Capítulo 152. Fobos deMarte

La sonrisa de Azrael fue el último gesto realizado antes de que el tiempo se detuviera en ese rincón de Sicilia. No era una cuestión de la velocidad y reflejos de Fobos, quien apareció como por arte de magia justo donde estuvo el cadáver de Jäger; el flujo de eventos se había pausado de forma súbita, permitiendo al recién llegado contemplar los alrededores con detenimiento. ¡Cuán inútil había resultado ser Jäger de Orión! A pesar de sus susurros, que habían de dispersar las dudas que la santa de Piscis le insertó con otro vacuo discurso sobre la misericordia de Atenea, el llamado Cazador había muerto sin lograr una sola de las cosas que se propuso. Sin la fe en los hombres y la cercanía a la diosa de la guerra y la sabiduría, no quedaba nada del héroe que llegó a ser en la era mitológica, no era más que un vagabundo de otro tiempo buscando la muerte.

«Qué decepción —pensó Fobos—. Tendré que ocuparme yo de Damon.»

El otro santo de plata se le antojaba más interesante. No el que falleció, pues nada le provocaba a esas alturas que los de su clase murieran para proteger a otros, sino el superviviente. Ese guerrero japonés que sonreía junto a tres amazonas, como si no fuese a pasar nada malo en adelante. El deseo de llenarlo de temores, al igual que hizo con los santos de Aries, Tauro y Sagitario, lo inundó por una breve fracción de ese segundo eterno, pero pronto la sorpresa inicial se esfumó. Seguía siendo solo una mosca.

Miró un momento a las mujeres, desechándolas enseguida. Eran buenos soldados, pero él no estaba buscando un soldado, sino un general.

—¿Ya estás preparado? —dijo Fobos, mirando al asistente.

Tras dar tres vueltas en torno a Azrael y asentir, conforme con algo que solo él sabía, tomó la pistola que el asistente no llegó a usar.

—¿Qué pretendes hacer con eso? —dijo la voz de Cratos, solemne.

—¿Has olvidado que no puedes causar ninguna clase de daño físico, dios del miedo? —añadió la voz de Bía, burlona, antes de aparecer junto a su compañero.

Ahora que el flujo de eventos se había detenido, nadie debería poder moverse, siempre y cuando obedeciera las leyes físicas. Los que dominaban el cosmos más allá del Séptimo Sentido, por desgracia, tenían formas de trampearlas. Desligándose de los siete anteriores, podían despertar el Octavo Sentido y, a través de la comprensión de su alma inmortal, trascender las limitaciones del universo material e incluso el espiritual. Así, los cinco héroes legendarios viajaron al Hades con vida junto a otros santos de renombre; así, Cratos y Bía habían viajado desde la Colina del Yomi a este punto.

—¿Os echaron del patio de juegos? —preguntó Fobos, divertido.

—Sabes que sí —cortó Cratos, impertérrito frente a la pistola con la que el dios del miedo parecía apuntarle. Debía considerarlo un delirio más del más retorcido hijo de Ares—. El santo de Lira se unió a la marcha de los muertos y esa Abominación cortó toda comunicación en nombre del Santuario. Lograste lo que querías.

Fobos apretó el gatillo, desatando un sonido de disparo sin que ninguna bala saliera del cañón. El arma se deshizo en humo, como un juego de ilusionismo, dejando tras de sí una daga dorada que sí que suscitó temor en el semblante de Cratos.

—¿Qué sabes tú de lo que quiero, ángel de la Fuerza?

—Guerra —atajó este sin dudar—. Eso alimentas por todo el mundo, guerra. Tus actos nos distraen de nuestra verdadera misión, encontrar el ánfora de Atenea.

Antes de responder, Fobos respiró durante un largo rato el hedor del Aqueronte.

—El río del sufrimiento —explicó el guardián de la Esfera de Marte—. Encerrado en el Hades de tal forma que ni Nimrod de Cáncer, aquel al que llamas Abominación, puede salir de la Colina del Yomi. ¿Te has preguntado de dónde viene, ángel de la Fuerza? Te lo diré: la Esfera de Saturno. Es una réplica del auténtico Aqueronte, creado para servir como arma a quien sin duda trabajaba para Titania de Urano. Como ya habrás deducido entonces, ángel de la Fuerza, yo no provoqué la muerte de Fantasma de Lira.

Cratos caminó hacia aquel ser con paso firme, deteniéndose empero cuando la punta de la daga dorada chocó contra el peto de su gloria. Esa arma era peligrosa, lo sabía.

—¿Niegas tu implicación en esto, dios del miedo?

—¿Lo haces tú, ángel de la Fuerza? Os presentasteis como dos ángeles del Olimpo cumpliendo una misión, digamos, diplomática, después de que la Madre de los Demonios dejara algunos retoños monstruosos aquí y allá, a la vez que el gigante que se arrodilló desperezaba a sus hermanos, porque no es bueno que los santos de Atenea estén desocupados y puedan pensar en todo lo que implica entregar el ánfora. No he hecho nada en este día distinto a vuestro espléndido trabajo hasta ahora. Estamos en el mismo barco, remando hacia un mundo que no esté bajo el control del Hijo.

