Relato 1- La tarde del 1 de abril.

Resumen:
Sobre cómo Kaede Rukawa y Hanamichi Sakuragi tuvieron un breve encuentro en la infancia. Un encuentro que solo uno de ellos recordaría hasta la adolescencia.

Estaba tan acostumbrado a aquella clase de tratos que ni siquiera se detenía a pensar por un instante en lo negativa y desgastante que era su vida. Todo lo que podía hacer era cerrar sus ojos antes de salir de casa y rezar por que el siguiente día fuera mejor que el anterior.
Esa mañana su madre estaba muy ocupada como para prepararle el desayuno y su padre muy distraído como para percatarse de sus problemas y carencias, por lo que tan solo tomó el billete de 1000 yenes que dejaron para él sobre la mesa y se fue camino a la escuela. Para Kaede era normal caminar solo a la escuela, lo cual le molestaba enormemente, pues le quedaba ridículamente lejos. Cosa que podría fatigar a cualquier niño de primaria. Sin embargo, esa mañana iba siendo mejor que las otras dejando de lado el hecho de que llevaba el estómago vacío y de que hacía calor, mucho calor, pues las calles no estaban atiborradas de gente y no se había topado con nadie que deseara hacerle la existencia imposible. Hasta ahora.

Apenas bajó del metro unas millas después tuvo un presentimiento: aquel sería un día especial. ¿Por qué? Quizá porque era inicio de mes; abril por fin había llegado y las flores de sakura estaban hermosas decorando los caminos y banquetas con sus pétalos. Quizá le dirían que había obtenido buenas calificaciones en sus exámenes más recientes, o quizá lo declararían el nuevo delegado de su clase o quizá su mama lo sorprendería con una cena deliciosa al volver a casa. Sea como fuere, el olor de las flores y los pétalos anunciando la primavera significaron buena suerte para él, por alguna razón. Pero, ¿qué podía ser eso que tanto esperaba?

Pues al llegar a la escuela nada cambió. Tan pronto como el día fue transcurriendo solo pudo darse cuenta de que la emoción de la mañana fue solo una alucinación.
Sus calificaciones eran pésimas. Era de esperarse, pues no había estado estudiando lo suficiente los últimos días o las últimas semanas. Los comentarios de sus compañeros, aunque intentando ser discretos, llegaron hasta él. «Parece que todo lo que tiene es una cara linda». «Sí, ojos bonitos y nada más. Es un estúpido». «Mira que reprobar un examen así de fácil…» Las risitas en conjunto eran lo peor de todo.

Aunque al pequeño Kaede le hubiera gustado salir corriendo de ahí mientras ocultaba su lacrimoso rostro con vergüenza, se limitó a observar y escuchar atentamente. Nada había cambiado, era lo de todos los días. ¿Pero que más podía hacer?
Destacar en las notas escolares le era una tarea sumamente difícil. Cuando se trataba de matemáticas, lingüística, historia o geografía era un completo estúpido, ya se lo habían dejado en claro los profesores.
Sumando un problema un poquito mayor, hacer amigos no era tan fácil como lo parecía. Esa tarde por alguna razón el resto de niños creyó que sería una estupenda idea el hacer que el tema de las calificaciones fuera de tema estrella a la hora del almuerzo, por lo que desde ese momento el pequeño Kaede decidió que no bajaría al comedor. Ya era suficiente con escuchar hablar a quienes se quedaron en el aula; definitivamente no quería más humillaciones. Ver los árboles con sus capullos en brote era suficiente para tranquilizarle.

«Relájate, Kaede… Todo va a estar bien. Ellos suelen olvidar estar cosas», se dijo a sí mismo.

Y una vez más las risitas podían escucharse al fondo como casi siempre. Ya debía haberse acostumbrado, pero no podía hacerlo. No sabía si estaban burlándose porque de nuevo era el único en no llevar su caja de bento, o porque tenía un nuevo raspón en la rodilla (producto de haber practicado tanto para aprender a andar en bicicleta) o porque llevaba el pelo mal cortado. O quizá porque de verdad sus calificaciones eran un asco pese al constante esfuerzo en mejorarlas.

Cerró sus ojos, fuerte, fuerte, fuerte, y se imaginó acurrucado en el regazo de su madre mientras ella le acariciaba el pelo.

