Sábado, 23 de Julio.
La piel le ardía, los pómulos en su rostro parecían pequeños tomates, y al entrar en contacto con el agua caliente, aulló de dolor. Pese a todo eso, fue una tarde muy agradable con sus amigos de la escuela (vaya, ya debería dejarlos de llamar así), repleta de risas, alcohol y mariguana…
Pero no se había aplicado bloqueador por segunda vez en pleno Julio, en medio del verano y con un sol abrazador en un despejado cielo. Ahora pagaba las consecuencias de su pequeño descuido.
La situación era "tan seria" que su padre, por orden del publicista y la maquilladora, desistió de llevarlo a la cena de beneficencia de la fundación de su madre; los profesionales le aconsejaron quedarse y untar la piel con una costosa crema para después del sol, para que el cutis se le viera esplendido a futuro.
Por un lado, podía decir que se había alegrado de haberse ahorrado vestir camisa y saco una noche de sábado, y todo por haberse achicharrado; por otro, cuando se vio al espejo antes de ducharse se dio cuenta de que el asunto era...poco halagador.
Incluso acabó cediendo a la comezón y pidió ayuda a su hermano mayor para aplicar la loción en la espalda. Aunque su relación no era la mejor, y menos desde que Devin se había convertido en una especie de mano derecha de su padre, en momentos desesperados se necesitaban soluciones desesperadas.
Devin, que ahora lucía un corte "fade" estilo militar que realmente no le favorecía, accedió a regañadientes, aunque no sin antes darle un par de manotazos y pellizcar las zonas más irritadas, como si disfrutara un poco de su sufrimiento.
Un pequeño pago por tan agradable alivio. Además, se lo devolvió con el certero golpe de una toalla enroscada.
Seguro acabaría haciendo muda de piel cual reptil por todo el tren superior y piernas. «Eh, pero al menos me lo pasé en grande con los chicos. Hacía mucho que no me reía tanto.»
Música, gélidas cervezas mientras flotaban en la piscina, y mucha (pero mucha) mota; torneos de cartas, perritos calientes y algunos tragos frutales para cerrar la tarde. Les estaría eternamente agradecido.
Sus amigos lo habían visto desmejorado en el último tiempo. Lo veían preocupado, apesadumbrado, como si tuviera más cosas de las que podía controlar. Sabían sus padres estaban furiosos respecto de la pelea con Dewey, pero lo que no intuían era lo relacionado con Chelsea.
Mientras se vestía su rostro tomó un cariz frustrado. No quería pensar en eso; lo único que hizo en las últimas semanas fue obsesionarse con el tema.
Desde que pasó lo de Chelsea, no había sido capaz de sentir esa despreocupación auténtica, esa ligereza de existir sin cargar el peso de la culpa o el remordimiento. Esa tarde fue la excepción, gracias a un pequeño respiro donde finalmente logró desconectar, aunque fuera tan por unas horas.
No existieron ni Chelsea, ni el aborto o el dolor de la distancia entre ellos...
No quería volver a quien era en la tarde de ayer: afligido e incapaz de encontrar razones para sonreir, con la funesta desazón que le oprimía el pecho. La extrañaba, eso ya no podía negarlo. Echaba de menos oír su voz, perderse en la profundidad de sus ojos avellanados…
Ni su pequeño trabajo acomodando estantes en un supermercado bastaba para distraerlo, tampoco el haber aceptado acompañar a su padre en algunas de sus aventuras políticas.
Él la quería: su risa, su carácter, y sí, también su cuerpo. Pero entonces, ¿por qué todo tenía que ser tan difícil? ¿Tan injusto?
Cerró la tapa de la loción que su madre le había prestado, dejó el blanco envase sobre su escritorio y cogió la crema para el rostro. Al desparramarla por sus mejillas percibió el delicioso aroma fresco y dulce del producto.
Era muy graciosa la imagen de su rostro frente al pequeño espejo redondo: estaba embadurnado de pies a cabeza. «Parezco un pastel cubierto de crema.» Se dio unas palmadas en las mejillas.
