Relato 3- Entrenamiento nocturno.

Resumen: Un encuentro inesperado entre Kaede Rukawa y Hanamichi Sakuragi que logrará acércalos un poco más.
Nota: Este relato nace a base del escenario que podemos observar en el capítulo 33 del anime.

Era tarde, realmente tarde, pero a Hanamichi poco le importaba con tal de tener un poco de tiempo extra para poder entrenar. Quizá solo necesitaba excederse un poco con sus esfuerzos y así lograría pulir sus habilidades como el gran talentoso que era. Estaba cansado de siempre ser la burla de todos durante los partidos, ¡y juraba que era culpa del gorila porque se negaba una y otra vez a enseñarle cosas geniales como cómo hacer un dunk, alley oop, un fade-away o lo que fuera que se escuchase genial! ¿Dominar lo básico? ¡Él era un genio! ¿Con quién creía que estaba tratando ese gorila testarudo? Ya le mostraría de qué estaba hecho.

Con ello en mente consideró quedarse un poco más en la escuela. Luego de estar merodeando por el barrio tuvo el impulso de regresarse al gimnasio, tomar un balón y permitirse hacer todo aquello que le era privado en los entrenamientos regulares. Fue decidido.

No fue cosa muy difícil pasar el portón de la escuela, ya estaba acostumbrado a importunar lugares que era obvio, no debía visitar en determinados horarios. Lanzo primero su bolso y una vez que lo vio aterrizar del otro lado, siguió el. Su altura y su cuerpo atlético era su cómplice para superar toda barrera que le fuera impuesta. Una vez dentro se dio a la tarea de escurrirse por entre los pasillos de la escuela hasta llegar a la ubicación del gimnasio.
La escuela de noche daba un poco de miedo. Era difícil imaginar que horas antes estaba lleno de voces, risas, pleitos, juegos y demás. Ahora estaba oscurísimo, apenas y llegaba la luz de las farolas al interior de los salones y las esquinas de los pasillos. A medida que se acercaba a su destino pudo ver que las luces del gimnasio estaban encendidas. ¿Acaso lo habían olvidado o...?

Se acercó poco a poco y el sonido de un balón botando lo puso en alerta; había alguien ahí y estaba listo para decirle a quien quiera que fuera que se largara a su casa de una vez, pues el gimnasio le pertenecía. Sin embargo, sintió mucha curiosidad antes de armar su alboroto, por lo que entre el pequeño espacio que dejaba la puerta de acercó y se asomó. Tan solo uno de sus ojos era capaz de observar lo que ocurría allí adentro.

«¿Rukawa?»

El chico estaba practicando vistiendo el uniforme de baloncesto y sus mejores zapatillas puestas. Aquello le hizo pensar a Hanamichi, ¿a qué se debía toda esa energía?

Aunque la mente de Hanamichi prefería manejar otros términos para no aparentar ser "menos hombre", lo cierto era que mientras espiaba tuvo un revoltijo de emociones y descripciones que dar a lo que observaba. Le pareció que Rukawa se miraba... hermoso. La manera en que tan apasionadamente practicaba sus jugadas era majestuosa. Se notaba que en efecto poco o nada le importaba tener público. Solo eran él, el balón y el tablero. Y nada más.

Los movimientos del pelinegro eran ágiles y veloces, además de poseer cierto encanto digno de la belleza de la danza misma. Hanamichi se preguntó para sus adentros, ¿qué clase de cosas pensaba Rukawa cuando tenía el balón en sus manos? ¿Qué era aquello que le impulsaba día a día a querer ser mejor en aquel deporte? No tenía ni la más mínima idea y el hecho de manifestar cierto interés hizo que se ruborizara. «¿A mí qué me importa?», se dijo.
Pero, sí. Rukawa se veía hermoso. Si lo observaba detenidamente podía darse cuenta de las cualidades que eran denotadas por las chicas que le rodeaban. Nariz con bonita forma, piel blanca y suave a la vista, ojos lindos con unas pestañas encantadoras y un cuerpo bien fornido.

Rukawa era atractivo en exceso y eso le molestaba. Le molestaba solo compartir una que otra cualidad que él tuviera cuando el pelinegro no poseía debilidades o defectos.

Cuando el pelirrojo se vio sumergido en sus cavilaciones meneó la cabeza un par de veces para despejar su mente y sacar al maldito zorro dormilón de lo más profundo. «¡Basta de esos pensamientos tan blasfemos, Hanamichi Sakuragi!»
Jamás lo admitiría ni lo pondría en palabras, pero lo que vio esa noche sería difícil de olvidar. La imagen que su mente guardó para siempre era simple pero cautivadora: un chico guapo jugando con todo el amor que podía dedicarle al deporte que adoraba.

Sin saberlo, Hanamichi deseó también ser así.

No se detuvo más a cuestionárselo, pues, aunque le hubiera gustado seguir fisgoneando, también sentía la necesidad de irrumpir en aquel momento tan íntimo para el pelinegro. ¡En definitiva no podía permitirse regalarle más tiempo!