El pequeño no podía imaginar un escenario en el que fuera la estrella, o, en uno mucho más amigable, uno en donde pudiera pasar desapercibido. Estaba cansado de destacar por todo aquello que el poseía y que pudiera considerarse un defecto. Sus rasgos finos, sus pestañas gruesas, su cuerpo débil y pálido, su cabello revuelto… ¿Qué importaba? Solo quería que le dejaran ser. Después de todo, él no había elegido esa cara bonita; fue la cara que le obsequiaron sus padres.

Esa misma tarde dispuesto a cambiar algo en su persona, luego de la escuela iría a comprar un balón de básquetbol. A veces recordaba las tardes que pasaba jugando con uno de sus primos y le pareció que no le iba tan mal jugando. De hecho, hasta se sentía feliz y realmente vivo practicando dicho deporte. Puede que su inexpresivo rostro no reflejara la alegría que sentía, pero su corazón latía fuerte cuando hacía aquello que le divertía. Entonces pensó que, aunque fuese por un ratito, quería sentir esa alegría de jugar con el balón. Estaba harto de sentirse abrumado por los malos tratos.

Camino a la tienda recordó una situación en particular… Estaba en un viaje familiar a las afueras de la ciudad, y sintiendo curiosidad, acepto un duelo uno contra uno. Perdió, por supuesto, pero la sensación de alegría que le dejo tocar y botar el balón fue única. Sí, había perdido y con suerte había anotado una o dos canastas, pero ducha derrota hizo que encontrara su chispa y eso lo hizo muy feliz. Entonces el dese de mejorar en ello creció enormemente.

Fue en ese pequeño instante de brillo que la inspiración nació y decidió que incluso él estaba harto de no hacer nada; sobre todo se sintió triste y decepcionado de sí mismo al notar que su primo no se había rendido pese a la condición en la que se encontraba, y eso que había comenzado a jugar básquetbol a los 19 años. Entonces, si él mismo tenía apenas tenía 7 años, ¿por qué se rendiría ya?

—Escucha, Kaede-kun —le dijo con calma—, cuando comiences a hacer algo, hazlo con el corazón. No intentes hacer que otros se sientan impresionados por ti. Si no intentas cambiar por ti mismo desde un inicio, entonces estás acabado.
—¡No lo hago! Te he visto jugar tantas veces que yo también quiero aprender a driblar como tú.
—¡Mhm! ¡Claro! —Sonrió el chico—. Y lo harás mejor que yo. Después de todo, no necesitas de una silla de ruedas para poder jugar.

Kaede lo observó con curiosidad. El mayor dijo:

—Llamaré a un amigo para jugar más tarde. Ojalá pueda enseñarte algo. Entonces… —botó el balón una vez más y se lo pasó al pequeño—, ¿quieres que te muestre cómo hacer triples, Kaede-kun?

El pequeño pelinegro asintió con entusiasmo.

Recordando esos días junto el sonido del balón botando sobre la acera y el brillo del sol reflejado en los ojos de su primo, se sintió seguro y protegido. ¡No se rendiría! Así que no le importó ahorrar durante semanas el dinero que su madre le daba para comprar el almuerzo e invertirlo secretamente en un bonito balón nuevo de baloncesto.

¡Finalmente lo tenía en sus manos! No podía esperar a llegar a casa de Kiyoharu y retarlo junto a su amigo para mostrarles cuanto había mejorado. Les diría: «¿Ya vieron, Kiyo-chan, Tomo-chan? ¡Los superé!»

Aunque sabía que para ello debía empezar a practicar desde ya. Con algo de suerte y podría demostrar su asombroso talento natural.

Kaede tomó orgulloso el balón y se lo llevo consigo a la cancha más cercana de básquetbol que solía observar diario durante su trayecto a la escuela. A veces viendo a otros jugar se preguntaba: «Si a mí me gusta tanto, ¿por qué no lo intento también? No puedo limitarme a ver».

Estuvo jugando a solas con su balón nuevo uno, dos, tres, diez, quince minutos… Hasta que el primer problema apareció.

—¡Vaya! ¿A quién tenemos aquí? ¡Qué coincidencia!
—¡Eh…! ¿Acaso no es Kaede Rukawa, de nuestra clase?
—¡Sí es! Ja, ja… Basta con ver esa cara de afeminado.
—¡Ja, ja! De verdad parece una niña. Nos costó reconocerte, ¿oh no, amigos?

Le habría gustado solamente ignorarlos, pero sabía a qué iban, así que se abrazó con fuerza a su balón nuevo mientras disimulaba su miedo lo mejor que podía. Sin embargo, no pudo evitar que las lágrimas se asomaran por sus hermosos ojos y terminó hincado en el suelo totalmente sumiso.

