Almendras amargas
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"Hay que hablar de la herejía de las brujas
y no de los brujos, estos no son tan numerosos" - Jakob Sprenger
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Radamanthys volvió al Inframundo varias horas después, serían alrededor de las nueve o diez, yendo directo a su templo, Caína, para descansar un rato, pues la charla la dominó principalmente narrando algunos sucesos como inmortal ocurridos entre los siglos 16 y 17. El espectro confesó que no salió al mundo mortal por largos periodos debido a que el final de las grandes plagas aún azotaba Europa, él era inmune, pero ver morir personas de esa forma le desagradaba mucho.
Pueblos enteros aislados debido a la peste y dejados a su suerte sin que nadie los auxiliara pues, quien se atreviera a cruzar sus puertas, encontraba la muerte. Además, por esos tiempos narrados al asesor con cierto detalle, el trabajo en el inframundo estaba desbordado prácticamente.
Prefirió alejarse de las ciudades con más población, dedicando su escaso tiempo libre a deambular por el sur del país. El no tener idea de su verdadera identidad fue un golpe duro en sus primeros años como juez del inframundo ya que resentía el hueco en su memoria, el no conocer sus raíces o su nombre de pila siquiera.
Warwick rondaba su cabeza, no sabía si podría ser su nombre de pila o el familiar en esos momentos si no hasta varios años después.
Iba de una ciudad a otra como si fuese un alma en pena, un personaje que no pertenecía a ningún sitio; se sabía inglés ya que entendía bien el idioma local pudiendo leerlo y escribirlo, además tenía un conocimiento muy amplio del latín siendo muy hábil en su variante antigua.
Y era cierto, Radamanthys llegó a pensar que esa habilidad la aprendió en sus días como mortal, quizás fue un hombre instruido que dedicó tiempo a sus estudios o algo por el estilo. Hoy día era capaz de entender el latín, de leerlo, escribirlo correctamente y, en privado, de hablarlo con fluidez.
Pero, fuera de eso, no tenía otras habilidades importantes. O al menos eso pensaba de sí mismo; poseía conocimientos militares, de organización, sabía ser jefe y tener todo en orden. Además de tener los suficientes conocimientos matemáticos y de leyes para ejercer su labor día a día. Cosas que más bien aprendió dentro del ejército de Hades.
Hades le dejó en claro al futuro juez, desde que pisó el inframundo por primera vez, que el pasado ni el futuro importaban, solo el presente. Radamanthys solo debía enfocarse en trabajar y hacer lo que estaba destinado y eso era todo. Las averiguaciones acerca del pasado se castigan con la muerte, ley que el wyvern tenía grababa con fuego en su ser.
—Así que tú dios te matara si llega a enterarse que acudes aquí.
—Si, es la ley más antigua del Inframundo, pero… —el rubio pensó un poco antes de hablar prefiriendo no ahondar en más detalles engorrosos— No es nada. Sigamos.
Los prejuicios de Radamanthys aumentaban conforme narraba como gustaba de acudir a las ejecuciones públicas, en especial, las de aquellos condenados por brujería.
—Los pueblerinos de las ciudades por dónde pasaba hablaban de las brujas y los cazadores de estas. Un puñado de charlatanes, esos si que se merecían la orca.
—Imagino que no crees en la magia y la hechicería, ¿verdad? —preguntó el asesor prefiriendo no ahondar en ese tema pues, su propia naturaleza desataría más comentarios negativos.
De nada servía enfrascarse en una discusión con un hombre de prejuicios tan arraigados. Solo darían vueltas al mismo asunto y el wyvern era demasiado viejo como para cambiar. Radamanthys dejó en claro, en repetidas ocasiones, que es de esos que no saben distinguir la alquimia de la magia.
—No, pero supe de historias extrañas y está el panfleto. Eso no se puede explicar así nada más así que, tendré que comerme mis palabras —el rubio sacó el papel colocándolo sobre la mesa—. El contenido de esto no fue hecho por medios comunes y corrientes.
—Así es.
Charlaron otro poco llegando a otro punto interesante que llamó la atención del asesor más que los temas anteriores: la forma en que el inmortal se expresaba de los antiguos alquimistas llamándolos "farsantes" y "ladrones" repetidas veces, siendo notorio para el joven el profundo desprecio que Radamanthys sentía hacia las personas que ejercian aquel oficio.
—¿Fuiste víctima de alguno de ellos, de esos farsantes? —preguntó Gilman serio.
—No por fortuna —respondió el rubio tajante.