—¡Hey, tú! —exclamó, llamando la atención del chico.

Rukawa se detuvo y se giró hacia el recién llegado con expresión confundida. ¿Qué rayos hacía él ahí a esas horas? Se mantuvo con el balón entre las manos y guardó silencio.
Hanamichi se aproximó al chico y le dio un fuerte golpe al balón para quitárselo, cosa que le funcionó a la perfección.

—¡Piensa rápido, zorro! ¡Y lárgate de una vez que yo voy a entrenar en este lugar! ¡Fuera! ¡Shu, shu!
—¿Entrenar?
—¡Claro! ¿Qué no oíste bien? ¡Ni porque tienes esas orejotas de zorro!
—Oh, ya veo. Es súper necesario que entrenes mucho más que los demás. Con eso de que no haces nada bien...
—¿¡Qué demonios dijiste!?
—Lo que oíste, tarado.
—Maldito, ¡no sabes con quién te metes!
—Con el tonto que no es capaz de hacer un tiro básico…
—¡Desgraciado! —Hanamichi tomó a Rukawa de la camiseta acercándolo más a su rostro peligrosamente para matarlo con la mirada. No estaba seguro de lo que haría a continuación, pues, aunque moría de ganas de molerle la cara a golpes estaba aprendiendo un poquito de autocontrol, pero solo un poquito—. ¡Cierra la boca y hazte a un lado, no quiero que me estorbes!
—Pienso quedarme aquí al menos una hora más.
—¡¿Huh?!
—O esperas a que me vaya, o entrenamos juntos.
Hanamichi se quedó tieso, sus facciones de gamberro amenazador se borraron. ¿Acaso había oído bien? La simple idea de hacer semejante cosa le pareció denigrante en exceso.
—¿Entrenar… contigo? ¿Quién rayos crees que soy? ¡Un genio como yo no puede rebajarse a jugar con una alimaña como tú! —exclamó a la vez que soltaba con agresividad la camiseta del otro.
—¿Rebajarse?
—Maldita sea, ¿por qué demonios tienes que repetir todo lo que digo? ¡Sí, así es!
—Tarado.

El pelirrojo le dedicó una mirada de profundo desagrado que le fue difícil disimular, pues el zorro no se veía con intenciones de irse pronto de ahí o seguir con el hilo de aquella protesta, por lo que enfadado consigo mismo se dio la media vuelta, se deshizo del saco y comenzó a driblar.
Botaba el balón y lo lanzaba hacia el tablero sin tener el éxito que esperaba. Recordaba una y otra vez la humillación en la que había sido expuesto montones de veces en el pasado cercano, cuando era incapaz de acertar un tiro sencillo o el balón se resbalaba de entre sus manos. Era difícil hacer cualquier clase de movimiento básico o no tan básico del básquetbol.

Se tomó su tiempo para poder conseguir lo que deseaba. Hacía muy poco tiempo desde que había tenido un entrenamiento matutino con Haruko, por lo que las ideas estaban frescas. «Saltar y dejar caer el balón». En ese momento había sido muy sencillo. Entonces, ¿por qué no podía replicar su éxito de ese entonces? Tiro tras tiro, salto tras salto, y era incapaz de lograr la jugada perfecta.

—Así no es —dijo Rukawa con voz serena.
De inmediato Hanamichi se giró para verlo con desprecio.
—¡¿Quién demonios pidió tu opinión, zorro apestoso?! ¡Vuelve a lo tuyo! —exclamó con fuerza.

Al notar que el pelinegro hizo caso omiso a la advertencia y siguió mirándolo, no tuvo de otra más que resoplar y aparentar indiferencia de igual modo. Con el ceño fruncido se dio la media vuelta, llevándose el balón consigo. Hanamichi se fue a un extremo del gimnasio para tomar su propia mitad, pues la sola idea de tener que compartir el tablero con Rukawa era algo incómoda. Estaba intentando hacer un tiro sencillo una y otra vez, pero no obtenía el resultado que tanto deseaba. Era incapaz de hacer movimientos impecables.

Por si fuera poco, la penetrante mirada de Rukawa comenzó a incomodarlo hasta que pronto se dio cuenta de que no podía soportarlo más.

—¡¿Qué es lo que me estás viendo?! ¿Quieres pelear? ¡¿Huh?!
—Lo estás haciendo mal.
—¡Eso a ti no te…!
—Puedo hacerte otra demostración.
—¡¿Qué?! ¡No lo necesito! ¡Un genio como yo puede hacer esto fácilmente!
—Y por eso te quedas a entrenar tan tarde algo que todos en el equipo ya hemos dominado…
—¡Cabrón! ¡¿Por qué quieres joderme?! ¡Vete al otro extremo de la cancha! ¡Estás siguiéndome!
—Es probable que no aprendas lo básico si sigues siendo tu propio maestro. Pon todo tu peso en las rodillas, elévate poco a poco, estira tus brazos cuando estés en el aire y deposita el balón en la canasta suavemente.
—¡Que no necesito que me digas qué hacer!

