LA MALDICIÓN IMPERDONABLE
El potterverso y los personajes pertenecen a J.K Rowling. Este fic participa en el Reto multifandom 2024 del Foro Hogwarts a través de los años (Escribe un fic protagonizado por un personaje femenino).
Cap 1: Morriña
El sol de la mañana entraba por la ventana del dormitorio uno de la torre Gryffindor. Seis de sus ocupantes, niñas de tan solo 11 años, corrían de aquí para allá tratando de acicalarse y vestirse para bajar a desayunar. La habitación era un lío de túnicas y calcetines mezclados, de carreras y de conversaciones intrascendentes. Pronto todas estuvieron listas, todas menos una. Rose Granger-Weasley que ocupaba la séptima cama, no se había levantado y permanecía con los ojos clavados en la pared, sin querer mirar a nadie.
Una vez listas, las pequeñas se agolparon para pasar por el quicio de la puerta y la dejaron sola en la habitación, no comprobaron si seguía dormida, estaba mala o simplemente había decidido ser una rebelde y no ir a clase. Estaban tan emocionadas por asistir a su primera clase de vuelo que ni se percataron que su compañera no se había levantado.
Rose sintió un escozor en los ojos, se los frotó para tratar de reprimir las lágrimas, pero no lo consiguió. Estuvo llorando un largo rato, abrazada a su almohada. Cuando se calmó se sintió muy tonta, menos mal que nadie la había visto llorar sin motivo, pero se sentía sola. Muy sola. Nada estaba saliendo como ella había imaginado. Había estado soñando con ir a Hogwarts desde que tenía uso de razón y ahora que estaba allí solo quería irse a casa. Echaba mucho de menos a sus padres, a sus abuelos e incluso al pesado de Hugo. ¿Cómo podía ser tan tonta y cobarde? ¿Cómo narices había acabado en la casa Gryffindor si quiera?
Este pensamiento hizo que una parte de su cerebro, que hasta ese momento había permanecido dormido, hiciese clic y tomase el mando. Se estaba compadeciendo de sí misma como si tuviera cinco años. Tenía que empezar a comportarse con madurez. Cierto era que no había entablado amistad con ninguna de sus compañeras de habitación, dos de ellas eran gemelas e iban siempre juntas, otras tres hablaban siempre de cosas que ella desconocía porque eran amigas desde la infancia y por último Caroline, que era con la que más había hablado, solo sabía suspirar por los huesos de su primo James, ¿qué le vería?
Aun así, visto en perspectiva, eso no era tan grave. Tenía mucho tiempo para encajar en algún grupo, lo que en realidad más le dolía era que Albus hubiera sido seleccionado en la casa Slytherin, ¿cómo narices había pasado eso…? Ella siempre se había imaginado asistiendo a las clases con Albus, haciéndolo todo juntos y compartiendo confidencias en la sala común, pero ahora casi no podía ni hablar con él. Cuando conversaban algún tonto de Gryffindor se acercaba a ella para recordarle que no podía confraternizar con el enemigo. ¿Cómo iba a ser Albus el enemigo?, era la mejor persona que había conocido, aunque tampoco había conocido a tanta gente. Viendo lo visto tenía que hacer nota mental de que socializar y hacer amigos no era uno de sus puntos fuertes…
Trató de ser optimista, comparado con lo que le había contado su padre de su primer año en Hogwarts no le estaba yendo tan mal. Ella todavía no se había visto en peligro mortal. Además, al principio a Ron le caía mal Hermione y no se hicieron amigos hasta que Ron la salvó de un troll. Esperaba no tener que vencer a ninguna criatura peligrosísima para encontrar amigos. Rose negó con la cabeza, seguro que esa historia no era verdad, no tenía ningún sentido. ¿Qué iba a hacer un troll en Hogwarts?, su padre estaría exagerando como siempre, seguramente había vencido a un gnomo o algo así… e igual había sido Hermione la que le había salvado a él. Tendría que rogarle a su madre que le contara la verdadera historia.
Suspiró y se decidió a levantarse de la cama. Intentaría hacer amigos, y también hablaría con Albus. Estaba dramatizando.
"Todo irá bien, todo irá bien". Se repitió a sí misma como un mantra.
Unos golpes en la puerta la sobresaltaron.
—¿Está ahí dentro, señorita Granger-Wealey? ¿Puedo pasar? — era la voz adusta de la profesora Mcgonagall.
Rose ahogó un chillido y se puso roja, acababa de hacerse consciente de que estaba faltando a clase. Ella, Rose, estaba pirando clase. Tragó saliva y junto fuerzas para murmurar:
—Sí, pase.
La directora del colegio entró en el dormitorio muy sería y Rose sintió que le flaqueaban las piernas.
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La señora Hooch tenía las escobas metódicamente colocadas en uno de los jardines interiores del castillo, cerca de los invernaderos. Las clases de vuelo se desarrollaban en el campo de quidditch, pero no para los de primero. Muchos de ellos no habían usado una escoba en su vida ni para barrer la casa, así, que era mejor tenerlos más "recogidos". Las escobas eran de seguridad, no se levantaban más de tres metros de suelo. Hooch había insistido en utilizar esta clase de escobas hacía unos años, cansada de tener que pasar las primeras clases de vuelo en la enfermería, y Mcgonagall había estado completamente de acuerdo. Bendita mujer. Todo era más seguro cuando una mujer era quien dirigía las cosas, esa idea no se la quitarían nunca. A ver si Hermione pronto ascendía a ministra de magia, seguro que las cosas irían mejor. Es cierto que sobre una escoba era un completo desastre, pero en cualquier otra materia Hermione era la mejor.
