Disclaimers: esto es una adaptación de un dorama con los personajes de Cardcaptor Sakura, que pertenecen a las CLAMP.
GHOSTWRITER.
Capítulo 1. Cuenta regresiva al pecado.
Tomoyo Daidouji lo perdió todo. Al menos, eso era lo que se rumoreaba.
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Sakura Kinomoto, una mujer de treinta años de pelo castaño largo y bonitos ojos verdes volvía a su pequeño apartamento de alquiler tras realizar unas compras en el kombini.
Los libros de la estantería reflejaban la gran admiración que sentía por una de sus escritoras favoritas, Tomoyo Daidouji. Tenía todas sus obras ordenadas en estricto orden de salida al mercado. El gran sueño de Sakura era poder dedicarse a la escritura y llevaba casi un año intentándolo, aunque sin demasiada suerte.
Su novela ya impresa en folios y titulada "A mi segundo yo", esperaba pacientemente junto a su ordenador portátil a ser leída por alguien que no fuera su autora.
Además de haber comprado algo de comer, Sakura también había adquirido la revista "Clow Novels", una publicación literaria que además de seriales e historias cortas, contenía las novedades literarias de la editorial. En esta edición, la revista anunciaba en su portada que un tal Spinnel Sun era el ganador de la quincuagésima edición de los "Premios Clow de escritores noveles" con su novela "Algodón de azúcar y nubes de trueno".
Sakura suspiró con resignación ante su nuevo fracaso. Nada más leer la noticia, llamó por teléfono a Yukito, que se encontraba supervisando un reparto de la empresa de hielos para la que trabajaba.
Yukito Tsukishiro era unos años mayor que Sakura. Era un hombre alto con gafas que no conseguían ocultar su aspecto amable. Pero quizás, lo más llamativo era su cabello de color ceniciento. Sakura lo conocía desde niña, porque era el mejor amigo de su hermano Touya y solía ir por casa cuando ambos estudiaban juntos en el instituto, hasta que comenzaron a salir casi de forma natural.
–No ha habido suerte. –dijo Sakura.
–Lo siento. Bueno, al menos lo has intentado. ¿A cuántos certámenes has presentado tu novela este año? –preguntó Yukito.
–A dos grandes premios de escritores noveles y a tres pequeños certámenes. –respondió Sakura.
–Has hecho lo que has podido.
–He escrito una nueva novela, pero no la he presentado en ninguna parte todavía. –dijo Sakura mirando el título de "A mi segundo yo".
–¿Volverás a casa antes de que acabe el año, no? –preguntó Yukito.
–Sí.
–Entonces, con el año nuevo empezaremos con los preparativos de la boda. –dijo Yukito con una sonrisa.
–Claro. –dijo Sakura con una sonrisa.
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Tomoyo Daidouji conducía su oscuro BMW de alta gama mientras ocultaba sus ojos tras unas gafas de sol para que el sol bajo del atardecer no entorpeciera su conducción. Circulaba paralelamente al mar y se dirigía al hotel donde se haría entrega del premio a escritores noveles de la editorial Clow, a la que Tomoyo estaba vinculada.
Los empleados de la editorial ultimaban los últimos preparativos, reservando con un folio los lugares donde se sentarían los prestigiosos miembros del jurado, entre los que se encontraba la conocida como "Reina de la literatura", Tomoyo Daidouji.
Takashi Yamazaki, un hombre en la treintena de pelo negro muy corto supervisaba la puesta a punto de todos los preparativos. Ya casi estaba todo listo, cuando se dirigió a Shaoran Li, un hombre de treinta años y pelo castaño oscuro que preparaba la mercadotecnia del evento en una alargada mesa situada en el vestíbulo previo al salón donde se llevaría a cabo el evento.
–Déjame un bolígrafo. –le pidió Yamazaki a Shaoran.
–Enseguida. –dijo Shaoran buscando uno en una bolsa.
–Oye, ¿qué pasa con el asistente de Tomoyo Daidouji? –preguntó Yamazaki, que pese a su carácter pizpireto y bromista, era de lo más serio y exigente en lo laboral.
–Lo siento, todavía no he podido encontrar a alguien. –dijo Shaoran mientras buscaba el bolígrafo en la bolsa.
–¿Cuánto tiempo te va a llevar? –preguntó Yamazaki.
–Ahora mismo soy yo el que está realizando esa labor y tengo que buscar mucha información. –dijo Shaoran sacando por fin bolígrafos de la bolsa.
–¿Crees que una excusa como esa va a funcionar con la gran Tomoyo Daidouji? Encuentra a alguien rápido. –le ordenó Yamazaki, cansado de que Shaoran tuviera que compaginar su trabajo en la editorial con la función de asistente de Tomoyo.
