Que días aquellos cuando el verano nos regalaba cálidos suspiros. O el invierno con sus tiernos brazos, nos arropaba en el frío. Otoño. Ah…una de mis estaciones favoritas. Contemplar los árboles al desnudo, muriendo de pie. Para luego renacer de las cenizas cual fénix en primavera. Éramos jóvenes. Tan lozanos. Con la cabeza repleta de ensoñaciones y el corazón atiborrado de pasión.

Fuimos sabios. Fuimos imprudentes. Pero también fuimos superhéroes. La liga de héroes que Paris ostentó con orgullo al mundo. Librando batallas contra el mal. Salvando la integridad y el libre albedrío de las personas. Ya me cuesta recordar detalles. Algunos danzan nebulosos. Otros, son la espuma que queda en el mar. De esos años mozos, ya solo quedan rastrojos de nostalgia. Pues solo soy un anciano retirado ahora. Un héroe que colgó la capa y finalizó su servicio con honor. Rehacer mi vida como un simplón civil no fue fácil al principio. Me rehusaba a aceptar, que mi presencia en la vida de otros ya no sería necesaria. Sin embargo ¿Qué otras opciones tenía? Logramos derrotar a Crisálida. Ella fue la última persona en vandalizar los poderes del Miraculous de la mariposa y tergiversarlos para pérfidas intenciones. Regresada la joya a la caja, la guardiana daba por finalizada nuestras proezas.

Francia lo celebró a destajo. En cada uno de los rincones más alejados de la urbe, sus compatriotas gozaron esa tarde. Se erigieron estatuas en honor a "Ladybug" y sus camaradas. Yo estaba pasando por un momento complicado en mi sentir. Era consciente de que si bien los problemas en paris habían acabado. Los personales comenzarían a ebullir como un volcán dormido. No tardó la verdad en caernos sobre los hombros. Mi primo Adrien, se enteró de que Gabriel fue Monarca. Que era un sentí ser como yo. Y que Ladybug, era Marinette Dupain-Cheng. Fueron días convulsos, muy extraños. Quienes gravitábamos entorno a los dos, no supimos cómo tomarnos dicha información. Adrien y Marinette terminaron varias veces. Tantas como las que volvieron. Ellos también eran jóvenes como nosotros y solían caer fácilmente en la debilidad mental de la incomprensión. Con Kagami, nos esforzamos por darles palabras de aliento y apoyarles en lo moral.

Finalmente, acabaron juntos. Se casaron. Tuvieron tres hijos. Y vivieron felices hasta que el sadico beso mortuorio los separó.

Es de hecho, lo que me ha traído hasta aquí. El cementerio de Père-Lachaise. Nuestra Ladybug, ha pasado al mundo onírico. Y a pesar de no ser la primera de todas en partir, su tumba me evoca un amargo sentimiento de soledad. Como quien, pierde a una madre. Sus restos yacen en el mausoleo de los Héroes. Junto a quienes nos dejaron de antaño: Mylene y Nino.

Corre una brisa agradable para ser otoño. Resguarda el velo de esta melancólica reunión. Una que no habíamos tenido en por lo menos veinticinco años. La mayoría vino y se quedó hasta el final. También lo hicieron quienes conocieron su identidad. Uno que otro ciudadano y niños que ya de adultos, rindieron homenaje; luego de haber sido salvados por ella. No necesariamente vistiendo de negro. Yo, por ejemplo, opté por el gris. Es mi color favorito.

La velada termina con el ataúd descendiendo delicadamente hacia el fondo de la madre tierra. Me quito el sombrero, revelando así, no solo un complejo ritual de respeto. Si no también el paso del tiempo en níveas hebras, pegadas a mi cabeza. Diviso a mi primo, soltando lagrimones que llueven hasta su prominente bigote. No está solo. Lo rodean sus hijos. Me vi tentado a darle una palabra de aliento, pero ya tiene quien le asista. Mantener distancia de quienes amo, es a lo que me he dedicado prácticamente toda mi vida. Prefiero esperar y hacerlo en privado. El cementerio, no es el lugar más digno para profesar amor. Me llevo mal con la muerte. No porque le tema. Mas bien, porque la infame tiene la tendencia de darte visitas durante el sueño. Bien lo hizo con mi madre en su momento y hasta el día de hoy me parece una falta de respeto. Un asalto a mano armada.

—Te ves bien, Félix. Los 70 te sientan.

Su voz flotó hacia mis oídos como una melodía clásica, de tiempos modernos. La reconocí por la forma de su cabello. Había enredado mis dedos en esas plateadas cascadas tantas noches. Su perfume no había cambiado. El mismo aroma juvenil. Jazmín.

—76, para ser exactos.

Le respondí, dándome un tiempo de inflexión antes de aclarar la voz.

—Tú tampoco te quedas atrás. Los maestros fueron indulgentes contigo y tu belleza continúa sacando suspiros. Mi corazón se agita al verte.

—¿No te da vergüenza coquetearle a una anciana con poesía adolescente? —contesta Tsurugi, en una sutil bufonada—. Sigues siendo un atrevido.

—Este atrevido te gustaba mucho —sisea.

—Nunca dejó de hacerlo…—exhala Kagami, releyendo la lápida con incredulidad. Le sigue resultando irreal—. Solo me cansé de su soberbia y terquedad.

—¿Nunca pensaste en pedirme que volviéramos? —propone, altivo.

—Ni por asomo —esboza la nipona, de párpados caídos— ¿Cuándo irás a ver a tu hijo?

—En cuanto termine unos asuntitos aquí en Paris, lo haré sin duda.

—Es solo un boleto de tren, Fathom. Nada te cuesta —farfullé la fémina, en reproche por la negativa—. Vienes diciendo eso durante años. Pero nunca lo cumples. Comienzo a pensar que no lo amas.

—¿Qué sucede? ¿No les llega mi dinero todos los meses? —se excusa, de incómodo agravio— ¿Qué hice de malo ahora? ¿Por qué me injurian falsos testimonios? Por supuesto que amo a mi hijo.

—Si me hubiese bastado solo con tu dinero, créeme. Jamás me hubiera divorciado de ti. Es una lástima que no se viva solo de lo material —sentencia, fulminándolo con la mirada—. Ve a Londres. No te lo volveré a repetir. Si me disculpas…

—¡Kagami, espera! —Félix la ataja del antebrazo, apremiado en tiempo. Aún hay cosas que le cuesta expresar— ¿Por qué has venido?

—Marinette era mi mejor amiga —espeta, desmintiendo cualquier teoría— ¿Por qué no vendría?

—Porque…sabías que yo estaría aquí y dado que las cosas no terminaron bien entre nosotros…no lo sé —murmura el inglés, estrujando los bordes de su sombrero entre guantes negros—. Creí que me odiabas.

—Han pasado 15 años desde aquel entonces, Félix. Es ridículo quedarse pegado en algo que ya no volverá —esclarece su ex mujer, cabizbaja—. Por lo demás, no sé de dónde sacaste esa idea de que te odio. Eres el padre de mi hijo. No puedo odiarte…

—Puede que tú no. Pero el sí.

—¿Quién?

—Alex —manifiesta, rascándose la barba—. Ya sabes que sí. No me perdona el haber arruinado nuestro matrimonio.

—Solo está molesto. Pero no es nada que no se pueda solucionar conversando —enuncia, la que alguna vez fue la señora Fathom—. Tú cambiabas sus pañales. Lo acompañabas a las clases de esgrima. ¿De qué manera no podrías hacer las paces con él?

Quise responderle con alguna certeza. La que me pidió Kagami años atrás, cuando todo se fue a la mierda. Pero entre que me comía la cabeza buscando respuestas a incertidumbres y me hundía en el trago, los papeles llegaron a mi escritorio y ya era demasiado tarde. Para ese entonces, hasta yo lo veía como un sueño. Algo que, si me iba a dormir, a la mañana siguiente despertaría y todo habría acabado. Nunca pasó. Firmé, porque incluso hasta el último segundo, apelaba a que fuese una broma. Que se retractaría como incontadas otras veces lo hizo.

Que ingenuo de mi parte fue pretender jugar a torcerle la mano al destino. Mi esposa ya estaba cansada. Su ultimátum, fue separar los bienes con la oportunidad de quedarme viviendo en un ala de la mansión. Pero sin posibilidad alguna de volver a tocarla. Lo hizo para que no me alejara de nuestro hijo.

¿Por qué me irritó tanto dicha sentencia? Le sentí sabor a traición, al igual que un niño cuando pierde un dulce. Fue mi vanidad masculina la que me impedía aceptar tales condiciones, puesto que siempre fui quien proveyó a la familia. O quizás, el egoísmo de no poder aceptar verla con otro hombre que no fuese yo. Bueno, Kagami jamás hubiera invitado varones a casa. Fue una estupidez. En el fondo, no estaba enojado con ella o con mi hijo por interpelarme, una noche nevada. Lo estaba conmigo. Me aborrecía y culpaba de todas las desgracias. Porque de haber sabido que la palabra "divorcio" tendría esta clase de connotaciones tan indignas, mejor me hubiera pegado un tiro antes.

Fue entonces cuando dejé de contestar las llamadas. Me mudé a Paris, ocultando deliberadamente mi nueva dirección. Viajé por el mundo un par de años. Hasta que mi cabello perdió su color y la impotencia masculina arrasó con mi virilidad.

Ahora que estaba de vuelta y me podía dar el lujo de observarlos a todos, con sus singularidades y complejos devenires. De ojos cansados pero sabios. Comprendí que nadie había cambiado mucho. En realidad, yo lo hice. El mundo, seguía siendo el mismo por fuera. Por dentro, la verdadera metamorfosis que manifestaba mi alma me colmaba de todas esas certezas que fueron incertidumbre. La fe, por ejemplo, era una de ellas. El cariño por los amigos. Y el amor de la familia que con esfuerzo construí; para abandonar cuál cobarde ladrón.

Percibo la tibieza de una mano afable sobre mi hombro.

—Aún no es tarde para cambiar las cosas, Argos.

—¿Alix? —pregunta Félix, despabilando pensamientos—. Creí que estarías cuidando del tiempo.

—Todavía lo hago, genio —ríe la pelirroja, releyendo el grabado en la lápida—. Marinette fue una excelente guardiana y una estupenda heroina. Ladybug estaría muy orgullosa de ella.

—¿De qué hablas? —balbucea Fathom, turbado— ¿Por qué te refieres a ella como si fuese otra persona? Dupain-Cheng fue Ladybug todo este tiempo.

—El tiempo es relativo, camarada —bufa.

