La Revolución de Mestionora
Invierno con los Nobles
–Myneira, deja de sonreír de ese modo –la amonestó Ferdinand entrando a la habitación donde la abuela Elvira, la abuela Hermelinda y Heidemarie estaban terminando de arreglarla con ayuda de su nueva asistente, Otillie y algunas asistentes más–. ¡Es desvergonzado!
Estaba tentada a sonreír de forma más "desvergonzada y alegre", pero había prometido comportarse al menos ese día. Que su guardián estuviera hecho un manojo de nervios, gruñón y más estricto y perfeccionista de lo usual terminaría estresándola, así que cerró los ojos, tomó aire y moderó su sonrisa por aquella que no dejaban de exigirle en todos los lugares con nobles.
–¿Mejor así, Sumo Obispo?
Ferdinand pareció relajarse entonces, dejando caer apenas un poco sus hombros y asintiendo sin más. Myneira volteó a ver a su asistente y le pidió que entregara eso. Una caja alargada de madera bastante sencilla salió de entre sus cosas en ese momento.
Si bien sus padres la dejaron en el Templo con antelación, Ferdinand estaba tan ocupado que muy apenas la recibió antes de dejarla con Heidemarie y Eckhart, quienes la llevaron de inmediato a la finca de los Linkberg donde también la esperaban Bonifatius y Hermelinda. Según entendió, estaría quedándose en la finca de los Linkberg con regularidad, pasando el fin de semana completo con Bonifatius y Hermelinda al menos hasta que fuera hora de volver al Templo. Por supuesto, entregó todos los regalos que envió su familia plebeya. Para este momento, todos los Linkberg sabían que una familia plebeya la acogió, cuidó y escondió hasta que fue momento de darse a conocer mucho antes de lo planeado gracias a qué Lord Ferdinand entrara al Templo, así que no fue raro para nadie recibir sus cajas de obsequios… excepto para Ferdinand, que no supo de ello sino hasta que Otillie le entregó la caja a Heidemarie y ella a Ferdinand.
–¿Y esto?
–Un obsequio por protegerme y guiarme hasta el día de hoy, Sumo Obispo. Gracias por ser mi Erwachleren. Espero seguir contando con su guía a pesar de lo ocupado que se encuentra.
Ferdinand abrió la caja, observando con atención el contenido y llevando una mano a su boca por un par de segundos antes de acercarla a su rostro como para observarla mejor, mostrando curiosidad antes de mirarla a ella.
–Ese no es el aroma usual de las velas.
–Son velas aromáticas, milord –explicó Heidemarie–. Al parecer, los artesanos de velas de mi querida hermanita se esmeraron mucho para crear velas para nosotros. Sólo no deje que Lord Bonifatius vea su vela.
Una mirada interrogante cayó sobre ella y la pequeña sonrió divertida.
–Mis artesanos crearon velas de Wiegenmitch para mi hermana Heidemarie, la abuela Elvira y la abuela Hermelinda. Para Eckhart, el abuelo Karstedt y el abuelo Bonifatius crearon velas de Erwachleren y para Cornelius y Lamprecht, velas de Anwasch… sin embargo, la de usted es un poco diferente.
Ferdinand miró de nuevo su regalo, sacándolo de su caja y haciéndolo girar con ojo crítico en lo que un par de suspiros y un "¡Oh, dioses!" escapaban de las mujeres en la sala.
La vela para Ferdinand era un poco más grande que las otras. La figura principal era, en efecto, Erwachleren, sin embargo, bajo sus brazos abiertos estaban pequeños tallados de Anwasch, Heilschmerz, Duldsetzen, Kunstzeal, Mestionora, Angriff, Ordoschnelli, Chaosfliehe, Anhaltung y Greiffechan, en tanto los instrumentos divinos de Flutrane, Leidenshaft y Schutzaria aparecían a la altura de la cabeza de Erwachleren.