—Ocultas mentiras con medias verdades —acusó Cratos, desviando empero la mirada hacia el asistente. Aquel sujeto común todavía radiaba de un cosmos dorado que, juraría, le era conocido—. Adremmelech, el más fiel a los siervos de la falsa Atenea. ¿Es posible que dos miembros del Zodíaco hayan reencarnado en la misma época?

La apariencia y el nombre eran distintos, pero si el Rey Demonio había decidido encarnar en humano, bien podría haber adoptado esa forma.

—No existen las coincidencias —terció Bía, hasta el momento mera espectadora—. Aunque por otro lado, el sentido del humor de los dioses es algo retorcido.

Tanto era el interés de los ángeles por aquel hallazgo, que por un momento olvidaron la asfixiante presencia de Fobos. Cratos ni siquiera notó que la daga ya no chocaba con su peto hasta que la vio girando entre los encallecidos dedos del guardián de la Esfera de Marte, el cual dejó el arma con sumo cuidado justo donde había estado la pistola, en el bolsillo. Acto seguido, dedicó a ambos una inocente sonrisa.

—No te haces una idea, mi querida Bía —dijo Fobos—. Detrás de tanta solemnidad, podemos ser muy, muy bromistas.

—También crueles —se atrevió a advertir Cratos—. Si ya has acabado con tus intrigas, vete, dios del miedo. No hay lugar para ti en la Tierra.

La sonrisa de Fobos se amplió.

—¿Qué dios hay en el cielo que venga a detenerme?

—Preocúpate de los que hay en la Tierra —atajó Cratos.

—¿Poseidón? —preguntó Fobos, divertido con la idea—. Él ha prohibido de forma expresa la entrada de los Astra Planeta, en efecto. Por ello Titania ha debido a recurrir a otra gente, cosa que no le gusta hacer. Un par de ángeles, sí, y una leyenda viva que resultó ser un fracaso legendario. ¡Qué afortunada es de que un hijo del dios de la guerra hubiese previsto que todo iría mal con una planificación tan apresurada! Por eso estoy aquí, ángeles míos, para ayudar a una compañera en momentos de dificultad.

Cratos frunció el ceño. Parecía raro que Titania hubiese decidido confiar en el dios del miedo, pero, ¿quién podía saber con exactitud qué pensaban los Astra Planeta? Ella no había llegado a avisarles de aquel santo de Orión que encontraron en la Colina del Yomi, pero al menos debía ser cierto que Jäger era un enviado de la séptima astral.

—Fobos es parte de la Esfera de Marte —aclaró Bía, malentendiendo la confusión de su compañero—. No es uno de los Astra Planeta, en realidad. Ni siquiera puede intervenir directamente. A falta de omnipotencia, él tiene…

—Tendrás que disculparme, Bía, si detengo a una dama de hacer ciertos comentarios inapropiados. ¿O acaso pretendéis esconder con palabras lo mucho que teméis el momento en que debáis luchar con los santos de Atenea?

Ni Cratos ni Bía respondieron a aquella observación. Fobos, divertido, lo tomó como una invitación a seguir hablando.

—Ahora que se han roto las negociaciones, solo os queda luchar contra un ejército invicto. Ni todas las huestes del Hades han podido acabar con las fuerzas que protegen este planeta, así que nadie os culparía si salierais huyendo, ¿sabéis?

—La señora Titania confió en nosotros para esta tarea —espetó Cratos, ignorando la risa mal disimulada de Fobos—. No le fallaremos.

—Lo que quiere decir mi tímido compañero —añadió Bía, relamiéndose—, es que nada en el mundo nos haría perder la oportunidad de demostrarle a Atenea lo endeble que es la orden que construyó sobre un pasado olvidado.

—Tenemos una razón para estar en este mundo —concluyó Cratos—. ¿Qué hay de ti, vástago de la Guerra y el Amor? Aun si olvidara que fuiste castigado por el Olimpo, tu lugar está en el corazón de los hombres, ni siquiera debiste haber adoptado una forma física en primer lugar, mucho menos intentar tomar la apariencia de la Muerte. ¿Esta es la segunda vez que te opondrás a la voluntad de los dioses? —acusó, desafiante.

El silencio de Fobos fue de lo más elocuente. Bía, riendo, respondió a su compañero.

—Fobos se opone a la voluntad de los dioses a diario, en realidad. Y de esa forma es parte de ella. Los designios de Zeus son inescrutables. Nosotros servimos al Olimpo como ángeles, luchando contra los enemigos de los dioses, y por hacer nuestro trabajo acabamos muriendo en la ignominia, al igual que los dioses del Zodíaco. Encelado, quien luchó contra Atenea tiempo ha, es ahora el sexto miembro de los Astra Planeta. Y lo mejor queda para el final —concluyó Bía, sacando con sumo cuidado el polvo sobre la armadura de Azrael. Era tan raro aquel gesto, que ni Cratos ni Fobos dieron demasiada importancia a cómo la mano del ángel se iba acercando poco a poco al bolsillo del asistente; parecía una madre preocupada, nada más, nada menos—. Yo que caminaba sobre la Tierra en esos tiempos en que mortales e inmortales se mezclaban sin recato, puedo jurar que jamás pensé que mi retoño, mi Rey Demonio, llegaría al extremo de reencarnar como un simple hombre por una mortal.