—Es un poco raro que guardes tanto rencor, y sientas semejante odio, hacia algo con lo que nunca has tenido contacto directamente.
—¡Verlos estafar a la gente siempre me causo molestias! —dijo alterado levantando la voz— ¡No me vas a decir que se puede convertir cualquier tontería en oro o que la brujería existe!
—No, desde luego que no se puede convertir cualquier cosa en oro —Gilman parecía estar fascinado por la forma en que Radamanthys perdía el control poco a poco.
El rubio terminó por levantarse de un salto del sofá yendo de un lado al otro del salón vociferando.
—¡Se sentían más listos que los demás mintiendo y vaciando los bolsillos de las personas!
—¿Realmente crees que todo lo que concierne a la alquimia es o era una estafa?
—¡Por supuesto, ¿tienes alguna prueba de que no es así?!
El chico dejó el bolígrafo sobre la mesa entrelazando las manos. Dedicó una mirada tranquila a su alterado cliente pensando un poco antes de hablar.
—Sí y no.
Gilman mantuvo la calma pues de nada servía levantar la voz o algo, se limitó a dar sus argumentos de la mejor forma posible esperando que Radamanthys se calmara y dejara de gritar
—Si, porque, como bien mencionas, por aquellos años muchos estafadores se hicieron pasar por "alquimistas" convenciendo a los incrédulos que podían crear oro. Y no, porque, finalmente, de la alquimia se derivaron varias ciencias como la química moderna, la física y la astronomía.
—Entiendo… disculpa. No pude evitar alterarme. Dime algo, ¿te importaría si fumo durante estas charlas? Creo que lo necesito —Radamanthys se calmó finalmente volviendo a tomar asiento en el sofá bebiendo lo último del té que les llevó la recepcionista.
El chico levantó un poco sus pobladas cejas antes de responder. No le sorprendía pues, luego de aquel espectáculo, se esperaba que el inmortal tuviera algún tipo de catalizador de la ansiedad por el estilo. Unos bebían demasiado café, otros balanceaban las rodillas de un lado al otro en un interminable vaivén y, otros como el rubio frente a él, fumaban sin parar.
—No hay problema —indicó el chico—. Adelante, fuma si así lo deseas.
—Gracias.
La charla duró más de siete horas en total, siendo la última parte donde el asesor se percató que el inmortal aspiraba tabaco como si no hubiera mañana. Durante las dos siguientes horas, el joven lo vio extinguir una cajetilla completa sorprendiendose ante la presencia de un hombre que no sufrirá jamás las consecuencias de fumar así.
Lo único que pudo hacer fue pedir al rubio que abrieran la ventana para dejar pasar el aire y acercarán la mesa al alféizar.
—Están por dar las ocho. Nos veremos en tres semanas a la misma hora, ¿está bien? Tus historias son interesantes.
—¿En tres semanas? De acuerdo, y disculpa por haber gritado tanto. No sé que me ocurrió… los temas de los que hablamos no suelen molestarme —Radamanthys trató de disculparse por su actitud.
—No hay problema —el asesor lo observó por un momento antes de decir algo más: esos arranques no fueron por nada, se dijo el chico, era posible que a Radamanthys le haya ocurrido algo relacionado con la magia o la alquimia. Aunque no podía corroborarlo aun— ¿Presenciaste esos eventos en tu ciudad de origen?
—No. Durante mis primeros años como inmortal aparecía en Londres y lo que hacía era deambular por las ciudades aledañas. Los juicios y demás los presencié en sitios alrededor.
—Entiendo, bien. Nos veremos luego.
El juez de wyvern se despidió educadamente de los presentes y salió de la casa 77 cruzando la zona con pasos rápidos.
Quedó pactado que se reunirán entonces.
El rubio se tendió de espaldas en su cama observando el alto dosel oscuro sobre su cabeza. Era la primera vez que se alteraba tanto por varias tonterías ocurridas hacía mucho tiempo: lo que los incrédulos llamaban ciencias ocultas. Minos varias veces había sacado el mismo tema en el pasado y el wyvern jamás se había comportado como si lo hubieran insultado; en cambio esa tarde en presencia del asesor, dejó salir al niño incontrolable que parecía vivir en su interior.
—Que vergüenza —pensó—, todo eso ocurrió hace mucho tiempo, ¿por qué me molesta así justo ahora?
La realidad era que la alquimia y la magia le eran cosas extrañas e indiferentes, pero las detestaba por alguna razón desconocida.
