7. Ostras
—No parece que esta ciudad fuera destruida por un huracán hace solo unos años, ¿no? —pregunta el rubio por hacer conversación mientras caminan calle abajo.
—Ah, sí, disculpa si no te besamos los pies para agradecértelo a ti o a tu familia, señor Archangel —responde sarcástico.
—¡No lo digo por eso! —protesta.
—En realidad se ve toda bonita y nueva y brillante… aunque hay algunas zonas que aún están un poco en escombros —señala en una zona que se ve desde ahí.
—Sí, ya me he dado cuenta cuando veníamos antes en los caballos —asiente—. ¿Has estado alguna vez en Saint Denis?
—Alguna vez… —admite encogiéndose de hombros—. No es mi favorita.
—¿Por qué no? ¡Seguro es que no la has visto bien!
—Es muy grande y… muy sucia. La gente parece tener prisa todo el tiempo.
—¡Claro que no! ¿A qué fuiste ahí? ¿A atrapar a alguien?
—No, esto fue antes —le sonríe de ladito.
—¿Antes?
—Bueno, en una época… O sea, no sé si tú has estado en Van Horn.
Aziraphale niega.
—Es un pueblo pequeño. Annesburg es el puerto grande de New Hannover, así que en Van Horn solo hay borrachos y pescadores. Y hay tan poca gente que las mismas personas usualmente tienen que pluriemplearse para ser esas dos cosas.
El rubio sonríe un poquito con esa broma.
—Lo más bonito que tiene es la iglesia blanca del convento de las monjas, así que robar ahí pronto se nos empezó a quedar pequeño a los chicos y nos fuimos a la ciudad, donde la gente no venía a buscarte al estúpido convento por nombre y apellidos a que te dieran con la vara y te hiciera copiar cuartillas y cuartillas de libros de Oras después de los trabajitos.
—Oh… ¿Te daban con una vara?
—Creo que aun debo tener las marcas, te las mostraría, pero ya piensan bastante mal de ti en el burdel —se señala el culo.
—¡Ni me lo recuerdes! —aprieta los ojos haciéndole reír un poco—. ¿Nunca fuiste a robar a la Mansión Archangel?
—Claro que no, éramos carteristas de poca monta, prácticamente mendigos. A veces pienso que nos hubiera ido mejor pidiendo. Hasta que…
—¿Ajá?
—Bueno, conocimos a alguien peor. Alguien a quien no debimos haber conocido, definitivamente —se acerca a la barandilla metálica y pintada de blanco en enésimas ocasiones de la zona del paseo, mirando hacia el lago y a la ribera de arena donde hay algunas barcas varadas y cuerdas amontonadas.
—¿En la ciudad? —le mira de reojo, deteniéndose a su lado.
—Oh, sí. Y después de eso, la mansión estaba prohibida… —asiente sonriéndole.
—¿Por? —frunce el ceño.
—Bueno, uno no muerde la mano que te da de comer, ¿no? —se encoge de hombros.
—Pero dijiste que no habías trabajado para mi tío.
—Pues no directamente, pero eso no significa que no trabajara para personas que lo hacían.
Aziraphale suspira y luego mira hacia el cielo azul y a las casas blancas de la orilla bañadas en luz dorada, pensando en eso en silencio unos instantes. Él había creído toda la vida ser una familia tan recta e irreprochable. A Gabriel y a los otros se les llenaba el pecho de orgullo de decir su apellido y a veces Aziraphale hubiera querido que le hubieran puesto el apellido de su madre y todo… ¿para qué? Sus manos y las de su familia no parecían estar más limpias que las de este hombre.
—Eh, venga, no te flageles —intenta consolarle el pelirrojo un poco al notar la cara que pone.
—No, es que no sé si alguna vez pueda perdonar a mi tío y hasta a mí mismo todo esto.
—Pues no eras necesariamente tú quien lo estaba haciendo.
—No, pero igual. Yo me beneficiaba de ello aun sin saberlo. Estábamos tan orgullosos…
—Pues sí, pero… yo no se lo voy a contar a nadie.
Aziraphale le mira de reojo con eso.
—¿Vas a contarlo tú? —pregunta y este niega—. Pues ya está, no tiene por qué cambiar nada.
—Pero ¿en qué clase de persona me convierte a mí eso?
—Pues en alguien que hace lo que puede con las cartas que le ha repartido la vida —se encoge de hombros.