—¿Qué Alix eres? Más bien ¿Qué versión? —masculle, receloso— ¿Presente? ¿Pasado? ¿Futuro? Porque la Alix que yo conocí, era amiga de Marinette. Y jamás se hubiera referido a ella de manera tan simplona.

—Los años te pasan por encima, pero sigues siendo el chico prodigio ahí dentro. Ahora no me cabe duda —reconoce la mujer, de plateados visos—. Me pregunto si aún podrías ponerte el traje y volar por los tejados.

—No seas ridícula. Antes de pensar en dar un salto, la artritis ya estaría desarmándome —protesta, injuriado—. Aun así, sigo sin entender que haces aquí. No estarás pretendiendo evitar la muerte de Marinette. Sabes que alterar el pasado, es muy peligroso.

—Es una regla de oro que incluso yo no puedo romper, a través de universos —admite la mayor, metiendo las manos dentro de un pequeño morral—. En efecto, no soy la Alix que conociste, pero algo de ella me queda. El futuro de la humanidad, ya no yace en el planeta tierra.

—No me sorprendería, si me dices que eres una IA o algo similar —comenta Graham de Vanily, contemplando la tumba de su camarada—. Fui uno de los precursores en llevarle a las personas, los primeros órganos positronicos. Marinette portaba uno de esos riñones.

—No puedes hacer nada para cambiar lo que viene a continuación, Argos —repara, en un susurro.

—¿Cómo dices?

Me giro. Ni rastros de ella. ¿Qué fue eso? ¿Acaso estuve hablando con un fantasma? Se ha esfumado con la ventisca. Alya venía de camino hacia mí, mientras Zoé sostenía su peso entre manos. Dios, esta chica también se ve muy demacrada. ¿Qué le sucede a todo el mundo? Debieron haber aceptado mis mejoras. Trabajé arduamente con Tsurugi para conseguirlas. Parece estar decidida a entregarme algo. Me observa y estira la mano, extendiendo los dedos. ¿Esos son…los aretes de Ladybug? ¿Qué significa esto? No sé qué decir o cómo moverme. Me ha paralizado. No comprendo.

—Adrien no estará en condiciones durante bastante tiempo. Y este cáncer me tiene con la energía por el suelo —relata Césaire, esbozando una mueca acabada—. Marinette me había pedido ser yo, su sucesora por si algo le pasaba. No obstante, ya de eso…ni hablar. Ten…

—¿Por qué me los entregas a mí? —los recibe, taciturno—. Yo tampoco seré Ladybug.

—Por supuesto que no, tontito —comenta Zoé, jovial—. Es solo que no hay nadie más indicado que tú, para poder resguardar este Miraculous hasta encontrar una nueva portadora. En realidad, teníamos pensado encargárselo a Luka. Sin embargo, aún no regresa de la India.

—¿Por qué yo y no otro…?

—Nosotras éramos amigas. Pero tú, eras familia. No le des muchas vueltas ¿Quieres? —cuenta la morena, entre labios pueriles—. Esta joya debe permanecer con ustedes. Sé que estará en buenas manos, al igual que el miraculous del pavo real. Para cuando Adrien esté mejor, ya sabrás que hacer.

—Pe-pero…

El astro rey se ha recostado sobre las nubes, para tomar la siesta. Está cansado. Al igual que yo. Agotado de tanta penuria y desazón. Vine a este funeral con el adeudo de un buen cuñado político. No dimensioné que saldría de él con unos aros mágicos y las fogosas ganas de reconquistar a mi ex esposa. Kagami finge prescindir de mi, ignorando mi presencia. Pero la he visto regalarme una que otra miradita por el rabillo del ojo. Hace tantos años que no nos veíamos. Y de pronto todo parece fácil de conseguir. Justo, en la palma de mi mano.

Luego del entierro, nos fuimos a la mansión Agreste para una cena solemne. Música tranquila de fondo y un pequeño cocktail. Ver el retrato de Nathalie a un costado de mis tíos, atentó contra mi apetito. Por poco y lo pierdo. Menos mal que Hugo me ofreció un aperitivo a tiempo. Es un buen muchacho. La viva imagen de Marinette.

—Tío Félix, no te desmayes —carcajea licencioso—. Ten, tu dosis diaria de whisky.

—Que tierno eres —ironiza el británico—. Gracias por recordarme que tengo problemas con la bebida.

—¡Jajaja! Me encanta que tu humor no haya declinado —aprecia Dupain-Cheng, consciente de su chiste—. Lástima que el de papá no sea el caso.

—Acaba de enviudar —arquea una ceja, con suspicacia— ¿Tú de qué vas?

—Yo ya lloré lo suficiente —revela Agreste, templado—. Todos lo hicimos. Sabíamos que mamá estaba muy enferma y nos preparamos. Pero incluso en el momento del adiós, nadie estaba listo. Mucho menos mi papá.

—¿Ya revisaron el sótano? —sugiere Félix, de labios contra la copa—. No vaya a ser cosa que siga los pasos de tu abuelo y la haya entiesado ahí.

—Esa historia nunca va a dejar de sorprenderme, la verdad —suspira el menor, examinando la escena desde fuera—. Al principio creí que era una total locura. Pero tras pasar tantos años viendo a mis padres profesaste tal amor…me terminó conmoviendo. Quiero decir, lo de tenerle en un altar, construir estatuas y así. No me mal interpretes —dilucida—. Lo de Monarca sí está cabrón.

—A estas alturas de la vida, ya no sé cómo juzgar a Gabriel —manifiesta Fathom, aletargado—. Para cuando yo tenía su edad, enloquecí tanto por Kagami, que dejé de prestarle atención a sus acciones. Incluso aún lo sigo estando. ¿No se ve comible con ese vestido? No ha perdido ni un gramo de cintura…

—No te ofendas, pero… ¿No crees que están un poquito viejitos para esas cosas? —ríe el peliazul, abochornado.

—No sabía que existía una edad tope para amar a alguien —chasquea la lengua.

—Tú sabes a lo que me refiero, no te hagas. Hablo de… "ya sabes" que —baja la mirada—. Después de ciertos años pasa la cuenta y hasta para quitar un vestido cuesta.

—Jamás necesité recurrir a desvestirla para imaginarla sin ropa, niño —murmura, de voz lasciva.

—Tengo 33 años, tío…

—Eres un crío aún, Hugo. Pero sigue así. Vas bien —Félix le palmotea la espalda—. Con permiso.

No tenía tiempo para explicarle a mi sobrino lo que era el amor. Puede que él no lo haya notado, dentro de tantas distracciones mundanas que hay por estos días. Pero un sentimiento como ese, no envejece. Ni tampoco, se marchita con los surcos de un rostro ajado. El niño que habita en mi corazón, sigue ahí. Dormido, a veces juguetón. El alma es por siempre altiva y gallarda. Y nunca, deje de sentir esto por Kagami.

Me costó pillarla sola como para abordarla. Se la pasaba platicando de persona en persona. Si terminaba con Zoé, continuaba con Juleka. Para retomar con Marc o Nathaniel. Tsk, que molestos que son todos. Me escondí detrás de un pilar, agazapado en la penumbra.

—Félix ¿A qué juegas? —chilla Duusu, entre risas— ¡Te ves muy tonto haciendo esto como un niño, jajaja!

—Respeto a tus mayores, criatura de dios. ¿Qué no ves que intento acercarme a ella?

—Es Kagami. No el Rey de Inglaterra —revolotea, de ojos saltones—. Estuvieron 30 años casados.

—Corrección —recula, desmintiendo la cifra—. Fueron 40 años, 3 meses, 2 semanas y 6 días para ser exactos.

—Incluso desde mucho antes, ya te soportaba —interviene Kagami, de brazos cruzados y actitud pintoresca—. Para que veas lo que pesa mi amor.

—¡Siguen igual de lindos los dos! —aulla el pequeño kwami— ¡Viva el amor!

—Madre santa —Félix da un bote en su lugar, fingiendo espasmo—. Ten piedad por este corazón, querida. No estoy acostumbrado a ver ángeles bajar.

—¿Qué pretendes, Félix? —cuestiona la mujer—. Te olvidas de nosotros y de la nada, me ves y empiezas a coquetearme como un adolescente.

—Yo jamás me olvidaría de ustedes —simula ofensa—. Y para que veas que te equivocas conmigo, mira esto —le enseña la portada de su móvil— ¿Lo ves? Esos somos nosotros tres, en nuestras vacaciones por Alemania.

—Tengo buena memoria, señor Fathom —le aparta el celular, mosqueada—. Te recuerdo que ese fue nuestro ultimo viaje "decente" sin discutir. Será mejor que cambies de estrategia, si deseas convencerme de algo —se aleja.

—¡Kagami! ¡Espera! —la sigue detrás, cual perrito faldero—. Te juro que he cambiado. Soy un hombre renovado ahora.

—No. Solo estás más canoso y menos huraño —refuta Tsurugi, paseando por el jardín—. Las personas no cambian. Envejecen, más no dejan de ser quienes fueron.

—¿Acaso no fui digno de ti, todos esos años? Por favor. Comienzo a creer que las mujeres solo tienen cabeza para recordar lo malo y no lo bueno —la intercepta, parándose frente a ella— ¿No lo pasamos bien tú y yo?

—Lo pasamos increíble, Félix. Pero de eso, queda muy poco —expresa Kagami, garbosa—. Desde que nació Alex, que no volviste a ser el mismo.

—La paternidad abruma a veces. Pero nunca fue con intención de cagarla —explica el ojiverde, malogrado—. Dame un chance…

—Mira. Si realmente te importo tanto como dices, ve a ver a nuestro hijo

—Lo haré. Ya te lo dije. Te juro que lo haré —asiente repetidas veces, mermando la ansiedad que se carga—. Sin embargo, te ruego que para cuando eso pase al menos nosotros dos estemos mejor.

—"Mejor". No es inversamente proporcional a estar "juntos" otra vez. No voy a volver contigo —determina, templada—. Así que pierdes tu tiempo.

—¿Hay alguien más en tu vida? ¿Es eso? ¿Ya me cambiaste por otro?

—No empieces con tus ataques de celos, por dios —resuella por la nariz, hastiada—. La que podría decir eso, soy yo. Los hombres suelen pasar página bastante rápido, cuando se trata de un par de pechos firmes.

—La de intimar sin responsabilidad afectiva, déjaselo a los jóvenes ¿Quieres? —rechaza Graham de Vanily, altivo—. Soy un caballero. Te juré fidelidad en el altar y es lo que he hecho hasta ahora.

—¿Realmente no has estado con nadie? —decanta, para nada convencida— ¿En 15 años, si quiera mirar a otras?

—B-bueno…no te miento que si he mirado un poco. Pero no veo pecado en recrear la vista. No he tocado a nadie más —admite, avergonzado—. Ambos somos amantes de lo hermoso. ¿O me dirás que tú tampoco lo has hecho?