Rukawa lo vio un momento más hasta que se encogió de hombros y justo como se lo había pedido una y mil veces, se fue al otro extremo del gimnasio.
Una hora pasó rápidamente. El silencio que hubo entre los dos durante ese tiempo fue algo merecedor de ser aplaudido, pues podrían haber peleado otra vez por cualquier cosa. Sin embargo, Hanamichi se dijo que estaba ahí para mejorar, no para disgustarse por cualquier acción indebida del zorro. Ni una palabra, ni una señal de nada. Solo los dos jugando con el balón, cada uno por su lado.

Rukawa jugaba fingiendo no darse cuenta de que estaba siendo observado. Hanamichi observaba fingiendo no hacerlo.
Durante mucho tiempo más, Hanamichi siguió practicando aquel tiro sin éxito, y por su mero orgullo no pensaba en tomar el consejo del pelinegro. Quería lograrlo con sus propios méritos. Al final, fue duro para él admitir que por aquella noche tendría que resignarse a volver a casa sin cumplir con su objetivo. Jugar básquetbol era más difícil de lo que parecía.

El pelirrojo miraba hacia el suelo con expresión de impotencia, desviando la mirada hacia el balón que yacía cerca de sus pies y le dio una fuerte patada. El balón termino en una de las esquinas del gimnasio.

—¡Maldición! —exclamó con furia—. ¡Cómo me saca de quicio este juego de pelotita!

Los gritos del chico hicieron que Rukawa se girara a verle con cierto desconcierto. Sabía que llevaba mucho tiempo frustrado… Entonces, ¿por qué no le tomaba los consejos? Estaba totalmente indignado, por lo que, esperando mostrarle una probada de su propio chocolate, tomó su propio balón y se dirigió al tablero en donde estaba el muchacho. Dribló con el balón y justo antes de tocar la línea dio un salto que le permitió depositarlo de manera perfecta sobre la canasta, cosa que dejó perplejo a Hanamichi Sakuragi.
Silencio y nada más que silencio. El rechinar del calzado deportivo junto al balón botando que acaba de caer era lo único capaz de escucharse. Luego de eso, la voz molesta del pelirrojo interrumpió el momento.

—¡¿Qué crees que estás haciendo?!
—Así es como se hace. Si no tomas a los demás como tus propios libros de texto, entonces no serás capaz de aprender nada.
—¿Qué tanto balbuceas? —exclamó, molesto por el tono tan bajito que Rukawa usaba siempre para hablar—. ¡Si de verdad quieres ayudarme, entonces…!
—Me voy a casa —dijo, interrumpiendo al pelirrojo.

Rukawa supo que lo único que se ganaría de parte del otro serían sus mejores insultos, por lo que decidido a ponerle fin a todo dejó el balón a un lado y se fue dirección a los vestidores.
Hanamichi se sintió molesto con dicha interrupción. Odiaba mil cosas de Rukawa. Odiaba que lo observara todo el tiempo, que le corrigiera sus errores y que lo interrumpiera al hablar. ¡Odiaba su actitud con todas sus fuerzas!

Ambos sabían que era hora de volver a casa. Desde que Rukawa vio al pelirrojo patear el balón, supo que lo mejor para él era volver también. No había necesidad de que los dos tuvieran que compartir el gimnasio. Seguramente, al día siguiente, cuando Akagi estuviera para ponerle un alto al alocado comportamiento de Sakuragi, todo sería mejor.

Hanamichi Sakuragi fue por detrás de Rukawa y al igual que él, estaba en el vestidor dispuesto a cambiarse la ropa. Era molesto tener que deshacerse de la ropa de gimnasia cada que jugaban, sin embargo, practicar con el uniforme no era lo más apropiado.
El pelinegro abrió su casillero para sacar su pantalón y camisa; tomó su mochila y la abrió para meter el uniforme sucio en ella. Lo lavaría en casa. Primero se sacó la camisa y comenzó a doblarla.

Hanamichi, en el casillero de a un lado, lo miró con recelo mientras también comenzaba a cambiarse la camiseta por otra limpia. La mezcla de sentimientos al verlo de perfil fue extraña. No tenía idea de cómo sentirse respecto a él. Lo detestaba por ser el amor imposible no correspondido de Haruko, la chica que quería, sin embargo, había otros factores más. ¿Acaso lo detestaba también por su talento nato, el cual, a duras penas había logrado reconocer? Había mucho que envidiaba de Rukawa. Su indudable atractivo, su talento, su actitud ante el mundo… Y si había algo que odiaba sentir además del corazón roto a causa de un amor no correspondido, era envidia.