—¿Sabes qué, Kaede? Caminar hasta acá hizo que nos diera hambre. ¿Traes los 1000 yenes de cada semana? —dijo amenazadoramente uno de los bravucones.
—¡Oh! Espera… A mí me parece que llegamos un poco tarde —dijo otro.
—¿Qué?
—¡Tendremos que cambiar nuestro método para conseguir una buena comida hoy! —exclamó un tercero niño.
—¿Ya vieron? ¿No es muy bonito ese balón que tiene? Seguro vale más que 1000 yenes.
—Sí, nos darán una buena recompensa por él.

Enseguida uno de los tres chicos se abalanzó contra él, intentando arrebatarle el balón de sus frágiles manos.

—¡No! ¡Suéltenlo, es mío! —exclamó el pobre chico con la esperanza de que de verdad escucharan y entendieran sus palabras—. ¡Por favor!

Sin embargo, los chiquillos reían y utilizaban más fuerza al notar la reacción de su pobre víctima mientras seguían sacudiéndolo de un lado a otro, intentando sacarle el balón de entre los brazos.
Kaede solo lloraba desconsolado en medio de la impotencia… ¡Si supiera el mundo cuánto se había esforzado por conseguir ese balón! Aferrarse a el era como aferrarse a la esperanza de un mañana mejor, ¡y no lo soltaría! Sus uñas se encajaron en el preciado objeto y apoyó su cabeza sobre el. Aunque, su fuerza no fue suficiente como para protegerlo y los jóvenes ladrones entre risas, con toda la intención de echarse a correr se burlaron fuertemente al notar el devastado rostro del chico lleno de lágrimas hasta empapar sus largas pestañas.

—¡Mírenlo! ¡Encima de parecer niña actúa como una!
—¡Ja, ja, ja! ¡Es tan bobo!

En ese mismo momento y de manera casi impredecible uno de los bravucones fue impactado con una fuerte patada que podría haber sido aprendida del mismísimo Bruce Lee. El chiquillo se quedó anonadado en el suelo buscando por el malnacido que había osado agredirlo.

—¿Qué demonios? —balbuceó mientras se limpiaba el raspón del rostro.

Kaede observaba asustado, arrodillado en el suelo.

—¡Oye! ¡¿Qué diablos te pasa?! —exclamó uno.
—Oh, es el tonto de hace rato.
—No me digas que viniste siguiéndonos desde allá —dijo otro.
—Maldición… —se quejó el chico que había sido golpeado con tremenda fuerza, sobándose en la parte impactada—. ¡¿A qué demonios vienes?!

El chico recién llegado se acomodó el pelo y tomó aire con cansancio, pues había llegado corriendo desde quien sabe dónde.

—Devuélvanmelo —dijo sin más. Aunque, al ver que a los demás les encantaba hacerse los tontos resopló y se aflojó uno de los botones de su uniforme y se acercó a ellos amenazadoramente—. Entiendo, tendré que reclamar lo mío por la fuerza.

Los chiquillos estaban dispuestos a usar la fuerza bruta contra el otro niño, pero pese a ser uno solo era evidentemente más fuerte y no batallaría en acabar con ellos. Primero tomó a uno y como si se tratara de nada le dio un fuerte cabezazo que lo mandó devuelta al suelo. A otro volvió a darle una patada fuerte en una de sus piernas que le hizo caer de inmediato y al otro le soltó un fuerte golpe en el rostro que bastó para el menos nublarle la vista.
Aunque los chicos se levantaron a como pudieron y sujetaron a su nueva víctima entre todos por los brazos le fue prácticamente sencillo soltarse; estaba hecho para pelear, era demasiado fuerte en comparación a sus contrincantes.
Se abalanzó al chico que parecía ser el líder y tiró fuerte de su uniforme hasta casi arrancárselo con brusquedad.

Mientras todo aquello pasaba el pequeño Kaede miraba aterrado el salvaje comportamiento de aquel chico que evidentemente era mucho más fuerte que sus abusadores. Limpió sus lágrimas con desesperación para poder ver mejor hacia donde había salido volando el balón, pues después del impacto de aquel chico revoltoso, su pobre nueva adquisición salió botando haca lo desconocido.

—¡Devuélvanmelo! —exclamó aquel chiquillo violento.
—¡D-De acuerdo…! —dijo el chico líder mientras sacaba a voluntad unas cuantas monedas del bolsillo de su uniforme.

