Cuando Sakura despertó, una punzada aguda recorrió su espalda, lo suficientemente intensa como para arrancarle un leve gemido. La superficie bajo su cuerpo era áspera, pero cálida. Un shōzoku militar de color verde olivo amortiguaba la dureza de la roca. Alguien se había asegurado de que estuviera lo más cómoda posible, dadas las circunstancias.
Giró la cabeza con dificultad y notó el tenue resplandor de una andon, proyectando sombras titilantes en las paredes irregulares de la cueva. Un aroma penetrante, a base de hierbas medicinales, invadió sus sentidos. Su piel palpitaba con espasmos de dolor, cubierta por un ungüento improvisado.
Intentó moverse, pero su cuerpo protestó con un cansancio insoportable. No sabía cuánto tiempo había estado inconsciente. Lo último que recordaba era la mano de Sasuke sujetándola con firmeza mientras huían a través del bosque.
Se sintió impotente. Ni siquiera podía incorporarse. ¿Cuánto más iba a depender de él? Pero, en su interior, lo que más le preocupaba no era su propia condición, sino la de Sasuke. Él la había salvado, y ahora pagaría por ello.
Un sonido sordo interrumpió sus pensamientos.
—Tranquila.
La voz de Sasuke la hizo exhalar con alivio.
Levantó la vista y lo vio entrar en la cueva, cargando unos troncos secos sobre un hombro mientras con la otra mano presionaba su costado. Su camisa blanca estaba empapada de sangre.
—Sasuke...—susurró, su voz temblorosa.
Él la miró con expresión impenetrable, aunque sus ojos reflejaban un cansancio que no podía ocultar. Sin decir una palabra, dejó la leña junto a la entrada y se dejó caer pesadamente en una esquina.
Sakura intentó incorporarse, ignorando el ardor en su espalda.
—Debes huir... —murmuró, con un hilo de voz—. Regresa a la casa de Danzō y diles que me has asesinado. Quizá así crean que no los traicionaste.
Sasuke permaneció en silencio por un momento, su mirada fija en el fuego que crepitaba entre los troncos.
—No puedo abandonarte.
—No es una opción, Sasuke. Si te quedas conmigo, creerán que eres mi cómplice. Tienes un deber...
Él desvió la mirada. Su mandíbula se tensó.
—Mi deber es con mi nación —susurró—. Y eso también te incluye a ti.
Sakura parpadeó, sorprendida. Sus labios se entreabrieron, pero ninguna palabra salió. ¿Era solo por eso? ¿Porque su "deber" lo dictaba?
Una punzada de resignación la atravesó. Tonta. Había querido creer que, quizás, Sasuke sentía algo más.
Pero entonces su mirada se detuvo en la sangre que empapaba su camisa.
—Estás herido —murmuró con alarma.
Luchando contra su debilidad, se acercó lentamente, cubriendo su pecho con el kimono desgarrado. Sasuke la observó con cautela, sin moverse, mientras ella se arrodillaba junto a él.
Antes de que pudiera detenerla, Sakura apartó con suavidad la tela de su camisa y examinó la herida.
—Déjame ayudarte, Sasuke. Tú lo hiciste por mí.
Él exhaló con cansancio, desviando la mirada. No estaba acostumbrado a que alguien insistiera en cuidarlo. Él protegía, no era el protegido.
Pero no discutó.
Sakura trabajó en silencio, limpiando la herida con manos cuidadosas. Olfateó las hierbas trituradas que él había usado con ella, identificándolas al instante, y las aplicó sobre su piel abierta. Su toque era firme, pero sorprendentemente delicado. Sasuke mantenía el rostro impasible, aunque por dentro, cada roce le quemaba de una forma que no tenía nada que ver con el dolor físico.
—Sabes... no estoy acostumbrado a que alguien insista en ayudarme —murmuró, sin darse cuenta de que hablaba en voz alta.
Sakura sonrió, agotada.
—Quizás deberías intentarlo más seguido.
Sasuke la observó de reojo. Algo en su voz, en su terquedad, en la suavidad con la que lo cuidaba, se filtraba a través de las grietas de su armadura. Esto no formaba parte de su misión. Pero entonces, ¿por qué se sentía tan... correcto?
Cuando Sakura terminó, exhaló profundamente y se dejó caer a su lado, exhausta.
El silencio se extendió entre ellos. Solo el crepitar del fuego llenaba el espacio.
—¿Por qué lo haces? —preguntó Sasuke de repente—. Podrías haberte dejado cuidar y no mover un dedo.
Sakura giró el rostro hacia él. Sus ojos jade brillaban con una sombra de tristeza.
—Porque estoy cansada de que otros decidan por mí. Si he de sobrevivir a este infierno, quiero sentir que estoy peleando por algo... o por alguien.
Sasuke deslizó la mirada hacia el fuego, incapaz de sostener la intensidad de sus palabras. No lo sabía, pero en ese instante, algo en él había cambiado.
Con el paso de los días, lo que alguna vez fue un refugio se convirtió en una trampa. La comida escaseaba. Sasuke tenía que adentrarse cada vez más en el bosque para recolectar provisiones, pero los árboles estaban vacíos y la caza era escurridiza. Ambos estaban perdiendo fuerzas.
Aquella noche, cuando Sasuke regresó con las manos casi vacías, encontró a Sakura removiendo las últimas raíces y bayas que había conseguido. Ella levantó la vista y le dedicó una sonrisa cansada.
—No hay mucho, pero será suficiente para esta noche.