—No. Ciertamente eso sería mentir —bufa su ex mujer, un tanto loable ante sus comentarios—. Mi fisioterapeuta es muy guapo. Al igual que el jardinero y mi personal trainer y el musculoso del spa y-…

—Suficiente. Lo haces a propósito —desdeña el varón, enmarañado en celos y bochornosa humillación—. No te creo nada. Solo intentas ponerme a prueba. Bien decías que yo era lo máximo. Que nadie se me comparaba.

—Todavía lo sigues siendo, tontorrón —esboza Kagami, consintiendo entretenimiento. Acto seguido, le endereza la corbata—. Pero eso no quiere decir, que volveré contigo. Ya te lo dije.

—Está bien. De acuerdo. Hagamos algo ¿Sí? —propone, de mejillas coloradas—. Tomaré el tren e iré a Londres a ver a nuestro hijo. Si logro hacer las cosas bien ¿Al menos…lo pensarías un poquito?

—Mhm…

—Porfis…—implora.

—Vale. Lo…tendré en consideración —advierte—. Pero solo, si de ahora en adelante no pierdes contacto con él.

—Lo prometo.

Bueno. Algo honorable saqué de esta curiosa reunión. Algunos despedían a una vieja amiga, mientras yo urdía planes para recuperar a mi mujer. Y si tenía que coger un boleto de tren para eso, no me lo pensaría dos veces. No me mal entiendan. No es que esté sacrificando la tremenda cosa por tener el favor de Kagami. Es mi hijo. Lo amo como la vida misma. Mis aprensiones se limitaban al pavor, de no saber como reaccionaría tras tantos años sin vernos. Entre que me daba vueltas imaginando escenarios ficticios de lo peor que podría ocurrir y, ordenando oraciones de reconciliación paternal, me pasé una semana entera en ascuas. Se aproximaban las fiestas de fin de año y la mayoría de las personas repletaban vagones enteros para visitar parientes. Logré comprar uno, que alguien por ahí canceló de ultima hora. El de las 21:30, considerado un viaje nocturno. Armado con tan solo mi mejor facha, hice un maletín pequeño de enceres básicos. Como útiles de aseo y ropa interior. Pretendía hacer un viaje fugaz. Estar una tarde con él, tomar algo y luego volver. ¿Qué tan terrible podía ser?

—¿Es su nieto?

Me preguntó la pasajera del asiento contiguo. Una mujer relativamente de la misma edad que yo. Quizás mas joven. Me había pillado infraganti, contemplando las fotos que Kagami me envió de Alex.

—N-no. En realidad, es mi primogénito —aclara el inglés.

—¿Hijo único?

—Desafortunadamente si —balbucea Fathom, cabizbajo—. Me hubiera encantado poder tener más, pero mi ex esposa no estaba de acuerdo.

—¿Ex esposa? —ríe su compañera, de momento grácil—. Es usted muy tierno.

—¿Disculpe?

—Dice estar divorciado y, aun así, porta su argolla de matrimonio —señala, observando la joya en su dedo—. Sin duda es un hombre de compromisos serios.

—Digamos que…soy algo anticuado, jeje —retrae los dedos, timorato—. En realidad, aún estoy enamorado de ella.

—Me alegra escuchar eso —adula—. No todos son tan valientes de admitir sus sentimientos. Incluso luego de algo tan doloroso como una separación. Mi marido no dudó un segundo en quitársela, luego de engañarme con otra.

—Lamento…oír eso —dice el peliblanco, melancólico—. No está bien ser infiel.

—No tengo nada en contra de la infidelidad carnal —se encoge de hombros—. Lo que, si me causó una decepción, fue saber que también me era infiel en el corazón.

—Yo no podría ni si quiera eso…—revela Graham de Vanily, sin tapujos—. Kagami es la mujer de mi vida. Siento que fui creado para morir a su lado. Aún no he podido asimilar el hecho de que no esté conmigo. Han sido años crudos.

—Todo estará bien, no debe temer —asegura la fémina, regalándole una caricia sutil sobre el dorso de su mano—. Estoy segura de que podrá resolverlo y volverán a estar juntos, como siempre.

No recordaba cuando fue la ultima vez, que alguien me brindó tales palabras de aliento. Creo que, lo llegué a escuchar de Marinette en vida. Luego del divorcio y arribar a Paris, pasé una temporada viviendo con ellos, en la mansión Agreste. Adrien no estaba seguro de si recibirme o no. Por miedo a llevarme mal con su esposa. Yo era un hombre de tantos secretos y misteriosos devenires. Con un pasado penumbroso. También inmortalicé, el vagón donde viajaba ahora. Era exactamente el mismo, en el que me fui. La vida es una paradoja. Nunca sabes a donde te va a llevar. Vas deteniéndote de parada en parada hasta que consigues bajarte en la última estación. El destino, de un todo.

Las calles de Londres parecían no haber sido vandalizadas por el paso de los años. Reconocí aquel café del andén sur. El quiosco de revistas, la tienda de recuerdos, el estacionamiento de taxis y el viejo puesto para lustrar zapatos. Ahora, lo atendía el hijo del dueño. El majestuoso Big Ben a lo lejos, marcando las 00:00 entre campanas. Le escribí a Kagami, comunicándole que ya me encontraba en suelo británico. Ella mandó un auto, de chofer propio. No era el muchachito que dejé a su servicio. Este me comentó, que había sido despedido pero que admitía, haber escuchado maravillas de mi persona. Se sintió honrado de dejarme en la puerta de mi casa. Bueno… "ex casa". El jardín delantero fue remodelado por completo. Las rosas, reemplazadas por azucenas. La pileta, por un estanque de carpas japonesas. Se ve el toque femenino de mi chica.

Tsurugi me recibe en el salón. Ordena que se me haga espacio en el cuarto de invitados. Me ofrece un té y ambos nos sentamos frente a la chimenea. Que chistoso. Siendo esta mi morada por casi toda una vida, verla con los ojos de un completo extraño. Un invitado poco grato. Hay tanto por…añorar aquí. Me pican los dedos y la lengua, por refrescarle la memoria.

—Tuviste suerte. Los últimos boletos estaban todos agotados —murmura Kagami, tomando un sorbo de su infusión—. A la próxima, tendrás que tomar un vuelo.

—No has cambiado la alfombra —musita Félix, masajeándola con la suela de su zapato— ¿Lo recuerdas? Para la gala de los coristas. Habíamos bebido tanto, que terminaste vomitando en esa esquina. Nos costó mucho quitar la mancha.

—Una dama no tiene memoria —objeta.

—Uh…y ese mueble de ahí —añade, socarrón—. La noche en que celebramos el 14 de febrero. Hicimos el amor como unos malditos enajenados sobre él.

—Para haber sido 7 minutos, te aplaudo —rebate.

—No duré tan poco. No seas cruel…—exclama, injuriado.

—Tienes razón. Me disculpo —corrige, en una sonrisa ladina—. Fueron 7,5.

—Que pesada…—farfulle Félix, en un mohín—. Yo jamás te diría nada sobre esas cosas.

—¿Cómo podrías? Jamás fallé en nada —sisea, escondiendo los labios detrás de su taza—. Soy perfecta.

—Tsk…—chasquea la lengua, desviando la mirada—. Al menos me conformo con que hayas mantenido mi vieja moledora de té.

—No podría ser tan mala como insinúas, Félix —reconoce Tsurugi, de tono sincero—. En ella solías hacerme las infusiones para el estómago y la gripe.

—Ah. Que bueno que al menos admites que fui bueno en algo —dice, en tono sarcástico.

—Tú siempre cuidaste de mi salud. Sería infame no reconocértelo —asume, serena—. Y estoy agradecida por ello. Fuiste muy lindo conmigo.

—Es que te amo, Kagami —sentencia, ruborizado.

—No empieces.

—¿Acaso tú ya no me amas?

—Félix, por favor. No me-…

—Vaya, vaya…que tenemos aquí —irrumpe un muchacho, de cabellera amarilla y ojos rasgados—. El perro arrepentido, vuelve con la cola entre las piernas. Sir Félix Fathom Graham de Vanily, baja del olimpo para una audiencia con sus súbditos.

Mierda. Lo sabía. Me odia. ¿Qué manera de recibirme es esa? Kagami me mira y me transmite a todas luces, que me lo banque; pues me lo busqué. Ya lo sé, joder. No es momento para recriminaciones. Solo…esperaba que en serio no fuese tan inhóspito al verme. A juzgar por la ironía empleada en su burla, está claro que no le caigo bien.

—Alex —se levanta, de brazos abiertos—. Ha pasado un tiempo, jeje…

—10 años, 3 meses, 1 semana y 2 días, para ser exacto —rezonga el menor, mosqueado—. Desde la ultima vez que me llamaste.

De tal palo, tal astilla —Kagami tose.

Dios, como tira la genética. Me clonaron sin aviso —Fathom carraspea de vuelta, nervudo—. Q-que buena memoria tienes, hijo. En efecto. Ese ha sido el tiempo en el que no pude venir. Tenia muchas cosas que hacer y-…

—Cosas más importantes que yo —espeta, de brazos cruzados.

—No. Nada es más importante que tú —asegura su padre, afligido— ¿No te lo comentó tu madre? Estuve de viaje.

—Imagino que haciendo negocios para rellenar las arcas de la familia.

—Fue terapia —revela el mayor, afrentado—. Tú puede que no lo sepas, pero sobrellevar un divorcio no es sencillo. Se pasa mal y hay que sufrirlo en silencio.

—Eso tenia solución ¿Sabes? —gruñe en respuesta—. Simplemente no te divorcias y te ahorras todo el victimismo.

—Alex, las cosas no funcionan así —cuenta el peliblanco, decaído—. A veces las parejas no llegan a acuerdos y se hace insostenible la convivencia. Pero incluso si estuve lejos, todos los años sagradamente te mandé un presente para tu cumpleaños.

—No sabría decírtelo, Félix —masculle Tsurugi, entre dientes—. Después del paquete numero 5, dejé de aceptarlos. Llega un punto en la vida de una persona, que ya no se conforma solo con regalitos webones. Tú presencia, hubiese estado mejor.

—Tenía miedo ¿De acuerdo? Las cosas con Kagami no salieron bien al final y producto de lo mismo, me daba pavor venir y tener que enfrentar mis cagazos —admite su progenitor—. Además, tampoco eras un niño como para no comprender la situación. Tenias 20 años.

—¿A qué has venido, Félix? —exhala Alex, hastiado—. Hace bastante ya, que dejé de necesitarte. No entiendo tu visita.