–Myneira… pusieron muchos dioses en la de Lord Ferdinand –comentó Heidemarie con un ligero sonrojo y una sonrisa complacida–. Me alegra ver qué otros noten su importancia.
–¡Myneira! –gruñó el Sumo Obispo con las puntas de sus orejas rojas.
–Yo no les pedí que pusieran tantos dioses, además, la de Heidemarie también tiene varios dioses.
La nombrada se sonrojó todavía más sin dejar de sonreír, asintiendo y explicando en cuanto los ojos de Ferdinand cayeron sobre ella.
–Es cierto, milord. La mía, además de Wiegenmitch tiene a Verbergen, Heilschmerz, Duldsetzen, Grammarature, Forsernte y Geduldh, además de las plantas del escudo de armas de mi familia.
Eso pareció tranquilizarlo, devolviendo la vela a su caja y tapándola bien.
–Si esto es lo que perciben tus artesanos, supongo que no hay mucho que pueda hacer al respecto. Además, casi es hora de empezar.
Ferdinand soltó un suspiro corto disfrazado de mera exhalación conforme se agachaba hasta postrarse en una rodilla para quedar a la misma altura que la niña, quién no dejaba de sonreírle.
–Subirás al escenario antes de los bautizos para hacer oficial tu adopción por parte de Bonifatius y Hermelinda, después de eso, vendrás aquí de nuevo para cambiarte por las ropas adecuadas y te formarás al final de la fila de los debutantes. Dado que este año no hay candidatos a Archiduques y te está adoptando uno, tocarás al final. Espero que estés preparada. Esta vez ni Rossina, ni Hanna ni yo podremos apoyarte.
–Entiendo. Gracias por las indicaciones y la advertencia.
Ferdinand salió entonces y Myneira volteó con una mirada suplicante que Lady Elvira supo interpretar de inmediato, haciendo que todas las asistentes se retiraran para que la niña pudiera dar un abrazo a las mujeres de su familia noble.
Estaba nerviosa y ansiosa a partes iguales. No estaba segura como iban a funcionar las cosas después de esto porque de sobra sabía que habría demasiadas miradas sobre ella juzgando cada paso, gesto y palabra durante toda su estadía.
.
'No creo que pueda cansarme de ver esto o acostumbrarme del todo'
Estaba maravillada viendo cómo se prendía en llamas doradas el contrato de adopción. De pronto su nombre había cambiado de nuevo. Ya no era solo Myneira Tochter Liljaliv sino Myneira Tochter Liljaliv Adotie Linkberg.
Apenas llegar a la salita donde la vistieron para su adopción, le colocaron un vestido rojo con blanco un poco más impresionante que el anterior. Un cambio simbólico para indicar su nuevo estatus entre los archinobles, convirtiéndose en hermana adoptiva del Lord Comandante, prima de Ferdinand… y del archiduque en persona.
Myneira se observó un poco más de lo usual en el espejo, apreciando la tela teñida por su madre y adivinando las partes del diseño de las que Tuuri era responsable. Sus flores tejidas y su palillo fueron cambiadas y de pronto alguien tocó a la puerta. Otillie fue a abrir. Heidemarie se quejó de que debían haber muy pocos niños bautizándose si ya los estaban apresurando cuando un hombre de cabello gris y ojos caídos demasiado familiar entró en ese momento con una pequeña caja lacada en las manos.
–¿Justus? ¿Ocurre algo? –inquirió su hermana.
–Nuestro señor está algo ocupado ahora. Faltan dos niños más por bautizar, así que me encargó que viniera a avisarles y a entregarles esto. Un obsequio para la señorita por su adopción en la casa Linkberg. Muchas felicidades.
Heidemarie abrió la caja, saltándose por completo el protocolo y abriendo mucho los ojos, logrando que Lady Elvira se asomara también, curiosa, abriendo bastante los ojos antes de mirar a Myneira y luego a Heidemarie, ambas acunándose una mejilla.
–¿Justus… estás seguro de que…?
–Milord dijo que la señorita va a necesitar toda la protección posible ahora que ha sido expuesta a la mirada de Chaocipher. Deberías comprenderlo, Heidemarie.