–Sí, señor. –dijo Shaoran resignado.
–Los jueces están a punto de llegar. –dijo una bonita mujer de la misma edad de Shaoran y de larga melena negra entrando con algo de prisa. La mujer respondía al nombre de Meiling y también trabajaba para la misma editorial. De hecho, ella y Shaoran tenían las mismas funciones en la vida diaria, al menos contractualmente, porque en la realidad Shaoran se consideraba algo así como un pringado.
–Muy bien. –dijo Yamazaki. –Vamos.
Cuando Tomoyo Daidouji llegó a las puertas del hotel en su coche, Kaho Mizuki, una mujer madura de pelo pelirrojo oscuro aparentemente cercana pero que escondía un carácter estricto ya la esperaba para abrirle la puerta del vehículo, como secretaria personal que era.
Tomoyo salió quitándose las gafas y entró al hotel enfundada en un elegante traje de pantalón negro y un collar de perlas que era casi una seña de identidad, puesto que casi siempre las llevaba en actos públicos, dejando el vehículo a cargo de un aparcacoches. Los empleados de la editorial la saludaron con una inclinación.
Tomoyo, seguida de todo el séquito de la editorial, llegó hasta el ascensor.
–Este año me retiraré. –dijo Tomoyo entonces mientras esperaba el ascensor, mientras los demás se miraban entre sí incrédulos.
–¿Qué quiere decir con eso? –preguntó Yamazaki, que se encontraba a su lado.
–Ya no me necesitáis, ¿no? –dijo Tomoyo. –Ninguna de las historias candidatas que propongo ha ganado ningún premio en cinco años.
–Se refiere a su papel como jueza en los premios. –dijo Yamazaki aliviado, habiéndose temido que dejaba la literatura. –Los escritores aprecian sus valoraciones.
Pero Tomoyo lo dejó prácticamente con la palabra en la boca al entrar en el ascensor, seguida de Shaoran. Yamazaki entró a continuación. Mientras se cerraban las puertas, el resto del séquito mostró su respeto con una nueva inclinación.
–¿Tengo que asistir a la ceremonia de entrega de premios? –preguntó Tomoyo con desgana.
–Por supuesto. –respondió Yamazaki.
–Los textos no me han llegado. –dijo Tomoyo.
–Para mañana sin falta tendrá un asistente, ¿verdad, Shaoran? –dijo Yamazaki intentando equilibrar la incomodidad de estar con la gran estrella de la editorial y el enfado con Shaoran por no haber conseguido todavía un asistente para ella.
–Sí. –dijo Shaoran un tanto incómodo.
–La editorial Clow ha conseguido todo un hito en sus cincuenta años. Una entrega de premios sin la gran Tomoyo Daidouji es como el champán sin burbujas. Además…
Pero Tomoyo salió del ascensor sin escuchar todo lo que Yamazaki tenía que decir. Yamazaki le echó una mirada dura a Shaoran antes de salir del ascensor como si la actitud de la novelista fuera cosa de él, mientras que Shaoran intentaba morderse la lengua por lo arrastrado que podía llegar a ser Yamazaki.
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Mientras la organización ultimaba los preparativos de la ceremonia de entrega de premios, Eriol Hiragizawa, un hombre moreno de cuarenta años y enigmática mirada tras unas gafas, se encontraba en una reunión rindiendo cuentas de su gestión al frente de su departamento dentro de la editorial Clow.
–Hemos llegado a importantes acuerdos con la industria del cine para llevar a la gran pantalla las novelas de Tomoyo Daidouji. –explicaba Eriol a sus interlocutores mientras mostraba en la pantalla las portadas de todas las novelas de Tomoyo, como "El día del día", "La regla del parásito", "Pendientes", "Untados", "Alegría sorda" o "Después del oeste". –En la documentación pueden ver los registros de taquilla de las películas basadas en sus novelas.
A continuación, mostró unos gráficos de barras. Los de la izquierda, en verde mostraban la recaudación de las películas, mientras que los de la derecha, en azul mostraban la recaudación de las novelas. Aunque se mostraba un gran éxito de taquilla, la venta de libros superaba con mucho la recaudación de la versión cinematográfica. Fuera como fuera, Tomoyo Daidouji, y por extensión, la editorial, obtenían beneficios.
–Las seis adaptaciones de sus novelas realizadas hasta el momento han sido todo un éxito de taquilla, habiendo recaudado unos tres billones de yenes cada una. Además, de cada novela hemos vendido aproximadamente un millón y medio de copias. A eso le debemos añadir cinco billones de yenes por las ventas de los libros en formato electrónico, ediciones traducidas a otros idiomas, adaptaciones de mangas y otras distribuciones secundarias como ediciones de bolsillo.