El pelirrojo sacó un cepillo de su bolso y se peinó el cabello; se dio cuenta al verse al espejo de que, a causa del entrenamiento y la caminata, sus pelos rojos eran un desastre. Debía devolverle la forma a su peinado.
Mientras lo hacía se miraba al espejo y de vez en cuando desviaba la vista a Rukawa otra vez. Entonces los sentimientos de antes regresaban.
¿Por qué a pesar de odiarlo tanto era capaz de estar a su lado en completa soledad y en silencio sin que se sintiera lo más mínimamente incómodo? Era como si fuesen amigos. De tan solo pensarlo sintió ñañaras.

Lo observó de perfil unos segundos más. Su pálido rostro estaba ligeramente enrojecido por el duro entrenamiento, el sudor humedecía su piel, el cabello negro cubriéndole las cejas, sus pestañas se veían aún más largas cuando miraba hacia abajo.
No pudo evitar observar su cuerpo también, tan solo para alimentar su curiosidad y envidia. Rukawa poseía una espalda fuerte y robusta pese a que su torso era delgado, aunque bien formado. Su pecho era firme y poseía hombros anchos, al igual que sus brazos trabajados.
Sakuragi no se quedaba atrás con aquella descripción. La única diferencia entre ambos podía ser aquel centímetro de estatura que los distinguía y que el pelirrojo tenía una piel más bronceada. A pesar de eso, sintió una envidia ardiente.
Le dirigió una mirada de asco por un momento más, viéndole por el rabillo del ojo mientras el pelinegro estaba concentrado en cambiarse la ropa y ponerla en la bolsa.

Aquella mezcla de sentimientos fue cambiando poco a poco mientras más se hundía en ellos. La razón por la que lo odiaba tanto era desconocida incluso para él. Si por Rukawa fuera, hace un buen rato que habrían logrado ser colegas. No obstante, siempre surgía aquella necesidad de parte del pelirrojo en rechazarlo con todas sus fuerzas.
Pensando en ello lo vio con detenimiento, observando cada uno de sus movimientos; la forma en que doblaba la camiseta, la forma en que se acomodaba el pelo, la forma en que se limpiaba el sudor de la frente… Absolutamente todo. Y sin poder evitarlo sus mejillas se pusieron coloradas al observar sus cabellos negros cayendo por su frágil nuca. Vio su cuello, clavículas y labios. Y entre más miraba, el calor subía a su rostro y se ponía más y más rojo. «¿Qué te pasa, Hanamichi Sakuragi?», se dijo, y entonces con ambas manos se dio unas palmadas en el rostro apretujándolo en un intento de entrar en razón.

—¿Qué te pasa, lunático?
—¡Cállate!
—Primero llegas echando bronca, luego pateas el balón y ahora te estás golpeando solo.
—¡No es nada! Solo… —Al darse cuenta de que Rukawa se le había quedado viendo fijamente sintió algo de nerviosismo de repente. Esos ojos profundamente oscuros con sus bonitas pestañas y sus cejas bien pobladas estaban absorbiendo su alma—. S-Solo… ¡estoy deshidratado! —improvisó impulsivamente.
—Oh…

Rukawa buscó entre el casillero y sacó una botella de agua, la cual se la tendió al pelirrojo sin dudarlo.

—¿Q-Qué pasa? —Hanamichi habló tartamudeando.
—Agua. Dijiste que estabas deshidratado.
—¡Yo no…!
—Eres tan torpe que viniste hasta aquí sin una botella de agua. Seguramente no has bebido nada desde temprano y mira todo lo que has sudado, tonto.
—¡No, gracias! —exclamó cruzándose de brazos mientras hacía pucheros y desviaba la vista.

Hanamichi Sakuragi fingió indiferencia, aunque, pensándolo bien, de verdad moría de sed. Se mantuvo dándole la espalda al otro hasta que se sintió liberado de sus anteriores sensaciones. Mantener contacto visual con el zorro estaba siendo más difícil para él durante los últimos días.

—La dejaré aquí.

Rukawa dejó la botella justo a un lado de la bolsa de Hanamichi, sin embargo, el pelirrojo siguió manteniendo su cara de repulsión. Por alguna razón, el pelinegro no era capaz de simplemente ignorarlo y viceversa.
Le habría gustado entrenar en silencio por esa noche, pero, por alguna razón, tampoco creía que fuese una pérdida de tiempo el haber vuelto. Después de todo, aunque no era capaz de admitirlo consigo mismo justo como otros mil pensamientos, el observar las jugadas de Rukawa le ayudaba muchísimo para perfeccionarse a sí mismo. Todo se basaba en "el zorro hace esto, el zorro hace aquello…", y ya dependía de él si aplicaba sus observaciones o no.

—¡Maldita sea! —exclamó y tomó la botella con brusquedad. La abrió y bebió el agua hasta dejar la botella medio vacía—. ¡Podría morir si no me repongo, después de todo!

El pelinegro le dirigió una mirada de molestia.

—Estúpido, ¿puedes tener un poco más de consideración?
—¡¿Uh?!
Rukawa le arrebató la botella de una.
—Tambien tengo sed, tarado.

