DOA GAIDEN - Capitulo 8

Volumen 2 - El némesis del dragón: la calamidad

Acto 1

En el anhelado rincón de cada corazón humano yace la eterna búsqueda de paz, amor y libertad. Sin embargo... en los ojos y almas de aquellos que acechan en las profundidades, la oscuridad del mundo encuentra su reflejo; tejiendo sombras que emanan de la propia esencia de la existencia, mientras sufren la eternidad atados a las cadenas de su tormento.

A pesar de su tamaño y poder como la capital del vasto imperio, Tairon permanecía sumida en la oscuridad. Como si la propia ciudad cobrara vida, intentaba ocultarse del caos que acechaba en sus alrededores, recordando viejos tiempos cuando fue asolada por el despertar de los demonios en la última era del emperador de Vigoor.

En sus inmediaciones los bosques crujían en desespero, intentando huir de la maldad que habitaba en su interior; las montañas se desmoronaban por las lluvias, cayendo sobre los montes y los ríos se desbordaban deformando su cauce, llevando consigo la poca pureza que aún sobrevivía en el ambiente.

El cielo rompiéndose con su tempestad, era testigo del horror que se vivía en la superficie. El portal ofreciendo su último atisbo de energía, hizo emerger de sus entrañas los sonidos y olores de las capas más profundas del abismo. El sonido no solo resonó en el bosque sino en toda la capital, emitiendo un eco palpitante y agudo.

Las vibraciones del viento arrastraban consigo una sinfonía de agonía; el llanto y terror de los demonios y de las almas que clamaban piedad sobre el mundo ante la llegada de aquel hombre.

El lamento de las bestias parecía un coro de aves de rapiña en su último aliento, un gemido que retumbaba en los oídos de todos los habitantes. El sonido eclipsaba la tormenta, rechinando los dientes de aquellos que lo escuchaban y en los bosques, las aves huían sin norte mientras que manadas de animales silvestres escapaban despavoridos en todas direcciones.

El portal aún parpadeante, irradiaba un brillo morado incandescente. De su interior surgían plumas purpuras que caían lentamente al suelo. Unas manos alzadas emergieron del resplandor, seguidas por la sonrisa dichosa de un hombre que a medida que se materializaba, contemplaba el firmamento.

La figura emergió por completo y su cuerpo desnudo destacaba en medio del bosque. A su alrededor, el fango y la hierba se derretían bajo su presencia. Su mirada reflejaba una extraña mezcla de melancolía y satisfacción, como si hubiera encontrado algo que buscaba desde hacía mucho tiempo. Su presencia era imponente y la tormenta parecía ceder ante él como si fuera parte de su voluntad.

Irene y sus hombres permanecían exhaustos tras la ardua batalla contra las criaturas y miraron con desconcierto cómo la figura desnuda de aquel ser emergía del portal. La sorpresa pintaba sus rostros mientras la lluvia se confundía con sus agitadas respiraciones. A lo lejos, Noah junto al comandante Zayd compartían la misma incredulidad.

Despejando sus cabelleras y sin pestañear, Irene dijo: — No lo entiendo, ¿¡Qué demonios significa esto!? ¡No no no! ¡Maldita sea, tú no deberías estar aquí! —.

Kaede y Suzaku por su parte, mantenían su postura firme apuntando las armas al hombre que yacía frente a ellos. El cuerpo del sujeto cayó de rodillas al cerrarse el portal y manteniendo la mirada fija en las estrellas, sus labios esbozaron una risa frenética y desafiante.

Las risas se entrelazaban con el rugir de la tormenta, estremeciendo el alma y los sentidos de los presentes: Demonios y humanos. Los ojos de Irene se encontraron con los de sus compañeros, llevados por la incertidumbre y el terror que los hacia temblar.

Los penetrantes ojos del ser observaron con fulgor a Noah y Zayd y, como un felino de caza, paralizó al grupo de hombres con su intensa mirada esmeralda.

Bael, que apenas podía arrastrarse por el suelo, se dirigió a Noah: — ¡Saca a tus hombres de aquí! Te contactaré en la ciudad cuando me recupere. ¡Huye ahora, muchacho! —.

Noah asintió, haciendo un gesto al capitán y antes de retirarse, presentaron ante Irene a la distancia, al joven capturado. Con ironía y sin piedad, Zayd le dijo: — Te dije que te dejaríamos libre, ahora vuelve con tus camaradas —. Al terminar, arrojó al joven al suelo y con su arma propinó dos disparos al vientre del prisionero.

Ambos se perdieron en la profundidad del bosque, desapareciendo en la oscuridad. Mientras tanto, uno de los demonios de Bael tomó en sus brazos la estatua de Orochi y otro lo subió a sus espaldas para un segundo después, marchar huyendo del lugar, dejando a sus espaldas al guardián enviado por la deidad.