Aziraphale le mira de reojo con eso y en realidad se siente un poquito mejor. O no, porque el problema sigue estando ahí y esto no lo resuelve, pero al menos sí se siente un poquito menos solo.
—¿Sabes? Algunas veces hablábamos de esto con mis primos. Gabriel siempre lo negaba todo y decía que no quería meterse en esas cosas, que confía ciegamente en su padre y que todo es publicidad de los partidos de la oposición.
—Suena a que no hay más ciego que el que no quiere ver.
—Miguel, por otro lado... Ella siempre dijo que así era el mundo y más nos valía entender rápido que había escoria que nunca podría ser erradicada y que el fin justifica los medios.
—No sé cuál suena peor... —comenta y Aziraphale suspira.
—¿Vamos a comer algo? —propone. Crowley sonríe y asiente.
—¿Puedo hacerte una pregunta un poco rara? —pregunta el caza-recompensas mientras caminan por el puerto, buscando la taberna que le dijeron a Aziraphale, mirándole de reojo.
—Te refieres a otra, supongo —le sonríe el rubio, tan marisabidillo.
—Uhm. Sí, vale. ¿Sabes si tu prima tenía... uhm... —vacila porque no sabe cómo describirlo—, Un rollo con alguien de una banda?
—¿Qué? ¿Quién? ¿Miguel?
Crowley se encoge de hombros.
—Pues ella... siempre quería estar en esos asuntos hasta donde sé, le reclamaba constantemente a Gabriel que no la dejaran participar de esas cosas por ser mujer —explica el rubio.
—Entre los chicos se decía que alguien estaba... cobrando más que dinero de la casa Archangel, ya sabes a lo que me refiero. Todo eran rumores raros y nadie nunca había visto nada, pero siempre había alguien que le había dicho a otro alguien que habían oído... cosas.
—¿Con Miguel?
—Pues... no lo sé seguro. Hablaban de una chica de la casa. Decían que el que si alguien podía pillarla y casarse con alguien así heredarían un pico y tendrían la vida resuelta. No me extrañaría que algunos intentaran... cosas.
—Ella... no parecía nunca estar interesada en el matrimonio. Uriel era la que siempre hablaba de cuando se casara y tuviera hijos. Por supuesto, mi tío arregló una boda para ella igual que lo hizo más tarde para mí y ahora está montando la de Gabriel.
—Oh, ¿En serio?
—Sí, ella se casó con uno de sus mayores socios, igual que Gabriel está prometido con la hija de unos inversores. Pronto prometerán a Uriel también —explica entrando a un local de mala muerte como todos los de por ahí, con cristales tintados en la ventana y la pintura saltada de las paredes.
Crowley le sigue con tranquilidad, pidiendo una mesa para dos y un par de cervezas con un gesto a la gente de la barra, escuchándole con interés.
—Es bastante feo el caso de ella —admite Aziraphale valorándolo mientras se sientan en la mesa que les han señalado—. Quiero decir, Muriel, por ejemplo, conmigo se llevaba solo diez años, pero el marido de Miguel es un tipo treinta años mayor que ella, todo calvo y... ella le detesta un poco. Raguel Divine se llama.
—Oh —comenta Crowley mirándole con eso.
—Sí... Vienen en navidad. Con el hijo. No sé cómo es que la embarazó, porque ese hombre ya no parece tener edad. Además, algunas personas del servicio dicen que el niño no es suyo porque Miguel lo tuvo prematuramente después de las nupcias.
Crowley levanta una ceja, pensando que a Miguel alguien más le hizo un bombo y el tío la casó ya embarazada antes de que perdiera también la dignidad.
—Pero bueno. Gabriel, por ejemplo, está prometido a una chica que es más joven aun de lo que era Muriel. Rubia y toda bonita llamada Sariel. Primero mi tío quería que yo me casara con ella, pero decidió que era más digna de Gabriel.
—¿Y tú? —pregunta cuando les traen las cervezas.
—¿Yo qué?
—¿Con quién te hubieras casado de haber podido elegir? ¿Con tu futura cuñada?
—Uhm... —se lo piensa—. No. No creo —arruga la nariz.
—¿No? ¿Entonces?
—Bueno, Muriel... me caía mejor. Su forma de hablar y las cosas que pensaba... teníamos más en común.
—Pero no te acostabas con ella.
—P-Pues no —se sonroja.