—No me digas eso. No puedes ignorar la presencia de tu padre. Yo también hice mi parte y te traté con dignidad —remembra, compungido—. Tú y yo siempre fuimos buenos amigos. Nos contábamos todo. Yo te leía cuentos, te hacía caballito, te cambié pañales, te di la leche en tu biberón. Te pido, no seas cruel. Menos ahora, que eres un hombre maduro y adulto. No rechaces…a este pobre viejo agrio. Suficiente tengo con tu madre.

—…

Realmente no sé que tanto le dije, como para haber logrado tocar su corazón. Pero lo cierto es que, tras enumerarle un pequeño compendio de mi paso por su vida, Alex no tardó en relajar el semblante. Ligeramente conmovido, me dice.

—¿Al menos te quedarás para las fiestas?

—No lo sé —reflexiona, toqueteándose la barbilla. Mientras tanto, consulta en la mirada ajena de su ex mujer—. Solo si la dueña de casa me lo permite. De momento, soy un invitado…

—Te equivocas, yo no soy la dueña de casa —esclarece la que alguna vez, fue Ryuko de juventud—. Alex es ahora, dueño de todo esto. Hicimos el traspaso hace dos años. Todo lo que hay dentro y fuera de la mansión, es de su propiedad.

¿De que me perdí? —Argos parpadea, atónito—. Vaya, no pensé que harías esto tan pronto.

—No fue pronto. Fue en el momento exacto y bastante necesario —determina el joven Fathom—. Pero ya tendrás tiempo para hablar de eso con ella. Puedes quedarte, padre. Solo evita causarle problemas a madre. No es como que ustedes dos, estén en la flor de la juventud —finaliza, retirándose hasta su madre, de beso en mejillas—. Tengo que salir ahora. Hay asuntos que atender en la empresa. Si me necesitas, no dudes en llamarme ¿Ok? Si este anciano se propasa contigo, avisa y yo lo pongo en su lugar.

Que cojones les pasa a estos dos. Ni que fuera una bomba con patas —Félix tuerce los labios.

—Ve tranquilo, cariño. Créeme, un perchero hace más estragos que este vejestorio —asegura Kagami, airosa—. Te amo.

Bueh…que manera de hacerme bullyng…

Una vez a solas.

—¿A la empresa, Kagami? ¿A media noche? —cuestiona el varón, escamado—. Tú tienes que estar bromeando. Ese chico está mintiendo con todos los dientes.

—Que cascarrabias te has puesto, Félix. No te recordaba así —simula restarle importancia, regresando al sofá—. Por supuesto que sé que miente.

—¿Y? ¿No haces nada al respecto?

—Es un adulto. ¿Qué quieres que haga? —arquea una ceja— ¿Qué le ponga un bozal?

—No. Pero al menos dime que sabes en que pasos anda —consigna su ex marido—. No se droga ¿O sí? Espero no esté juntándose con maleantes.

—No seas sínico. Nosotros hacíamos lo mismo para tener citas, cuando mi madre no me daba permiso —carcajea, serena—. Es obvio que se ve con alguien.

—Ya. Pero tú no eres Tomoe —se sienta a su lado, preocupado—. Nunca fuimos invasivos con el ni mucho menos prohibitivos. ¿Para qué mentir con algo como eso? Yo jamás rechazaría a alguna de sus novias.

—O novio.

—Yo no-…—calla de golpe, reculando— ¿En serio? ¿Crees que es…gay?

—Quien sabe —se encoge de hombros—. No es de nuestra incumbencia. Alex es libre de profesar gustos como se le da la gana. El amor, no es puente que debamos cortar —nota como su compañero se desfigura—. Vamos, no me digas ahora que eres homofóbico o algo similar.

—¡N-no! ¡Para nada! ¡Al contrario! —niega tajantemente—. Si es con un chico…está bien para mí. Mientras sea feliz.

—Lo que importa ahora es que Alex se ha abierto a dialogar contigo. Es un avance increíble y reconozco estar orgullosa de ti —merma, jovial—. No todos los días admites abiertamente que eres un cobarde. El Félix del que me divorcié, era muy obtuso.

—Gracias, ya no me llenes de tantos halagos que me derrito —satiriza.

—Has cambiado, Félix. Solo…hay ciertas cosas, que no sé si vuelvan a ser las mismas de antes —exclama Tsurugi, en un jadeo desarreglado—. Sé que, en el fondo, tu corazón sigue siendo el de aquel chiquillo que me confesó sus sentimientos, en la torre Eiffel. Luego de secuestrarme cuestionablemente, claro. Tuvimos una vida increíble, juntos. Hicimos lo que hicimos, sin culpa ni mayores cuestionamientos. El verdadero desafío es poder atesorar lo bueno, por sobre lo malo.

—Kagami, no te miento cuando te digo que aún te amo —veredicta el inglés, tomando sus manitas con mimosa cautela—. Nada ni nadie, ha cambiado eso.

—Supongo…que en eso somos dos. No obstante…—musita la japonesa, clavando incisivamente sus ojitos contra los suyos—. Tienes que entender, que ya no tenemos 20 años. Hemos de ser responsables con nuestros sentimientos, ahora más que nunca.

—Alex vive su vida. ¿Por qué nosotros no podemos?

—¿Qué no lo entiendes, cariño? —sopesa la retirada heroína, elevando su mentón—. Nosotros ya la vivimos.

—¿Quién lo dice? ¿Hay un manual sobre cuánto tiempo dura eso? No es suficiente para mi —niega, desacreditado—. No compré ese boleto de tren solo por él. También lo hice por ti. Por nosotros dos.

Hay algo…que aun no me queda claro en toda esta historia. Pareciera que Kagami maneja información valiosa, que rehúye de contarme. Se levanta, dándome la espalda. La noto temblorosa, muy decaída. La sigo detrás, envolviéndola entre mis brazos.

—¿Qué está pasando, Kagami? ¿Tiene algo que ver con el traspaso de bienes? —insiste— ¿Por qué me rechazas con tanto fervor? Si sabes que podemos intentarlo de nuevo…

—Pasa…—divulga, vencida—. Que me estoy muriendo, Félix.

—¿Cómo dices…?

—Estoy enferma —avisa, girándose tersamente entre el calor de sus extremidades—. Los doctores no saben bien que es. No es cáncer, pero tiene una pinta similar a serlo. Alex piensa que es producto de todo el dolor que me provocó nuestra separación. Pero yo diría que es simplemente la ley de la vida. Estoy vieja, igual que tú.

—No estás vieja, mi amor. Mírate…tienes una piel increíblemente tersa aún —halaga, masajeando sus mejillas—. Muy pocas arrugas y con un brillo fascinante.

—Por fuera. Pero por dentro, los órganos también tienden a fallar —confiesa—. Es eso lo que me impide estar contigo. No sé cuántos años me queden ni como acabaré. No pretendo ser un estorbo. Ya hiciste suficiente por mí, cuidándome.

—Se te olvida que juramos vivir juntos hasta que la muerte nos separara.

—Te has dejado embelesar por la relación de Adrien con Marinette —lo aparta, entre lágrimas—. No todas las parejas terminan necesariamente así.

—Tienes razón. No tiene por qué ser igual. No quiero terminar viudo como mi primo —sentencia, de ceño fruncido—. Quiero morir a tu lado. No concibo una vida, sin ti en ella.

—No seas estúpido. No te vas a estar suicidando por mí.

—Es mi vida ¿Ok? —tuerce la cabeza hacia un costado—. No tienes derecho a prohibirme qué hacer con ella.

—Eso sonó muy gay.

—Si ¿Verdad? Que gay soy.

—Jajajaja…

—Kagami, por todos los dioses. Kagami, te amo. Te amo mucho. No hubo un segundo en que dejara de hacerlo —ruega Fathom, casi de rodillas—. Por favor, permíteme enmendar mis errores. No me importa perecer contigo. Te pido, no me prives de tus bondades. Sin ti, todos estos años he naufragado como un vagabundo sin rumbo. Eres mi norte. Mi brújula interna, me lleva a ti como un imán al centro de la tierra. ¿Qué quieres que haga para demostrarte que es real…?

—Nada, mi pequeño mago —sisea Tsurugi, acariciando dócilmente sus canosas hebras—. Todo lo que alguna vez pudiste hacer para demostrarme tu amor, ya lo hiciste. Me diste una vida increíble, repleta de amor y pasión. De paso, fuiste tan indulgente conmigo, que me regalaste un hijo. ¿Qué más puedo pedirte? Lo eres todo, para mí. Si he de partir de este mundo, lo haré con una sonrisa de alegría, esculpida en el rostro.

—Déjame cuidarte una última vez ¿Sí? Te prometo…que ahora todo será distinto —confiesa, en un abrazo aletargado dotado de afecto—. Te amaré, hasta que nos llegue la hora final…

—Nada me haría más feliz, que morir entre tus brazos —sisea, acurrucada contra su regazo—. Yo también te amo, Félix. Y espero poder encontrarte en una próxima vida, o las venideras.

—Serán estas y muchas más. Te buscaré…

Me vi tentado a besarla en los labios. Lo intenté. Pero ella me apartó el rostro, soltando una broma respecto al escozor de mi barba. Era consciente de que fue una solapada manera de evitar un contacto más íntimo. Kagami y yo fuimos forjados en la misma fragua del deseo. En tiempos lozanos, bastaba con que yo le pegara una sola mirada, para acabar enredados entre sabanas. Pero de aquellos moceríos años, entendí que el pudor sobrepasaba el límite del amor. Acabamos el té y subimos al segundo piso. Ella me mostró mi cuarto, bastante frustrada. Sé moría de ganas tanto como yo, de dormir juntos en la misma cama. No voy a presionarla. Estamos como quien dice, recién conociéndonos de nuevo. Antes de cerrar la puerta, me dice.

—No te hagas muchas ilusiones. La gravedad hace lo suyo.

—No tengas vergüenza —enseña Félix, comprensivo—. Yo también he sufrido más que solo la caída del cabello.

—En los hombres, siempre es distinto —añade, saliendo hasta el pasillo—. Buenas noches, Félix. Que descanses.

—Sueña conmigo, como cuando teníamos 20.

—Y tú conmigo, justo como estamos ahora.

No importa que tanto tenga que hacer para recuperar a mi esposa. Lo haré. Incluso si deba hacer pactos con el diablo. Kagami vale todo su peso en oro. Y yo, lo que una pluma en vendaval.

[…]

—Comprendo. Así que no pasarás las fiestas con nosotros este año —expresa Adrien, frente a la pantalla.

Una semana después.

—Pretendía hacer un viaje rápido para reparar lazos familiares —repara Félix, en medio de la videollamada—. No contaba con que Kagami y Alex me dejaran quedarme más tiempo. Al parecer, me han perdonado…creo.