Sasuke frunció el ceño y dejó caer un pequeño saco con un puñado de leña y unas pocas ramas comestibles. Su mandíbula se tensó.
—Esto no puede seguir así.
Sakura bajó la mirada. Sabía que tenía razón.
Esa noche, mientras Sasuke dormía con una respiración profunda y cansada, ella tomó una decisión. Si el bosque no podía darles lo necesario, tendría que buscarlo en otra parte.
Antes del amanecer, salió de la cueva con pasos sigilosos. Ajustó bien el himo de su kimono, cubrió su cabello y ocultó su rostro bajo la sombra de la tela. No podía ser vista.
El pueblo más cercano estaba apenas sobreviviendo. La guerra lo había dejado en la miseria. Caminó entre calles desiertas, puertas entreabiertas y mercados saqueados. Los estantes estaban casi vacíos.
Hizo lo que pudo.
Intercambió pequeñas cuentas y baratijas que había encontrado en el bosque por un pan duro y unas pocas batatas. Usó palabras persuasivas con una anciana para conseguir un racimo de uvas marchitas. No era mucho, pero era algo.
Regresó cuando el sol ya iluminaba tenuemente el horizonte.
Pero al llegar, encontró a Sasuke esperándola. De pie, con los brazos cruzados y la mirada oscura.
Su voz cortó el aire como un filo afilado:
—¿Dónde estuviste?
Sakura dejó caer el pequeño botín en el suelo.
—Fui a conseguir comida.
Silencio.
Sasuke la observó fijamente. Había enojo en sus ojos, pero también algo más. Algo que ella no podía descifrar del todo.
—No vuelvas a hacerlo.
Sakura levantó el rostro con un destello de desafío.
—No podemos seguir así. Moriremos de hambre.
Él avanzó un paso, cerrando la distancia entre ellos. Ella tembló y se aferró a la pared de piedra.
—Y si te hubieran capturado, ¿entonces qué?
Su tono era grave, bajo, cargado de molestia.
No respondió. Porque, en el fondo, sabía que tenía razón.
Sasuke suspiró con frustración. Pasó una mano por su rostro antes de agacharse a recoger el pan duro. Se sentó junto al fuego.
—Come algo.
Sakura lo observó un momento antes de acercarse. Se sentó a su lado y tomó un pedazo de batata. Ninguno habló. Solo el crepitar de las llamas llenaba el espacio.
Pero algo dentro de ella se quebraba poco a poco.
Por más que intentara aferrarse a algo, no encontraba sentido en seguir allí. Se sentía una carga, un lastre que arrastraba a Sasuke hacia un destino que no le pertenecía.
Temía que, al estar con ella, él perdiera lo que lo hacía fuerte. Que su valentía y determinación se diluyeran en la responsabilidad de protegerla.
Y en el fondo, lo que más le aterraba era la posibilidad de que, al final, él terminara odiándola por ello.
Esa noche, cuando Sasuke finalmente sucumbió al sueño, Sakura tomó su decisión.
Salió de la cueva en silencio, sin mirar atrás.
Sus pies descalzos tocaron la hierba húmeda, fría por la lluvia de verano que se acercaba. No le importó. Nada importaba ya.
Caminó con pasos mecánicos hasta el borde de la cascada. El rugido del agua ahogaba cualquier pensamiento, cualquier duda. El agua helada recibió sus pies cuando avanzó hasta el precipicio, y por primera vez en mucho tiempo, sintió algo parecido a la paz.
Cerró los ojos.
Un solo paso.
Todo acabaría pronto.
Pero cuando su cuerpo se inclinó hacia el vacío, unos brazos fuertes la sujetaron con firmeza, reteniéndola antes de que pudiera caer.
—¡No, Sakura!
La apretó contra su pecho, su respiración agitada contra su cabello. Estaba allí. Una vez más, había venido a salvarla.
Y ella se rompió.
Toda la tristeza, la frustración, la impotencia que había estado reprimiendo estalló en un sollozo desgarrador. Hundió el rostro en su pecho y se aferró a él con desesperación.
Sasuke no dijo nada. No hubo regaños, ni palabras duras. Solo la sostuvo con fuerza.
El tiempo pareció detenerse entre el sonido del agua y la calidez de sus brazos.
Sakura alzó la mirada. Sus ojos empañados se encontraron con los de él. No eran fríos. No eran distantes.
—No vuelvas a intentar hacer algo tan estúpido —murmuró Sasuke con voz tensa, pero cargada de algo que ella no supo identificar.
—Pero... mi vida no vale nada aquí. Solo soy un estorbo para ti.
Él no respondió. Pero tampoco apartó la mirada.
El corazón de Sakura latía con fuerza. Sabía que debía soltarse. Sabía que debía retroceder. Pero cuando Sasuke aflojó un poco el agarre, temiendo que ella se sintiera atrapada, hizo lo contrario.
Se inclinó hacia él y lo besó.
Fue un roce tímido, casi temeroso. Esperaba que él la apartara, que la rechazara. Pero cuando no lo hizo, cuando sintió que Sasuke permanecía inmóvil, con su respiración entrecortada, Sakura presionó sus labios con más intensidad.
Toda la pasión contenida, todas las emociones reprimidas desde que compartían ese refugio en la cueva, se derramaron en ese beso.
Sasuke tardó un segundo en reaccionar. Pero cuando lo hizo, toda la resistencia que había acumulado se desmoronó.
