Capítulo 10 "¿Y si?"

Kagome despertó lentamente, sintiendo una calidez reconfortante a su alrededor. Parpadeó varias veces antes de recordar dónde estaba. El aroma de algo delicioso flotaba en el aire, haciéndola salir de la cama con curiosidad. Caminó descalza hasta la cocina, donde encontró a Koga, de espaldas, moviendo con destreza una cuchara en una olla que burbujeaba suavemente en la estufa.

Koga: —Veo que despertaste. Justo a tiempo.

Kagome se apoyó en el marco de la puerta, observándolo con una ligera sonrisa.

Kagome: —¿Qué estás cocinando?

Koga: —Un caldo caliente. Imaginé que después de pasar tanto tiempo bajo la lluvia querrías algo así.

De repente, el timbre sonó. Koga soltó la cuchara y suspiró con pesadez. Sabía perfectamente quién era.

Koga: —Qué inoportuno…

Se secó las manos con un paño y caminó lentamente hasta la puerta, sin apurarse. Justo cuando estaba por abrirla, la puerta se abrió de golpe, con una fuerza que casi lo empujó hacia atrás. Antes de que pudiera reaccionar, una figura familiar se plantó frente a él con una mirada feroz.

Inuyasha: —¡Kagome! ¡Sal, que nos vamos!

Koga bloqueó la entrada con un brazo, poniendo su mano firmemente en el pecho de Inuyasha, impidiéndole avanzar.

Koga: —Te dije que no era necesario que vinieras.

Los ojos de Inuyasha ardían con furia contenida. Respiraba pesadamente, como si estuviera a punto de explotar. Parecía un toro desbocado, exhalando con fuerza mientras su mandíbula se tensaba.

Inuyasha: —¡Muévete!

Kagome, aún en la cocina, escuchó la voz de Inuyasha resonar con enojo. Su corazón latió con fuerza, pero sus piernas no se movieron. No sabía qué hacer. Sabía que Inuyasha estaba furioso, pero también sabía que no tenía derecho a actuar así.

Pero Inuyasha no iba a esperar más.

Empujó a Koga por el hombro con brusquedad y avanzó con pasos pesados hacia la cocina. Al verla ahí, con el cabello todavía húmedo y vistiendo la camisa de Koga, sus ojos se oscurecieron por completo. Pero lo que realmente lo desquició fue ver su ropa doblada en el sillón, como si hubiera pasado la noche con él.

Sus dedos se cerraron en un puño. No quería imaginarlo. No podía.

Inuyasha: —¿Qué demonios…?

Kagome sintió el peso de su mirada y un escalofrío recorrió su espalda. Antes de que pudiera reaccionar, Inuyasha la tomó bruscamente de la muñeca y tiró de ella con fuerza.

Kagome: —¡Espera! ¡¿Qué estás haciendo?!

Inuyasha: —¡Nos vamos de aquí!

Koga apareció en la entrada de la cocina con los ojos fríos y calculadores.

Koga: —No tienes derecho a llevártela a la fuerza.

Inuyasha: —¡No me digas lo que puedo y no puedo hacer con mi esposa!

Koga estrechó los ojos, su mandíbula se tensó, pero no dijo nada. Sabía que este no era el momento de pelear. Miró a Kagome, esperando que ella hiciera algo.

Kagome miró a Koga con una mezcla de disculpa y tristeza en los ojos. No quería dejarlo así, no después de lo bien que se había portado con ella. Pero también sabía que no podía quedarse. No porque Inuyasha la estuviera obligando, sino porque, a pesar de todo, aún lo amaba.

En un último intento de control, Inuyasha la arrastró hasta la puerta, pero justo antes de salir, Kagome detuvo el paso. Con un movimiento brusco, jaló su brazo y se soltó de su agarre.

Ese gesto lo dejó helado.

Por primera vez, Kagome rechazaba su contacto. No quería que la tocara. No quería que él decidiera por ella.

Kagome se giró hacia Koga, con el corazón latiéndole en el pecho.

Kagome: —Gracias por todo, Koga. Lamento haber causado molestias.

Koga sonrió con tristeza, pero no dijo nada. Solo asintió, entendiendo que este no era el momento de detenerla.

Sin embargo, en cuanto Kagome se dio la vuelta, Koga sintió algo frío instalándose en su pecho. Algo que nunca antes había sentido tan fuerte. No quería dejarla ir. No quería dejar que regresara a un lugar donde sabía que no sería feliz.

Pero ella ya había tomado su decisión.

Inuyasha la tomó de la muñeca nuevamente, pero esta vez su agarre fue más suave, casi temeroso. Kagome no protestó. Dejó que él la guiara fuera del departamento de Koga.

Koga se quedó en el umbral de la puerta, observando cómo se alejaban. Cerró los ojos por un momento y suspiró, sintiendo la soledad apoderarse de su hogar de nuevo. Regresó a su habitación, donde el aroma de Kagome aún permanecía en las sábanas. Se recostó en la cama y dejó que su esencia lo envolviera.

Porque por primera vez en mucho tiempo, había encontrado a alguien que realmente quería… y estaba perdiéndola.

El camino a casa fue un absoluto silencio. Ninguno de los dos dijo nada, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Inuyasha tenía las manos aferradas al volante con fuerza, sus nudillos blancos de la tensión. Su mente era un caos. Una tormenta de emociones lo golpeaba sin piedad: enojo, celos, frustración… miedo. Miedo de que Kagome realmente lo estuviera dejando atrás.

Kagome, por su parte, miraba por la ventana con la cabeza apoyada en el cristal. Sus ojos estaban vidriosos, pero no iba a llorar. No esta vez. Sentía un nudo en la garganta, su pecho oprimido por todo lo que había pasado. Estaba exhausta, tanto física como emocionalmente.

En cuanto el auto se detuvo frente a la casa, Kagome bajó rápidamente sin decir una sola palabra. Inuyasha la vio alejarse y sintió un impulso de detenerla, de obligarla a hablar con él, pero no lo hizo. La siguió unos metros más atrás, con los puños apretados a los costados.

