Capítulo 153. Tumba astral

La derrota de Ío de Júpiter había tenido un efecto inmediato en la Esfera de la Ley y los Héroes que aquel regía. A excepción del Santuario, que como una reminiscencia de la protección de Atenea permanecía estable, toda la tierra temblaba de forma incesante.

Mientras que Akasha y Arthur seguían en la Sala del Veredicto, Sneyder, Shaula, Mithos, Subaru e Hipólita veían el cataclismo desde la cima del monte Estrellado. Los santos tenían el deber implícito de esperar a la Suma Sacerdotisa, así como la orden de usar el Santuario como punto de apoyo para regresar a la Tierra. Hipólita, sin el peso de tales obligaciones, voló cual rayo hacia el Argo Navis en cuanto el peligro fue evidente.

Shaula tardó en decidir unirse a Águila Negra solo el tiempo que necesitaba Subaru para restaurarle el brazo y el manto dorado dañado gracias a la habilidad del manto de Reloj. Aun ahora le sorprendía. Siempre que no muriese, no importaba cuánto fuera el daño ni quién la hubiese dañado —Ío, quizá el hombre más poderoso con el que llegaría a combatir—, Subaru podría revertir la herida a un punto en el que no existía, cosa que no podría replicar con extraños. Ya fue bastante notable que restaurara el manto de Lucile de Leo en el momento en el que los cosmos de esta y ella estaban entrelazados.

«El santo de Reloj solo puede repararse a sí mismo. Puede hacer lo mismo conmigo porque somos el mismo ser, el mismo guerrero, junto a Mithos.»

—¿A dónde vas? —cuestionó Sneyder incluso antes de que Shaula diera un paso, como presintiendo la intención de la santa de Escorpio.

—Tenemos compañeros en el Argo Navis. Voy a traerlos.

—No es necesario. El Argo Navis puede navegar a través de los mares olvidados y regresar a la Tierra, siguiendo la senda marcada por Tritos de Neptuno.

—¿Pretendes dejarlos a la deriva? —acusó Shaula, desconfiada del octavo astral.

—Pretendo recuperar la tierra sagrada, tal y como es la intención del Juez y la Suma Sacerdotisa —sentenció Sneyder.

—¿Compararías esta montaña con…?

A media frase, Shaula soltó un bufido. Sabía que darle a Sneyder argumentos basados en emociones era del todo inútil, y desde un punto de vista racional, los Astra Planeta no tenían ninguna razón para impedir al Argo Navis el regreso a casa.

—Esperaré a la Suma Sacerdotisa.

Sneyder asintió, sin decir ni una palabra.

—Y… Gracias —dijo Shaula con cierta dificultad. Al ver que Sneyder no reaccionaba, añadió—: Por salvarme, otra vez. Sin tu ayuda, ahora estaría muerta.

—Es natural que dos santos de Atenea cooperen para obtener el mejor resultado —apuntó Sneyder sin inmutarse—. No he hecho nada más allá de mi deber.

—¡Aun así! —insistió Shaula, a gritos—. Gracias por cumplir con tu deber natural de señor de los hielos. ¡No es como si ahora vayamos a ser amigos ni nada de eso! —aseguró, apuntándole con el letal dedo que había neutralizado a Ío—. Pero de verdad te agradezco lo que hiciste. ¿Bien?

—Bien.

Como de costumbre, la discusión entre Escorpio y Acuario no pasó a mayores. Dentro de sí, Mithos lo agradeció, pues el modo en que Ío de Júpiter lidió con Rho Aias le había hecho perder confianza en la hasta ahora infalible defensa. No creía que fuera el mejor momento para volver a luchar, menos contra alguien que se había vuelto incluso más fuerte y terrible luego de perder la mano y un ojo.

Subaru, que había estado observando la escena junto al santo de Escudo, sonrió con picardía al ver que este no dejaba de mirar al Pacificador.

—Vaya, vaya. Se fue Alcioneo y vino Sneyder —comentó entre susurros—. ¿Habrá un futuro en el que no tengas competencia?

—Dímelo tú —replicó Mithos, sin pensar.

—¡Señorita Shaula, Mithos quiere saber…!

