XXXVI: El camisón de Aliceth
[Nota de la Autora: Hola a todos! Esta advertencia que pongo... Oh si, se vienen otras dos escenitas de esas que les gustan mucho, va a ser otras dos escenas de autodescubrimiento como la anterior, pero para no dar más spoilers, serán desde dos puntos de vista... Oh sí, disfruten mucho la lectura, que me costó escribirla esta vez, pero espero que haya valido la pena, ¡Gracias! 3]
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Chapter Text
XXXVI: El camisón de Aliceth
Su pecosa piel se transformaba en un sereno tempano junto con los rulos aún húmedos de su cabello. No fue para menos la sorpresa de Joanna cuando escuchó a su dama pedirle un baño caliente en plena mañana invernal. Por más leña que fue consumida por el fuego intentando calentar cubetas de agua, el frío hizo de las suyas, apoderándose de la poca calidez que el agua intentó atrapar. Y aunque la temperatura estuviese en tibio, el fresco chocó cómo marea contra las rocas en el cuerpo de la pelirroja al salir de la tina. Su mayor esfuerzo fue no exhalar con fuerza cuando su piel fue vulnerada.
Su exagerada sonrisa expresaba el terror de soportar el sufrimiento de las bajas temperaturas en su cuerpo, pero no iba a tomar riesgos de levantar sospechas. Al llegar al despacho de Frollo, usaría de excusa
Su exagerada sonrisa expresaba el terror de aguantar el frío recién bañada, pero no iba a tomarse riesgos de levantar sospechas. No iba a ir al despacho de Frollo, usaría de excusa que habría un pequeño atraso en los tomos y se fue directamente a la biblioteca, donde reinaba más el gélido en sus poros, y las antorchas en la biblioteca no ayudaban para nada.
Al sentarse, intentó olvidarlo todo, concentrarse en el presente, no enfocarse en su travesura nocturna ni en su libro favorito del momento, a pesar de que este estuviera llamándola desde la sección prohibida.
Pero sus deberes eran primero, y no quería perder el derecho a un techo, comida, vestimenta y pago (Más los pequeños lujos a los que era de vez en cuando consentida). La pluma volaba en los dedos enguantados de la joven, el vapor escapando entre sus labios. Tenía que tener listo al menos ese tomo para que Frollo no sospechara que había estado distrayéndose.
"...Todo hombre que tenga devoción a cualquier religión que no sea a la católica, especialmente judaísmo o el islam, serán condenados a renunciar a su religión. De no elegir la conversión, se les condenará a 30 azotes y el exilio..."
Aliceth a veces tenía que dejar de escribir cuando leía la barbaridad hecha ley.
Su corazón se oprimió cuando su razón empezó a resonar en su cabeza. Claude Frollo pudo haberle salvado la vida, darle cobijo, transformar su relación en algo más íntimo y, más reciente, ser el objeto de sus pasiones prohibidas. Pero no olvidaba la clase de hombre que realmente era.
Rememoraba sus épocas de novicia, cuando Claude Frollo era su más grande enemigo y ella abogaba por los que él creía diferente.
¿Porque el sentimiento de ella misma clavando un puñal en su espalda le incomodaba en sus entrañas? ¿Porque no podía esa sensación abandonarla?
Estas leyes eran discutidas por la corte del Rey Louis XI, era imposible que Claude fuese el único que propusiera esta clase de leyes, pero ciertamente, su Majestad le daba demasiadas libertades a su Ministro de Justicia de cómo actuar contra los "rebeldes" y los "impíos".
Un dolor oprimente surcaba en el estómago de Aliceth, ¿Porque tenía que tener estos conflictos? Ni siquiera era mediodía. Ni siquiera había probado su bocado mañanero.
Los orbes de Aliceth giraron a la estantería de su derecha, contemplando entre alguno de los libros una copia de la Biblia. Otra vez evocó el recuerdo del retrato del joven Claude. Se mordía sus labios, ¿Porque Dios no les concedió el privilegio de haber nacido en la misma línea de tiempo? ¿Porque no les dio el honor de haber envejecido juntos? Tal vez si hubiera sido así, Aliceth hubiera influido para que Claude no pensara así de los que eran diferentes a ellos, enseñarle a ser compasivo y tolerable.
La puerta interrumpió los pensamientos nostálgicos de Aliceth, ella sobresaltándose de ver la versión longeva de su amado en secreto. Claude Frollo irrumpió en la biblioteca, alzando su mirada a su asistente.
—Buenos días, Mi Señor— Aliceth saludó con una sonrisa forzada, el deseo de recordarlo en sus sueños más salvajes de la noche anterior y la decepción de ver la naturaleza del hombre que su corazón anhelaba chocando en su alma cómo dos huracanes colisionando—¿Ha descansado?