–¿Por qué tanto alboroto? –levantó la voz la abuela Hermelinda desde su silla, sentada a un lado de Myneira para supervisar su arreglo–, ¿el muchacho le envió un amuleto o una piedra?
Myneira no entendía muy bien, sonriendo de que su abuela también viera a Ferdinand como un muchachito, al menos hasta que Heidemarie se paró frente a ambas y extrajo una bonita pulsera con varias piedras de colores que refulgían como si fueran gemas a pesar de su opacidad.
–¡Por todos los dioses! Esa mujer debe tener traumatizado al chico –murmuró Hermelinda antes de acercar las manos, soltando un ligero siseo, como si algo la acabara de picar, riendo divertida por lo bajo y dedicándole una mirada satisfecha al objeto–. Bonifatius va a aprobar esto, en definitiva. Sólo lo mejor para nuestra hermosa Myneira. Anda, querida. Póntelo. Quiero ver qué alguien intente pasarse de listo contigo y luego pida piedad.
Myneira tomó la pulsera, deslizando su mano dentro sin problema alguno y soltando un sonido de sorpresa cuando la pulsera se encogió, abrazando su muñeca con suavidad, haciéndola sentir segura y cálida ante las conocidas cosquillas. Quería preguntar si eso tenía el maná de Ferdinand, pero con tantas personas ahí, podría generarse un malentendido.
–¡Y milord luego se pregunta porque su obsequio fue el más elaborado! –suspiró Heidemarie tratando de no reír demasiado en el momento justo en que Justus abría la puerta para que todas pudieran salir.
.
Sentada en el escenario, sintiendo el cálido maná de su guardián en la muñeca, el palillo con las flores tejidas por Tuuri en el cabello y envuelta en la tela teñida por su madre para el vestido diseñado por sus abuelas y su supuesta hermana mayor, Myneira no podía dejar de sentirse más tranquila, como cobijada por todos en lo que escuchaba las interpretaciones de los niños mednobles. Ahora estaba segura de que no podría hacerlo mal… su preocupación real llegó cuando la primera niña archinoble terminó de tocar.
'¿Pero qué es esto? ¿cuánto tiempo dedica un niño noble normal a practicar? Ferdinand no pudo haber planeado que me adoptara el hermano del Archiduque anterior… ¿o sí?'
Lo notaba a la perfección, como el nivel de ejecución iba aumentando según el rango de cada uno de los niños, siendo los laynobles los que mostraban menos habilidad. No fue sino hasta escuchar a la primera archinoble debutando, una niña de cabellos verdes y lindas facciones llamada Liesseleta, que se dio cuenta de algo… los superaba a todos con creces. Tal vez esa fuera la razón de que de pronto Cornelius y Lamprecht dejaran de ayudarla a practicar el harspiel los fines de semana desde que salió de su último jureve. Luego recordó que Ferdinand no dejaba de exigirle más y más en el harspiel… si no invirtiera una mitad del tiempo de sus prácticas de música en el piano…
'Van a mirarme como si tuviera tres cabezas. ¡Ese mocoso imberbe acaba de convertirme en Mozart!'
Por un momento consideró tocar un poco más rápido para parecer un poco torpe… luego decidió que tocar más lento podría evitar que notaran el nivel excepcional que tenía, entonces fue su turno de pasar.
Myneira se levantó y caminó, sentándose en el lugar de honor y recibiendo el harspiel de manos de Rossina, quién la miraba con una sonrisa sincera y una mirada llena de expectativa. Cómo su maestra, una mera doncella gris, éste era el momento de demostrar al mundo cuan entregada estaba Rossina a la música y a enseñarla a ella. Hacerlo mal dejaría en mal a Rossina… o al menos... no tan arriba como merecía.
Los ojos de Myneira se cruzaron entonces con los de Bonifatius. El hombre no ocultaba lo expectante y orgulloso que se sentía de verla ahí arriba, en tanto Hermelinda le dedicaba miradas de afecto.
