Advertencia: Este capítulo los tiene que descolocar, sino no es así, entonces no logre el cometido

La habitación estaba sumida en la penumbra, apenas iluminada por los débiles rayos de la mañana que se filtraban entre las cortinas. Vegeta yacía boca abajo en la amplia cama, sus brazos extendidos sobre las sábanas como si estuviera aplastado por el peso de sus propios pensamientos. Su postura dejaba claro que la noche había sido más que extenuante.

Su camisa blanca estaba desabotonada, abierta hasta el final, revelando un torso definido, marcado como si cada músculo hubiera sido tallado por manos divinas. Su piel bronceada brillaba con la tenue luz, destacando el contorno de su pecho y abdomen, que aún respiraban con la cadencia lenta de un guerrero exhausto. La bragueta de su pantalón permanecía entreabierta, mostrando destellos de su prenda interior, mientras el tejido descansaba apenas sobre sus caderas, creando una imagen seductora, casi irreal.

Era como si la escena hubiera sido arrancada de la mitología: un dios griego, caído momentáneamente del Olimpo, envuelto en el cansancio de una batalla interna. Incluso en ese estado vulnerable, Vegeta emanaba una presencia arrolladora, una intensidad que no necesitaba palabras.

El silencio se rompió abruptamente cuando el timbre de su residencia comenzó a sonar con insistencia. La campanilla resonaba una y otra vez, algo absolutamente fuera de lo común. Nadie lo buscaba nunca. Trunks estaba fuera, y las estrictas órdenes que había programado en los sistemas de la casa aseguraban que ningún aparato doméstico lo molestara.

Vegeta apretó los dientes. El sonido continuaba, punzante, y su cabeza le dolía por el exceso de alcohol de la noche anterior. Con un gruñido bajo, giró la cabeza hacia la puerta, el ceño fruncido mientras se esforzaba por identificar quién se atrevía a interrumpir su soledad. Un fugaz pensamiento cruzó su mente: Bulma. Pero en cuanto trató de identificar la energía del intruso, descartó la idea de inmediato. Esta energía era desconocida, no se parecía a nada familiar.

El timbre insistente lo empujó a levantarse. Se incorporó lentamente, caminando con pesadez, la camisa aún abierta dejando ver la línea de sus músculos bien definidos. El pantalón caía bajo en sus caderas, oscilando con cada paso, y sus abdominales tensaban la tela mientras se movía

Cada paso que daba hacia la puerta estaba cargado de irritación. Vegeta odiaba las sorpresas, y mucho más cuando el responsable ni siquiera se molestaba en ocultar su atrevimiento al insistir con tal descaro. Para él, esto solo podía significar una cosa: un estorbo humano que se creía con derecho a interrumpir su privacidad

Finalmente, llegó a la entrada, su rostro endurecido por la mezcla de cansancio, irritación y una latente amenaza. Tomó la manija con brusquedad, ya preparado para asesinar con su mirada o con sus puños si era necesario, y abrió la puerta con un gesto lleno de desdén.

Cuando Vegeta abrió la puerta, se quedó completamente quieto. La figura que encontró al otro lado no era alguien que hubiera esperado ver allí. Por un momento, sus cejas se alzaron ligeramente y su mirada, habitualmente dura, mostró un atisbo de sorpresa.

Ella lo observó detenidamente, recorriendo su silueta de arriba abajo con una calma desconcertante. Vegeta, aún sujetando la puerta, sintió la tensión en el aire. Sus ojos estaban fijos en los de ella, esperando algún indicio de por qué había aparecido en su residencia.

Y entonces, para su desconcierto, ella sonrió. No era una sonrisa cualquiera; era una de esas sonrisas de supremacía, de alguien que sabe algo que tú no.

—¿Puedo pasar? —preguntó ella con una voz firme, pero suave, sin apartar su mirada del príncipe.

Por un instante, Vegeta se quedó inmóvil. Su primera reacción fue cuestionar su presencia: ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Por qué? ¿Cómo te atreves a buscarme? Pero algo en su formación, en su orgullo y en el código que aún guardaba en lo más profundo, lo hizo contenerse.

A pesar de su naturaleza beligerante, Vegeta no dejaba de ser un príncipe, y cuando llegó el momento, se apartó de la puerta con un leve movimiento de su cuerpo.

Sin dejar de mirarlo, ella cruzó el umbral con esa misma seguridad desconcertante, dejando a Vegeta detrás, aún tratando de asimilar lo que acababa de suceder.

