Noveno Acto - Antes del Fin
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Itachi abrió los ojos.
―Parece que también terminaste ―dijo Kisame, sentándose un poco más abajo que él sobre las rocas.
El sol brillaba en lo alto del cielo y a lo lejos las montañas estaban cubiertas en espesos bosques que en algún punto del horizonte se unían al país del Fuego. No veían los detalles de los árboles, pero las manchas verdosas en contraste con el azul se lo indicaban. Algo melancólico hizo cosquillear su pecho al pensarlo así. Siempre surgía en él la misma sensación cuando creía estar cerca del lugar en donde había crecido.
―Sí, me quedé sin chakra ―respondió Itachi con tranquilidad perdiéndose su mirada hacia la lejanía.
Si Kisame hubiese visto el combate que acababa de tener a través de aquel jutsu de suplantación empleado por el Líder, habría dicho que el Uchiha jugó con el equipo de Kakashi. Y en cierto modo, tendría razón. En los hechos, sólo había intentado atrasarlos lo más posible sin tener que herirlos de verdad o sobre esforzarse. Incluso Kakashi se debió percatar de que su estilo de pelea distaba de uno agresivo, destructivo o serio.
Lo que Kakashi, Kisame y todo Akatsuki ignoraba era que, si hubiese combatido utilizando toda su fuerza, seguramente sus ojos se habrían cerrado para siempre. Por ese motivo debía escoger adecuadamente el momento para volver a pelear antes de que la oscuridad lo rodeara por completo. Kakashi lo sospechaba y se lo había preguntado al verlo pelear así de disminuido. Su visión ya no era la misma y todo se había vuelvo cada vez más borroso con el paso de los años.
―Que bueno que sólo tuvimos que sacrificar el treinta por ciento de nuestro chakra para emplear ese jutsu ―dijo Kisame irrumpiendo en sus pensamientos―. Es una excelente técnica para crear clones, lástima que la cantidad de chakra que podemos infundir en ellos sea tan poco. No es de extrañarse que sean derrotados con facilidad, ya que los jutsus que utilizan los clones son proporcionales a la cantidad de chakra que les brindamos.
―Pero fue más que suficiente para obtener tiempo ―volvió a cerrar los ojos.
Itachi... me pregunto... ¿Qué tan dañada tendrás ya la vista? ―las palabras de Kakashi se repetían en su mente, con el temor de que dicha información fuese conocida por más personas que ellos dos. Podía pelear aún utilizando todos sus sentidos, pero la luz se le escapaba cada vez más. Era inevitable, incluso para él. Las pocas veces que podía ver con un a visión más nítida era cuando activaba el sharingan e incluso así, pronto todo se volvía nuevamente borroso.
Evitó pensar en ello en ese momento mientras su atención volvía a ese lugar en donde todos los miembros de Akatsuki habían canalizado su chakra a través de los jutsus del Líder.
Se encontraban en una caverna en el País de los Ríos, el Gedō Mazō había sido invocado y ahora todos en conjunto realizaban el jutsu de extracción sobre el Kazekage de Sunagakure. Juntó sus manos en un sello para canalizar su chakra y volver a concentrarse en la tarea que tenían por las siguientes horas intentando prestar atención. Después de todo, debía buscar una manera de que dicha información llegase pronto a Konoha y pudiesen tomar las precauciones correspondientes para evitar que Akatsuki lograra su cometido. La extracción del Ichibi estaba en proceso y pronto ya no habría vuelta atrás. Itachi permaneció imperturbable, observando, esperando que la información proporcionada a Kakashi hubiese sido suficiente para que llegaran a tiempo y observaran por cuenta propia lo que ellos hacían para poder extraer a las bestias.
―Veo que terminó el efecto del Jutsu ―dijo el líder cuando los ojos de Itachi y Kisame se abrieron dentro de la forma traslucida que proyectaban sobre los dedos del Gedō Mazō―. Pero pudimos retrasarlos. Con eso debe bastar.
―Esta misión debió ir sin contratiempos ni complicaciones ―la voz de Sasori irrumpió el silencio de los demás miembros, observando a Deidara con antipatía―. Eres un inútil.
―¿Inútil? ―lo cuestionó Deidara con gracia―. Capturé al objetivo y eso era lo que me ordenaron hacer. Hn.
―Alertaste a todos los habitantes de Sunagakure de nuestra posición ―miró entonces al Líder―. Les dije desde un comienzo que traer a Deidara en este tipo de misión sería un desastre. Es un mocoso demasiado escandaloso y ruidoso para infiltrarse en una aldea e intentar llevar a cabo una misión secreta.
―¿Escandaloso y ruidoso? ―Deidara arrastró la palabra tomando clara ofensa con ello―. Fue usted dana quien llenó de trampas y bombas la entrada de la Aldea. Además, fueron inservibles. Nos siguieron de cualquier modo.
―Eres un... ―comenzó Sasori para ser interrumpido por Deidara.
―Y si nos están siguiendo, es porque dejó vivo a ese niño con esas horribles marionetas de cuarta en vez de matarlo. Hn.
―¿Qué dijiste? ―preguntó Sasori volteando hacia él, pero Deidara no respondió, sonriendo con burla.
―Es suficiente ―los interrumpió el Líder―. Debemos concentrarnos.
―Debieron haberme dejado a cargo del Ichibi ―continuó Sasori haciendo caso omiso al Líder. Las palabras de Deidara lo habían molestado de verdad―. Sólo hubiese necesitado a Hinata Hyūga para infiltrarme sin causar semejante escándalo.
―¿De qué está hablando, dana? ―el comentario visiblemente ofendió a Deidara de nuevo―. ¿Está diciendo que mi subordinada habría hecho un mejor trabajo que yo?
―Sí ―respondió Sasori, sus ojos pardos fijos en Deidara―. Estoy seguro de que el byakugan me habría servido más que tu arte de mal gusto. No me habría seguido la mitad de Sunagakure y dos escuadrones de shinobis de Konoha si hubiese realizado este asunto por mi cuenta.
―El Jinchūriki ya sabía que estaba allí ―se defendió Deidara―. Fue él quien me confrontó.
―Por supuesto que lo sabía. Entraste volando con una enorme ave y lanzando explosivos a los guardias ―le contestó Sasori con calma y apatía.
―Capturé al objetivo, ¿no? ―preguntó Deidara―. Además, no fue un combate fácil.
―Lo sé. Por algo te dije que te prepararas ―continuó Sasori―. Por subestimar al Kazekage perdiste un brazo. No esperes que yo arregle eso para ti. Que sea una lección para que nunca más vuelvas a hacerme perder el tiempo.
―Ustedes dos, basta ―los interrumpió el Líder, volviendo su atención en los que acababan de volver de sus propios combates―. Itachi, Kisame, bien hecho. Con eso tendremos suficiente tiempo para terminar esto.
―¿No estás olvidando algo? ―le preguntó Sasori―. ¿Debo recordarte que esos cuerpos que usaste eran mis subordinados?
―Deberías estar agradecido ―respondió el Líder sin mucha paciencia luego de haber estado escuchando la discusión entre Deidara y Sasori por horas ya―. Gracias a mi jutsu de suplantación, ellos tuvieron el honor de pertenecer a Akatsuki por un periodo de sus vidas.
―¿No quedan más subordinados cerca para emplear otra vez el jutsu? Sería bueno no tomar riesgos innecesarios si podemos atrasarlos indefinidamente ―dijo Zetsu―. Eso les daría tiempo a Deidara y Sasori para retirarse sin enfrentamientos cuando terminemos de extraer al Ichibi.
―¿No estaba la niña Hyūga con ellos? ―preguntó Hidan. Itachi hizo todo lo posible por no moverse ni reaccionar ante la mención de Hinata―. Yo puedo emplear el jutsu de suplantación si... ―el pecho de Itachi se apretó cuando lo mencionaron, pero antes de que pudiese pensar en ello, Kakuzu lo interrumpió.
―¿Pretendes desperdiciar a un portador del Byakugan en algo así? ―le preguntó a su compañero.
―Es una subordinada más, ¿no? ―alegó Hidan, pensando que ya habían muerto dos subordinados de Sasori, qué más daba si moría una de Deidara―. Debería sentirse honrada de pertenecer a Akatsuki y sacrificar su vida para complacer a Jashin.
―Hinata Hyūga no está con nosotros ―dijo Sasori―. Nos separamos en el desierto.
―¿Por qué? ―preguntó Konan―. La mandé específicamente en esa misión para ayudarles a infiltrarse a la Aldea con su visión y deshacerse de cualquier guardia en la entrada. ¿Dónde está ahora?
―Un tipo nos perseguía y ella se quedó atrás para encargarse de él ―respondió Deidara―. Era un shinobi bastante habilidoso. Pero no te preocupes Itachi, la preparé bien para algo así ―hubo un extraño gesto de satisfacción en Deidara mientras se lo decía, como si supiese cosas sobre ella que él ignoraba.
Itachi permaneció quieto pero la noticia hizo que un nudo se formara en su garganta. Sintió de pronto que el aire a su alrededor se volvía denso y todos permanecieron en silencio, observándole, esperando alguna reacción de su parte.
―Si fuiste precisamente tú quien la preparó, me preocuparía aún más ―dijo Kisame a Deidara, posando su mirada fijamente en Itachi, quien aún no reaccionaba.
―Cuando terminemos aquí, vuelvan a buscarla ―dijo entonces Konan, suavemente―. Hinata no puede morir o extraviarse. Aún la necesitamos.
―No necesita que la busquen como si fuese una mascota perdida ―se quejó Deidara de forma burlesca, molesto por la falta de fe que todos parecían tener en la chica que consideraba como de su propiedad y responsabilidad al ser su subordinada, y a quien él mismo se había dedicado de preparar para asistirlo en una misión―. Si no ha vuelto es porque algo la ha mantenido ocupada y que requería de su atención, hn. Sabe perfectamente que de haberla necesitado yo mismo le habría pedido que fuese conmigo a Sunagakure. Volverá por su cuenta cuando pueda hacerlo.
―Deidara tiene razón. La extracción de Ichibi es lo más importante ahora ―dijo el Líder terminando la discusión al respecto―. Además, el Jutsu terminará pronto.
El resto volvió a permanecer en silencio, mostrando un respeto reverencial hacia Pain. Entre las palabras de Deidara y el Líder no había muchos espacios para perder la concentración en la tarea que realizaban y que al parecer estaba pronta a concluir. No obstante, aunque el silencio apático de Itachi era usual en ese tipo de reuniones esta vez escondía algo mucho más profundo.
Se quedó atrás, en el desierto, hace días ―pensó inquieto, calculando en su mente hace cuanto tiempo habría sucedido aquello―... Se enfrentó a un enemigo y no tienen noticias sobre ella.
Hinata había sido enviada en una misión de infiltración con Deidara y Sasori, no obstante había sido dejada atrás para que se enfrentara a alguien en algún lugar ajeno, rodeada de enemigos y sin apoyo. Podía imaginar los múltiples escenarios en que pudo haber terminado la situación.
Aún así, lo más certero era que seguía viva. De haber muerto, ellos habrían sido los primeros en enterarse gracias a la red de espionaje de Zetsu. Ese tipo de cosas no permanecía en secreto para personas como ellos que poseían espías infiltrados en casi todas las organizaciones y naciones.