Entonces el pelinegro dirigió la botella a sus labios dispuesto a beber de ella también. Dicho acto hizo que el pelirrojo entornara más su mirada y pensara: «Espera, ¡¿este tipo de verdad va a beber de la misma botella?!»
Estaba anonadado con las acciones del otro y no dejaba de sentir entre una mezcla de repulsión y cosquilleo en el estómago. No tenía idea de a qué se debía y cuando el pelinegro estaba por fin por hacer aquello no dejaba de repetirse el mismo pensamiento: «¿No es acaso esto un beso indirecto?»

Meneó la cabeza un par de veces. La cara se le ponía más y más roja, estaba manifestando una mezcla de sensaciones extrañas.

—¿Por qué me miras tanto? —Rukawa se detuvo—. ¿Te gusto o qué?

El rostro de Hanamicho ardió en cólera y también en una inexplicable vergüenza que sintió de repente.

—¿Qué demonios acabas de decir, zorro apestoso?
—Te me quedas viendo demasiado. No solo ahora y no solo desde que llegaste al gimnasio a interrumpir mi entrenamiento… Hablo de todas las veces desde que nos conocimos. Te me quedas viendo muchísimos, diría yo.
—¿Eh? Yo… ¡Yo no lo hago!
—Sí lo haces. ¿Será que de verdad te gusto? —cuestionó Rukawa peligrosamente, dejando la botella de agua a un lado y envolviendo al pelirrojo con esa aura atemorizante. Sin darse cuenta, el otro quedó atrapado entre el casillero y su rival—. Porque… puede que a mí sí me gustes.

¿Acaso había oído bien? Rukawa, su eterno rival, ¿se le había confesado? ¿Qué mierda era todo aquello?

—No estoy para tus juegos, maldito…
—¿Quién dijo que estoy jugando?
—¿Qué?, ¿no estás de broma?

Rukawa lo presionó más con su propio cuerpo recargándolo contra la puerta cerrada del casillero. Ambos seguían con el torso desnudo.

—¿Te parezco el tipo de hombre que hace bromas?
—No debería tomarte en serio…
—Sakuragi —dijo, y la sola pronunciación de su nombre hizo que al mencionado se le pusiera la piel de gallina—, ¿no sientes algo igual aquí? —cuestionó mientras ponía su mano en el pecho del pelirrojo, sintiendo gentilmente el palpitar de su corazón. Rukawa se recargó en el pecho del chico para escuchar sus latidos—. Desde hace mucho tiempo he estado observándote, ¿sabías? Pero eres el tipo de imbécil que va persiguiendo faldas todo el tiempo.
—Maldito mocoso…
—Soy mayor que tú. El mocoso es otro. —Tomó el rostro de Hanamichi con una mano obligándole a verle fijamente. Los labios ajenos casi rozaban los suyos—. Quiero estar contigo… y esperaba que sintieras lo mismo.

Hanamichi estaba aturdido por la repentina declaración. Esperaba que solo se lo estuviera imaginando, pero, sabía perfectamente que no podría tener una fantasía entre su calentura en donde la única involucrada no fuera Haruko. Entonces, ¿el zorro de verdad estaba ahí con él presionándole de esa manera?
Cuando menos se dio cuenta, ya estaban pecho con pecho, los labios casi tocándose. Rukawa se abrazó a él y acarició su espalda con dedicación, sintiendo cada músculo tensarse tras su tacto. Hundió el rostro en la clavícula del pelirrojo aspirando el aroma de su piel, sin importarle que el olor de su perfume y el sudor se mezclaran.
Hanamichi volvió a reaccionar cuando se dio cuenta de que el otro había comenzado un recorrido de besos desde su pecho hasta su cuello. Eran besos húmedos y dulces. Sintió su cuerpo tensarse, se sintió inferior de repente.

—¡¿Qué estás haciendo, maldito mariposón?! Aléjate… —Lo tomó de los hombros, empujándolo levemente hacia atrás. Sintió tensión cuando apenas, por primera vez, tocó su piel desnuda humedecida.

Pese a sus suplicas, Rukawa no se detenía y por alguna razón Hanamichi Sakuragi no opuso resistencia. La sensación había comenzado a gustarle, aunque fue difícil para él admitirlo.

—¿Te gusta esto?
—Zorro…
—Dices que debo detenerme, pero quieres que siga… Y yo quiero seguir.

Rukawa posó una de sus manos sobre el pecho del otro y comenzó a jugar con sus botones, a lo que Hanamichi comenzó a batallar consigo mismo esperando evitar gemir de satisfacción. El pelirrojo cerró los ojos, estaba extremadamente confundido. Como si no fuera suficiente que el tipo que tanto detestaba estuviera jugando con su cuerpo a su antojo, encima tenía que lidiar con sus propios sentimientos que muy en el interior le pedían a gritos que siguiera con aquel juego de besos y caricias apasionadas.
Fue tanta la vergüenza que sintió, que prefirió quedarse sin habla, permitiendo por primera vez que el pelinegro lo manipulara. Si abría la boca para decir algo… sus jadeos saldrían a flote.