Para cuando Shaula y Sneyder giraron, Mithos ya tapaba la boca del siempre irritante Subaru mientras usaba el otro brazo para inmovilizarlo.

Y entonces, aparecieron de improviso los santos de Virgo y Libra, al mismo tiempo que un terremoto inició azotando el mismo Santuario. Los santos de plata se apartaron de un brinco, mientras que Shaula y Sneyder dirigían a la Suma Sacerdotisa un corto saludo.

—Ya ha empezado —lamentó Akasha.

—Sí —dijo Arthur, especialmente consciente del cataclismo que afectaba a la Esfera de Júpiter—. Ahora que el regente ha muerto, no hay razón para que el reino siga existiendo. Todo va a desaparecer.

Alrededor de la montaña sagrada, la tierra de Hiperbórea empezó a fragmentarse en grandes islas separadas por abismos de pura oscuridad. Lo mismo ocurría con las nubes que rodeaban el monte Estrellado y el alto cielo más allá de la cima en la que se hallaban los santos: el mismo espacio se estaba quebrando, atraído hacia el corazón del dominio del astral caído. Cuánto más cerca se estaba del Santuario, más lento era el proceso de destrucción, pero este era del todo inevitable.

—Esperar que esa mujer nos salve sería demasiado ingenuo —comentó Arthur, a lo que Akasha asintió. Tan pocos motivos tenían para dudar de que Titania necesitara mentirles como para creer que querría ayudarlos—. Si concentramos nuestros cosmos, creo que podremos lograr…

—¡El Argo Navis! —exclamó Shaula—. ¡Ellos están en peligro!

Arthur no necesitó escuchar más. Intuía lo que la santa de Escorpio esperaba.

—Necesitaremos toda la ayuda posible.

—Os bastarán tres santos de oro para esto —replicó Shaula, conocedora de los prodigios que semejante trinidad podía lograr—. ¡Su Santidad, por favor!

Desesperada, la santa de Escorpio no dudó en hincar la rodilla ante la Suma Sacerdotisa, dejándolo todo en sus manos. Arthur y Sneyder podían estar bien con juzgar y castigar desde un mundo más allá de las emociones, pero ellos no lideraban la orden.

—Los santos no mueren —dijo Akasha, asintiendo—. Tráelos de regreso. A todos.

—¡Sí!

Shaula corrió cual relámpago y saltó desde el monte Estrellado. Por supuesto, Mithos y Subaru la siguieron de inmediato como estelas de plata. No necesitaron pedir permiso, pues el destino de ambos estaba siempre unido al de Escorpio.

—Y ahora solo somos tres —comentó Arthur en cuanto el trío desapareció en el horizonte. Mantenía un ojo en el estoico Sneyder, quien no había reaccionado en lo más mínimo. Para alguien que siempre había juzgado con dureza la amabilidad de Akasha, resultaba extraño—. Sois demasiado amable.

—Te olvidas de Lucile —apuntó Akasha—. Sea como sea, no hay tiempo para discutir. Si queremos volver a la Tierra debemos actuar ya.

En eso los tres santos presentes podían concordar. Poco a poco, la oscuridad empezaba a adueñarse de Hiperbórea, difuminando las tierras, los mares y los cielos de la lejanía. Pronto el Santuario sería lo único que quedaría de la Esfera de Júpiter. Y después, ni siquiera la luz de Atenea podría brillar donde todas las cosas habían acabado.

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A la velocidad de la luz, Shaula pudo atravesar las grietas que se estaban formando en Hiperbórea, en cuyo fondo había un abismo ajeno a conceptos como el tiempo y el espacio. La santa de Escorpio no podía saber lo que ocurriría de caer en ellas, pero sí que intuía el peligro y eso le había bastado para eludirlas.

Mithos y Subaru, en parte debido al cosmos que compartían con la santa de Escorpio, en parte potenciados por la habilidad del manto de Reloj, capaz de jugar con el tiempo, pudieron seguirle el paso, aunque cada vez era más difícil.

Llegaron de ese modo al borde de un abismo más grande que los que ya habían cruzado. La vista no bastaba para ver el otro extremo, pero podían sentir la presencia de los mares olvidados más allá. Estaban cerca de la parte de la Esfera de Júpiter que estaba conectada con aquel misterioso océano por el que solo el Argo Navis podía navegar.