A pesar de eso, era extraño que un Shinobi hubiese dejado ir a Deidara y Sasori, dos importantes objetivos del libro Bingo, para quedarse atrás y combatir con Hinata que era una niña que nadie conocía y a todas luces ni si quiera lucía como una kunoichi. Para todos los efectos, Hinata Hyūga había muerto hacía casi diez años junto al resto del clan Uchiha. Nadie la estaba cazando ni buscando, a excepción quizás de Orochimaru, y éste no se encontraba escondido en el desierto, sino que en algún lugar del País del Sonido.
Entonces la respuesta surgió apretándole el estómago.
Sasuke... ―pensó, llegando a la conclusión más lógica de la arista de posibilidades que cruzaron su mente. La única persona que conocía la verdad sobre Hinata además de los miembros de Akatsuki era su hermano menor y quizás también hubiese sido el único lo suficientemente imprudente para intentar acercársele cuando se encontraba con dos miembros de Akatsuki.
No pudo evitar recordar el rostro de su hermano menor la última vez que se vieron, ojos llenos de odio, deseos de venganza irradiando de él con tanta intensidad que había perforado su pecho con su desprecio; sabía que merecía ese odio, lo cargaba sin protestar cada vez que cerraba los ojos e intentaba dormir entre el recuerdo de sus muertos.
¿Cuánto habría cambiado Sasuke desde entonces? ¿Qué tan alto estaría? ¿Se habría convertido en un hombre ya? ¿Defendería Konoha en su lugar una vez estuviese muerto?
Antes de que su katana atravesara la espalda de su padre le había prometido que cuidaría de su hermano menor y pretendía intentar cumplir dicha promesa. No obstante, había orillado a Sasuke a convertirse en un missing nin, buscando desesperadamente formas de aumentar su poder para así vengar lo ocurrido con el Clan Uchiha. Estaba en lo cierto de querer hacerlo, pues ese había sido el plan de Itachi desde un comienzo; Debía ser un Uchiha quien lo castigara por lo ocurrido con su clan, darle muerte para así poder purgar sus crímenes y que Sasuke se convirtiera en un héroe a los ojos de la aldea por finalmente derrotar al monstruo, Itachi Uchiha.
¿Y si Sasuke la encontró y capturó? ―pensó preocupado, preguntándose los motivos que hubiese tenido su hermano para capturar a Hinata o matarla. ¿Habría sido parte de los planes de Orochimaru que así lo hiciese? No habría actuado sin el permiso de éste, pues era su posesión más preciada en ese instante.
La situación particular de Orochimaru y Sasuke no le preocupaba en demasía. Su hermano era algo preciado para el hombre, pues deseaba su cuerpo para efectuar el jutsu de la resurrección, el Fushi Tensei, y no se habría atrevido a lastimarlo. Por otro lado, estaba seguro de que Sasuke eventualmente derrotaría a Orochimaru si intentaba apoderarse de su cuerpo, de la misma forma que él lo había hecho cuando tenía la edad de su hermano. Si bien el antiguo sannin era un genio, no era un rival para el sharingan y quizás por ese motivo lo codiciaba tanto.
En cambio Hinata-san... ella es mi responsabilidad. Si Sasuke la tiene ahora... quizás... ―la tensión en su pecho aumentó, pero se obligó a mantener el rostro impasible. No podía dejar que sus emociones afloraran precisamente en ese momento cuando venía controlándolas por años ya. Se había vuelto un experto en que fuese lo que fuese que sentía se perdiera en un rincón oscuro y profundo de sí mismo. Allí, frente a Akatsuki, no podía dejarse quebrar por la preocupación que se acrecentaba por las únicas dos personas en el mundo que aún le recordaban que era Itachi Uchiha de Konoha.
Hinata-san ―pensó con melancolía.
Hacía años que no la veía, no por elección, sino por las órdenes que le habían dado desde la lideranza de Akatsuki que lo mantenían lejos de Amegakure. Pero Itachi no era ingenuo, sabía que todas esas misiones sólo habían sido excusas para alejarlo de ella intencionalmente y así permitirle a Konan, Pain y Madara hacer con Hinata lo que fuese que estaban planeando para ella dentro de sus retorcidos planes. No obstante, no podía hacer demasiado al respecto. En su condición actual no tenía la fuerza para haberse enfrentado a los tres. Y aún tenía cosas que hacer antes de morir.
Ahora que lo pensaba, no la había visto desde esa mañana después de la noche de fuegos artificiales en honor a su cumpleaños número trece. Ese día fue enviado lejos con Kisame y desde entonces, no habían podido volver a la Aldea. Durante ese tiempo intentó tranquilizarse a sí mismo, recordándose que le había enseñado todo lo que había podido sobre cómo sobrevivir y también lo importante que era para ellos ser leales a Konoha, el verdadero hogar de ambos. No obstante, temía que sus palabras no hubiesen sido suficientes y que durante los últimos tres años Pain y Konan hubiesen implantado en ella nuevas ideas y lealtades. Habría sido inocente de su parte pensar que todo ese tiempo no había sido suficiente para generar nuevos vínculos, deseos y frustraciones en ella para hacerla actuar de la manera en que más beneficiara a Akatsuki, sobre todo porque sabía lo que había ocurrido en Yugakure.
Sabía lo que Hinata, Sasori y Deidara habían hecho con esas personas y se le revolvía el estómago de imaginarlo. Nunca pensó que utilizarían a la niña para asesinar, pero habían cruzado esa línea, a pesar de que había sido la única condición que tuvo a la hora de unirse a los planes de Madara, por lo cual lo haría pagar un día.
Cuando lo pensaba, su pecho se oprimía. Ya no era sólo sus ojos los que le interesaban a Konan y al Líder, sino, que pudiese asesinar con éstos. Y aquello era algo que tendría que llevar en su consciencia, quizás más allá de la muerte.
Es mi culpa ―pensó, cabizbajo. Había priorizado su misión al punto de haber intentando matar a Hinata mientras huían. Había intentado ser un shinobi y poner siempre sus sentimientos de lado al momento de tratar con ella. La había obligado a caminar por años en la oscuridad y luego se había descuidado lo suficiente para hacer que Konan y Pain se apropiaran de Hinata para entrenarla en ninjutsu. Pero Hinata no era un shinobi. Apenas había estado en la Academia. No tenía la formación de un ninja ni el peso que aquello conllevaba. Hinata era sólo una niña inocente que la aldea había decidido sacrificar para apaciguar los movimientos del clan Uchiha y que luego él había arrastrado a ese lugar de miseria.
Había arruinado su vida y lo sabía. La había arruinado tanto como a Sasuke. Por sus propios ideales y por el bien de todos los habitantes de la aldea había sacrificado a los más inocentes en el proceso y aquello siempre estaría en su consciencia, haciendo estragos en su mente. Hinata era su responsabilidad, era a quienes los dioses habían atado a él como su esposa, y aún así, las decisiones que había tomado los habían llevado a esa ruta que parecía ya sin retorno. Dentro de sus deseos, la había intentado proteger, educar, darle un propósito... y lo único que había conseguido era que se convirtiera simplemente en un peón más de ese tablero de guerra y caos que Akatsuki empezaba a jugar.
Lo que habían hecho con ella era cruel, pero era su culpa. Lo asqueaba pensar que habían hecho con Hinata lo mismo que habían hecho con él, a pesar de lo mucho que había intentado evitarlo. Si no la hubiese llevado a Amegakure, quizás incluso deshonrada por su clan y abandona a su suerte como Sasuke, ella habría encontrado algo más que ser utilizada para matar a la conveniencia de Akatsuki.
Y lo peor, es que él lo había permitido. Él había observado sin protestar la manera en que sistemáticamente destruían a la Hinata que amaba para convertirla en algo más. Algo que en ese momento ya no conocía pues no sabía con qué se iba a encontrar cuando la viese de nuevo. No obstante, tenía la sospecha de lo que el tiempo, la soledad y la angustia habrían hecho crecer en ella.
Y lo que más temía era volver a Amegakure y ver en sus ojos el mismo odio que había visto en los ojos de su hermano menor.
El sonido seco del cuerpo del Kazekage cayendo al suelo lo sacó de sus pensamientos. La extracción del Ichibi estaba llegando a su fin y al parecer el objetivo que los había reunido acababa de concluir.
―Ha terminado ―dijo Pain calmadamente, aunque en su voz se notaba la satisfacción de haber concluido el objetivo que habían marcado.
―Vaya, vaya ―dijo Sasori, indiferente, como si todo aquello fuese una gran burla para él a pesar de la carencia de facciones en su rostro.
Itachi lo observó fijamente. Era la tercera vez que ese sujeto traicionaba a la Aldea en donde había nacido, involucrándose en la muerte de un Kage, y lo tomaba como un simple juego en que no importaba que acabasen de quitarle la vida a quien estaba encargado de defender y proteger a las personas de Sunagakure.
No prestó demasiada atención mientras el resto se quejaba de la duración del Jutsu y lo cansados que estaban. Tampoco se molestó en prestarles oído cuando parecieron divertidos de que los Shinobis de Konoha estuviesen afuera de la caverna y no hubiesen llegado a tiempo para asistir a Gaara del Desierto. Tampoco habló cuando Sasori, notando su hostilidad, se burló diciéndole que afuera había un jinchūriki y que no se pusiera celoso de la oportunidad que se le presentaba. Naruto se encontraba allí, el bijuu que había sido designado para ser capturado por él... uno que nunca había tenido intenciones de capturar.
―¿Y bien, no creen que ya es hora de irnos? ―dijo Hidan, haciendo eco de lo que todos estaban pensando―. Hay gente allá afuera y aun tenemos que cumplir nuestra parte del plan.
―Sí, ya es hora ―accedió Zetsu.
―¿Qué hay de aquellos shinobis allá afuera? ―preguntó Pain.
―Yo no me preocuparía demasiado por ellos. ―contestó Kisame con un tono burlesco―. Ni si quiera sabemos si lograrán entrar aquí.
―No los subestimes ―dijo Itacho con algo de brusquedad. No solía hablar en las reuniones y cuando lo hacía había cierta calma aterciopelada en su voz. No obstante, entre la noticia de Hinata, las burlas de Sasori y ahora Kisame, algo de su propio orgullo en Konoha y sus shinobis había traspasado la máscara de fría indiferencia que usualmente mostraba―. Deberías saber eso ya, Kisame.
―Bueno, hay que reconocer que al menos fuerza bruta tienen. No lo negaré —se burló Kisame.
―Sasori. Deidara ―comenzó Pain de pronto, mirando a los dos miembros de Akatsuki que se encontraban físicamente presente en la cueva―. Encárguense de nuestros nuevos amigos que están afuera.
―Tenía la sospecha de que diría eso ―Deidara tampoco estaba muy feliz, sus ojos se lo decían. Había perdido un brazo durante la misión y Sasori había mencionado que no llevaba consigo suficiente arcilla explosiva. No tendrían un encuentro fácil si los que se enfrentaban eran Naruto, Kakashi y además Gai. Itachi lo sabía.
―Pero quiero al jinchūriki vivo ―les advirtió el Líder.