—¿Qué sucede? —cuestionó Rukawa—. Te quedaste quietecito de repente… ¿Será que… deseas esto tanto como yo?

No obtuvo respuesta. Hanamichi Sakuragi estaba demasiado ocupado teniendo una batalla interna consigo mismo. «Las caricias de los hombres son estupendas», se decía, siendo un hombre.

Disfrutaba mucho de los dedos largos de Rukawa acariciándolo y eso le dolía en el alma, porque desearía que la sensación no fuera tan exquisita. Si así fuera, sería más fácil empujarlo lejos, darle una paliza y salir huyendo. Ahora no podía actuar así, porque le gustaba y mucho.

—Si no dices nada, supongo que está bien, ¿no? —Insistió el pelinegro—. ¿Significa que me estás correspondiendo? —Acarició cada parte de su torso; su espalda, su abdomen, su pecho, su espalda baja. Y siguió con el recorrido de besos traviesos cuando no estaba hablando.

El rostro de Hanamichi estaba rojo como tomate, igual que su pelo.
Con la poca dignidad que le quedaba, el pelirrojo apenas pudo hablar con un hilo de voz para decir:

—Q-Quítate… —Le siguió sujetando de los hombros, pero el simple tacto solo hacía que se calentara más. Cerró las manos haciéndolas puño.
—¿Qué dices? No te oigo.
—Zorro… Déjame ir.
—Mírate, tonto. Haciéndote el matón con todo el mundo, pero te retuerces cuando te rozan con los dedos tan solo un poquito. ¿No será que es la primera vez que te tocan así?
—Maldito… Te digo que…
—Hace un rato me miraste extraño porque estábamos a punto de compartir un beso indirecto. —Rukawa lo tomó nuevamente de la mandíbula, atreviéndose incluso a llevar su mano hasta la nuca del pelirrojo y darle un tirón de cabello para asegurarse de mantenerlo firme—. ¿Qué pasa si ese beso imaginario se convierte en uno de verdad?
—¡¿Qué hablas bastard…?!

No acabó su frase. Con ayuda de un tirón de cabello Rukawa lo obligó a darle un beso repentinamente. Fue un roce de labios brusco y bien planeado.
Hanamichi sintió cada músculo de su cuerpo tensarse, el corazón le palpitaba a mil y comenzaba a sentir sensaciones extrañas en el estómago e incluso un poco más abajo. «¡¿Qué está pasando?!», pensaba. Su cerebro lanzaba señales de peligro y él no hacía nada al respecto.
El beso pasó de ser uno dulce a uno más intenso. Su instinto de supervivencia se bloqueó cuando comenzó a sentir la lengua de Rukawa invadiendo su boca. Sin saber cómo hacerlo se dejó llevar por la acción hasta que sin darse cuenta ya estaba correspondiendo al beso de su rival.

Parecía que el pelinegro tenía experiencia en ello, pues sus movimientos eran simples, pero tenían un efecto dulce en él. La gota que derramó el vaso fue cuando sin quererlo Hanamichi tuvo una sensación electrizante que venía desde lo bajo de su abdomen, cosa que le obligó a separarse de los labios del otro y le permitió soltar un gemido reprimido.

Rukawa se le quedó viendo fijo con el rostro muy colorado también.

—¿Qué…? ¡¿Qué me estás viendo?!
—Pervertido… Apenas nos damos un poquito de cariño y mira qué caliente te pusiste.
—¡Cállate! Maldito marica, tú empezaste con todo esto y te atreves a empezar ahora con tus palabrerías…

Entonces Hanamichi se quedó hipnotizando cuando vio el rostro de Rukawa. ¿Acaso veía bien? ¿Rukawa de verdad estaba sonriendo? No se lo creía.

—Dices eso, pero lo que de verdad deseas es que esto continúe…, ¿cierto?

No obtuvo respuesta. Con el rostro hirviendo, el pelirrojo volvió a cerrar sus ojos. Sí, detestaba a Rukawa, pero el desgraciado le propinaba sensaciones placenteras que le hacían sentir bien, realmente bien, y no quería permitirse privarse de ellas. Además, era la primera vez que veía que hacía una expresión de felicidad, o mejor dicho, la primera que hacía una expresión en general.

Rukawa le tomó el rostro con ambas manos y volvió a unir sus labios con los contrarios. De nuevo pasó de ser dulce a un poco más salvaje, no solamente jugando con su lengua sino también dando leves mordidas a los carnosos labios del otro. Entonces Hanamichi se dijo «¡al diablo!» y se permitió actuar libremente conforme a sus sentimientos y sensaciones, dejándose a sí mismo expresarse con aquellos gemidos que había estado reteniendo hasta ahora, jadeando en los labios de Rukawa. Al sentirse correspondido, el pelinegro aceleró el paso y sus mordidas fueron más toscas y excitantes.
Hanamichi supo que estaba jodido cuando se dio cuenta de que ya estaba abrazado a Rukawa.