Con frustración, Irene observaba cómo sus objetivos se alejaban y aunque dispuesta a retomar la marcha, su cuerpo se negaba a dar un paso adelante. Cada célula de su cuerpo clamaba en desespero por emprender la huida y al observar los rostros de sus compañeros, se percató del nerviosismo compartido.

— Comandante, estamos viendo lo mismo ¿no es así? —. Dijo Kaede, mientras mantenía su arma empuñada en dirección a la silueta, que al escuchar su voz le dirigió la mirada.

— Su rostro lo confirma, pero es imposible. ¡Deberías estar cubriendo la entrada norte con Momiji! —. Dijo Irene, apuntando un kunai desafiándolo.

Aferrándose a su espada, con los nervios de punta, Suzaku dijo: — Como sea, no podemos dejar que escapen. Si se mete en nuestro camino, no nos quedará más remedio que matarlo —.

Antes de que pudieran asimilar la extraña visión, un rayo rompió el cielo. En ese instante, el sujeto se lanzó entre los árboles a toda velocidad; casi imperceptible, dejando tras de sí una estela morada compuesta de plumas de halcón.

— Esto... esto no tiene sentido —. Murmuró Kaede, desconcertado, viendo cómo la silueta los rodeaba una y otra vez.

La figura regresó al lugar de donde partió, aterrizando con gracia. Abría y cerraba las manos, como comprobando su propio poder. Los tres jóvenes, aún entre la confusión y el asombro, se mantenían alerta ante su mirada que los enfocaba detallando cada movimiento.

Sin emitir un solo sonido, se lanzó hacia el trío con una velocidad asombrosa y en un abrir y cerrar de ojos estaba frente de ellos.

Irene que no tuvo tiempo alguno de reacción, recibió un puñetazo en el rostro. El impacto la hizo girar en el aire, dando dos vueltas antes de caer al suelo, aturdida y luchando por recobrar el equilibrio.

Kaede en un intento de defenderse, fue golpeado con una patada en el abdomen. El golpe lo hizo perder el aire y una sensación de ardor en su garganta precedió al escupir sangre, que se mezcló con la lluvia que caía sobre el lugar.

Suzaku por su parte, apenas pudo tomar un respiro ante el movimiento del ser. Tras posicionarse sobre su cabeza fue tomado por el cuello y con una gran presión, lo lanzó contra un árbol cercano. El impacto fue severo; Suzaku sintió como si cada hueso de sus costillas se fracturara y el dolor agudo lo invadió mientras caía de cabeza contra el suelo, sin poder evitar un gemido ahogado.

Irene y Kaede intentaban levantarse con dificultad al observar cómo aquel ser se dirigía a gran velocidad al lugar donde Suzaku se levantaba herido, recobrando con dificultad su fuerza.

— ¡Ten cuidado Suzaku, detrás de ti! —. Gritó Irene en vano, pues un instante después, el brazo de Suzaku aun con espada en mano, fue sujetado por el ser que en tan solo un instante, desgarró desde el hombro su extremidad.

Los gritos de Suzaku se fundieron con la tempestad; la sangre resbalaba por la herida y los huesos rotos emergían de su miembro mutilado. Desesperado, sacó un kunai para lanzarlo al rostro del ser. Sin embargo, antes de que pudiera reaccionar y con su propia arma, su cabeza fue cortada. Su último suspiro escapó mientras sus ojos se cerraban en lo que su cráneo giraba por los aires para caer y clavarse en el fango.

El cuerpo mutilado de Suzaku yacía inmóvil y sin vida en el suelo. Kaede e Irene contemplaban en shock sus restos mientras la silueta de aquel se acercaba dando pasos largos y lentos; su imponencia y su presencia los sumía con una presión insoportable.

Kaede, superando el aturdimiento inicial, se volvió hacia Irene con determinación en sus ojos: — ¡Comandante, vámonos! ¡No podemos enfrentarnos a esto! —. En lo que intentaba sacudirla de su estupor.

Irene aún aturdida por el dolor y la tristeza, negando con la cabeza, respondió entre sollozos: — No puedo... No podemos dejar a Suzaku. ¡No podemos dejarlo en este maldito lugar! —.

Kaede agarró con firmeza los hombros de Irene y la sacudió: — ¡Tenemos que irnos! No podemos vencerlo, y no podemos permitir que Suzaku haya muerto en vano. ¡Debemos informar a Hayate de esto, comandante! —.

A regañadientes, Irene asintió con la cabeza y con lágrimas en los ojos, comenzaron a alejarse corriendo de aquel ser que se acercaba. Kaede, sin embargo, decidió quedarse atrás al ver cómo la figura los rodeaba una y otra vez, ocultándose en la maleza del bosque: jugando con ellos.