―Entendido ―respondió Sasori, siempre apático, como si todo aquello de raptar personas y matarlas fuese tan cotidiano como limpiarse la mugre de las uñas.
―Los demás pueden irse ―les indicó Pain.
―Vámonos ―dijo Hidan impaciente, por su tono de voz era obvio que ya no podía seguir más allí.
―Sí ―respondió Kakuzo, y las dos figuras holográficas desaparecieron dejando sólo el eco de sus presencias.
―Supongo que nosotros también nos vamos ―comentó Kisame, observando el entorno con desinterés.
― Itachi ―estaba pronto a marcharse cuando de pronto, la voz de Sasori interrumpió su cometido―. ¿Cómo es el jinchūriki del Kyūbi?
Itachi permaneció en silencio. No tenía intenciones de darle a Sasori información que pudiese ayudarlo a capturar al Kyūbi y, con ello, poner en peligro la vida de Naruto Uzumaki. Aquello hubiese sido un desastre para Konoha, pudiendo además forzar un nuevo periodo de inestabilidad que desencadenara como resultado la elección de Danzō Shimaru como Hokage.
―Dile ― dijo Pain con autoridad.
El líder de la organización lo observó de reojo, con una mirada casi amenazante. Itachi sintió la presión del Rinnegan como un peso sobre sus hombros. No podía quedarse callado, pero tampoco podía compartir detalles que pudieran ser utilizados para capturar a Naruto o perjudicaran a Konoha.
―El primero que ataque y grite, ese es ―le dijo, describiendo perfectamente la personalidad del alumno de Kakashi, sin decirle nada beneficioso para su captura.
―¿Eh? ―preguntó Sasori visiblemente irritado por la falta de detalles―. ¿Qué tipo de información es esa?
―¿No tienes otra característica para identificarlo? ¿Hn? ―agregó Deidara.
Itachi no respondió, quebrando el jutsu. Cuando volvió a abrir los ojos se encontraba en la cima de un acantilado, sobre unas rocas. Las montañas a lo lejos seguían allí.
―Creo que ya es hora de... ―comenzó Kisame, pero Itachi lo ignoró.
Sin aviso previo, llevó su pulgar a la boca, mordiéndolo y golpeando el suelo con la palma.
―Kuchiyose no jutsu.
En un parpadeo, cientos de cuervos surgieron a su alrededor, esparciéndose por el cielo como un mar negro que cubría toda la distancia visible. Kisame observó con fascinación el espectáculo mientras Itachi saltaba de la roca, manteniéndose en una postura de absoluta concentración, aún con la mirada fija en las montañas distantes.
Si Sasuke tenía a Hinata, podía adivinar dónde la había llevado. No obstante, debía confirmarlo. Las corazonadas eran apenas susurros del instinto, no verdades inquebrantables en las que Itachi estuviese dispuesto a confiar.
Kisame soltó una ligera risa, casi burlona, pero ni si quiera eso logró sacarlo de su concentración mientras el jutsu de rastreo estaba en marcha. El mundo era un lugar grande y necesitaba de la mayor parte de lo que le restaba de chakra para mantener esa cantidad de invocaciones. Además, sabía lo que Kisame diría y la forma en que se estaba exponiendo frente a su compañero dentro de Akatsuki, pero no tenía demasiadas opciones ahora. Los planes que tenía debían ser acelerados en la medida que fuese posible.
―Sabes Itachi, cuando ingresé a Akatsuki quise hacer equipo contigo porque mataste a todo tu clan. Pensé que nosotros éramos similares ―Itachi no respondió, no era la primera vez que Kisame le hablaba sobre ese asunto―. Veo que no me equivoqué tanto.
Los ojos de Itachi se posaron lentamente sobre los de Kisame, intentando desentrañar el significado detrás de su mirada burlona. Sabía que el shinobi del país del Agua siempre lo había considerado alguien diferente al resto de Akatsuki ya que él mismo se lo había dicho. En más de una ocasión había mencionado que ambos compartían un destino trágico, uno marcado por la soledad y la violencia. Itachi le había dicho antes que nadie que hubiera sido capaz de asesinar a sus propios camaradas podía esperar un final feliz. Al haber eliminado a su propio clan, y Kisame haber sido responsable de la muerte de tantos compañeros, compartían algo que resonaba con el otro, independiente de las motivaciones que los hubiese llevado a hacer algo así.
Cuando Kisame se unió a Akatsuki, Itachi lo percibió como un hombre solitario, alguien que había recorrido un camino marcado por la violencia y el sufrimiento. Supuso que aquello era bastante normal para un shinobi que había crecido en el País del Agua, un lugar en donde las alianzas no tenían mayor significado y cambiaban tanto como las estaciones. Allí reinaba un sistema shinobi mucho más cruel que en cualquier otra parte del mundo, haciendo que las traiciones fuesen constantes y el concepto de lealtad era algo tan efímero como un sueño.
Pero al mismo tiempo, Itachi sabía con certeza que había una gran diferencia entre él y Kisame. De hecho, hubiese odiado ser parecido a alguien que disfrutaba del combate y el sufrimiento de las personas. Ambos habían tomado decisiones duras, difíciles de llevar y aún más difícil de vivir con ellas. Era cierto que habían sacrificado todo lo que tenían de manera cruel y despiadada. No obstante, Itachi quería creer que él lo había hecho por amor, no ambición. Siendo un niño había decidido que debía volverse el shinobi más fuerte de todos para evitar el conflicto y la guerra; y esa determinación se había vuelto incluso más fuerte con el nacimiento de Sasuke.
Era precisamente aquello lo que separaba a Kisame de él. A pesar de que ambos habían hecho sacrificios que los habían marcado de por vida, había algo en su compañero que le resultaba más inquietante: la indiferencia hacia el sufrimiento ajeno. Y aún así, algo había cambiado los últimos años cuando Kisame empezó a pasar tiempo con Hinata y ver de primera mano el sufrimiento de la niña.
En un comienzo, el cambio en su actitud fue sutil, casi imperceptible, tanto que cualquiera lo hubiese pasado por alto de no haberse enfocado en observarlo. El shinobi implacable, cruel y desapegado comenzó a mostrar ciertos rasgos tenues de humanidad que Itachi jamás esperó ver en él.
―No debimos dejarla en Amegakure con el imbécil de Deidara ―dijo de pronto con más seriedad de la que se esperaba Itachi en dicha circunstancia―, ni mucho menos con Sasori ―suspiró, observando también hacia el horizonte―. Me sorprende que el propio Sasori no la hubiese matado por su cuenta. O Kakuzu. O Hidan...
―No lo hicieron porque saben lo que el Líder hubiese hecho ante esa falta ―respondió Itachi manteniendo su usual tono neutral.
―Orochimaru intentó matarla ―Itachi giró el rostro hacia Kisame deseando saber a qué quería llegar―. Pero no lo hizo particularmente porque le interesase Hinata.
―¿Cuál es tu punto?
―Creo que mi punto es bastante claro.
Y lo era. Itachi no tuvo que analizar demasiado lo que decía para entenderlo. Kisame intentaba insinuarle que Hinata se había vuelto un flanco débil por el cual otros podrían atacarle. Rápidamente tenía que disuadirlo, pero sin mostrarle la impresión de que aquello le importaba. Si lo hacía, mostraba que su punto era correcto.
―Konan-san entrenó a Hinata-san personalmente ―dijo Itachi―. Lo que hagan con ella no es...
―Y la manda a misiones, con Deidara y Sasori ―Kisame bufó, interrumpiendo a Itachi―. En todo este tiempo, quién sabe qué habrán hecho con ella. La última vez que la vi, era una niña dulce, inocente, incapaz de siquiera matar una araña. Y ahora... ―sonrió con burla, como si ni si quiera él pudiese entenderlo― , ahora es capaz de hacer cosas que ni siquiera yo me molestaría en hacer. Como lo de Yugakure. Dudo que eso fuera su idea. Mucho menos de Sasori ya que odia los escándalos. Eso tiene más el sello de Deidara.
Itachi estaba de acuerdo, aunque no lo dijo ni realizó algún movimiento que indicara que ese fuese también su pensamiento. Aunque se sentía increíblemente culpable por lo que había ocurrido con Hinata, no había mucho más que hacer al respecto. No podía desviarse de sus propios objetivos, eran más importantes que él o Hinata. Y aquello le dolía porque Hinata se había convertido lentamente en el único lugar con algo de luz, esperanza y paz en su vida. En su recuerdo encontraba consuelo pero también, una increíble culpa. Hinata Hyūga no sólo era una niña inocente de la aldea de Konoha, ella era su familia, su esposa, por mucho que ese concepto ahora le pareciese un absurdo, a pesar del amor que sentía por ella.
Los habían casado forzadamente cuando ninguno de ellos si quiera había tenido la edad para entenderlo: él con doce años, ella con siete. Ahora, siendo un hombre de veinte años, comprendía mejor la crueldad de la situación por la cual la aldea los había hecho pasar. Era cierto que cuando aquello ocurrió él era un niño, pero su entrenamiento en la Academía había finalizado, siendo promovido al rango de Jonin y además ingresado a ANBU. Comprendía lo que era una misión, no así Hinata. Había sido ella quien más perjudicada se vio por todo el asunto que les impuso la aldea y temía que un día, cuando lo viese así, se llenara de odio hacia Konoha y todo el sufrimiento que los habían hecho pasar juntos debido a la incapacidad del Tercer Hokage en gobernar de tal forma que el Clan Uchiha no se sintiera aislado, discriminado y en peligro.
Shisui ―pensó de pronto, de la nada, observando los cuervos alejándose. Su primo le había enseñado todo respecto al espionaje con cuervos para que un día protegiera el nombre del clan Uchiha, así como la aldea. Su corazón se oprimió. Sabía que si Shisui hubiese estado vivo la noche en que decidió terminar al clan, se hubiese enfrentado con él y ahora estaría muerto―. Te decepcioné, ¿no? A ti, a padre, a madre... y a Sasuke. A todos. Nuestro clan ya no está. Sé que me hubieses detenido y habrías peleado conmigo hasta la muerte para impedir lo que hice. Descuida, Sasuke vengará a nuestro clan y me dará el castigo que merezco.
En su mente, por mucho que le doliera en el pecho todo lo ocurrido, la seguridad de Konoha venía primero que cualquier otra cosa y tenía que finalizar muchos asuntos antes de que se les agotara el tiempo y Akatsuki terminara de reunir los bijū.
―Deberíamos ir a buscarla ―dijo Kisame-. ¿Hueles eso? Huele a flores. ¿Jazmines?
―Hablas demasiado ―respondió Itachi, cerrando los ojos y concentrándose.
Nada en Itachi se movió cuando él lo sugirió. Estaba tan acostumbrado a mentir, a suprimir sus emociones, a mostrar ese hombre cruel que Kisame deseaba encontrar en él. Debía seguir esa fachada de indiferencia y desapego. Era un shinobi de Konoha que había pertenecido a ANBU, podía mentir mejor que nadie y su misión aún estaba en pie, independiente de Hinata Hyūga y lo que sintiese por ella. Estaba preocupado, eso era evidente, pero Kisame no lo podía saber. A nadie dentro de la organización le debía demostrar que tenía una vulnerabilidad tan clara cuando se trataba de la niña.