Su mano se deslizó por su cintura, atrayéndola hacia él. La besó de vuelta con torpeza, con necesidad. Como si estuviera descubriendo algo desconocido y aterrador al mismo tiempo.
Cuando se separaron, ambos quedaron sin aliento. El sonido de la cascada era un eco lejano.
Los ojos oscuros de Sasuke estaban fijos en ella. Perdidos, confundidos.
—Sakura... —murmuró, como si intentara buscar una razón para todo lo que acababa de suceder.
En ese momento, razonar estaba fuera de su alcance.
Pero mientras el fuego crepitaba entre ellos, Sakura sintió que algo en la forma en que Sasuke la miraba había cambiado. Y eso le daba más miedo que cualquier soldado esperándola allá afuera.
El sonido de la cascada rugía a su alrededor, pero todo lo que Sakura podía escuchar era el latido desbocado de su propio corazón.
Sasuke seguía allí, mirándola con esos ojos oscuros y profundos que parecían contener mil pensamientos que no decía. Su respiración seguía agitada, y aunque su expresión permanecía estoica, Sakura podía sentirlo...
Algo en él había cambiado.
Sintió cómo su agarre en su cintura vaciló, como si su instinto fuera apartarla, pero al mismo tiempo, no pudiera hacerlo.
No quería hacerlo.
Hubo un largo silencio. Las palabras sobraban.
Sasuke finalmente bajó la mirada y soltó un suspiro apenas audible. Entonces, sin previo aviso, la sujetó con más fuerza y la levantó en brazos.
—¿Q-qué estás haciendo? —balbuceó Sakura, sorprendida por la facilidad con la que la sostenía.
—Llevándote de vuelta.
Su tono era seco, pero su agarre no era duro ni brusco.
Sakura lo miró de reojo mientras avanzaban entre la maleza. La luna iluminaba su rostro, resaltando la línea de su mandíbula, la concentración en sus facciones. Era muy apuesto. Y aunque no lo dijera en voz alta, había algo en la manera en que la sostenía que la hacía sentir importante.
Cuando llegaron a la cueva, Sasuke la depositó con cuidado sobre una de las mantas que usaban como improvisado futón.
—Duerme —ordenó, girándose para avivar la fogata.
Sakura lo observó en silencio. Sabía que él no dormiría esa noche.
No después de lo que había pasado.
Suspiró y se recostó, cerrando los ojos. Pero antes de sumirse en el sueño, escuchó su voz en la oscuridad.
—No eres un estorbo.
Sakura abrió los ojos de golpe.
Sasuke seguía de espaldas a ella, la luz de la fogata proyectaba sus sombras en la pared de la cueva.
—No digas esas cosas otra vez —continuó, con el tono bajo, casi como si le costara admitirlo—. No vuelvas a... querer desaparecer.
No sé qué haría si lo hicieras.
No lo dijo, pero Sakura pudo escucharlo en la pausa.
Un nudo se formó en su garganta.
No respondió. Solo cerró los ojos y dejó que la calidez de sus palabras la envolviera.
Por primera vez en mucho tiempo, se sintió segura.
Sakura se levantó del futón improvisado y se agachó frente a él.
—Te amo, Sasuke —confesó, dejando que las palabras fluyeran sin restricciones, como un susurro liberador—. Me he enamorado de ti, y haré lo que sea para que estés bien... incluso si eso significa desaparecer de tu vida para siempre.
Él bajó la mirada, atrapado entre la culpa y la incertidumbre. Quería detenerla, negarlo, alejarse. Pero al verla así, tan decidida y vulnerable, pero a la vez tan fuerte, supo que no podía seguir engañándose.
—No puedo prometerte nada, Sakura —murmuró al fin, su voz áspera como si cada palabra le costara pronunciarla—. No sé cómo amar... nunca lo he sabido.
Sakura sintió que el aire se volvía más denso, como si esas palabras pesaran sobre ambos.
—Toda mi vida ha sido guerra, muerte, venganza —continuó él, con la mandíbula tensa—. No me enseñaron lo que significa querer a alguien de la manera en que tú mereces. No sé cómo ser la persona que necesitas.
Su voz no era fría ni indiferente. Era honesta. Desgarradoramente honesta.
Sakura quiso responder, decirle que él no tenía que saberlo, que podían aprender juntos, que solo quería estar con él. Pero Sasuke levantó una mano, un gesto sutil pero firme, como si necesitara terminar de hablar antes de que ella intentara salvarlo de sí mismo.
—No quiero hacerte daño, pero si te quedas conmigo... lo haré. —Su mirada descendió, oscurecida por una sombra más profunda que cualquier noche—. No sé cómo detenerlo.
El corazón de Sakura se encogió. Nunca lo había visto así. No tan vulnerable. No tan roto.
Pero ella ya estaba demasiado involucrada, demasiado perdida en él como para alejarse.
—Sasuke... —susurró, con la voz temblorosa.
Él cerró los ojos por un segundo, como si ese susurro lo partiera en dos. Como si deseara poder ser alguien diferente, alguien que no la hiciera llorar.
Cuando volvió a mirarla, su determinación estaba allí, implacable.
—Pero quiero intentarlo.
Sakura parpadeó, sorprendida.
—¿Intentarlo...?
Sasuke tomó aire, como si esa admisión fuera la batalla más difícil que había librado.
—Voy a buscar ayuda. Aunque signifique tragarme mi orgullo, aunque signifique enfrentar lo que siempre he evitado.
Su voz no titubeó.
—No sé si algún día podré amarte como tú lo haces, pero si hay una posibilidad... no quiero perderla. No quiero perderte.