—¿Es esto, Subaru?

—¿L-lady Shaula, ocurre algo?

—Subaru —insistió Shaula, haciendo caso omiso a la pregunta de Mithos—, ¿es esto?

—Se acerca el momento —contestó el santo de Reloj, más serio que nunca—. No puedo retrasarlo más, pero juro que nos volveremos a ver, los tres.

De inmediato, Shaula giró hacia donde estaba Mithos, todavía confundido. La máscara dorada, como de costumbre, hacía imposible saber qué estaba pensando, pero Mithos creyó percibir la preocupación que entonces sentía la santa de Escorpio.

—¿Me lo juras, no? —repitió Shaula—. Un santo de Atenea nunca juraría en vano.

—Yo nunca os miento, solo oculto algo de información por el bien del para nada predestinado enamoramiento de mis compañeros —añadió Subaru con una sonrisa. Tan claro fue lo forzado de aquella expresión, que por esa vez ni Shaula ni Mithos le reprocharon nada—. Nos volveremos a reunir. Lo he visto desde el día que te conocí.

Avergonzado, Mithos notó algo tarde que estaba mostrando parte del enojo que sentía. Lo peor era que se sabía incapaz de esconderlo: le molestaba que hubiera esa clase de confidencia entre Subaru y Shaula, fuera cual fuese la razón.

—Nos volveremos a reunir. Lo has visto desde el día que me conociste —repitió Shaula, aletargada. Enseguida empezó a sacudir la cabeza—. Será mejor que no nos separemos por ahora —dijo, agarrando veloz la mano del santo de Escudo—. ¡Siempre te pierdes! —aseguró, apretando con más fuerza todavía sin poder evitarlo.

Aunque Mithos quiso decir algo, lo único que terminó soltando fue un grito de dolor. ¡Shaula le apretaba la mano con una fuerza hercúlea! Aquel fue uno de los pocos momentos en su vida en los que deseó que Rho Aias funcionara aun para ella.

—¿Lo ves? —preguntó Subaru, esbozando una sonrisa de zorro—. Soy un poco ambiguo y consigo que a mi amigo le tome de la mano una hermosa ninfa.

—¡No tientes a tu suerte, Subaru! —exclamó Shaula, apuntándole con el dedo mientras seguía sin soltar al dolorido Mithos—. ¡Nos vamos ya!

Con un gesto de asentimiento, Subaru se alistó para saltar sobre el abismo junto a Shaula y Mithos. Juntos, volaron más allá de la distorsión en el espacio-tiempo que era el signo de la pronta desaparición de la Esfera de Júpiter. En ningún momento, la santa de Escorpio soltó al que había nacido para ser su escudo.

El enojo que Mithos había sentido hacia Subaru desapareció junto al dolor. Poco a poco, la fuerte mano de la santa de Escorpio se fue pareciendo a la más gentil de las caricias.

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—¿Dónde… dónde estoy?

A pesar de tener los ojos bien abiertos, lo único que Shaula veía era una densa oscuridad que apestaba a cadáveres. Un mal presentimiento le hizo cerrar la mano con fuerza hasta convertirla en un puño. Mithos no estaba, tampoco Subaru.

—¡No! —gritó, desatando el aura dorada que la rodeaba como una onda de choque. Las tinieblas no retrocedieron—. No es cierto, él me lo juró…

Dos cuerpos cayeron a los pies de la santa de Escorpio, como invocados por aquel débil susurro. Shaula se estremeció al ver los rostros, pálidos y con los ojos blancos, pero enseguida supo entrever que se trataba de meras ilusiones. Más bien, lo intuyó.

—¡He dicho que no! —bramó con más fuerza, golpeando al punto donde sentía la fuente de aquella desagradable visión. El puñetazo llegó a algo que parecía ser sólido, y esta vez las sombras se replegaron, como el humo dispersado por un fuerte viento.

Tras la caída del oscuro velo, quedó al descubierto el coliseo del Santuario, donde tantas pruebas por el manto sagrado se habían realizado a lo largo de los milenios. En el cielo brillaba un sol rojizo, otorgando a las gradas y la arena un tono escarlata. Los cuerpos de Mithos y Subaru habían desaparecido, por supuesto, y en su lugar había un hombre anciano cubierto por prendas de sacerdote.