Su plan de sábado radicaba en usar la Xbox el resto de la noche; junto a Devin, pidieron una pizza extragrande de carne y queso. Tenía cuatro deliciosas porciones esperándolo en un plato sobre una banqueta que improvisaba de mesa. Para sumar, una Mountain Dew bien helada y helado de vainilla con caramelo en el congelador.
Sería la noche de Dennis. La velada de recuperarse de las quemaduras a base de azúcar y videojuegos.
No quería pasarse otra noche solo, tirado sobre la cama sin rumbo fijo. Ya no quería revisar las redes de su amiga (silenciosas en el último tiempo) ni obsesionarse con las fotografías que compartían. Vivir así distaba de ser saludable.
«Basta —se dijo mientras se sentaba en su sofá de dos cuerpos—. Echa mano del joystick y dale play.»
Engulló dos porciones de pizza mientras jugaba Gears of War 4. Los dedos se movían rápidamente sobre los controles, la comida llenaba su hambriento estómago y la bebida ultra azucarada le refrescaba la garganta. El aire acondicionado bañaba suavemente su cuerpo con las frías y rítmicas ráfagas.
Cumplió su principal objetivo: avanzar en la historia principal y disfrutar de la velada. Para cuando acabó la cena decidió dar un alto al juego, ya que tenía que echarse una buena meada.
Continuó un rato más. Eran aproximadamente las once treinta de la noche cuando puso fin a la primera sesión de la noche. Conforme, estiró su cuerpo entrelazando las manos y estirándolas sobre su cabeza. Sus articulaciones crujieron al tiempo en que gruñó al girar el torso hacia los lados.
La piel le tiraba y picaba. En el instante en que comenzó a rascarse el cuello, su estómago sintió hambre de helado. Apagó la consola y recorrió el tramo desde su habitación a la enorme cocina ultramoderna con un único objetivo: unas buenas cucharadas del postre.
Sirvió un poco en un tazón y se sentó sobre un taburete, con los brazos apoyados sobre la isla de mármol, decorada con cuencos, tarros y un frutero repleto. El paladar le acabó congelado y los dedos enchastrados, aunque el estómago repleto de dulce felicidad.
Dio un sonido de aprobación con la tercera cucharada. Para sumar más azúcar a la mezcla, se decidió por echarle salsa de chocolate. No pudo sino lanzar una genuina exclamación al comer semejante menjunje.
No oyó mayores ruidos que el suyo al comer o el de su gata persa, Buda, jugando con una bola de papel en el salón. Quizá Devin hubiera salido sin que se diera cuenta, pero honestamente no le importaba demasiado.
Era raro pensar en su hermano por aquellos días.
Durante años Devin había sido un "tiro al aire", alguien que se dejaba llevar por los caprichos del momento. Hacía lo que quería y solía arrastrar a Dennis en sus ocurrencias, como si ambos compartieran una rebeldía tácita contra las normas de la familia. Pero de un tiempo a esta parte, todo había cambiado.
Ahora Devin no solo era parte del equipo del Representante Atkins; había abrazado por completo el papel de seguidor leal, de hombre de confianza.
Dennis nunca imaginó que su hermano mayor, el mismo que antes evitaba cualquier tipo de responsabilidad, se convertiría en alguien tan sometido por su padre, tan conforme en seguir sus órdenes.
A veces le costaba reconocerlo. ¿En qué momento pasó a ser un "lamebotas sin remedio"? Quizá fue por conveniencia, por comodidad. A lo mejor Devin había descubierto que cumplir expectativas le permitía hacer lo que le viniera en gana y tener dinero asegurado, siempre y cuando mantuviera contento a papá.
La cuchara emitía un suave tintineo al impactar contra el fondo del tazón. «Es mejor que haya salido —pensó mientras engullía una buena cucharada—. Al menos así no tendría que lidiar con él asintiendo a todo lo que papá diga.»
Acabó el postre en un placido silencio. Mientras limpiaba la comisura de sus labios, dictaminó que la noche había sido muy buena, relajante incluso. ¿Qué haría ahora?