Las lágrimas rodaron silenciosas por las mejillas de Sakura.
No eran de tristeza. Eran de esperanza.
Al día siguiente, emprendieron el viaje en medio de la amenaza constante de los soldados que los buscaban.
Pasaban por aldeas destrozadas por la guerra, y en cada una de ellas, Sakura utilizaba sus conocimientos en medicina para ofrecer ayuda. Trataba a niños desnutridos, vendaba heridas de campesinos que habían sufrido ataques y fabricaba ungüentos con las hierbas que encontraba, ganándose la gratitud de muchos.
En una de las aldeas, mientras ella trataba a un niño con fiebre alta, un joven médico local se le acercó con una sonrisa amable.
—Es increíble cómo trabajas, señorita —dijo, inclinándose un poco hacia ella—. ¿Dónde aprendiste todo esto?
—Viví en Francia muchos años. Allí estudié algo de medicina, mi mentora es la hermana de mi madre, cuando era niña la acompañaba al hospital y desde el primer momento supe que esto era lo que quería hacer —respondió Sakura, sonriendo con amabilidad.
El médico la observó con admiración.
—Tu conocimiento es admirable. Si quisieras quedarte aquí, podrías salvar muchas vidas. Necesitamos personas como tú.
Sasuke, que observaba desde un rincón, sintió cómo algo oscuro y primitivo se removía en su interior. Al principio, ignoró la sensación, pero cuando el médico se inclinó aún más cerca de Sakura, algo dentro de él se tensó al punto de volverse insoportable.
Antes de que ella pudiera responder, Sasuke avanzó con pasos firmes y se colocó a su lado.
—Sakura, tenemos que irnos —dijo con voz fría, ignorando por completo la presencia del otro hombre.
Sakura parpadeó, sorprendida por la brusquedad de su tono.
—Pero aún no hemos terminado aquí...
—Ya es suficiente —insistió Sasuke, su mirada oscura clavada en la de ella—. No podemos quedarnos mucho tiempo en un solo lugar.
El médico se aclaró la garganta, incómodo por la evidente tensión.
—Lo entiendo —murmuró, dirigiendo a Sakura una última sonrisa—. Si alguna vez necesitas un lugar seguro, aquí siempre serás bienvenida.
Sasuke sintió un impulso irracional de sacar su arma, pero en lugar de eso, se giró con brusquedad y comenzó a caminar.
Cuando estuvieron lo suficientemente lejos de la aldea, Sakura se detuvo abruptamente, obligándolo a mirarla.
—¿Qué te pasa? —exigió, cruzándose de brazos—. Estaba ayudando a esas personas, Sasuke. ¿Por qué decidiste interrumpir así de repente?
Sasuke no respondió de inmediato. Su mandíbula estaba tensa, su expresión sombría.
—¿Es por el médico? —preguntó ella, con una mezcla de incredulidad y diversión—. ¿Estás... celoso?
Sasuke soltó un resoplido, girando el rostro.
—No es eso —respondió rápidamente, pero su tono rígido y la forma en que evitaba mirarla lo traicionaron.
Sakura entrecerró los ojos, analizándolo.
—Entonces, ¿Qué es?
Silencio.
Sasuke apretó los dientes. Sus puños se cerraron a los costados, como si estuviera librando una batalla interna.
—No me gusta cuando alguien se acerca tanto a ti —murmuró finalmente, su voz más grave, más intensa—. No me gusta cuando te miran así.
Sakura sintió cómo su corazón se aceleraba.
—Sasuke...
—No puedo evitarlo —continuó él, sus ojos oscuros encontrándose con los de ella. Esta vez, no había frialdad en su mirada. Solo un caos de emociones contenidas—. No sé cómo manejar esto.
Sakura sintió una punzada de ternura en el pecho.
Lentamente, sin apartar la vista de él, se acercó y colocó una mano sobre su brazo.
—No tienes que saber cómo manejarlo —susurró—. Solo tienes que ser honesto conmigo.
Sasuke tragó saliva, observándola con intensidad. Luego desvió la mirada con frustración, pero no se apartó.
No necesitaban más palabras.
Sakura sonrió suavemente.
Tal vez, después de todo, Sasuke Uchiha estaba comenzando a sentir.
El camino aún era largo. Faltaban unos días más para llegar al cuartel de Minato, y aunque habían logrado encontrar una cabaña abandonada para pasar la noche, la tensión entre ellos se mantenía latente. Desde aquella discusión, Sasuke no le dirigía la palabra.
Sakura suspiró con frustración mientras limpiaba el sudor de su frente. El calor primaveral era sofocante, su cuerpo estaba cubierto de polvo y sus labios secos por la sed. A pesar de que, en el fondo, le gustaba que Sasuke ahuyentara a cualquier pretendiente con su actitud severa, también la exasperaba su silencio.
A lo lejos, el sonido de una cascada llamó su atención. Sin pensarlo dos veces, se aventuró a buscarla. No tardó en encontrar el lugar: la luna iluminaba el agua cristalina, reflejándose en la superficie como un manto de plata. Miró a su alrededor para asegurarse de que no había nadie y, sin pudor, dejó su ropa a un lado antes de sumergirse.
El agua fresca acarició su piel, aliviando el calor y la fatiga. Se permitió jugar con las corrientes, riendo suavemente mientras cerraba los ojos y disfrutaba del momento de libertad.