Colocó ambos brazos por debajo de su cabeza sin dejar de mirar el dosel. Buscaba respuestas en su mente, no solo a su molestia, si no también al extraño zumbido que se escuchó en su interior. Ese hecho no le pasó desapercibido camino a casa, ¿qué significaba aquello? Jamás le habia ocurrido algo asi hasta estar en presencia del chico de negro.
—Hizo mención a algo que lo ocasionó, no sé qué fue lo que dijo —se decía un tanto extrañado frunciendo el ceño—. Pensándolo con calma, no lo recuerdo… Él dijo algo justo cuando el zumbido comenzó y no puedo encontrar eso en mi memoria —eso si que le preocupaba pues trato durante un buen rato sin lograr dar con la información deseada.
Se puso de pie extrañado, pero sin ánimos de ahondar más en eso preparándose para ir al salón del juicio y trabajar sin descanso por el resto de la noche.
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El wyvern se reunió con Shaina varios días después, luego de haber pasado más de 168 horas trabajando sin parar. Minos se molesto debido a esa necedad de no tomarse descanso por largos periodos de tiempo y terminó por echar al rubio del inframundo.
El espectro llegó a los alrededores del santuario aquel día soleado cubriéndose los ojos con un par de gafas de aviador oscuras. Tanto ajetreo ya era lo común en esa área turística y Shaina, así como otros caballeros de bronce, patrullaban encubiertos la zona monitoreando la actividad de los visitantes. Atenea solicitaba ciertos reportes de actividad que la antigua amazona hacía llegar de forma puntual a sus oficinas en oriente y con eso cumplía con lo indicado por su jefa.
La joven de cabellos verdes iba por el sendero que llevaba al gran coliseo central cubriéndose del sol con una mano a pesar de llevar sus lentes oscuros. Los ojos de ambos se encontraron en medio del gentío aproximándose para saludarse efusivamente pues ya había transcurrido un tiempo desde la última vez que se vieron.
—Han pasado muchos días, creí que te habías olvidado de mí —dijo Shaina medio jugando y medio molesta.
—Lo siento, he pasado mi tiempo trabajando y acudiendo con los asesores.
—¿Cómo va ese asunto, has hecho algún avance?
—Pues…
Radamanthys confirmó que, todo parecía indicar que, la información que contenía su nombre real se había destruido con el paso del tiempo. Uno de los asesores se trasladó hasta Wessex dedicando tiempo a buscar dichos registros confirmando que ya no existían.
—¿Y qué sucederá entonces? —preguntó la joven un tanto preocupada.
—El chico con quien trabajo está investigando otra alternativa —respondió el rubio sin ahondar en muchos detalles.
—No sé si esas personas son confiables —decía la joven, argumentó que Radamanthys ya había escuchado antes de la boca de ella—. Si esos registros no existen, ¿de qué sirve continuar trabajando con ellos, no crees que solo te harán perder el tiempo?
—No digas eso —dijo el wyvern con suavidad rodeándola con un brazo—, creo que algo se podrá lograr. No sé si finalmente obtendré lo que necesito, pero al menos quiero intentarlo hasta donde se pueda. Me gustaría que no dejaras de apoyarme en esto.
—Sabes que te apoyo —replicó ella un tanto contrariada—, solo no puedo dejar de pensar que terminará en nada.
No podía culparla por tener dudas acerca de los resultados. Radamanthys se mentalizó que lidiaria con personas con poderes diferentes a los suyos desde que recibió el panfleto, a pesar de que los magos, la magia y demás lo repelían, decidió darles una oportunidad llamando al número y agendando una cita.
Una barrera del Inframundo se vino abajo gracias a la invocación ocasionada por un hechicero poco después de finalizar la guerra santa del siglo 18. El wyvern tuvo que dejar sus prejuicios de lado temporalmente para poder abordar la situación como era debido, aunque, luego de las sesiones con el asesor, se dio cuenta que en realidad esas ideas preconcebidas seguían ahí rumiando en su interior.
—Esperemos que todo llegue a buena resolución.
—Interesante que confíes tanto en esas personas, seguro les has contado más cosas de tu pasado que a mi —dijo de pronto mirando a la nada.
—Bueno si, he compartido bastante sobre mis primeros años de inmortalidad. ¿A qué viene ese comentario? —Radamanthys no pensó que ella se tomaría a mal el que les diera el beneficio de la duda a los asesores y se abriera con ellos.
—No es nada, solo pensaba en voz alta. No le des importancia, no quiero discutir.