―¿De verdad no estás preocupado por ella? ―preguntó Kisame―. Quizás Orochimaru...
―Mi preocupación no radica en ella sino en perder algo preciado para mí. Su Byakugan ―respondió mientras comenzaba a descender por la pendiente de la ladera rocosa―. Además, Konan-san indicó que debíamos buscarla. Por ello, intentaremos localizarla y si la encontramos se lo comunicaremos.
―Konan no hará nada por ayudarla en caso de que esté en problemas. Para ella, Hinata-san es sólo una herramienta más para usar y desechar.
―Te equivocas. Konan-san hará lo que tenga que hacer para preservarla. Hinata-san tiene demasiada información sobre Akatsuki como para que se desvanezca en el aire. Si fuese capturada por los enemigos de la organización, podrían conseguir los detalles del plan del Líder ―dijo Itachi, la campanilla de su sombrero sonando con el viento mientras caminaba―. El líder la reclutó para su uso personal.
―¿Y eso no te molesta? ―preguntó Kisame.
―No, mientras conserve su byakugan. Es todo lo que necesito de ella.
―Eres un hombre muy cruel Itachi-san. Destruir auna niña así de dulce sólo por un dojutsu.
Itachi sintió el peso de esas palabras de Kisame. Sabía que tenía razón y que su frialdad para hacer las cosas había escalado con el paso del tiempo. Había tomado decisiones que lo iban alejando lentamente de su humanidad, pero siendo las cosas como eran, ya no podía cambiarlas. Comprendía con pesar que en su afán por cumplir con la misión, por proteger a Konoha y a su clan, había sacrificado todo lo que realmente le importaba. Hinata era sólo una más en ese sacrificio, pero también representaba algo más profundo. Tal vez lo que más lo lastimaba, lo que realmente lo hacía perder el sueño durante las largas noches de vigilia, era saber que Hinata nunca había pedido cargar con el peso de su sacrificio. Él había hecho lo que había hecho sabiendo que iba a ser odiado y aislado de todos... pero Hinata nunca tuvo voz en nada de ello. Había sido llevada a Akatsuki y manipulada para creer que todo lo que realizaba era parte de su voluntad, sin opción a protestar al respecto.
―¿Qué planeas hacer con esa niña, Itachi? ―preguntó Kisame, el tono de su voz más serio de lo habitual―. Quizás deberías tomar sus ojos de una vez y mandarla de vuelta a Konoha. Akatsuki no es un lugar para alguien como ella.
―Eso no debería importarte ―le respondió, haciendo que Kisame se detuviera de golpe, mirando la silueta de su compañero mientras el viento silbaba entre ellos.
―Cuando vendabas los ojos de Hinata y me decías que era ciega, yo observé como la tratabas ―su tono volvió a ser burlesco mientras caminaba―. No era necesario que la guiaras tomándole de la mano. Hinata siempre pudo ver con el Byakugan ―Itachi dejó escapar un suspiro imperceptible. Sabía a dónde Kisame quería llegar, pero no le iba a responder hasta que lo hiciera―. Incluso los tiburones sienten cuando la marea turbulenta cambia guiada por la Luna.
―Ya te lo dije antes, Kisame. Somos humanos, no tiburones.
Dejaron de hablar entonces. Itachi comprendía lo que Kisame deseaba decirle, pero si seguía ahondado en ello sólo terminaría dándole más motivos para sospechar de su actitud hacia Hinata. Su indiferencia hasta ahora bastaba, pero tampoco podía darle más razones para que siguiera insistiendo con ese asunto. Ninguno de ellos podía darse cuenta de que Hinata era una debilidad dentro de su plan, pues podrían herirla intentando llegar a él.
Eso era lo que temía en ese momento, que Sasuke hubiese decidido ir tras Hinata para intentar localizarlo o lastimarlo, a través de lastimar a su esposa. Esa era una de las posibilidades que estaban rondando su cabeza y estaba bastante inclinado a creerlo.
Cuando las horas pasaron sin respuestas, su preocupación creció así como su silencio. Kisame le hablaba, pero sus respuestas eran escuetas o simplemente decidía ignorarlo. La incertidumbre sobre dónde se encontraba Hinata era mucho peor que saberla en Amegakure, pero sostenía la esperanza de que pasara lo que pasara, de algún modo, llegaría a su lado. Incluso si ello arruinaba su misión original en Akatsuki. Hinata en ese momento tomaba prioridad dentro de la larga lista de cosas que debía lograr antes de que fuese demasiado tarde.
Ya caía la noche cuando recibieron noticias, pero no provenientes de los cuervos. El Líder los contactó con sus habilidades de comunicación a distancia y su voz resonó en la mente de ambos; Sasori había muerto en combate y Deidara había quedado gravemente herido.
La noticia hizo que Kisame soltara una risa burlona e Itachi sólo mantuvo silencio. La instrucción para todos los miembros de Akatsuki era la misma: moverse con cuidado ahora que la mayoría de las aldeas estarían notificadas de los movimientos de Akatsuki y el peligro que significaban. Debían volver a Amegakure ya que Kakuzu le cosería los brazos a Deidara, a Kisame e Itachi se les daría un nuevo blanco y finalmente, hablarían sobre quién remplazaría a Sasori. Si había novedades sobre Hinata, el Líder omitió informales.
Itachi no hizo preguntas al respecto. Si Pain sabía algo sobre el paradero de la niña, lo callaba. Por ese motivo no podía preguntarle.
―Va a llover pronto ―dijo Kisame mientras sus pasos los volvían a alejar del país del Fuego y se tornaban hacia Amegakure―. Busquemos un lugar para pasar la noche.
―De acuerdo.
Aunque la instrucción era volver a Amegakure, no podían hacerlo sin antes descansar. Habían empleado bastante de su chakra ese día y él aun mantenía invocaciones activas. Pronto su chakra terminaría por agotarse y estaba demasiado cansado como para protestar. El uso del sharingan se le hacía cada vez más agotador y requería de bastante tiempo poder recuperarse. Kisame le había dicho en más de una ocasión que dejara de emplear su dojutsu, pues esos periodos de descanso los dejaba demasiado vulnerables.
Encontraron una grieta entre las rocas en donde la lluvia no los mojaría. Allí se acomodaron lo mejor posible para dormir, tomando turnos para ello.
Desde que Itachi Uchiha tenía memoria, cada vez que llovía fuertemente y cerraba los ojos recordaba la sensación que había experimentado cuando teniendo sólo cuatro años de edad su padre lo llevó a ver los resultados de un campo de batalla. Había sido una lección más de Fugaku, una que lo marcó de allí en adelante. Seguramente había esperado que aquello generara en Itachi la idea de que era una herramienta hecha para pelear y morir, pero en cambio, resultó en algo más.
Ese día la lluvia caía tan pesada que sentía el frío en sus huesos, viendo el vapor salir de su boca mientras avanzaba entre la ruina y la muerte. Su padre caminaba a su lado, en silencio, sin intención alguna de consolarlo ante la horrible escena que estaba observando.
No olvides cómo luce un campo de batalla ―le había dicho mientras Itachi observaba los cadáveres hasta donde se perdía la vista en el horizonte.
Había personas de diferentes aldeas, hombres y mujeres, jóvenes, niños, viejos... todos con la misma expresión distorsionada de desesperación y agonía en el rostro. Montañas de cadáveres allí, esperando descomponerse y volverse nada.
Tú también te convertirás en un shinobi en pocos años. Incluso si esta guerra termina, eso no significa que la realidad de los shinobi cambie.
No debía llorar. No debía hacerlo. No estaba triste ni tenía miedo. No era eso lo que apretaba su pecho. Se repetía que no debía llorar mientras avanzaba entre los muertos, observando el dolor en sus rostros. No debía llorar, aunque si lo hacía su padre no lo sabría por la gran cantidad de lluvia que estaba cayendo. No debía hacerlo.
Y aún así, Itachi supo que las lágrimas se le desbordan.
El mundo en el que caminarás es un mundo como este ―dijo su padre.
Empezó a temblar mientras caminaba. No era por la lluvia, ni por el frío, sino por la rabia que experimentaba de pronto.
¿Por qué? ¿Por qué todas esas personas habían muerto cuando ninguna deseaba morir? ¿Por qué existían las guerras y el conflicto? ¿Por qué tantas vidas se perdían sin sentido? Él debía acabar con todo eso, él debía volverse más fuerte que todas esas personas que habían muerto para que nadie pudiese oponérsele cuando deseara acabar los conflictos y evitar las guerras.
Corrió, entre la podredumbre, su corazón latiendo fuerte. Era sólo un niño, perdido entre la muerte y la desesperación de no poder cambiar el destino. Corrió. Corrió con furia, con el corazón latiendo con fuerza, con la sensación de que la desesperación lo devoraba por dentro. Entre la podredumbre y el barro, su cuerpo se movía impulsado por una mezcla de desesperación y rabia que lo hacía sentir como un niño perdido cuyos ojos palpitaban dolorsamente, un niño atrapado en un ciclo interminable de sufrimiento cuya única respuesta a todo eso era ese rayo de luz que se escabullía entre las nubes iluminando un lugar con fuego, cadáveres y soledad.
Se detuvo de golpe y cayó de rodillas, sus cejas fruncidas, las lágrimas corriendo por su rostro cuando la luz se apagó y el sol dejó de escabullirse un momento entre las nubes. Todo era oscuridad nuevamente. La rabia que había sentido tan intensamente antes comenzó a desvanecerse, reemplazada por un vacío aún más profundo, un vacío que lo dejaba sin aliento.
Ahí, encima de los cadáveres, justo en el lugar que había sido bañando antes por la luz del sol estaba una pequeña niña que reconoció de inmediato, pues la imagen estaba gravada en él desde el día que había tenido que desposarla en el templo. Era Hinata, vistiendo el hermoso kimono blanco que había usado el día de su matrimonio, cubierto en sangre, la misma sangre que ahora caía gota a gota desde su pulgar. Miró su mano, el hilo rojo que los unía en sangre estaba lleno de nudos que impedía que su corazón y el de ella se conectaran.
Él la había ensuciado así, él había hecho que el sol dejara de brillar en ese lugar donde se encontraba parada, era su mano la que había anudado el hilo rojo entre sus manos.
La mirada de Hinata había perdido por completo su inocencia, sus mejillas pálidas, sus ojos carentes de emoción. Era como si fuese un fantasma más entre todos aquellos muertos, uno que apuntaba su dedo hacia él, culpándolo de lo que le había hecho. Su corazón latió de forma casi dolorosa y su respiración vacilaba. Verla transformada de esa manera le quemaba. Él era responsable de esos ojos fríos, de aquella indiferencia hacia la muerte a su alrededor.
Hinata-san... ―susurró, su voz se quebró por la emoción. Pero ella no respondió. Sólo lo observaba desde su posición, imponente sobre los cuerpos caídos―. ¿Tú hiciste esto? ―le preguntó reconociendo que se encontraban en Yugakure, entre los muertos que se calcinaban.
No ―respondió, dejando que pesadas lágrimas cayeran por sus mejillas pálidas―. Tú lo hiciste.