Cuando entraron a la casa, Kagome subió directamente a su habitación, cerrando la puerta tras de sí. Inuyasha se quedó en la sala por unos momentos, tratando de calmar la furia que aún ardía en su interior. Pero no pudo. Subió a su habitación y, en un arranque de ira, tiró las cobijas de la cama al suelo. No fue suficiente. Volteó la mesita de noche con un movimiento violento, haciendo que todo lo que estaba encima cayera al suelo con un estruendo.

Inuyasha:¡Mierda!

Su respiración era agitada. Sus pensamientos lo atormentaban.

¿Por qué demonios estaba tan enojado? ¿Por qué no podía sacarse de la cabeza la imagen de Kagome con la camisa de Koga? ¿Por qué sentía este dolor punzante en el pecho?

Se pasó la mano por el rostro, tratando de calmarse. No podía quedarse sin respuestas. No podía simplemente ignorar lo que había visto. Necesitaba saber la verdad. Necesitaba escucharla de ella.

Con pasos firmes, se dirigió a la habitación de Kagome y abrió la puerta sin siquiera tocar. Se paró junto a la cama, donde Kagome estaba acurrucada bajo la cobija, completamente cubierta de pies a cabeza.

Inuyasha: —¡Kagome!

No hubo respuesta.

Inuyasha: —¡Sé que eres impredecible, pero lo que hiciste hoy… eso fue la gota que colmó el vaso!

Silencio.

Inuyasha: —¡¿Cómo pudiste hacer eso con Koga?! ¡¿Perdiste la cabeza?!

Nada. Kagome no se movía ni decía una sola palabra.

Inuyasha: —¡Kagome! ¡Kagome! ¡¿No me escuchas?! ¡Respóndeme!

Pero ella seguía sin reaccionar.

Algo dentro de él se tensó. Su voz, antes llena de enojo, se suavizó de golpe.

Inuyasha: —Kagome… ¿estás bien?

Acercó la mano y con cuidado retiró la manta de su rostro. Su corazón se detuvo por un instante.

Kagome tenía el rostro pálido, con gotas de sudor en su frente. Su expresión era de incomodidad, sus cejas fruncidas como si estuviera atrapada en una pesadilla. Inuyasha llevó instintivamente su mano a su frente y sintió el calor abrasador que emanaba de su piel.

Inuyasha: —¡Mierda, Kagome! ¡Estás ardiendo en fiebre!

Todo su enojo se evaporó en un segundo, reemplazado por pura preocupación. Se inclinó más cerca de ella, notando cómo su respiración era irregular, su cuerpo débil bajo las cobijas.

Inuyasha: —¿Desde cuándo te sientes así? ¿Por qué no dijiste nada?

Pero Kagome no podía responder. Apenas si tenía fuerzas para abrir los ojos.

Inuyasha sintió algo en su pecho retorcerse de culpa. No podía creer que había estado gritándole cuando ella estaba en ese estado. Se sintió un idiota, el peor de todos. Sin pensarlo dos veces, corrió al baño y mojó una toalla con agua fría. Regresó a la habitación y la colocó con suavidad en su frente.

Kagome gimió débilmente, moviéndose ligeramente.

Kagome: —Inu… yasha…

Escucharla susurrar su nombre de esa manera, con esa voz temblorosa, hizo que su corazón latiera más fuerte. Se sentó junto a ella, sin apartar la mirada de su rostro adolorido.

Inuyasha: —Tranquila… Estoy aquí.

Tomó su mano con suavidad, sin importar que ella no pudiera responder. Ya no le importaba lo que había pasado antes, no le importaban los celos, no le importaban sus estúpidos miedos. Lo único que importaba ahora era Kagome.

Y no pensaba apartarse de su lado.

Kagome despertó con una sensación cálida en su mano. Su mente aún estaba nublada, pero la calidez reconfortante la ancló a la realidad. Parpadeó varias veces, tratando de enfocar su vista. Fue entonces cuando lo vio.

Inuyasha estaba sentado en el suelo junto a su cama, con la cabeza apoyada en el colchón. Su mano grande y fuerte descansaba sobre la de ella, como si hubiera pasado toda la noche asegurándose de que siguiera ahí.

Kagome sintió un nudo en la garganta.

¿Se había quedado velándola toda la noche?

Su respiración se volvió más pausada. Se quedó mirándolo en silencio, grabando esa imagen en su memoria. Inuyasha dormido, su expresión relajada y tranquila, sin rastros de enojo o arrogancia. Sin la barrera de su orgullo, parecía más… cercano, más humano.

Una parte de ella quería despertarlo, pero otra—la parte que aún dolía por lo que había pasado la noche anterior—no estaba lista para enfrentarlo.

Cuando notó que Inuyasha comenzaba a moverse, cerró los ojos rápidamente, fingiendo que aún dormía.

Inuyasha: —Hn…

Su voz fue un murmullo ronco al despertar. Lo primero que hizo fue tocar la frente de Kagome, comprobando si la fiebre había bajado. Cuando sintió su piel fresca, dejó escapar un suspiro de alivio.

Inuyasha: —¿Qué voy a hacer contigo, pequeña…?

Kagome sintió su corazón saltar al escuchar esas palabras. Su tono era tan suave, tan íntimo… como si hablara consigo mismo y no esperara una respuesta.

Se mordió el labio, conteniendo la emoción que la invadía. No quería moverse, no quería que ese momento terminara. Aunque fuera solo por un instante, aunque él no lo dijera directamente, esa era la prueba de que sí le importaba.

Inuyasha se puso de pie con cuidado, sin despertar a Kagome. Ella lo escuchó moverse en la habitación, y luego, los pasos que se alejaban.

Después de un rato, el sonido de la cocina llegó hasta sus oídos. El tintineo de platos, el golpeteo de algo removiéndose en una olla. Su corazón se apretó de ternura. ¿Estaba cocinando?

Antes de que pudiera abrir los ojos por completo, el cansancio volvió a pesarle. Sin darse cuenta, cayó nuevamente en un sueño ligero.