—No te sientas culpable, primo. Tú aún tienes a tu esposa con vida para disfrutarla —balbucea Agreste, desahuciado—. No es mi caso, lamentablemente…

—Adrien. Entiendo esto sea duro para ti. Es reciente y si yo estuviera en tú posición, me habría cortado las bolas hace rato —responde el britanico—. Solo te pido que, por favor, des una última pelea. Tú tienes tres hijos que cuentan contigo.

—Mis hijos…claro…

—Emma me escribió el otro día. Al parecer, es la más cercana a ti. Está muy preocupada por tu salud —advierte Fathom—. Dice que ya no comes, que casi no sales del cuarto. Pidió venir a vernos para buscar consejos.

—Es una chica muy dulce. Temo que mi debilidad la esté perjudicando demás —sisea el francés, en angustias—. Félix, lo que menos quiero es que mis niños sufran por mi culpa. Son lo más preciado que tengo. El regalo que Marinette me dejó. Tienes razón, debo luchar por ellos. ¿Pero cómo hacerlo solo?

—No estás solo, primo —asegura Félix, de sonrisa cariñosa—. Aún nos tienes a nosotros. Ya que no podré pasar las festividades con ustedes en parís. ¿Por qué no te vienes tú para Londres? Se lo plantee a Kagami y dijo que estaría encantada. Tráete a los jóvenes. Podemos organizar algo acá.

—Gracias, Félix. Lo intentaré…

Este sujeto…se va a terminar matando si no hago algo al respecto —traga saliva, reculando—. Oye, primo. Escucha… ¿Qué tal si mejor te vienes con Emma? Llega mañana. Ambos pueden abordar el mismo tren.

—Puede ser…

Puta mierda. No me la estás poniendo fácil, amigo. Piensa, Félix. Piensa. Piensa. ¿De que forma podrías convencerlo? Mientras me quemaba las pocas neuronas que me iban quedando, en lograr sacarlo del ostracismo depresivo en el que se encontraba, instintivamente pasé a meterme las manos en los bolsillos. Di a parar con los aretes de Ladybug. Fue como si me hubieran prendido un foco de luz en medio de un túnel oscuro. ¡Claro! ¡¿Cómo no se me ocurrió antes?!

—¿Sabes? —arguye su familiar, enseñándole frente a la cámara el Miraculous de la creación—. No sé si estabas al tanto. Puede que sí y con todo el ajetreo, se te haya pasado. Pero antes de que Marinette dejara este plano, le encomendó su joya a Alya. La había proclamado guardiana, para seguir su legado. La cosa es que, durante el funeral, me confesó no estar apta para encontrarle un nuevo portador —añade—. Así que me lo entregó a mí. ¿Qué dices? ¿Y si me ayudas a buscarle un dueño?

—¿Qué? ¿Tú tienes el Miraculous? —parpadea absorto, frente a tales aros—. Es verdad. Lo olvidé por completo…

—Te lo dije, Adrien —expresa Plagg, sumándose a la conversación—. Te lo mencioné, pero no me diste mucha bola. Alguien debe portar ese Miraculous.

—Cierto. Toda la razón —asume Agreste, altivo—. Félix ¿Ya tienes a alguien en mente?

—No, pero comienzo a sospechar que tú si —le guiñe el ojo—. Alya me dijo que la joya debía permanecer en la familia. Y dado que ni yo ni Kagami estamos aptos para esa hazaña. ¿No te parece que tal vez Emma podría seguir el legado de su madre? Piénsalo.

—¡Emma me cae bien! —chilla el pequeño Kwami— ¡Me da quesos siempre!

—Suena tentador, primo. Pero es un tema que hemos hablado con ella y mi hija dijo, no estar interesada en ser una heroína.

—¿Eso cuando fue? ¿Hace 10 años o qué? Estará por verse. Las personas cambian —se da un golpe en el pectoral, brioso— ¿No lo hice yo? Anda, ven con ella. Hablaremos acá.

—De acuerdo. Lo haré —asiente— ¡Nos vemos allá!

¿Soy un genio o no soy un genio? No me aplaudan mucho. Tras salir de la videollamada, Kagami me esperaba un tanto arisca en el pasillo. ¿Ahora que hice? ¿Será que llegó a oír nuestra conversación?

—¿Por qué la cara larga? —pregunta Argos, acomplejado—. Juro que no estaba viendo chicas desnudas. Solo hablaba con mi primo.

—No seas infantil —lo amonesta, de golpe en la cabeza— ¿Acaso ya lo olvidaste? Hoy tenemos una cita.

—Jamás olvidaría una cita con mi chica —esboza su pareja, ofreciéndole el brazo de gesto servicial—. Venga conmigo, señorita. La llevaré a contemplar las bellezas del mundo.

—Con tu rostro me es suficiente —proclama su compañera, aceptando el gesto y de paso, reposando su cabeza contra su hombro—. Hace tiempo que no voy al cine. Leí por internet que está de moda reestrenar películas de antaño.

—Veamos una clásica. Me gusta el romance —repasa, depositando un besito en su frente— ¿Será que aún podemos gozar de tal genero?

—No veo por qué no.

Sé que suelo decir muchas cosas, justificando la inocencia que recorre mis sentimientos. Desde la intimidad o el calor de un hogar, con Kagami podemos hacer a gusto. Sin embargo, me intimida un poco el como nos vaya a ver el mundo. Quiero decir, a muchas personas se les hace nauseabundo ver a dos adultos mayores profesando gestos de amor. Yo no me siento incomodo. Quiero abrazarla, besarla, regalarle peluches, ramos de flores, dedicarle poemas y canciones. Es ella la que tendrá el punto final de este guion. Fuimos al cine, vimos una película viejita repleta de cursilerías. Yo pasé mi antebrazo por sus hombros, cuales adolescentes enamorados. De manera escueta me reparte besos por la mejilla. Sigue intimidada por llegar a algo más. La lloramos a mares, no lo niego. Al salir, comentamos los pro y contas del protagonista. Nos reímos. Ella sigue tan cautivada por mi negro humor, como de costumbre. Le encanta que sea picante y lascivo. Escuchar acotaciones de su forma de ser de manera lujuriosa, la mantienen ruborizada en todo momento. No exacerbo demasiado el tema. También me doy mi espacio para agasajarla con otra clase de coquetas intenciones. Como acariciar su cabello, ofrecerle mi chaqueta ante el frio, tomar su mano en una caminata sensata, compartir un trozo de pie con un café.

Nuestro tour acaba en la noria. Nos montamos en ella y apreciamos el ocaso con ternura. Ella se recuesta sobre mi pecho, soltando suspiros aterciopelados. He retrocedido mínimo 50 años. El vigor se apodera de mi anatomía. Me invita a ejercer osadas vicisitudes. Como subir una montaña rusa o tirarme en paracaídas. Kagami en cambio, se resta de todo lo ajetreado. A veces se duerme, dando siestas esporádicas de a saltitos. Se cansa con rapidez, obligándonos a tomar asiento en cuanto divisamos una banca. Vapulea embrujos de sol a sol, aquejada de males productos de la edad. Para cuando la invito a tomar una cabalgata pueril en uno de los caballos de la finca, rechaza la idea de ir sola. Debo sentarme detrás o no se subirá. Noto como poco a poco, la luz de sus ojos se va apagando. No me frustra. Por el contrario, me da más ánimos.

Cae la noche, repletando el manto nocturno de estrellas titilantes. La llevé hasta un mirador. Nos acurrucamos en el asiento del carro, imaginando figuras en el firmamento. Solo para cuando nos hallamos solos, logra besarme. Su lengua sigue tan altanera como siempre. Incursionando con la avidez de una sed desértica, buscando la mía. Nos tomamos un tiempo, degustando sabores y aromas. Adoro sujetar su cintura, de la misma manera en la que ella rodea mi cuello. Finaliza la contienda, enredando sus dedos contra los míos. Me dice.

—Había olvidado lo sublime que se siente besarte. Es como perder el juicio del tiempo, espacio y gravedad; tras subir al espacio.

—Aún tenemos tiempo, mi amor —remembra Félix, masajeando sus mejillas en el proceso—. Podemos besarnos, hasta que se nos adormezcan los labios.

—Lamento haberte dicho que me incomodaba tu barba —ríe—. Ahora me gusta mucho. No pica. Es muy tersa y suavecita.

—Me la tuve que dejar, para ser mas respetable —admite Fathom, para nada ofendido—. Adrien solía decir que tenía cara de bebé.

—Alguna vez, tuviste la cabeza repleta de girasoles en primavera —declara Kagami, incursionando con la yema de los dedos, entre sus canosos cabellos—. Ahora es blanco como la nieve. Y te huele tan bien, como el invierno.

—Me alegra saber que todavía te gusto, Kagami —exclama jocoso, el hombre—. A pesar de ser un vejestorio.

—Eres perfecto incluso si te suenan las rodillas —franquea Tsurugi, reposando su mejilla contra la suya—. Tu amor me hizo ser la persona que soy. ¿Recuerdas el poema que te escribí para el otoño en que cumplimos 45?

—Lo recuerdo. Fue uno de los mejores. Aún lo conservo de hecho —devela, afectuoso—. Hasta lo llegué a enmarcar.

—Te lo llevaste, dentro de una maleta con pocas cosas —canta, separándose levemente de su compañero para retomar posición sobre el asiento—. Ojalá me hubieras llevado contigo. Fui una tonta, Félix. Nunca debí pedirte el divorcio. No sabes lo mucho que me arrepiento de eso.

—No lo hagas. Las cosas pasaron por algo. Y aunque no lo creas, te llevé conmigo —asiente—. Esa maleta, venia cargada de todos nuestros recuerdos juntos.

—El día que firmaste el papeleo, tú no estabas ahí realmente. No en espíritu al menos —explica Tsurugi, cabizbaja—. Yo tenia tanta rabia. La colera me infestó, como un parasito maquiavélico del cual no deseaba sanar. Juraba que la medicina a mi problema, era sacarte de mi vida. Cuando en el fondo, siempre fuiste tú, la cura.

—¿Es necesario recordar amargos pasajes?

—Si. Lo es. Porque cuando me vaya de este mundo, no quiero hacerlo sin antes confesarte mis sentimientos —descubre su pareja, de pecho abierto—. Félix ¿Tenemos el perdón del universo?

—Dado que el universo no tiene moral y no juzga pecados, creo que si —relata su enamorado, de atisbo almidonado—. Si hubiéramos venido a este mundo, solo para hacer cosas buenas y no cometer errores, nadie nacería para vivir la experiencia. Todo lo vale.