Itachi frunció el rostro y entonces observó los emblemas en los cadáveres, en las banderas, en los escudos que se quemaban, en las camisetas oscurecidas por la sangre.
Shinobis del clan Uchiha.
Despertó entonces con el fuerte graznido de los cuervos a su alrededor, todavía era de noche y aún llovía. Los cuervos comenzaron a rodearlo como si ellos mismos pudiesen presentir la angustia que estaba experimentando. Se recordó rápidamente que aquello no era posible, que sólo había tenido una pesadilla, sus graznidos trayéndolo de vuelta a la realidad, a la espesa lluvia y esa terrible soledad.
Sus ojos vieron la imagen que los cuervos traían para él y la visión de lo que observaba fue un golpe duro en el estómago que lentamente le quitó el aliento. Se trataba de Hinata, en algún lugar entre la frontera de Amegakure y el país del Fuego. Estaba herida, lucía cansada y arrastraba los pies.
―Despierta, es hora de movernos ―dijo Itachi a Kisame, sabiendo que había sólo un lugar al cual necesitaba ir, y no precisamente porque el líder se los hubiese ordenado. Su voz era fría y tan desprovista de emociones como siempre, no obstante, traía consigo una urgencia que Itachi no pudo disimular frente a su compañero de equipo que lo observó entre serio y burlón.
―La encontraste ―no era una pregunta, sino una afirmación.
―Sí ―respondió Itachi que ya estaba de pie, dando el primer salto hacia las ramas de los árboles para empezar su persecución.
Itachi se enfocó en lo que debía hacer ahora. Había estado mucho tiempo perdido entre la lluvia, creyendo que Hinata mantendría su inocencia, lealtad y sentido de justicia sin importar que él estuviese allí o no. Al igual que una flor que se corta y no se pone en agua, sus pétalos estaban cayendo lentamente y se había demorado demasiado en percatarse de ello. Había sido ingenuo pensando que podía cargar con todo el peso de su misión sin que ésta afectara a Hinata de la peor manera posible. No sólo con Hinata, sino también con Sasuke que había huído de Konoha para aliarse a Orochimaru. Nada de lo que supuso ocurriría había resultado y no tenía tiempo que perder para que las cosas volvieran a su curso.
Había descuidado a Hinata y a Sasuke cuando eran niños, sin educarlos y mostrarles lo que realmente significaba ser un shinobi, la crueldad de una guerra y las consecuencias de ésta. Nunca les había logrado enseñar que los combates entre shinobis se realizaban sólo buscando la muerte de un enemigo. Pero aún tenía tiempo. Debía tenerlo. Debía evitar que Hinata cayera por completo en ese abismo al que Akatsuki la estaba arrastrando guiada por Konan, Pain, Deidara, Sasori, o incluso él mismo. No podía dejar que se perdiera, igual que no podía dejar que Sasuke cayera más lejos de su alcance. No sólo porque era su hermano, sino porque Sasuke era la última esperanza para restaurar el honor de su clan y purgar el nombre de los Uchiha.
Ambos comenzaron a avanzar hacia la dirección que les indicaban los cuervos. Itachi sabía que estaban muy lejos de Hinata aún, pues mientras ellos se movían también ella lo hacía. Aún así, haría todo lo posible por alcanzarla y asistirla en caso de que estuviese herida, aunque Kisame se percatara de su preocupación.
La lluvia seguía cayendo con pesadez, empapando sus ropas y pegándolas a sus cuerpos, pero a ninguno le pareció importar mientras avanzaba el día. No obstante, cuando la noche cayó encima de ellos como un manto, la temperatura se hizo difícil de tolerar.
―Debemos detenernos Itachi ―dijo de pronto Kisame―. No hemos comido y estoy bastante cansado.
Itachi se detuvo brevemente, considerando las palabras de su compañero. El cansancio también lo estaba alcanzando, y aunque su mente seguía centrada el objetivo de alcanzar a Hinata, sabía que moverse en esas condiciones, con la lluvia azotándolos y la oscuridad de la noche envolviéndolos, sería ineficiente.
―Está bien ―accedió, con el cansancio reflejándose sutilmente en sus ojos.
―Allí.
A lo lejos, entre las cortinas de agua que caían y cubrían el horizonte Itachi y Kisame vislumbraron una pequeña localidad cuyas luces brillaban invitándolos a detenerse. Era probable que pudiesen encontrar un lugar que los acomodara durante esa noche, y en el mejor de los casos, ofrecerles algo para comer y un refugio cálido para descansar.
Al acercarse, los edificios se hicieron más visibles y una sensación de angustia recorrió a Itachi pensando que mientras él encontraría alivio y calor en una cama esa noche, seguramente Hinata estaba mojándose bajo la lluvia y soportando el dolor de sus heridas.
Caminaron por una calle en medio del pueblo que con el clima y la hora se había ido a descansar. El único lugar en el que se veía algo de vida era un establecimiento similar a un hostal en donde se podía escuchar a las señoritas reír y las copas chocar.
Kisame, al ver el hostal, no pudo evitar reír por lo bajo.
―Quizás encontremos camas en ese lugar ―dijo, apuntando el sitio con Samehada.
―Sí, de aquellas que se pagan por hora ―respondió Itachi con seriedad, sin mostrar emoción alguna, pero dejando claro su desagrado por el tipo de establecimiento que sugería Kisame―. Busquemos algo más.
―¿No es eso una ventaja? ―se quejó Kisame con gracia―. Nos iremos en un par de horas de cualquier forma. Un par de horas de descanso no le hacen daño a nadie.
―No es apropiado ―Itachi se detuvo y lo miró con clara desaprobación―. Llamaríamos demasiado la atención allí.
Kisame gruñó molesto ante la negativa de pasar una velada agradable en compañía femenina, pero pareció comprender que la opción había sido descartada por parte de Itachi. En silencio, ambos siguieron caminando por la calle, buscando algo más adecuado para su descanso.
―Que aburrido, Itachi-san. Sabes, ahora que lo pienso, nunca te he visto con una mujer y llevamos muchos años juntos ―dijo, mirando a Itachi con una sonrisa poco sutil―. Ni si quiera bebes. Ya eres un hombre, deberías experimentar un poco el mundo. Podríamos morir pronto.
―No deberías caer en los tres vicios de un shinobi, Kisame ―le respondió Itachi sin apartar la vista del camino
―Alcohol, apuestas, mujeres. Las tres prohibiciones de un shinobi ―entonces rio como si aquello fuese realmente gracioso―. Nunca seguí esa regla.
Aquello no le sorprendió a Itachi. Había observado el comportamiento de Kisame por muchos años ya y lo conocía lo suficiente como para saber que era un hombre que se dejaba guiar por sus impulsos. Pocas veces se había privado de nada que quisiera tener.
―¿Alguna vez has estado con una mujer, Itachi-san? ― preguntó Kisame, mirando a su compañero con una mezcla de curiosidad y ligera burla. Itachi no respondió, observándolo de reojo, preguntándole con la mirada a donde quería llegar con ese interrogatorio―. No me mires así, viajo contigo hace años, sé cómo te miran las mujeres y cómo se te acercan buscando compañía. Y tú, simplemente las ignoras.
Itachi continuó caminando en silencio, pues la pregunta no tenía importancia. No era un asunto que iba a hablar precisamente con Kisame ni tampoco algo que llamara su atención. Había preocupaciones más grandes para él que saber lo que se sentía estar con una mujer. Como todo hombre, alguna que otra vez se lo había cuestionado, pero nunca había sentido una necesidad por tener ese tipo de compañía.
―Eras un niño cuando me designaron como tu compañero, y ahora ya eres un hombre Itachi-san. Y los hombres... bueno, tenemos necesidades de hombres ―Itachi continuó en silencio, aunque comenzaba a irritarse levemente por el rumbo que tenía esa conversación―. Sé cuál es tu verdadera relación con Hinata-san. Es tu esposa, ¿No?
―Veo que estuviste leyendo el libro bingo ―dijo Itachi.
―Se casaron cuando eran niños, nadie lo consideraría algo demasiado válido. En algunos lugares, dicen que te volviste loco cuando te obligaron a casarte con ella.
―Lo he escuchado también ―respondió Itachi, esperando que eso concluyera el tema.
―El clan Uchiha y el Clan Hyūga son los clanes más poderosos de Konoha. O lo eran antes de que tú eliminaras a todos los miembros de tu clan ―Itachi apretó la mandíbula―. Y tú y ella eran sus herederos. De seguro la unión de ambos clanes debió irritar a muchas personas en Konoha ―Itachi no respondió.
―Allí ―de pronto, visualizó una mancha brillante en su visión, algo que parecía ser un hostal apartado de los otros locales cuyas luces seguían brillando en la lluvia. El lugar era pequeño, sus tablas un poco descuidadas y la pintura carcomida por el paso del tiempo, aunque nada de esto pudo ser distinguido por la vista de Itachi que sólo veía manchas en la oscuridad. No obstante, era ideal para que pudiesen pasar la noche sin ser molestados―. Vamos.
―¿No quieres hablar de esto, eh? ―-preguntó Kisame mientras caminaban al lugar.
―¿Qué es lo que quieres saber? ―le preguntó Itachi, esperando que eso concluyera su curiosidad.
―¿Por qué mataste a todos en tu clan?
―Porque Intentaron limitarme, temerosos de qué tan fuerte me estaba volviendo. Si deseaba más poder, debía deshacerme de ellos o ellos eventualmente se desharían de mí. Pretendían utilizarme para sus propios fines y me casaron con Hinata-san, pensando que si me daban un juguete así de bonito me mantendrían distraído ―agachó levemente su rostro, el sombrero protegiéndolo de la lluvia Mi padre me dio un preciado regalo cuando la negoció para mí, su byakugan. No lo planeo desperdiciar ahora. Es mi herencia.
Entraron en el hostal con paso firme y lento, en donde se les ofreció algo de comer junto al fuego del salón principal. Allí, junto a los demás comensales, cenaron su primer plato de comida decente en varios días. Itachi apenas la probó, sintiendo que su estómago se apretaba ante la expectativa de lo que habría ocurrido con Hinata.
La lluvia golpeaba con fuerza el tejado, creando un sonido que ayudaba a ahogar las palabras de Kisame, aunque él no parecía dispuesto a rendirse. Itachi no respondió a sus provocaciones, pero su expresión lo decía todo: no deseaba continuar la conversación incómoda hacia la cual su compañero de equipo lo intentaba llevar, hablándole sobre Hinata, el Clan Uchiha y los motivos para que todo tuviese aquel trágico desenlace.
―¿Es sólo su byakugan lo que te interesa? ―le preguntó mientras se servía sake.
―Ya te lo dije antes ―dijo, bajando sus palillos y tomando un poco de arroz―. Lo único que me interesa de Hinata-san son sus ojos.
―Entonces, ¿Qué tal si te dejo sus ojos y me llevo todo lo demás? ―la mirada de Itachi se afiló en su dirección y su sharingan giró―. ¿No te importaría, verdad?
―¿Es una amenaza?
―Sólo una propuesta.
―Necesito del resto de ella. Es una Hyūga. Sólo ella conoce los secretos de su Dojutsu.
―Piénsalo.