—En mi defensa, joven ninfa… —El aparecido calló por unos segundos cuando Shaula se abalanzó hacia él, golpeándolo una y otra vez con endiablada celeridad. Los puños dorados pasaban a través de él como si fuera un fantasma—. ¿No vas a detenerte? Es inútil, ¿sabes? Soy Fobos, dios del miedo.

—¿¡Dónde están!? —exclamó Shaula, descargando de una sola vez las quince Agujas Escarlata contra el supuesto dios. Todas lo traspasaron sin causarle el menor daño. Más que un espíritu, era como si Fobos no se encontrara allí—. ¿¡Dónde están!?

—No deberías preguntarte dónde están, sino cómo están. Vivos, muertos…

Por un momento, Shaula dejó de atacar. Sin embargo, antes de que Fobos retomara la presentación, la santa de Escorpio cayó sobre él con una patada baja. De nuevo no logró acertarle, pero bajo los pies del dios se abrió un cráter al que pareció caer.

El teatro duró poco, pues mientras Shaula veía el agujero que había abierto en la tierra, sin fondo aparente, Fobos apareció detrás, soltando una corta risa.

—Si yo estoy viva, ellos también —aseguró la santa de Escorpio—. Dime dónde están o lárgate. No tengo tiempo que perder contigo.

—Soy Fobos…

—El dios del miedo, te escuché bien —aseguró, hastiada, mientras se estiraba las orejas—. Dime… dónde… están… o lárgate.

La furia era evidente en cada palabra que Shaula pronunciaba, pero eso parecía motivar a Fobos, quien sonreía enseñando los dientes. Era un gesto estremecedor en el anciano, cuyo duro rostro parecía tallado en piedra.

—También soy uno de los Astra Planeta. Bueno, en realidad, soy el custodio de una de las Esferas de Crono, Marte. Y he venido para…

Ilusión. Carta de presentación. Desesperación. Recipiente. El discurso del dios, astral, o lo que fuera que en verdad fuese Fobos, llegaba a Shaula como algunas palabras relevantes en medio de un parloteo más bien irritante. Entendía lo que decía a grandes rasgos, algo relacionado con que solo los hijos de Ares podían decidir quién era digno de convertirse en el regente de Marte, pero ella había sido muy clara con él.

«Si no vas a decirme dónde están, haré que te largues.»

Tal y como había hecho para deshacer la oscuridad en la que estuvo envuelta hacía nada, Shaula apretó el puño con fuerza. Lo usaría de nuevo, la Unidad de la Naturaleza, con tal de expulsar a aquel malévolo ser que con tan solo hablar lograba minar su espíritu y revolverle las entrañas. Una vez entrara en comunión con aquel mundo, cualquiera que fuese, debería ser capaz de hacerlo. Ella no era Arthur como para comprender el tejido del espacio-tiempo y apartar del mismo a una presencia extraña, no era tan lista, por eso tendría que recurrir a la fuerza bruta.

Fobos no mostró preocupación alguna, ni siquiera interés. Estaba hablando cuando el cosmos de Shaula brilló, con los labios entreabiertos en el fugaz instante en el que el puño dorado estuvo a un centímetro de la cara pétrea, impulsado por el mundo entero.

Fue en ese momento en el que Shaula se percató de una palabra que Fobos había repetido un par de veces. Cayó en la cuenta a tiempo de deshacer la Unidad de la Naturaleza y frenar el golpe, pero la onda de choque resultante no pudo contenerse.

Donde debía estar el supuesto dios del miedo, custodio de Marte y entregado conversador, de repente y sin ningún aviso estuvo Azrael.

—¡Por los dioses! —exclamó al ver cómo el asistente salía volando, herido. Algunas gotas de sangre mancharon el guantelete de Escorpio—. ¡Akasha me va a matar!

Mientras trataba de entender por qué Fobos se habría molestado en traerlo hasta allí, Shaula paralizó a Azrael en el aire mediante telequinesis. Le sorprendía que el asistente de Akasha siguiera consciente luego de semejante impacto, pero no podía arriesgarse a que se diera un mal golpe contra el suelo.