Tras haber tratado algunos aspectos más, Eriol comenzó a hablar de cuál sería su próxima estrategia para continuar exprimiendo a la "gallina de los huevos de oro".
–Es una historia de amor entre una actriz y un actor que están en la cresta de la ola. Si mis estimaciones son correctas, podríamos conseguir unos beneficios de unos dos billones y medio de yenes. –continuaba Eriol con su presentación. Una vez que había justificado todo el dinero que habían conseguido gracias a las historias de Tomoyo Daidouji, intentaba conseguir convencer a la cúpula de la editorial Clow de la necesidad de adaptar la última novela que Tomoyo desarrollaba en una película.
–Me resulta extraño que los actores acepten sin que el libro esté terminado. –intervino uno de los accionistas.
–Me encantaría conocer al actor que rechazaría trabajar en una película basada en una historia de Tomoyo Daidouji. –argumentó Eriol haciendo ver que quien hiciera eso no estaría en su sano juicio.
–¿Durante cuánto tiempo tendremos a Tomoyo a nuestra disposición? –preguntó Clow Reed, el fundador y presidente de la editorial.
–Tres años. –respondió Eriol.
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La hora de la entrega de premios había llegado. La luz daba protagonismo a la tarima que hacía las veces de escenario, dejando el resto de la sala con luz tenue. Tras los discursos de rigor, el premiado, Spinnel Sun agradecía a los presentes por el premio. El joven, de aspecto un tanto nerd, era evidente que se expresaba mejor mediante la palabra escrita que por medios orales, ya que no estaba acostumbrado a hablar en público y a que el foco estuviera puesto en él.
–Esta es la novena vez que presento una novela para este certamen. Gracias por este fantástico premio. –dijo Spinnel con voz monótona mientras los presentes aplaudían con educación.
Tras la entrega del premio, los invitados comenzaron a socializar para entablar relaciones comerciales.
–Hola, soy Kudo, de la Editorial Keiyo. –dijo una de las invitadas a Tomoyo Daidouji. Esta le sonrió con educación y Kaho apareció de la nada para ser ella la que tomara la tarjeta de la trabajadora. Kaho estaba acostumbrada al hecho de que todo el mundo editorial quisiera tener la pluma de Tomoyo Daidouji a su disposición, ya que eso se traduciría en beneficios seguros.
Mientras tanto, el ganador del premio, estaba sentado solo en un lado de la sala sin hablar con nadie. Estaba claro que estaba como pez fuera del agua.
–Esto ocurre cada año. –dijo Meiling acercándose al premiado. Spinnel, que no esperaba la repentina aparición de Meiling se levantó. –Como tienen prestigio, los jueces acaban siendo el centro de atención.
–Ah.
–Mira, allí está Sawamura, el ganador del año pasado. –dijo Meiling. Spinnel dirigió la mirada hacia la misma dirección a la que miraba Meiling. El tal Sawamura no hacía más que entregar tarjetas a los distintos representantes de las editoriales invitadas. –Hay más de cien premios para escritores noveles cada año y mucha gente que los ha ganado, pero al final, son los escritores que han escrito durante décadas los que sobreviven. Sólo hay un puñado de ellos. ¿Te gustaría ser uno de ellos?
Spinnel dirigió la mirada hacia los autores a los que se refería Meiling, es decir, los prestigiosos autores que formaban parte del jurado.
–Sí. –dijo Spinnel, abrumado por la admiración que todos sentían hacia escritores consagrados como ellos.
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Por fin la reunión había terminado. La ejecutiva se había dirigido al hotel para hacer acto de presencia en la entrega del premio organizado por la editorial, mientras que Eriol, tras comprar un ramo de flores, caminaba por los pasillos de un hospital hasta llegar a la habitación del señor Hanayashi que pese a que no era excesivamente mayor, debido a su salud, necesitaba estar ingresado en el hospital.
–¿No era hoy la entrega de premios a escritores noveles? –preguntó Hanayashi extrañado de ver allí a Eriol.
–Sí, pero sin usted y sus ácidos comentarios habría sido todo muy aburrido. –dijo Eriol, al que era toda una leyenda de la literatura del país nipón.
–¿No tienes a otro lugar al que ir? –preguntó Hanayashi, que conocía a Eriol y sabía que no daba puntada sin hilo.
–Bueno, usted tampoco debería de estar aquí. –dijo Eriol. –Mejórese pronto.