Partieron antes del en su persecución de Hinata. Y así siguieron por los siguientes cuatro días, acercándose a su posición cada vez más. No obstante, el retorno a Amegakure se hizo lento mientras avanzaban en un terreno que se volvía cada vez más rocoso y húmedo. Fue cuando cruzaron la frontera del país de la Lluvia que el paisaje se transformó en un mar de humedales, que con su barro y su espesura ralentizaba aún más su avance.
Itachi había olvidado el inhóspito lugar lleno de ruinas por doquier. En el camino se podía ver los signos que había dejado la guerra en dicha tierra, algo que siempre se le hacía difícil de mirar. Cada una de esas estructuras caídas le recordaba el sufrimiento que había marcado esa región a manos de los shinobis de las cinco grandes naciones. No era fácil de ignorar el escenario, aun con su vista deteriorada como se encontraba. No importaba cuántos años hubieran pasado, los signos de la guerra seguían allí presentes y saber que Konoha había participado en crear esa miseria sólo reafirmaba su resolución de haberse vuelto una persona que odiaba el conflicto.
A diferencia de otras naciones, donde podían hallar algo de alivio en los hostales que surgían a lo largo del camino, nadie en el País de la Lluvia hubiese estado demasiado dispuestos a tener ese tipo de establecimientos. En esa región la desconfianza era común entre sus habitantes y los extraños siempre eran tratados con cautela. Las puertas de las casas permanecían cerradas, los rostros ocultos tras las cortinas, como si el miedo a lo desconocido fuera una sombra que nunca se disipaba. La hospitalidad era un concepto olvidado en la mayoría de las personas que vivían en los campos.
Los días se volvieron un poco más silenciosos mientras avanzaban por el país, sabiendo que Hinata estaba un poco más adelante. Aunque Kisame intentaba sacar temas de conversación no tenía demasiado interés en responder, enfocado únicamente en alcanzar a la niña. Si bien su expresión permanecía ajena y lejana, su mente estaba puesta en todo lo que no había dicho y debía decir tan pronto la alcanzaran.
Cuando finalmente sus energías comenzaban a vacilar y la visión se le volvía cada vez más borrosa, Amegakure apareció en el horizonte. Tanto Itachi como Kisame lo agradecieron, pues estaban cansados, hambrientos y sucios. La fatiga acumulada en sus cuerpos era palpable al obsérvales sus ropas empapadas y el barro pegado en sus zapatos. No había sido un camino fácil, mucho menos placentero, pero algo había impulsado a ambos a dicha persecución sabiendo que eventualmente encontrarían lo que buscaban.
―Tanto apurarnos para que ella nos ganara en llegar de cualquier forma ―dijo Kisame con gracia mientras disminuía la velocidad de su avance. Itachi se detuvo y lo observó por encima del hombro―. Ve y asegúrate de que se encuentre bien.
―¿No vienes? ―le preguntó Itachi con suspicacia, sin entender por qué precisamente ahora Kisame se detenía cuando ya estaban en Amegakure.
―No. Iré a buscar un lugar en que sirvan comida y que esté abierto antes de que anochezca y todo cierre ―rio con gracia―. No soporto la comida que cocinan en la organización y no comemos nada decente hace tres días.
Itachi se volteó y comenzó a alejarse, siguiendo su rumbo hacia el edificio central de la ciudad. No le importaba lo que Kisame decidiera hacer. La única preocupación que tenía era Hinata. Seguramente descansaba en su habitación o habría ido a buscar ayuda médica. Eso habría sido lo más prudente y aún esperaba que ella fuese alguien que se guiara primero que nada por la sensatez. La había preparado por años para enfrentarse a situaciones de eso tipo. Debía poder confiar que estas enseñanzas habían sido tomadas en cuenta por parte de Hinata.
Cuando atravesó la entrada del edificio no pudo evitar sentir pesar en sus hombros. No podía mostrar nuevamente allí la urgencia que tenía por verla. Había ojos en todas partes que se dedicaban ahora a escudriñarlo y a susurrar sobre su retorno. No era ajeno a la cantidad de atención que despertaba cada vez que atravesaba los largos pasillos y se encontraba con los subordinados de Akatsuki trabajando allí.
Sin embargo, no tuvo que buscar mucho. En un rincón vio a una joven cargando varios abrigos y entre ellos un aroma familiar le llegó a la nariz con fuerza evocando memorias cálidas en la fría ciudad en que nunca dejaba de llover. Era Lavanda. Se detuvo y se acercó a quien que portaba la ropa.
—¿Dónde está Hinata-san? —preguntó Itachi con voz baja pero firme mientras sus ojos se posaban en la prenda que la joven sostenía entre sus manos, aún empapada y goteando. Por un momento deseó extender su mano y tocarla para asegurarse de que finalmente estaba cerca de Hinata.
La joven lo miró, sorprendida por la pregunta ya que alguien como ella nunca se hubiese imaginado que un hombre como Itachi se molestara en observarle. De inmediato un ligero rubor rosa cubrió sus mejillas, haciéndola trastabillar.
—E-ella... —su voz titubeó—. Ella le llevó comida a Deidara-sama.
Itachi asintió, agradeciéndole con un gesto para luego subir rápidamente por los escalones hacia el piso donde los miembros de Akatsuki se alojaban.
A medida que ascendía, el edificio parecía hacerse cada vez más alto, o quizás era el cansancio acumulado que su cuerpo difícilmente toleraba. La ansiedad por ver a Hinata después de tanto tiempo le daba energía para continuar, a pesar de estar en sus límites entre el cansancio y la falta de comida.
Finalmente llegó al salón principal, que hasta hacía poco había sido empleado por los miembros principales de Akatsuki para reunirse y compartir su descanso junto al fuego. Era un espacio común de dimensiones amplias, pero se encontraba vacío y en silencio. A la vuelta del corredor estaban las habitaciones que Deidara utilizaba cuando se encontraba en el lugar y más allá por el mismo corredor, las suyas y de Hinata. Si se doblaba en cambio a la derecha, se podía llegar al lugar que empleaba Sasori y en donde conservaba su taller. Era el lugar más grande de todo el andar. Supuso que ya nadie lo emplearía por mucho tiempo.
Itachi caminó hacia la habitación en donde supuso encontraría a Deidara con Hinata. Era curioso, pero de pronto empezó a sentirse nervioso y su corazón comenzó a palpitar con más fuerza. Quería encontrarla, asegurarse de que estuviera bien, disculparse por todo lo que la había hecho pasar hasta ese día y asegurarle que nunca había deseado nada de eso para ella. No obstante, la respuesta que fuese a darle le perturbaba. Sabía que era muy posible que encontrara reproche en sus ojos, pero no podía soportar la idea de encontrar tristeza.
Sin embargo, al llegar a la puerta corrediza que daba acceso a la habitación de Deidara se detuvo. Desde ese lado logró escuchar la voz de dos personas con claridad y algo le dijo que no debía interrumpir aquel momento.
―Rezaré por el alma de Sasori-dana.
―Estoy cansado, Hinata. Llévate eso. Apaga la luz. Hum. Hinata.
―¿Sí?
―Si rezas... ¿puedes pedir...?
―¿Pedir qué?
―Nada. Olvídalo. Antes que te vayas escucha bien lo que te diré. No dejes que te vean llorando. Lo usarán en tu contra eventualmente. Debes aprender a eliminar tus emociones si quieres sobrevivir en este lugar. Escóndelas en un lugar donde sólo tú puedas alcanzarlas o siempre serás alguien que los demás utilicen.
Itachi bajó los párpados, comprendiendo que Hinata lloraba dentro de la habitación y que de alguna manera muy torpe, Deidara intentaba advertirle que no lo hiciera. Seguramente se había enterado hacía poco de la noticia de la muerte de Sasori.
―Gracias, Senpai. Volveré en la mañana.
―Si vuelves a lloriquear frente a mí, de verdad te mataré.
Y entonces algo ardió con furia en su pecho. Una ira inexplicable lo recorrió como el fuego que representaba a su linaje que utilizaba el abanico como un símbolo y que lo hizo apretar el puño. Itachi no era una persona impulsiva, ni tampoco actuaba motivado por conceptos como la venganza, pero escuchar a alguien amenazar así a Hinata provocó una reacción casi visceral en él, acrecentándose el deseo que tenía de protegerla.
Hinata se encontraba frente Deidara, llorando, vulnerable, herida y buscando algo de consuelo. ¿Y él que hacía? Se aprovechaba de eso para ofenderla y amenazar su vida. Un torrente de emociones comenzó a revolverse en su interior, como si en cualquier momento fuesen a desbordarse y sus ojos comenzaron a punzar y doler. Siempre había sido alguien calmado y paciente, pero todos tenían un límite. ¿Cómo se atrevía Deidara a hablarle así? ¿Cómo se atrevía a amenazarla cuando ella se quebraba frente a él abriéndole su corazón?
Itachi se deslizó rápidamente detrás de la esquina del pasillo, asegurándose de que Hinata no lo viera cuando salió y dejó la bandeja de comida afuera. Esperó allí hasta que los sonidos de las pisadas desaparecieron perdiéndose por el corredor. No deseaba que Hinata escuchara la forma en que estaba por hablarle a Deidara. Era un lado suyo que pocas veces había salido a superficie, siempre oculto detrás de sus buenos modales y frialdad a la hora de tratar a los demás.
Caminó con pasos firmes hacia la puerta y la abrió de golpe, haciendo que el sonido de la madera golpeando el marco sobresaltara a Deidara como si se tratara de un latigazo. La puerta crujió, agrietándose en el borde.
―¿Qué...? ―lo escuchó exclamar luciendo sorprendido ante la imagen de la persona que se introducía en su habitación. Itachi lo observó con sus ojos penetrantes, el sharingan ya activo, su mirada afilada y amenazante―. ¿Qué quieres? ―le preguntó mientras se acomodaba sobre el colchón, observándole de vuelta con desafío.
Deidara estaba hecho un desastre. Había perdido por completo uno de sus brazos y en el otro el antebrazo. Seguramente el dolor que estaba experimentando al no haber cerrado y cauterizado las heridas esperando por Kakuzu sería insoportable. No le importaba en lo absoluto. Nada justificaba lo que acababa de hacer.
―¿Sabes quién es la persona que acabas de amenazar con matar? ―aunque la voz de Itachi sonaba carente de emociones, había algo en su mirada que habría provocado una reacción de cautela en cualquier shinobi.
―Es mi subordinada ―respondió desafiante.
―Es mi esposa ―lo corrigió Itachi.
―¿Tu esposa? Que ambos hayan dicho algunas palabras tontas en una ceremonia anticuada y antiestética no la convierte en tu esposa ―dijo Deidara como si la idea de que ambos se hubieran casado y realmente pensaran que su relación era la de un matrimonio le pareciera absurda―. Nunca la has tratado como una esposa ―continuó, disfrutando al ver cómo sus palabras herían el orgullo de Itachi, como él mismo había herido el suyo años antes.
―La forma en que trato a mi esposa no es de tu incumbencia ―le dijo Itachi.