—¿Qué nos pasó? ¿Alguna vez, fuimos una familia joven y feliz?

—En mi caso, creo que solo me dejé estar —azora Graham de Vanily, en un gruñido hosco—. Me acostumbré tanto a que soportaras mis agrias reacciones, que no vislumbré a tiempo el daño que provocaba. Pensaba: "Bueno, es mi esposa. Tendrá que soportarme así". Para ese entonces, no solías quejarte ni oponer reparos.

—Pero lo hice. Claro que me quejé.

—Y yo, ilusamente me hice el sordo y el ciego —admite—. Tantas lunas, advirtiéndome que estabas exhausta. Es algo que no volveré a cometer. Desde ahora, cada mínimo detalle que me demuestres, lo haré justificando tu valía en mi vida.

—Pues si te sirve de algo…—destapa Kagami, levemente retraída—. Escuché la conversación que mantuviste con Adrien esta mañana. No sé qué tanto peso tenga mi opinión respecto a esto, dado que no me compete el futuro de los Miraculous. Aun así, admito que me parece muy sensato de tu parte, el querer entregarle la joya a Emma. Poco y nada he compartido con ella. No obstante, es la hija de Marinette. No veo un mejor guardián que ella.

—El problema es que la chica dijo no estar interesada en compartir la responsabilidad de su madre en este asunto —dilucida el varón—. Y tiene todo el derecho de hacerlo. Que seas hijo de un superhéroe no te convierte en uno por añadidura. Por ejemplo, en mi caso. Sería muy autoritario de mi parte entregarle el Miraculous del pavo real a Alex.

—Es nuestro hijo, Félix. Conoce nuestra biósfera.

—Lo sé. Pero como él fue concebido al natural…quien sabe —examina—. No tengo en mis registros haberle planteado el tema. Creo que se lo comentamos una vez. Que ambos éramos sentis y no mostró si quiera atisbo de profesar preocupación por ello. No sé si lo hizo para no hacernos sentir mal o de plano, se restó de tal compromiso. Tal vez…tenga sus propias aprensiones sobre ello. Negativas. Algo que no haya querido confesarnos.

—Sea lo que sea que haya sentido, vergüenza no es. Mucho menos, asombro —corrige su mujer, desacreditando dolos imaginativos—. Venir a este mundo con el poder de una joya mágica, es la magia en esencia. Con mayor razón debería apreciar nuestras vidas.

—Somos seres mágicos… ¿Lo puedes creer?

—Lo único que creo ahora mismo, es que te amo demasiado como para abandonar todo sin antes dar la pelea —pregona Ryuko, altiva—. Pase lo que pase, te apoyaré en esto. Considerar a Emma como la futura Ladybug, es lo más juicioso que harás en tu vida. Si se niega, será por mera incredulidad. Nos aseguraremos, de que vea el potencial en ella. No es una amenaza. Es un facto.

—Y como a ti te encanta tirar de esos —carcajea, Argos—. Te amo. Adrien lo necesita. Todos…lo necesitamos.

[…]

—Me niego.

Mansión Fathom. Dos días después.

Adrien aceptó a regañadientes, tomar el mismo boleto de tren que Emma. Yo había elaborado un plan monstruoso, en donde le haría ver a ambos que la muerte de Marinette no sería tan solo el paso para un final mortuorio. Si no, el comienzo de una nueva era de superhéroes. Raramente, terminó viajando con los tres. Así que ahí los teníamos sentados en la mesa. Hugo, Louis y Emma. Para desdicha fuese la mía, Emma seguía empecinada en rechazar tal papel. ¿Sus razones? Mucho prejuicio, dijo. Y demasiada toxicidad frente a detractores. No era que le disgustara la posición. Es que ella mantenía un as bajo la manga, que ni mi primo ni yo, llegamos a imaginar. ¿Sabían que Marinette tenía un diario de vida? No me respondan.

—¿Alguna vez leyeron el diario de mi madre? —apela la rubia, molesta—. No. Se ve que nunca. Ella plasmó de puño y letra, el peso de lo que conllevaba portar tanto poder, en sus manos.

—Con todo respeto, prima —interviene Alex, de dócil cuestionamiento— ¿Cuándo fue la última vez que mi Tía, escribió en él? No te ofendas, pero ¿La información es reciente?

—N-no lo sé, primo —sugestiona la ojiverde, releyendo paginas—. Se ve que es antiguo. Posiblemente, de sus primeros años siendo guardiana. ¿Pero eso que importa?

—Importa mucho, por supuesto —rebate el rubio—. No puedes juzgar un libro por su portada, bien dicen. Si es de sus inicios, nos resulta obvio que haya sido tedioso para ella. Piénsenlo. Le dieron el Miraculous cuando tenía 15 años. ¿Ustedes que hacían a los 15? ¿Jugar con muñecas?

Nadie responde.

—Que bulo…—retoza el muchacho.

—Hijo, no te ofusques tan rápido —repara Kagami, tomando la palabra. Se gira a Emma, esperanzada—. Cariño, Alex tiene razón. Ya sabemos que es de conocimiento público, el hecho de que nos dieron a todos las joyas a temprana edad. Éramos muy jóvenes, inmaduros y más atormentados de incertidumbres que certezas. Para todos fue una responsabilidad que superaba nuestro entendimiento. Intentamos hacer lo que mejor sabíamos. Improvisar, era parte de lo cotidiano. Sin embargo —adiciona—. Marinette era mi mejor amiga. Una de esas, que no encuentras a la vuelta de la esquina o levantas una roca y brota de la nada. Estoy muy segura de que no dejaría al boleo tales aprensiones.

—Es cierto, tía Kagami. No lo negaré —asume la Agreste—. Según veo, dejó de escribir luego de que se casó con papá. Alrededor de los 23. A partir de ese momento, desconozco que habrá sentido.

—Yo sé lo que sintió —confiesa Adrien, tomando la palabra sobre la velada—. Mucha preocupación, por no saber quién era el nuevo portador de la mariposa. Pero incluso si se vio abrumada por tal encomio, Marinette hizo lo que tenía al alcance. El hecho de improvisar a destiempo, nos salvó la vida a todos.

—Tú eras su camarada. Su mano derecha. Su partner —le reprocha la menor—. Eras Chat Noir. ¿Cómo te atreves a declarar esto?

—¿Por qué te molesta tanto el hecho de no haber conocido la identidad de Marinette? —cuestiona su padre—. Emma, a mí me hubiera encantado confesárselo en el primer día. Pero no era sensato, entiende. Ni si quiera fue falta de voluntad o cobardía. Simplemente no se podía. Era tácito para ella.

—Es verdad, hermana —admite Louis, de un costado de la mesa—. La escuché detrás de la puerta, debatir horas y horas extensas con papá. Adrien era Chat Noir y llegaron a romper muchas veces, sobre la marcha. Tarde o temprano, pasa la cuenta. El hecho de que tu novia se desaparezca en medio de una velada, para ir a salvar parís. ¿No te hubiera hecho ruido?

—Ustedes hicieron lo que quisieron —gruñe la menor.

—No. Hicimos lo que debía hacerse —desmiente su padre—. Plantear este tema entorno a una crianza solitaria, será complicado al principio. Pero apelo a la buena voluntad de nuestros hijos.

—Tengo miedo ¿Ok? No es más pueril que otra cosa —añade Emma, injuriada—. Estoy cansada de que quieran blanquear sus equivocaciones. Hubiesen sido críos o no, podrían haber rechazado la responsabilidad. Ahora tengo que someterme a otros, cuando en el fondo mi padre es un senti y ustedes igual. ¿De qué van? No me entero.

—Emma, está bien —interrumpe un cansado Félix—. Si no deseas portar la joya, no te obligaremos ¿De acuerdo? Ya hemos conversado suficiente y lamentablemente ya no cuento con tanta energía como para debatir largo y tendido. Mi esposa está cansada. Y ustedes imagino que igual, por el viaje. Por favor, quédate un poco más y disfruta las vacaciones. Eres bienvenida como siempre.

—Gracias…tío Félix —acepta la menor, cabizbaja.

En realidad, no quería pararme de la mesa sin terminar el asunto. Pero Kagami ya comenzaba a mostrar las inclemencias de estación y sus débiles huesitos tronaron contra mi mano. Nevaba en Londres. Adrien y sus hijos, se retiraron a sus habitaciones. Yo recosté a mi mujer en su cuarto, sin aún presentar signos de sueño. Tenía pensado beberme un té antes de acostarme a mirar el techo, de no ser porque Alex me interceptó en las escaleras. Me ofreció compañía, al son de un buen whisky y el calor de la chimenea. ¿Cómo rechazar una invitación tan loable?

—Haz hecho maravillas con la casa, hijo. Te felicito —halaga el señor Fathom, masajeándose las rodillas—. Y que bien que sacaste algunos recuadros de tus ancestros. Me traían malos recuerdos.

—¿Recuerdas esta fotografía? —se la enseña, sobre un retrato—. Nos la tomaron en el hipódromo. Ustedes se veían tan jóvenes y llenos de vida, por esos años.

—La recuerdo. Te llevamos a tus primeras clases de equitación —sopesa su padre, acariciando el vidrio— ¿Qué edad tenías? ¿Unos 8?

—Por ahí, más o menos —revela el rubio, de mirada entrañable—. Lograron inmortalizar muy bien los momentos. Además de que eran tan fotogénicos.

—Jajaja, que dices —bufa—. Seguimos igual de guapos. En estos momentos podrían hacernos una pintura a oleo.

—Te pareces mucho al tatara abuelo, Émile —confiesa el joven, comparándolos con viejos retratos—. Tienes el cabello gris como él.

—Su barba era un tanto más anticuada que la mía, he de reconocer —revela Graham de Vanily, denostando agrio devenir—. Me alegra saber que al menos lo recuerdas con cariño. No fue precisamente el más afectuoso de todos conmigo o con Adrien. Ni hablar de tu abuelo.

—Los varones de nuestra familia, ostentan mala fama ¿Te habías dado cuenta? —enuncia Tsurugi, tomando un sorbo de su trago—. Colt no resultó ser un modelo a seguir.

—Colt fue de todo, menos un padre —argumenta el anciano, retraído en penumbra.

—Nunca te lo llegué a preguntar. Posiblemente por miedo a abrirte viejas heridas o quizás, solo la cobardía de no querer aceptar que alguna vez pasó —titubea su hijo, ligeramente intranquilo—. Tal vez ahora, puedas contarme la verdad sobre…

—Si, hijo. Es tal y como imaginas —admite su progenitor—. Colt me maltrataba. Abusó de mí, todo por cuanto pudo. Hasta su último aliento. En su lecho de muerte, confesó estar arrepentido de haberme traído al mundo. Dijo que yo fui su perdición.

