pelear esquivando todos los intentos sin dejar de vigilar sus pasos por si el muérdago caía sobre él. Recibió varios golpes, y más de una vez Kodachi le enredó su condenada cinta en los tobillos y se empotró contra el suelo. Pero después de un buen rato, consiguió quitarle el regalo.

Y justo cuando estaba a punto de marcharse de allí…

—¿Qué? ¿Qué paso?

Ranma hizo una mueca.

—El regalo explotó en mis manos —reveló, dando un pisotón al suelo—. ¡No era el regalo de verdad, sino uno que Kodachi había llenado de sedantes!

. Me dio de lleno, y caí redondo.

Aún había rastro de esa somnolencia química en sus gestos, quizás también era la responsable de esa voz monocorde con que la hablaba.

Para cuando recobró el sentido Kodachi, ataviada ahora con un vestido rojo y un gorro de papá Noel de cuya punta colgaba otro maldito ramillete de muérdago, se le había sentado encima, inmovilizándole los brazos. Le miraba con sus ojos muy abiertos y no paraba de repetir como una posesa: ¡Déjame besarte! ¡Déjame besarte!

Ranma interrumpió su discurso para taparse la cara con las manos. Puede que sintiera vergüenza por lo que ocurrió después, o solo intentaba huir del horror de lo vivido, Akane no podía estar segura y tampoco lograría pensar con sensatez pues tenía ganas de pegarle un puñetazo a algo muy duro y romperlo por la mitad, aunque trató de calmarse. No podía permitir que sus celos la convencieran de que el chico era el culpable de toda esa locura, aunque tuviera una vocecita irracional que le chillaba eso mismo desde algún rincón de su cerebro.

Alargó la mano y la posó en el hombro de su prometido, hasta que éste se atrevió a mirarla.

—¿Te besó a la fuerza?

Si había sido así, estaba dispuesta a ir en busca de Kodachi y hacerle tragar cada uno de esos estúpidos ramilletes. Ranma sostuvo su mirada lo que le pareció una eternidad.

—No —respondió al fin y, sin querer, los dedos de Akane se agarrotaron en su hombro como una pinza—. ¡Ay!

—¡Perdón!

¡¿Por qué diablos te haces el interesante en un momento así?!

—Conseguí quitármela de encima y escapar —continuó él—. Y supongo que no fui muy delicado…

. Y como venganza, Kodachi destrozó el regalo.

¡Pues ya podría haberlo soltado todo sin tanta pausa, ni tanto suspiro! Akane respiró aliviada pero siguió sin entender por qué Ranma parecía tan afligido. Lo peor, que habría sido recibir un beso de Kodachi, no se había producido. Y esa chica se merecía todo lo bruto que él hubiese sido con ella.

Pretendiendo adivinar que más se le estaba pasando por la cabeza a su prometido, no dejó de observarle con curiosidad. Fue cuando le vio, con los ojos clavados aún en el paquete destrozado del suelo, que ella comprendió.

El regalo que él había comprado estaba arruinado.

—No pasa nada, Ranma —Le dijo, queriendo consolarle—. No ha sido tu culpa.

—¿Y eso qué importa? —Replicó, frunciendo las cejas—. El resultado es el que es.

—Ya, lo sé. Has gastado tus ahorros por nada.

—El dinero me da igual.

Hizo tal declaración mirándola a los ojos, pero en cuanto Akane le devolvió la mirada, se puso rojo y tuvo que bajar el rostro. Lo contempló, conmovida, con un aleteo incesante de mariposas en su estómago y un sentimiento cálido de ternura oprimiéndole el corazón.

Así que es eso. Apretó los labios para contener semejante emoción. Tonto, ¿por eso pareces tan defraudado?

—No hacía falta que me regalaras nada, Ranma.

—Parece que así va a ser.

En ocasiones como ésa Akane se preguntaba, aún sin querer, si valía la pena lo mucho que peleaban por conseguir algo que, por lo visto, tenía a tantas personas en contra. Era tan agotador como si se enfrentaran al universo, y tan injusto que resultaba descorazonador.

¡Ni siquiera les dejaban pasar tranquilos la navidad!