—Lo suficiente— Claude respondió secamente, acercándose poco a poco a la mesa, parecía no haber tenido una buena noche "tampoco"—Te esperaba en tu escritorio... Ya que no has ido a atender el desayuno...
—Lamento no haberme presentado, mi Señor, ha habido un pequeño retraso en los tomos, nada serio, pero no quiero dejarlo pasar. No me gustaría que dejar de lado algo tan insignificante cómo este pequeño atraso y permitir que se vuelva después una verdadera migraña para ambos...
Frollo, quién se había olvidado un poco de los tomos, se acercó y con sus dedos, contemplaba el trabajo de su protegida, los pergaminos, los libros ya acabados apilados ¿Quería saber la verdad? Frollo notaba que el trabajo estaba avanzado de más. No se había equivocado en elegir a Aliceth cómo su mano derecha en cuestiones laborales —Veo que has progresado hartamente. Continua así de diligente, pronto acabaremos con este capricho del Rey
Aliceth asintió, y de la nada, sus mejillas empezaron a arder al tenerlo cerca. Pudo haber sido obvia y decir que le gustaba las adulaciones a su trabajo. Aunque su corazón podría estar confundido, su cuerpo no, su cuerpo era claro: Lo quería a él.
Los recuerdos de lo ocurrido en su alcoba la noche anterior regresaron a su mente sin poder evitarlo, chocando con fuerza. Mientras volvía a escribir, las alusiones de Aliceth se hacían más vividas con tenerlo más cerca. La pluma entintada rayaba contra el papel, las botas de Frollo daban vueltas lentas alrededor de la mesa de Aliceth, y cuando lo miraba de reojo, veía los anillos en sus manos. A su cabeza llovían imágenes pecaminosas, preguntando cómo se verían esos anillos decorando la piel de su vientre, provocando el mismo placer que ella misma se procuró.
Aliceth jadeó violentamente ante el pensamiento intrusivo, su mano elevando la velocidad al escribir, intentando no verse tan obvia ante él.
Frollo, cuyos pensamientos estaban en el trabajo y en sus atenciones a la corte, fueron interrumpidos al ver la sacudida de Aliceth sin razón alguna. Levantó una ceja, ¿Habría algo malo con ella?
—María, ¿Te encuentras bien?— Preguntó Frollo con seriedad y una pizca de genuina preocupación. Aliceth siempre solía ser tan correcta y recatada con su persona y en su presencia, pero, ¿Eso que fue?
—Sí, mi Señor— Aliceth respondió, intentando aplacar las intenciones entrometidas de su mente —Sólo un poco cansada, he pasado una mala noche...
Tenía sentido, la tormenta invernal de la noche anterior fue vehemente, sus miedos pudieron tal vez ser revividos, aunque se sentía poco convencido con su explicación.
—¿No requirió ayuda?— Frollo preguntó y Aliceth negó con la cabeza, ella aún concentrada en los tomos. Ese escrutinio le pasaba por estar cediendo al pecado e intentar ocultarlo. Frollo continuaba dando instrucciones y a veces, mencionando lo tedioso que el trabajo se había convertido en su despacho sin su presencia. Aliceth reía de vez en cuando y le sonreía mientras continuaba escribiendo, sin saber la marea de emociones que Aliceth padecía por causa suya.
Pero Frollo de tonto tenía nada en su ser, en Aliceth detectó la actitud chocante, más pequeños espasmos escapando de sus labios. Algo sucedía con su asistente personal y lo averiguaría.
De tanto en tanto, alzaba su mirada, apuntaba al papel para supervisar la laboral de la pelirroja y corregir pequeños desperfectos. Entre tanta una de esas ocasiones, Frollo miraba el peinado de Aliceth, su cabellera húmeda.
¿Porque requería un baño en la mañana más fría del invierno?
Ajena a los planes de su Superior, Frollo se dispuso a acercarse a Aliceth por detrás de ella mientras la pluma seguía rasgando el papel, sin darse cuenta de su proximidad. Desde su posición, Frollo contemplaba las gotas de agua cayendo de las puntas rebeldes de los rizos rojos, la piel pálida que recibía la pizca de agua, clamando calor que hasta el momento le había sido negado. Los pasos de sus botas la aproximaban a ella, intentando comprender la necedad de ese acto. Rondó más a Aliceth, con el pretexto de seguir investigando una razón coherente, pero en realidad, sólo deseaba estar más cerca de ella.