—Suena horrible, incluso si yo no lo viví en carne propia —dice—. Eras un niño, solamente….

—Suena feo, lo sé. Se siente aún más feo sentirlo —responde el portador de la joya, tomando un sorbo de su trago—. Pero han pasado tantos años, que ya me curé de espanto.

—¿Es cierto lo que me contó Louis? ¿Que una vez te robaste todos los Miraculous de la caja y dejaste la cagada en Paris? —lo concurre, de ceja elevada.

—Jajaja, en efecto lo hice. Uff…que cosas, no hice después —admite, entre risitas—. Afortunadamente ni Marinette ni Adrien son rencorosos.

—Yo hubiese hecho los mismo…si mi vida dependiera de eso.

—Las personas maduran y comprenden que no todo es blanco y negro —razona Félix, de expresión apagada. La chimenea, le resulta más atractiva de contemplar—. Me vi forzado a caminar por los recovecos más grises de todos. Ocultando verdades a puertas cerradas, aliándome con enemigos para sacar una tajada. Cargando con el miedo de lastimar a quienes amaba y de paso, decepcionarlos. Yo también crecí y superé dificultades. De no haber sido por tu madre…mhm, quizás que hubiera sido de mí. Kagami fue siempre la luz de mis ojos.

—Ya que estamos en estas instancias tan… "intimas" los dos —murmura el caucasico, toqueteándose la nuca—. Me gustaría saber algunas cosillas.

—Dispara, muchacho.

—En realidad, no quiero sonar comprometedor. Pero…este…—titubea, sintiendo las mejillas subir de tonalidad—. Antes de mamá. ¿Hubo otras? Quiero decir, ya sabes. ¿Fue ella tu primera mujer? Me daría algo de bronca que no fuese así. Ni yo sé por qué.

—Jajaja, no te preocupes. Yo también tendría rabia conmigo mismo —armoniza Fathom—. No existió nadie. Y en efecto, lo fue. No le vayas a contar a Adrien o de seguro me funa. No todos lo entenderían. Teníamos apenas 17 años cuando ocurrió. Con tu madre siempre tuvimos una comunicación muy fluida, dentro de lo sano. Habíamos hablado del tema en un par de ocasiones y fue por decisión mutua, concretarlo. Ah…recuerdo que experimentamos, por sobre la ropa primero. Besos y roces. Hasta que un día se dispuso y se hizo. Por supuesto, que con todas las precauciones debidas —remembra, de pómulos febriles—. Aprovechamos la oportunidad de que mi madre no estaba en casa y lo hicimos. Dios, nos pusimos tan nerviosos. Fuimos tan torpes, ahora que lo pienso. Estábamos sentados sobre la cama, desnudos. Y ninguno de los dos sabía como comenzar. Finalmente, nos abrimos a la exploración y en esa ultima incursión, toqué el cielo. A partir de ese momento, supe que me había sentenciado a pasar el resto de mi vida a su lado —admite—. Con el paso de los años, comprendí que, si bien la anatomía femenina es una sola, no sacas nada con estudiarla a fondo. La maestría se gana, aprendiendo con tu pareja en concreto. Cada chica, es un mundo diferente y muy complejo. Con paciencia y mucho amor, todo sale bien.

—Ya veo…

—¿Por qué de pronto esta clase de preguntas? —sugestiona su padre, suspicaz— ¿Acaso estás interesado en el tema también?

—Te voy a parecer un ridículo, a sabiendas de la edad que tengo —suspira Tsurugi, desanimado—. Pero lo cierto es que aún no he podido dar ese paso. Me gusta una chica en particular. Llevo frecuentándola, en citas y eso. No he tenido la oportunidad de pedirle que formalicemos, porque sus padres son muy estrictos con ella. Su madre, en particular. Es una mujer demasiado desconfiada.

—Se parece un poco a mi suegra, según entiendo.

—Necesitaba hablar este tema contigo, porque tú eres varón y comprenderías mejor mi posición —comenta—. Tuviste que lidiar con mi abuela durante años. ¿Cómo lo hiciste?

—Pues ¿Qué te digo? No fue fácil. Nunca lo fue. Incluso al final —converge Argos, afrentado—. Tomoe llegó a caer en situaciones muy pérfidas a mi parecer. Incluso, formando alianzas con Crisálida. Afortunadamente, logramos que desistiera de todo y se diera por vencido.

—¿Llegaste a conocer la identidad detrás del portador de la mariposa?

—Lo hice. Fui de hecho, el primero en descubrirlo —sentencia—. Algunas batallas las ganó. Otras, las perdió. Y tras la ultima contienda, le arrebatamos la joya para finalmente, desaparecer.

—¿Cómo dices? —pestañea su hijo, pasmado con su relato— ¿A que te refieres con que desapareció? ¿Dices que se esfumó o algo así?

—Es lo que digo —admite, asintiendo.

—Eso no tiene sentido. Nadie puede partir de este mundo, así como así, sin dejar rastros —cuestiona Alex—. A alguna parte, tiene que haber ido. ¿No la buscaste?

—¿De que sirve saber eso a estas alturas? —corrige el peliblanco—. Para hoy, la muchacha debe de ser una anciana, igual que nosotros. Era perder el tiempo innecesariamente, si ya no resultaba una amenaza.

—Mmh…aún así, me sigue pareciendo un tanto preocupante —debate su primigenio—. Bajar la guardia no es bueno.

—Hay algunas cosas, hijo. Que son mejor no saberlas ¿Sabes? —finaliza, levantándose del sofá tras acabar su trago—. El mundo es un mejor lugar, si de vez en cuando ignoramos los baches que no podemos reparar. Me iré a acostar. Por favor, no te desveles demasiado.

—Descansa, padre. Buenas noches…

Sé que no fue la respuesta que esperaba oír de mí. Lo conozco. Es un chico dotado de la misma, ávida curiosidad que alguna vez tuve. Pero si lo analizaba a fondo, fue esa misma curiosidad la que me impulsó a cometer demasiados errores sinsentido. No tenia relevancia saber a donde fue o que se hizo de ella. Mantener la armonía de nuestro entorno, era lo único que importaba. Bien lo sabía Marinette, quien también se llevó el secreto a la tumba.

Los siguientes días, las calles de Londres se tiñeron de un festivo ambiente familiar. Las tiendas de la avenida principal, repletaron sus vitrinas con infinidad de luces y colores navideñas. Los centros comerciales, entonaban villancicos desde que abrían hasta que cerraban sus puertas. Un enorme árbol de pino, se erigió en la plaza de Trafalgar. El Támesis congeló sus aguas, transformándolas en una blanca pista de patinaje. Algo que no se había visto desde 1894; contaban los noticieros. No escatimé en el tiempo que poseíamos, pues era acotado. Aprovechando la algarabía y la joven compañía que teníamos, fuimos con mi esposa, Adrien y los muchachos a variados lugares. Desde conciertos, hasta shows al aire libre. Cajas de regalo, colgando desde faroles enardecidos de júbilo. Sentí que indiscretamente, le estaba haciendo un favor a mi primo. Era mi manera de ayudarle a sanar. No volvimos a tocar el tema del Miraculous de la Catarina. No hasta que Emma se pronunciara respecto a ello. La víspera de nochebuena, Kagami me llevó a la catedral de Saint-Paul a escuchar la misa de media noche. Por supuesto que ninguno de los dos era católico. Me dijo, que lo había hecho como una manera de disfrutar un concierto en vivo. El coro cantaba muy bonito y las personas, incluso si no eran creyentes; se aglutinaron por asistir.

Ella lo veía como algo pueril y sin mucha profundidad. Yo en cambio, lo sentí como quien escribe un testamento y lo firma delante de mis narices; a portas de despedirse. La mujer que amo, apenas logra soportar la gélida brisa de la urbe. Se retuerce y por más que batalla contra el malestar que la aqueja, me solicita que volvamos a casa antes de tiempo.

En la mansión, Alex ya tenia todo previsto para nuestra llegada. Una cena tranquila, con sus primos políticos. Comimos, charlamos un poco, bebimos leche con galletas y nos fuimos a la cama. Aunque no sin antes, dejar los regalos esparcidos bajo el árbol. A la mañana siguiente, todos fingimos sorpresa. ¡Oh! ¡Papá Noel vino! ¡¿Quién se lo hubiera imaginado?! Yo era un crío, lo reconozco. En reemplazo de los niños que ya no teníamos en casa, simulé plácidamente ser uno.

—Este sin duda es para mi primo Adrien —juguetea Fathom, entregándole el paquete en las manos—. Y este otro, es para Louis y Emma respectivamente.

—Jejeje, eres un tonto Tío —bufa Louis, aparentando incredulidad— ¿Qué es? —lo rasga— ¿Una pelota de futbol? ¿Es en serio?

—No finjas demencia conmigo, muchacho —rebate Félix—. Sé que eres fan del deporte. No es cualquier balón, eh. Es el de oro para la copa del 2030. Agradécelo —añade, cogiendo otro envoltorio—. Me parece que te portaste bien este año, Alex. Enhorabuena, este es para ti.

—Genial, papá. El paquete de Louis era mucho más grande que el mío —sisea, meneando un pequeño sobre— ¿Santa anda de cirquero?

—Jamás juzgues un libro por su portada, niño. Nunca sabes lo que puedes encontrar en su interior —guiñe el ojo—. Este otro, es para mi adorada y amada esposa.

—No te molestes, el mío igual es pequeño —carcajea Emma, masajeándolo entre los dedos—. Tal vez son entradas para el nuevo concierto de Luka.

—Ese tipo es un viejo y aún sigue dando giras —comenta Hugo, ironizando.

—¿Esto que es, Félix? —pregunta Kagami, absorta con su regalo— ¿Un boleto de tren?

—En efecto, querida —almidona su pareja, ofreciéndole un brindis de champaña para acompañar el encuentro—. Y no es solo uno. Son dos, boletos de tren. Con destino a Paris.

—¿Pretendes que viaje contigo?

—Así es —admite Graham de Vanily, coincidiendo con su pregunta—. No pretendo, que viajes. Quiero que lo hagas. Paris es la ciudad del amor. Fue ahí donde nos conocimos. Nos hará bien regresar y vivir una segunda luna de miel. ¿Qué dices?

—Es…un tanto osado para esta edad, pero…—asiente Tsurugi, ruborizada—. Lo acepto. Me encantaría…

—¡Bueno! ¡Vamos a brindar todos juntos ahora! —Félix alza su copa— ¡Por una feliz navidad y próspero año nuevo!