―Esposa... que gracioso suena. Algunas veces, porque la compadecías, vi que la tratabas como si fuese tu hermanita menor, pero la mayoría del tiempo sólo la tratabas como una mascota que tú y Kisame se turnaban ―dijo con un tono divertido que bordeaba en la burla―. Hasta a un perro le permiten jugar bajo el sol, pero tú la hacías caminar en la oscuridad, cubriendo sus ojos con una venda ―Deidara bufó con desprecio, como si le causara asco tan sólo pensar en la forma en que Itachi había tratado a Hinata―. ¿Qué tipo de hombre abandona a su esposa en un lugar como este por tres años, sin una sola palabra de por medio? ¿Qué tipo de esposo no es capaz siquiera de compartir la cama con su mujer? ―se burló, disfrutando de cada palabra que salía de su boca mientras miraba a Itachi―. Sí, ella me lo dijo, ya que veo que te lo estás preguntando. ¿Cuáles fueron las palabras que usó? Oh sí... "El siempre ha sido respetuoso conmigo" ―Deidara imitó la voz de Hinata de forma sarcástica, luego se echó a reír, como si todo aquello fuera un juego―. Como sea, es mi subordinada en este lugar de mierda al que me obligaste a venir hace cinco años, porque el líder así lo quiso. Sabe que estará mejor conmigo que con cualquiera en la organización y eso te incluye a ti ―respondió con una sonrisa arrogante, disfrutando de la tensión que había creado en el aire―. Le hablaré como me plazca. Si tienes un problema con eso, habla con el Líder.
Itachi no respondió. No iba a justificarse frente a Deidara. No iba a explicar la relación que tenía con Hinata, los motivos por los cuales había tenido que casarse con ella ni por qué se había visto imposibilitado de dejarla atrás en Konoha. No era de su incumbencia y al escucharlo hablar, comprendía que no sólo lo impulsaba su odio hacia él por haber sido reclutado forzadamente hacía años, sino, porque estaba celoso. Nadie hablaba con esa pasión sin sentir la misma pasión por alguien más. La mayoría de lo que decía venía de un lugar en que codiciaba lo que Itachi tenía: el corazón de Hinata.
A pesar de todo, no se movió, ni un solo músculo en su rostro reveló lo que sentía. Sólo sus ojos se llenaron por un momento de un odio contenido cuando lo escuchó imitando la voz de Hinata y burlándose de ella, revelando palabras que seguramente le había dicho nacidas de la confianza que Deidara le despertaba. Muchas veces le había advertido sobre las personas que había en ese lugar, supuso que finalmente decidió no escucharlo y abrirles su corazón de cualquier forma. No se lo merecían, ninguno de ellos merecía un pizca del corazón de Hinata.
―Lo diré sólo una vez. Cualquier amenaza que hagas a mi esposa, es una amenaza directa hacia mí ―Itachi dio un paso hacia él, acercándose con una calma que sólo aumentó la tensión entre ellos―. No me confundas con un hombre paciente, Deidara. Podría ser un error. Lo dejaré pasar esta vez porque estás enamorado de ella.
―¿Qué rayos estás insinuando diciendo que estoy ena...?
―No habrá una segunda vez ―lo interrumpió Itachi―. Si quieres herir a Hinata-san, recuerda que la protegeré.
―¿Protegerla de qué? ¿De mí? ―Deidara bufó, divertido. Itachi había dicho algo que lo acababa de irritar y ahora, era su turno―. Hinata no necesita que tú la protejas de mí ―dijo finalmente, con una sonrisa ladeada―. Si no, de ti mismo.
A pesar de su aparente tranquilidad, la insinuación lo golpeó de una manera que ni siquiera él había anticipado. La forma en que Deidara lo miraba le hizo comprender que había sentimientos más profundos de por medio de los que ambos estuviesen dispuestos a hablar. Sentimientos que ambos compartían por la misma persona.
―Voy a ser más claro. Ya que te gustan las amenazas, te haré una a ti ―su paciencia se estaba agotando, pero se obligó a mantener la compostura―. Si vuelves a hablarle así a Hinata-san, te mataré.
Itachi caminó hacia la puerta y abandonó la habitación de Deidara escuchando como algo se destruía dentro del lugar. Supuso que habría pateado la mesa de noche con una pierna por el tipo de sonido que se dejaba escuchar por el corredor. Quizás si él hubiese contado con ambos brazos habría decidido combatir una vez más, pero en el estado que se encontraba, no valía la pena. Ni si quiera podía realizar sellos de mano.
Suspiró, avanzando por el pasillo hacia la habitación que compartía con Hinata, incrédulo que después de tanto tiempo pudiese volver a ese lugar en que algunas veces había encontrado paz junto a ella. ¿Merecía paz? Probablemente no. Los crímenes que había realizado eran demasiado graves como para que él pudiese encontrar felicidad antes de que todo terminara.
Entonces llegó hasta la puerta corrediza. Sabía que dentro de la habitación encontraría a Hinata, por lo que se tomó un momento para componerse y pensar que diría. No obstante, mientras lo hacía, escuchó desde el otro lado como alguien lloraba allí dentro. Su pecho se oprimió, sin saber qué hacer, si esperar y darle privacidad o entrar. Finalmente, decidió por lo último ya que sabía que Hinata se encontraba herida y debía asegurarse de que no fuese algo muy grave.
Cuando vio borrosamente la figura en medio de la habitación, se preguntó quién sería esa persona, a pesar de que todo en su instinto le decía que se trataba de Hinata. Era difícil poder saberlo con seguridad, pues sus manos le tapaban el rostro al estar intentando ocultar que sollozaba.
La escena se le hizo extraña, pues la imagen que permanecía en su memoria de la niña era diferente de lo que alcanzaba a vislumbrar con su disminuida visión. Fue entonces que su sharingan le hizo ver lo que sus ojos no: conocía a la perfección esa firma de chakra, así como la manera en que éste se estaba concentrando intensamente alrededor de sus ojos.
―¿Por qué llora? ―le preguntó desde el marco de la puerta, impresionado por lo que estaba observando.
Al escuchar su voz, Hinata giró lentamente el rostro hacia él.
En ese instante, el tiempo pareció detenerse para Itachi y su corazón volvió a acelerarse. La pequeña y tímida niña que tantas veces le había salvado la vida con su incondicional amor ya no estaba allí. Había sido remplazada por alguien más, cuyos ojos desconocía y lo hacían sentir extrañamente solo. Aquello lo desarmó y por un momento no estuvo seguro de cómo debía reaccionar.
Hinata había crecido al menos quince centímetros, su cabellera era larga y le caía por los hombros como una cascada nocturna. Sus pómulos se habían vuelto visibles dándole una distinguida hermosura que lo tomó completamente por sorpresa, aunque los detalles de su rostro seguían siendo un misterio ya que no podía verlos con claridad desde esa distancia por su visión borrosa. Lo que sí pudo admirar cuando se acercó a ella fue que no quedaban rasgos infantiles o de niñez en su rostro, más bien, el semblante orgulloso y elegante de su clan se había vuelto evidente, haciéndolo sentir un tanto intimidado en su presencia. Incluso, nervioso.
―¿Estoy soñando? ―murmuró Hinata bajando las manos de su cara para posicionarlas sobre su pecho.
El gesto que no pasó desapercibido para Itachi. Su postura era bastante evidente, estaba protegiendo su pecho, el lugar en donde estaba su corazón, poniendo una barrera entre él y ella. Eso le decía mucho más que cualquier palabra.
―¿Itachi-san?
Itachi la observó fijo y no respondió de inmediato, dejando caer levemente los párpados. Podía ver el torbellino de emociones en Hinata, todos reflejándose en sus ojos como un libro que se abría con facilidad para él. Quizás esa era su mejor habilidad y por la cual podía mentir con maestría, ya que leer las emociones en el resto era un talento natural.
―Aún huele a lavanda, Hinata-san ―dijo de pronto Itachi. En su mente, hasta ese preciso momento, Hinata había sido una niña pequeña y ahora... ya no lo era. Para todos los efectos, estaba frente a alguien que nunca había visto antes y que al mismo tiempo, había visto tantas veces que su rostro estaba quemado en sus pupilas. ¿Cómo conciliar ambas imágenes?―. Ya no es una niña.
―No, ya no lo soy. Han pasado tres años ―dijo Hinata con su usual suavidad dejando que las lágrimas se secaran en su rostro y la sorpresa se instalara en sus gestos. No obstante, la forma en que lo dijo provocó que el aire en la habitación se tensara―. Tres años es mucho tiempo ―susurró despacio.
Sus palabras tomaron a Itachi completamente por sorpresa. No esperaba aquel tono frío y calmado, tampoco el aire a reproche. No sólo su aspecto había cambiado sino su actitud en extremo dócil y amable hacia él. Ahora en cambio sus ojos reflejan el dolor de haberle esperado ese tiempo y la desolación que había dejado su ausencia.
―Hinata-san ―comenzó, sin poder terminar realmente lo que deseaba decirle. Pero era como si incluso llamándola así, no pudiese alcanzarla. Había una distancia enorme entre ellos aunque estuviese allí. Y lo peor era que podía ver cómo Hinata batallaba con los sentimientos de amor y odio justo frente a sus ojos. Sintió que eso lo quebraba más que haberlo visto en Sasuke la noche de la masacre de su clan―. Lamento todo.
―Lo sé ―respondió ella, como si pudiese entender el dolor que sentía en ese momento―. Usted... Huele a jazmines, Itachi-san. ¿Ha estado en un lugar con jazmines todo este tiempo?
―Sí. Lo estuve, hace un par de meses.
Permanecieron en silencio entonces. En algún momento durante los últimos días había pensado que aún podía remediar todo lo que había hecho con ella, que podía salvarla de esa oscuridad en la que se había sumergido por seguirle.
―¿Está herida? ―preguntó Itachi con seriedad, dejando de lado sus sentimientos respecto de lo demás.
Entonces, Hinata caminó un paso hacia adelante en su dirección, bajando las manos nuevamente. En sus ojos se reflejaba una emoción que por primera vez no pudo descifrar, pero que se le hacía dolorosamente familiar, haciéndole creer que era posible que Hinata lo fuese a bofetear o correr a abrazar. Quizás ambas ideas revolotearan su mente.
Para su sorpresa, al tenerla tan cerca su visión aclaró levemente y pudo notar más en ella que antes había estado borroso en su campo visual. Si su altura lo había tomado desprevenido, los contornos de su cuerpo le provocaron un escalofrío desconocido en sus entrañas al percatarse que efectivamente, tres años era demasiado. En ese tiempo, Hinata había crecido y ahora tenía el cuerpo de una mujer, apenas cubierto por una camiseta de mallas. Su cintura era pequeña, pero sus caderas y busto, amplios y provocativos. No obstante, ignoró esos pensamientos para fijar su atención en el tajo limpio que atravesaba su camiseta de mallas y que había cortado profundamente en su piel a la altura del hombro. No era apropiado estar pensando en lo demás.
―¿Quién le hizo esto? ―preguntó Itachi acercándose lentamente mientras llevaba su mano al portaherramientas abrochado en su cintura para sacar alcohol y vendaje―. Puedo solucionarlo. Permítame.