Pronto, sus fonas nasales detectaron un aroma peculiar entre el perfume y el jabón que provenían de la piel pecosa de la mujer, un aroma que lo podría dejar al borde de la locura. Embriagándose instantáneamente con el bálsamo femenino, se mantuvo tras ella, aspirando disimuladamente su esencia.
Por supuesto, Aliceth no tardó en sentir su presencia tras sus espaldas, y al sentirlo tan cerca, la pluma entre sus dedos se detuvo un instante. Su corazón galopeo con violencia dentro de su pecho, temiendo que Frollo hubiese notado algo fuera de lugar en su figura, su vestimenta, su ser, algo que delatara su sucio secreto, sus actos indecentes e ilícitos, los misterios que albergaba su cuerpo.
—Pareces algo... Distraída hoy, María— Susurró Frollo, agachando su rostro, cerca de su oído, sin saber el estremecimiento que provocaba —¿Hay alguna razón para ello?
Ella negó rápidamente con su cabeza, su voz desapareció de su garganta, incapaz de reaparecer. Sus nervios estaban de punta, y sentir el calor del aliento de Claude rozando contra el lóbulo de su oreja, las imágenes prohibidas del libro de la princesa y el demonio chocaron cómo marea contra las rocas en su interior, un gran esfuerzo por no delatarse tuvo que hacer, un gigantesco acopio de todas sus fuerzas por no girar, por no solaparse a ella misma frente a Frollo.
Percibiendo su agitación, Frollo puso una mano sobre el hombro de Aliceth, acercando su rostro aún más a ella. Aliceth cerraba sus ojos, su cuerpo clamando la pasión que ella misma debía de negarse. Una gota de su húmeda cabellera cayó en el dorso de la mano de Claude.
—¿Y esto? ¿Porque esta tontería de asearse en invierno?
Aliceth agachó su mirada, sus pestañas revoloteando, intentando buscar alguna excusa, algo que satisficiera la curiosidad corrosiva de su Superior.
—Yo... yo... yo...— El titubeo en su voz fue de interés para Frollo, más la respuesta fue inesperada —...Me sentía sucia...
Aliceth no hizo más que decir la verdad. Rezó para su interior de que lo tomará cómo algo literal y no en la metáfora que ella temía.
—Siempre has sido una niña ingrata...— Al escuchar la voz sermoneable de Frollo, Aliceth se sintió aliviada —...Ese baño puede costar tu salud, ¿No ves el peligro en el que te encuentras?
Aliceth dejó escapar un suspiro de sus labios, el sentimiento victorioso de salirse con la suya tuvo un pequeño efecto en ella.
—B-Bueno... Han pasado días en que no tomaba algún tipo de aseo...
Frollo sonrió levemente, no tenía remedio su asistente. Sin embargo, en su memoria se llevaría su reacción. Reconocía cuando alguien ocultaba la verdad, pero en vez de sacársela con tortura, golpes y violencia cómo solía hacer con sus prisioneros, tendría otra clase de métodos para sacar a la luz el secreto de Aliceth.
—Detén tu encomienda. No puedes continuar así. Ni siquiera has tomado de tus alimentos...
Aliceth dejó la pluma en el tintero, levantándose de la mesa y recibiendo con obediencia el brazo de Frollo —Iremos a tomar tus alimentos, y después de eso, volverás a tu habitación hasta que tu cabellera y tu cuerpo estén completamente secos. No me arriesgaré a que mueras del mal del frío por tus ideas
—Bueno...— Aliceth se puso a la par de Frollo y ambos salían de la biblioteca. En medio de la caminata, Aliceth no pudo evitar recargar su cabellera húmeda contra la manga de la toga de Frollo, sonriendo para sus adentros.
Aliviada de librarse del inquisitivo castigo de Frollo, pero sabía que esto no podría evitarlo eternamente. Tenía que ser fría cómo los copos cayendo del cielo en esa mañana, tarde o temprano, si no lograba dominar sus sucios sentimientos y los turbios pensamientos que la saltaban, Frollo terminaría descubriendo su secreto.
Y Frollo no toleraba los pecados, no habría forma de escapar de las consecuencias.
...
Aunque había jurado a sí misma alejarse de las malas y terribles prácticas que sólo aseguraban la condena de su alma al fuego eterno por dejar llevar su carne en la malsana lujuria... Aliceth Bellarose fracasó en su misión personal.
En medio de la noche las nubes de tormentas invernales desaparecieron, dejando un despejado cielo nocturno, lo que no podía despejar Aliceth era su mente de los malos pensamientos a pesar del crispido de la chimenea y las velas encendidas en el escritorio de la pelirroja. Aliceth claramente se sentía perturbada, el insomnio atacando su rutina de sueño.