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Las oficinas de la editorial Clow se encontraba en un edificio con características neoclásicas. Justo al lado de los escalones que daban acceso al edificio, presidido por dos columnas, había un muro con dos tablones resguardados por unos cristales que mostraban las novedades de la editorial. Uno de los tablones estaba dedicado enteramente a la gran estrella de la editorial, Tomoyo Daidouji. Junto a un póster que mostraba a la autora con su característico corte bob y con una mirada amable, se encontraba un ejemplar de cada uno de sus libros.
Cuando Sakura Kinomoto llegó allí, miró al imponente edificio y tras suspirar, subió los escalones, atravesó las columnas que mantenían el techado y accedió al interior, encontrándose un vestíbulo impresionante y bastante lujoso donde el mármol era el material predominante.
–Buenos días. Me gustaría entregar mi novela. ¿Podría hablar con alguien encargado de ese tema? –preguntó Sakura en recepción.
–¿Ha traído la novela en papel? –preguntó la recepcionista.
–Sí. –asintió la castaña.
Entonces, un apurado Shaoran también entraba colgado al teléfono.
–Le conseguiré un asistente hoy sin falta. Se lo prometo. –le dijo Shaoran a Kaho Mizuki, la secretaria personal de Tomoyo. Tras colgar, Shaoran pensó que se metería en un problema gordo, puesto que no sabía de dónde podría sacar un asistente en tiempo récord. –Estoy muerto.
–Lo siento, pero la política de la editorial impide los registros en persona. –dijo la recepcionista a Sakura.
–Por favor, déjeme al menos hablar con alguien de la editorial. –insistió Sakura. A Shaoran le llamó la atención el tono un tanto desesperado de aquella joven, que sin darse cuenta, había alzado el volumen y por las condiciones acústicas del vestíbulo, había resonado más de la cuenta.
–Ya me encargo yo. –intervino Shaoran. Sakura no se esperaba el golpe de suerte que tuvo ante la aparición de ese castaño de aspecto tan serio, pero que al menos tenía la amabilidad de escuchar lo que tenía que decir. Shaoran la condujo a una parte del vestíbulo con butacas que hacía las veces de sala de espera y punto de encuentro para reuniones cortas y más informales. –Siéntate, por favor.
–Gracias.
–¿Estás trabajando? –preguntó Shaoran directo al grano.
–En este momento no. –respondió Sakura mientras Shaoran lo celebraba internamente. Quizás no estuviera muerto después de todo. –Trabajé en una oficina en Nagano hasta el año pasado, pero quería convertirme en novelista y decidí venir a Tokio durante un año a probar suerte. Voy tirando de mis ahorros.
–¿Te interesa un trabajo a tiempo parcial? –preguntó Shaoran, deseoso de saber si Kaho y Yamazaki lo matarían. –Verás, Tomoyo Daidouji busca asistente.
–¿Tomoyo Daidouji? –preguntó Sakura, al no esperar aquella oferta, y mucho menos de parte de alguien a quien admiraba tanto.
–¿Eres admiradora suya?
–Sí, tengo todos sus libros.
–¿Entonces qué me dices? –preguntó Shaoran esperanzado.
–¿Eres el editor de Tomoyo Daidouji?
–Bueno, algo así. –dijo Shaoran, incapaz de decirle que aquello era una verdad a medias, pero a Sakura no pareció importarle al ver su reacción de sorpresa. –Entonces, ¿puedo pedirte que seas su asistente?
–El problema es que a final de año vuelvo a Tomoeda, en Nagano. –dijo Sakura.
–¿No podrías posponerlo? –preguntó Shaoran.
–Es que voy a casarme. –dijo Sakura.
–Supongo que no puedes, entonces. –dijo Shaoran, cuyas esperanzas se esfumaron tan pronto como aparecieron.
–¿Podrías leer esto? –preguntó Sakura entregándole su novela.
–Sí, claro. –dijo Shaoran casi por inercia e incapaz de borrarle la ilusión a la castaña.
–Me he presentado a muchos certámenes literarios para escritores noveles, pero ni siquiera he obtenido un simple comentario. Siempre he querido una opinión profesional. Y ahora mismo no puedo creer que esté delante del editor de Tomoyo Daidouji. –dijo Sakura sin poder parar de parlotear.
–Bueno, no sé cuándo podré ponerme con esto. –dijo Shaoran, intentando que la castaña no se ilusionara demasiado al ignorar que él no tenía ningún poder dentro de la editorial. Más bien se consideraba el último "mono".
–No importa, cuando puedas. –dijo Sakura. –Muchas gracias.
Tras la inesperada reunión con el editor de Tomoyo Daidouji, salió y se quedó mirando los paneles de la entrada. En el póster, Tomoyo le devolvía la mirada. Con esa mirada era capaz de vender la nueva novela que anunciaba: "Siempre dulce". Entonces, Sakura se preguntó si algún día sería capaz de que fuera su cara la que luciera en el póster rodeada de sus novelas. Era consciente de que aquello era prácticamente imposible. Pero no era imposible conocerla.