Varias horas después, Kagome despertó con el cuerpo aún adormilado. Se sentó lentamente en la cama y se frotó los ojos antes de levantarse con pasos pesados. Todavía se sentía algo débil, pero ya no tenía fiebre.

Bajó a la cocina y lo primero que notó fue un plato sobre la estufa. Se acercó con curiosidad y, para su sorpresa, encontró un caldo de pollo recién hecho. El aroma le llenó el pecho con una sensación de calidez.

Junto al plato, había una pequeña nota doblada.

Kagome la tomó con manos temblorosas y la abrió.

"Come esto para que te sientas mejor. Tu fiebre ya bajó, pero necesitas reponer fuerzas. Tuve que salir a probarme unos vestuarios. Regreso pronto. —Inuyasha."

Kagome apretó los labios. A pesar de todo, a pesar de las peleas, del orgullo de Inuyasha, de su terquedad… él aún cuidaba de ella.

Sus dedos recorrieron el papel con suavidad. Sin embargo, la calidez en su pecho pronto se desvaneció cuando sus pensamientos se alinearon.

¿Probarse vestuarios?

Eso solo podía significar una cosa.

Kikyo.

La sombra de su presencia apareció en la mente de Kagome como un fantasma implacable. De nuevo, ella. Siempre ella.

Kagome dejó el papel sobre la mesa con más fuerza de la necesaria. Sintió un nudo formarse en su garganta, pero se obligó a respirar hondo. No tenía derecho a sentirse así. No tenía derecho a estar celosa… ¿o sí?

Pero por más que intentara convencerse de lo contrario, su corazón seguía doliendo.

Inuyasha se encontraba en la tienda de Kikyo, parado frente a un espejo de cuerpo entero mientras se ajustaba un saco negro. La tela caía perfectamente sobre sus hombros y brazos, resaltando su figura con elegancia. Frente a él, Kikyo lo miraba con una sonrisa satisfecha.

Kikyo: —Te ves increíble, Inuyasha. Sabía que este color te sentaría bien.

Ella se acercó un poco más, alisando la solapa del saco con delicadeza. Sus dedos rozaron la piel de su cuello, un contacto ligero pero intencional. Inuyasha se quedó inmóvil, sin moverse ni alejarse, aunque algo en su interior se removió.

Kikyo lo observaba con esa mirada serena pero segura. Ella sabía que lo tenía, que él no se apartaría de su lado… porque él mismo se lo había prometido. Porque, hasta ahora, ella nunca había querido dejarlo ir.

Kikyo: —Por cierto, compré boletos para un concierto esta noche. Son asientos VIP. Después de que termines aquí, podríamos ir juntos.

Dicho esto, tomó una pequeña caja de su escritorio y se la mostró a Inuyasha con una sonrisa encantadora. Su confianza en que él aceptaría la invitación era absoluta.

Pero la sonrisa de Kikyo comenzó a desvanecerse cuando vio la expresión de Inuyasha cambiar. Él desvió la mirada y suspiró con pesadez.

Inuyasha: —Lo lamento… pero Kagome está enferma. No puedo dejarla sola.

Kikyo sintió un golpe en el pecho. La seguridad con la que había hablado, la certeza de que él diría que sí, se vino abajo en un instante.

Ella no entendía por qué eso le dolía tanto. No era que no supiera que Inuyasha y Kagome compartían un techo, pero en su mente, Kagome nunca había sido un obstáculo real entre ellos. Hasta ahora.

Intentó sonreír, pero la sonrisa no le llegó a los ojos.

Kikyo: —Ah… ya veo. No te preocupes. Otro día será.

Su voz sonó más apagada de lo que quería. Bajó la mirada, fingiendo que arreglaba algo sobre el escritorio para no mostrar su decepción.

Inuyasha sintió un peso extraño en el pecho. Quiso decir algo, disculparse quizá, explicarle que no era porque Kagome fuera más importante que ella… aunque, en ese momento, ya no sabía si eso era cierto.

Antes de que pudiera encontrar las palabras adecuadas, una voz firme los interrumpió.

Miroku: —Inuyasha, ya es hora de irnos.

Ambos voltearon a ver a Miroku, quien estaba de pie en la entrada de la tienda, con los brazos cruzados y un semblante serio. Inuyasha arqueó una ceja, confundido por su tono.

Inuyasha: —¿Eh? ¿Qué te pasa?

Miroku: —Kaede dijo que tenías un tiempo límite aquí. No podemos retrasarnos más.

Inuyasha frunció el ceño, pero asintió con resignación. Se giró hacia Kikyo, quien lo miraba con expectativa, esperando… algo.

Tal vez un beso en la mejilla. Tal vez un roce en el brazo. Un gesto que le confirmara que aún la elegía a ella.

Pero Inuyasha simplemente levantó una mano en un gesto de despedida.

Inuyasha: —Nos vemos después.

Y salió de la tienda sin voltear atrás.

Kikyo se quedó de pie, con las manos cerradas en puños y los labios apretados. Sus ojos reflejaban una mezcla de frustración y tristeza. Tal vez… solo tal vez… no tenía a Inuyasha en la palma de su mano como siempre había creído.

Inuyasha llegó a casa más temprano de lo que esperaba. Apenas eran las dos de la tarde y el sol brillaba intensamente en el cielo. Abrió la puerta y vio a Kagome sentada en el sofá con una taza de té en las manos. Se veía mucho mejor, el color había regresado a sus mejillas y su semblante ya no reflejaba el cansancio de la fiebre. Cuando Kagome notó su presencia, levantó la mirada y le sonrió ligeramente.

Kagome: —Llegaste temprano.

Inuyasha: —Hn.

Ese sonido gutural que tanto hacía… pero esta vez no sonaba molesto ni indiferente. Simplemente… sonaba a él.

Kagome se puso de pie y fue a la cocina, donde había preparado algo de comida. Para su sorpresa, Inuyasha la siguió y se sentó en la mesa, como si fuera lo más normal del mundo que compartieran una comida juntos.