Entonces Ferdinand la llamó, indicándole que dedicara su canción a los dioses para agradecerles y notó que, a pesar de tener su usual rostro estoico, estaba tenso y algo más.
No podía dejarlo en ridículo, no sabiendo que la mujer que lo orilló a buscar refugio en el Templo estaba mirando junto a la pareja archiducal.
Porque Myneira lo sabía ahora.
Eckhart y Heidemarie le advirtieron la noche anterior de cuidarse de ella. La mujer del velo. Lady Verónica.
Myneira mostró un rostro serio entonces, asintiendo a Ferdinand y acomodándose el instrumento en las piernas. Se concentró entonces en dedicar la canción a los dioses del verano bajo cuyo auspicio pudo encontrarse con su guardián. Estaba agradecida. Sin él, ella habría muerto llevándose solo los dioses saben a cuántas personas más.
Sus dedos comenzaron a bailar. No necesitaba mirar las cuerdas para saber cuál traste pisar o que cuerda rasguear. Después tomó aire y comenzó a cantar la canción seleccionada. Un agradecimiento a Leidenshaft por sus rayos, a Anwasch por su crecimiento y a Erwachleren por bendecirla con un guía.
Si, estaba más que agradecida con los dioses del verano. Tal vez por eso su maná comenzó a fluir hacia su anillo sin que ella lo deseara. Quizás su oración sincera al cantar fue lo que desembocó en una enorme bendición azul.
A pesar de la sorpresa, no se detuvo. Siguió tocando tal y como fue instruida, abriendo los ojos cuando pudo terminar, notando como las últimas luces de bendición se derramaban sobre Ferdinand, Bonifatius, Hermelinda y todos los Linkberg presentes.
Cientos de luces destellaron entonces debajo del escenario. Una ovación mágica y silenciosa por aquel súbito despliegue la acompañó mientras devolvía el harspiel y su abuelo Bonifatius se ponía en pie.
–¡Esa es mi bisnieta y actual hija menor! ¡Amada y bendecida por los dioses sin duda alguna!
Ferdinand no tardó nada en llegar hasta ella, levantándola sobre sus hombros y levantando la voz, desconcertándola por completo.
–La Suma Sacerdotisa de Ehrenfest ha sido elegida por los dioses como una Santa. ¡Contemplen a la Santa de Ehrenfest!
Las luces de los schtappes comenzaron a moverse entonces y las manos en su cintura la apretaron un poco más. Pronto se encontró sentada en el hombro de Ferdinand, transportada entre los nobles hacia la salida y sintiendo algo que le causó un escalofrío difícil de resistir. Estaban por llegar a la puerta cuando la notó. La terrible mirada de Lady Verónica y una sonrisa torcida asomando por debajo de su velo.
.
–¡¿Qué fue lo que hiciste allá afuera?! ¡¿Estás loca?! ¡¿Es que no aprecias tu vida?!
–¡Hice exactamente lo que me dijiste! ¡Le dediqué la canción a los dioses y les di las gracias!
–¡Y de dónde salió entonces esa bendición sin sentido!
–¡¿Y yo cómo voy a saberlo?! ¡Awww! ¡No eh ii wulwa! (¡No es mi culpa!)
La puerta se abrió entonces, pero no podía importarles menos. Quién fuera que hubiera entrado en ese momento a la pequeña sala donde la cambiaron se encontró a Myneira y a Ferdinand jalándose las mejillas uno al otro, cada cual aplicando algo más de fuerza… al menos, hasta que el intruso comenzó a carraspear.
–Milord, señorita, ahm… la familia Linkberg está a nada de entrar por la puerta.
Ambos se soltaron entonces. Ferdinand parecía molesto. Myneira estaba ofendida y furiosa.
–¡Mocoso!
–¡Gremlin!
–¡Tonto!
–¡Descuidada!
–¡Ignorante!
–¡Irresponsable!