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Tras la reunión con aquella castaña de ojos verdes, Shaoran subió a la oficina y entró como el que entra en el matadero hasta llegar a su mesa, que estaba junto a la de Meiling en un rincón.
–Buenos días, sí, es el departamento de novelas de la editorial Clow. –contestó Meiling al recibir una llamada de teléfono.
Shaoran vio los post its pegados alrededor de la pantalla de su ordenador con las tareas pendientes que debía realizar, muchas de las cuáles no tenían nada que ver con el trabajo de editor, tales como regarle las plantas a un escritor famoso mientras estaba de viaje.
–Shaoran, han llamado de recepción. Una tal Kinomoto pregunta si todavía puede optar al puesto de asistente de Tomoyo. –dijo Meiling.
–¿Kinomoto? –preguntó Shaoran. Entonces se fijó en la novela que la castaña de ojos verdes le había entregado y vio su nombre completo. Entonces se dio cuenta de que ni siquiera se habían dicho sus nombres. Finalmente, Sakura Kinomoto lo salvó de una "muerte" segura.
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Sakura y Shaoran cogieron un taxi que les llevaba a las afueras de Tokio. Durante el trayecto, Sakura veía nerviosa a la par que impresionada la magnífica vista del mar.
–De momento estarás a prueba. –dijo Shaoran.
–De acuerdo. Está ocurriendo todo tan deprisa que no me siento preparada. –dijo Sakura.
Entonces, el taxi se detuvo junto a una moderna casa blanca de dos plantas con vistas privilegiadas hacia el mar. En la puerta había un BMW negro que era evidente que sólo la gente con mucho dinero podría comprar.
–Te entiendo. Pero estoy seguro de que te irá bien. –dijo Shaoran mientras bajaban del taxi. –Espero que con el tiempo puedas trabajar a tiempo completo. Por cierto, esta casa sólo la utiliza para escribir, pero Tomoyo vive en Tokio.
Shaoran se dirigió a la entrada donde estaba situado el video-portero, seguida de una tímida Sakura. La puerta, de color rojo pasión se disimulaba en la pared, también roja, que contrastaba con el blanco del edificio.
–¿Sí? –preguntó una voz femenina.
–Soy Li. –respondió Shaoran.
Entonces, una mujer joven pero cuya madurez era ya evidente abrió la puerta. Tenía el pelo pelirrojo largo y vestía con cierta sofisticación.
–Buenos días, Kaho. Esta es Sakura Kinomoto, la nueva asistente. –la presentó Shaoran.
–Encantada de conocerla. –dijo Sakura, que estaba tan nerviosa que ni se percató de que su forma de vestir quizás desentonaba con la sofisticación que se respiraba nada más abrirse aquella puerta.
–Soy Kaho Mizuki, la secretaria de Tomoyo. –dijo Kaho.
–Bien, yo me marcho. Buena suerte. –dijo Shaoran.
–Adiós, y gracias. –dijo Sakura.
Una vez que se marchó, Kaho comenzó a explicarle sus funciones, mientras Sakura se quedaba maravillada por la casa. Todo en ella era blanco.
–Yo me encargo de la agenda, la contabilidad y cosas así. De momento, tú te encargarás de subirle el té y de buscar información de lo que te pida. Cuando subas el té, avisa antes de entrar. –dijo Kaho mostrándole la cocina. De momento, parecía el único lugar en el que no sólo predominaba el blanco, ya que los muebles de la cocina eran de color antracita, contrastando con la encimera blanca y dándole un toque de modernidad a la estancia. –No puedes entrar sin permiso.
–De acuerdo.
–Cuando esté escribiendo, déjale el té sin decirle nada. –dijo Kaho.
–Está bien.
–Bien. Prepárale Darjeeling. Es un té de la India. –le pidió Kaho mientras le pasaba el bote que contenía el té.
–Pero todavía no nos conocemos. ¿Puedo presentarme? –preguntó Sakura.
–No le hables. Nunca lo hagas cuando esté escribiendo. –insistió Kaho. –Es la puerta del fondo del piso de arriba.
–Está bien.
Una vez que preparó el té, subió al piso de arriba. Tal y como se imaginaba tras haber visto la planta de abajo, la de arriba también era completamente blanca. Cuando llegó a la puerta del fondo, Sakura intentó detener el tintineo de la taza y la tetera provocados por sus nervios. Tras dar un largo suspiro, pidió permiso.
–¡Con permiso!