En un intento por alejar los impuros deseos que llegaban cómo lloviznas a su cabeza, Aliceth había recuperado de la biblioteca un peculiar ejemplar. Después del desayuno con su superior y de regresar a la biblioteca para continuar con la tarea de los tomos que siempre amenazaban con jamás acabar de reescribirse, Aliceth descubrió este tomó en blanco, en un intento de distracción y de alejar sus pasos de la sección prohibida, este peculiar descubrimiento lo fue todo para ella. Un desperdicio de papel y cuero para algunos, un caudal para María atormentada.
Su pluma entintada rayaba las páginas en letras cursivas. Era más su vergüenza de pedir ayuda al clero y a su religión, que prefirió exorcizar sus deseos a través de la escritura. El terror nocturno acechaba su cansancio, su pecho subía y bajaba, su estrés posaba hasta en la punta de sus dedos, intentando sacar al demonio a través de la caligrafía nerviosa.
"Dios, ayúdame por favor, ayúdame a sacar esto de mí, que no debo de pensar, no debo de imaginar, ni siquiera de sentir. Estos sentimientos son vileza, son perversidad, me han orillado a pecar en contra de mi propio cuerpo. Por favor, ayúdame Dios, no puedo permitirme mancharme de vuelta, sí lo hago, tarde o temprano Frollo lo descubrirá, y mi castigo más bajo sería perder mi derecho a vivir en el Palacio de Justicia, perder la confianza de Mi Señor, ser exiliada de París y volver a Alsacia... Ese sería el menor de mis castigos, no quiero imaginar el peor de todos... Por eso, Dios mío, ayúdame, no me dejes caer en la tentación, y líbrame de todo mal"
Al ver su escrito, Aliceth dejó escapar el suspiro más pesado de esa noche, se levantó de su asiento y sopló las velas, extinguiendo el fuego. Aliceth caminó de vuelta a su cama y se recostó, esperando que la fatiga fuese más impetuosa que los perjuiciosos caprichos que su cuerpo (Y tal vez alma) clamaban.
Pero a las horas de haber conciliado el sueño, Aliceth despertó entre jadeos y gemidos desesperados después de otra sesión de delirios carnales. Sus ojos marrones se abrieron de golpe, volviendo a tener visiones nada virtuosas de sus personajes favoritos de su lectura prohibida favorita.
Frustrada, Aliceth gruñía en desesperación, sintiendo la cabeza dolerle y las piernas temblar. Su centro clamaba por la atención que había recibido la noche anterior.
"¿Porque me haces esto?"
Aliceth giraba en la cama, sintiendo las primeras lágrimas correr, ¿Porque no podía irse contra su instinto? ¿Porque no podía simplemente alejarse de todo lo impío? Lo peor era que no podía pedir otro baño a Joanna al día siguiente, sí continuaba con baños calientes invernales, podría empezar a levantar sospechas.
Al recordar eso, Aliceth se puso de pie tan rápido y corrió a su baño personal. Al entrar y pisar los azulejos hasta llegar a la tina de cera, jadeó de alivio al meter su mano y sentir el agua a punto de congelarse. Las buenas noticias para Aliceth era que, sí volvía a cometer el desliz de ceder a sus barbaridades clandestinas, podría tomar aseo del agua que había sobrado. Su castigo sería tomar el agua tan fría y no intentar calentarla, aunque, de cualquier forma, tal vez necesitaría exactamente la temperatura del agua para enfriar otras cosas en ella.
Aliceth regresó a su cama, dejándose caer sobre esta, mientras se debatía entre seguir durmiendo o repetir lo de anoche, jugaba con la punta de alguno de sus rulos rojizos.
—Claude ni se enteró de lo que hice la noche pasada... Sólo recibí un sermón por atreverme a asearme con el frío allá afuera...
Giraba en la cama, quedando boca arriba, los orbes marrones de Aliceth se dirigían a la ventana, mirando la luz de la luna saludarla.
—Tal vez... Mi cuerpo estaría completamente seco para al día siguiente... Tal vez sea más el frío que el aroma sospechoso...— La mano de Aliceth viajaba peligrosamente hasta el final de su camisón, elevando suavemente —... Quizás Claude no se dé cuenta otra vez... Quizás... Es demasiado amargado y sólo se concentra en su trabajo, ¿Porque se concentraría en el aroma de su... su asistente?
Aliceth dejó escapar un gemido con vaho al volver a sentir sus dedos gélidos contra su carne caliente, por supuesto que fracasaría en eso, y aunque el sentimiento de que estaba cometiendo otra vez un pecado irremediable, Aliceth no podía negar que era un pecado que se sentía demasiado bien. Cerraba sus ojos y dejaba que sus dedos explorarán más, tocaran más de lo debido, buscaran y descubrieran cuales puntos eran los indicados para sentir más placer.