En esa confesión había, de nuevo, el orgullo y el asombro de una madre, por lo que nadie tendría por qué sospechar nada de lo que pretendiera hacer. Sin embargo, y aun cuando el ángel tomó la daga y se apresuró a degollar al guardián de la Esfera de Marte a una velocidad superior a la de la luz, nunca llegó a acertarle. El arma dorada se esfumó entre sus dedos y volvió al lugar donde Fobos la había depositado.

—Las armas que matan dioses están sobrevaloradas —aseguró el anciano con una sonrisa—. ¿Tan preocupada estás por ese hombre que estás dispuesta a cometer el peor crimen posible, Madre de Demonios?

Bía alzó una ceja con fingida indignación.

—Solo quería ahorrarte la venganza que caerá sobre ti si juegas con fuego, dios del miedo. Si eso es un crimen, aceptaré gustosa el castigo.

—Basta, Bía. Nuestro objetivo no es Fobos, ni ese hombre —advirtió Cratos, señalando a Azrael—. Vámonos, antes de que el dios del miedo nos desvíe del camino.

—El ánfora de Atenea está en Bluegrad —dijo el guardián de la Esfera de Marte cuando el par de ángeles hacía ademán de marcharse. Los dos centraron enseguida la atención en Fobos—. Es muy astuta, esa Suma Sacerdotisa. Así como un día el Sustento Principal fue usado para ocultarla, ahora el Trono de Hielo cumple el mismo fin. ¡El arma más poderosa de ese planeta azul, convertida en el más sólido escudo! Como os dije, Titania es afortunada de tener un compañero tan previsor como yo, pues fue mi influencia lo que condujo al rey Alexer a sentarse en el sitial del invierno y revelar lo que este oculta a ojos convencionales y extraordinarios.

Los ángeles se miraron entre sí, inseguros de confiar en aquel hijo de Ares.

—Si dice la verdad, debemos ir a Bluegrad.

—¿Tú y yo contra esos que se dicen hijos del invierno, Cratos?

—En eso tienes razón, Bía, sería excesivo —intervino de nuevo Fobos—. Como siervos de los Astra Planeta, volvéis a ser intachables ángeles del Olimpo, portadores de la justicia divina. Librad batallas más honrosas, con los santos de Atenea, mientras yo que aun no llego a tan virtuoso estado, hago el trabajo sucio.

—¿El dios del miedo quiere ser un héroe? —Dando un saltito, Bía posó los brazos alrededor de Fobos, mirándolo con intensidad, Había tomado la daga e intentado clavársela en la nuca, pero de nuevo ocurrió lo mismo: el arma en el bolsillo del asistente y ella actuando como si nada pasara—. ¡Qué enternecedor!

—Nada tan dramático —dijo Fobos, desapareciendo para aparecer por encima del par de ángeles, de pie sobre el cielo—. Mas sí que haré una buena acción para compensar el pecado que sin duda piensas cometer, Cratos.

Aquella declaración sorprendió a Bía, quien siguiendo la mirada de Fobos, llena de malignidad, llegó hasta un imperturbable Cratos. La sola idea de que aquel serio ángel quisiera desviarse del camino recto le pareció de lo más divertida. Rio.

—El día en que un hijo de Ares haga algo bueno por los hombres o los dioses, no habrá un infierno bajo nuestros pies.

—A eso es a lo que me refiero con lo dramático. Mis pasadas acciones apenas sirven de contrapeso para la bondad de mi hermana, tan dulce ella —aseguró, teatral, mientras veía con el rabillo a Azrael, el asistente—. ¡Mas hoy seré un igual de la diosa de la armonía, ángeles, y reuniré a quienes desean reencontrarse! ¡El ama y el siervo!

Tal declaración rompió el hechizo que dominaba Sicilia. El tiempo volvió a fluir con normalidad y las comunicaciones se restablecieron. Cratos ascendió a los cielos como una columna de luz, Fobos se tornó en sombras que al punto cubrieron al asistente, y Bía, fundida con el aire, vio ese fenómeno con más curiosidad que preocupación. ¿Qué podía querer el dios del miedo de un mortal, incluso si este fue tan importante en otra vida? Tuvo el fugaz pensamiento de perseguirlos a ambos, fundiéndose con el universo, pero entonces supo a dónde se dirigían y desechó semejante idea.

Nada se le había perdido en la Esfera de Marte. El ángel de la Violencia desapareció oyendo los gritos de Makoto y las tres mujeres.

Eran encantadores, los amigos de su hijo.