Milk ingresó con pasos decididos, su silueta reflejada en el suelo pulido del recibidor. Vegeta, a unos metros detrás de ella, la seguía en silencio, cerrando la puerta con un leve empujón antes de detenerse. Ambos permanecieron inmóviles durante un momento. Ella, con el cuerpo recto y la barbilla ligeramente alzada, se giró lentamente para encararlo. Sus ojos chocaron como dos frentes de batalla, llenos de intensidad y mutua curiosidad.

Vegeta, con las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones apenas ajustados, mantuvo su postura firme. La luz de la estancia proyectaba sombras definidas sobre su torso, realzando la musculatura visible a través de la camisa abierta. Los ojos de Milk lo recorrieron con un detenimiento que ni siquiera ella esperaba, notando los detalles: el brillo tenue de su piel expuesta, la caída despreocupada de sus pantalones, y esa mirada dura como el acero que parecía traspasar cualquier barrera.

Para Milk, era la primera vez que veía a Vegeta tan de cerca. Nunca antes habían compartido un espacio privado, nunca había estado a solas con él. Hasta ahora, su contacto había sido distante, breve, limitado a la percepción de su presencia a distancia. Pero en este momento, podía observarlo realmente, sin distracciones. Y lo que vio no fue solo a un guerrero de élite; fue a un hombre extraordinariamente atractivo, cuya intensidad rivalizaba con la suya propia.

Vegeta también la miraba, su ceño apenas fruncido, evaluándola en silencio. Sabía quién era. La reconocía perfectamente. Pero algo en su apariencia lo tomó por sorpresa. No llevaba su vestimenta tradicional, aquella que siempre había asociado con la mujer de Kakaroto. En su lugar, vestía como una mujer de la ciudad: elegante, moderna, con un aire de independencia. Su cabello suelto caía con naturalidad, y aunque su expresión era decidida, había una calidez implícita en la forma en que se movía y lo observaba.

Por un instante, sus miradas permanecieron enfrentadas. Dos fuerzas igualadas en intensidad. Fue Milk quien rompió el silencio.

—Necesitamos hablar —dijo con firmeza, su tono directo, sin vacilaciones.

Vegeta, aún con las manos en los bolsillos, dejó que sus ojos permanecieran fijos en ella. Su expresión se endureció, pero no de hostilidad, sino de cálculo. Ya imaginaba el motivo de su visita.

—Sé muy bien de qué quieres hablar —respondió, su voz profunda resonando en el espacio—. Pero no es el momento adecuado.

Milk arqueó una ceja, sin apartar la mirada. Vegeta, con un gesto casual, inclinó ligeramente la cabeza hacia el sofá.

—Si no te molesta esperar, toma asiento.

Con esas palabras, Vegeta se dio media vuelta y se alejó con la misma calma medida de siempre. Su andar era seguro, como si el impacto de la visita inesperada no hubiera dejado marca alguna en él. A pesar de la informalidad de su ropa y el cansancio de la noche anterior, mantenía ese porte impecable, como si estuviera siempre listo para un desafío.

Milk, desconcertada por su actitud distante e indiferente simplemente suspiró pero al mismo tiempo se mantenía intrigada, así que fue hacia la sala y se acomodó en el sofá mientras observaba todo a su alrededor.

Vegeta ascendió las escaleras con calma. El eco de sus pasos resonaba en la silenciosa casa, mientras el leve dolor de cabeza por la noche anterior aún pulsaba en su sien. Al llegar a su habitación, comenzó a desvestirse, dejando caer su camisa al suelo antes de desabotonar el pantalón y deslizarlo por sus caderas. Se quitó las prendas restantes con una indolencia medida, moviéndose con una seguridad natural, como si cada gesto fuera parte de una coreografía.

Caminó hacia el baño y abrió la llave de la ducha. En cuanto el agua comenzó a correr, su sonido llenó el espacio con una cadencia relajante. Vegeta se metió bajo la corriente, inclinando la cabeza hacia adelante, dejando que el agua templada cayera sobre su cabello y se deslizara por su piel. Los hilos de líquido trazaban caminos por su espalda y pecho, mientras él permanecía inmóvil, permitiendo que la sensación lo liberara momentáneamente de la tensión que cargaba.