Siempre había sido reprimida en cuanto a explorar su propio cuerpo, no era como si hubiera tenido oportunidad. En Alsacia, siempre rodeada de todos, su familia, sirvientes que preparaban su baño, ni siquiera le pasaba la idea cuando dormía a solas en su habitación, ¿Alguien que le ayudara a entender que parte de su cuerpo era esa? ¡Ja! Apenas Aliceth, cuando tenía una docena menos a su edad actual y llegaba con esa clase de preguntas, sólo su madre, Augustine, podría resolver.
"¡No! No toques esas partes de tu cuerpo, ¡Eso es pecado!, esas partes son sagradas, Aliceth, y sólo servirán para la encomienda que Dios tiene preparada para cada mujer: Dar a luz una nueva vida."
Cualquier duda respecto a su ser, a su físico, a su feminidad, siempre era reducida a vagas respuestas de deberes mujeriles o pecados imperdonables.
Y ahora deseaba arrojar su cuerpo contra las piedras del mar, arrojarse a la nieve tal cómo estaba vestida, estaba volviéndose loca, triste, se sentía mala por hacer eso.
Pero, ¿Porque no podía dejar de hacerlo?
Aliceth gemía un poco más fuerte, y al cerrar sus ojos, hizo la "mala" costumbre de alejar culpas y penitencias, serían problemas de su versión futura, lidiar con el remordimiento de haberse fallado una vez más, pero, ¿Le importaba eso ahora mismo?
Los dedos de María frotaban un poco más rápido, de estar recostada, se erguía hasta estar sentada en la cama, y su mano libre iba a uno de sus pechos por encima de su camisón. Aliceth jadeaba más fuerte, incluso se mordía la lengua, recordando que no debía permitir que nadie más la escuchara pecar contra ella misma.
Aliceth recordó que sucedía algo al final por el cual dejaba un desastre y podría delatarla. Deteniéndose un poco, se levantaba de la cama y corría al diván, recostándose de vuelta y volviendo a su travesura carnal.
Los dedos de Aliceth acariciaban con delicadeza, cual pétalos de flor, su pulgar acariciando el capullo sin abrir de esa flor. La espalda de Aliceth se encorvaba, al igual que la punta de sus pies.
En medio de su deleite nocturno, evocaba el recuerdo de Claude Frollo de vuelta.
—Uhm... ¿Hasta aquí vas a molestarme?— Aliceth gemía y se removía en el diván —Mi Señor... Deje de verme así... Es su culpa... Todo esto es su culpa...
La mano libre de Aliceth buscaba el borde del diván, o uno de los cojines, cualquier cosa para agarrarse, e incluso uno de sus tobillos se elevaba hasta posar contra el respaldo del diván.
—Si usted no fuera tan severo... Tan disciplinado... Tan viejo y amargado... ¡Ah! Si hubieras mandado al demonio al maldito rey con sus tomos... No estaría pensándote así, Claude...
Aliceth iba más rápido, su mano elevando rápido su camisón, evitando que sufriera el mismo destino que el camisón de la noche anterior. Aliceth no llegaba a comprender que era ese sentimiento extraño antes de explotar, esa sensación de que iba a morir si continuaba, pero si se detenía, iba a lidiar con una huella más hundida e incluso reprimida.
Y ella ya no quería sentirse reprimida.
Aliceth llevó su mano a la boca cuando la sensación fatal chocaba contra ella con furor e incluso arrebato, entre sus dedos y su palma, el nombre de Claude se escapaba cómo si fuesen gotas de agua, Dejó caer su cabeza contra el respaldo del diván, mientras que su respiración intentaba volver a ser normal.
No dejaba hacerse del pecado apenas acabase de hacerlo, quería dudar un poco más con la placentera sensación de ella sintiendo su cuerpo relajado, temblando de dicha y algo de deleite. Incluso se reía con ella misma, y se avergonzaba también.
Levantándose, Aliceth se dirigía al baño, dudando si quitarse también el camisón, aunque no lo hubiera manchado. Al quitarse el camisón y dirigirlo al cesto de ropa sucia, notaba que su anterior camisón ya no se encontraba ahí.
No le tomó importancia, había sido orden de ella que se lavara todo, probablemente estaría en los lavaderos con las criadas. Pero ni siquiera estaba su camisón en el cesto especial de los lavaderos.
No sospechaba donde realmente se localizaba su camisón.
...
Las dudas en Frollo eran tan gigantescas como las dos torres de la Catedral más emblemática de París, y, aun así, las respuestas eran nebulosas a sus ojos.
