N/A: Buenas, gente, ¿cómo va? Yo tuve una semana complicada porque estuvimos haciendo reparaciones en casa. Tengo una batería de capítulos que aguantará más o menos unas dos semanas, pero voy a tratar de seguir escribiendo para no tener más retrasos.
Gracias de nuevo a mi prometida por la revisión y corrección 3
Este capítulo se centra en una batalla, ¡el que avisa no traiciona!
Disfruten:
Capítulo 6
Perspectiva: Draig
Mi padre no ha emitido una sola opinión tras escuchar la respuesta del rey Butterfly. Me limito a ocupar mi lugar junto a él sobre la colina que elegimos para acampar. Cuestiono si realmente él sería capaz de convocar a todos los druidas para intervenir, a pesar de que aquello está estrictamente prohibido para nosotros. Empero, nuestra paz se ve corrompida por un ruido lejano
—Imposible… —murmuro con los ojos abiertos como platos, viendo marchar impertérritos a cada bloque de soldados.
—Si su madre estuviera viva… —comenta papá inexpresivo.
Las pisadas que deja el ejército Butterfly resuenan por toda la naturaleza. Aquel hombre que me escoltó por la ciudadela es quien sostiene un estandarte con una mariposa dorada en la cima; él parece dirigir toda la marcha hacia el este, donde se encuentra el reino Johansen.
"¡Legión!", exclama a todo pulmón, a lo que todos los soldados replican al mismo volumen: "¡Eterna!"
"¡Rey!"
"¡Eterno!"
"¡Patria!"
"¡Eterna!"
Aunque no llevan armaduras completas como los bravos soldados del reino Jagger, cierto es que sus escudos se ven firmes, amén de sus piezas de acero, como sus pecheras que cubren hasta los hombros.
—Alertaré al rey Jensen antes de que sea demasiado tarde.
—¿No quieres que yo vaya, padre? —me ofrezco sin dudar.
—Ya te expuse demasiado. Ve al bosque y transmite el mensaje a los demás.
En una demostración de magia muy indiscreta, papá transmuta en un dragón y emprende vuelo desde la colina hasta el reino Johansen. Me acuesto boca abajo para que la maleza me oculte de las miradas, y afortunadamente no provocamos mayor sospecha en el ejército marchante.
Perspectiva: César
Morgana me acompaña en el desayuno tal y como lleva haciéndolo desde hace seis meses. He intentado hacer que hable sobre su pasado, pero siempre me rebate con un "no quiero hablar de eso ahora". La situación, empero, ha cambiado; cuando este día acabe, la paz en Mewni habrá caducado oficialmente.
—Creo recordar algo durante aquella batalla contra la legión Lucitor —comento una vez degustada mi infusión.
—Cómo olvidar el día en el que demostramos lo que valemos —me sonríe antes de llevarse un trozo de queso a la boca.
Asiento y me cobro también un trozo de queso.
—Recuerdo que Abbeas estaba a punto de abalanzarse sobre ti —continúo presionando con tranquilidad—, y en una inentendible jugada, el mariscal de los Lucitor atacó a traición a su propio príncipe.
Morgana estaba tomando su té cuando le doy la estocada; tan mal le cae que se atora.
—N-no me sorprende de esa gente —articula en un ataque de tos.
—Morgana… —pongo mis manos sobre la mesa en forma de autoridad— ¿Cuál es tu historia con los Lucitor?
Ella suspira y se lleva una mano a la frente; por alguna razón le cuesta hacer contacto visual conmigo.
—Éramos novios —confiesa—. Realmente no me interesaba el mocoso, solo quería acceder a sus legiones. Cuando logré aliarme con los druidas, Abbeas se volvió completamente inútil para mí.
Sonrío pese a la decepción:
—Ya veo —asiento, calmo—, tienes una forma curiosa de manejar a tus aliados.
Un silencio incómodo se apodera de la mesa. Ella se ve tensa, buscando en su cabeza qué responder a mis intrusiones.
—Dicen que "donde fuego hubo, cenizas quedan" —continúo presionando.
—De acuerdo, eso fue mucho hasta para ti —se levanta con enfado y golpea la mesa con ambas palmas— ¿Cómo te atreves a insinuar que podría traicionarte?
—Yo nunca dije eso —junto mis dedos frente a mi boca—. Confío en ti más que en cualquier otra persona, incluso más que en mi propia madre, que en paz descanse. Pero visto que reaccionas así…, ¿hay algo de tu pasado que pueda complicar nuestros planes?