El pelinegro mantuvo al otro recargado contra el casillero, rozando ocasionalmente sus pezones con los del contrario, cosa que agravaba las sensibles sensaciones del otro. Por si fuera poco, lo manipulaba a su antojo dándole tirones de cabello que lo hacían mantenerse a raya con él.

Sin permitirse sentir más preocupación por el momento presente Hanamichi se entregó a Rukawa y se prestó a sus acciones jugando con su lengua también y devolviéndole ocasionalmente los mordiscos y tirones de pelo. Incluso en eso deseaba competir con él.
Sin preocuparse por el sudor de sus cuerpos o el estrecho espacio siguieron con el juego de caricias y besos desesperados, hasta que ya no pudieron más. Necesitaban un respiro.

Una vez recuperado el aire, Rukawa volvió y le dio besos y mordidas en el cuello.

—No… —suplicó Hanamichi—. Dejará marca.
—No si lo hacemos bien.

Y siguieron. Los sonoros gemidos masculinos se adueñaron del lugar, y por suerte, no había nadie para reprenderles.
Una vez cansados de todo aquello volvieron a separarse, ambos con los labios hinchados, la respiración agitada y el rostro sonrojado.
Se miraron a los ojos un momento hasta que Rukawa quiso probar algo nuevo. Dejando a Hanamichi de pie, él se puso de cuclillas al frente suyo y comenzó a quitarle el cinturón del pantalón con cuidado. Sabía que algo ahí abajo ya había despertado.

—N-No… ¡Eso no! —exclamó Hanamichi retomando su comportamiento usual de gamberro.
—¿Uh?

Rukawa volteó a verlo hacia arriba, haciendo que su propia imagen se viera linda ante los ojos del pelirrojo. De nuevo volvió el pensamiento de sus pestañas largas y bonitas.

—No quiero esto… ¡Déjame! —exclamó molesto y con las mejillas ardiendo de vergüenza.
—No te preocupes, ya vas a ver cómo esto se sentirá bien.

Hanamichi no pudo más con la ira que sentía y cargando con ella y la excitación al mismo tiempo se decidió por apartarse de una buena vez. No podía permitirse ser un maldito degenerado también.
Sin pensárselo dos veces tomó a Rukawa de los cabellos con una mano y con la otra le propinó una fuerte bofetada que terminó por lanzarlo lejos de él, cumpliendo con el objetivo de distanciarlo de sí. El pelinegro quedó aturdido.

—Maldito zorro dormilón, ¡¿no sabes cuando no es no?!

Rukawa se llevó la mano a la mejilla que quedó roja por el impacto.

—Vas a pagar por eso.

Se arrojó contra el pelirrojo y le propinó un fuerte golpe en el rostro que seguro le hizo sentir un aturdimiento aún mayor. Sin embargo, eso no se quedaría así… La guerra de puñetazos continuó hasta que ambos muchachos quedaron exhaustos, ninguno podía permitirse perder la batalla.
El cabello de Hanamichi estaba revuelto otra vez, al igual que el flequillo de Rukawa terminó por cubrirle los ojos. Usualmente se tomaban del cuello de la camisa cuando se agarraban a trancazos, pero ahora que ambos estaban con la parte superior del cuerpo desnuda, el obtener un agarre limpio era difícil. Tan solo se devolvían los golpes en el rostro y en el estómago con toda la intención de hacerse daño mutuo.
De la nariz de Rukawa escurría sangre y Hanamichi ya tenía un labio partido.

—¡Maldito zorro apestoso! ¡Acaso tienes tantas ganas de morir?! —exclamó empujándolo lejos de sí—. ¡A mí esto me va mejor! ¡Podría partirte la cara cientos de veces!
—Como si tus golpes dolieran, tarado —dijo haciéndose el valentón.
—¡Maldito! —gritó a punto de soltarle otro golpe pero de pronto hubo un sonido en el exterior que lo hizo callar.

La luz del pasillo se encendió y el sonido de las pisadas de alguien iba a aproximándose. Alguien estaba en la escuela y definitivamente con sus desastre habían llamado su atención.
Los quinceañeros se quedaron estáticos esperando a que quienquiera que sea se asomara por la puerta. Lo que vieron fue a un hombre cascarrabias que les aluzó la cara con su linterna como si ambos se trataran de delincuentes. Era el velador de la escuela.

—¡¿Qué hacen a estas horas todavía en la escuela?! ¡Vayan a casa!
—¡¿Uh?! —Hanamichi ensanchó el pecho—. Nos quedamos a practicar hasta tarde, ¡¿no es obvio, vejete?!
—¡Fuera de aquí! ¡Si van a seguir peleando al menos háganlo fuera de la escuela, revoltosos!
—¡Ya me iba! —exclamó el pelirrojo.

