Encuentros
El aire dentro de la choza de Kaede era cálido y estaba impregnado del aroma a hierbas medicinales que colgaban de las vigas. Ha-eun se acomodó en un rincón junto a la mesa baja, sus piernas cruzadas de manera torpe mientras Kaede hervía agua en el fuego central. Aún no podía sacarse de la cabeza todo lo que había sucedido: el caos, los demonios, y la misteriosa figura de Kikyo desapareciendo en el bosque.

El sonido de la puerta corriéndose anunció la llegada de alguien más. Ha-eun levantó la vista y se encontró con la silueta de aquel hombre de cabello plateado que había visto en el pueblo. Su figura era imponente, envuelta en un kimono rojo que llamaba la atención de inmediato. Detrás de él entraron una joven de cabello negro con un arco colgado a la espalda, una mujer con un enorme boomerang, un monje con un bastón adornado y un niño con una cola esponjosa que brincaba sobre el lomo de un gato gigante que, para su sorpresa, encogió hasta convertirse en un pequeño y adorable felino.

Todos se acomodaron alrededor de la mesa, formando un círculo improvisado. Ha-eun no pudo evitar quedarse mirando, algo fascinada y confundida. Sus ojos iban de las orejas triangulares del hombre de cabello plateado a la cola del niño, y luego al gato diminuto que se acurrucaba junto a la mujer del boomerang.

Kaede rompió el silencio con una voz serena:

—Esta es Ha-eun. Ella viene del futuro, al igual que Kagome.

El murmullo de sorpresa recorrió el grupo. Kagome fue la primera en reaccionar, inclinándose ligeramente hacia Ha-eun con una sonrisa cálida.

—Es un gusto conocerte, Ha-eun. Soy Kagome Higurashi —dijo, con un tono tan amable que hizo que Ha-eun se relajara un poco.

Señaló a sus compañeros mientras hablaba:

—Él es Inuyasha —dijo, indicando al hombre de cabello plateado, quien solo se sentó cruzado de piernas—. Ella es Sango —continuó, señalando a la mujer del boomerang, que le ofreció una sonrisa amable—. Miroku —dijo al monje, quien juntó las manos con una expresión serena y asintiendo—. Shippo —añadió, dirigiendo su mano hacia el niño con cola—. Y Kirara, nuestra pequeña amiga —terminó, apuntando al felino diminuto que soltó un suave maullido.

Ha-eun parpadeó varias veces antes de ofrecer una inclinación de cabeza rápida y torpe.

—Yo... soy Ha-eun. Es un placer conocerlos —dijo, aunque su voz sonó un poco titubeante. Sabía que ellos podían notar su nerviosismo, pero era difícil mantener la calma cuando estaba rodeada de personajes tan... peculiares.

Kaede comenzó a relatar cómo había encontrado a Ha-eun en el bosque y las similitudes con la llegada de Kagome al pasado. Mientras hablaba, Ha-eun no podía evitar seguir lanzando miradas de reojo a los demás, en particular a Inuyasha. Sus orejas se movían ligeramente con cada sonido, lo cual resultaba tan fascinante como difícil de ignorar. Luego, sus ojos se desviaban hacia Shippo, cuya cola esponjosa se movía rítmicamente, y finalmente a Kirara, que ahora dormía plácidamente en su forma pequeña.

Trató de disimular su curiosidad, pero era evidente que no lo lograba del todo. Bajaba la mirada rápidamente y luego volvía a levantarla, como si luchara por comportarse con normalidad. La situación se volvió casi cómica, especialmente cuando Kagome, notando su incomodidad, le sonrió con amabilidad.

—Debe ser extraño para ti ver personas con colas y orejas, ¿cierto? —comentó Kagome, rompiendo el hielo.

Ha-eun soltó una risa nerviosa, rascándose la cabeza mientras miraba hacia otro lado.

—Pensé que ya lo había visto todo... pero parece que me equivoqué —admitió, intentando no sonar grosera.

El comentario hizo que Inuyasha soltara un gruñido:

—¡Jum!—dijo cruzando los brazos y murmurando algo ininteligible mientras miraba en dirección contraria.

Sango le sonrió con comprensión.

—Pronto te acostumbrarás —dijo Sango—. Kagome también se sintió así al principio, pero ahora... —miró a Kagome, quien asintió con una sonrisa—. Ahora es como si siempre hubiera pertenecido a este lugar.

Ha-eun asintió lentamente, sintiendo cómo el ambiente se alivianaba un poco gracias a las palabras de Kagome y Sango. A pesar de su torpeza inicial, comenzaba a sentir que estas personas, aunque extrañas, no eran tan intimidantes como parecían.

Kaede continuó hablando, explicando las dificultades que Ha-eun podría enfrentar en este mundo y cómo fue Kikyo quien la trajo. Al escuchar las palabras "Kikyo", a Inuyasha se le movieron las orejas de manera perceptible, como si aquel nombre resonara en lo más profundo de su ser. Ha-eun también reaccionó, levantando la vista rápidamente y mirando a Kagome. Fue entonces cuando notó algo: Kagome y Kikyo se parecían demasiado.

Intrigada, Ha-eun miró a Kaede y luego señaló a Kagome, alternando su mirada entre ambas mientras repetía el gesto.

—¡¿Acaso tienes otra hermana?! ¡¿Por qué se parecen tanto?! —preguntó finalmente, su curiosidad evidente y con mucha impresión.

Kagome le sonrió con una mirada comprensiva, mientras Kaede meditaba por un momento antes de responder.

—Creo que después de lo que viste hoy ya podrías comprender mejor si te cuento lo que ha pasado —dijo la anciana, dejando escapar un suspiro antes de comenzar su relato.

Kaede narró la historia de un hombre llamado Onigumo, quien había sido gravemente herido y quemado. Kikyo lo cuidó con dedicación, pero su bondad fue traicionada cuando Onigumo entregó su alma a demonios, convirtiéndose en Naraku, el ser que causó la destrucción y los engaños que marcaron su vida.

Ha-eun la interrumpió, sus ojos abriéndose de par en par.

—¡Espera... ¿esto sucedió hace 50 años?!

Kaede asintió con un gesto solemne y continuó, explicando cómo Naraku creó una trampa mortal que llevó a Kikyo a su muerte y cómo esta selló a Inuyasha en el árbol. Luego habló de cómo fue revivida por una bruja y de la conexión entre Kikyo y Kagome, quien resultó ser su reencarnación 500 años en el futuro.

Ha-eun estaba con la boca abierta, sorprendida con todo lo que estaba escuchando. Kagome le contó que ella llegó al pasado a través del pozo en su santuario y que desde entonces viajaba junto a Inuyasha y el grupo para recuperar los fragmentos de la Perla de Shikon.

En ese momento, Inuyasha interrumpió, gritando:

—¡Y para derrotar a ese maldito de Naraku!

Ha-eun no terminaba de estar asombrada. De repente comenzó a soltar muchas preguntas a la vez, de manera muy rápida y seguida, que los demás no sabían si eran para ellos o para ella misma. Mientras miraba hacia abajo con cara de impacto, preguntó:

—¿Entonces Kagome es la reencarnación de esa poderosa sacerdotisa? ¿Inuyasha y Kikyo eran amantes? ¿Por qué Naraku quiere obtener la Perla? ¿Cómo es que Kikyo ahora es de barro y hueso? ¿Por qué Kikyo está viajando sola?

Eran tantas preguntas que parecía que se le iba a salir el alma del cuerpo. En parte, la situación era cómica, y el grupo no pudo evitar compartir algunas miradas entre ellos, intentando decidir quién respondería primero.

Tras el ataque de preguntas, Ha-eun levantó la cabeza de golpe, mirando fijamente a Kagome, como si una idea repentina cruzara su mente.

—Entonces tú llegaste aquí por medio de un pozo gracias a la Perla de Shikon, pero yo... yo iba en un vagón de metro y hubo un accidente. No veo la relación entre lo que me pasó y por qué estoy aquí.

