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Acto III ~ Reunión familiar
—No puede ser… —la luz del atardecer se reflejó con tristeza en los ojos atónitos de Akane—. Tío Genma, dime que no es verdad —suplicó, mirando al hombre sentado a su costado izquierdo en la mesa de centro del salón comedor, quien se mantenía en una posición imperturbable: brazos apoyados a su espalda y ojos perdidos en el techo, como si mirara al infinito.
—Es inútil, Akane —interrumpió Nabiki, la única que hasta el momento se desenvolvía con tenaz frialdad ante la situación. Si sentía dolor o, al menos, algo de preocupación, lo ocultaba con gran habilidad—. El tío Genma lleva horas así. Dudo que te responda.
—Es verdad —agregó Soun, quien aún mantenía un rostro serio, a pesar de que los finos hilos de lágrimas seguían deslizándose por sus mejillas—. La impresión debió de ser muy fuerte para Saotome. Pero —dirigió los ojos apesadumbrados hacia su hija menor— me temo que todo es cierto.
—No puedo creerlo… —repitió Akane, y sus ojos se volvieron vidriosos.
—Sé fuerte, hermanita —intentó animarla Kasumi, posando una mano sobre la suya y sonriéndole con triste ternura. Ante el gesto, Akane no logró evitar que los ojos se le llenaran de lágrimas amenazando con escapar y que un doloroso nudo le atenazara la garganta, pero logró contenerse y, aunque era incapaz de pronunciar alguna palabra, asintió con la cabeza, esforzándose por mantenerse firme.
—¿El diagnóstico es certero? —preguntó Nabiki directamente a su padre mientras tamborileaba los dedos sobre la mesa.
Soun tardó un momento en responder, pero habló:
—Sí, ella misma lo confirmó hoy con el doctor. No hay dudas.
—¿Y hay alguna cura? —volvió a preguntar Nabiki, con una frialdad que hacía eco en la habitación.
Soun cruzó los brazos sobre el pecho y negó con la cabeza.
—Hay tratamientos para paliar el dolor y… para extender un poco su tiempo con nosotros —contestó, evitando pronunciar cierta palabra—, pero más allá de eso… —y dejó colgando el final de su respuesta.
Hubo un momento de incómodo silencio alrededor de la mesa, en el que ningún miembro de la familia Tendo supo cómo continuar la conversación, cada uno ensimismado en sus propios pensamientos. Sin embargo, fue nuevamente Nabiki la que acabó por romper el asedio:
—¿Cuánto tiempo le queda, papá?
—¡Nabiki! —exclamó Akane, sintiendo la pregunta como un golpe en el pecho.
—¿Qué? —preguntó Nabiki, mirándola sin alterarse.
—¿Cómo puedes hacer ese tipo de preguntas?
—¿Qué tiene de malo? —se defendió la muchacha de pelo corto. Su frialdad se hizo más evidente cuando apoyó una mejilla en la palma de su mano y se acomodó sobre la mesa—. Ya sabemos que la situación es grave y que realmente hay muy poco que podemos hacer. Al menos deberíamos tener claro de cuánto tiempo disponemos antes de que la tía Saotome muera.
—¡¿Cómo puedes…?!
—Hijas —interrumpió Soun justo cuando Akane empezaba a levantar la voz—, ya es suficiente. No creo que esto…
Pero Nabiki no lo dejó terminar. Como si ya se hubiera aburrido del asunto, dejó escapar un profundo y molesto suspiro y, para sorpresa general, se levantó de la mesa.
—Creo que tienes razón, papá. Ya es suficiente —sentenció y comenzó a caminar hacia la escalera que daba al segundo piso—. Dudo que haya algo que yo pueda hacer aquí. No soy médico, no tengo el conocimiento para tratar un cáncer, así que mi presencia aquí no sirve de nada.
—¿A dónde vas? —preguntó Akane, sin poder creerlo.
—¿A dónde crees? —respondió su hermana sin siquiera mirarla—. A mi habitación. Aún tengo muchos asuntos propios que atender —y sin mediar más palabra ni hacer otro gesto, desapareció.
Akane se levantó de inmediato.
—¡Oye! ¡¿Qué crees que estás…?!
—Akane —pero la voz de Kasumi la contuvo—. Por favor, siéntate.
—¡Pero…!