Justus, el hombre que entró para anunciarles de la inminente invasión de Linkbergs juntó sus manos con fuerza en un aplauso y ambos se cruzaron de brazos, mirando a lados contrarios de la habitación para no mirarse entre ellos. Quizás porque ella volteó a la puerta pudo notar que Justus estaba tratando de contener la risa o el momento en que la puerta se abría de nuevo, dejando pasar a Bonifatius, hacia quien corrió en ese momento, dejándose llevar por sus impulsos infantiles.
–¡Abuelo Bon! ¿Me viste? ¿Viste como los dioses mostraron su agrado por mi canción?
Bonifatius comenzó a reír, cargándola de inmediato con sumo cuidado para sentarla en su brazo y dejar espacio para que los demás entraran.
–¡Claro que te vi! ¡Mi dulce y lista Myneira es sin duda la niña más amada por los dioses en todo Yurgensmith! ¡Eres una bendición enorme para esta familia!
De haber tenido un abuelo siendo Urano, le habría encantado que fuera como este hombre al cual se abrazó de inmediato, recibiendo afecto y felicitaciones en lugar de preguntas y recriminaciones.
–Bonifatius, ¡no la acapares para ti solo! ¡Yo también la adopté!
Bonifatius soltó una risa tonta y la bajó con delicadeza, sentando a Myneira en las piernas de su esposa, la cual no tardó nada en abrazarla de forma maternal, besándola incluso entre los cabellos antes de voltear a ver a Ferdinand.
–¡Muchacho! Ven aquí por favor.
Tal vez los demás no lo notaran, pero Ferdinand volteó a ver a Hermelinda con fastidio por ser llamado "muchacho". Aguantar la risa fue demasiado difícil para Myneira, al menos, hasta que la mujer le hizo una seña y Ferdinand se arrodilló a fin de quedar a la misma altura que ambas.
–¡Gracias por poner tanta dedicación en cuidar de Myneira! Si su canción ha alcanzado a los dioses, es en parte porque tiene un excelente mentor, Lord Ferdinand. Nunca dejaremos de estar agradecidos con usted. ¿No es cierto, Heidemarie?
La aludida asintió de inmediato y en silencio en tanto Hermelinda le daba un par de palmadas en el hombro a Myneira para que pudiera bajar.
Ella solo soltó un diminuto suspiro, notando de pronto el rojo en las mejillas de Ferdinand a quien se apresuró a curar.
–Como dije antes… gracias por cuidar de mí, Sumo Obispo Ferdinand –lo notó relajarse entonces y se apresuró a susurrar en japonés–, lamento mucho haberte jalado las mejillas.
–También lo lamento –respondió él con calma, pasando sus manos con una bendición de curación sobre las castigadas mejillas de ella antes de palmearle la cabeza de forma torpe–. Tendremos que protegerte el doble a partir de ahora. Chaocipher ha puesto sus ojos en ti. Lo lamento.
Ella negó antes de mirar atrás, encontrando que los adultos miraban con rostros serios, demasiado conscientes de lo que esto podría significar para todos.
–Milord –intervino Justus–, ¿cree que sea necesario poner eso en la vajilla de la señorita?
Ferdinand asintió y luego miró a Heidemarie, la cual abrió mucho los ojos junto con Eckhart, ambos mirándose entre si antes de poner una mirada cargada de determinación.
–¿Qué están planeando todos ustedes? –los cuestionó Bonifatius, para quien el breve intercambio no pasó desapercibido.
–Lord Bonifatius –llamó Ferdinand poniéndose en pie y encarando al fiero caballero retirado–, ya que es usted el actual padre de Myneira, le pido que me permita enseñarle a hacer una bestia alta. Es posible que debamos enseñarla incluso a escapar en caso necesario.
–Así que no soy el único que teme lo peor. Ese viejo trombe impredecible podría buscar deshacerse de mi nieta o usarla.
El tono era de preocupación y determinación. El viejo caballero miró a Myneira como quien mira un tesoro y luego a Ferdinand con una sonrisa salvaje y una mirada de mando que no dejaba lugar a dudas ni reclamaciones.