Sakura abrió la puerta y se encontró con un gran despacho. Todo en él era blanco: el suelo, las estanterías, incluso la chimenea. Al fondo estaba la gran mesa en la que Tomoyo solía trabajar y detrás, un ventanal que en ese momento tenía los estores bajados, dando más oscuridad a la estancia. Al lado del ventanal, había una puerta también con los estores bajados y que por lo que Sakura intuyó, daba acceso a una terraza. Justo en el centro, frente a la chimenea, Tomoyo se encontraba acostada en una especie de oscura tumbona. Al verla de perfil se formaba una uve incompleta, puesto que los pies quedaban a una altura considerable. A pesar de lo fina que era la tumbona, se ajustaba perfectamente al cuerpo de la escritora. La cabeza de Tomoyo estaba apoyada en la almohada que la tumbona llevaba integrada. Estaba abrazada sobre sí misma sosteniendo un chal y en ningún momento pareció sentir curiosidad por quien había entrado.
–Soy Sakura Kinomoto. Seré su nueva asistente. Encantada. ¿Dónde dejo…?
–No me hables. –la interrumpió Tomoyo. –¿No te lo ha dicho Kaho?
–Lo siento. Como no está escribiendo, pensaba que podía hablarle. –dijo Sakura un poco sorprendida por la forma cortante en que le habló, a pesar de tener una voz muy dulce.
–¿Crees que si no estoy tecleando en el ordenador no estoy escribiendo? –preguntó Tomoyo mirando a Sakura por primera vez.
–Lo siento mucho. –dijo Sakura inclinándose.
–No estoy enfadada. Si no eres escritora no lo entenderías. –dijo Tomoyo incorporándose y dirigiéndose hacia la mesa, sentándose frente al ordenador. Sakura, todavía paralizada, vio cómo Tomoyo se puso unas gafas y comenzó a teclear.
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Yukito y Sakura fueron al templo Tsukimine aprovechando que ella había ido a Tomoeda para visitar a su familia y a Yukito para el fin de año. Echaron una moneda, sacudieron la cuerda que hacía repicar un gran cascabel, dieron dos palmadas y realizaron sus peticiones para el año nuevo en silencio. Tras la visita al templo, Sakura notó a Yukito muy serio, pero de alguna forma se lo esperaba, después de haberle contado las novedades.
–Oye, ¿todavía sigues enfadado? –preguntó la castaña.
–No estoy enfadado. –dijo Yukito fríamente antes de seguir caminando. Aunque para Sakura, su actitud lo delataba.
Tras pasar buena parte del día juntos, Sakura y Yukito fueron a cenar con Chiharu Mihara, Rika Sasaki y Rei Tachibana, las amigas de la infancia de Sakura.
–Por supuesto que está enfadado. Le prometiste que volverías a instalarte aquí después de año nuevo. –dijo Chiharu tras haberse puesto al día de las novedades. Desde que se habían encontrado, Chiharu se había percatado de la actitud que estaba teniendo Yukito, que siempre había sido una persona dulce y alegre.
–Lo dije porque sabía que no podría convertirme en novelista en tan sólo un año. Entonces le entregué mi novela a una editorial para que me confirmara que no tengo talento. Estoy segura de que puedo olvidarme de ese sueño. Pero es que he conseguido ser la asistente de Tomoyo Daidouji. ¿No querríais conocerla si pudierais? –dijo Sakura.
–¿Y qué más da si vas a dejar de escribir? ¿Qué quieres conseguir con eso? –preguntó Yukito, que todavía no le encontraba el sentido a que su novia siguiera en Tokio.
–No te enfurruñes. De todas formas no será por mucho tiempo. No creo que consiga el trabajo. –dijo Sakura, consciente de que estaba a prueba y pensaba que no había comenzado con buen pie con Tomoyo.
–Está bien. Pero vuelve tan pronto como puedas. –dijo Yukito.
–Gracias.
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Sakura fue a llevarle el té a Tomoyo, que esta vez estaba mirando al mar sentada con la espalda apoyada en unos cojines situados en un poyo con forma de sofá en la terraza de la moderna casa blanca.
–Traigo el té. –dijo Sakura, dejando la bandeja en una mesita auxiliar y se dio la vuelta para marcharse.
–Gracias. –dijo Tomoyo para sorpresa de Sakura. Sakura se giró y vio a Tomoyo servirse el té en la taza. Entonces, se armó de valor para hablar.
–Disculpe. Siento no haberme presentado antes. Me llamo Sakura Kinomoto. –dijo la castaña inclinándose para mostrarle su respeto.
–Sí que te presentaste. –dijo Tomoyo.
–Es cierto. Lo olvidé. –dijo Sakura con una sonrisa nerviosa. –¿Le gustaría comer una manzana? Cuando fui de visita por año nuevo mi madre me preparó un montón para que me las trajera.