—Sigue siendo terrible, señora Shaula —comentó Azrael, tragando sin querer algo de sangre. Tenía la nariz rota y el labio superior partido.

—¡Señorita! —corrigió la santa de Escorpio antes de bajar al suelo al asistente con tanta suavidad como le era posible—. Soy más joven que Akasha.

—Entiendo que me golpeará si vuelvo a decirle señora Shaula —comentó Azrael. Aunque Shaula sacudió de inmediato la cabeza, negando tal posibilidad, ya el asistente se estaba fijando en algo más importante—. ¿Dónde estoy? No, ¿dónde estamos?

—Pues… Parece el coliseo del Santuario… Pero…

—El Santuario. —Mirando hacia atrás, Azrael pudo notar la silueta de la montaña sagrada, rojiza a la luz del sol sangriento que dominaba el cielo.

—¿No recuerdas cómo llegaste aquí? —cuestionó Shaula, cambiando enseguida el tono acusador al ver la cara hinchada de Azrael—. Quiero decir, ¿estás bien? ¿No te duele nada? No era mi intención golpearte.

—Claro que no —dijo Azrael, no muy convencido.

Shaula se acercó al asistente dándole vueltas a una disculpa apropiada, pero no pudo decir nada. Antes, un destello dorado apareció entre ella y el asistente, seguido de otras tres estelas que cayeron alrededor.

Se trataba de Arthur, Sneyder, Lucile y Akasha. La última parecía especialmente molesta, cubierta por un halo de cosmos agresivo, casi amenazante.

—Esto no es lo que parece —aseguró Shaula.

Akasha se tomó un par de segundos antes de decir nada, observando la escena. Los demás no mostraron interés en intervenir.

—Estabas luchando con alguien. Cuando ibas a atacarlo con todas tus fuerzas, Azrael apareció en su lugar y no pudiste evitar que una parte de tu poder lo golpeara. ¿Acaso no fue eso lo que ocurrió? —cuestionó, ya más calmada.

«No hay forma de que pueda intuir todo eso con solo echar un vistazo —pensaba Shaula, enmudecida—. ¿Me habrá estado observando todo este tiempo? No, a Azrael.»

Tenía sentido que Akasha pudiera sentir la repentina aparición de alguien tan cercano a ella. Más aún que acudiera a donde estaba al percibir que lo habían herido. Por supuesto, el resto de santos de oro tenía la obligación de seguir a la Suma Sacerdotisa.

—Están bien —aseguró Akasha, intuyendo la principal preocupación de Shaula—. Llegaron al Argo Navis con los demás, todos están bien.

Shaula sacudió la cabeza. Eso sí que no podía ser cosa de tener unos sentidos muy agudos. Desde que el cataclismo inició ya era difícil percibir lo que ocurría en los mares olvidados, ahora era imposible, sin más.

—¿Cómo sabéis…?

—El Ojo de las Greas —aclaró Akasha—. Mithos y Subaru llegaron al barco. Están bien. Es lo mismo con Orestes, Hipólita, Emil, Hugin, June y Ban. Todos están a salvo.

Con el fin de tranquilizar a la joven ninfa, Akasha le puso la mano en el hombro. Shaula no supo bien qué decir, desde un principio no había pensado en todos los compañeros que estaban en riesgo, solo en Mithos y Subaru. Akasha debía saberlo y a pesar de ello le hablaba como si todos los que estaban en el Argo Navis hubiesen sido su prioridad.

—Yo… —empezó a decir, titubeando. Todavía quería preguntar si el despistado de Mithos se había hecho daño o Subaru había provocado la furia del dios de los mares olvidados, si es que existía un dios para tal lugar. Todavía deseaba saber cómo estaba su padre—. ¡Lamento mi comportamiento! ¡He actuado precipitadamente y por eso…!

—No tienes nada que lamentar. Tenías razón, si debemos escoger entre salvar a los santos y el Santuario, estoy segura de que la misma Atenea no se lo pensaría dos veces. Porque nunca hubo más Santuario para ella que todos los que le somos fieles.

Al ser incapaz de expresar lo agradecida que se sentía, Shaula se limitó a hacer un gesto de asentimiento. Luego se apartó, uniéndose a los santos de Leo, Libra y Acuario, mientras que Akasha volvía a estar frente a Azrael tras lo que parecía una eternidad.