Silencio sepulcral en el ambiente. ¿Me sorprende? No, no lo hace. Alex y Emma han enmudecido, tras abrir sus presentes. Se miran entre si e incisivamente, me fulminan con la mirada. Como quien, busca el responsable de un crimen. ¿Ahora soy el malo de la película?

—Por favor, yo no soy santa Claus —se encoge de hombros, restándose del asalto—. Si tienen, quejas, hablen con sus duendes o de paso los renos. No acepta devoluciones.

—Padre ¿Podemos hablar un momento a solas, por favor? —gruñe su hijo, atiborrado de malestar.

Aish. Que aburridos son los jóvenes de hoy en día. No sacan nada con llevarme hasta el despacho. Ya sé qué dirán. La bebida se me ha subido a la cabeza y no pienso molestarme en justificar nada. Una vez en el interior, es Emma quien me increpa primero.

—¿Es en serio? —rezonga Agreste, mostrándole de palma abierta la evidencia—. Es una broma ¿Verdad? Por favor dime que lo es.

—¿No te gusta, pequeña?

—¡Me acabas de dar tu Miraculous! —chilla, descalabrada— ¡¿De que vas?! ¡¿Te volviste loco?!

—No. Lo que me parece más descabellado, es que me hayas entregado a mí, los aretes —protesta su hijo, pasmado— ¿Desde cuando decidiste que yo sería el nuevo guardián?

—Desde el momento en que supe, que el amor de mi vida se irá de este mundo dentro de poco —determina el ex portador, esbozando una mueca acabada—. Ya no tengo nada que perder, muchachos. Nada a lo cual aferrarme. Es absurdo, seguir manteniendo en mi poder tal responsabilidad.

—Lo que dices no tiene sentido. Si realmente querías deshacerte de las joyas ¿Por qué darme a mi la tuya? —le reprocha la fémina—. Alex es tu hijo. El debería llevarla. No al revés.

—Alex ya vivió suficiente en carne propia, el tener que lidiar con dos padres sentis —manifiesta Graham de Vanily, de rostro sereno—. Una joya como esta, no puede caer en manos de quien sienta lastima o pena por personas como nosotros. Es fuerte, valeroso y no teme al mañana. Darle el Miraculous del Pavo real, sería debilitarlo. En cambio, tú, Emma. Eres digna de portarlo con orgullo y cuidar de otros. Tu profesas angustia y miedo a la incertidumbre. Eres recelosa y cautelosa con tus decisiones. Es el perfil que necesita Duusu, para ser su nuevo amo. No olvides, que es el Kwami de la emoción. Y no veo a nadie en esta casa, que sea más emotivo que tú.

—Papá…yo no sé si pueda cargar con esto…

—Claro que podrás, hijo —Félix se arrima al menor, envolviéndolo entre sus brazos con ternura—. Estoy orgulloso de ti. Y quiero que sepas, que fue un honor ser tu padre. Gracias por permitirnos, darte un propósito en la vida. Un sentido a tu existencia. Era todo lo que siempre quise tener. Y es también, todo lo que podré dejarte. Con tu madre, nos hemos dado por pagado.

—No sé nada sobre ser superhéroe…—musita, entre lágrimas.

—Claro que sabes, bobo —ríe el octogenario, altivo—. Creciste con la gran Ryuko y el increíble Argos a tu lado. Deja esas lágrimas de cocodrilo ¿Sí? —le limpia los ojitos—. Te amo. A los dos, los amo mucho. Cuiden de Tikki y Duusu ¿De acuerdo? Y continúen con el legado, con dignidad.

Fue lo ultimo que les dije, antes del consumado abrazo grupal. No sentía ni una pisca de arrepentimiento por esta decisión. Que no fue arbitraria, de hecho. Lo hablé con Kagami antes. Ella me apoyó, como siempre lo hizo. Con este clímax de acto final, pasamos año nuevo en la mansión. Para después, irnos a Paris. Aquel boleto de tren, poseía una cláusula inquebrantable. Era solo de ida, sin retorno. Pues yo ya había resuelto morir con ella, en la misma ciudad que nos conocimos de jovencitos.

Lo pasamos increíble. Una de esas lunas de miel, en donde la luna se queda en lo alto y la miel se nos hace agua en la boca. Recordando lo que alguna vez fuimos, visitamos todos esos galanes parajes que de antaño disfrutamos juntos. Las citas en la torre Eiffel. El estanque, la biblioteca, las horas de compartir audífonos con nuestra música favorita, mirar las estrellas, beber chocolate hasta sufrir un coma de glucosa. Bailar en el balcón, quedarnos abrazados durante minutos excelsos que se transformaron en tiempo sin fin. Acostarnos juntos, luchando por quien resistía al sueño primero. Ver un documental de animales y llorar como unos infantes, porque se comieron a las crías. Criticar la moda parisina, abusar de la tercera edad para colarnos en las filas. Robar cupones de descuento en mangas. Darles pan a las palomas. Agarrar a bastonazos a los mocosos, masajearnos los pies, jugar una partida de ajedrez y dejarme ganar.

Dicen que el tiempo pasa volando cuando te diviertes. Al cabo de dos años, supuse que nos habíamos excedido en diversión. Kagami cayó enferma una tarde y a partir de ese momento, nunca más se recuperó. En aquel instante, todo se volvió trivial para mí. No iba a tardarme demasiado en acompañarla. Tenía todo listo para irme con ella. Fue lo que le prometí, al momento de besar sus manos. Aunque no sin antes, zanjar un mediático asunto que me apremiaba concretar.

[…]

—Félix, te agradezco que hayas podido venir. Pensé que te había pasado algo malo —expresa Sublime, preocupada—. De pronto dejaste de llamar.

Casa de reposo. Dirección desconocida. Día, desconocido.

—¿Por qué tan alarmista, mujer? —ríe, socarrón— ¿Acaso no recibes mis depósitos mensualmente?

—Lo hago, sagradamente —confiesa su compañera, de bastón en mano—. Pero conociéndote, no me extrañaría que hubieras dejado una transferencia automática.

—Descuida, aún sigo con vida —manifiesta el inglés, de camino por el pasillo—. Pero eso no será por mucho tiempo. Mi esposa no se encuentra bien y me necesita. ¿Alguna novedad?

—Nada que sea bueno de reportar. Está cada día peor —advierte.

—¿Alguien más la ha venido a visitar?

—¿Cómo podrían? Eres el único que sabe de su existencia —repara la canosa, deteniéndose en la puerta de la habitación—. Últimamente se rehúsa a comer y se la pasa rayando croquis sin sentido.

—Déjame a solas con ella ¿Sí? No tardaré mucho —sisea, ingresando—. Esta vez…será la última.

Sublime me observa abatida, dando por sentado que mis palabras no son un hecho. Si no, un fallo judicial. Se retira, apabullada. En lo que entro al cuarto y tomo un taburete para sentarme de frente. La veo, como de costumbre. Empotrada en una silla de ruedas. Garabateando en crayones sobre una pequeña mesilla de madera. Se que está consciente de mi presencia, más no se molesta en mirarme. Cojo uno de sus bocetos, examinándolo con displicencia.

—La casera me ha contado que no te estás portando bien —murmura Félix, templado— ¿Por qué ya no quieres comer?

—No me gusta el trato que me dan aquí —masculle su contrincante—. Los alimentos son sosos. No dignos, de una heroína como yo.

—Has mejorado bastante el trazo, para tu edad. Te felicito —halaga Fathom—. Aún así, debes alimentarte como corresponde o no podrás seguir expresando tu arte.

—Ya te lo dije —rezonga, mosqueada—. No seguiré comiendo patatas y frijoles. Ese no es el modo de honorar a la gran Ladybug. Se les olvidó que yo salvé Paris. Esta gente no tiene memoria.

—Incluso Ladybug es capaz de comer patatas, Cérise —esclarece Graham de Vanily.

—¡Que no me digas así! —brama Lila, aventando todo de la mesilla hacia un costado— ¡Ese no es mi nombre!

—¿Y cómo debería llamarte ahora? —consulta.

—Marinette —revela.

—La ultima vez que vine, te llamabas Iris.

—A esa no la conozco. No sé de qué hablas —descuelle, retomando los círculos—. Mi nombre es Marinette. Soy Marinette ¿Ok? Marinette, la heroína. Ladybug, para los incrédulos parisinos.

—De acuerdo, Marinette —exhala el varón, levantándose—. Escucha. Puede que, a partir de ahora, ya no pueda visitarte más. Temo que mi misión, ha finalizado.

—No te necesito, Adrien —reniega ofuscada, sin llegar a levantar la mirada—. Hace muchos años, que dejaste de importarme. Entérate que ya no me gustas.

—Me llamo Félix —consuma Fathom, caminando de vuelta hacia la puerta—. He venido para despedirme, Lila. Esto, es un adiós. Por favor, cuídate mucho.

—¡Maldito cabrón! —vocifera, envuelta en ira. Voltea la mesa, azotando la silla contra el ventanal— ¡Mi nombre es Marinette! ¡¿Lo entiendes?! ¡Me llamo Marinette! ¡YO SOY MARINETTE!

¡Marinette! ¡Soy la grandiosa Ladybug! ¡La guardiana! ¡Marinette!

Es todo por cuanto logra llegar a mis oídos, mientras me retiro a paso firme por el corredor; diluyéndose tras la puerta. Me despido de Sublime, entregándole el ultimo sobre con suficiente dinero como para mantenerla de aquí a que se vuelva aún más loca y pierda totalmente la vida. Ella me abraza, pues cavila que he decidido no estar para ver su deceso.

Kagami agonizaba. Y yo, no iba a permitir que su dolor se extendiera más de lo permitido. La eutanasia, era legal en Francia. Así que darle demasiadas vueltas al asunto, era caer en terquedades. Sé que Alex lo entendió. Incluso Adrien, dentro de su dolor, me acompañó.

Para el primero de agosto de ese mismo año, Kagami y yo nos fuimos a dormir juntos. Lo recuerdo, porque estuve ahí. Nos acostamos, de lado. Ella tomaba mi mano y yo la suya. Prometí seguirla, a donde fuese que necesitara ir. No era un adiós perenne. Tan solo pasajero. Ya suficiente habíamos logrado en este mundo. ¿Por qué no continuar en el siguiente? Este barco que durante años navegó en aguas turbulentas, ha tocado puerto. Lo sé, porque alguna vez fuimos marinos. Alguna vez, fuimos capitanes. Alguna vez, fuimos uno.

Ah…tengo mucho sueño. Los parpados me pesan y ya no siento mis pies. Creo que, por ahora, me detendré un momento. Necesito inmortalizar su carita, repleta de sonrisas.

Mientras ambos nos deslizamos plácidamente…en los brazos de Morfeo.