No dijeron más al respecto, pero el ambiente se tornó un tanto raro por un buen rato hasta entrada la tarde en la que él se despidió de ella.
Shaina lo vio alejarse hasta perderse en la lejanía. Se sentía molesta pues, ahora lo veía menos que antes, y él dedicaba tiempo a confiar tanta información privada y personal a un grupo de personas a quienes no conocía. Quien sabe que pretendían esos "asesores" indagando en el pasado de Radamanthys si, al final, la información o datos que a él le podrían servir ya no existían en ese mundo.
La joven estaba tentada a pedirle que parara y mejor se quedara siendo un espectro, para ella estaba bien así como era no siendo necesario desenterrar el pasado y fingir que se podía encontrar algo que ya no existía.
—Bien, si él quiere continuar con eso… no puedo impedirlo —no quería confesarse todavía que le molestaba el que él narrara cosas a otros y no a ella, aunque fuera debido a la solicitud de esas personas.
Radamanthys volvió al inframundo no sabiendo qué pensar respecto a su encuentro con Shaina, quien parecía desconfiar de todo lo que él hacía en la casa número 77. Lo entendía, ella no estaba familiarizada con nada de eso y también tenía sus propios prejuicios al respecto. Siendo él un hombre de ideas arraigadas, no se sentía con derecho a opinar sobre lo que la joven pensara.
—Pero, podría ser más positiva al menos —se dijo yendo al baño privado de su templo Caina deseando sumergirse en la bañera por un buen rato.
No le narró acerca del extraño zumbido acontecido en aquella sesión, de hacerlo seguro ella habría reaccionado peor considerando mejor guardarse ese pequeño acontecimiento. Ya encontraría las razones detrás de eso por sí mismo. Honestamente no se sentía con ánimos para discutir por algo que no valía la pena sacar a flote, lo que menos deseaba era pelear por eso.
Intento pensar en otras cosas sin embargo, aunque tratara de disimularlo, se sentía un poco molesto por todo.
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Oficina número 3 de la casa 77
La siguiente fecha pactada
Durante las siguientes sesiones, Radamanthys abarcó la guerra santa del siglo 18 y lo relevante que ocurrió durante esos días; un hecho muy importante en su vida debido a la aparición de dos personas influyentes en su día a día. Una estaba muerta y la otra aún le daba órdenes en el Inframundo: la Pandora de aquella época y Minos.
—Me traslade hacia Alemania alrededor de 1742, nuestras operaciones se llevaron a cabo en un castillo ubicado al sur del país, en la zona montañosa. Fue por esas fechas que me involucré con una persona con quien tuve una relación tumultuosa.
—¿Tumultuosa?
—Si…
La mujer de la familia Heinstein designada como "hermana" o asistente del dios Hades, se trataba de la hija menor de la familia quien contaba con solo diecinueve años. "Pandora" era una joven muy bella poseedora de un cuerpo voluptuoso y un cabello largo, lacio y negro que gustaba llevar peinado a la última moda, sus vestidos eran confeccionados a la medida y gusto de ella. Su madre solía complacerla en todo y tanto la caprichosa joven, como su familia, fueron beneficiados por el poder del señor Hades.
—Hades estaba conmovido por la belleza de la madre de Pandora así como por su hermana mayor permitiéndoles vivir durante el desarrollo del conflicto.
Radamanthys aun recordaba a la encantadora joven ahora conocida como Pandora quien, de igual forma, se encapricho con el juez del wyvern apenas lo vio por primera vez. Así como todo lo que ella tenía, deseaba también al temperamental joven teniendo desgarradores desplantes de celos si alguna otra mujer se acercaba a él. El dragón heráldico disfrutaba mucho esos espectáculos pues nadie se había comportado así en su compañía.
—¿Es decir que no te relacionaste con alguien más antes que ella? —Gilman tomaba notas de lo que considerara importante observando a su interlocutor.
—Creo que alguna vez lo intente antes de conocerla, pero aquella joven murió repentinamente y, al poco tiempo, me olvidé de ella.
El espectro hizo una pausa antes de continuar rememorando el momento exacto en que vio por primera vez a la asistente de Hades quedando cautivado por su belleza y encanto. La deseo desde que sus ojos se posaron en ella y viceversa, el orgullo de ambos lo exigía, las pasiones de la pareja estaban a flor de piel.
—Se que ella también lo sintió, fue una atracción incontrolable entre los dos, no podíamos quitarnos la mirada de encima durante aquellas charlas previas a la guerra santa.