Morgana agacha la cabeza y se sienta de nuevo. Para mi sorpresa, asiente con sinceridad:
—Abbeas hizo que me amarrara a él por una maldición. Era un antigua magia que servía para que las brujas no se rebelaran contra sus señoras: básicamente, la "sangre del primer amor" se inyecta en un cristal hueco y la víctima debe recitar unas palabras con su perpetrador.
Escruto sus expresiones a la par que analizo esta confesión.
—Él no sabe cómo sacarle el máximo partido a eso, pero sí puede localizarme cuando quiera. —Ella suspira y de nuevo evita devolverme la mirada— De todas formas, no debes preocuparte por él; aunque encontrase el grimorio que tiene la maldición, no sería un peligro porque está encerrado en una mazmorra.
—Ya veo… —termino el último sorbo de té que restaba en mi taza—. En el caso de que pudiera ser un problema, ¿hay alguna forma de romper esa maldición?
Soy consciente de lo atrevido que estoy siendo, pero me apego a mi nueva posición; ella ya no es la única mewmana con magia aquí, porque yo tengo la Varita Mágica Real.
—Se puede romper, pero no será necesario. —Morgana se levanta sin más y se dispone a dejarme solo— Buen provecho, César.
Escruto su figura cuando desaparece por la puerta. Suspiro y tomo otro pedazo de queso…
«Todo esto es por Willow», me digo como todos los días, «todo lo que hago es por Willow…»
Perspectiva: Gerard
Tal y como César predijo, los druidas alertaron a los Johansen. Frente a nosotros avanza un ejército considerablemente más grande, de unos dos mil soldados. Levanto nuestro estandarte para indicar a mis hombres que paren.
"¡Pongan atención!", grito a todo pulmón: "¡Compacten la formación! ¡Arquerías en líneas verticales en la retaguardia!"
Los arqueros obedecen torpemente. Su trabajo es manejar los arcos encantados que preparó Morgana, nada más. Hasta un imbécil podría hacerlo.
"¡Primera cohorte! ¡En horizontal, cubran todo el bloque!" Dicho y hecho, con un exclamo al unísono se juntan en dos largas filas que cubren a los arqueros.
"¡Cohortes secundarias!, ¡formación lateral-frontal! Al principio se ven confundidos, pero consiguen lo que busco; ahora tenemos la forma de una casa, siendo nosotros el tejado y los arqueros las paredes. Cuando los hacheros del reino Johansen comienzan a cargar a toda velocidad para impactarnos, los cuatrocientos ochenta arqueros disparan una serie devastadora de flechas que se incendian en el aire. Puedo ver cómo caen al menos veinte, y tras recargar y disparar otra segunda ronda, diría que las flechas impactan a más de cien. Aún así, los malditos no disminuyen su velocidad. Nuestros escudos están alzados y bien firmes cuando la estampida nos golpea. Los infantes con hacha escogida manejan esas pesadas hachas danesas a dos manos; siempre han sido temidos por ser despiadados, pero sencillamente no son suficiente para romper nuestros escudos. Nuestra línea se arquea hacia adelante y con gran facilidad estocamos a los enemigos conforme sus hachas golpean inútilmente nuestros escudos. Las cohortes en los costados también impactan contra dos hordas diferentes, éstas de infantería con doladera y escudo. Nuestro equipo, sin embargo, supera en calidad al suyo, amén de nuestra formación dinámica que los fuerza a contraerse a nuestro alrededor. Las flechas, por otra parte, hacen verdaderos estragos en las filas enemigas más lejanas, tanto así que el olor a carne chamuscada me provoca náuseas.
"¡Retirada!", consigo oír esas voces de pavor. Casi todo este ejército era joven, ciudadanos a los que se les dio un hacha o una espada herrumbrada y algunas semanas de entrenamiento.
"¡Pilas!", comando varias veces para que la infantería las despliegue de sus escudos; en cuestión de segundos, una lluvia de flechas y pilas impacta las espaldas temerosas de los Johansen. Recobro el estandarte del suelo y lo alzo en un grito de guerra que es acompañado por todos mis soldados e incluso algunos auxiliares.
Acabada la batalla, aprovechamos para descansar y contar las bajas: hemos perdido a cincuenta y dos hombres, lo que nos deja con un ejército de novecientos ochenta y nueve soldados. Los Johansen están peor: a ojo diría que exterminamos a más de setecientos hombres, que eran los verdaderos soldados en combate.