Rukawa se guardaba el coraje para sí mismo. Puede que estuviera encabronado por la paliza que el otro le había dado y la que le faltó por regresársela, pero al menos antes de todo eso había obtenido cierta correspondencia por él, de la manera en que lo deseaba. Por ello la sonrisita.
Hanamichi se puso la camiseta rápidamente y le echó una mirada de enojo al adulto y a su rival, para después salir a toda prisa. Rukawa fue detrás de él al terminar de cambiarse también.
El vigilante escolar solo los observó con molestia, estaba cansando de tener que lidiar con estudiantes problemáticos.

—Siempre son los del club de básquetbol… —gruñó el hombre entre dientes.

Hanamichi atravesó los pasillos a toda prisa, pasando a grandes zancadas la explanada de la escuela. Cuando finalmente llegó al portón, la voz del pelinegro lo frenó de golpe. Odiaba de repente tener que escuchar su odiosa voz, por lo que se dio la vuelta de golpe y ahora sí con total libertad lo sujetó del cuello del saco del uniforme.

—¡Ni se te ocurra volver a hablarme! —exclamó—. ¡Encima de que eres un latoso presumido también eres un violador! ¡Déjame en paz!
—¿Yo un vio…? ¡Pff! Yo vi que lo que hicimos también te gustó mucho. ¿O me equivoco? No me aproveché de ti, lo único que hice fue adelantar lo que tú no te atreviste a hacer desde hace mucho tiempo. Porque ya traías ganas, ¿no? Siempre estás mirándome, mirándome y mirándome…

Rukawa limpió con su pulgar la sangre que el pelirrojo tenía en la comisura del labio y con la misma dulzura de antes volvió a besarlo entre el final del labio y la mejilla. Dicho tacto hizo que Hanamichi se quedara quieto como estatua. Cuando el pelinegro se le acercaba de aquella manera era imposible para él enojarse o actuar de alguna otra forma, porque sí, adoraba los besos de su rival.

Cuando sus labios se separaron ambos se vieron directo a los ojos, casi pegando sus frentes.

—¡¿Otra vez tú te atreviste a…?!
—Di todo lo que quieras, pero eres tú quien me mantiene aquí —dijo refiriéndose al agarre del pelirrojo que seguía maltratando su uniforme.

Al percatarse de ello, Hanamichi se distanció de inmediato y con la manga del uniforme se limpió los labios aparentando sentir asco. Escupió al suelo.

—¡Arreglemos esto como hombres! —exclamó mientras se quitaba el saco dispuesto a iniciar otra pelea.
—No, ya acabé con mi entrenamiento. Iré a casa. —Bostezó cual felino dormilón. Más que un zorro, de verdad parecía un gatito huraño.
—¡¿Me tienes miedo?!
—Piensa lo que quieras. Adiós.

Rukawa siguió caminando dándole la espalda y restándole importancia a la ira del otro. En ese momento sintió un revoltijo de emociones extrañas; la emoción de haberle robado un beso a su amor secreto y la decepción de haber recibido únicamente insultos por ello. Lloraría un poquito al llegar a casa, pero por el momento debía seguir comportándose como el chico frío de siempre.

Hanamichi se quedó con el coraje para él mismo. Deseaba partirle la cara porque, ¿a quién engañaba? Sí, le encantaba y por eso lo miraba todo el tiempo. ¿Pero que podía hacer? Le encantaban él y Haruko. No tenía idea de cómo responder a sus propios sentimientos.

—Ah, me olvidaba —dijo Rukawa deteniéndose de la nada. Tomó la botella semivacía y se la arrojó al otro. Hanamichi la atrapó en el aire—. No pienso beber eso, te la regalo.
—¡¿Ah?! ¡¿Es una broma?!
—Buenas noches.
—¡Espera, zorro!

Pero Kaede Rukawa siguió su camino sin voltear atrás. Se montó a su bicicleta y desapareció en la oscuridad.
Una vez estando solo, Hanamichi se tentó los labios con las yemas de los dedos. La sensación de los labios ajenos todavía seguía ahí. De tan solo recordarlo se le encendían las mejillas una vez más.

Se sintió enojado consigo mismo por su nuevo descubrimiento. «Me gusta el zorro dormilón», se dijo sin poder creérselo todavía, pero muy en el fondo estaba seguro de ello y deseaba con el tiempo comenzar a aceptarlo. Después de todo era de verdad que se encontraba siempre observando al pelinegro sin excepción. Además, no era la primera vez que mientras fisgoneaba pensaba cosas como: «qué hermoso se ve».

Meneó la cabeza y siguió su camino dándose golpecitos en la frente. Desde ese momento supo que tendría problemas para dormir. Estaba inseguro, no sabía si corresponder al interés del muchacho dormilón o simplemente seguirlo molestando o ignorando. Estaba volviéndose loco imaginando todo tipo de escenarios.

El tiempo ya le diría qué hacer. Por esa noche solo podía pensar en una única cosa, y era que, si era amor correspondido o no, de igual forma le gustaría volver a probar aquellos carnosos labios en una próxima ocasión.

Se limpió la sangre del labio inferior y lo relamió. Ya le mostraría quién era mejor en esos jueguitos.