Antes de que alguien pudiera responder, Ha-eun sintió un mareo repentino. Llevó ambas manos a su cabeza, apretándola con fuerza mientras pequeños destellos de recuerdos invadían su mente. Entre las imágenes fugaces, recordó haber tocado los pies de aquel hombre en el metro. Después, todo era oscuro. No podía moverse, pero podía oír gritos... y un nombre:Naraku.

Las escenas pasaron tan rápido que le resultaba imposible contenerlas o analizarlas. Sango reaccionó rápidamente y sujetó a Ha-eun por los hombros antes de que pudiera desplomarse.

—¿Estás bien? —le preguntó Sango con voz preocupada.

Ha-eun apenas pudo responder, susurrando con un hilo de voz casi inaudible:

—Naraku...

El grupo entero quedó en silencio al escuchar aquel nombre. Inuyasha se levantó parcialmente de su lugar, con los ojos entrecerrados y un tono exaltado:

—¿Qué pasa con Naraku? —preguntó, su voz llena de urgencia.

Kagome extendió una mano rápidamente hacia él.

—¡Inuyasha, abajo! —dijo en un tono firme, intentando evitar que alterara aún más a Ha-eun.

Con la ayuda de Sango, Ha-eun comenzó a incorporarse poco a poco, aunque todavía tambaleante. Mantenía una mano sobre su rostro, cubriendo uno de sus ojos, mientras intentaba procesar lo que acababa de experimentar.

—Me... me vinieron algunos recuerdos —murmuró con esfuerzo—. No recuerdo mucho, pero... creo que no pasé del metro hasta aquí. Después de eso estaba en un lugar oscuro... creo que estaba maniatada... no lo recuerdo bien. Pero había gritos... y escuché un nombre: Naraku.

Las palabras de Ha-eun dejaron al grupo sin aliento. Por unos segundos, nadie habló. El nombre resonaba en sus mentes con un peso innegable. Kagome miró a Inuyasha, cuyo rostro reflejaba una mezcla de confusión y desconfianza.

—¿Será posible que Naraku haya llegado al futuro? —preguntó Kagome en voz alta, casi como si estuviera pensando en voz alta—. ¿O tal vez alguien del futuro tiene una conexión con él?

Miroku, con su expresión serena pero atenta, rompió el silencio:

—Si Naraku está involucrado, no podemos ignorarlo. Su influencia es capaz de cruzar los límites del tiempo, como lo ha demostrado con Kikyo y Kagome. Si Ha-eun lo escuchó, es probable que esté relacionado con la razón por la que ella está aquí.

El grupo asintió lentamente, procesando lo que esto significaba. Mientras tanto, Ha-eun seguía recuperándose, con una expresión de desconcierto y cansancio en su rostro. Después de unos segundos de silencio, levantó la mirada y habló con voz más firme, aunque aún reflejaba tristeza:

—Kaede, necesito encontrar a Naraku. Necesito saber qué pasó y cómo volver a casa. Seguramente mi familia debe estar muy preocupada por mí.

Kaede la miró con comprensión, dejando escapar un suspiro antes de responder:
—Es muy arriesgado, Ha-eun. Naraku es un demonio muy peligroso, no es alguien con quien un humano normal pueda luchar.

Ha-eun bajó la mirada, apretando las manos que descansaban sobre sus rodillas. Aunque intentaba contenerlo, el dolor y la frustración eran evidentes en su rostro. Inuyasha, quien había estado observando desde su rincón, soltó un gruñido y cruzó los brazos con una expresión confiada:

—¡Jum! No te preocupes. De todas formas, nosotros ya estamos tras Naraku. Una vez que lo encontremos y le demos una paliza, lo haremos hablar.

A pesar de sus palabras, Ha-eun no parecía tranquilizarse del todo. Sango, que aún mantenía una mano en su hombro en señal de apoyo, la miraba con tristeza. Finalmente, Ha-eun levantó la cabeza de golpe, y su mirada tenía una chispa de determinación inesperada.

—¡Kaede, dígame dónde puedo conseguir un arma!

La expresión de Kaede se llenó de sorpresa al ver el cambio en la joven. Sus ojos reflejaban una resolución que no había mostrado hasta ese momento. Antes de que la anciana pudiera responder, Miroku intervino con un tono mesurado:

—Señorita Ha-eun, creo que no comprende del todo la gravedad de lo peligroso que puede ser enfrentar a Naraku.

Ha-eun lo miró con firmeza y respondió:
—Puede que no lo comprenda del todo, pero... él me quitó algo. Me quitó mi vida. Además... —hizo una pausa, apretando los puños con fuerza—. Noto un cambio en mí desde que llegué. No sé qué me habrá hecho durante el tiempo que me tuvo en esa habitación maniatada, pero él y yo tenemos cosas de qué hablar.

Sus palabras, cargadas de determinación, llenaron de asombro al grupo. Kaede la observó detenidamente, con una mezcla de compasión y resignación, mientras dejaba escapar un suspiro pesado.

—¿Cuándo dejará Naraku de atormentarnos? —murmuró para sí misma. Luego, levantó la mirada hacia Ha-eun, encontrándose con sus ojos llenos de energía y decisión.

—Está bien —dijo finalmente Kaede—. Me encargaré de que aprendas a blandir armas. Lo primero será elegir con qué tipo de arma te sientes más cómoda. Hay lanzas, bumeranes, katanas, mandobles, arcos, entre otros.

Ha-eun sonrió con agradecimiento, sus ojos brillando con entusiasmo:
—Bien, me gustaría probar con cada una.

El grupo intercambió miradas, cada uno procesando lo que acababa de suceder. Aunque sabían que el camino que Ha-eun estaba dispuesta a recorrer no sería fácil, su determinación parecía tan sólida como las montañas que rodeaban el pueblo.

Kaede se levantó lentamente, apoyándose en su bastón.
—Comenzaremos mañana. Descansa esta noche, porque necesitarás toda tu energía.

Ha-eun asintió, agradecida por la oportunidad. Aunque las respuestas que buscaba todavía estaban fuera de su alcance, al menos había dado el primer paso para encontrarlas.

El primer paso hacia la batalla
Al día siguiente, Ha-eun despertó llena de entusiasmo. Se vistió rápidamente con su atuendo, sintiéndose extrañamente motivada por lo que le esperaba. Al salir de la casa, los cálidos rayos del sol acariciaron su rostro, iluminándolo mientras entrecerraba los ojos y alzaba la mano para cubrirse de la luz. Sus dedos se entrelazaron con los haces de sol, y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro al sentir la calma de aquella mañana.

Decidida, salió a buscar a Kaede. Caminó con pasos apresurados por el pueblo hasta encontrar a la anciana, quien estaba ocupada recogiendo hierbas en un pequeño cesto. Al verla, Ha-eun exclamó con emoción:

—¡Kaede! Estoy lista para aprender.

Kaede la miró con una sonrisa apacible, divertida por el entusiasmo casi infantil de la joven.

—Me alegra verte tan animada, Ha-eun. Esto será un camino largo, pero con tu determinación estoy segura de que lo lograrás —respondió, mientras colocaba la última hierba en su cesto.

—¿Dónde están los demás? —preguntó Ha-eun, mirando alrededor, notando la ausencia de los compañeros de Kagome.

Kaede ajustó su bastón y respondió con calma:

—Decidieron acampar alrededor del pueblo. Han estado vigilando para asegurarse de que no haya ningún peligro cerca.

Ha-eun asintió, pero parecía que no le daba demasiada importancia. Se balanceó sobre los pies y luego, con una chispa de emoción en su rostro, movió las piernas como si fuera a echarse a correr.

—¡Vamos, Kaede! Quiero ver las armas —dijo con energía.

Kaede, divertida por su actitud, la guio a través del pueblo hasta una pequeña herrería. El sonido del martillo golpeando el metal resonaba en el aire, mezclándose con el olor del hierro y la madera quemada. Allí, un maestro herrero, robusto y de semblante amable, los recibió con una inclinación de cabeza.