Sasuke, por su parte, masajeaba sus sienes con irritación. La migraña punzante no era nada comparada con la opresión en su pecho. Odiaba la forma en que los hombres miraban a Sakura, la forma en que hablaban de ella, incluso cuando creían que él no estaba escuchando. Lo enfurecía porque sabía que ella merecía respeto.
Pero ella no era de su propiedad.
Se levantó para buscarla y frunció el ceño al notar su ausencia. Caminó entre los árboles, guiado por el sonido del agua, hasta que la encontró.
Y el aire abandonó sus pulmones.
Sakura estaba al pie de la cascada, su cuerpo desnudo brillando bajo la luz de la luna, como un ser fantástico, irreal. Su piel pálida resplandecía con las gotas de agua que recorrían cada curva de su cuerpo, y su cabello flotaba a su alrededor como un velo. Era hermosa. Más de lo que jamás se había permitido admitir.
Más de lo que jamás podría tener.
Un instinto primitivo se apoderó de él. Quería acercarse, tocarla, sentir el calor de su piel contra la suya.
Entonces, ella lo vio.
—Sasuke... —su voz era un susurro melódico, cargado de deseo.
Él sintió un escalofrío recorrer su espalda. No contestó, solo se giró dispuesto a marcharse, pero su cuerpo se negaba a moverse con la rapidez que su mente exigía.
—Sé que no soy la mujer que buscas —la voz de Sakura tembló—. Estoy usada, sucia... No valgo lo suficiente para estar a tu lado.
Sasuke se detuvo en seco.
La rabia subió por su garganta como bilis.
—No digas eso.
—Entonces, ¿por qué no me miras? ¿Por qué no quieres tocarme? —había miedo en su voz, un miedo que lo atravesó como una daga—. Siempre he deseado que me toques, que...
—Porque lo que pasaste con Danzo fue muy duro —su voz sonó ronca, atrapada entre la furia y el dolor—. Y yo nunca...
Nunca quise hacerte sentir como él.
Nunca quise ser alguien que te lastimara.
Pero no pudo decirlo en voz alta.
Sakura se acercó a él, el agua goteando de su piel mientras sus pies descalzos apenas hacían ruido sobre la hierba. Sasuke no se movió, pero tampoco la detuvo cuando ella se puso de puntillas y rozó sus labios con los suyos.
Era suave. Tentativa.
Y él... él no podía resistirse.
Cuando finalmente respondió al beso, lo hizo con una intensidad que lo sorprendió a sí mismo. Sus brazos la envolvieron, atrayéndola contra su cuerpo aún vestido. La sintió estremecerse contra su pecho, y el pensamiento de alejarse desapareció por completo.
Sakura desabrochó los botones de su camisa con dedos temblorosos, y él no hizo nada para detenerla. La ayudó a deshacerse de sus prendas, permitiendo que la piel de ambos se encontrara sin barreras.
Cuando se miraron a los ojos, comprendieron lo inevitable.
Esa noche, bajo la luna y el murmullo de la cascada, Sasuke y Sakura dejaron de ser dos almas heridas para convertirse en una sola.
Sakura dejó que sus dedos recorrieran la piel de Sasuke con ternura, como si intentara memorizar cada cicatriz, cada marca.
Sasuke, por su parte, sentía su corazón latiendo con fuerza, más rápido de lo habitual. Había pasado tanto tiempo conteniendo sus emociones, enterrándolas bajo capas de orgullo y rencor, que ahora, sintiéndola tan cerca, todo parecía desmoronarse.
Sakura apoyó su frente en la de él, con los ojos cerrados y la respiración entrecortada.
—No quiero que te alejes más de mí —susurró—. No quiero que te encierres en ti mismo cada vez que sientes algo.
Sasuke cerró los ojos con fuerza. No estaba acostumbrado a poner en palabras lo que sentía, pero en ese momento entendió que Sakura no necesitaba palabras. Lo entendía de una manera en que nadie más lo hacía.
Sus labios volvieron a encontrarse, esta vez con más calma, como si se estuvieran asegurando de que el otro era real. Él la sostuvo con delicadeza, acariciando su espalda mientras ella se aferraba a su cuello. El agua fría contrastaba con el calor de sus cuerpos.
Con la luna como única testigo, dejaron que la distancia que siempre los había separado desapareciera.
Cuando la noche avanzó y la brisa comenzó a enfriar el aire, Sasuke la envolvió en su abrigo y la cargó de vuelta a la cabaña. Sakura, con el rostro oculto en su pecho, sonrió contra su piel.
—No soy tan frágil, sabes... —murmuró con diversión.
—Lo sé —respondió Sasuke, ajustándola mejor entre sus brazos—. Pero esta vez... quiero ser yo quien te cuide.
Sakura sintió su corazón acelerarse. No era una promesa romántica ni palabras dulces, pero viniendo de él... significaban más que cualquier otra cosa.
Se aferró un poco más fuerte a su pecho, cerrando los ojos mientras el sonido de sus pasos se mezclaba con el canto lejano de los grillos.
Por primera vez en mucho tiempo, se sintió en casa.
Con una sonrisa, acarició su mejilla, preguntándose cuánto tiempo tardaría en admitir lo que ella ya sabía.
Porque Sasuke podía no decirlo con palabras... pero la manera en la que la miraba, la forma en la que la protegía, incluso su terquedad al alejarse por miedo a hacerle daño...
Todo eso era amor.
Y ella estaba dispuesta a esperar el tiempo que fuera necesario para que él lo aceptara.