El wyvern llegó a uno de los salones más bellos del castillo Heinstein acompañado por el recién llegado juez de Griffon a quien el rubio debía presentar por fuerza. Ambos esperaban, sentados en sillas alejadas una de la otra, a que llegaran las cabezas de la familia; los señores del castillo llegaron expresando su alegría por verlos, en especial, a Minos jefe de los jueces y el más importante.
Radamanthys lo observaba sintiendo algo de desdén, Minos no era de su agrado por esos días, le chocaban su personalidad frívola y aduladora; la forma en la que sonreía y reverenciaba a los padres de Pandora le hacia sentir repulsion. En ese momento, por la mente de wyvern paso el momento justo en que Minos conociera a la princesa del cabello negro imaginando disparate tras disparare.
El rubio fue presa de una ola de celos incontrolables sintiendo que odiaría, tanto a Pandora como a Minos, si esos saludos iniciales desembocaban en otro tipo de encuentro. Lanzó miradas amenazantes al grifón perforandolo de un lado al otro y mirándolo con sus ojos inyectados en sangre; Minos simplemente ignoraba a su desagradable colega prefiriendo dedicar sus atenciones a la buena señora Heinstein.
—Pandora y yo nos conocíamos, digamos, "a fondo" —comentó Radamanthys al asesor de quien tenía toda su atención—. Sabía que eran míos su afecto, su cuerpo, su fidelidad y sus interminables celos y reclamos. Así como los míos cada vez que un sujeto cualquiera visitaba el castillo, no importaba si se trataba del más insignificante hombre del pueblo, era presa de mi ira.
No obstante, los celos de Radamanthys muchas veces lo superaban llegando a reclamar a Minos incontables veces el que fuera "demasiado" atento con Pandora. El primer encuentro no fue suficiente para que el wyvern calmara sus impetus: Pandora saludo a Minos, pero apenas si reparó en el grifón quien solía mirar la puerta observando atentamente a las bonitas asistentes que entraban y salían.
Asistentes con quienes pasaria varias noches a la semana en las habitaciones destinadas a ello en el castillo.
Fue en esos instantes en los que Radamanthys se dio cuenta de la auténtica razón por la cual perdieron esa guerra santa: tanto él como Minos, invirtieron demasiado tiempo en los placeres que les ofrecía la familia de Pandora en vez de enfocarse en lo importante.
Hades castigo muy duro a esas personas culpandolos de desviar el curso de la batalla hacia la derrota. Motivos por los cuales, el dios dejo caer una advertencia a los últimos Heinstein asesinando a la familia completa y dejando a la nueva Pandora abandonada en el tenebroso castillo.
—Al final, la joven que me volvía loco de amor falleció también y me sumí en una profunda depresión que duraría varios años.
La muerte de Pandora destrozó el corazón del wyvern quien la adoraba tiernamente a pesar de sus incontrolables celos, de la forma en que ella trataba a sus asistentes cuando alguna osaba dirigir la palabra a Radamanthys; la adoraba como a ninguna otra dama que conoció en el pasado. Pandora estaba por encima de todas ellas por mucho y su sucesora no era ni la sombra de la joven que amo.
Pandora fue la primera mujer por quién el juez comenzó a desear volver a ser un hombre mortal.
El rubio estaba frente a la ventana mirando como la noche estaba muy avanzada observando el reflejo del asesor, desde su posición miro claramente como Gilman tenia una expresión de sorpresa en el rostro.
—No salí del inframundo por mucho tiempo y cuando lo hacía, era a espaldas Minos, a tabernas de mala muerte deseando perderme en el alcohol y terminar con todo. Deseaba volverme mortal solo para acabar con mi vida y seguirla en la eternidad.
Se quedó en silencio por un momento tratando de recrear la imagen de la bella joven, sin embargo ya no le era posible pues habían transcurrido 250 años desde su muerte. La ubicación exacta de lunares, marcas y demás se había perdido de su memoria así como los detalles de su rostro y el tono de su voz.
Eso sumado a las cartas indiscretas dirigidas a su hermana donde detallaba de forma indecorosa la relación entre ella y el juez del Inframundo, fueron borrando su recuerdo. Radamanthys no podía perdonar esa traición a sus confidencias.
El recuerdo de Pandora llevaba sepultado en su pasado demasiado tiempo siendo ahora un fantasma más.
—Me metí en mis cosas y, casi al final del siglo 18 fue que me topé con un "familiar".