Por unos minutos, no hubo nada más. Ni pensamientos intrusivos, ni recuerdos, solo el murmullo del agua y el contacto del calor relajando cada músculo. Cerró los ojos y dejó escapar un leve suspiro, como si esa ducha fuera la única tregua que podía permitirse.

Al terminar, salió de la ducha y se secó con rapidez. Eligió su atuendo con el mismo cuidado metódico que aplicaba a todas las cosas: un pantalón oscuro que encajaba perfectamente en su cintura y una camisa negra ajustada que acentuaba cada línea de su torso. Vegeta no se preocupaba por las apariencias para los demás, pero siempre se aseguraba de lucir impecable por sí mismo.

Ya vestido y con el cabello aún algo húmedo, decidió bajar de nuevo al salón. Una leve sonrisa ladeada se dibujó en su rostro al pensar en el tiempo que había pasado. Había tardado más de lo necesario, quizás intencionalmente, sabiendo que eso pondría a prueba la paciencia de la intrusa.

Pero al llegar, su sonrisa se desvaneció. El salón estaba vacío. Ella ya no estaba ahí... Entonces, un sonido sutil vino de la cocina. Vegeta giró la cabeza hacia la dirección del ruido, su expresión cambiando a una mezcla de curiosidad y confusión. Sus pasos lo guiaron hacia la puerta de la cocina, y al entrar, se detuvo en seco.

Allí estaba ella. Milk estaba frente a la encimera, sirviendo algo en unos platos. El aroma de la comida llenaba la habitación, un olor cálido y apetitoso que contrastaba con el silencio y la frialdad del resto de la casa. Vegeta parpadeó, completamente desconcertado. No solo por el hecho de que estuviera ahí, sino porque en ese breve lapso de tiempo, ella había preparado algo que claramente no era instantáneo.

Por un instante, se quedó en el umbral, con la mente en blanco. La escena le resultaba tan inesperada como incómoda.

Milk levantó la mirada de los platos que estaba sirviendo, encontrándose con los ojos de Vegeta. Por un momento, no dijo nada, pero su expresión era clara: lo estaba invitando a avanzar, a que diera ese paso hacia la cocina. Su semblante tenía una mezcla de desafío y seguridad, como si esperara que él tomara una decisión.

Finalmente, ella rompió el silencio, con una voz suave pero firme.

—Por tus fachas, deduje que tendrías necesidad de comer —dijo con un tono neutral, casi despreocupado, mientras volvía a centrar su atención en los platos—. Así que como yo tampoco he almorzado, pensé que tal vez podríamos compartir algo

Vegeta abrió la boca para refutarlo, listo para soltar un comentario mordaz sobre no necesitar la ayuda de nadie, mucho menos la de ella. Pero entonces, algo lo detuvo. Su mirada cayó sobre la mesa, donde los platos ya estaban colocados. Los aromas ascendían en ondas cálidas, envolviéndolo. La textura y el color de la comida eran tentadores. Vegeta parpadeó un par de veces, su mente dando un vuelco inesperado.

En ese instante, recordó que no había comido nada desde que se levantó. Ni un bocado de desayuno. Su estómago vacío ahora rugía de forma evidente, algo que su orgullo no podía ignorar. Quizás ese era el motivo por el cual estaba de tan mal humor desde que abrió los ojos.

Sin decir una palabra, Vegeta se movió. Caminó hacia la mesa, retiró una silla con un movimiento firme y se dejó caer en ella. Tomó los cubiertos, colocó cuidadosamente un individual sobre sus piernas y comenzó a comer. Sus manos se movían con rapidez, pero con una precisión casi meticulosa.

Mientras sus labios probaban la primera cucharada, Vegeta sintió el impacto inmediato de los sabores. Cerró los ojos por un breve momento, apenas perceptible, permitiéndose disfrutar de la calidez y lo bien sazonada que estaba la comida. Era deliciosa. Realmente deliciosa. Y, aunque jamás lo admitiría, eso anulaba cualquier intención de crítica. Su hambre voraz lo llevó a devorar cada bocado con una intensidad controlada.

A pesar de la velocidad con la que comía, había un cuidado inherente en sus gestos. Sus movimientos eran educados, limpios, incluso enérgicos. Cada mordisco, cada trago, mostraba un respeto tácito hacia el acto de comer que Milk no esperaba de él.