Con una suavidad inusual en él se acercó hasta ella, moviendo cuidadosamente su cabellera y despejándolo de su hombro. Hinata paralizó, sus mejillas se cubrieron de un adorable rosa y pudo percibir la forma en que dejó de respirar, acelerándose su corazón. Cuando sus ojos se encontraron, Itachi sintió algo revolverle el estómago y tuvo que hacer un gran esfuerzo para dejar de mirarla y así aplicarle alcohol en el lugar que tenía la herida. Sin más, comenzó a limpiar su delicada piel con cuidado, soplando el lugar cuando la vio fruncir el ceño al sentir la quemadura del líquido desinfectante. Entonces ella suspiró, saliendo su respiración entrecortada por los labios.
Aquel inocente sonidito hizo estragos en su propia calma. Recordando que era un shinobi, puso su palma sobre la herida y comenzó a aplicar ninjutsu médico para acelerar la regeneración celular en el lugar y así hacer que se cerrara por completo, evitando mirarla a los ojos por el creciente nerviosismo que empezaba a surgir en él al estar así, tan cerca de ella.
―¿Cómo fue que...?
―Sasuke-kun ―dijo Hinata como si saliera de un transe que le resultaba doloroso. Fuese lo que fuese que estaba pasando por su cabeza, se reflejaba el dolor que ello le provocaba en su mirada y la manera en que sus manos temblaban―. Fue Sasuke-kun.
―¿Estuviste con Sasuke?
―Pensé que si íbamos a Konoha... ―Itachi esperó lo que ella tuviese que decir―. Quería saber por qué.
―¿Por qué, qué?
―Nuestro matrimonio ―Itachi no respondió. Hacerlo significaba un torbellino emocional para ambos y lo que le preocupaba en ese momento era poder sanar a Hinata―. Si yo iba con él y lo ayudaba a encontrar lo que buscaba, quizás Sasuke-kun... podría hacer que lo viese de la misma forma en que yo lo hago. Que supiese que había un motivo importante para que todo ocurriese como lo hizo. Necesitaba saber que había un motivo. Fui tan estúpida. Es mi culpa, creo que lo causé yo misma. Sasuke-kun ya no es... ―tomó una pausa y subió su mirada hasta Itachi y algo en sus ojos desprovistos de esperanza y amabilidad le hicieron sentir un escalofrío helado que subió por su espalda y le quitó el aliento. Era como si buscase en él algo de lo cual aferrarse para no caer completamente en la desesperación―. Yo fui muy ingenua en creerlo, Itachi-san. Él entró a mis memorias y lo vio todo. Sólo estaba buscando un modo de atacarme y poder obtener información. Nunca le importé. No deseaba encontrar nada, sólo... sólo atacarme cuando yo se lo permitiese. Usó su sharingan en mí. Aún lo siento sobre mí, dentro de mi, hurgando, observando todo lo que duele. Es como si me desnudara y no pudiese cubrirme con nada, dejándome sola en la oscuridad. Cada vez que cierro los ojos puedo verlo ―frunció los labios y entonces esa misma desesperación se volteó hacia él―. ¿Por qué no estaba para evitarlo? ―su pregunta lo golpeó, cuando de pronto también lo hizo la mano de Hinata que se había apretado en un puño y ahora le golpeaba el pecho sin fuerza―. Dijo... dijo que nunca nadie se enteraría que nuestro matrimonio fue una farsa. Dijo que nunca me haría daño, que nunca me haría llorar. ¡Lo prometió! Dijo que pasaríamos el resto de nuestras vidas juntos y siempre estoy sola. ¿Por qué? ¡Lo prometió! Ya no... Ya no quiero estar sola. Es muy doloroso. No quiero que mueran. No es justo. No es justo que Sasori-dana muriese solo... Es muy doloroso vivir así.
―Lo siento ―dijo Itachi sintiendo el peso de sus decisiones al ver la manera en que Hinata temblaba, rompiéndose de esa manera frente a él. No impidió que lo golpeara si aquello la consolaba de alguna forma, hasta que pareció cansarse de hacerlo―. Desearía que todo hubiese sido diferente.
―Ya no sé si puedo seguir creyendo lo que sale de su boca.
―Quizás eso sea lo mejor. Sólo sepa que nunca quise herirla, ni hacerla llorar.
Las palabras de Deidara volvieron a él, comprendiendo que quizás era cierto. La persona que realmente venía arruinando a Hinata por años era él.
―¿Por qué? ―preguntó Hinata temblorosamente―. ¿Por qué no pudo mantener su promesa? ¿Qué fue tan importante para destruirnos así? a Usted y a mí―Itachi frunció el ceño cuando lo preguntó―. No me engaña, sé que esto lo ha destrozado más a usted que a mí todo este tiempo. Lo escuché llorar más de una vez en las noches. A veces, llamaba a Shisui-san mientras dormía.
―Fue todo por Konoha ―susurró Itachi―. Yo... usted... Shisui... Mis padres... Sasuke... todos pagamos el precio de la paz de Konoha ―entonces su semblante se volvió serio y aunque dolía, había un cierto sentido de deber que latía en él―. Y no me disculparé por eso. Tampoco tiene que perdonarme. Soy un shinobi de Konoha. Hice lo que tenía que hacer.
―Debí hacerlo también ―cuando la escuchó hablar, sintió que temblaba contra él―. Eso habría hecho una kunoichi. Pero no pude. Yo no pude hacerlo y él... él... ―su puño se cerró tembloroso, algo que Itachi no pudo ignorar al tenerla tan cerca―. La próxima vez...
―¿La próxima vez qué? ―se paró derecho, alejándose levemente de ella, bajando su palma que hasta hacía un momento la sanaba.
―Lo mataré ―Hinata arrastró las palabras con la misma intensidad con que Sasori lo hacía cuando amenazaba a Deidara o a cualquiera que lo hiciera llegar tarde. No había duda en ella ni espacios para cuestionarlo. Su frialdad desconcertó a tal punto a Itachi que su sharingan tomó la forma del mangekyo y se activó instintivamente mientras fruncía el ceño en su dirección. El chakra en los ojos de Hinata tomaba un tono azulado intenso―. Mientras él viva, siempre estará intentando matarlo. No lo permitiré. Debo matarlo. No puedo perderlo también. No a usted. Es lo último que queda. Debo matarlo.
―¿Matarlo? ―la cuestionó sin comprender de qué hablaba―. ¿A quién?
―Sasuke-kun.
―Muchas veces me dijo que consideraba a Sasuke como un hermano, que lo extrañaba ―reclamó sin comprenderlo―. En su voz había amor por él. Tanto como amaba a mi madre o a su propia hermana. Incluso lo buscó. ¿No sabe lo doloroso que sería hacer algo así? ¿Por qué haría algo así?
―¡Porque él destruyó algo dentro de mí cuando me hizo esto! ―exclamó Hinata apuntando hacia su hombro.
―Se equivoca Hinata-san ―dijo bajando la mirada, incapaz de seguir mirándola―. Quien lo destruyo fui yo. Si quiere culpar a alguien, puede culparme a mí ―Hinata retrocedió entonces y él la observó mirarlo mientras sus mejillas volvían a llenarse de lágrimas. No había amor en sus ojos, sólo confusión y resentimiento―. Sasuke la necesita. Por eso la buscó ―dijo Itachi con seriedad―. Usted es lo único que tiene ahora. Muchas veces dijo que lo consideraba su hermano y estoy seguro que él siente algo similar.
―Lo sé. Dijo que era el único lazo que no podía cortar ―susurró mientras sus hombros caían―. Le dije que me matara si debía hacerlo. Le dije que no me defendería. Dijo que había cosas peores que morir y yo no lo comprendí... y ahora lo entiendo. Ahora entiendo qué es peor que morir.
―¿Qué cosa es peor que morir?
―Esta sensación en mi pecho en que todo el amor que sentía se vuelve lentamente en odio y oscuridad ―dijo, tocándose el pecho―. Es una existencia tan infeliz y miserable que nunca se la desearía a nadie.
―Basta... ―no podía seguir escuchando en ese momento, su visión se volvió borrosa y el dolor en su pecho le dificultó respirar―. Por favor... Hinata-san. No llene de odio ―su mirada mostró por primera vez quizás en diez años de relación sus verdaderos sentimientos hacia ella―... el único lugar en donde aún puedo encontrar amor.
Hinata lo observó confundida, pero no detuvo que se fuese. Itachi caminó por el corredor, alejándose de la habitación que de pronto se le hizo muy pequeña para soportar. Kisame le había intentado advertir lo que encontraría después de todo ese tiempo sin ella, lo que las influencias de los demás miembros de Akatsuki, la tristeza y la soledad terminarían de cultivar dentro de su corazón. Dolía saber que era su culpa que ella transitara ese camino ahora, dolía tanto que en su pecho distinguía un peso que le impedía respirar con normalidad.
Mientras se alejaba por el corredor no pudo evitar recordar la intensidad con la cual los ojos de Hinata lo habían observado, el frío en sus palabras y el odio que la embargaba. No era un simple momento de rabia o un arrebato, había seriedad en su amenaza de matar a Sasuke la próxima vez que lo viese, lo cual arruinaba por completo sus deseos y los planes que tenía para ambos.
Soportó los pasos hasta entrar al baño, cerró la puerta, y allí se desplomó cerca del lavamanos. El dolor agudo que se anidaba en su pecho iba mucho más allá del dolor por Hinata y lo venía experimentando cada vez con más frecuencia durante los últimos meses. Llevó su mano al pecho, intentando soportarlo, mientras un frío sudor le helaba la espalda. Todo a su alrededor se volvió borroso, por lo que apretó la mandíbula para así no gritar.
Un tos seca y dolorosa rasgó desde sus pulmones hasta su garganta, haciendo que algunas gotas de sangre cayeran desde su mentón hasta la loza blanca alrededor del grifo de agua. Y allí se quedó, soportando la condición que lo aquejaba, temblando y resignado a lo inevitable.
Utilizar el sharingan tenía un precio y cada vez que el mangekyo aparecía en sus iris lo sentía.
Llevó con torpeza su mano al portaherramientas y temblorosamente sujetó el gotero que contenía el mejor kotarō que había podido adquirir en La Aldea del Lobo Aullante. Lo aplicó en sus ojos para calmar el dolor. Tenía suficiente para tres meses.
Todo tenía que concluir entonces. Sólo tenía tres meses para enmendar todo lo que había roto, todos los errores que había cometido y salvar a los que amaba de una vida de oscuridad, odio y soledad. Era lo último que podía hacer por ellos.
Se apoyó con ambas manos sobre el lavabo, respirando con dificultad, notando como la luz a su alrededor se apagaba. La medicina olía intensamente a jazmines y estaba usando cada vez más de ella. La única desventaja era que quedaba parcialmente ciego por mucho tiempo una vez la aplicaba. Pero no había otra solución, era lo único que aún lo mantenía en pie.
De alguna manera, tenía que arreglar lo que había hecho con Sasuke y Hinata antes del fin.
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NOTA: Queridos lectores, esta vez hice un gran esfuerzo por actualizar rápido T_T Espero que sepan lo difícil que fue escribir este capitulo que tiene varias partes bastante emotivas. Gracias por leer, los que aún siguen con el fic y que me han apoyado a pesar de las demoras. Espero poder postear prontamente, sus reviews y comentarios realmente me dan mucho ánimo de seguir.