—Esta joven quiere aprender a usar armas —explicó Kaede.

El herrero la observó con ojos expertos, y luego señaló un soporte lleno de todo tipo de herramientas: lanzas, katanas, hachas, bumeranes y más.

—Si nunca has blandido un arma, será complicado al principio —dijo el herrero mientras cruzaba los brazos—, pero con práctica puedes aprender.

Ha-eun asintió, sus ojos brillando mientras comenzaba a examinar cada arma. Probó levantar un hacha enorme, pero el peso la hizo tambalearse, obligándola a dejarla en su lugar con una expresión de derrota.

—Supongo que esto no es para mí... —murmuró, dejando escapar un suspiro.

Kaede soltó una pequeña risa mientras la observaba.

Finalmente, después de probar varias armas, Ha-eun eligió dos katanas ligeras y una lanza. Las sostuvo con cuidado, sintiendo una extraña conexión con ellas.

—Buenas elecciones —comentó el herrero, asintiendo con aprobación—. Aprender a manejarlas llevará tiempo, pero si te esfuerzas, puedes dominarlas.

Luego, agregó con un tono pensativo:

—Si realmente quieres aprender, sería buena idea que te unieras a algún gremio o tribu.

Ha-eun lo miró con el ceño fruncido, repitiendo sus palabras con curiosidad:

—¿Gremio? ¿Tribu?

Antes de que el herrero pudiera responder, una voz familiar interrumpió desde detrás de ella:

—Los gremios son lugares donde samuráis, espadachines y guerreros se reúnen para tomar misiones. Sirven para ganar dinero, prestigio o incluso mejorar sus habilidades. Las tribus, como la mía, son comunidades dedicadas a una causa, como cazar demonios.

Ha-eun giró rápidamente y se encontró con Sango, quien le devolvió una sonrisa cálida.

—¿Sango? ¿Qué haces aquí? —preguntó Ha-eun, sorprendida por verla.

—Vine a ayudarte. Imagino que debes tener muchas dudas sobre cómo usar un arma. Tengo experiencia, así que pensé que podríamos practicar juntas —respondió Sango, con su voz serena y amable.

Ha-eun sonrió ampliamente, casi aliviada.

—¡Por favor, sí! —exclamó con entusiasmo, sosteniendo sus nuevas armas con un renovado brillo en sus ojos.

El herrero observó la escena con una leve sonrisa, mientras Kaede se apoyaba en su bastón, observando a las dos jóvenes con tranquilidad.

Ha-eun y Sango se adentraron en un claro espacioso cerca del pueblo, donde los rayos del sol se filtraban a través de las copas de los árboles, creando un ambiente sereno y lleno de vida. Kaede las acompañó, apoyándose en su bastón, mientras tomaba asiento en una roca cercana para observar con calma.

—Aquí estaremos cómodas —dijo Sango, dejando su enorme bumerán a un lado mientras se giraba hacia Ha-eun—. Lo primero que vamos a trabajar es tu postura y cómo sostener las armas. Si no tienes una base firme, incluso una espada ligera te puede desequilibrar.

Ha-eun asintió, tratando de adoptar una posición similar a la de Sango mientras sostenía las katanas. Era evidente que sus movimientos eran torpes, y el peso de las armas seguía representando un desafío. Su pie derecho resbaló ligeramente, y casi pierde el equilibrio.

—¡Ay! Esto es más difícil de lo que pensé... —se quejó Ha-eun, frunciendo el ceño.

Sango se rió suavemente y le tendió la mano para ayudarla a estabilizarse.

—Es normal al principio. Kagome tampoco podía tensar un arco cuando llegó aquí, pero con el tiempo aprendió. La clave está en la paciencia... y en no subestimar las armas. —Hizo una pausa y la observó—. Vamos, inténtalo de nuevo. Coloca el pie izquierdo un poco más adelante, así.

Ha-eun corrigió su postura y asintió con determinación.

—¿Kagome era tan torpe como yo? —preguntó con una sonrisa nerviosa.

Sango ladeó la cabeza, divertida.

—Bueno, digamos que al principio no estaba acostumbrada a este mundo. Todo era nuevo para ella, desde usar un arco hasta enfrentarse a los demonios. Pero tenía una gran fuerza de voluntad, y eso la ayudó a mejorar rápidamente.

Ha-eun asintió, reflexionando sobre la respuesta. Luego, mientras intentaba un movimiento con la lanza, preguntó con cierta duda:

—¿Y qué hay de Kikyo? ¿Ella también era así?
Sango se detuvo por un momento, observando cómo Ha-eun manejaba la lanza. Su expresión se volvió más seria, pero mantuvo un tono amable al responder, lanzando una breve mirada a Kaede como buscando confirmación.

—Kikyo era muy diferente. No la conocí en vida, pero desde que fue revivida tuve la oportunidad de verla en acción. Incluso en esa forma, es impresionante. Tiene una calma y una precisión que nunca dejan de sorprenderme.

Kaede, desde su lugar, asintió lentamente mientras acariciaba el bastón que descansaba sobre su regazo.

—Mi hermana siempre fue así. Aunque su corazón cargara con el peso del deber, nunca permitió que eso la detuviera. Desde el momento en que recibió la Perla de Shikon, dedicó su vida a protegerla y a cuidar de los demás —dijo con un tono melancólico.

Sango continuó, tomando las palabras de Kaede como base.

—Eso fue evidente incluso después de ser revivida. Cada vez que la vi luchar, parecía estar un paso adelante de todo. Su habilidad como sacerdotisa es única. Pero... también noté algo más. —Se detuvo un momento, como si buscara las palabras adecuadas—. Hay una tristeza en ella. Una parte que nunca muestra del todo, pero que se siente en su presencia.

Ha-eun dejó caer la lanza ligeramente, intrigada por el relato.

—¿Una tristeza? —preguntó, mirándola con curiosidad—. ¿Crees que tiene algo que ver con lo que pasó antes de su muerte?

Kaede suspiró profundamente, su mirada fija en el horizonte.

—Sin duda. Kikyo fue traicionada por quien ella amaba. O eso fue lo que le hicieron creer. Esa herida es algo que, incluso ahora, sigue llevándose en su alma. No sé si alguna vez podrá dejarla atrás.

Sango asintió, pensativa, antes de mirar a Ha-eun nuevamente.

—Es probable. Pero incluso con esa tristeza, ella sigue adelante. A veces pienso que su fuerza no proviene de no sentir miedo o dolor, sino de enfrentarlos de frente. Es algo que siempre admiraré de ella.

Ha-eun bajó la mirada, reflexionando sobre las palabras de ambas mujeres.

—Debe haber sido difícil ser vista como alguien tan fuerte y perfecta todo el tiempo. A veces siento que la gente espera que seas así, pero... no siempre es fácil cumplir con esas expectativas.

Sango se detuvo un momento, evaluando las palabras de Ha-eun, antes de asentir con comprensión.

—Tienes razón. Ser fuerte no significa no sentir miedo o dudas. Kikyo siempre mostró una fuerza impresionante, pero eso no significa que no llevara una carga muy pesada consigo.

Inspirada por las palabras de ambas, Ha-eun tomó la lanza de nuevo y ajustó su postura con determinación.

—Supongo que si ella pudo soportar todo eso, yo puedo aprender a usar esto sin caerme cada cinco minutos —dijo con una sonrisa débil pero decidida.

Sango sonrió, divertida y aliviada por ver el cambio de actitud de Ha-eun.

—Eso es lo que quería escuchar. Ahora, vamos a intentarlo de nuevo. Esta vez, concéntrate en el equilibrio. No te preocupes si fallas, aprenderás con la práctica.

Kaede, desde su asiento, observó en silencio, satisfecha con el progreso de Ha-eun. Aunque el camino sería largo, estaba claro que el espíritu de lucha de la joven y las enseñanzas de Sango serían una guía firme en esta nueva etapa de su vida.