—¿Tiene esto algo que ver con lo que te han dicho en el burdel?
—¿Q-Qué? —levanta las cejas y le mira.
—No sé, solo digo —se encoge de hombros y toma un poco de cerveza para fingirse ocupado y sin atreverse a mirarle a los ojos porque vaya con la preguntita. Bastante le está costando hacerla.
—¿Qué no sabes? —insiste él sí mirándole fijamente porque no le estará preguntando si de verdad... Si él... Espera. ¿Será que Crowley...? No, pero no puede ser. ¿O sí?
Crowley le mira fijamente por encima de las gafas y Aziraphale se sonroja.
—S-será mejor que pidamos algo de comer —cambia de tema el rubio tomando la carta.
El pelirrojo pone los ojos en blanco porque… ha estado bastante cerca otra vez, pero es que va a tener que puto saltar como con el caballo, completamente a ciegas y confiando en no partirse el cuello al hacerlo.
—Mira, además de las ostras tienen pescado frito y… ¿Quieres algo de marisco? ¿Cómo puede ser que vivieras en una ciudad portuaria y nunca probaras las ostras?
—Pues ¿tú sabes el precio de esas mierdas?
Ojos en blanco.
—Cuando era pequeño, solíamos ir a unos merenderos en Saint Denis… Tenían vistas al mar desde la mesa y venían unos hombres a tocar el acordeón. Hacían la mejor tarta de limón en ese lugar —explica de repente, acordándose y sonriendo un poco.
—Nosotros, en los días de tormenta, nos colábamos al campanario del convento y veíamos llover mar a dentro. Caer los rayos en el mar y el viento —le explica de vuelta, recordando eso él y sonriendo también.
Aziraphale se gira a la camarera que ha venido a tomarles nota y le explica todas las cosas que van a pedir antes de girarse también a Crowley.
—Desde que confesaste tus crímenes, hablas mucho de eso, ¿no? —sonríe el rubio.
—¿De qué? —el caza-recompensa se tensa por el tema de la confesión.
—Pues de tu vida de niño, supongo que, sin familia, entre los chavales os hacíais como una hermandad —hace un gesto juntando las manos y entrecruzando los dedos.
—Ah, bueno —se relaja al notar a qué se refiere—. Había algunos que no me caían del todo mal —sonríe de lado.
—¿Y otros que sí?
—Pues… Lo que pasa es que todo era una constante lucha de poder, ¿sabes? Todo el mundo quería ser todo el tiempo el cabecilla y la mayoría no confiaban apenas unos en los otros más que en lo imprescindible. Muchos querían el poder para quedarse más parte de los botines y lo intentaban conseguir con violencia, así que había peleas constantes.
—Oh.
—Yo lo que quería era largarme. Al principio la guita fácil es muy golosa, pero pronto los crímenes eran peores y más arriesgados. La mayoría éramos solos unos críos idiotas.
—Pero aprendiste a colarte en un tren.
—Aprendí un par de cosas más que esa —sonríe.
—¿Cómo cuáles?
—Si te quedas por aquí lo bastante —hace un gesto para señalar a su alrededor—. Las veras.
—Y tú… —empieza Aziraphale a preguntar a la vez que sigue Crowley, muy sincronizados. Se ríen un poco y el pelirrojo le hace un gesto con la mano para que diga el primero, pero Aziraphale niega para que hable él.
—No, no, di tú —pide Crowley.
—Es solo que… Es una tontería. Mejor acaba la idea —le pide el rubio.
—No, bueno, te iba a preguntar por ti.
—Ah, yo… estudié.
—¿Estudiaste? Por qué no me sorprende.
—Mi tío quería que yo fuera médico. El plan era que Gabriel seguía su carrera política y yo… era medicina o sacerdocio. Y la verdad, yo prefería el sacerdocio, pero él decía que eso no era útil en la vida práctica de la familia.
—¿Así que eres médico?
—¡Dios me libre! ¡No!
—¿Cómo no? —pregunta mientras les traen los platos de lo que han pedido.
—Bueno, sé de medicina, porque pasé los exámenes de la academia con honores, pero solo de manera teórica porque estudiar y los libros siempre me han gustado y se me ha dado bien, pero lamentablemente me mareo bastante al ver sangre —explica encogiéndose de hombros y relamiéndose un poco con la comida.
—Así que médico… teórico —se burla un poco y ahí va de fuera el botecito de salsa picante sempiterno.