—Señor —me pregunta un legionario jadeante—, ¿por qué dejó escapar a tantos de ellos?
—Eran civiles —palmeo su casco igual de cansado—, lo importante es que masacramos a su infantería. Bien hecho, bien hecho.
La comida nos alcanza para dos días, suficiente para cumplir la misión o regresar a casa. El ambiente es un tanto dual, entre nuestras risas y el horror de los auxiliares, que deben comer y acampar con los fallecidos a sólo unos cuantos metros. Por mi parte, espero a que llegue la gran piedra angular que César preparó: un mercenario que habría de venir con un artilugio de lo más particular.
—¿Usted es el tal Bloodworth? —una sombra mediana y robusta me tapa el sol.
Dejo mi tazón de potaje en el césped y me levanto, demostrando que mi altura le supera: un monstruo reptil me sonríe, como si un mewmano y uno de esos caimanes de río se fusionaran para dar paso a un esperpento verde.
—Mi nombre es Sobek, encantado —me ofrece sus garras con una sonrisa dibujada en sus largas fauces.
Estrechamos y me guía hacia un bosque, donde otro monstruo parecido a él está montando el dichoso aparto.
—Parece un arco gigante —murmuro con escepticismo—. Dime, ¿funciona?
—No se deje engañar, mi señor —acaricia la cabeza del monstruito y golpea su invención—, mi balista es más poderosa de lo que cree. Los Johansen tienen una buena empalizada, pero un par de disparos de esta belleza forzarán el portón en un pis-pas.
Recorro la forma del arma con mis dedos, que ahora están descubiertos por el nuevo uniforme impuesto por César. Su simetría es sorprendente, aunque se ve pesada y requerirá de que nosotros la llevemos hasta allá. Los proyectiles son largos y pesados; utiliza una manivela para tensar los mecanismos de disparo.
—Buen trabajo, Seth —felicita el reptil a su chico.
—Si el rey confía en ustedes, yo también —murmuro con resignación.
Vuelvo con mis hombres y les ordeno que carguen el aparato y comencemos a marchar. Los monstruos nos siguen tan cerca de su invención como les es posible, y no me molesto en alejarlos. Usualmente soy muy prejuicioso con ellos, pero desde que perdí a Soupina he comenzado a luchar contra esa cultura de odio que nos impusieron los viejos caballeros de Moe. Asimismo, César es todo lo que me queda de ella. Si alguna vez quise morir por mi reina, y pese a la imagen que tengo sobre él, ¿por qué no habría de querer morir ahora por su único hijo?
Perspectiva: Willow
No he podido dormir en toda la noche. Estoy presenciando el desastre más grande que haya ocurrido alguna vez en este reino: Dom está muerto, más de la mitad de la población desapareció sin más, y el nuevo rey no es otro que Abbeas, a quien se le acusa de haber asesinado a su propio padre. Me encuentro frente al cajón que yace en el patio frontal del castillo Lucitor, y cuyos alrededores se han saturado de gente que viene a dejarle ofrendas a su antiguo rey.
—¿Usted es Willow Daffodil? —la voz ronca de un demonio a mis espaldas me llama.
—Sí, señor —reverencio al general tras voltearme.
—No debe seguir en el inframundo —espeta—; en cuanto hayamos capturado a Abbeas, la devolveremos con el rey César.
Sigo al robusto demonio hasta una barraca donde todos los soldados están en constante y ansioso bullicio. En su momento no me di cuenta, pero se refirió a César como "rey".
—Señor —le pregunto antes de que me deje encerrada en una habitación—, usted dijo que me llevarían con el rey César; ¿no debería ser con la reina Soupina?
Él se me queda viendo por unos instantes y responde:
—Soupina falleció hace seis meses a manos de Abbeas.
Mi mundo se desmorona completamente. Llevo todo este tiempo sin saber que mi señora ha muerto. Las lágrimas recorren mis mejillas y caen sobre la falda de mi vestido: «ni siquiera Dom se molestó en decírmelo…»
Perspectiva: Gerard
La noche comienza a caer sobre nosotros, pero nuestra decisión de invadir la ciudad es unánime. El reino está sobre una elevación, lo que nos hace dar el último esfuerzo hasta quedar a unos doscientos metros de la puerta.
"¡Descansen!", ordeno frente a toda la formación: "¡Recuperen el aliento, beban agua y atiendan sus heridas!"
Contemplamos la empalizada que se cierne con sorprendente robustez. Cuesta creer que podríamos pasar ese portón sin un ariete.