—Quería que me acompañaras, pero…

—Lo comprendí, señorita.

—Y aun así estás aquí. ¿Por qué…? Incluso ahora que hemos obtenido la paz con los Astra Planeta, este lugar es peligroso.

Azrael asintió, comprensivo, y luego se puso en posición de firmes, con el puño cerca del corazón. En esa ocasión, ni aquella postura sacó una risa a la santa de Virgo.

—Es por eso que estoy aquí, señorita. Para asistirla, como siempre.

Tras decir eso, guardó silencio. Akasha no dijo nada, solo inclinó la cabeza, tal vez confundida. No era para menos: la aparición de Azrael era, como mínimo, extraña.

Pero poco a poco el asistente fue entendiendo que la mudez de Akasha no se debía solo a si estaban en una situación problemática o no se explicaba cómo había llegado hasta allí. Pensó en la batalla contra Jäger y las hordas del infierno, en Makoto viéndole quieto y serio luego de una victoria que debía ser celebrada.

¿No era reencontrarse con Akasha una victoria que merecía ser celebrada? En ese día en el que había descubierto que tenía el poder para protegerla.

Sin pensarlo más tiempo, la abrazó tal y como hizo aquel lejano día en el cuarto que compartían en tierra sagrada. Había crecido mucho desde entonces.

—Me alegro mucho de verla con bien, señorita.

Akasha tardó poco en corresponder el gesto. Tan pronto los brazos dorados de la joven acariciaron la espalda del asistente, las heridas de este desaparecieron.

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—¿Esto está bien? —se le escapó decir a Shaula.

—Es la Suma Sacerdotisa —comentó Lucile—. Hay pocas cosas que no puede hacer.

—Me refiero a si Azrael puede… puede…

—¿Dormir en la misma habitación que ella? Lo hace a diario.

—¡Lucile!

Divertida, la leona de oro posó el blanco dedo frente a la máscara dorada, justo a la altura de donde estaba el labio. «Baja la voz —le decía sin palabras.»

—¿Qué ha ocurrido con la idea de devolver el Santuario a la Tierra? —cuestionó Shaula en voz baja, mirando a Arthur—. Parecías tan obsesionado con eso, Juez.

—Hemos revisado nuestras prioridades —apuntó el santo de Libra—. Damon de la Memoria podría ser el mayor enemigo que nos queda por enfrentar, y a un mismo tiempo, podría convertirse en un aliado frente a los Astra Planeta, si el discurso de Tritos de Neptuno y Titania de Urano resulta ser un embuste. Nuestra Suma Sacerdotisa es de esa opinión y nosotros concordamos, por lo que vale la pena regresar cuanto antes a la Tierra, así debamos abandonar el Santuario en medio de este lugar.

—Al próximo regente de Júpiter le gustará tener una montaña extra —supuso Shaula. Lo de hacer las paces con antiguos enemigos no le sonaba raro viniendo de Akasha.

Arthur sacudió la cabeza, molesto.

—Ya no estamos en la Esfera de Júpiter. El quinto astral ha caído y del reino ya no queda nada. Si seguimos vivos es gracias a Atenea.

—¡Mithos y Subaru…!

—Están bien, tal y como Akasha te dijo. Somos nosotros, los santos de oro, quienes estamos en serios problemas.

Observando a Akasha y Azrael, aún abrazados, Shaula soltó un largo suspiro.

—Escogió el peor momento para aparecer.

Tras aquellas conversaciones, apenas secretas, Sneyder mantenía también la vista fija en el asistente. Había algo en la repentina aparición que no le gustaba. Solo un sutil gesto por parte de Arthur justo al llegar le había detenido de intervenir. De momento.

Notas del autor:

Primero que nada, dos detalles que saltan a la vista, pero me hace ilusión comentar. Este año, Juicio Divino: La Última Guerra Santa se unió a la comunidad de Historias más largas de FFnet, las que superan las 800000 palabras. ¡Qué cosas! En el pasado pensaba que solo una historia multicrossover del estilo de La Leyenda, de Asiant y Uriel, podría llegar a tal cantidad de texto. La segunda es que la pasada semana llegamos a las 300 reseñas. ¡Muchísimas gracias a todos los que lo han hecho posible!