Pero Tomoyo le mantuvo la mirada sin esperar aquella oferta.
–Bueno, si le apetece, dígamelo. –dijo Sakura al no obtener respuesta.
–¿Tu madre también te envía la ropa? –preguntó Tomoyo.
–No. Esto me lo compré yo. –dijo Sakura mirando su sencillo jersey y sus pantalones vaqueros.
–Lo sé. ¿Está bien tu madre? –preguntó Tomoyo.
–Sí. Quizás demasiado bien. –dijo Sakura sonriendo.
–Me alegro. –dijo Tomoyo. Entonces, se quedó con la mirada perdida.
–Bien. –dijo Sakura retirándose.
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Eriol Hiragizawa fue hasta la casa tradicional japonesa donde se estaba velando el cuerpo sin vida de Hanayashi, el reconocido y prestigioso escritor que no había podido superar su enfermedad. Tras presentar sus respetos, lo primero que hizo al salir fue llamar por teléfono.
–Yamazaki, Hanayashi ha muerto. Confío en que puedas manejar la situación. –dijo Eriol.
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–Chicos. Tenemos que publicar una colección de las obras completas de Hanayashi de forma conmemorativa. También añadiremos trabajos publicados por otras editoriales a nuestra colección. –informó Yamazaki.
–¿Estás seguro de que podemos incluir trabajos publicados por otras editoriales? –preguntó Shaoran.
–Podemos transferir los derechos a petición del autor. –dijo Yamazaki.
–Pero eso no es muy usual, ¿no? –dijo Shaoran, que no acababa de convencerse.
–Eriol le ha estado visitando con frecuencia desde que descubrió que su cáncer era terminal, así que no me extraña que lo haya logrado. –dijo Meiling, consciente de la estrategia del editor jefe.
–¡Yamazaki! –exclamó Eriol llegando a la oficina con prisa un rato después.
–¿Sí?
–Ese viejo era como un grano en el culo, pero ha elegido un buen momento para morirse. –dijo Eriol yendo hasta su mesa, que estaba algo más apartada que la del resto de trabajadores. –Si hubiera muerto hace un mes no habríamos impreso la colección a tiempo. Publicaremos anuncios a página completa en los periódicos cuando se publique la colección de sus obras. Con el anuncio publicaremos dedicatorias escritas por los diez mejores escritores de Japón. ¿Tiene fuerza, verdad?
Eriol le pasó un tablet a Yamazaki, donde se apreciaba una foto del fallecido en el centro junto con el anuncio de la venta de las obras completas del autor y diez espacios reservados en la parte de abajo para los elogios de los autores, que a su vez contaba con un pequeño espacio para las fotografías de dichos autores. Parecía que Eriol ya se esperaba la muerte del mítico escritor y se había anticipado al encargar la composición gráfica de la página del periódico, ya que todos los elementos estaban distribuidos. Prácticamente lo único que faltaba eran las dedicatorias de los autores reconocidos para la maquetación final.
–Enviaré las peticiones de las dedicatorias. –dijo Yamazaki.
A Shaoran no le pareció demasiado moral lo que estaba haciendo Eriol, pero no dijo nada. Básicamente, lo había preparado todo mucho antes de la muerte de ese hombre para no perder la oportunidad en cuanto se produjera el fatal desenlace del famoso escritor.
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–Tomoyo, nos ha llegado el horario del funeral del maestro Hanayashi. –dijo Kaho cuando vio bajar a Tomoyo, mientras que Sakura estaba en una mesa buscando información en el ordenador. –También hemos recibido una solicitud para una dedicatoria. Van a publicar una página entera en el periódico con las dedicatorias de todos estos autores.
–¿Entonces estaré compitiendo contra todos ellos? –preguntó Tomoyo, al ver los nombres que aparecían en la lista que le estaba mostrando Kaho.
–Sólo es una dedicatoria. Pero en cierto modo, supongo que sí. –respondió Kaho.
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Tomoyo entró suspirando en su casa.
–Bienvenida a casa. Ya le he preparado la ropa de luto. –dijo la sirvienta cogiéndole el abrigo.
–Gracias. ¿Está aquí? –preguntó Tomoyo.
–No ha vuelto todavía. –dijo la sirvienta.
–Ya veo.
–Ya estoy en casa. –dijo una voz juvenil masculina. Una vez que se descalzó, entró un joven con un uniforme de instituto con el pelo un tanto largo y tintado de color platino.
–Hola, Yue. –saludó Tomoyo.
–Cuánto tiempo sin verte, Tomoyo Daidouji. –dijo el joven con ironía, antes de subir a su cuarto a ponerse cómodo.