¿Echarse a dormir con el estómago repleto? ¿Relajarse en el patio por un rato y quizá fumarse un porro secreto? ¿Jugar unas partidistas del Overwatch? Eso último sonaba realmente tentado, y mientras jugueteaba con su teléfono se imaginó hasta el amanecer prendido con el juego.
Unas horas de paz y de calma; no existiría un amor imposible, un hijo de puta posesivo, los reproches de su padre…
«Nada puede arruinarme la noche.»
Se quedó sentado en el taburete, cómodamente apoyado sobre el frío mármol de la isla. Estaba enfrascado en una seguidilla de posteos sobre tenis cuando oyó la puerta de entrada abrirse.
Revisó la hora del teléfono: doce y doce se trataba de sus padres, probablemente agotados de toda una velada siendo el centro de atención.
Otro posteo sobre "porqué Novak Djokovich era el mejor en su disciplina" mientras jugueteaba con la cuchara de acero. Cómo admiraba a ese sujeto…
Las tensas voces de sus padres se escuchaban desde la sala, enfadadas el uno con el otro. Susurros que eventualmente elevaban el tono. Eran… ¿Amenazas? ¿Reproches? No pudo evitar levantar el rostro en dirección al arco hacia el cuarto de estar, confundido. ¿Qué habría pasado para que volviesen tan molestos el uno con el otro?
«La campaña va bien. Papá no puede quejarse de eso —reflexionó, bajando la mirada y bloqueando su teléfono—. ¿Habrá pasado algo en la cena de hoy?»
Permaneció en la cocina un rato más, en un inquieto silencio, bajo las luces colgantes sobre la isla.
Entendió el problema cuando su padre ingresó a la cocina. Vestía el pantalón oscuro del conjunto, zapatos de vestir y la camisa blanca arremangada. Se había quitado la corbata y desacomodado el pulcro cabello.
Un escalofrío recorrió la espalda del muchacho: Douglas lucía furioso, pálido como un fantasma, y lo miraba directamente a los ojos. Los secos pasos del hombre retumbaban en la mente del joven a medida que avanzaba. No pudo apartar los ojos de él, los vellos en la nuca se le erizaron.
El hombre sacó del frigorífico una botella de agua mineral y bebió un largo trago. Se quedó de espaldas, respiraba hondo en intervalos regulares. Dennis entrelazó sus dedos cuando comenzaron a temblar; su cuerpo parecía ignorar las órdenes de huir a su habitación.
Douglas se dio la vuelta lentamente, y Dennis tragó saliva con dificultad. Oyó la voz de su madre, amortiguada por las paredes del piso inferior, furiosa contra su marido ante "su intransigencia".
El silencio entre padre e hijo era tan profundo que incluso los susurros del viento en el exterior se podían escuchar. La habitación bajó repentinamente unos cuantos grados, sus pies descalzos y sus manos parecían témpanos de hielo.
No cruzaron palabras; solo se enfrentaron con las miradas. El muchacho tensó la espalda mientras que su padre depositaba suavemente la botella sobre la superficie.
—¿Disfrutando de tu noche libre, Dennis? Has tenido un día muy intenso.
Sorprendido, lo miró sin entender.
—Supongo que estuvo… ¿bien?
La gélida firmeza de los ojos zafiro de su padre le dio a entender que su cuestionario era retórico.
—¿De verdad? —El hombre se apoyó con ambas manos frente a él—. Me gustaría alegrarme, pero hay ciertos asuntos que no me lo permiten.
Dennis notó que no podía dejar quietas las piernas y que su boca se había secado. Se mordió el interior del labio sutilmente, procurando que su padre no viera sus señales de nerviosismo.
—¿Sucedió algo en la cena? —aventuró con un hilillo de voz—. Mamá parecía disgustada.
—Si, algo muy interesante. —Douglas se aclaró la garganta—. Diría que es algo que nos compete a nosotros cuatro.