Ulti_SG. Esa sí es una Guerra Santa y no las carnicerías que se negociaban en la Edad Media. No lo puedo evitar, desde siempre he querido una historia de Saint Seiya que sea fiel a la idea de Guerras Santas y este es el resultado. Oh, sí, de algún modo el niño del orfanato logró tener aura de protagonista. ¿Podrá pasar esta prueba de fuego?

Saint Seiya no sería Saint Seiya sin esos ataques que no matan a nadie. Así es, Makoto conoce a Jäger por la misma aventura en que topó destinos por primera vez con Aqua. Jäger contra las batallas inútiles, Jäger contra los diálogos… ¡Que nunca tenga que jugar un JRPG! Por supuesto que no acabará igual, Akasha es un sol. Ahora, Azrael, ¿podrías dejar de apuntarme con una pistola? Es incómodo responder el review así.

Cuánto machismo en este capítulo. ¡Por eso no es bueno traer a gente de la era mitológica a nuestros tiempos! Es la prueba de fuego de Makoto para ser protagonista, no podía ser rescatado. Típico, la gente está ocupada con la trama principal y viene un gigante a buscar protagonismo. ¿Será que habrá otra larga, larga aventura como las andanzas de Lesath, Emil y Aerys en Siberia? Divide y vencerás. Una gran frase en el pasado y el modo ideal para que el 99% de tus personajes no sean solo un adorno.

Aun a día de hoy me sorprende haber encontrado una forma para que un santo de Mosca tenga una habilidad acorde y a la vez útil. ¿Dos duelos de rap seguidos? Pobre Jäger.

¡Y pasó la prueba de fuego! ¡Bien hecho, Makoto! Bien referencia la de Goliat y David, quizá debí pensarla, pero lo oportuno de que fueran Mosca y Orión, un gigante, fue lo que prevaleció en su momento. Sí, tenía muchas aspiraciones ese hombre. Demasiadas.

Justo lo que faltaba, Aqueronte, dios de las trampas.

Obviamente el amo del gólem fue Dio todo el tiempo. ¿O no?

El Síndrome de Estrés Post-Aqueronte. Si fuera otro soldado, pensaría que es un superhombre, pero como es Azrael solo pienso que es lo normal. No sabíamos que necesitábamos ver a Azrael gasear zombis con éxito hasta que lo vimos.

Hay buena química entre esos dos. Me gusta mucho escribir de ellos.

La carga de Makoto es un homenaje a una serie en que el protagonista debía enfrentar él solo a un ejército muy numeroso para que sus amigos pudieran escapar. Por si les da curiosidad de qué serie hablo, se trata de Zero no Tsukaima. No se toma muy en serio a sí misma la más de las veces, pero en esa escena en concreto me ganó.

Ese es un clásico de esta historia, tener presente la velocidad superlativa de los santos de Atenea. Menudo final habría sido para Makoto, morir a manos del ejército del dios de las trampas, Azrael no podía permitir eso. ¿Cosas que no vivió, ni escuchó? Suena a que Azrael se pegaba la gran borrachera cada vez que Akasha no miraba.

Después de todos los problemas que causó en el primer arco y en la guerra entre vivos y los muertos, da gusto que alguien le dé una lección a la legión inmortal. Y como en lejano volumen Plutón, de nuevo la principal fortaleza del río se torna en debilidad, gracias a que el cosmos de Azrael resulta ser destructivo. ¿Por qué eso me suena tanto? Ah, ¿Azrael era Adremmelech de Capricornio todo el tiempo? ¡Qué locura! (Me permito un momento para redactar una carta de mi puño y letra donde disculpo ante la Suma Sacerdotisa por haber tachado a su asistente de borracho.).

Así es, el día que llevaba años gestándose, al fin es relevado. Adremmelech, el Caballero sin Rostro, y Azrael, el asistente, eran lo mismo.

Las santas de bronce sintieron lo que los jugadores de FFVII al ver a Sephiroth siendo OP en el mítico episodio de Nibelheim. ¡Azrael, padre del año! Makoto debe dar las gracias por todas las experiencias que ha tenido, sabiendo que de Azrael podía esperar cualquier cosa, que si no le daba un infarto ahí mismo.