El viaje aún no había terminado, pero por primera vez en mucho tiempo, sentía que no importaba cuánto tardaran en llegar a su destino.
Porque estaban juntos. Y eso era suficiente.
La luz tenue del amanecer se filtraba a través de las grietas de la madera desgastada de la cabaña, iluminando el interior con un resplandor suave. Sakura abrió los ojos lentamente, sintiendo el calor reconfortante del cuerpo de Sasuke a su lado.
Se quedó observándolo por un largo momento, sintiendo el peso de la noche anterior en cada fibra de su ser. No por el cansancio, sino por la intensidad de lo que habían compartido.
Por primera vez, su cuerpo no sentía miedo.
El contraste la golpeó como una ola helada.
No era lo mismo. No tenía comparación.
Danzo la había tomado con brutalidad, con frialdad. Había sido una imposición despiadada, una afirmación de su poder sobre ella. No había habido afecto ni deseo, solo el cruel recordatorio de que su cuerpo no le pertenecía. Cada toque suyo había sido como un hierro ardiente sobre su piel, marcándola con una humillación imposible de borrar.
Pero Sasuke...
Sasuke la había amado.
Cada caricia, cada beso, cada roce de su piel había sido una promesa silenciosa. No hubo prisa ni desesperación, solo la necesidad de estar juntos, de sanar, de encontrar en el otro el refugio que tanto habían anhelado. Sasuke la había sostenido con una delicadeza que jamás pensó que él fuera capaz de ofrecer. Sus manos, fuertes y llenas de cicatrices, la habían recorrido con respeto, como si temiera romperla. Su mirada, oscura e intensa, la había contemplado con un deseo distinto, uno que no exigía ni reclamaba, sino que se entregaba.
Había sentido miedo, no por él, sino por que había creído que estaba rota, que nadie podría hacerla sentir otra vez como una mujer. Pero Sasuke la había mirado como si fuera lo más hermoso que había visto, como si nada de lo que había sufrido pudiera arrebatarle su valor.
Sakura sintió un nudo en la garganta.
Y lo más importante... le había dado la oportunidad de decidir.
Nada en él había sido imposición, nada había sido tomado sin su consentimiento. Y en ese contraste, Sakura entendía lo que realmente significaba ser amada.
Se estremeció al recordarlo, al sentir todavía en su piel los rastros de sus caricias. Su corazón se llenó de una calidez que hacía mucho tiempo no sentía, y por primera vez en años, se sintió completamente libre.
No importaba cuánto le costara admitirlo. No importaba cuán difícil fuera para él expresar lo que sentía.
Sasuke la amaba.
Y esa verdad, por sí sola, era suficiente.
—¿Qué piensas? —su voz grave la sacó de sus pensamientos.
Sasuke estaba despierto, observándola con intensidad. Ella se mordío el labio, sintiendo el impulso de decirle todo lo que pasaba por su mente, pero en lugar de eso, se acurrucó contra su pecho.
—Que nunca pensé que esto pudiera sentirse así —susurró.
Él no respondió de inmediato, pero la envolvió en sus brazos con firmeza, como si con ese gesto pudiera asegurarse de que nunca más la perdería.
No le prometió que todo estaría bien. No le dijo palabras dulces ni juró que la protegería de todo mal.
Pero la sostuvo.
El silencio entre ellos era cómodo, acompañado solo por el sonido del viento. Sakura cerró los ojos, disfrutando la sensación de estar en sus brazos, de la calidez de su cuerpo contra el suyo.
Sasuke no era un hombre de palabras, y no necesitaba que lo fuera. Todo lo que había sentido anoche, lo que sentía ahora, estaba en sus acciones. En la manera en que sus dedos trazaban suaves círculos en su espalda, en la forma en que la mantenía cerca, como si temiera que desapareciera si la soltaba.
Sasuke permaneció en silencio por un momento, como si estuviera procesando sus palabras, y luego habló, su voz profunda y algo rasposa por el sueño.
—No sé si pueda darte lo que mereces —admitió en voz baja—, pero no quiero que vuelvas a pensar que no vales suficiente para estar a mi lado.
Sakura levantó la cabeza para mirarlo, encontrándose con sus ojos oscuros, esa mirada intensa que pocas veces permitía que otros vieran.
Las palabras golpearon su corazón con fuerza, su sinceridad era casi abrumadora. Este era Sasuke. Directo, sin adornos, pero real.
Un nudo se formó en su garganta, pero ella sonrió, alzando una mano para acariciar su rostro.
—Si estuviera en otro lugar, con otra vida, si no hubieras llegado a la casa de Danzo... aun así, te habría esperado.
Sasuke entrecerró los ojos, como si estuviera tratando de memorizar cada detalle de su rostro e hizo algo inesperado.
Se inclinó y la besó.
No fue un beso apresurado ni lleno de desesperación. Fue un beso que hablaba de promesas silenciosas, de un futuro incierto, pero juntos.
Sakura sonrió contra sus labios. Porque ahora sabía que, sin importar lo que pasara, nunca más estaría sola.
Él, por otro lado, estaba alerta. Sabía que aún los estaban buscando. Sin embargo, lo que más ocupaba su mente no era el peligro, sino el futuro. Un futuro que, por primera vez, se atrevía a imaginar con ella.
En su última noche antes de llegar al cuartel de Minato, acamparon en un claro del bosque. La guerra los había despojado de tantas cosas, pero no de lo que sentían el uno por el otro. Cuando sus miradas se encontraron, no hicieron falta palabras.