—¡No le vas a poner salsa de esa al pescado fresco! —le riñe.
—¿Por qué no? —le mira.
—Pues ¡porque no! ¡Le vas a matar todo el sabor!
—Ah —se relaja con eso porque pensaba que a lo mejor las ostras se volvían venenosas con salsa picante o algo así, de modo que si ese es el motivo planea ignorarle ampliamente.
—No, no, lo digo en serio —insiste y le pone la mano sobre la que está sujetando el botellín, haciéndole apartarlo—. Al menos prueba una sin ello primero.
—Vaaaale —ojos en blanco y lo deja en la mesa.
Aziraphale sonríe y elige una ostra, tendiéndosela. Crowley la toma e inclina un poco la cabeza para mirarla y luego la olfatea un poco.
—Tienes que comerte la parte blanda que hay por encima. Si encuentras algo duro, para.
—¿Duro?
—Las ostras a veces tiene perlas.
—Ay, ya, claro que sí —se ríe porque cree que le está tomando el pelo.
—No, no, lo digo en serio —le sonríe—. Normalmente se las quitan antes siquiera de venderlas, pero a veces hay algunas pequeñitas que se les pasan
—Seguro, seguro. O sea, me estás diciendo que quizás podría encontrar una perla que vaya a pagarnos toda la cena, en la misma cena.
—¿Cómo crees que se hacen las perlas si no?
—Pues yo qué sé. Como el oro… Las deben encontrar esos tíos tan raros que luego se la pasan removiendo el fondo de los ríos con tamices y los pantalones arremangados.
—No, no… es un método de defensa de la ostra —levanta la suya y se la señala—. Cuando le entra una piedra o arena o algo así en la concha, segregan el nácar, que recubre este cuerpo extraño y así las protege —explica y luego procede a lametearla dando entender porque alguien podría usar esta actividad como símil del sexo oral.
Crowley le mira unos instantes con la boca abierta y luego parpadea saliendo de su estupor valorando lo que ha dicho.
—Pffffff… Sí, claro —se ríe, sin creerle—. En Van Horn decían que la gente se las come vivas para asustarnos —recuerda de repente, intentando imitarle y comerse la suya.
—Es que están vivas —explica Aziraphale tan tranquilo yendo a por otra—. De hecho, si te comes una que no lo está es cuando te enfermas.
—¿Qué están qué? —casi se atraganta.
—Vivas —repite comiéndose la siguiente y volviendo a embobarle un poco—. El marisco tiene que comerse así, si no, sienta mal. En el merendero este del que te hablaba, tenían tanques de agua marina con langostas y cangrejos y te dejaban escoger el que te querías comer.
Crowley le mira desconcertado con eso, porque piensa que si ya le cuesta el asunto en las matanzas del puerco o cuando caza conejos en la montaña.
—Además, ¿no que los niños en los pueblos de costa van a las zonas rocosas a comer moluscos del suelo directamente?
—¿A comer qué?
—Como unas pirámides pequeñitas que se pegan en las rocas y todo eso.
—Ah, las lapas—asiente recordándolo y haciendo el gesto experto con la mano en el cuchillo para arrancarlas de la roca cuando se abren para respirar—. Pues sí, pero esas son plantas. Como comer cerezas de un árbol.
—¡No son plantas, Crowley! ¡Son moluscos! Y también se comen vivos.
—¿Cómo no van a ser plantas, si son todas verdes? Serán… algas, si quieres.
Aziraphale le mira y niega con la cabeza y la verdad es que el pelirrojo le mira con eso un poco asustado, tragando saliva. Porque no pueden… no… o-o sea. Es que él creía… Y ha comido como millones de esas.
—Lamento que te hayas enterado así —le da unas palmaditas en la espalda para confortarle. Crowley bufa un poco porque… joder, debería volverse vegetariano—. Anda, hablemos de otra cosa, ¿por qué no me cuentas más de tus aventuras? Estaba pensando antes que, si eres caza-recompensas ahora, debes haber atrapado a muchos de tus antiguos compañeros.
—Pues alguna que otra vez, sí —suspira—. ¿Sabes cómo empezamos en esto?
Aziraphale niega con la cabeza mientras sigue comiendo obscenamente. Crowley carraspea un poco intentando concentrarse y no perder el hilo de las palabras cada tres segundos.