El niño tomó disgustado las monedas para finalmente soltarlos y dejarlos ir, los niños estaban aterrados. Seguro a partir de aquel momento pensarían dos o más veces con quien meterse antes de cometer alguna estupidez. Por otra parte, los pequeños ladrones se preguntaron profunda y confusamente por qué alguien se pondría tan enfurecido por tan solo 300 yenes. Sea como fuese, los infantes salieron corriendo de allí tan rápido como pudieron, olvidándose del balón que en un principio habían pensado en robar.
El chico observó orgulloso cómo se fueron asustados.

—Canallas… —exclamó.

En ese instante el niño que seguía en el suelo tuvo toda la intención de irse de allí, no quería ser confundido con un mal chico y ser golpeado también otra vez. Pensó que quizá debería olvidarse también del balón e irse aparentando no haber visto nada, por lo que se puso de pie con debilidad dispuesto a retirarse aun sin levantar la mirada.
Justo cuando se dio la media vuelta, sintió la mano de aquel chico tan agresivo como un mono sujetándole del hombro. Sintió miedo, pero debía aparentarlo.

—¿Y tú qué? —dijo con molestia—. ¿Eres amigo de esos payasos?

Kaede vio de reojo al chico por debajo del fleco obscuro.
Tenía en la cara algunos raspones que cubría con banditas adhesivas, los ojos rasgados desbordando una furia llameante y la tez morena, así como su pelo revuelto y de color negro, negro, negro, igual que el suyo.

—¡Contéstame! —le dijo más enojado que antes, tomándolo del cuello de la camisa para obligarlo a mirarle—. ¿Estás con ellos?
—¡No! —dijo rápidamente más asustado que antes. Temblaba.
—¿Quién diablos eres?
—Kaede Rukawa.

No obstante, para el otro chico pareció ser un nombre simple y sin gracia, pues lo soltó de inmediato restándole importancia a su presentación. Para aquel niño de carácter fuerte fue una molestia ver como el chico frente a él no se defendió antes. Llevaba la suela de los zapatos del mismo color y tenían el mismo uniforme, era evidente que además de ir a la misma escuela primaria también tenían la misma edad. Entonces, ¿por qué se comportaba como un bebé?
Bufó con enojo una vez más para después preguntar:

—¿Por qué no te defiendes?
—¿Uh?
—Que por qué no te defiendes. ¿Vas a dejar que sigan molestándote? Si no poner un alto, ellos nunca van a cansarse de hacerte sufrir. Hay que darles una lección.

Sin embargo, Kaede no supo qué decir. No era la clase de chico que golpeaba a los otros. Según en palabras de su madre, lo que más importaba era ser una buena persona; tener muchos amigos y que las niñas se sintieran seguras al estar con él. Eso significaba ser un buen chico. Golpear a otros nunca habia estado en sus planes, aunque para el otro no significaba problema alguno. Recuperó sus 300 yenes después de todo.
Kaede se sacudió el polvo, se abotonó el saco y se acomodó el pelo. Tenía miedo y también sentía vergüenza de sí mismo. Tan solo quería desaparecer, aunque ya llevaba mucho tiempo queriendo desaparecer.
Sin embargo, antes de poder irse el otro lo sujeto del brazo bruscamente obligándolo a quedarse.

—¿El balón de allá es la razón por la que te golpearon?

Tímidamente asintió. Kaede no se animaba a dejar ver libremente su rostro empapado luego del llanto. Se avergonzaba de su mirada triste.

Al no recibir palabras como respuesta hizo un mohín, y fingiendo indiferencia se aproximó al balón de básquetbol que estaba tirado un poco más allá, lo levantó, regresó y se lo tendió a su dueño.

—Detesto ver a quienes no se defienden —dijo—. Si vuelven a golpearte y no haces nada para evitarlo, entonces lo tendrás bien merecido. Toma.

Kaede tomó el balón que quedaba grande entre sus pequeñas y pálidas manos. Entonces recordó que ya se había presentado pero aquel chico no le había dicho su nombre. Pese a ello, sintió pena preguntar.

—Gracias… —dijo con voz bajita y la mirada hacia el suelo. Su flequillo cubría sus ojos. Entre el instante de silencio no estaba seguro de qué añadir, pero supuso que pasar un rato más lejos de casa no estaría mal—. Eh… ¿Quieres jugar un rato conmigo? Aunque no soy muy bueno…
—No puedo, lo siento. Debo volver a casa, papá me está esperando. —Tras hacer una breve pausa dijo con una cara sonriente—: Hoy es mi cumpleaños, por eso no puedo volver tarde.