Sasuke deslizó sus dedos por el rostro de Sakura con una delicadeza que contrastaba con la dureza de sus manos, esas manos que solo conocían la violencia, la muerte, la destrucción. Pero con ella... con ella todo era distinto. Con cada caricia descubría algo nuevo dentro de sí mismo, algo que no sabía que existía.
Rabia.
No contra ella, sino contra el pasado, contra lo que le habían arrebatado. Contra Danzo.
Cada vez que recordaba lo que ese hombre le había hecho, sentía que el odio le carcomía el pecho, una furia cruda e imparable que lo consumía desde dentro. Quería destrozarlo. Quería haber estado ahí para evitarlo. Quería cambiar el pasado, aunque supiera que era imposible.
Y sin embargo, Sakura estaba ahí, en sus brazos, mirándolo con un amor tan absoluto que lo hacía sentir indigno.
No había prisa, solo la certeza de que se pertenecían. Sus besos fueron lentos, reverentes, como si intentara borrar cada cicatriz invisible que Danzo le había dejado en el alma. Cuando finalmente la sintió aferrarse a él, entregándose sin miedo, entendió algo:
No la estaba salvando.
Ella lo estaba salvando a él.
Por primera vez en su vida, no era solo ira lo que lo definía. No era solo la venganza lo que lo mantenía de pie.
Era ella.
Más tarde, con Sakura dormida contra su pecho y su abrigo militar cubriendo sus cuerpos, Sasuke deslizó una mano por su cabello, sintiendo la suavidad de sus hebras entre sus dedos.
Por primera vez en mucho tiempo, permitió que un pensamiento tomara forma en su mente:
Quería estar con ella para siempre.
Y esta vez, no le aterraba la idea.
Cuando llegaron al cuartel de Minato al amanecer, los soldados los rodearon de inmediato. La noticia de la muerte de Danzō había corrido como pólvora, y el ambiente en la base estaba tenso, casi al borde de la histeria. Algunos los miraban con desconfianza, otros con abierta hostilidad.
Sasuke no se inmutó. Había esperado algo así.
Sin embargo, antes de que las cosas se salieran de control, Minato intervino. Su sola presencia bastó para calmar el caos, imponiendo orden con una autoridad que no requería gritos ni violencia.
Escuchó con atención la versión de ambos, pero lo que realmente inclinó la balanza fue un informe redactado por Sai.
Las palabras escritas en aquel documento hicieron que la base entera contuviera la respiración.
Danzō había cometido alta traición.
Había estado vendiendo información clasificada a las tropas enemigas a cambio de protección una vez que el Reich cayera. Su plan era huir a Francia, dejando atrás a Japón en ruinas. No solo eso: también era responsable de múltiples crímenes de guerra.
El informe detallaba la noche de su muerte. Acorralado por su propia traición, sin aliados, sin escapatoria, Danzō se había quitado la vida antes de caer en manos enemigas.
Silencio.
Luego, murmullos entre los soldados. Miradas nerviosas.
Minato bajó el informe con expresión severa antes de dar su veredicto:
Sasuke y Sakura quedaban absueltos de toda culpa.
El caso estaba oficialmente cerrado.
Pero la felicidad nunca llegaba sin precio.
Minato no tardó en hacerle saber a Sasuke lo que esperaba de él. Japón necesitaba soldados. No, Japón necesitaba líderes. Y Sasuke, como el último de su linaje, tenía un deber ineludible.
Después de asegurarse de que Sakura estuviera a salvo en una de las tiendas médicas, Sasuke buscó a Minato en privado.
—Quiero casarme con ella.
Minato, que revisaba informes en su escritorio, levantó la mirada sorprendido. Sasuke nunca hablaba de sentimientos. Mucho menos de algo tan definitivo como el matrimonio.
Sasuke sostuvo su mirada sin vacilar.
—La guerra terminará pronto. Y cuando eso pase, quiero que Sakura sea mi esposa.
Minato dejó los papeles a un lado y cruzó los brazos.
—Me alegra escucharlo —dijo tras un momento.
Pero su mirada se ensombreció.
—Sin embargo, debes regresar cuanto antes al frente —continuó con gravedad—.
Sasuke no se sorprendió. Lo había presentido desde el momento en que pusieron un pie en la base.
—¿Cuándo debo partir?
—Mañana al amanecer —respondió Minato—. El enemigo está presionando en el Pacífico, pero sabemos que la guerra está llegando a su fin. Aun así, en Hiroshima hay una base militar clave y necesitamos refuerzos cuanto antes. Quiero que la dirijas. Eres un gran soldado, tu familia merece ser reconocida, y quién mejor que tú para hacerlo. Necesito tu mente estratégica para que esto termine de la mejor manera. Confío en que podrás hacerlo.
Hizo una pausa antes de concluir con un peso que no podía ignorarse.
—Serás un gran capitán.
Sasuke asintió.
Japón estaba perdiendo la guerra y él lo sabía.
Aunque los periódicos callaban la verdad, la realidad se filtraba entre los escombros de las ciudades bombardeadas, en el hambre de los niños, en la desesperación de los soldados demasiado jóvenes para sostener un arma.
Pero antes de marcharse, había algo más importante que debía hacer.
Esa noche, Sasuke encontró a Sakura en la tienda médica.
Inquieta y servicial como siempre, se había ofrecido a ayudar a la sargento Shizune con los heridos. Llevaba horas atendiendo a los soldados que llegaban del frente, sus manos temblaban por el cansancio, su rostro estaba pálido, marcado por la fatiga y el dolor ajeno.