"¡Tráeme el aceite, Seth!", ordena el monstruo inventor a su ayudante. Analizo al chico en unos instantes: sus escamas verdes recorren toda su piel y lo hacen ver como si fuera una discreta coraza. En el Reino Butterfly se crece con historias de monstruos, cómo ellos han luchado incansablemente contra los mewmanos, muchas veces aliándose para complementar sus extraordinarias habilidades naturales. Quizá, en un futuro no muy lejano, podrían sernos útiles.
"¡Comenzamos el asedio!", comando una vez más. Las cohortes se forman una tras de otra, los arqueros toman posiciones detrás y los dos monstruos ingenieros se preparan para disparar.
Perspectiva: Jensen II
La mayoría de los heridos no pueden luchar ahora, pero los necesitamos de todas formas. Solo me queda un general, El Loco Zamenhoff, que comanda a otros ciento ochenta degenerados desnudos como él. Quinientos hacheros, y rellenamos con ochocientas levas de civiles.
—Cuánto lamento no poder intervenir, majestad —el druida escurre sus dedos por esa frondosa barba.
—Ya mucho hiciste avisándonos —palmeo su hombro—. Cuando esto haya acabado, ese mocoso me escuchará.
"¡Mi señor!", un hachero irrumpe en mi sala del trono: "¡los soldados del reino Butterfly están asediando la ciudad!"
Mi sorpresa es inestimable, jamás había visto que un ejército de la superficie pudiera librar una batalla y asediar una ciudad empalizada en el mismo día. Empero, mis fuerzas están listas para combatir lo que sea que irrumpa en mis dominios.
—Debes irte ahora, druida —ordeno a mis hombres dirigirse a la plaza, desde donde proyectaré la defensa.
—Mucha suerte, majestad —me revencia y se retira de la misma forma que vino, convertido en un dragón.
Fuera de mi castillo puedo ver cómo los portones crujen dolorosamente; no aguantarán mucho más.
"¡Quiero a la mitad de los hacheros esperando en la entrada!", comando: "¡Levas de civiles detrás suyo!"
Perspectiva: Morgana
Recorro los pasillos amaderados del castillo. Estuve todo el día encantando arcos a la par que atiendo las peticiones de ciudadanía. Lo cierto es que la mano gentil de Soupina limitaba mucho al reino; nosotros estamos erradicando el hambre (en lugar de sólo paliarla), profesionalizamos el ejército y estamos asfaltando los caminos de tierra para mejorar las infraestructuras de las granjas.
Tancrede, el caballero que sobrevivió junto con Gerard al ataque de Abbeas, me detiene cuando estoy por ir al comedor real:
—¿Tienes un momento para hablar?
Asiento con bastante desconfianza, dado que no soy muy querida por los oficiales.
—En un lugar privado —agrega.
Nos dirigimos hasta el patio exterior del castillo, donde el bullicio irónicamente nos da intimidad para hablar:
—Tú eres quien está más cerca del prínci-... del rey —murmura estando ambos de frente—, y por eso quiero que me digas, ¿por qué hace todo esto?
—¿Hacer qué?
—Entregarnos la corona, reformar hasta las armas que usamos…
—Él solo quiere sacarnos adelante, supongo —me encojo de hombros—... y también quiere recuperar a su novia.
Él asiente con visible confusión, como si aquella última afirmación le perturbara.
—Los territorios de caza de los Johansen nos darían mucho más dinero y comida, pero… ellos mismos son un ejército enorme. ¿Eso busca él?
—Por supuesto —desvío la mirada hacia un grupo de niños que juegan con espadas de madera—: César necesita una fuerza descomunal si quiere conquistar el inframundo.
Caminamos juntos por los campos de flores. En un momento puedo ver una silueta en la torre de Soupina; de seguro César nos está viendo.
—La gente no entiende sus ideas —me sigue hablando—, pero aún así lo siguen y estiman tanto como a su madre. No quieren un libertador, anhelan un rey que decida por ellos.
Me mantengo en silencio ante sus palabras, pero las siguientes me sacan una mueca de asombro y rubor:
—Algunos dicen que necesitamos una reina consorte.
—Que esperen a que rescatemos a Willow.
Tancrede suspira profundamente y se detiene en seco. Niega cabizbajo y se sienta sobre una banca que deja ver la salida del patio exterior del castillo.
—¿Y si ya está muerta para cuando la encontremos? —murmura— Quizá… tú debas tomar ese lugar.