Hooch volvió a la realidad al ver llegar a unos cuantos Slytherin corriendo, venían con las caras rojas por la carrera y la excitación. Por detrás unos cuantos Gryffindors ya iban llegando, estos también venían colorados del esfuerzo. Desde la torre Gryffindor hasta ese jardín había una buena distancia y Hooch sabía que los querubines de primero eran incapaces de caminar, solo corrían, como si les hubieran echado una maldición.
Sonrió complacida, le encantaba dar clases de vuelo. Era excitante poder ser partícipe de la primera ver que un niño se subía a la escoba y se alzaba en el aire. La expresión que ponían cuando les daba el viento en la cara era todo un deleite. Salió de su ensimismamiento cuando se dio cuenta que muchos de los alumnos iban ya directos a montar en la escoba. Tocó el silbato que siempre llevaba colgado al cuello.
—No quiero que nadie toque ninguna escoba hasta que yo lo diga —gritó con decisión. Los murmullos se fueron extinguiendo y todos los chiquillos le prestaron plena atención. —Colóquense todos al lado izquierdo de sus escobas.
Los alumnos corrieron a acatar su orden, aunque algunos estaban tan nerviosos que confundieron la derecha con la izquierda. Con la ayuda de la profesora consiguieron estar colocados en menos de dos minutos, todo un récord.
La señora Hooch se dio cuenta entonces de que le faltaba un alumno, una escoba no tenía compañero y ella siempre contaba meticulosamente las que iba a necesitar.
—¿Quién falta?
—Rose Granger-Weasley —se apresuró a decir Potter, que había estado todo el rato buscando a su prima y comprobando si entraba por la puerta del claustro.
—¿Está mala? —preguntó la señora Hooch mirando a las niñas de Gryffindor
—La verdad es que no lo sé. —titubeó una niña rubia bajita que se llamaba Caroline. La pequeña parecía sentirse verdaderamente compungida por no saber nada de su compañera.
Hooch suspiró resignada, si Rose se parecía en algo a su madre tenía que pasarle algo realmente malo para perderse una clase. No era la primera vez que tenía que ir a buscar a algún pobre alumno de primero que atemorizado por las alturas no había querido ir a clase y hacer de psicóloga a la vez que de profesora de vuelo, aunque dudaba que ese fuera el caso de Rose.
Unos alumnos de séptimos pasaban en ese instante cerca de donde se encontraban, camino a los invernaderos. Hooch se acercó al prefecto y le pidió que fuera al despacho de la directora Mcgonagall y la avisara de que la señorita Granger-Weasley no había acudido a clase y nadie sabía lo que le pasaba.
Estaba preocupada. A Hooch le hubiera gustado ir ella misma a averiguar qué ocurría con la pequeña, pero sabía por experiencia que aunque la escobas solo se elevaran a tres metros del suelo, los alumnos de primero tenían un imán para los accidentes cuando les dejabas más de cinco segundos sin vigilancia.
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—¿Se encuentra bien, Rose?
—Sí, sí, de verdad, directora Mcgonagall. Es solo que… —Rose se quedó muda sin saber bien que decir. ¿Cómo narices se habían metido en semejante lío a tan solo una semana de que empezaran las clases?
Las dos se encontraban sentadas encima de la cama de Rose, en la escena más surrealista que la pequeña había imaginado en la vida. La directora de Hogwarts sentada en su cama interrogándola por faltar a clase. Eso tenía que ser un sueño, o más bien una pesadilla.
—¿Le da miedo volar?
—¡Qué va! —Ginny me enseño a volar. —Aunque si le pregunta a mi padre dígale que fue él —se apresuró a añadir al recordar que, a veces, sus padres hablaban con la directora vete tú a saber por qué.
—¿Se durmió, entonces?
—Sí fue eso. —Rose decidió que era mejor mentir que decir que había tenido un momento de bebé total y hasta había pensado en escribir a sus padres para volver a casa.
Minerva la observó en silencio durante unos segundos, aunque a ella le parecieron horas. Con su mirada escrutadora parecía estar intentando leerle la mente. Al final se levantó y se encaminó hacia la puerta. Rose se levantó también.
—Cinco puntos menos para Gryffindor por su inexcusable falta de puntualidad, y la próxima vez no seré tan benevolente Granger-Weasley, tal ve tenga que convertirla en un reloj despertador.
Rose asintió y murmuró una disculpa sin atreverse a levantar la cabeza. La profesora abrió la puerta, pero antes de salir le dijo:
—A veces cuesta aclimatarse a la vida en el colegio. Eso no nos hace ni menos valientes, ni peores estudiantes. Es normal tener morriña de nuestra casa las primeras semanas. También es normal pasar tiempo con la familia, aunque estos sean de otra casa y aun cuando haya personas con cerebros demasiado pequeños para entenderlo. Ah y lávese la cara antes de ir a su próxima clase, tiene los ojos rojos.
La profesora Mcgonagall desapareció por el quicio de la puerta, y Rose se quedó plantada en medio de la habitación sin saber bien qué decir o hacer. Al final corrió al baño a lavarse los ojos y prepararse para su próxima clase.