Silencio. Uno viscoso y pesado, que amenazaba con ahogar al joven. Los ojos de su hijo no se apartaban del alto patriarca.
—Oh, espero que no sea nada…
Los ojos del hombre perdieron el brillo y su mandíbula se tensó. La vena de su cuello se fue hinchando poco a poco.
—Yo diría que lo es. —Comenzó la cacería de brujas—. ¿Conoces a Liza Steinbeck? ¿La colega de tu madre?
—Creo que no, solo oí su nombre algunas veces por mamá.
Un leve temblor recorrió el labio de su padre mientras una gota de sudor resbalaba por su propia espalda. Tendría que haber imaginado que la mismísima Liza Steinbeck, la mujer a la que su madre "pidió el favor" estaría allí.
—Es una mujer muy inteligente, aunque no esté del todo de acuerdo con sus opiniones en ciertos… temas. —Douglas tragó un poco de agua—. ¿Conoces la obra titulada "Esclavo Moribundo"?
«¿A dónde quiere llegar con todo esto? —Negó con la cabeza al tiempo que desviaba la mirada. — ¿Con esta actitud?»
—No, el arte no es lo mío. ¿Por qué?
—En la subasta que realizaron para recaudar fondos, ella propuso un buen dinero por la misma. Le gusta mucho el arte, y también es muy propensa a parlotear de respecto a eso.
El estómago de Dennis se revolvió. Debía mantener la cabeza en alto, seguir adelante sin demostrar deslices.
» En un momento, y luego de llevarse la pintura como un triunfo, se me acercó a hablar. Dijo que lo colgaría en su consultorio, ya que le gustaría decorarlo un poco más y darle vida. ¿Sabes que es lo más interesante? Que se lo recomendó una paciente.
—Ah, ¿sí? Que bueno.
—Curioso, ¿no? —Se le acercó unos centímetros por sobre la mesada—. Dijo que eso la tomó por sorpresa, en especial porque venía de alguien muy joven. ¿Te lo imaginas? ¿Qué una adolescente te recomiende eso?
Trató de no temblar, pero el movimiento involuntario no se detuvo. Apartó los ojos hacia abajo y la derecha, cosa que no pasó desapercibida para el viejo militar.
» Mencionó que estaba allí por una interrupción voluntaria, y que hablar de arte ayudó a que se soltara. Fue allí cuando se lo recomendó, y diría que Liza pareció muy conmovida al mencionarlo.
—Que peculiar…
—Me has robado las palabras, hijo. Aunque honestamente yo no dejaría que una muchachita me dé lecciones de decoración, después de todo nunca confiaría en una pseudo artista como Chelsea.
Su amiga. Su padre lo sabía. Miró inmediatamente al hombre una vez que el nombre escapó de sus finos labios. Su endeble coartada se desplomó como un castillo de naipes. Frente a él, Douglas lucía asqueado por la situación.
El tono duro y estable dio paso a una voz gutural, colmada de reproche.
—¿Tú sabías algo de todo esto, Dennis? ¿Qué estaba embarazada? ¿Qué Steinbeck le practicó un aborto?
Negó rápido, ojos desorbitados y preso del pánico.
—Déjame explicártelo.
—Ahórratelo: ya me lo figuré todo. Mientras hablaba con esa mujer mi cabeza comenzó a pensar, y me di cuenta de que pasabas mucho tiempo con ella. Las salidas, los paseos, las fiestas, la graduación… Pregunté a tu hermano si conocía o sabía algo para corroborar mis sospechas.
Un recuerdo afloró en su mente. Una anécdota divertida y picante que solo tres personas conocían… El fiel seguidor de su padre fue quien lo entregó en bandeja de plata. Devin hijo de mil putas.
De haber estado en la casa hubiera salido en su búsqueda por condenarlo a un destino peor que la muerte. Lo hubiera tacleado y tirado al suelo, hundido sus puños en los pómulos del bastardo de su hermano, haberle pateado el estómago una vez estuviera en el piso.