Con una determinación inquebrantable empujó a Irene hacia adelante, obligándola a continuar su camino: — ¡Ve, Irene! ¡Vete ya! —. Le instó; su voz resonó con firmeza a pesar de la tristeza que lo embargaba.

Irene luchando contra las lágrimas y la resistencia de Kaede, intentó detenerse, pero él la regañó con furia: — ¡No te quedes aquí! ¡Al menos uno de nosotros debe sobrevivir! Ha sido un honor servirle, comandante. ¡Lárgate ahora! —. Dijo, forzándola a seguir adelante. Irene, finalmente asintió entre llantos y continuó corriendo, dejando a Kaede enfrentarse en soledad a su persecutor.

En los alrededores, apreciaba cómo la silueta corría y saltaba de un lado a otro intentando sorprender su defensa y mientras analizaba los movimientos, gratos recuerdos llegaron a su mente: sus peleas de años atrás con su amigo, añoraba cuando lo asignaron a la élite del clan junto a sus camaradas, sus juegos de infancia y los momentos más duros en la persecución de la fugitiva Kasumi. Las imágenes de los tres llenos de vida y alegría iluminaban su mente con las risas compartidas de tiempos que ahora parecían lejanos.

La silueta del sujeto aterrizó después de un salto frente a él, destacando su presencia bajo las lluvias y haciendo que sus recuerdos fueran aplastados por la imponencia de su figura.

Kaede, a pesar de la tristeza y el dolor que le embargaban, se colocó en posición de combate: — Maldito seas Hayabusa, o lo que llegues a ser... desgraciado demonio, ¡En nombre del Mugen Tenshin no dejaré que sigas adelante! —. Dijo Kaede; su voz resonaba lleno de valor en medio de la espesa maleza.

Aquel hombre solo sonrió de manera sencilla mientras empuñaba la espada de Suzaku, enfocándose en Kaede. El joven aterrado, mantenía una postura firme y defensiva ante el avance en acecho de su enemigo que, con un movimiento de sus piernas lo alcanzó en un instante, haciendo chocar las espadas mientras empujaban de ellas el uno al otro, intentando superar al adversario en fuerza.

El choque de las espadas resonaba en el bosque llegando a oídos de Irene que seguía huyendo, saltando de rama en rama con velocidad hacia la capital; cada golpe resonaba en su corazón como un lamento melancólico. A pesar del deseo de regresar para ayudar a su colega, siguió su camino: dejando tras de sí el sonido de la lucha en las entrañas de la naturaleza.

Kaede a pesar de su postura firme, estaba abrumado por la fuerza y habilidad de su contrincante. Cada intento de contraataque era recibido por parte de su enemigo; la frustración crecía en su corazón, que se sentía impotente frente a la superioridad del ser.

Aquella figura jugaba con Kaede, realizando fintas y movimientos engañosos que mantenían al joven en constante tensión. Cada contacto de las espadas resultaba en cortes profundos en diferentes partes de su cuerpo. La sangre empezaba a teñir su ropa, y el dolor se convertía en un calvario que acompañaba la tempestad.

— Ha sido divertido, pero... ya me cansé de ti, solo eres un pedazo de carne inservible —. Dijo el hombre mientras daba un suspiro de decepción. Inclinó su pierna atrás, empuñó la espada a la altura de los hombros y tomó una profunda bocanada de aire. Un instante después, se lanzó en dirección de Kaede.

Con una velocidad inhumana, lo único que dejó tras su movimiento fue una estela morada mientras su arma con una estocada brutal, perforaba el corazón de Kaede que, perdiendo sus fuerzas y tras dar un último suspiro, dejó caer su arma al suelo. Sin misericordia, la figura retiró la espada de su pecho y luego empezó a rodearlo mientras este se mantenía de rodillas en agonía.

Como una sombra fantasmal, su estela de plumas viajaba alrededor envolviéndolo mientras con arcos fatales de su arma iba cortando su cuerpo. En tan solo unos instantes desgajó sus brazos, luego sus piernas y por último, su cabeza.

Recogiendo el arma de Kaede, tomó una bocanada de aire y saltó a los árboles siguiendo a Irene, quien aún continuaba su marcha intentando escapar.

Irene corría a través del bosque con su respiración entrecortada mientras que su corazón latía con fuerza. La lluvia caía con intensidad, mezclándose con las lágrimas que resbalaban por su rostro. El eco de la batalla y las palabras de Kaede aún resonaban en su mente, pero ahora la urgencia de escapar era lo único que la impulsaba.

De repente, notó el silencio absoluto del lugar, percatándose de inmediato del final de la pelea. Una sensación de desesperación la envolvió al darse cuenta de que a lo lejos algo la seguía.