No podía sacarse de la mente las reacciones de Aliceth a su cercanía en la biblioteca, las gotas que caían de sus rulos húmedos, y el extraño aroma que transpiraba de la piel de la pelirroja.
Su rigurosa mente buscaba razones de los sucesos de la mañana, por sobre todas las cosas, de la esencia de Aliceth, aunque su misma cabal cabeza le intentaba convencerse de que aquello era el perfume natural de una mujer. Lo hubiera sabido hubiera hecho caso a sus progenitores años atrás de olvidar formar parte de la Sacristía de Notre-Dame y haberse desposado a alguna dama de la sociedad de París. Tal vez no debió haber relegado la responsabilidad de continuar el legado de los Frollo a Jehan.
Pero de eso hacía casi más de tres décadas y no tenía caso recordarlo, mucho menos lamentarlo.
Más la falta de herederos de su apellido no era lo que espantaba su sueño, era la actitud de su distraída y temerosa asistente personal. Tan sólo recordar como en esa hora matutina donde apenas le había deseado los buenos días, ella había actuado con aprehensión. Aliceth había pedido un baño por la mañana porque se sentía sucia, nadie en su sano juicio tomaría un baño a tan tempranas horas del día en pleno invierno.
Así que las primeras pruebas estaban en lo que había usado Aliceth antes de haber aseado su cuerpo por sentirse sucia.
Una hora antes, Frollo se las ingenió para pasar desapercibido hasta los recintos más humildes del Palacio de Justicia, y evitando la vista de cualquier mucama o peón, hizo de su delito en la cámara de los lavaderos del castillo. Guardó su hurto celosamente por todo el día hasta que finalmente se despidió de sus obligaciones y podía estar solo en la intimidad de su recamara.
Y ahí estaba, sentado en su cama, frente a la enorme ventana de su habitación, sólo con la camisa de lino para dormir y sus pantalones que formaban parte de su uniforme de Ministro de Justicia. El camisón que Aliceth debió de haber usado la noche pasada, lo sostenía con una de sus manos, contemplando la suavidad de la tela entre sus dedos. Sólo iba a tenerlo para buscar algo de Aliceth, pero, ¿Qué era lo que agobiantemente buscaba?
Una explicación a su inusual comportamiento, algo ocultaba esa mujercita, pero, ¿Qué era lo que quería destapar de María? ¿Que había en el camisón de Aliceth que podría delatarla?
El pulgar de Frollo pasaba por los bordados de la prenda, esa tela en especial era tan delgada que podía contemplar sus dedos a través de esta, ¿Aliceth usaba esta clase de ropas? Su respiración paró y su cuerpo tembló ante el auspicio.
"No imaginaba que usabas estos atavíos para dormir, mi María..."
La mano de Frollo sostenía cuando el pensamiento llegaba, y como un relámpago ensordecedor, llegó la cavilación a su razón de que esa prenda había cubierto la desnudez de Aliceth. Su temblorosa mano se sacudió cuando por mero instinto primitivo la llevó a su nariz, dándose cuenta que la esencia femenina era más intensa en el camisón, envolviendo con mayor intensidad cada uno de sus sentidos. Podía incluso jurar que aún conservaba el calor de su cuerpo. Un jadeo traicionero escapó de sus labios, mientras que su nariz aún se enfocaba en respirar hasta el último botón balsámico de la bata para dormir. Olvidando su propósito inicial, Frollo pasó el camisón por su rostro, imaginando que era la piel de su María la que rozaba su mejilla.
"Impuro deseo, maldita tentación"
Claude repitió esa acción un par de veces más, el aroma embriagándolo, su juicio completamente enajenado. Claude tenía a muchos Santos en su devoción, la más venerada de todas, la Virgen María. Pero ni siquiera la Santa Madre podría hacerle frente al nuevo objeto de devoción de su más ferviente seguidor, sin siquiera darse cuenta que esa nueva devoción venía con nuevos apetitos y frenesíes de su María, María Aliceth, su objeto de deseo y vehemencia.
En las pasiones vividas e imaginativas de Claude, con amparo de la textura y el aroma del camisón contra la piel del Juez, hicieron un toque prohibido en su ser y pronto, la mezcla de sensaciones dio paso a una manifestación física. Claude abrió los ojos con sorpresa apenas sintió algo doloroso bajo sus pantalones.
Se exaltó y turbó de sobremanera al notar su propia reacción. Nunca se había acostumbrado cuando su cuerpo reaccionaba de esa manera a sus bajos impulsos, ni siquiera cuando era joven, todo eso lo consideraba sucio y obsceno. Sí, no era la primera vez que su cuerpo respondía de ese modo por ella, pero esta ocasión todo se sentía... Diferente.