» Devin confesó que tuviste un amorío con esa chica. —Douglas hizo una pausa, conteniendo el asco—. Que él lo sabía. Lo confirmó todo, Dennis Nicholas. Ya no puedes mentirme.
Dennis sintió que el suelo bajo sus pies comenzaba a desmoronarse. Sus ideas iban en todas direcciones, pero cuando iba a contraatacar todo quedaba como un balbuceo inteligible.
—Papá, ¡te juro que puedo explicarlo! —Dennis temblaba de pies a cabeza—. Fue solo un desliz, siempre me encargué de hacerlo todo bien, como me enseñaron. Como me enseñaste. Y…
Douglas elevó su diestra, ordenando silencio; el muchacho obedeció en el acto.
—¿Sabes que me molesta más? Que no hayas tenido la decencia de enfrentarlo y habérmelo dicho, de tener que correr con tu madre para que te resuelva todo.
—No, ella estaba conmigo cuando Chelsea me lo dijo, y mamá fue la que la consoló. Estaba histérica, papá, y mamá supo cómo ayudarla. No es que no confíe en ti y todo, pero…
—¿Crees que yo no lo hubiera hecho de haberte acercado a mí? ¿Qué me hubiera negado a que ella abortara? —Douglas se aferró a la botella de plástico, que crujió bajo su garra—. ¿Qué arruinases tu vida por tener un hijo con ella?
» ¿Pensaste que esconderte resolvería algo? Así es como afrontas los problemas, Dennis: corriendo y dejando que otros tomen las decisiones por ti.
La boca de Dennis hablo más de prisa de lo que tenía en mente.
—Tú no estabas cuando ella llamó, y por su tono creí que Joe le había hecho daño. —Sus orbes azules brillaban por la culpa y el miedo—. No podía quedarme en casa a esperar, tuve que salir. Estaba muy trastornado y mamá no me iba a dejar ir por mi cuenta. No quisimos ocultártelo, tratamos de hacerlo muy por lo bajo para que nada se filtrara a los medios.
Douglas se detuvo un segundo a reflexionar. Bajó su dura mirada hacia la superficie mientras dejaba escapar exhalaciones embravecidas. Trató de recomponerse momentáneamente de la avasalladora furia que lo dominaba.
Dennis creyó haber resquebrajado su impenetrable fachada. Lo había dicho bien, se había excusado perfectamente ante sus imprudentes acciones. ¿Podría su padre perdonarlo? ¿A condenarlo a seguir sus pasos?
Cuando el hombre levantó la cabeza se dio cuenta que no fue así. Fue allí donde la sensación de hundimiento lo avasalló.
—¿Tienes idea de la humillación que siento en este instante? Tu, mi hijo, me has dejado como un imbécil decorativo. Que no vale lo suficiente para saber lo que pasa en tu vida.
Douglas aplastó la botella contra la mesada, muy fuera de lo común para él. Dennis se sobresaltó.
—Lo siento, papá. Realmente no pretendía ofenderte ni herirte. Hice lo mejor que pude.
—No, Dennis Nicholas. Lo mejor que podrías haber hecho hubiera sido mantenerte alejado de Chelsea, pero no escuchas ni atiendes a razones.
—Es mi mejor amiga de toda la vida, no quería que esto pasara. Yo…
Ahogó el resto de sus palabras. Era inútil. Su padre había tomado una decisión sobre él. Sin embargo, no estaba ni por asomo preparado para oírlo.
—Agotaste mi paciencia, Dennis. — Se irguió, tan firme como un general —. Parece que contigo no solo me equivoqué al darte una segunda chance, sino que me veo obligado a poner mano más firme o arrastrarás a toda la familia contigo.
La corte marcial dictaminó su sentencia: al Fuerte Jackson iría.