—Teníamos una… estafa —explica—. Nos íbamos de ciudad en ciudad por todo el estado y cuando empezaban a aparecer recompensas por la cabeza de alguien, los demás nos organizábamos para entregarle, cobrar la recompensa y luego sacarlo de prisión.
La boca abierta del rubio con eso.
—Debo admitir que más de una vez salió mal, así que era algo bastante arriesgado —se pasa una mano por el pelo—. Pero a mí me mandaban a hablar con los Sheriff porque nunca he sido del tipo grande y musculoso que puede hacer otra clase de trabajos, pero tengo labia.
—Oh. Sí que la tienes —admite sonriendo un poco y eso hace al otro sonrojarse un poco y carraspear porque en el entrenamiento de maleante no entraba el curso de encajar cumplidos.
—B-Bueno, el caso es que pronto empezó a dárseme de lujo y… Tenía que parecer que yo no pertenecía a la banda justo para que fuera creíble. Hasta que cuando logré salir de ahí me di cuenta de que era lo que mejor sabía yo hacer.
—Pero como… ¿cómo sacabais a la gente de la prisión?
—Normalmente con explosivos. Había un tío… El sapo. Daba puto miedo con eso, una vez quemó medio pueblo—explica.
—¿El sapo?
—Ah, todo el mundo tenía apodos así —vuelve a sonrojarse un poco—. Los líderes tenían nombres de demonio así del tipo "Lucifer" y "Belcebú" y cosas parecidas. No creas que no eran igual de ridículos.
—Oh… supongo que infundían respeto.
—Más bien nos daban sensación de… malotes o algo. Algunos decían que era por seguridad, era mejor no conocer nuestros nombres reales por si alguien nos traicionaba, cosa que pasaba como cada dos semanas.
—¿Entonces no te llevabas bien con nadie?
—Bueno, este tío, el sapo, por ejemplo… era un imbécil. Se llamaba Hastur y lo sé porque estaba conmigo en el orfanato de Van Horn. Sus padres estaban vivos, pero no tenían dinero para mantenerlo así que lo llevaron ahí... Siempre decía que cualquier día lo sacarían y se creía mejor que los demás solo por eso.
—Pero ¿entonces no era huérfano?
—A efectos prácticos, es como si lo hubiera sido.
—Ah, así que ¿era como tu hermano?
—Más bien no. Me pegaba cada que podía para hacerse el fuerte y acojonar al resto. Y siempre decía que yo tenía el trabajo más fácil, como si entrar a hablar con los Sheriff a hacerme el niño bueno no fuera algo jodidamente arriesgado también.
Aziraphale se limpia un poco la boca habiendo acabado de comer.
—Bueno, teniendo en cuenta el asunto de los explosivos, sí parece que lo tuyo era más fácil —sonríe, molestándole un poco. A lo que Crowley le mira indignado.
—¿Qué? ¿Sabes cuántas veces los cabrones me hacían salir de personaje? —protesta con eso—. Les llevaba yo todo serio así de "estaba con mis padres en el mercado y vi a este tipo rondando por ahí. Recordaba haber visto su cara en los carteles de la iglesia así que no me quedó otra que ser un buen samaritano y atraparle" —hasta pone su vocecita lastimera.
—¿Eso les decías a los Sheriff? —sonríe de ladito.
—Pues te ríes, pero lo del buen católico colaba como nueve de cada diez veces —le mira y sonríe también—. El caso es que ahí me tenías a mí, asegurando que la recompensa iba ir al cepillo de la iglesia o alguna mamada relamida similar y los muy imbéciles muertos de la risa por ahí atrás. No sé cómo no nos pillaron más veces.
—Todo un actor tú, entonces —inclina la cabeza imaginándoselo.
—Genio y figura —le sonríe.
—A mí me hubiera gustado ser actor —suspira—. Formar parte de una compañía y la vida bohemia. Ir por todo el mundo conociendo lugares y gentes distintas y tener todas esas ropas de colores y los escenarios.
—Pfff… ¿Tú? ¿El que no es capaz de mear tras de un árbol ir en una caravana por todo el mundo?
Aziraphale le fulmina un poco yendo a pagar la cena, sacándole la lengua. Crowley sonríe y se estira un poco, levantándose para ir a la puerta a esperarle y ahí sale el rubio tras unos instantes.
—¿Qué te apetece ahora? ¿Algo de vida nocturna? —pregunta el pelirrojo.