Habían pasado seis meses desde que Ha-eun comenzó su entrenamiento, y el cambio en ella era evidente. Ya no era la joven torpe que luchaba por mantener el equilibrio con una lanza; ahora, sus movimientos eran fluidos, precisos y llenos de confianza. Durante este tiempo, se unió al Gremio de las Estrellas Carmesí, un grupo compuesto exclusivamente por mujeres excepcionales, cada una con habilidades únicas que inspiraron y desafiaron a Ha-eun a convertirse en una guerrera más fuerte.

Aunque su vida con el gremio estaba llena de entrenamientos y misiones, Ha-eun siempre encontraba un momento para visitar el lugar donde había conocido a Kikyo por primera vez. Aquel claro en el bosque, con sus árboles altos y el silencio sereno, se había convertido en un lugar especial para ella. Allí, Ha-eun se sentaba bajo las mismas ramas donde había visto por primera vez a la sacerdotisa, dejando que la brisa acariciara su rostro, y hablaba como si Kikyo pudiera escucharla.

—Kikyo, gracias por salvarme —decía en voz baja, mirando hacia el cielo como si esperara una respuesta—. Si no hubieras aparecido ese día, no sé qué habría sido de mí.

Recordaba claramente el momento en que Kikyo la había encontrado, malherida y confundida en medio del bosque, y cómo la había llevado con Kaede, dándole la oportunidad de sobrevivir en este extraño mundo. Aunque Kikyo no estuviera allí, Ha-eun le relataba sus avances, como si la sacerdotisa fuera una deidad a quien debía rendir cuentas.

—Hoy hice un salto tan alto que hasta Mizuki me pidió que lo repitiera. Kaoru dice que me muevo como una ardilla, pero creo que eso es bueno, ¿no? —bromeaba, dejando escapar una sonrisa tímida—. Prometo que no voy a desperdiciar la oportunidad que me diste.

Aquellos momentos de introspección la ayudaban a recordar por qué estaba luchando y le daban fuerzas para seguir adelante.

El Gremio de las Estrellas Carmesí también se había convertido en una parte esencial de su vida. Cada integrante del grupo aportaba algo único a su crecimiento como guerrera.

Haruka, con su estrategia impecable, le enseñó a analizar el terreno antes de actuar.

—No se trata solo de atacar rápido, Ha-eun —decía mientras trazaba líneas en la tierra para planear un enfrentamiento simulado—. Usa tu entorno. La velocidad es tu arma, pero el cerebro es tu mayor ventaja.

Kaoruaportaba su energía contagiosa, siempre bromeando para aligerar el ambiente.

—Entre los árboles, te mueves tan rápido que creo que deberíamos darte un nuevo nombre: "La ardilla del Sengoku" —bromeaba, haciendo que Ha-eun riera mientras intentaba no perder el equilibrio en una rama alta.

Mizuki, siempre enérgica, era quien más empujaba a Ha-eun a superar sus límites.

—¡Vamos, Ha-eun! —gritaba mientras ambas practicaban con lanzas—. ¡Si no me derribas esta vez, tendrás que hacer diez flexiones más!

Ha-eun, respirando con dificultad pero determinada, atacaba con precisión, sorprendiendo incluso a Mizuki.

—¡Eso es! —exclamaba Mizuki con una sonrisa de satisfacción—. Si sigues así, un día podrías liderar el gremio.

Ha-eun sacudió la cabeza, riendo suavemente mientras limpiaba el sudor de su frente.

—No creo que eso pase. Yo solo entreno para ser lo suficientemente fuerte como para encontrar a Naraku. Todo esto es para eso.

La expresión de Mizuki cambió ligeramente, y aunque sonrió, su mirada mostró un destello de comprensión y seriedad.

—Entonces asegúrate de seguir creciendo, porque Naraku no será un oponente fácil —respondió Mizuki, dándole un leve golpe en el hombro.

Rei, con su naturaleza calmada, era el apoyo silencioso que Ha-eun siempre agradecía. Le enseñó no solo a curar heridas, sino también a comprender el valor de detenerse a respirar.

—Recuerda, Ha-eun, no puedes luchar si no estás bien contigo misma. A veces, un descanso es tan importante como un entrenamiento.

Tsukiko, reservada pero firme, siempre la impresionaba con su habilidad con la katana y su aguda percepción.

—Eres rápida, pero si no controlas tu respiración, tu velocidad te traicionará. Concéntrate en el ritmo.

Akiko, la líder, con su porte noble y autoridad natural, le recordaba constantemente la importancia del equilibrio entre fuerza y sabiduría.

—Ha-eun, no subestimes el poder de confiar en tu equipo. La verdadera fortaleza no está en hacerlo todo sola, sino en saber cuándo apoyarte en los demás.

Con estas enseñanzas y su entrenamiento constante, Ha-eun había desarrollado habilidades extraordinarias. Su agilidad y velocidad la hacían destacar entre los árboles, y sus ataques eran cada vez más precisos. Aunque todavía no entendía completamente el origen de estas habilidades, había decidido no darle más vueltas. Retroceder en el tiempo ya era un milagro en sí mismo, y sus habilidades sobrehumanas, aunque inexplicables, eran un regalo que estaba dispuesta a usar para cumplir su propósito.

Mientras el sol caía en el horizonte y el grupo terminaba su entrenamiento, Ha-eun se sentó en una rama alta, observando el paisaje. Su respiración se calmaba mientras recordaba las palabras de Mizuki.

Mientras el sol caía en el horizonte y el grupo terminaba su entrenamiento, Ha-eun se sentó en una rama alta, observando el paisaje. Su respiración se calmaba mientras recordaba las palabras de Mizuki.

"Si sigues así, un día podrías liderar el gremio."

Ha-eun negó con la cabeza, dejando que sus dedos recorrieran las callosidades formadas por meses de arduo entrenamiento.

—Liderar un gremio no es lo que busco —murmuró, su mirada fija en el horizonte teñido por el ocaso—. Todo esto es para ser lo suficientemente fuerte como para encontrar a Naraku. Para entender por qué estoy aquí y encontrar la manera de regresar a mi mundo.

De repente, un estruendo rompió la calma del bosque. Un ruido seco y fuerte, acompañado por el crujir de ramas y una vibración que sacudió el aire a su alrededor. Ha-eun se tensó de inmediato, girando su rostro en la dirección del ruido.

—¿Qué fue eso? —pensó, antes de impulsarse rápidamente desde la rama donde estaba.

Corrió con agilidad entre los árboles, saltando de una rama a otra, siguiendo el origen del estruendo. El viento frío golpeaba su rostro, pero su determinación era más fuerte. Conforme se acercaba, su corazón latía con fuerza, no por miedo, sino por una mezcla de adrenalina y alerta.

Finalmente, llegó a un claro y, ocultándose entre las ramas, observó lo que ocurría. Sus ojos se abrieron de par en par al reconocer una figura en el centro del claro.

—¡¿Kikyo?! —murmuró internamente, completamente sorprendida. Por un momento, sus pensamientos se detuvieron al verla, la sacerdotisa que le había salvado la vida tiempo atrás, enfrentándose a una mujer de aspecto extraño.

La otra mujer, de cabello corto y oscuro, tenía ojos rojos y una mirada gélida. Su kimono elegante contrastaba con la agresividad de sus movimientos. Sostenía un abanico en una mano, que agitaba con fuerza, generando ráfagas de viento afiladas que destrozaban el suelo y los árboles a su alrededor.

—¿Quién es ella? —se preguntó Ha-eun, mientras su mirada pasaba de Kikyo a la extraña mujer.

Kikyo, con su habitual serenidad, disparaba flechas purificadoras con precisión. Cada movimiento de la sacerdotisa era elegante y calculado, pero el poder del viento generado por la mujer del abanico hacía que la batalla fuera extremadamente complicada.

De repente, Ha-eun vio algo que la hizo contener el aliento: una ráfaga de viento, más silenciosa pero igualmente mortal, se dirigía hacia Kikyo desde un ángulo que la sacerdotisa no podía ver.