» El lunes te presentarás conmigo a la oficina de reclutamiento, no habrá discusiones al respecto. —Lo miró fijo, el corazón del muchacho se estrujó—. Presentaras tu dimisión en el trabajo y te disculparas, dirás que el deber de servir a tu nación fue más fuerte y te marcharás en unas semanas. Tu estúpido romance se ha terminado. —El firme puño de Douglas sobre el mármol blanco dictaminó la sentencia—. A partir de este momento harás todo lo que se te ordene, y con eso te diré una cosa: no quiero que vuelvas a ver a Chelsea. Ni en persona ni por mensaje. Tienes prohibido acercarte a ella.
No quería que su padre lo viera llorar, pero fue inevitable. Posó sus codos sobre la encímela y se echó a llorar. Douglas soltó un resoplido colmado de fastidio ante su actitud.
Quiso hablar, mas las palabras quedaron atoradas en la garganta.
—Vete a la cama. Hemos acabado.
Subió rápidamente a su habitación, cerró la puerta tras de sí y se desplomó sobre su cama. Asustado. Rendido.
En posición fetal, se llevó las manos a la cabeza y enredo su cabello entre los dedos. Cerró con fuerza las palmas para luego gruñir. El abatimiento dio paso a la cólera, luego al temor y finalmente la desazón.
Le había prohibido hablar con Chelsea. Le había prohibido verla. Sabía perfectamente bien que requisaría su teléfono celular todos los días hasta que se fuera, buscando la evidencia de una infracción.
Estaba furioso con su hermano por ser un traidor. Sin embargo, ¿qué podía esperar del nuevo Devin? Para ganar puntos frente a su padre era capaz de hundir a su hermano menor. Y vaya que lo había hecho.
Lloro en silencio ante su falta de opciones. Douglas Atkins nunca demostraba clemencia una vez que tenía algo en mente. Ese hombre sólo supuraba autoritarismo y severidad.
En la soledad de su habitación, deseó que el colchón lo tragara por completo. Miraba a un punto fijo con la mente aturdida, el cuerpo agarrotado al igual que dolorido.
No supo cuánto tiempo pasó desde que se encerró, solo sabía que le habían quitado lo único que realmente le importaba en la vida. Las lágrimas volvieron a correr cuando su madre ingresó en puntillas, vestida con su pijamada blanco de pantalón tres cuartos y camiseta de tirantes.
Olía a cremas y seguridad. En su rostro solo había preocupación. Cerró tras de sí con cautela y se sentó al lado de su hijo.
Acariciaba su cabello en silencio mientras él lloraba. Eleanor sentía un nudo en el pecho y su mente estaba llena de frustración. Dennis la miró, ojos vidriosos y aterrados. Ella estiró sus brazos para fundirlo en un fuerte abrazo contra su pecho.
—Mamá… —su voz sonaba como un susurro roto—. Me prohibió hasta verla, no es justo. No dejes que lo haga.
Eleanor tenían la mirada perdida.
—Lo siento mucho, hijo. Intenté razonar y convencerlo, pero fue en vano. —Su voz era suave y aterciopelada—. Lo único que puedes hacer es aceptarlo y esperar que las cosas mejoren.
—No va a pasar. Mucho menos para ella.
La sola idea de que ella estuviera sola, pidiendo por él y a merced de Dewey lo dejaba sin aliento.
Eleanor se dio cuenta en el acto que la relación de su hijo con su amiga iba mucho más seria de lo que podía haber esperado. Quizá su marido haya notado lo mismo y por eso mismo lo exiliaba.
—Trataré de que no sea el caso. ¿De acuerdo, hijo?
—No, mamá. ¿Y si Joe…? —Tragó la congoja—. Tienes que ayudarla, mamá. En lo que sea y para lo que sea. Prométemelo, por favor.
—Dennis, sabes que…
—¡Por favor, mamá! —Se sacudió de repente—. No le des la espalda, no le sueltes la mano tú también. No dejes ganar a Joe.
Eleanor dudó unos instantes. No la dejaría en la nada misma, sin embargo, sabía que la situación excedía todos los límites justificables a una relación "conflictiva". Y habiendo conocido a los padres de ese chico en la reunión de conciliación pasada…
—Haré lo que pueda. Si ella me lo permite le ayudaré en cuanto necesite. ¿De acuerdo?