A Kaede no le llegaron a la mente palabras que pudiera decir, ni siquiera un simple "feliz cumpleaños" y se sintió estúpido hasta los huesos. Sentirse asustado y apenado de todo era tan normal para él que no pudo balbucear mínimamente nada. Se quedó observando el color brillante de los árboles de cerezo sobre ellos que se deshojaban con el viento. Un pétalo cayó encima de la cabeza del misterioso chico adornando su cabello.

A pesar de que el niño llorón ya le había hecho saber su nombre antes ya lo había olvidado, por lo que el cumpleañero le dijo sin más:

—Bueno, cuídate niño. ¡Y aprende a defenderte!
—Yo… ¡yo lo haré! Gracias… por ayudarme —exclamó abrazándose a su balón.

Tras ofrecerle una simpática sonrisa el niño se fue corriendo a toda prisa. Seguro que esperaba una fiesta sorpresa o algo por el estilo al volver a casa.

Esa tarde del primero de abril, aunque fue un día cualquiera para aquel chiquillo peleonero significó mucho para Kaede, pues nunca nadie había saltado a su ayuda. Si aún tenía su balón de baloncesto era porque aquel niño travieso lo había salvado, aunque su principal objetivo era el de conseguir de vuelta sus 300 yenes.
Y, aunque no había ocurrido nada especialmente bueno ese día desde la mañana, estaba seguro que aquel encuentro había sido parte de la magia de la primavera.

Dispuesto a seguir practicando básquetbol muy motivado por los hechos anteriores se dijo a sí mismo que no se rendiría hasta ser el mejor, y que, por supuesto, tenía que volverse fuerte para defender aquello que amaba. Quizá aquel niño misterioso no lo había tomado como tal, pero para Kaede había conseguido un amigo. Su primero amigo, en realidad.
Poco o nada le importó preocupar a su madre por no volver a la hora de siempre. Quizá ni lo notaría.
Practicó, y practicó y practicó… Y se volvió fuerte.

Pasaron los años y por azares de la vida volvió a encontrarse con el niño de antes, aunque en una situación muy extraña.
Muchas cosas cambiaron, como el hecho de que ya no eran niños sino muchachos altísimos, guapos y fornidos. Y una característica muy curiosa entre ellas fue que, aquel chico que lo había salvado años atrás tenia ahora el cabello teñido ridículamente de color rojo. «¡Quizá el pelo negro le va mejor!», pensó Kaede.

Al ver a aquel chico pelirrojo de inmediato lo reconoció, pero el otro no pareció acordarse de su cara llorosa ni de ningún acercamiento del pasado. Si Kaede no se sintió decepcionado al menos se sintió enojado.
De por sí ya estaba fastidiado; tenía la cara llena de sangre por la pelea que tuvo en la azotea cuando uno de aquellos orangutanes se atrevió a darle una patada, interrumpiendo su sueño. ¿Acaso el mono pelirrojo tenía algo que ver?

—¿Quién rayos eres tú? —preguntó uno de los chicos que venían con el más alto.
—Kaede Rukawa —contestó con la leve esperanza de que el otro se acordara de su nombre, pero en cambio solo hizo que la mención de su nombre creara una expresión de horror en el otro. ¿Acaso lo había recordado? Era difícil de decir. Si no lo saludaba, se enojaría definitivamente. Desesperado por el grosero comportamiento del muchacho, Kaede le preguntó devolviéndole sus palabras de aquel día—: ¿Y tú qué? ¿Eres amigo de esos payasos? —Apuntó hacia el suelo, donde estaban los agresores.
—¡¿Qué demonios dices, bastardo?! ¡Claro que no! —Lo tomó bruscamente del cuello de la camisa para acercarlo a su rostro y asegurarse de que lo viera bien. Le dirigió una mirada de profundo desprecio—. Soy Hanamichi Sakuragi, de primer año. ¡Que no se te vaya a olvidar!

En ese momento Kaede pensó que era una excelente oportunidad para vengarse. ¡Si aquel pelirrojo ya de había olvidado de él! ¡Si tan solo supiera que gracias a él pudo conservar su balón con el que aprendería a jugar baloncesto! Si tan solo supiera que gracias a él había querido entrar a Wako pero su madre lo obligó a ir a Tomigaoka. Y a pesar de todo, ¡no lo recordaba ni un poquito! «¿Así de fácil de olvidar es mi cara?», se preguntó Kaede.