—¡¿Estás loco?! —tartamudeo nerviosamente— ¡Es un niñito de diecinueve años!, ¡yo soy una mujer de treinta y uno, podría ser su madre!
—¡P-pero eres la persona más cercana a él! —insiste con osadía —, además, todavía estás en edad fértil, podrías-
Lo callo de una bofetada. Él baja la mirada una vez más, pero no soy capaz de seguir con esto y regreso al castillo caminando tan rápido como mis botas de tacón me lo permiten.
Perspectiva: Gerard
Mi cohorte llega en cuanto la balista da el séptimo y último disparo. El portón se abre estruendosamente y la infantería enemiga nos espera del otro lado. Ambas fuerzas nos empujamos en la entrada, pero con un par de estocadas de mi nueva espada corta soy capaz de marcar la diferencia; pasamos al interior de la ciudad y mis soldados comienzan a cubrir los laterales del enemigo. Hay algunos hacheros con escudo, pero la mayoría se cubre con ponchos de cuero, que de poco y nada sirven contra nuestras armas. Las flechas incendiarias surcan los cielos sobre nosotros y caen como una lluvia mortal sobre las tropas que nos esperan más allá de este primer contacto.
"¡Acóplense a la formación!", grito exaltado por la adrenalina al detectar que algunos soldados viejos intentan luchar como se hacía bajo el reinado de mi amada Soupina. Cuando un legionario se cansa, retrocede y es reemplazado al instante. Si muere uno, dos más toman su lugar y masacran al asesino. Esta formación lenta pero imparable acaba desgastando al enemigo y lo va encerrando por sus dos flancos. En cuestión de cinco minutos hemos mermado a los Johansen siendo sólo la primera cohorte. Ordeno a mis hombres avanzar, dado que las levas retrocedieron aterradas por las flechas que habrán acabado con más de trescientos de los suyos. Empero, cuando llegamos a la intersección con otra calle, nos sorprende una estampida de hombres desnudos que luchan con cualquier clase de arma.
"¡Mier-", soy golpeado por un martillo, pero mi casco absorbe gran parte del golpe. Mis legionarios extienden sus escudos, pero varios mueren durante el reajuste de la formación. Retrocedo solo para ver cómo perdemos a más hombres por la gran diversidad de armas que tienen estos locos, pero poco dura su suerte cuando las otras dos cohortes irrumpen a toda velocidad.
Perspectiva: Jensen II
Los hombres de Zamenhof empiezan a caer uno tras otro. No soy capaz de comprender cómo esa formación de los Butterfly es tan buena, pero de alguna forma logran abrirse paso. Mis hombres retroceden por la calle principal, pero hay un repecho de dos curvas hasta llegar a la plaza. Traemos unos cuantos arcos y empezamos a disparar desde aquí, pero los Butterfly se juntan en tres bloques de escudos muy compactos y nuestras flechas sencillamente no pueden atravesarlos. Envío a unos cuantos soldados como escaramuzas para ver si rompen la formación, pero de alguna forma consiguen mantenerse firmes.
—¿Qué hacemos ahora, señor? —me pregunta un Zamenhof agotado y lleno de cortadas.
—Quedan varios metros antes de la plaza —acaricio el mango de mi labrys—. Cuando estén frente a nosotros, será la hora de los berserker.
Perspectiva: Glossaryck
Hekapoo y yo estamos contemplando el espectáculo desde un tejado. Disfruto de mi pudín y le ofrezco un poco, pero ella se ve demasiado horrorizada como para comer.
—En serio, ¿no podemos hacer nada? —insiste con frustración.
—Sabes bien que los problemas de los mortales no nos incumben —me encojo de hombros—. Odio tener que admitirlo, pero César tiene derecho a hacer esto, así como lo tuvo Dominetórix, que en paz descanse.
—¿Dom está muerto? —la tez de mi hija se vuelve aún más pálida.
Los guerreros desnudos vuelven a la carga, esta vez con una lluvia de flechas detrás suyo. Durante el choque, Gerard y Zamenhof juntan sus espadas:
"¡Eres un fornicador, Bloodworth!", escupe y trata de estocar, pero es desviado por el cónsul.
"Osadas palabras viniendo de un tipo que lucha desnudo", responde Gerard con una sonrisa confianzuda.
—Maldición, esto está mejor que las batallas de Moe —comento con la boca llena de pudín.