Sin pensarlo, Ha-eun se impulsó desde la rama donde estaba, lanzándose hacia el claro con una velocidad impresionante. Blandió su katana en un movimiento rápido y preciso, interceptando la ráfaga antes de que alcanzara a Kikyo. El impacto resonó en el aire, y los ojos de Kikyo se abrieron levemente al ver a Ha-eun frente a ella, protegiéndola.

Sin embargo, antes de que pudiera reaccionar, un segundo ataque surgió de entre las sombras. Esta vez, un enemigo oculto lanzó un proyectil oscuro directo hacia ambas. Ha-eun lo vio venir y, sin dudarlo, rodeó con un brazo la cintura de Kikyo, levantándola ligeramente mientras giraba sobre sus propios pies para evitar el impacto. Con un salto ágil, se alejó de la explosión que estalló en el lugar donde estaban, aterrizando suavemente en una posición más segura.

Ambas quedaron juntas por un momento, con Ha-eun manteniendo a Kikyo cerca para asegurarse de que no perdiera el equilibrio. La sacerdotisa finalmente volvió en sí, con su rostro sereno, pero sus ojos mostraban una ligera sorpresa que ocultó rápidamente. Con tranquilidad, Kikyo se apartó del agarre de Ha-eun y se reincorporó con elegancia.

—Estoy bien. Gracias por tu ayuda —dijo con voz calmada, aunque su mirada permaneció fija en Ha-eun por un instante más largo de lo normal.

Kikyo había visto a Ha-eun como una humana común cuando la conoció. Verla ahora, moviéndose con esas habilidades y reaccionando con tal velocidad, era algo que no esperaba. Sin embargo, su expresión permaneció imperturbable, sin mostrar el impacto que esas habilidades le habían causado.

Ha-eun, con la respiración agitada pero firme, le devolvió la mirada.

—¿Quiénes son ellos? —preguntó, refiriéndose tanto a la mujer del abanico como al atacante oculto.

Antes de que Kikyo pudiera responder, la mujer de kimono dejó escapar una risa baja y burlona, agitándose el abanico en la mano.

—Interesante. Una humana que se atreve a intervenir. Esto se pone cada vez mejor —dijo con una voz suave, pero cargada de burla.

Kikyo avanzó un paso, colocándose al lado de Ha-eun con su arco listo.

—Mantente alerta —advirtió con serenidad—. Ella no es cualquier enemiga, y parece que no está sola.

Antes de que Kikyo pudiera responder, la mujer del kimono dejó escapar una risa baja y burlona, agitándose el abanico en la mano.

—Interesante. Una humana que se atreve a intervenir. Esto se pone cada vez mejor —dijo con una voz suave, pero cargada de burla, mientras sus ojos rojos brillaban con una malicia contenida.

Ha-eun dio unos pasos al frente, apretando con fuerza la empuñadura de su katana. Su mirada estaba fija en la mujer, y su voz resonó con determinación.

—¡Me da igual quién seas! ¡No permitiré que le hagas daño a Kikyo! —gritó, sus palabras llenas de furia y valentía.

Por un breve momento, Kikyo, siempre imperturbable, abrió ligeramente los ojos al escuchar esas palabras. Sin embargo, no dijo nada y mantuvo su postura serena. Sin más advertencias, tensó la cuerda de su arco y lanzó una flecha purificadora directamente hacia la mujer, iniciando la batalla.

La flecha atravesó el aire como un rayo de luz, obligando a la enemiga a retroceder con un salto ágil. Con un movimiento rápido de su abanico, desvió la flecha, que se desintegró en una ráfaga de viento purificado.

—¡Hmpf! Parece que no solo la humana es audaz —dijo con una sonrisa burlona. En ese momento, agitó nuevamente el abanico, y una ráfaga de viento cortante salió disparada hacia Kikyo y Ha-eun, levantando polvo y escombros en su camino.

Ha-eun reaccionó rápidamente, esquivando hacia un lado, mientras Kikyo lo hacía en la dirección opuesta. Pero la ráfaga era solo el inicio. Desde las sombras del bosque apareció una enorme bestia, una criatura grotesca con colmillos afilados, piel gruesa y ojos que brillaban con un rojo intenso. El demonio rugió, sacudiendo el suelo mientras avanzaba directamente hacia Ha-eun.

—¡Cuidado! —advirtió Kikyo, lanzando otra flecha hacia la mujer del abanico, quien se presentó con una sonrisa arrogante mientras esquivaba hábilmente.

Ha-eun no tuvo tiempo de responder. La bestia saltó hacia ella, y con un movimiento rápido, levantó su katana para bloquear un golpe de sus garras. El impacto fue poderoso, empujándola varios pasos hacia atrás, pero mantuvo su equilibrio. Aprovechando su velocidad, se deslizó bajo la criatura, cortando una de sus patas traseras antes de rodar hacia un lado para evitar un nuevo ataque.

Mientras tanto, Kikyo se enfrentaba directamente contra la mujer. Cada flecha que lanzaba iluminaba el claro con una energía purificadora, pero su oponente respondía con ráfagas de viento que destruían árboles y abrían surcos en el suelo. La batalla entre ambas era un espectáculo de precisión y poder.

En un momento, Kikyo y Ha-eun se encontraron espalda con espalda, rodeadas por la bestia y la mujer.

—Concéntrate en el demonio. Yo me encargaré de ella —dijo Kikyo con calma, aunque en su voz había una nota de urgencia.

—¡Entendido! —respondió Ha-eun, girándose rápidamente para enfrentar al monstruo que la había elegido como su objetivo.

La pelea continuó con una intensidad feroz. Ha-eun utilizaba su velocidad para evitar los ataques de la bestia, saltando entre los árboles y golpeando sus puntos débiles. Cada corte con su katana desgarraba la gruesa piel del demonio, pero este seguía atacando, movido por una furia incontrolable.

Por su parte, Kikyo mantenía su compostura mientras lanzaba flechas precisas hacia la mujer del abanico, quien continuaba esquivándolas con movimientos ágiles y contrarrestándolas con sus ráfagas de viento. Sin embargo, la precisión de Kikyo era implacable, y poco a poco obligaba a su oponente a retroceder.

En un momento crítico, la bestia lanzó un ataque directo hacia Ha-eun, pero ella, utilizando toda su fuerza, saltó hacia su lomo, enterrando la katana en su cuello. La criatura rugió de dolor, sacudiéndose para intentar derribarla, pero Ha-eun se mantuvo firme.

—¡Quédate quieto! —gritó mientras hundía la espada más profundamente. Con un giro rápido, logró cortar un tendón importante, haciendo que la bestia cayera parcialmente al suelo.

Mientras tanto, Kikyo encontró su oportunidad. Con un movimiento rápido, tensó la cuerda de su arco y lanzó una flecha que atravesó el abdomen de la mujer. La enemiga dejó escapar un sonido seco: "Tsk", mientras se llevaba una mano al abdomen, tambaleándose por el impacto.

—Esto no ha terminado —dijo la mujer, ocultando su rostro tras su abanico. Con un movimiento ágil, hizo aparecer una pluma brillante, en la que se subió con gracia mientras el viento comenzaba a levantarse a su alrededor.

—Pueden quedarse con la bestia. Diviértanse un rato más —añadió con una sonrisa sarcástica, antes de alzar el vuelo y desaparecer en el horizonte.

Ha-eun, aún sobre la espalda de la criatura herida, observó cómo la mujer desaparecía. Sin embargo, no tuvo tiempo de relajarse, pues el demonio seguía luchando, a pesar de sus heridas.

—Parece que nos dejó un regalo —comentó Ha-eun, saltando ágilmente al suelo y poniéndose en guardia nuevamente, lista para terminar el trabajo.

Kikyo se posicionó junto a ella, su arco listo. A pesar de la intensidad de la pelea, su expresión seguía siendo serena.