—¿Podrías narrar eso a detalle?
—Mi camino nómada me llevó hasta una ciudad al sur de lo que hoy es Hampshire donde me topé a un hombre rubio igual de alto que yo y que respondía al nombre de Warwick.
Gilman clavo aún más la mirada en su interlocutor deseando que ahondará en esa parte detalladamente ya que necesitaba mayor información respecto a la ciudad de origen del inmortal.
—¿Cómo estás tan seguro que era un familiar si, en teoría, no sabes nada de tu pasado?
—No tengo forma de responder eso, solo lo sé. Era como si mis facciones estuvieran ahí, el color del cabello y estilo de peinado así como mi mono ceja.
El asesor lo perforó aún más con la mirada ya que una alerta se activaba en su interior: algo no cuadraba. El tema del nombre familiar no tenía sentido pues se trataba de un nombre ciertamente común y muchas personas que no compartían rasgos, o eran familiares siquiera, lo tienen.
—Eso no me parecen suficientes motivos para declarar que pudo ser un familiar —indicó el asesor con calma, pero dejando en claro su escepticismo.
—Lo sé, pero créeme que así fue.
—Espera, antes de continuar con esa parte —lo interrumpió educadamente deseoso por ahondar en un momento de la vida del rubio—, ¿cómo fue tu reencuentro con la ciudad que posiblemente te vio nacer?, ¿qué fue lo que sentiste?
Radamanthys lo observó sin entender demasiado el motivo de la pregunta, no obstante hizo un esfuerzo por responderla lo mejor posible.
—Sentí tristeza y nostalgia. Algo que no percibí en otras ciudades por donde transité en el pasado. Winchester tiene algo, incluso hoy día, que me causa mucha pena. A pesar de que actualmente no guardo relación alguna con la ciudad, flota un sentimiento que me abruma.
—Entiendo…
—¿A qué viene la pregunta?
—Necesito buscar algo en la biblioteca y en el gran archivo de la oficina central. Es una corazonada, pero quiero intentarlo —respondió el asesor pensativo.
—¿Irás allá, dónde está la oficina central? —pregunto el rubio interesado.
—En Whitby. Necesito que me esperes unos tres meses antes de que continuemos revisando tu historia personal —indicó Gilman muy serio—. Lo que busco tomara tiempo.
—¿Entonces agendaremos la siguiente sesión en tres meses, correcto?
—Asi es, en el inter, intenta obtener el apartado postal que necesitamos para dejarte mensajes.
—No puedo, no cuento con el documento de identificación que solicitan —replicó Radamanthys quien ya había olvidado eso para esos momentos.
El asesor pensó un poco antes de continuar.
—Pide ayuda a Oswald, él podrá apoyarte con eso. Debemos parar por hoy pues está por ser medianoche.
—¡¿Medianoche?!
Radamanthys salio corriendo de la oficina en la casa 77 volviendo al Inframundo a toda prisa. Minos no dejaría pasar esas doce horas fuera del reino de Hades, seguro su jefe le daría una reprimenda memorable apenas pusiera un pie en casa.
Mientras tanto, Gilman vacio los ceniceros llenos que el cliente usó durante esa última sesión. No podría continuar atendiendo a Radamanthys en esa oficina, necesitaban otra más ventilada pues el rubio fumaba como si no hubiera mañana.
El tema del nombre familiar le llamaba la atención.
No entendía realmente como funcionaban las "reglas del inframundo" ya que, de cierta forma, sentía que el cliente rubio ajustaba los hechos a conveniencia. No obstante, antes de confrontarlo, necesitaba corroborar algo importante sobre su pasado.
No le paso desapercibido el extraño "zumbido" que el rubio escuchó cuando le menciono que su nombre real, el que buscaba con desesperación, podría estar entre el listado de personas que perdió la vida en un incendio ocurrido por la misma época en la que el cliente se volvió inmortal.
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El espectro volvio al Inframundo una hora después tratando de pasar desapercibido aunque era muy difícil ya que la puerta del recinto de Hades estaba custodiada por guardias que reportaban todo a Minos.
Radamanthys cruzó el territorio llegando a su templo notando la presencia de una figura alta de cabellos grises esperándolo en la puerta.
—Amigo, ¿podemos hablar un momento? Tus ausencias prolongadas me tienen preocupado y quiero saber qué sucede, ¿qué has estado haciendo afuera por tantas horas?
El rubio respiró hondo antes de invitar a Minos a pasar y charlar con él largo y tendido.
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Continuará…