Siempre había considerado la pasión carnal de los hombres cómo algo indigno y pecaminoso. Su pulcra imagen que daba ante los demás era inquebrantable, era un mensaje del hombre riguroso y virtuoso que podía llegar a ser, antes cómo Juez, ahora cómo Ministro de Justicia. No demostraba interés ni antojos ante esos delirios pecaminosos, propios de débiles mortales carentes de voluntad.
Pero ahora, él mismo caía presa de sus palabras.
El camisón de Aliceth posaba al lado de su ladrón, mientras que este, con rabia, pasaba su pulgar por el doloroso bulto, escrutando que tan mal se encontraba de su cordura, que tan poderosos eran sus desmedidos caprichos que nublaban su juramento, su deber. Él era Claude Frollo, Ministro de Justicia de París, Protector de Notre-Dame de Paris, uno de los hombres más duros, severos, virtuosos y ejemplares de su rango, si no es que de todos los soldados de París. Él era eso, no un simple esclavo de sus instintos cómo muchos pocos hombres que se dejaban seducir y llevar por alguna gitanilla o por alguna ramera cantarina.
Pero por más logros que intentaba recordarse, por más que manifestara de que él era un hombre duro y ejemplar en París, y por más amenazas que hiciera ante la plaga de París que solo lograba desvirtuar a sus ciudadanos, no podía olvidar dejar atrás el tormento de emociones por Aliceth Bellarose.
"¿Cómo se sentirá tu piel? ¿Como se sentirán tus rizos? ¿Tus manos sobre mí?"
Su Aliceth, su María, ella se había transformado en el objeto de tentación más grande que él jamás hubiera sentido. Desde que la vio en el altar acomodando todo para la misa, cometiendo sonsas equivocaciones y divertidos errores, supo que sería su mayor perdición, se convertiría en su divina tentación.
Y ahora no habría forma de librarse de su poderoso y urgente necesidad por ella.
La culpable de sus tormentos, la mujer que lo llevaría a la vorágine de perdición. Y cedió a esa perdición.
Claude había desabrochado lentamente sus pantalones, abriéndolos y contemplándose a sí mismo. Jadeando en frustrada rendición, metió su mano y dejó que su masculinidad excitada escapara de su cárcel.
¿Qué pensaría Aliceth si se diera cuenta del acto que iba a cometer en nombre de ella y de su belleza?
"Desearía que lo vieras... Pequeña insolente"
Claude se enredó a sí mismo, sus dedos cubriéndose, y soltando un gemido al sentir su tacto, su mano se sacudió de bajo y arriba. Entre sus jadeos nerviosos, sólo una mujer era la dueña de sus fantasías.
El sudor frío de corría por su frente hasta su mandíbula fruncida y sus labios frustrados. Su pecho bajaba y subía, y a pesar de esto, su respiración acababa en gruñido escapando entre dientes. Su otra mano sostenía con fuerza el camisón, llevándoselo a su nariz, dejando de sus fosas nasales inhalaran profundamente la tela. Podía imaginarla usar esa camisola prohibida, tan provocativa, podía imaginar cómo se ajustaba a su cuerpo, a las curvas de su cintura y sus caderas, una imagen demasiado erótica para un hombre casto. El deseo en sus entrañas, ese ardiente deseo sería la perdición de todo lo que construyó, lo que edificó, los cimientos de su doctrina y dogmas estaban siendo agrietados por el vulgar fervoroso apetito por esa mujer.
"Esa cabellera era el infierno, el demonio me habló por esa cabellera...Me quema y pierdo la razón"
El líder más respetado de toda París, y podía atreverse a decir que, de toda Francia, podría perderlo todo por pensar así de su asistente, por sentir ese deseo abrasador que lo consumiría por cada centímetro de su cuerpo.
Y una parte de él era capaz de dejarse quemar en esas llamas, todo con tal de estar con Aliceth, su fruta prohibida, su María clandestina, su Lilith bendita.
¿Qué más podía pedir? Ni siquiera podía rogar por ayuda divina, no se la merecía, no al cometer ese acto vulgar. Era un hombre orgulloso y recto que luchaba contra el mal, las llamas del pecado le quemaban el alma, el espíritu y el corazón.
Y ni siquiera podía culpar a Aliceth, no podía acusarla de brujería, cómo las gitanas que danzaban en cada esquina por simples monedas. Ni siquiera podía hacerla elegir entre la horca o la hoguera, no había un crimen que perseguir, un vicio que curar. No era innoble, el único crimen de Aliceth Bellarose era su belleza, su cabellera y su apego hacía a él.