Él la observó en silencio.
La guerra la estaba consumiendo, igual que a todos. Pero incluso agotada, incluso rota, Sakura seguía de pie, sanando a los demás sin pensar en sí misma.
No lo soportó más.
—Ven conmigo —le pidió en voz baja, tomándola de la mano.
Sakura levantó la mirada. Sus ojos estaban oscuros por el peso de la guerra, pero no dudó en seguirlo.
Salieron juntos al bosque, donde la luna iluminaba la tierra con un resplandor pálido. Durante un largo rato, ninguno habló. Solo el viento rompía el silencio.
Hasta que él se obligó a pronunciar las palabras.
—Mañana me voy al frente.
Sakura sintió un escalofrío recorrer su espalda. Lo había sabido desde que llegaron. Desde que vio la manera en que los oficiales lo miraban.
—¿Dónde? —susurró, aunque ya intuía la respuesta.
Sasuke exhaló con lentitud.
—Hiroshima.
La sola palabra cayó entre ellos como un golpe.
Sakura bajó la mirada, sintiendo que el frío se filtraba en sus huesos. Hiroshima no era solo un frente más. Hiroshima era una condena.
Ella no preguntó si regresaría.
Él tampoco mintió diciéndole que lo haría.
Porque en la guerra no existían las certezas. Solo probabilidades. Y la suya no era alta.
Pero había algo que sí podía prometerle.
Tomó su mano y la sostuvo con fuerza, como si al apretarla pudiera sellar su destino, como si ese simple gesto pudiera atarlo a la vida y traerlo de vuelta con ella.
—Cuando todo esto termine... quiero que seas mi esposa.
Sakura entreabrió los labios, sus ojos brillando con lágrimas contenidas. No era el momento ni el lugar, pero esas palabras fueron un rayo de luz en medio de la tormenta.
—Sí —susurró, la voz temblorosa—. Sí, quiero ser tu esposa.
Sasuke la besó.
Con la desesperación de un hombre que no sabe si verá otro amanecer.
Con la rabia de quien no acepta que el destino le arrebate lo único que ama.
Con la necesidad brutal de dejar una parte de sí mismo en ella, en su piel, en su alma, para que incluso si la guerra lo devoraba, algo suyo permaneciera.
Esa noche, no hubo promesas de "para siempre".
Solo el ahora.
Solo la certeza de que él tenía una razón para volver.
Cuando les asignaron una tienda de campaña, Sakura no lo dudó.
Se lanzó a sus brazos con desesperación, enredando sus piernas alrededor de su cintura como si con ese gesto pudiera aferrarse a él, impedir que la guerra se lo arrebatara.
Sasuke la atrapó en el aire, sosteniéndola con firmeza. Sus manos se deslizaron por sus muslos con una urgencia feroz, empujando la tela de su vestido hasta encontrar su piel desnuda.
No hubo palabras. Solo respiraciones entrecortadas, labios encontrándose con hambre, dedos desesperados por memorizar cada rincón del otro.
La amaba de todas las formas posibles. Amaba su cuerpo, la forma en como se estremecía en sus brazos, el sonido de su nombre en su boca.
Esa noche se entregaron el uno al otro con la intensidad de quienes saben que quizás no habrá otra. No hubo prisas, solo necesidad. Necesidad de sentir, de grabarse en la piel, de asegurarse de que el otro seguiría ahí, aunque el destino los separara.
Sus besos eran voraces, sus caricias desesperadas. Nada era suficiente.
Y cuando el primer rayo de sol se filtró entre la tela de la tienda, Sasuke aún la sostenía entre sus brazos.
Su respiración entrecortada. Su corazón latiendo contra el de ella.
Era suya. Y él, de ella.
Pero el amanecer trajo consigo la despedida.
Sakura vestía un uniforme blanco de enfermera. Era improvisado, una simple prenda que le habían conseguido en la base, pero sobre su piel pálida parecía más una mortaja que un atuendo. El color la hacía parecer un ángel.
Pero sus ojos hinchados por el llanto, sus labios enrojecidos y la tristeza en su expresión la hacían dolorosamente humana.
Así quería Sasuke recordarla.
Era la mujer más hermosa que había visto.
Ella lo miró con una mezcla de orgullo y dolor. Él llevaba su nuevo uniforme azul, sus insignias brillando bajo la luz de la mañana. El kepi le daba una autoridad imponente.
Pero Sakura no veía al soldado, al capitán.
Solo veía al hombre al que amaba.
Sasuke se acercó a Minato. Su voz fue baja, pero inquebrantable.
—Júrame que la protegerás.
Minato sostuvo su mirada y asintió con solemnidad.
—Lo haré.
Sasuke no se despidió.
No la miró una última vez. No dijo su nombre. Sabía que si lo hacía, no podría irse.
Subió al camión con los demás soldados sin volverse.
Sakura tampoco gritó su nombre. No corrió tras él.
Sabía que no podía.
Solo se quedó allí, con los puños cerrados y las lágrimas cayendo en silencio.
Vio el camión alejarse por la polvorienta carretera...
...y esa fue la última vez que lo vio.
Nota de la autora: ¡Hola a todos! Me complace anunciar que esta historia ha sido revisada y actualizada en enero de 2024. He trabajado en pulir detalles, resolver cabos sueltos y corregir errores de redacción. Si te gustó la historia, te invito a sumergirte nuevamente en ella desde el principio para disfrutar de la versión mejorada. ¡Espero que la disfrutes!