—La verdad es que no, estoy un poco cansado porque hemos dormido mal estos días —asegura, pero se muerde el labio porque estaba muy divertido con estas historias.
—Podemos volver al burdel —propone encogiéndose de hombros.
Aziraphale bufa un poco empezando a caminar para allá, poniendo los ojos en blanco porque seguro que ahora que llegaran Crowley se iba a conseguir todas esas chicas para acostarse con ellas. Es que ¿a quién se le ocurría si no a él ir a alojarse en uno de esos lugares?
—Venga, ¿qué pasa? —pregunta, divertido al notar que bufa.
—Pues que… nada —sigue refunfuñando porque además es que… Crowley ha dormido hasta medio día así que seguro no tiene sueño.
—Ya, ya sé —suspira el pelirrojo y le rubio le mira de reojo, porque… ¿Cómo que sabe? ¿Qué es lo que sabe? —. Aunque la próxima vez que quieras invitarme a una cita, por lo menos deberías decírmelo con todas sus letras —decide disparar al aire mientras camina a su lado sin mirarle.
—¿Q-Qué? —levanta las cejas porque ni por un segundo se le había ocurrido esta idea, intentando procesar lo que quiere decir con ello.
—Solo digo… —se encoge de hombros y trata de seguir cool con el tema, como si no estuviera diciendo lo que ha dicho—. Que con un poco de más de tiempo me hubiera… no sé, conseguido algo de ropa nueva o hubiera buscado un lugar mejor al que llevarte.
—Esto no ha sido… No está siendo… N-No es… O sea… —Aziraphale vacila porque… la verdad no estaba pensando en esto como una cita, pero ahora que lo ha dicho él, algo de cita sí que tiene. O sea, no, porque él NUNCA tendría una cita con alguien como Crowley, pero… aparte de eso todo lo demás sí parecía una cita.
—No, no, claro —asiente el pelirrojo con esa respuesta, con el corazón acelerado y sintiéndose en pánico de nuevo. Retrocediendo en sus palabras al no sentir una respuesta positiva.
—¿No? —vacila, porque… ¿cómo qué no? ¿No acaba de decir que sí? O sea, una cosa es que él no lo considere una cita por razones obvias y otra que Crowley cambie de idea. ¿Por qué dice que no es una cita ahora?
—Supongo que no —se encoge de hombros sin mirarle, súper nervioso.
—O sea, lo que digo… —Aziraphale vacila de nuevo porque… no era una cita hasta que Crowley lo ha dicho, y ahora que ha dicho que no lo es, le molesta que de repente no lo sea.
—Tranquilo, no tienes que justificarte —el pelirrojo le mira de reojo porque quizás ha vuelto a pasarse un poco.
—¡No me estoy justificando! —protesta el rubio.
—Lo que digo es que estoy bromeando —se defiende.
—¡Pues, aunque sea una broma! —protesta de nuevo aun de peor humor porque ¿ahora todo esto es una broma para él?
—Vale, vale. Lo siento, ¿vale? No pensé que fueras a enfadarte tanto. Cielos —pone los ojos en blanco, de malas.
—No estoy enfadado —replica, enfadado.
Crowley le mira de reojo y pone los ojos en blanco, pensando que menos mal que no lo está, imagina que lo estuviera.
Aziraphale bufa, cruzándose de brazos y pensando en por qué ahora de repente no quería que fuera una cita. Bueno, pues si no lo quería, él tampoco. No lo había sido desde el principio y ya de todos modos.
Crowley le mira de reojo sin entender qué… qué le pasa ahora ni en qué está pensando. O sea, no es como que él hubiera tenido muchas citas en general, pero venga, que no podía decir que esto no estuviera pareciéndose sospechosamente a una. Además, maldita sea, a una de las buenas.
El rubio apresura el paso porque si antes tenía ganas de seguir hablando con él, ahora de lo que tiene ganas es de largarse a su cuarto y no verlo en un buen rato.
—Creo que voy a pedir que un carro me lleve de vuelta —decide de repente el rubio.
—¿Qué? Oh, venga, no seas ridículo, no estamos tan lejos.
—Pues quizás no, pero estoy cansado. Espero verle mañana en el desayuno a las nueve de la mañana —asegura.
Crowley nota el tono y que otra vez vuelve a llamarle de usted.
—Fell, esto es absurdo. ¡Solo camina conmigo!