Sin detener su marcha, observó por un momento atrás buscando la presencia de Kaede. Sin embargo, vio en la distancia los ojos palpitantes de la figura que los había perseguido desde el inicio: Hayabusa. Un escalofrío recorrió su espina dorsal al comprender que ahora ella era su única presa.

A pesar de todo, continuo sin detenerse e Irene intensificó su carrera, esforzándose al máximo para distanciarse del hombre que la perseguía. La vegetación densa y empapada dificultaba su avance, pero no se detuvo. El sonido de sus pasos resonaba en el bosque, compitiendo con el estruendo de la tempestad.

Las luces de las casas iluminadas con farolas y veladoras se apreciaban a la distancia, y como un atisbo de esperanza, aumentó su ritmo saltando entre la naturaleza para ganar velocidad y perderse en las urbes. Sin embargo, su esperanza se apagó al ver la estela purpurea de aquel hombre rebasándola; obligándola a detener su camino.

Con las manos temblorosas desenvainó de su espalda su wakizashi, adoptando una postura defensiva. Aunque dispuesta a luchar hasta el último aliento, su rostro reflejaba el terror absoluto cuando vio aterrizar al hombre frente a ella.

Aquel hombre se movía acechándola y sin importar su desnudez, se acercó más y más hasta encontrar sus ojos a unos metros de distancia. Su mirada destilaba frialdad y desprecio mientras enfocaba la mirada en su próxima presa: — Tu amigo envía su última despedida —. El brazo de Kaede aun sangrando, fue arrojado a sus pies, mientras aquel sujeto cruzaba el arma de Suzaku y Kaede desafiándola.

Irene, aterrada pero decidida, apretó con fuerza el mango de su wakizashi y respondió con ira: — Maldito seas espectro infernal, tarde o temprano recibirás la furia de nuestro clan y serás enviado de regreso al abismo. ¿¡Por qué demonios tienes el rostro de Hayabusa!? ¡Responde ahora maldito engendro! —.

Con una risa, apuntó con el arma de Suzaku mientras decía: — ¿Engendro? ¿Regresarme al abismo? Son solo gusanos que no debieron levantarse del fango. Y tú... querida, no eres más que un pedazo de carne esperando ser desgarrado —.

El ser se acercó con rapidez, moviéndose con una agilidad sobrenatural en tanto Irene retrocedió instintivamente, manteniendo su guardia alta. El sujeto se lanzó a toda velocidad propinando golpes con ambas espadas en sincronía. Irene por su parte, intentaba seguir el ritmo del combate, pero cada movimiento le resultaba impredecible y sublime.

Las espadas del ser parpadeaban con destellos mortales mientras desarmaba gradualmente la defensa de Irene. Cada bloqueo que intentaba la joven era respondido con un contraataque veloz y certero. La lluvia intensa complicaba aún más la situación, haciendo que el suelo se volviera resbaladizo bajo sus pies.

En un momento de descuido, desarmó a Irene con un arco de ambas espadas. La wakizashi de la joven salió despedida y quedo clavada en el suelo; dejándola desarmada y vulnerable. Mientras el ser... con una sonrisa despectiva, preparaba su golpe final: Su ataque, trazó un tajo mortal a lo largo de la espalda de Irene. Después de escupir sangre por la boca, la joven cayó inconsciente con la herida en su espalda y un momento después, fue arrastrada por el barro cuesta abajo.

Cada pedazo de su ropa se desgarraba en el violento abrazo de las zarzas que se interponían en su camino, dejando al descubierto su piel herida y magullada. Sus manos intentaban agarrarse a cualquier cosa para detener la inevitable caída, pero la tierra resbaladiza y el terreno irregular conspiraban en su contra. Mientras descendía sin control, los destellos de la figura desnuda de su perseguidor se desvanecían en la distancia, marcando su derrota con cada centímetro que se alejaba. La selva se burlaba de su intento por escapar, transformando su huida en una caída sin fin hacia la oscura vorágine del bosque.

Viendo cómo la mujer era llevada por el fango, tomó un respiro y se retiró. Sin más, aquel hombre se perdió en las profundidades del bosque, dejando tras de sí el sangriento campo de batalla y la inclemencia de la tormenta.

Mientras tanto, Kasumi llegaba al lugar de los hechos. La descomposición de los demonios que se desvanecían rápidamente en el fango, se mezclaba con el olor a pólvora fundida en los alrededores y varios de sus antiguos camaradas yacían sin vida en el suelo. Tras explorar la zona y no encontrar ninguna señal de vida ni movimiento, hizo una reverencia y una oración. Al terminar, apretó sus puños diciendo con tristeza: — Perdónenme por no llegar a tiempo, muchachos —.