Comieron sin discusiones, sin indirectas ni burlas pesadas. Hablaron de cosas triviales, sobre la sesión de fotos de Inuyasha, sobre la sinopsis en la que Kagome había estado trabajando… Como si nada entre ellos hubiera pasado. Como si no hubieran pasado la noche anterior gritándose, como si Kagome no hubiera pasado la tormenta en casa de Koga… Como si fueran, aunque fuera solo por ese momento, un matrimonio normal.

Más tarde, cuando Kagome estaba lavando los platos, sintió la presencia de Inuyasha detrás de ella. Su corazón dio un brinco, pero no se giró de inmediato. De repente, él habló con una voz más suave de lo habitual.

Inuyasha: —Voy a salir.

Se volteó lentamente, con una sonrisa fingida en los labios.

Kagome: —Está bien. No tienes que avisarme.

Inuyasha: —Sí, sí tengo que hacerlo.

Kagome frunció el ceño, confundida.

Inuyasha: —De ahora en adelante, te diré cuándo voy a salir y a qué hora llegaré.

Kagome abrió la boca para decir algo, pero Inuyasha no la dejó.

Inuyasha: —Porque tú sí significas algo para mí.

El aire se atascó en su garganta. Lo dijo tan bajo, tan casual, pero con un peso enorme detrás de sus palabras. Sus ojos dorados la miraban fijamente, con una intensidad que la dejó completamente inmóvil.

Kagome sintió que el mundo se detenía por un segundo, que algo dentro de ella se rompía y se reparaba al mismo tiempo.

Inuyasha no esperó su respuesta. Solo se giró y salió de la casa, dejando a Kagome con una maraña de emociones enredadas en el pecho. Sus piernas temblaban.

No entendía nada. O tal vez sí… pero no quería aceptarlo.

Minutos después, su celular sonó. Era Sango. Kagome suspiró antes de contestar.

Kagome: —¿Qué pasa?

El tono serio de su amiga la alertó.

Sango: —Tengo que decirte algo… Creo que la regué.

Kagome se tensó de inmediato.

Kagome: —¿¡Qué!?

Sango: —¡No fue intencional! Pero él preguntó sobre la casa y… bueno, se me salió.

Kagome no dejó que Sango siguiera hablando. Su mandíbula estaba tan tensa que le dolía. Colgó la llamada sin decir nada más y marcó de inmediato a Koga.

Koga contestó al segundo tono.

Koga: —Kagome, qué su—

Kagome: —Necesito verte.

Su voz fue cortante, seria. Koga entendió de inmediato que no era una petición… sino una exigencia.

Kagome y Koga se encontraron en el restaurante donde ella le había prometido que lo llevaría a probar su famosa pasta. Durante la comida, Kagome trató de observarlo, buscando algún indicio de que él supiera algo sobre el contrato.

Decidió ir directo al punto.

Kagome: —Hace unos días le diste un aventón a mi amiga Sango, ¿cierto?

Koga levantó la mirada de su plato y asintió lentamente.

Kagome: —¿Recuerdas si hablaron de algo… interesante?

Koga la miró con una expresión impasible, pero después de unos segundos de silencio, fingió no entender la pregunta.

Koga: —No, solo platicamos cosas sin importancia.

Kagome lo estudió con cuidado. Tal vez, después de todo, Sango había exagerado. Tal vez Koga no sabía nada.

Decidió dejarlo pasar y, en su lugar, disfrutaron del resto de la tarde caminando por el centro de la ciudad. Koga, siempre atento, compró flores en un pequeño puesto ambulante y se las entregó a Kagome con una sonrisa encantadora. Ella, sin poder evitarlo, se sintió halagada.

Terminaron sentados en una banca en un parque, disfrutando del clima fresco de la tarde. La conversación fue fluyendo con naturalidad hasta que Kagome dejó escapar un suspiro.

Kagome: —Con Inuyasha nunca podría hacer esto.

Koga la miró con curiosidad.

Kagome: —Salir así, caminar por la ciudad, sentarme en un parque sin preocuparme por nada.

Koga soltó una risa ligera, pero luego su expresión se tornó más seria.

Koga: —Sabes que Inuyasha no se casó contigo porque te amara, ¿cierto?

Kagome sintió un pequeño nudo en el estómago.

Koga: —Por eso… siempre me he sentido mal por ti.

Kagome frunció el ceño, sin comprender.

Koga: —Siempre he pensado en esas dos palabras. "¿Y si…?".

Kagome se giró hacia él, con el corazón latiéndole un poco más rápido de lo normal.

Koga: —¿Y si te hubiera conocido primero?

Kagome tragó saliva. El tono de su voz, la intensidad de su mirada… todo en él le decía que esta conversación iba a cambiarlo todo.

Koga: —No creo que sea necesario mirar atrás y pensar en lo que no pudo ser… pero he pensado mucho en esa frase desde que te conocí.

El aire se sintió pesado entre los dos.

Koga: —¿Qué hubiera pasado si yo hubiera tenido la primera oportunidad? ¿Qué hubiera pasado si no te hubieras casado con Inuyasha?

Kagome sintió un temblor en su pecho. Koga se acercó un poco más y bajó la voz.

Koga: —Y… ¿qué pasaría si tuviera una oportunidad ahora?

Kagome se quedó sin palabras. Su mente se quedó en blanco.

Koga la miró fijamente y, con la voz más baja, más firme, pronunció la frase que la dejó completamente paralizada.

Koga: —Dado que tu matrimonio no es más que un contrato… entonces no es demasiado tarde para mí, ¿verdad?, ¿me dejarías amarte?

El silencio entre ellos fue ensordecedor. Kagome apenas podía respirar.

Koga sonrió con calma, sin apartar la vista de ella.

Koga: —No me respondas ahora. Solo piénsalo.

Kagome sintió su corazón latir dolorosamente contra su pecho. Su mente gritaba una respuesta, pero su boca se quedó muda.

¿Y si…?