—Lo lamento, pero prefiero no hacerlo —se gira a la calle a pedir un carro, levantando la mano.
—Está ahí al final de la calle, solo son unos cuantos pasos.
—No me importa —no le mira, aun mirando a ambos lados de la calle.
—¿Todo esto solo porque te he hecho una broma? ¿Qué es lo que te ha ofendido tanto?
—No estoy ofendido, estoy cansado.
—No estabas tan cansado cuando te estabas burlando de mi hace veinte minutos porque no me sé la vida secreta de los bivalvos —protesta señalando al puerto.
Aziraphale le mira un segundo con eso porque… ahora les ha llamado bivalvos. ¿Será que se estaba haciendo el tonto y solo quería que él le contara esas cosas sobre las perlas y todo eso? Un carro se para frente al rubio y este se sube.
—Estás haciendo el ridículo —asegura Crowley quitándose las gafas de sol y pellizcándose el puente de la nariz.
Aziraphale levanta la nariz diciéndole al cochero a donde es que quiere que le lleve y este vacila un poco con eso, pero ahí va a ponerse en marcha.
Crowley le mira irse, caminando en la misma dirección por la acera.
El coche se para solo unas cuantas casas más adelante es un viaje extremadamente corto, ni siquiera ha dado tiempo a perder al pelirrojo de vista.
De hecho, en lo que Aziraphale se baja del carro y le paga al cochero es que Crowley llega a la entrada del burdel también, mirándole con cierta cara de circunstancias.
El rubio le fulmina un poco entrando tras él porque no pensaba que estuviera en esta calle, la verdad, se ha desorientado un poco, pero cuando se ha dado cuenta ya era tarde para arreglarlo.
Dentro se oye la música que viene de la zona de bar y Crowley vacila un instante, pensando en si no sería más fácil todo esto si fuera a buscar una chica para tirársela y ya.
Aziraphale ni siquiera quiere pararse a ver si acaso lo hace o no, yendo directo a las escaleras.
El pelirrojo se muerde el labio porque lleva toda la tarde pensando y girando alrededor de este estúpido sodomita, rubio y obstinado que no es siquiera capaz de decirle si acaso le interesa esto de algún modo o no, no en una chica aleatoria. Y ni siquiera sabe por qué, el tío no podría ser más insufrible y remilgado.
Piensa que si se acuesta con una chica cualquiera no va a poder concentrarse del todo y no va a disfrutarlo lo bastante. Echa la cabeza atrás porque no puede este tipo haberle jodido el sexo ahora solo porque es un poco... mono y come de manera rara.
Ugh. Y aun así se va para arriba mirando que llaves le han dado a él y viendo que su cuarto no está en el mismo piso así que decide pasarse por el cuarto de Aziraphale primero.
Golpea la puerta con los nudillos, apoyándose en el marco y se aparta un poco para dejar pasar a una pareja besuqueándose como si se fuera acabar el mundo en los próximos cinco segundos que sigue de camino al final del pasillo.
—¡El cuarto está ocupado! —chilla el rubio desde dentro.
—Tienes ahí mis cosas. Y a mí planta.
Hay unos instantes de silencio antes de que casi le tire la estúpida planta a la cabeza. Crowley la toma al vuelo mientras su bolsa cae a sus pies.
Aziraphale le mira furiosamente.
Crowley le sonríe un poco de ladito con eso, mirándole por encima de las hojas de la planta.
El rubio bufa, yendo a cerrarle la puerta en los morros pero el caza-recompensas pone el pie antes de que se cierre.
Vuelven a mirarse fijamente el uno al otro, podría pasar una planta rodadora ahora mismo de la tensión.
—¿Algo más? —pregunta Aziraphale tras unos instantes.
Crowley le mira porque querría decirle tantas cosas... y no sabe ni cual. Se humedece los labios.
Aziraphale le sostiene la mirada, sintiendo su respiración pausada.
Crowley le sonríe un poquito otra vez y le hace un gesto con las cejas.
El de blanco pone los ojos en blanco, pero se le escapa un poco la sonrisa.
—No sería del todo una no-cita sin un momento incómodo al final, con un no-beso —le sonríe el caza-recompensas.
—Anda, vete a dormir —sonríe el rubio y el otro le sonríe más, de vuelta, tomando su bolsa del suelo para irse.
Aziraphale le mira hacerlo, mordiéndose un poco el labio y luego niega con la cabeza, cerrando la puerta.