La melancolía podría haberse apoderado de ella, en el instante en que cedió a todos esos pensamientos (tantas veces oídos ya) sobre lo inútil que era su voluntad y lo imposible que parecía ser su amor por Ranma, de no haber sido porque un nuevo rayo del sol que se reflejó, bien en un escaparate o en un trozo de nieve medio derretida, le dio en los ojos. Casi había dejado de notar esa hermosa luz de la mañana, de tan oscuro que era el ánimo que traía el chico.

Pero ahí estaba el sol, en medio del invierno más frío de cuantos recordaba. Ahí estaba su luz, derritiendo la nieve que esa mañana parecía tan sólida y firme. Después de las tremendas ventiscas que habían asolado la población los días pasados, nadie habría creído posible que, de pronto, aparecería un sol amarillo y gigante para iluminarles.

Cuando menos te lo esperas, cuando nadie cree que algo así vaya a ocurrir.

¿Quién habría esperado, hacía tan solo un año, que el tonto de su prometido se gastaría todos sus ahorros en un regalo para ella? ¿Y que estaría dispuesto a recibir una paliza por recuperarlo? ¿O que se pondría así de trágico por haberlo perdido?

—Pero tú no estás herido, ¿verdad? —Se acercó más y le tocó la cara con las manos para verle bien—. ¿O te duele algo?

Ranma alzó la vista, pasmado, y negó con la cabeza.

—E-estoy bien.

Akane lo comprobó de todos modos, pasándole los dedos por el rostro con suavidad. Después hundió las manos en su pelo y le tocó el cuero cabelludo con suma delicadeza, hasta que el chico entornó los ojos como si fuera a caer dormido otra vez.

De repente, notó algo entre las hebras de cabello.

—Tienes algo aquí.

—¡Será un chichón!

—No, parece otra cosa —Subió un par de peldaños más para verle mejor la cabeza y pegó una exclamación—. ¡Hay un trozo de muérdago enredado en tu pelo!

—¡¿Qué?! —Ranma dio un brinco y se apartó de las manos de la chica a toda velocidad—. ¡No quiero volver a ver esa cosa nunca más!

—¿Y qué harás? ¿Dejarlo ahí para siempre? —Akane se estiró poniéndose de puntillas y trató de agarrarlo, mientras Ranma la enganchaba de las muñecas en un intento de pararla—. ¡Déjame cogerlo, tonto! —Se quejó, tirando para soltarse—. Déjame… —Agarró el trozo de planta y, por fin, lo liberó. Apenas era un tallito medio roto, con las hojas aplastadas—. Vaya, vaya.

. ¡No lo mires así, Ranma, él no te ha hecho nada!

—¿Por qué no usas tu fuerza bruta para hacerlo papilla?

Esta vez sí se llevó un capón en la parte alta de su cabeza, aunque no muy fuerte.

—Tíralo —Le insistió él, con aspereza—. Odio el muérdago.

Lo único que había sobrevivido del ramillete era el lacito rojo que tenía anudado en el tallo. Era un color hermoso, muy navideño y le dio pena tirarlo. Así que estiró la mano, como si pretendiera volver a colocárselo en la cabeza. Éste, alarmado, pegó un nuevo bote.

—¡¿Qué haces?!

Akane le puso la otra mano sobre el rostro, le rozó la mejilla calmándole en menos de un segundo.

—Déjame… —Susurró, acercando su rostro hasta el de él. Le besó en los labios con suavidad, al tiempo que le acariciaba la barbilla. Ranma intentó agarrarla por la cintura para acercarla más, pero Akane le puso el muérdago en las manos—. ¿Todavía quieres tirarlo? —La miró confundido y ruborizado, pero cerró la mano en torno a la planta—. Venga, vamos a casa.

. Ya casi es navidad.

Le ayudó a ponerse en pie y echaron a andar a través de los resplandecientes cúmulos de nieve que rodeaba la calzada. Mientras caminaban cogidos de la mano, Akane supo que, como ese sol inesperado en pleno invierno, Ranma siempre encontraría la forma de sorprenderla.

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Fin

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¡Nuevo Oneshot!

Con el tema Muérdago, que es del día 15 O.O como veis llevo mucho retraso, pero vaya, si a vosotros no os importa, a mí tampoco, jeje, y seguiré repartiendo oneshots navideños aunque el calendario esté a punto de terminar.

Nos vemos en el próximo Oneshot.

¡Besotes para todos y todas!