El día había sido largo y agotador para Inuyasha. Salió de la oficina de Kaede con los hombros caídos y una expresión de fastidio en el rostro. Su película no estaba yéndole bien en taquilla. No era una sorpresa, pero eso no significaba que la noticia fuera menos amarga.

"Todo el maldito esfuerzo para nada…", pensó con frustración.

Iba cruzando el pasillo cuando una voz familiar lo detuvo.

Miroku: —Inuyasha, necesito hablar contigo.

El tono serio lo alertó de inmediato. Frunció el ceño y sin decir nada lo condujo a la sala de conferencias, cerrando la puerta tras ellos.

Inuyasha: —¿Qué pasa ahora?

Miroku tragó saliva. No sabía cómo decirlo sin empeorar las cosas, pero no podía ocultárselo.

Miroku: —Es sobre Koga… y el contrato.

Inuyasha entrecerró los ojos, sintiendo su paciencia desmoronarse.

Inuyasha: —Habla de una vez.

Miroku: —Sango le dijo algo… Sin querer.

Inuyasha se tensó de inmediato. Su mandíbula se contrajo y su respiración se volvió más pesada.

Inuyasha: —¿¡Qué demonios dices!?

Miroku levantó las manos en señal de calma.

Miroku: —¡No fue intencional! Koga le estaba haciendo preguntas sobre Kagome y la casa, y ella… ella se le salió.

Inuyasha sintió que la sangre se le subía a la cabeza.

Inuyasha: —¡Son de lo peor! ¡¿Cómo pudieron ser tan descuidados?!

Miroku: —¡Espera! No parece que Koga haya entendido del todo. No ha dicho nada…

Inuyasha: —¡¿Y cómo esperas que no me preocupe, idiota?!

Su grito retumbó en la sala. Miroku sintió la tensión acumulándose como una bomba a punto de explotar.

Miroku se armó de valor y habló con seriedad.

Miroku: —Inuyasha… aun si Koga lo sabe, eso no cambia nada. Ustedes firmaron un contrato, pero eso no significa que tengas que perder a Kagome.

Las palabras de Miroku se quedaron flotando en el aire. Inuyasha no respondió, pero su mente era un caos.

"Perderla…"

Ya había anochecido cuando Kagome e Inuyasha se encontraron en la mesa, cenando en completo silencio. Ninguno de los dos hablaba, pero sus pensamientos estaban consumiéndolos.

Kagome estaba perdida en su propia mente, repitiendo una y otra vez la confesión de Koga. ¿Realmente debería considerar darle una oportunidad?

Por otro lado, Inuyasha seguía procesando la conversación con Miroku. ¿Qué significaba "perder a Kagome"? ¿Por qué ese pensamiento le pesaba tanto?

Todo iba relativamente tranquilo… hasta que Inuyasha notó algo en la encimera de la cocina.

Un jarrón con rosas rojas.

Su estómago se apretó en un nudo al instante. Su voz sonó más áspera de lo normal cuando habló.

Inuyasha: —¿De dónde salieron esas flores?

Kagome parpadeó, tragando saliva. No esperaba que lo notara tan rápido.

Kagome: —Ah… eso…

Su voz se quedó atrapada en su garganta. No sabía cómo decirlo sin que él reaccionara mal. Pero, después de todo, no tenía nada que ocultar, ¿verdad?

Con un susurro casi imperceptible, respondió:

Kagome: —Koga me las dio.

Inuyasha sintió un calor abrasador recorrerle la sangre. Su agarre en los palillos se tensó y su mandíbula se contrajo.

Inuyasha: —¿Te viste con él?

Kagome, intentando restarle importancia, asintió levemente.

Kagome: —Sí, pero solo un momento.

Inuyasha: —¿Para qué?

Kagome suspiró, intentando mantener la calma.

Kagome: —Tenía que preguntarle algo.

Pero eso no fue suficiente para apaciguar a Inuyasha. Se levantó de golpe, con los puños cerrados y la respiración agitada.

Inuyasha: —¡¿Estás teniendo una aventura con él?!

Kagome lo miró con los ojos abiertos de par en par, completamente sorprendida.

Kagome: —¡¿Qué?!

Inuyasha: —¡Seguro que ya te acostaste con él! Por eso llevabas su camisa anoche… por eso te regala flores…

Kagome sintió que algo dentro de ella se rompía en mil pedazos. No podía creer lo que estaba escuchando.

Kagome: —¿¡Cómo puedes pensar eso de mí?!

Inuyasha la miraba con furia, pero Kagome no se dejó intimidar. Se puso de pie, con la mirada llena de determinación.

Kagome: —¿Y qué te importa a ti?! ¡Nos quedan solo unos meses para separarnos!

El pecho de Inuyasha se contrajo. Pero Kagome no había terminado.

Kagome: —Así que mejor respetemos la privacidad del otro en el tiempo que nos queda. Tú puedes ver a Kikyo las veces que quieras… y yo haré lo mismo.

Las palabras fueron como un puñal en su pecho. Pero Inuyasha no podía encontrar una respuesta. Ni siquiera entendía por qué le dolía tanto lo que acababa de escuchar.

Kagome lo miró por última vez antes de darse la vuelta y marcharse a su habitación, cerrando la puerta de golpe. Inuyasha se quedó solo en la cocina, con la ira y la frustración retumbando en su interior… y con una sensación que no quería reconocer.

Celos. Puros, innegables y corrosivos celos.

La mañana era tensa. El sonido de los cubiertos contra los platos era lo único que llenaba el aire entre ellos. Kagome y Inuyasha apenas se miraban, pero ambos sabían que algo debía decirse.

Inuyasha, que había pasado toda la noche dándole vueltas a lo ocurrido, finalmente tomó una bocanada de aire y rompió el silencio.

Inuyasha: —Deberíamos hacer un nuevo contrato.

Kagome levantó la vista de su plato, sorprendida.

Kagome: —¿Qué?