–No solo tienes mi permiso, Ferdinand, te aviso que voy a intervenir en sus entrenamientos. Heidemarie, imagino que algo aprendieron tú y Eckhart sobre venenos mientras servían a Ferdinand.
Los dos asintieron y luego de dedicarle una mirada de disculpa a Myneira, salieron de inmediato.
–Justus, ya que no puedo usar tus servicios por ahora, espero que apoyes a tus compañeros. Van a tener que educar a algunos niños.
–Como milord ordene –aseguró el peligris cruzándose de brazos y saliendo de inmediato del lugar.
Elvira se arrodilló entonces frente a ella, tomándola de las manos con sus ojos brillantes de preocupación.
–Myneira, vas a tener que ser muy valiente a partir de ahora. Todos nosotros haremos lo posible por protegerte, sin embargo, eres tú quien más puede protegerse a sí misma. Tendrás que ser prudente en todo momento. Y… ahm…
–Lady Elvira.
Todos miraron a Ferdinand, el cual les hizo un gesto. Bonifatius no parecía muy complacido, a pesar de ello, todos se despidieron de ella, diciéndole que la estarían esperando para la comida y que hablarían más cuando estuvieran de vuelta en la finca de los Linkberg. Incluso Hermelinda la miraba con algo de aprehensión antes de hacer girar su silla de ruedas para salir tratando de recomponer su rostro desencantado.
Apenas la puerta de cerró, Ferdinand le entregó una herramienta antiescuchas y la guió a un sillón donde casi se dejó caer con bastante elegancia, haciéndola pensar en las princesas Disney de la era dorada.
–¿Qué sucede, Ferdinand?
–Tus padres, los plebeyos, van a molestarse mucho con esto. Pensé que tendríamos hasta que cumplieras los diez años, pero con lo que acaba de pasar…
–¿Mis padres? ¿Qué va a pasar con mis padres? ¿Por qué estaban todos tan preocupados, Ferdinand?
Un silencio pesado y cargado de tensión cayó sobre ellos por un par de segundos que a Myneira le parecieron años, con Ferdinand pellizcando el puente de su nariz y evitando mirarla a toda costa.
–Lo lamento.
–¿Y ahora te estás disculpando? ¿Por qué te estás disculpando? ¿Qué…?
–No podremos dejar que regreses con tus padres –fue la seca respuesta casi susurrada y tan mortal como una daga en el corazón.
–Les avisé que no podría regresar durante el invierno y…
–Tal vez no puedas volver incluso después del invierno. Ellos pueden seguir asistiendo al templo… como tus artesanos, pero no cómo tu familia, al menos por un tiempo.
No pudo decir más. Ni siquiera pudo controlarse como era debido. Lágrimas y un calor terrible comenzaron a desbordar de ella a pesar de sentir que se estaba congelando por dentro. Fue como perder la vista, el oído y casi todo el sentido del tacto. Podía notar algo posándose en su frente una y otra vez como si se tratara de un insecto, sin embargo, no fue sino hasta sentir el maná conocido de Ferdinand mientras le hacía un chequeo médico que pudo volver en sí.
El chico estaba estresado. No dudaría nada que él fuera el siguiente en sufrir una crisis de ansiedad.
–Parece que has vuelto en ti. Me aseguraré de informar a Gunther y Effa. Incluso encontraré el modo de hacerles saber cómo y dónde estás pero, hasta que sea seguro, no deberías volver a verlos.
–Son mi familia, Ferdinand. ¡Por favor, no me los quites!
Lo vio tragar con dificultad. Culpa y decepción desfilando en esos ojos dorado claro la transportaron al día en que nació su primer hijo, cuando Tetsuo al fin se disculpó con sus padres en el hospital por ser un mal hijo con ellos por tantos años… haciéndola notar que esto era más profundo.
Lo tomó del rostro entonces, limpiando sus propias lágrimas sin importarle si este era un comportamiento apropiado o no.