—Terminé con ella. Ahora es momento de terminar con esto —dijo con firmeza, mientras ambas se preparaban para enfrentar a la criatura una vez más.
Kikyo tensó su arco una última vez, concentrando una energía purificadora que iluminó el claro con un resplandor blanco. Al soltar la cuerda, la flecha salió disparada con una fuerza explosiva, impactando directamente en el cuerpo del demonio. La criatura soltó un rugido desgarrador antes de ser desintegrada por completo, dejando solo un rastro de polvo flotando en el aire.

Ha-eun guardó sus katanas en un movimiento fluido, respirando profundamente mientras su mirada se dirigía a Kikyo, quien bajaba lentamente su arco. Ambas se quedaron quietas por un momento, sin decir nada, mientras una brisa fuerte corría a su alrededor, agitando sus cabellos y llenando el ambiente con una extraña calma después de la batalla.

Ha-eun fue la primera en hablar. Dio un paso hacia adelante y, con una pequeña sonrisa en los labios, dijo suavemente:

—Kikyo... Me alegro de volver a verte.

Kikyo giró su rostro hacia ella, sus ojos tranquilos pero profundos, como si estuviera evaluando cada palabra. Finalmente, asintió levemente y respondió con la misma serenidad de siempre:

—Ha pasado un buen tiempo, Ha-eun.

Los ojos de Ha-eun se iluminaron al escuchar su nombre de los labios de Kikyo. Era la primera vez que la sacerdotisa lo decía desde que se conocieron, y el hecho de que lo recordara llenó su corazón de una calidez inesperada. Por un instante, toda la tensión de la batalla y las preguntas sin respuesta desaparecieron, dejando solo aquel pequeño momento de conexión entre ambas.

Ha-eun, aún con su sonrisa, asintió lentamente.

—Sí... mucho tiempo. Pero parece que no has cambiado nada.

Kikyo sostuvo su mirada por un instante más antes de desviar la vista hacia el horizonte.

—Tú, en cambio, has cambiado mucho. Ya no eres la misma que encontré aquel día en el bosque.

Ha-eun no pudo evitar reír suavemente.

—Supongo que tenía que adaptarme... aunque nunca pensé que llegaría a pelear a tu lado.

Kikyo volvió a mirarla, y aunque su rostro permanecía sereno, sus ojos reflejaban un destello de aprobación.

—Parece que el tiempo te ha fortalecido —dijo con voz tranquila—. Pero aún tienes preguntas, ¿no es así?

Ha-eun bajó ligeramente la mirada, pensativa.

—Sí... muchas —admitió, levantando la vista hacia Kikyo con una sonrisa tenue—, pero estoy entrenando. Me uní a un gremio donde hay chicas muy poderosas, y Kaede me ha ayudado mucho. Ha sido como una abuela para mí.

Kikyo escuchó en silencio, su expresión serena pero atenta. Luego, con un ligero movimiento de su cabeza, dijo:

—Kaede... —murmuró, como evocando un recuerdo lejano antes de fijar su mirada en Ha-eun—. Me imagino que ya te contaron lo que sucedió hace 50 años y por qué estoy siguiendo a Naraku, ¿no?

Ha-eun negó con la cabeza, un poco insegura.

—Sé algunas cosas, pero no todos los detalles —respondió, curiosa por lo que Kikyo diría.

Kikyo desvió la mirada hacia el lugar donde había desaparecido la mujer del abanico. Su voz, siempre tranquila, tenía un matiz más serio mientras continuaba:

—Esa mujer que acabas de ver es una extensión de Naraku. Se llama Kagura. Aunque tiene voluntad propia, sigue siendo parte de él. Intencionalmente procuré no causarle una herida mortal. Necesitaba que regresara con Naraku para atraerlo a mí.

Mientras hablaba, Kikyo levantó la mano y la observó, como si reflexionara sobre las decisiones que había tomado.

Ha-eun la miró con los ojos abiertos por la sorpresa.

—¿Entonces todo estaba planeado? —preguntó con un tono de desconcierto—. Pensé que te estaba ayudando...

Kikyo desvió su mirada hacia Ha-eun, y aunque su rostro seguía sereno, había un leve destello de suavidad en sus ojos.

—Realmente me ayudaste —dijo con calma—. Protegiéndome cuando me atacaron de imprevisto. No importa qué tanto planee las cosas, siempre hay factores que no puedo prever. Tus acciones me dieron el tiempo necesario para concentrarme en mi objetivo.

Ha-eun asimiló las palabras por un momento, su pecho hinchándose con una mezcla de alivio y orgullo. La aprobación de Kikyo, aunque sutil, era algo que no esperaba recibir.

—Si eso es así, entonces me alegra haber estado aquí —dijo con una sonrisa ligera, llevando una mano a la empuñadura de su katana, como reafirmando su determinación.

Kikyo volvió a mirar hacia el horizonte, su semblante tranquilo pero cargado de propósito.

—Naraku no tardará en moverse. Todo lo que hace tiene un propósito, y ahora, probablemente, sabe que estoy cerca.

Ha-eun la miró fijamente, apretando los puños. Su respiración se calmó, pero su determinación era inquebrantable.

—He escuchado lo aterradoramente peligroso que es —dijo con firmeza—. Me quedaré contigo, Kikyo. Además, yo también tengo cosas que tratar con él.

Kikyo desvió la mirada hacia Ha-eun, su expresión permaneciendo seria. Por un instante, el silencio entre ambas fue casi palpable, hasta que Kikyo habló, su tono sereno, pero con una nota de advertencia.

—Lo mejor será que vuelvas al pueblo con Kaede. Esto es más de lo que puedes manejar.

Ha-eun abrió la boca para protestar, pero Kikyo alzó ligeramente una mano, deteniéndola. Sus ojos oscuros se suavizaron ligeramente mientras la observaba con atención.

—Además... —murmuró, desviando su mirada por un momento, pensativa—. Hay algo que me ha llamado la atención desde que te vi...

Ha-eun la miró con expectación, sus labios entreabiertos mientras esperaba que Kikyo terminara de hablar.

—Tu energía —continuó Kikyo, con un tono más grave—. No es como la de un humano normal.

Ha-eun frunció ligeramente el ceño, sin entender a qué se refería. Antes de que pudiera decir algo, Kikyo avanzó un paso hacia ella. Con un gesto suave pero firme, levantó una mano y colocó un dedo en el centro de la frente de Ha-eun.

El contacto fue como un destello de electricidad recorriendo su cuerpo. Ha-eun abrió los ojos con sorpresa, sintiendo un calor extraño que parecía emanar desde lo más profundo de su ser. Por un momento, el mundo pareció detenerse mientras Kikyo cerraba los ojos, como si estuviera evaluando algo invisible.

—¿Qué... qué estás haciendo? —preguntó Ha-eun, su voz un susurro nervioso.

Kikyo retiró su mano lentamente y abrió los ojos, su expresión igual de tranquila, pero con un tinte de gravedad que hizo que Ha-eun sintiera un escalofrío.

—Siento energía de Naraku fluyendo dentro de ti —dijo finalmente Kikyo, su voz tan serena como el viento que las rodeaba.

Ha-eun dio un paso atrás, tambaleándose ligeramente. Su corazón latía con fuerza mientras intentaba procesar lo que había escuchado. Tragó saliva y apenas pudo murmurar:

—¿Estás... estás diciendo que soy una extensión de Naraku?

Kikyo negó con la cabeza lentamente.

—No puedo afirmar eso —respondió con calma—. Pero lo que sí sé es que tu energía no es completamente humana. Y probablemente, por eso puedes luchar como lo haces, moverte como lo haces viniendo del futuro... No es algo común.

Las palabras de Kikyo resonaron en la mente de Ha-eun. Sus pensamientos eran un torbellino, pero antes de que pudiera hablar, Kikyo hizo una pausa. Su mirada, aunque serena, tenía un peso profundo que hizo que Ha-eun sintiera un nudo en el estómago.

—Si esto es cierto... —continuó Kikyo, su tono más bajo—. Naraku nunca deja nada de sí mismo suelto. Si hay energía de él en ti, probablemente vendrá a por ti en algún momento.