Inuyasha: —El primero lo hicimos de forma impulsiva. Dejamos muchas cosas fuera. Por ejemplo, nunca especificamos qué implicaba la privacidad… y también está el asunto de Koga.

Kagome frunció el ceño. No quería hablar de Koga con él.

Kagome: —¿Y qué tiene que ver Koga con esto?

Inuyasha: —Se suponía que si alguien se enteraba del contrato, este se anulaba. Pero Koga lo supo por accidente, así que… técnicamente, seguimos casados.

Kagome suspiró, dándose cuenta de que tenía razón.

Kagome: —Está bien. Cada quien redactará sus propias cláusulas.

Kagome se sentó frente a la computadora, tipeando con rapidez y detalle. Inuyasha, por otro lado, solo tenía una hoja y una pluma en la mano, girándola entre sus dedos con aire despreocupado.

"¿Qué tantas reglas puede estar escribiendo?" pensó Inuyasha, mirándola con una ceja levantada.

Pasó un buen rato hasta que ambos terminaron. Se sentaron frente a frente en la mesa del comedor. Kagome le entregó sus cláusulas, y él notó con incredulidad que eran muchas páginas.

Inuyasha: —¿No exageraste un poco?

Kagome: —Es mejor ser detallados.

Inuyasha resopló y comenzó a leer en voz alta.

Kagome: —Cláusula número uno: No contacto físico.

La miró con una sonrisa burlona.

Inuyasha: —No te preocupes. No me gustan las niñas como tú.

Kagome rodó los ojos, ignorando su comentario. Inuyasha siguió leyendo.

Kagome: —Número dos: Si vamos a salir, debemos avisarnos con quién y a dónde.

Kagome: —Número tres: Si vamos a llegar tarde, diremos con anticipación por qué y a qué hora regresaremos.

Kagome: —Número cuatro: Si dormimos fuera de casa, pagaremos una multa de 1,000 dólares.

Inuyasha dejó la hoja sobre la mesa y la miró divertido.

Inuyasha: —¿Y cómo piensas pagar la multa si no tienes dinero?

Kagome lo ignoró y siguió leyendo.

Kagome: —Número cinco: Si Kagome está muy ocupada para hacer las labores del hogar, Inuyasha tendrá que hacerlas.

Inuyasha: —¡Ja! ¿En qué podría estar ocupada un pollo como tú?

Kagome revolvió sus hojas rápidamente y señaló una cláusula más abajo.

Kagome: —Número quince: Inuyasha dejará de decirme "pollo" u "olla express".

Inuyasha la miró con incredulidad.

Inuyasha: —¿Entonces cómo voy a llamarte?

Kagome: —Para eso tengo nombre.

Inuyasha gruñó por lo bajo, pero no pudo evitar sonreír. Le gustaba molestarla.

Continuó leyendo hasta que, de repente, dejó sus papeles a un lado y le mostró su propia cláusula, escrita a mano.

Inuyasha: —Solo tengo una condición.

Kagome tomó la hoja y leyó en voz alta.

Kagome: —El contrato ahora durará… ¡¿tres años?!

Lo miró con los ojos bien abiertos.

Kagome: —¡Eso es demasiado tiempo!

Inuyasha cruzó los brazos y apoyó la espalda contra la silla.

Inuyasha: —Piensa en mi abuela. Un divorcio tan repentino la afectaría.

Kagome se mordió el labio. No podía discutir contra eso. Amaba a la familia de Inuyasha y sabía lo importante que era para ellos. Inuyasha la observó en silencio mientras ella pensaba. Le daría tiempo para decidir. Ya por la noche, el nuevo contrato estaba sobre la mesa del comedor.

Inuyasha tomó la pluma y firmó sin siquiera pensarlo dos veces. Kagome, en cambio, tomó la pluma con más lentitud. Sus dedos temblaron apenas sobre el papel. Suspiró hondo y firmó, sintiendo un peso en su pecho que no podía explicar. Inuyasha sonrió con satisfacción y, sin dudarlo, tomó el contrato anterior y lo rompió en pedazos.

Kagome sintió una opresión en el pecho al verlo hacerlo. Ese contrato, por más que lo negara, había significado algo. Y ahora… estaban atados por más tiempo. El silencio se instaló entre ellos. Kagome bajó la mirada, con una expresión melancólica.

Kagome: —Quiero mucho a tus padres y a tu abuela…

Inuyasha la miró sorprendido por su tono nostálgico.

Kagome: —Tu papá siempre está viendo por mi salud, me llama regularmente para saber si me siento bien… Tu mamá me cuida y me protege. Siempre me hace mis comidas favoritas, me enseña cosas que mi madre nunca pudo. Y la abuela… aunque siempre me está regañando, sé que se preocupa por mí.

Kagome: —Hace mucho que no sentía el amor de una familia.

Inuyasha apretó los labios, sintiendo un nudo en la garganta.

Kagome: —Cuando nos divorciemos en tres años… será aún más difícil dejarlos ir.

Las palabras golpearon a Inuyasha más fuerte de lo que esperaba. Por primera vez, sintió el verdadero peso de su decisión. Pero no dijo nada. Solo la observó en silencio, sin saber cómo lidiar con el remolino de emociones que lo estaba consumiendo

El sol de la mañana se filtraba por los grandes ventanales de la tienda de Kikyo. Miroku estaba apoyado contra un estante mientras revisaba algunos vestuarios que le habían encargado recoger para Inuyasha. Mientras esperaba, aprovechó para hacer una llamada.

Miroku: —No creo que Koga sepa sobre el contrato de matrimonio entre Inuyasha y Kagome. Parecen estar a salvo.

La voz de Sango al otro lado de la línea sonaba preocupada.

Sango: —¿Estás seguro? Kagome se veía inquieta cuando hablé con ella.

Miroku: —Sí, tranquila. No hay señales de que Koga lo haya descubierto.

Colgó la llamada y, al darse la vuelta, su corazón se paralizó.

Kikyo estaba de pie a unos metros de él, sosteniendo algunas prendas entre sus manos, pero con una expresión de absoluta sorpresa en el rostro.