–No es tu culpa, Ferdinand. Nada de esto es tu culpa, yo… haré lo que pidan. Sólo explícame porque debo renunciar a ellos. Por favor.
Su voz se rompió en esa última palabra. Contener las lágrimas estaba siendo más que complicado y doloroso.
Ferdinand acunó la mano en su mejilla con delicadeza, retirándola despacio antes de verla a los ojos, sabiendo que no era una niña, sino una adulta la que estaba suplicando por una explicación.
–En la sociedad noble, aquello que amas puede volverse tu mayor debilidad. Ahora que te ha visto… podría tratar de envenenarte. Podría dejarte abandonada en el ostracismo. Podría lograr que otros abusen de ti… o darse cuenta de a quienes atesoras y tomarlos de rehenes… o acabar con ellos para doblegarte.
No era algo que él estuviera inventando. La certeza de que Ferdinand había pasado por ello… por TODO ello se volvió tan claro y perturbador como la luz del sol de medio día.
De pronto los relatos de Heidemarie y Eckhart sobre la vida de Ferdinand cobraron un nuevo peso. No era la lejana fábula de un niño desconocido, quizás exageradas. De pronto eran reales. De pronto podían convertirse en SU historia y no en una historia ajena. De pronto se daba cuenta que ni siquiera Eckhart o Heidemarie sabían toda la historia ni conocían todo el daño que este pobre chico tuvo que soportar.
Ferdinand, el hijo menor del anterior Archiduque, antiguo Comandante de Caballeros, sufrió envenenamiento, abuso, ostracismo y había perdido a alguien valioso por órdenes de esa mujer, la madre del actual Archiduque, dejando una marca imborrable en su alma que debía ser lo que determinaba su conducta.
Era doloroso e insoportable ser consciente de ello. Era doloroso saber que quería protegerla de pasar por lo mismo debido a que comprendía a la perfección todo lo que implicaba estar en la mira de Lady Verónica.
Myneira ya no pudo soportarlo más, abrazándolo de inmediato, depositando un beso en su mejilla a pesar de sentirlo tensarse como si se hubiera vuelto de madera, escondiendo su rostro pequeño e infantil en el hueco del hombro de aquel adolescente que pronto se terminaría de convertir en hombre.
–Yo… gracias por explicármelo. Seré paciente. Incluso les explicaré que es por nuestro bien, solo déjame ver a mi padre y a Tuuri una última vez en el Templo.
–¡Si alguien se entera…!
–Aun me quedarás tú, y Eckhart, y Heidemarie, y el abuelo Bonifatius y la abuela Hermelinda, incluso la abuela Elvira, el abuelo Karstedt, Cornelius y Lamprecht. Por favor. Déjame despedirme, haré lo que quieras.
Debía estar demasiado emocional si Ferdinand la tomó de los hombros entonces para separarla de él, mirándola a los ojos y cubriéndolos antes de soltar un suspiro largo y curarla.
–… debemos regresar. Que seas una niña no justifica que te quedes tanto tiempo a solas con un hombre adulto.
Ella solo asintió, soltando la herramienta antiescuchas y bajando del sillón para salir de ahí, descubriendo en el proceso que lo que había tenido tan estresado a Ferdinand era saber que tendría que enfrentarse de nuevo a su torturadora… y ahora ella también tendría que enfrentarla de un modo u otro.
.
Notas de la Autora:
¡Feliz día de la Candelaria! Que me den mis tamales porque este año no saqué muñeco en la rosca de reyes, jejejeje.
Espero que disfrutaran mucho este episodio. La próxima semana tendremos el ss de Ferdinand que abarcará... pues poco más de un año, a decir verdad. Algunas dudas serán respondidas con él. Por otro lado, la semana pasada publiqué DOS capítulos en lugar de uno por un pequeño descuido, así que si no leyeron el bautizo de Myneira, bueno, pueden regresar dos capítulos y ahí lo encuentran.