Sin olvidar el dolor de ser olvidado y poniendo su mejor cara de desinterés desvió la mirada sin deshacerse del agresivo agarre del otro.

—Pues ya se me olvidó.

El tal Sakuragi ardió de rabia con dicha respuesta.
Kaede Rukawa estaba cansado y enojado, pues encima de que lo habían despertado de su siesta vino otro grupo de gamberros y lo acusaron sin razón alguna. En primer lugar, ¿por qué la simple mención de su nombre los había conmocionado tanto a todos? Se limpió la sangre de rostro con la manga y a partir de allí ocurrieron cosas que no pudo entender en medio de la modorra. No solo apareció una chica desconocida que le pareció de lo más molesta a la cual le fue fácil rechazar, sino que el pelirrojo se le abalanzó encima y le dio un fuerte puñetazo en el rostro, el cual correspondió con el doble de fuerza. El sonoro "¡Rukawa!" de Sakuragi le hizo perder la cabeza. Jamás creyó que la primera vez que mencionaría su nombre sería de aquella manera tan poco pasiva.

Kaede estaba harto. «Solo me defiendo de ti como me dijiste que lo hiciera», pensó.
¿Por qué había pasado todo eso? De repente los dos se vieron en una pelea sin sentido en la que afortunadamente los cuatros tontos que acompañaban al furioso pelirrojo intervinieron.

Estaba mareado y la sangre escurría gravemente de su cabeza, quizá era la primera vez desde que era niño que le agredían de dicha forma. Y era irónico que aquel que le había motivado a defenderse de los agresores se hubiera vuelto ahora su nuevo y principal agresor sin razón alguna.

Y de nuevo se habían encontrado en primavera.

Kaede comenzó a sospechar que abril se acostumbraría a darle una no tan cálida bienvenida de temporada.

Sintió pena por sí mismo y se dispuso a concentrarse únicamente al básquetbol y nada más, así como esperaba no encontrarse al tonto pelirrojo nunca más interfiriendo en su camino. Al golpearlo sin sentido alguno había firmado su sentencia de muerte, ahora eran enemigos después de todo, ¿cierto?
Sin embargo, aunque decía que lo ignoraría lo cierto era que le gustaría convivir con el problemático muchacho un poco más. Si por las buenas nunca se había tomado el tiempo de voltear a verle, seguro que por las malas notaría más su presencia. Sonrió para sus adentros ante el pensamiento.
Además, el chico resultaba ser de mecha corta y seguro que sería un juego muy divertido el hacerle enojar a como pudiera cada que tuviera oportunidad. Pues si lo pensaba, ¿cuántas veces lo había ignorado en la escuela primaria al intentar jugar con él? Cientos.
Seguro que volverse ahora su enemigo sería una forma efectiva de intercambiar dialogo con él; de que lo tuviera siempre en su mente y corazón. Tendría que intentarlo.
Y como algo adicional, por fin conocía su nombre. Después de que aquella tarde hubiese dejado de lado su presentación, había llegado unos años tarde a él.

Se sujetó la cabeza intentando deshacerse del terrible mareo mientras caminaba hacia la enfermería.

—Con que Sakuragi…

Para su sorpresa, Hanamichi Sakuragi se unió más tarde al club de básquetbol. ¡Qué curioso era el destino! Aquel muchacho que había osado a olvidar el nombre de Kaede Rukawa durante su infancia entera ahora aparecía declarándose el mejor; aun cuando rechazó jugar básquetbol mil veces tras cada invitación en sus días de tierna infancia.

Kaede suspiró con resignación y quizá un poquito de ilusión. Al menos por primera vez podrían jugar juntos y se prestaría la ocasión para enseñarle algo de lo que había aprendido durante los años anteriores.

Aquel sería un entrenamiento divertido.

Nota: ¡Gracias por haber leído! Tengo la sensación de que Rukawa se dice a sí mismo Kaede, en sus pensamientos. Por eso en una parte se dice: «Relájate, Kaede». Sería lindo que alguien le dijera así de vez en cuando :)

Esta nueva recopilación de historias cortas es mi manera de celebrar el primer aniversario desde que

The First Slam Dunk se estrenó en los cines de México. ¡Hoy, 27 de julio! Arriba, Shohoku.