Así es, esa escena era una pista muy fuerte para adivinar quién era Adremmelech, junto a los muy oportunos y aun más convenientes dolores de cabeza.

El apocalipsis se detendría solo para ver cómo esos dos se ponen a discutir.

Tanto tiempo de contenerse para darle un zape al fin se vieron compensados.

Pues sí, qué mano ni qué nada. ¡Un abrazo es lo que toca! Y luego más abrazos. Y Azrael sonriendo. ¡Qué final más feliz para este episodio! Nada podría salir…

¿… mal?

Hay quien dice que la felicidad son los momentos, también hay quien quisiera que un momento de felicidad durara para siempre. Pues este es uno de esos momentos en que detener un momento feliz da más miedo que alegría. ¿Qué haces aquí, Fobos?

Porque sí, es Fobos, dios del miedo y de la esquizofrenia. ¡Tenías una misión, Jäger, solo una! Sí, justo esa frase, muy buena por cierto.

Pobre Damon, ya he perdido la cuenta de cuanta gente va a por él.

Ah, claro, ahora que Azrael se revela santo de Capricornio es que todo el mundo quiere verlo. Antes, cuando era un asistente normal y corriente…, bueno, un asistente, nada de nada. Quién me diría a mí que un día leería que Fobos tomó una pistola y pensaría que no hay nada de raro en eso, ni en que lo convierta en una daga dorada.

Listo, no era el dios de las trampas auténtico, ¡era Dio! Bueno, una copia de Saturno, que resulta ser una navaja suiza que vale para todo. ¿Es mal momento para repetir que Jäger tenía un trabajo, solo uno, y ni eso pudo hacer? Gracias, se hace lo que se puede.

Cada cual señala al otro. ¿Seguro que son dioses y ángeles y no políticos? Ser santo de Atenea es un trabajo ingrato, porque el mal nunca descansa.

¡Adremmelech siempre está donde está Pirra!

Pistolas, dagas… ¿Qué más da? ¡Son armas!

¿Viste, Cratos? Te dijo cobarde, pégale en la cara para demostrar lo contrario. Juicio Divino: The Last Epic Rap Battle. Típico, Pirra le pidió que la siguiera en Mythosgram y Adremmelech decidió seguirla en todas sus redes sociales y ya de paso IRL. Así es, Bía de la Violencia es la madre de Adremmelech, y como aquí todos han visto mucho La Momia y no diferencian entre la persona muerta y la reencarnación, pasa lo que pasa. Azrael ganó un cosmos y una madre… ¿Protectora? Sí, así parece, porque quiso apartar a Azrael de las maquinaciones de Fobos, pero es en vano. Esa daga es un dolor de cabeza, o lo es Fobos, o los dos lo son. Al menos lo intentaste, Bía.

Parece que todo se está poniendo en marcha, el ánfora, Damon, y sí, el reencuentro más esperado por toda Latinoamérica unida, ¡Azrael y Akasha!

Primero coge una pistola y luego se pone a secuestrar gente. ¿Fobos, qué pasó contigo?

Ojo, ojo, ojo gente, que aquí esta vez hemos tenido un tremendo capítulo, seguido de uno grandioso y otro, no bueno, no, sino muy bueno. ¡Ojo que la diferencia importa!

Shadir. Por suerte no fue el caso, solo que me tomé un descanso navideño y me olvidé de avisar, aparte de que este terminó a alargándose más de lo que habría esperado. Lo lamento mucho. Comprensible, las vacaciones suelen cambiar la rutina.

Gracias, como es una historia de Saint Seiya, le pongo mucho énfasis a que las batallas se sientan intensas, cosa harto difícil por la longitud de la historia. Soy el primer sorprendido por el crecimiento de Makoto, ese muchacho tiene vida propia. Lo extraño para nosotros puede ser corriente para un mundo donde los dioses griegos luchan entre sí al mando de ejércitos en pleno siglo XX. Con todo, pese a que dejé alguna que otra pista, me alegro de que no se viera venir, pues debía ser un giro.

Fobos es un canalla de los pies a la cabeza. Coge pistolas, las cambia por dagas, secuestra gente… ¡Y no tiene ficha policial!

Así es, veamos a dónde van a parar todos estos problemas.