El cuerpo de Ha-eun se tensó. Un escalofrío recorrió su espalda, helándola hasta los huesos. Por un momento, no pudo decir nada, simplemente se quedó ahí, con los labios ligeramente abiertos, tratando de encontrar palabras.

Finalmente, respiró hondo, intentando mantener la compostura.

—¿Quieres decir que... que Naraku sabe de mí? —preguntó con voz temblorosa, aunque en el fondo ya conocía la respuesta.

—Sí —respondió Kikyo con serenidad, aunque su tono tenía un matiz de advertencia—. Por eso lo mejor será que te mantengas alejada de él. No sabemos qué intenciones tiene contigo.

Ha-eun apretó los labios. Sus manos temblaban levemente, pero respiró hondo una vez más, obligándose a calmarse. Decidió dejar de lado su preocupación por un momento y levantar la mirada hacia Kikyo.

—¿Y contigo? —preguntó con cautela, aunque con un dejo de curiosidad—. ¿Qué intenciones tiene Naraku contigo?

Kikyo permaneció en silencio por un instante, su mirada fija en un punto en el horizonte, como si recordara algo distante. Finalmente, giró el rostro hacia Ha-eun, y aunque su expresión seguía siendo tranquila, había un peso en sus palabras.

—Naraku no puede matarme porque una parte de él aún está atada a mí —dijo con voz serena—. La parte de Onigumo, el hombre que una vez fui encargada de cuidar.

Ha-eun frunció el ceño, intrigada por esa revelación. Dio un paso más cerca de Kikyo, sin poder evitar preguntar:

—¿Onigumo? ¿Quién era?

Kikyo bajó la mirada ligeramente, como si cada palabra la obligara a revivir algo doloroso.

—Hace muchos años, un hombre llamado Onigumo fue traído a mi cuidado. Estaba gravemente herido, quemado, y apenas podía moverse. Como sacerdotisa, mi deber era ayudar a todos los que lo necesitaran, así que lo cuidé. Pero en su corazón no había gratitud ni bondad... Solo un deseo egoísta que lo consumía por completo.

Ha-eun se mantuvo en silencio, su atención completamente en las palabras de Kikyo.

—Onigumo se obsesionó conmigo —continuó Kikyo, su voz manteniendo la calma, aunque sus ojos reflejaban algo más profundo—. Deseaba poseerme, pero sabía que nunca podría tenerme. Su obsesión lo llevó a hacer un pacto con demonios, entregándoles su cuerpo y alma para que le dieran poder. Así nació Naraku.

Ha-eun sintió un nudo en el estómago al escuchar esas palabras. La idea de alguien tan oscuro y peligroso teniendo una conexión tan personal con Kikyo le resultaba inquietante.

—Entonces... —dijo Ha-eun, dudando mientras trataba de procesar todo—. ¿Eso significa que todavía siente algo por ti?

Kikyo asintió lentamente.

—La parte de Onigumo que aún reside en Naraku... está enamorada de mí —dijo con frialdad, como si la palabra "amor" fuera un concepto vacío en ese contexto—. Pero no es un amor puro ni verdadero. Es una obsesión enfermiza, un deseo de poseer lo que nunca pudo tener. Esa es la razón por la que, incluso después de todo este tiempo, Naraku no ha intentado eliminarme por completo.

Ha-eun la miró con incredulidad, tratando de imaginar lo que debía significar para Kikyo cargar con algo así.

—Debe ser... difícil —murmuró—. Saber que esa parte de él te sigue atando de alguna manera.

Kikyo volvió su mirada hacia Ha-eun, y aunque su rostro permanecía tranquilo, había una sombra en sus ojos.

—Difícil no es la palabra —respondió con suavidad—. Lo que siento es desprecio por lo que él es y lo que representa. Sin embargo, esa misma conexión es mi ventaja. Él no puede matarme porque Onigumo lo detiene, y eso me da la oportunidad de acercarme a él cuando llegue el momento.

Ha-eun asintió lentamente, todavía procesando todo lo que Kikyo había dicho. La determinación en las palabras de la sacerdotisa era innegable, pero también podía sentir el peso que llevaba sobre sus hombros.

—Entonces... —dijo finalmente, con una mezcla de temor y resolución en su voz—. Si Naraku no puede matarte, ¿eso significa que tú planeas ser quien lo destruya?

Kikyo guardó silencio por un momento antes de responder, su mirada fija en los ojos de Ha-eun. Por un instante, el aire a su alrededor pareció volverse más denso, cargado de una emoción que Ha-eun no había sentido antes en la sacerdotisa. Finalmente, Kikyo habló, y su voz, aunque tranquila, llevaba un filo cortante que la hacía sonar más firme que nunca.

—Destruiré a Naraku por lo que hizo —dijo con una intensidad que hizo que Ha-eun se estremeciera—. La venganza... ha sido lo único que me ha mantenido con vida.

Ha-eun parpadeó, sorprendida por la franqueza de esas palabras. Había visto a Kikyo como alguien serena, casi inquebrantable, pero ahora, en sus ojos, brillaba algo más profundo: un rencor tan intenso que parecía quemar como un fuego silencioso.

—La venganza... —murmuró Ha-eun, repitiendo las palabras en voz baja mientras intentaba procesarlas.

Kikyo desvió la mirada por un momento, como si reviviera imágenes del pasado que aún la atormentaban.

—Naraku es la razón de mi muerte. Su traición, su manipulación, su existencia misma... todo lo que soy ahora es el resultado de su codicia y maldad —continuó, apretando ligeramente los dedos alrededor de su arco—. Ese odio, ese rencor, es lo único que me ha mantenido en pie desde que fui traída de vuelta.

Ha-eun nunca había visto a Kikyo así. La serenidad que siempre la había caracterizado parecía desvanecerse por un momento, reemplazada por una emoción cruda, casi visceral. Era como si por primera vez estuviera viendo a la verdadera Kikyo, alguien que había sufrido tanto y que, a pesar de todo, seguía de pie.

—Debe ser... difícil cargar con todo eso —dijo Ha-eun, con voz temblorosa pero sincera.

Kikyo mantuvo su mirada fija en el horizonte, su expresión tranquila pero cargada de una determinación fría y pesada.

—No es difícil. Es necesario —dijo con firmeza, dejando que sus palabras cortaran el aire como una hoja afilada—. Mientras Naraku continúe existiendo, no habrá paz para este mundo ni para mí. Él es un veneno que debe ser eliminado, y si mi odio es lo que me guía, entonces lo aceptaré. —Hizo una breve pausa, y su mirada se volvió más distante—. De todas formas, ya no tengo nada más que este cuerpo de barro y huesos.

Ha-eun apretó los puños, sintiendo cómo esas palabras resonaban con una tristeza que Kikyo no parecía admitir. Dio un paso adelante y, con un impulso que no podía contener, levantó la voz.

—¡Te equivocas! —exclamó, su tono lleno de emoción. Kikyo giró ligeramente la cabeza hacia ella, con una ceja apenas levantada por la sorpresa.

—Tienes a tu hermana Kaede, que no deja de pensar en ti —continuó Ha-eun, con la voz temblando levemente, pero llena de determinación—. Cada vez que habla de ti, lo hace con admiración, como si fueras su ejemplo a seguir. Para ella, sigues siendo importante, Kikyo.

Kikyo permaneció en silencio, su rostro imperturbable, aunque sus ojos se suavizaron ligeramente.

—Y además... —prosiguió Ha-eun, dando un paso más hacia ella—. Sé que no soy nadie para ti, pero para mí eres especial, Kikyo. Me has salvado no una, sino tres veces. Si no fuera por ti, probablemente no estaría aquí. —Su voz bajó un poco, pero no perdió la intensidad—. No creo que alguien lleno de odio pudiera hacer algo así.

Kikyo la observó en silencio, sus ojos oscuros estudiando cada palabra de Ha-eun. Por un instante, el viento sopló suavemente, moviendo los cabellos de ambas. La sacerdotisa finalmente desvió la mirada hacia el horizonte una vez más, como si intentara encontrar una respuesta en los árboles que se mecían a lo lejos.