Durante la refriega, Gerard corta horizontalmente el rostro de su oponente, lo que exalta a Hekapoo:
—¡Esto es una masacre y no puedo quedarme de brazos cruzados! —busca aprobación en mí, pero claramente no la tendrá—. Padre, por favor…
Niego con la cabeza y sigo observando la batalla.
Perspectiva: Gerard
Cuando damos el último giro y divisamos la plaza, mi corazón agitado se acelera aún más cuando el rey Jensen con sus cuarenta y siete berserker toma posición frente a nosotros.
"¡No rompan el testudo!", ordeno a las tres cohortes: "¡Arquería, fuego a discreción y retrocedan!"
Los gritos de la élite Johansen infunden pavor, pero nuestros escudos siguen alzados. Cuando se da el choque, los seis hombres frente al testudo mueren al instante por las pesadas labrys del enemigo. La formación se rompe y comenzamos a luchar inútilmente, dado que un solo berserker puede zarandear a mis legionarios como si fueran costales de maíz.
"¡BLOODWORTH!", escucho al rey gritar mi apellido y bloqueo su hachazo con mi escudo; puedo sentir la madera de éste agrietarse hasta el centro.
"¡Retirada!", ordeno entre estoques, y aunque consigo rajar su hombro, el rey está inyectado en el éxtasis de la batalla. Logro retroceder a duras penas, justo a tiempo para que una lluvia de trescientas flechas llameantes caigan sobre los bárbaros. La segunda cohorte rompe el testudo antes del impacto y comienza una inútil batalla; cuando entienden que los berserker son imparables, dejan a los diez hombres del frente atrás para retroceder.
"¡Fuego!", exclamo frente a los arqueros, y siento el calor de sus flechas sobre mi calva. La última cohorte solo tiene ochenta hombres, y éstos desaparecen casi al instante en un minuto, quedando sólo diez que huyen despavoridos. La tercera lluvia de flechas es fulminante, quedando ahora sólo once enemigos por matar.
—¡Recarguen y disparen mientras luchamos! —ordeno para el horror de mi primera cohorte.
—Señor, el fuego amigo nos dará por la espalda —me cuestiona un soldado.
Los berserker gritan una vez más y se abalanzan:
—¡Cállense y obedezcan! —resiento el segundo hachazo del rey, que parte mi escudo en dos.
Son fuertes, pero sé cómo desmoralizarlos; en cuanto Jensen recarga otro testarazo con esa enorme y pesada hacha, lo rebano con mi espada corta de una forma tan atrevida que su ojo izquierdo sale volando. El hombre suelta su arma y aúlla de dolor, lo que detiene a sus berserker justo cuando la última lluvia de flechas es desatada. Todos los enemigos caen perforados por las flechas incendiarias. El rey yace de rodillas ante mí, derrotado y con una herida que lo matará si no lo atendemos.
—Bloodworth —su único ojo sano busca misericordia en mí—, dime, ¿qué será de nosotros?
De mi cinturón recojo un pergamino bastante magullado por la jornada:
—El reino Johansen será anexado a la república y tú pasarás a ser su gobernador, y también un senador. —Él recibe la invitación con sus manos ensangrentadas— Vive para la república o muere, Jensen.
Algunos hombres recogen el pesado estandarte de César y lo traen a mis manos. Camino hasta el centro de la plaza y lo clavo en señal de victoria: "¡Esta tierra pertenece a los Butterfly!"
Perspectiva: Abbeas
No he dormido en toda la maldita noche. Mi cabeza es una hecatombe de pensamientos; me cuestiono de dónde saqué las agallas para cegar la vida de mi propio padre. Las necesidades de mi reino, por otra parte, golpean cada minuto a mi nueva sala del trono con un nuevo problema. En este momento se organizan dos grandes facciones: los nuevos soldados de mi reinado, y los rebeldes que reclaman justicia por el asesinato de su antiguo amo. Belias no es el mariscal solamente por su fuerza, sino también por su extraordinaria influencia, algo que ha demostrado en este momento al convencer a la mitad de los demonios restantes y mandar a traer a cuanto mercenario esté rondando el inframundo.
«Si tuviera a Morgana…», lamento en mis pensamientos.
Belias ingresa con un par de lanceros y me reverencian:
—Majestad, los rebeldes están marchando. ¿Está listo para defender su reino?
Me levanto lentamente y camino hasta él. Siento la magia oscura recorriendo mis venas, aquellos hechizos que Morgana y yo tanto anhelábamos poseer solo para nosotros.
"Llévame, mariscal."