Por un instante, el mundo pareció detenerse.

Miroku sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

Kikyo entrecerró los ojos, claramente analizando lo que acababa de escuchar.

"Maldición..." pensó Miroku, sabiendo que acababa de cometer un error fatal.

Kikyo, sin decir una palabra, dejó la ropa sobre el mostrador y, con una expresión pétrea, tomó su bolso y salió de la tienda con paso firme.

Miroku no pudo hacer más que verla marcharse, sabiendo que el daño estaba hecho.

Kikyo llegó a la casa de Inuyasha con el corazón latiéndole con fuerza. Sabía que él no estaría ahí por su conferencia de prensa, pero eso era mejor.

Tocó el timbre con decisión.

Kagome, al ver a Kikyo al otro lado de la puerta, sintió un mal presentimiento en el estómago. Aun así, abrió y la invitó a pasar a la sala.

Kikyo se sentó en el sofá con la espalda recta, el rostro serio y la mirada fija en Kagome.

Kikyo: —Tengo algo que preguntarte.

Kagome entrecerró los ojos, sintiendo la tensión en el aire.

Kagome: —¿Sobre qué?

Kikyo tomó aire y la miró directo a los ojos.

Kikyo: —Sobre tu contrato de matrimonio con Inuyasha.

Kagome sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Su rostro no reflejó sorpresa, pero su silencio fue suficiente para que Kikyo supiera que sus sospechas eran ciertas.

Kikyo sonrió con tristeza y dejó escapar un suspiro.

Kikyo: —Ahora todo tiene sentido… su boda repentina, la forma en la que Inuyasha evita hablar de ciertos temas. Al principio, quise pensar que fue porque él te amaba.

Kagome bajó la mirada, sin saber qué responder.

Kikyo: —Dime la verdad… ¿por qué lo hicieron?

Kagome apretó los puños sobre sus piernas.

Kagome: —Deberías preguntárselo a él.

Kikyo soltó una risa sin humor y negó con la cabeza.

Kikyo: —No lo haré. Porque sé que Inuyasha nunca me diría la verdad si supiera que eso me lastimaría.

Kagome sintió su pecho oprimirse. Kikyo la estaba viendo con una sinceridad cruda, sin rastro de la frialdad que usualmente la caracterizaba.

Kikyo: —La verdad es que nunca me agradaste.

Kagome la miró con sorpresa.

Kikyo: —Desde que llegaste, las cosas cambiaron. Aunque yo estaba enamorada de alguien más, Inuyasha siempre estuvo a mi lado. Siempre que lo necesitaba, él estaba ahí para mí. Pero desde que apareciste, fui desplazada.

Kagome apretó los labios con fuerza. Le dolía escucharlo, pero sabía que era cierto.

Kagome: —Kikyo… pedirle a Inuyasha que se quede a tu lado mientras amas a alguien más… es injusto para él.

Kikyo desvió la mirada, incómoda por esas palabras. Sus dedos se cerraron con fuerza sobre su falda.

Kikyo: —Lo sé… fui egoísta.

Kikyo levantó la mirada de nuevo, ahora con una determinación que Kagome nunca había visto antes en ella.

Kikyo: —Pero de ahora en adelante, solo existirá él para mí.

Kagome sintió un nudo formarse en su garganta.

Kikyo: —Quiero que regrese a mi lado.

Kikyo tragó saliva y, con un tono más suave, casi suplicante, susurró:

Kikyo: —Por favor… ayúdame, Kagome.

Kagome sintió que el aire en la habitación se volvía más pesado. Luchó consigo misma, con sus propios sentimientos, con la herida abierta que Inuyasha había dejado en su corazón. Podría decirle la verdad. Podría confesarle que, aunque su matrimonio con Inuyasha comenzó con un contrato, las cosas habían cambiado…

Pero… ¿qué sentido tenía? Kikyo siempre había sido la dueña del corazón de Inuyasha. Y ella lo sabía. Kagome tomó aire y con una voz firme, aunque llena de un dolor que no se molestó en ocultar, dijo:

Kagome: —Inuyasha solo te ama a ti, Kikyo.

Kikyo abrió los ojos con sorpresa.

Kagome: —Por esa razón se casó conmigo.

Kikyo se quedó en silencio, analizando sus palabras, sintiendo un alivio que no debería estar ahí… mientras Kagome sentía cómo, poco a poco, algo dentro de ella se rompía en pedazos.

El teléfono de Inuyasha vibró en su bolsillo. Al sacarlo y ver la pantalla, un solo nombre iluminó la notificación:

Kikyo: "Te espero en el bar de siempre."

Inuyasha soltó un suspiro pesado. Sabía que este momento tarde o temprano llegaría. La promesa que le había hecho a Kikyo lo ataba, pero algo dentro de él le decía que esta vez no sería tan fácil seguir el mismo camino de siempre.

Siguió con la rutina automática. Marcó el número de Kagome, recordando que ahora debía avisarle cuando salía, tal como establecía el nuevo contrato.

Kagome contestó rápido, como si hubiera estado esperando su llamada.

Inuyasha: —Voy a llegar tarde. Estaré con Kikyo.

Kagome sintió cómo el aire le faltaba por un instante.

Inuyasha: —Cena sin mí. Y no te quedes dormida como un vagabundo en cualquier lado.

Sin esperar respuesta, colgó.

Kagome se quedó con el teléfono pegado a su oído, inmóvil.

Kagome: —No vayas…

Su voz apenas fue un susurro, un deseo que jamás llegaría a oídos de Inuyasha.

Kagome: —Regresa a casa. Quédate conmigo… elígeme a mí.

Las lágrimas cayeron sin permiso, recorriendo sus mejillas, mientras la impotencia la ahogaba.

Inuyasha llegó al bar y la vio de inmediato. Kikyo estaba sentada en la barra, con un vaso de whiskey entre sus manos, su cabello recogido en un moño elegante y su mirada serena, pero con una intensidad difícil de ignorar.

Al verlo, le sonrió suavemente, como si nada en el mundo pudiera perturbar ese momento.