–¿Qué tal el instituto? –preguntó Tomoyo una vez que comenzaron a cenar en un incómodo silencio.
–Bien. –respondió él de forma seca.
–Tienes que empezar a pensar seriamente en el camino que quieres seguir. –dijo Tomoyo.
–¿De verdad tienes tiempo para preocuparte por los demás? –preguntó el joven.
–No hay nada que valga más la pena que preocuparme por mi propio hijo. –dijo Tomoyo. Entonces, el joven sacó su teléfono móvil y ojeó algo.
–Tu nueva novela, "Siempre dulce", no es tan popular, ¿verdad? –dijo él. Tomoyo suspiró y él comenzó a leer en voz alta. –A "Siempre dulce", como a los últimos trabajos de Tomoyo Daidouji, le falta la chispa que solía tener. ¿Está Tomoyo Daidouji en caída libre?
–Te dije que no leyeras comentarios en las redes. –dijo Tomoyo.
–Sólo intentaba avisarte.
–Ya lo sé. Mejor que nadie, de hecho. –dijo Tomoyo.
–Dame 50 mil yenes. –dijo él extendiendo su mano con una mirada retadora.
–¿Para qué?
–Para guías de estudio. –dijo él con una sonrisa irónica.
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–Ya hemos establecido una fecha de lanzamiento. –le dijo Eriol a Clow.
–Has montado un poco de espectáculo en la empresa. Siéntate. –le invitó Clow señalando uno de los sofás de su enorme despacho.
–Sólo puedo hacer esto con el apoyo del comité ejecutivo. –dijo Eriol.
–Habrá una vacante en el comité. Quiero proponerte para esa vacante. Serías el ejecutivo más joven. –dijo Clow Reed.
–Haré todo lo que esté en mi mano para no ser un obstáculo en mis labores ejecutivas. –dijo Eriol.
–Como el miembro más joven, algunos ejecutivos se quejarán por tu juventud, así que necesitaremos algunos fuegos artificiales para callarles la boca. –dijo Clow.
–Tenemos muchos patrocinadores de las películas basadas en los libros de Tomoyo Daidouji. Podré manejarlo. –dijo Eriol.
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–¿Qué te pasa? –preguntó Meiling al ver a Shaoran entrar a la oficina casi arrastrando los pies a última hora de la tarde. De hecho, creía que no lo volvería a ver hasta el día siguiente. –Pareces cansado.
–Esta mañana bien temprano he tenido que salir a correr con el señor Ikenoue y después he tenido que ir a pasear al perro de Ohizumi porque no está en la ciudad. Luego fui a jugar al mahjong con el señor Tanaka y luego asistí a una reunión de "gracias por morir, nos vamos a forrar" del señor Hanayashi. –decía Shaoran mientras quitaba post its de los bordes del ordenador cada vez más enfadado. –Después he tenido que hacerle takoyakis para cenar al señor Ito y servirle cerveza porque su asistenta estaba enferma.
Cuando por fin quitó todos los post its, los arrugó en una bola y los tiró a la papelera.
–Buen trabajo. –dijo Meiling con un poco de pena, consciente de que siempre le tocaban a él las labores más desagradecidas, es decir, satisfacer los caprichos de los autores más prestigiosos que la editorial tenía en nómina.
–Esta es mi vida y mi trabajo. –dijo Shaoran dejándose caer en la silla agotado. Entonces, sin darse cuenta, había golpeado un taco de folios que sobresalían, pero por suerte estaban cogidos por una pinza y protegidos por un forro de plástico. Casi pesándole el brazo lo recogió y leyó el nombre de la novela de Sakura Kinomoto. –Recuerdo cuando yo también tenía sueños como los de esta chica.
–¿La que todavía entrega novelas en persona?
–Sí.
–Será joven, pero está pasada de moda. Ahora las cosas se envían por email. –dijo Meiling recogiendo su abrigo y su bolso. –¿Te apetece una copa?
–Todavía tengo que contabilizar unos recibos y buscar un lugar para la fiesta de cumpleaños del señor Shimada. –dijo Shaoran desganado.
–Me voy, entonces. Que te sea leve. –se despidió Meiling.
–Hasta mañana.
Al irse Meiling, tan sólo quedaba él en la oficina. Tras dar un bostezo, sin saber por qué, cogió la novela de Sakura y se puso a leer la primera página con el objetivo de dejarlo enseguida. No supo por qué lo hizo, pero la perspectiva de ponerse con unos recibos era menos alentadora. Según iba leyendo, algo captó la atención de Shaoran, hasta el punto que comenzó a espabilarse. A una página le siguió la siguiente, y entonces, perdió la noción del tiempo, quedando los recibos y la fiesta del señor Shimada en el olvido.
Continuará…