Toda esa lujuria provenía de él. Y su única ansía era corromper toda su pureza.
—Mira lo que provocas, María...— Gruñía contra la tela, su vergüenza luchaba contra la obsesión por ella, pero tenía que calmar las ansías de tener a Aliceth para sí mismo. Estaba perdiendo el control, perdía el control de su mente. El jugueteo en su mano se volvía más urgente y errático, sacudiéndose con cada sensación placentera de su hombría. Pero no era suficiente.
Mientras se tocaba con abandono, Frollo cerraba sus ojos, cada vez siendo más agresivo con sus caricias, una forma de castigo a sí mismo, lastimándose, pero entre las visiones dentro de sus parpados, veía a su anhelada Aliceth sentada a horcajadas en su regazo, vestida en ese camisón prohibido, sus caderas moviéndose con aprisa y sensualidad mientras que de sus dulces labios corrían gemidos clamando su nombre. La podía ver, la podía sentir.
—¡Claude! ¡Claude! ¡Yo... ¡Te necesito! ¡Te necesito! ¡Te necesito!
—Y yo a ti... mi María... ¡Te necesito!
Sus dedos exploraban con más rudeza cada centímetro suyo, se estimulaba con más rapidez y fuerza. Sabía que estaba cometiendo un grave pecado, manchando su virtud de aquella forma tan indecente. Pero en ese momento no le importaba. Necesitaba liberar la pasión que lo devoraba, aunque fuera de esa manera ilícita...imaginándose poseyendo a la inocente joven que se había convertido en objeto de su obsesión.
—¡Aliceth!
La imagen, el aroma y el recuerdo de su protegida provocaron que Claude llegase a su impulsiva culminación, Claude bramaba en furia y anhelo. Anhelo por una piel que ni siquiera había tocado, anhelo por morder la fruta prohibida que ella representa ser. Anhelo por perder su virtud y tomar la suya.
El último espasmo de su liberación terminó en una conmoción deleitosa, pero eso sólo duraría un par de segundos. Al abrir sus ojos, Claude miraba hacía el techo y la ventana, la Aliceth de sus fantasías le había abandonado, dejándolo con una grave sensación de vacío y peligro.
Se sentía como si despertara de un sueño febril, miraba a su alrededor, como si estuviese en una habitación desconocida, y entonces al bajar su mirada, se toó con el camisón de Aliceth y con la prueba de su inmoral acto en su mano.
Sólo en ese instante, la realidad chocó contra él con una fuerza arrolladora, dándose cuenta de su error.
"¿Que he hecho? María... ¡¿Qué fue lo que me hiciste hacer?!"
Se sentía nauseado, asqueado por su propia debilidad, por haber cedido a esos bajos impulsos que había luchado tanto por mantener a raya. Todo su orgullo, su sentido del deber y su noción de rectitud, se habían derrumbado ante la fuerza abrumadora de su deseo por Aliceth.
Quiso gritar, pero no debía, no iba a dejar que nadie más descubriera su pecado. Sacando un nuevo pañuelo de sus bolsillos, Frollo empezaba a eliminar la evidencia, y cuando su palma estaba impecable, tomaba su pañuelo y el camisón de Aliceth, caminando aprisa a la encendida chimenea. Sin pensarlo, tiró el pañuelo al fuego, pero cuando era el turno de la prenda... No tuvo el valor para tirarlo a las llamas.
Derrotado, Frollo se dejó caer de rodillas frente a la chimenea, dejando caer su frente casi sobre esta, el camisón aún entre sus manos y su rostro, algunas lágrimas de incertidumbre saliendo de sus ojos, mezclándose con el sudor.
Había traicionado sus principios, sus valores, sus votos más arraigados. Y ni siquiera podía culpar a Aliceth del acto cometido, toda esa lujuria, esa perversión, provenían de lo más profundo de él mismo.
"Soy indigno... Indigno de portar el manto de Dios. He caído en las garras del demonio por culpa de esa mujer... ¡Perdóname, Dios! ¡Perdóname, María! ¡Soy indigno... Soy!"
Gemidos llenos de dolor escapaban de su garganta, sintiendo como todo se desmoronaba a su alrededor.
"Perdóname, Aliceth... Perdóname por haber hecho esta asquerosidad pensando en ti"
En ese momento, Frollo supo que debía expiar su pecado, purificar su alma del veneno que la consumía. Tendría que encontrar una forma de liberar su alma de esa obsesión, aun si eso significaba hacer el sacrificio de renunciar a Aliceth para siempre y a cualquier esperanza de redención.
Pero la realidad era que una parte de él ya se había hartado de los sacrificios.