—Mis acciones no tienen nada que ver con bondad, Ha-eun —dijo finalmente, con un tono calmado pero frío—. Hice lo que creí necesario. Salvarte fue una decisión, no un acto de compasión.

Ha-eun frunció el ceño y negó con la cabeza.

—Quizá fue una decisión, pero fue tu decisión —replicó—. Y eso significa algo, Kikyo. Si fueras solo una persona llena de odio, no te habrías molestado en ayudarme. No puedes negar eso.

Kikyo guardó silencio nuevamente, pero esta vez su expresión parecía menos rígida. Aunque no lo dijo en voz alta, las palabras de Ha-eun parecían haber calado en su interior. Finalmente, la sacerdotisa habló, con un tono apenas más suave.

—Eres persistente... y extraña —dijo, con una ligera nota de aceptación—. Pero ten cuidado, Ha-eun. No dejes que tus palabras te cieguen. El odio de Naraku es como un veneno: puede extenderse más allá de lo que imaginas. Si decides enfrentarlo, asegúrate de no perder lo que te hace ser quien eres.
Otro viento fuerte se apoderó del claro, haciendo que las hojas caídas revolotearan en el aire como si el bosque mismo se resistiera a la calma que seguía a la batalla. Kikyo miró hacia el horizonte, donde las copas de los árboles bailaban con el viento, y habló con su habitual serenidad.

—Es momento de que me vaya —dijo, girándose lentamente, su figura manteniendo la misma gracia y firmeza con la que siempre se movía.

Ha-eun la observó en silencio por un instante antes de dar unos pasos hacia ella. Sin pensarlo, levantó la voz.

—¿Te volveré a ver? —preguntó, intentando mantener la calma, pero había una clara nota de ansiedad en su tono.

Kikyo se detuvo un momento, girando apenas el rostro hacia Ha-eun.

—Si ambas vamos tras Naraku, lo más probable es que nuestros destinos se vuelvan a cruzar.

Ha-eun apretó los labios y asintió, aunque su corazón sentía el peso de la despedida. Respiró hondo y dijo con una voz firme:

—Hasta entonces, Kikyo... por favor, cuídate. Prometo que seguiré entrenando, me haré más fuerte para poder luchar a tu altura.

Kikyo permaneció en silencio por un instante, como si evaluara sus palabras. Finalmente, volteó ligeramente hacia ella, y sus labios se curvaron apenas en una expresión que casi podría interpretarse como una sonrisa.

—Electricidad —dijo de repente, sin previo aviso.

Ha-eun frunció el ceño, claramente confundida.

—¿Electricidad? ¿Qué quieres decir con eso? —preguntó, sin entender.

Kikyo se giró completamente hacia ella por un instante, mirando sus manos con una intensidad que parecía atravesar su piel.

—Por tus manos corre electricidad —explicó Kikyo—. Tendrás que practicar si quieres aprender a controlarla.

Ha-eun abrió la boca para responder, pero las palabras no salieron. Su mente estaba llena de preguntas, pero Kikyo no esperó a que las formulara. Dio media vuelta nuevamente y comenzó a caminar, su figura desvaneciéndose poco a poco entre los árboles mientras el viento seguía soplando, arrastrando hojas y polvo a su paso.

Ha-eun permaneció inmóvil, su mente tratando de darle sentido a las últimas palabras de Kikyo. Miró sus manos, las abrió y cerró lentamente, intentando percibir algo diferente. Pero, en ese momento, no sintió nada. Aun así, las palabras de Kikyo quedaron grabadas en su mente.

—Electricidad... —murmuró para sí misma, cerrando los ojos mientras dejaba que el viento acariciara su rostro.

Cuando volvió a abrirlos, Kikyo ya había desaparecido por completo, como un susurro perdido entre los árboles. El bosque quedó en silencio, pero el viento continuaba, como si se negara a permitir que ese momento se desvaneciera por completo.

Ha-eun dio un paso hacia adelante, mirando hacia el lugar donde Kikyo había desaparecido.

—Lo prometo, Kikyo. Me haré más fuerte... no importa cuánto me cueste —dijo, sus palabras firmes pero llenas de emoción. Luego, apretó con fuerza la empuñadura de su katana y se dio la vuelta, regresando por el camino que había seguido al escuchar el estruendo.

Cuando Ha-eun volvió al pueblo, el aire ya estaba impregnado del aroma de la cena que los habitantes preparaban en pequeñas fogatas. El crepúsculo cubría el cielo con tonalidades anaranjadas y rosadas, y los sonidos del día se desvanecían poco a poco. Aunque el cansancio pesaba en su cuerpo, una sonrisa brillaba en su rostro, imposible de disimular.

Kaede, quien la esperaba junto a la choza, levantó una ceja al notar el brillo en los ojos de Ha-eun.

—Veo que algo bueno ocurrió —comentó con tranquilidad, apoyándose en su bastón.

Ha-eun, todavía un poco agitada por lo que acababa de vivir, se dejó caer en el suelo junto a Kaede, soltando una risa ligera.

—¡La vi otra vez, Kaede! A Kikyo. Estaba ahí, peleando contra una mujer con un abanico gigante. ¡Fue increíble! —dijo emocionada, agitando las manos para describir la escena.

Kaede la miró con una mezcla de curiosidad y paciencia, esperando a que su entusiasmo se asentara.

—¿Y qué fue lo que pasó esta vez? —preguntó la anciana, sentándose a su lado.

Ha-eun comenzó a relatar cada detalle, desde su aparición en el claro hasta cómo ayudó a Kikyo a enfrentarse a la extraña mujer. Había un brillo en sus palabras, como si reviviera cada momento con una mezcla de orgullo y asombro.

—¿Sabes lo que me dijo? —añadió Ha-eun, inclinándose un poco hacia Kaede como si fuera a contarle un secreto—. Me dijo que he cambiado. ¡Que ya no soy la misma chica torpe que encontró en el bosque! ¿Te imaginas? ¡Kikyo me lo dijo a mí!

Kaede sonrió suavemente, viendo cómo la energía de Ha-eun iluminaba la conversación.

—Parece que le dejaste una buena impresión. No es fácil que mi hermana diga algo así de alguien —comentó, aunque su tono ocultaba un leve toque de humor.

Ha-eun asintió con entusiasmo, recostándose sobre el suelo y mirando las estrellas que empezaban a aparecer.

—No sé por qué, pero verla me da fuerzas. Es como si... si quisiera demostrarle que puedo ser tan fuerte como ella algún día. —Se quedó en silencio por un momento antes de soltar una risa nerviosa—. Aunque creo que me falta muchísimo para eso.

Kaede miró el cielo junto a ella, pensando en las palabras de su hermana y en la conexión inesperada que parecía estar surgiendo entre las dos jóvenes.

—No es cuestión de ser tan fuerte como Kikyo, Ha-eun. Es cuestión de encontrar tu propia fuerza. Lo que tienes dentro es diferente, y eso está bien —dijo con calma.

Ha-eun volteó la cabeza para mirarla, con una sonrisa ligera pero sincera.

—Quizá tengas razón. Pero mientras tanto, ¡voy a seguir entrenando! No pienso quedarme atrás —declaró con una determinación que casi hizo reír a Kaede.

—Eso espero, niña. Porque el mundo en el que estás ahora no espera por nadie —respondió Kaede, levantándose con ayuda de su bastón—. Pero por ahora, ven. Es hora de cenar, y necesitarás energía si vas a seguir con tu entusiasmo desbordante.

Ha-eun se levantó de un salto, sacudiéndose el polvo de las manos.

—¡Eso suena perfecto! ¡Me muero de hambre! —exclamó, siguiendo a Kaede hacia la choza mientras su estómago rugía en perfecta sincronía con su buen humor.

Las risas de ambas se perdieron en la calma del pueblo, mientras las estrellas brillaban en lo alto, testigos de un día más lleno de aventuras.