Kasumi volvió a insistir con una mirada serena, pero firme. Tras dudar un momento, Akane obedeció, sentándose nuevamente y debatiéndose entre el enojo y la tristeza.
Hubo otro largo silencio, el que resultaba más incómodo por la ausencia de uno de los miembros de la familia. Sin embargo, Kasumi volvió a hablar, dirigiéndose a Akane:
—Hermanita, ¿recuerdas cuando falleció mamá?
Akane sintió el nudo en la garganta apretarse. Asintió con dificultad. Lo recordaba perfectamente. ¿Cómo podría olvidarlo? Era muy joven aún. ¿Qué edad tendría? Quizás unos seis o siete años, pero las imágenes continuaban vivas en su memoria: una reunión similar a esta, el llanto de su padre y la sonrisa compasiva de mamá al darles la noticia. El hospital, el tratamiento, las mejorías y los empeoramientos, las falsas esperanzas, las visitas al médico y las noches sin poder dormir por el dolor que la enfermedad traía consigo. Luego, el desenlace. Y después, el silencio que reinó en casa durante meses. Era imposible olvidar algo así.
—Mamá también se fue por la misma enfermedad —continuó Kasumi—. Y aunque éramos niñas, todas la extrañamos mucho hasta el día de hoy —y de alguna manera, la mayor de las Tendo se las arregló para volver a sonreír—, incluida Nabiki.
Akane levantó la vista hacia su hermana, sorprendida. Kasumi continuó, con ojos vidriosos:
—Puede que Nabiki haga como que no le importa, pero te aseguro que el hecho de que la tía Saotome esté sufriendo la misma enfermedad que se llevó a mamá no nos deja indiferentes a ninguna de nosotras. Por eso te pido que no te enfades con ella.
Finalmente, Kasumi volvió a posar su mano sobre la de Akane. Sin decir más, ambas sonrieron con tristeza, compartiendo el dolor en silencio.
El silencio volvió a instalarse, como si todos necesitaran reunir fuerzas para continuar, pues las emociones estaban a flor de piel. Tras aclararse la garganta con dificultad, esta vez fue Soun el que habló, y aunque su voz sonaba cansada, su petición fue clara:
—Hijas —dijo—, por favor, no digan una palabra de esto a Ranma. No me agrada la idea de ocultarle la enfermedad de su madre —admitió—, pero ella misma nos pidió a Saotome y a mí que guardáramos silencio hasta que ella pudiera decírselo en persona. Aún quedan un par de meses. Les ruego que seamos pacientes y que cumplamos su deseo.
Ambas hermanas asintieron. Akane, con el corazón pesándole, miró a su tío Genma, quien aún no se había movido un milímetro, y se preguntó si él sería capaz de mantener esa promesa. Entonces, su mente voló de inmediato hacia Ranma y la preocupación la invadió. ¿Cómo lo tomaría cuando se enterara? Odiaba admitir que ella tenía mucha más experiencia que él en un asunto así de doloroso. Aunque quizás esto mismo le permitiría ayudarlo y apoyarlo en el momento en que lo necesitara. Al menos, dentro de todo el sufrimiento, eso le resultaba reconfortante.
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Ryoga, en su forma de P-Chan, estaba tan impactado como el resto. Había escuchado toda la conversación sin querer, escondido tras una mampara. No conocía muy bien a la mamá de Ranma, pero la respetaba mucho. Que una mujer como ella estuviera pasando por algo así le resultaba realmente injusto.
Mientras subía silenciosamente por los escalones que daban al segundo piso, se preguntaba si había algo que pudiera hacer para ayudar, ya que nunca había pasado por algo así. Pensó que, quizás, lo mejor que podía hacer era apoyar a Akane en su forma de mascota y evitar que ésta estuviera sola y expuesta ante la tristeza. Quizás, después de eso, hasta podría prestarle ayuda a Ranma, aunque admitía que le complicaba bastante más. Sí, acompañar a Akane era lo mejor que podía hacer en esa situación; estaba seguro…
De pronto, sus pensamientos se vieron interrumpidos por unos ruidos provenientes de la habitación de Nabiki. Se detuvo, curioso y preocupado, prestando oído. Luego, dejó escapar un suspiro, y siguió caminando.
No le parecía correcto escuchar a una chica llorar.
Ranma 1/2 © Rumiko Takahashi