Kikyo: —Siempre llegas cuando te llamo…

Inuyasha tomó asiento a su lado sin decir nada, pidiendo un trago para sí.

Kikyo: —¿Recuerdas cuando éramos niños? Siempre que me pasaba algo, venías corriendo a consolarme. Y al final, siempre terminábamos con un helado en la mano.

Inuyasha sonrió un poco, recordando esa imagen en su mente. Kikyo siempre había sido su mundo… pero ahora, esa imagen se sentía más lejana de lo que jamás imaginó.

Kikyo: —Siempre has estado ahí para mí, Inuyasha. Y yo… sé que fui egoísta. Sé que te hice esperar.

Kikyo tomó su mano con suavidad, entrelazando sus dedos con los de él.

Kikyo: —Pero ahora estoy lista. Lista para ir hacia ti.

Inuyasha tragó en seco, con la mirada fija en sus manos unidas. Su mente se nubló. Antes, este momento habría sido lo que siempre soñó. Kikyo diciendo que por fin lo elegiría… Pero algo dentro de él no encajaba. Algo lo hacía dudar. Kikyo inclinó su rostro hacia él, esperando su respuesta. Inuyasha la miró fijamente. Sus recuerdos juntos, las promesas hechas, la lealtad que había jurado mantener… todo estaba ahí. Pero entre toda esa tormenta de emociones, una imagen apareció con más fuerza que cualquier otra. Kagome, esperándolo en casa. Kagome, mirándolo con esa mezcla de tristeza y esperanza. Kagome, pidiéndole en silencio que se quedara. Y por primera vez en su vida, Inuyasha no supo si Kikyo seguía siendo su elección…

La brisa del mar acariciaba suavemente el patio trasero, llevando consigo el aroma salado de las olas y el sonido relajante del romper del agua contra la orilla. La noche era serena, pero dentro de Inuyasha, una tormenta se gestaba.

Kagome estaba sentada en la mesa del jardín, con una cerveza en la mano, sus ojos fijos en el cielo estrellado. Su expresión era difícil de descifrar. No se veía triste, pero tampoco feliz. Era como si estuviera atrapada en sus pensamientos, perdida en un limbo de emociones que no podía controlar.

Inuyasha la observó desde la puerta. No sabía por qué, pero sintió un impulso incontrolable de acompañarla. Tomó una cerveza del refrigerador y salió al patio, caminando hasta la mesa donde ella estaba.

Inuyasha: —Ya deberías estar dormida…

Kagome apenas desvió la mirada hacia él cuando se sentó a su lado. No dijo nada, solo tomó otro sorbo de su cerveza. El silencio entre ellos se alargó, pero no era incómodo. Solo… existían ahí, juntos, bajo la inmensidad del cielo nocturno.

Kagome fue la primera en romper el silencio.

Kagome: —El día que vi a Koga… el día que me regaló las flores…

Inuyasha sintió cómo su cuerpo se tensaba de inmediato, pero trató de no mostrarlo.

Inuyasha: —¿Y qué con eso?

Kagome: —Fuimos a comer pasta. Caminamos por el centro. Fuimos a un parque.

Inuyasha: —Suena aburrido.

Kagome soltó una pequeña risa, pero no era una de felicidad. Más bien, era un sonido vacío, como si estuviera resignándose a algo.

Kagome: —También me dijo algo…

Inuyasha la miró de reojo, su agarre en la botella de cerveza se volvió más fuerte.

Kagome: —Dijo que sabe que tú no te casaste conmigo porque me amas… y que siempre se ha sentido mal por mí.

Inuyasha sintió un pinchazo en el pecho, pero no dijo nada. Su mirada seguía clavada en el cielo, como si las estrellas tuvieran alguna respuesta que él no encontraba.

Kagome: —Dijo que ha estado pensando en lo que pudo haber sido si me hubiera conocido primero. "¿Y si?" Esas palabras han estado en su cabeza desde que me conoció.

Inuyasha apretó la mandíbula. No quería escuchar esto. No quería saberlo. No quería imaginar a Kagome con Koga, pero tampoco tenía derecho a detenerla.

Kagome: —Koga me pidió que le diera una oportunidad… para enamorarme de él.

El aire se volvió más denso. Inuyasha sintió como si el mundo se volviera más pequeño, como si una cuerda invisible se estuviera apretando alrededor de su pecho. Sus ojos se pusieron vidriosos, pero se negó a dejar que una lágrima cayera.

Inuyasha: —¿Y qué le respondiste?

Kagome: —Me pidió que lo pensara… y que le respondiera después.

Inuyasha asintió lentamente, sin saber qué más decir. Su garganta se sentía seca, y la cerveza en su mano ya no le sabía a nada.

Kagome: —Entonces… ¿qué debería responderle?

Inuyasha cerró los ojos por un momento. No quería darle esa respuesta. No quería ser él quien la empujara a los brazos de otro hombre, pero…

Inuyasha: —Esa es tu decisión.

Kagome lo miró con detenimiento. Su expresión no mostraba rabia, ni tristeza, solo una profunda melancolía.

Kagome: —Lo sé. Pero… en la cláusula 6 del contrato, acordamos que debíamos informarnos si salíamos con alguien del sexo opuesto.

Inuyasha sintió un nudo en la garganta. No podía hablar. No podía respirar con facilidad. ¿Qué se suponía que debía decirle?

Kagome tomó aire y lo soltó lentamente, bajando la mirada a su botella de cerveza antes de susurrar:

Kagome: —Inuyasha… ¿me dejarías enamorarme de Koga?

Y ahí estaba. La pregunta que él no quería escuchar. La pregunta que lo paralizó. La pregunta que lo obligaba a enfrentarse a la verdad que había estado ignorando durante tanto tiempo. Inuyasha giró el rostro hacia ella. Sus ojos dorados estaban llenos de emociones que ni siquiera él podía descifrar. Pérdida. Confusión. Dolor. Miedo.

Perder a Kagome… ¿era algo que realmente podría permitir?