Ella lo observaba en silencio, con el codo apoyado sobre la mesa y la barbilla descansando en la palma de su mano. Lo miraba como quien intenta descifrar un código complejo, sorprendida por la mezcla de rapidez y pulcritud con la que devoraba el plato. No dijo nada, pero su expresión delataba que había algo en Vegeta que la desconcertaba y la intrigaba al mismo tiempo.

El ambiente en la cocina era denso, aunque no incómodo. El silencio, acompañado del sonido de los cubiertos contra la porcelana, llenaba el espacio. Vegeta había dejado de devorar la comida con la intensidad inicial, y ahora comía más despacio, sintiendo cómo su hambre se apagaba con cada bocado. Finalmente, dejó el tenedor a un lado y, con un movimiento deliberado, colocó las manos sobre la mesa. Sus ojos oscuros se clavaron en los de Milk.

—¿Siempre actúas así? —preguntó con un tono pausado, pero con ese filo característico de su voz—. ¿Siempre, sin invitación, llegas y haces todo esto?

Milk se limitó a sonreír. Era una sonrisa tranquila, casi como si esperara esa pregunta desde el principio.

—Solo quería que el ambiente fuera un poco más agradable —respondió, sin perder esa calma.

Vegeta dejó escapar un leve resoplido, como si aquello le pareciera apenas una respuesta aceptable. Luego, tomó una servilleta y se limpió la comisura de los labios, antes de mirarla de nuevo con mayor seriedad.

—Bien —dijo, reclinándose ligeramente hacia atrás—. Entonces dime, ¿qué es lo que tenemos que hablar tú y yo?

Milk no contestó de inmediato. Su sonrisa desapareció gradualmente, transformándose en una expresión completamente distinta. Sus ojos adquirieron una dureza inesperada, fijos y penetrantes, con una intensidad que incluso a Vegeta le tomó por sorpresa. Sus labios se tensaron, y la ligera calidez que había mostrado hasta entonces se desvaneció, dejando solo una expresión amarga, casi enojada.

Vegeta, por un instante, simplemente la miró, notando cómo esa expresión traspasaba la barrera de su habitual actitud indiferente. Había algo en la forma en que lo miraba que lo desconcertó, aunque jamás lo admitiría. En ese momento, el aire se cargó de una tensión nueva, una que incluso a él le costaba definir.

—Me sorprende que sigas aquí, tan tranquilo, como si todo estuviera bien. ¿Acaso no te importa que tu preciosa Bulma y Goku estén otra vez envueltos en su... —hizo una pausa, como si estuviera eligiendo la palabra más punzante—...acto inmoral y repugnante? Me cuesta creer que tú, de todos, lo dejes pasar.

Vegeta la miró fijamente. Sus ojos no mostraban sorpresa, pero había un destello de análisis en ellos. Llevó su mano a la barbilla, casi como si estuviera considerando sus palabras con cuidado, y luego respondió con un tono que no intentaba ocultar su desprecio.

—¿Y tú, por qué crees que puedes venir aquí, atravesar mi puerta y hablarme de ese tema como si fuera asunto tuyo? —sus ojos se entrecerraron—. ¿Acaso no te asusta que tu atrevida intromisión te cueste la vida?

Milk no se inmutó. Le devolvió la mirada con una intensidad igual o mayor a la de Vegeta.

—¿Miedo? —preguntó con una ligera risa, cargada de sarcasmo— Yo no le tengo miedo a nadie, y menos a ti.

Esa respuesta hizo que Vegeta se enderezara en su asiento. No estaba acostumbrado a que lo desafiaran así, y menos alguien que consideraba como una mera figura secundaria en el gran juego. Pero ahí estaba ella, mostrando un carácter que no solo lo desconcertaba, sino que casi lo impresionaba.

—Curioso —dijo Vegeta, ladeando la cabeza ligeramente—. La mujer de Kakaroto no parece tener miedo a nada. Pero dime, ¿por qué estás aquí? ¿Por qué vienes a mí, sabiendo quién soy y de lo que soy capaz?

Milk sonrió, pero esta vez fue una sonrisa fría, sin rastro de diversión.

—Vine aquí porque a pesar de todo lo que dices ser, no has hecho nada. Los has dejado actuar como si no importara. Y si yo lo sé, tú también lo sabes.

Vegeta alzó una ceja, claramente sorprendido por la franqueza de Milk. Estaba acostumbrado a lidiar con guerreros arrogantes o con el ingenio afilado de Bulma, pero la intensidad de esta mujer era diferente. En lugar de responder con una negación, optó por inclinarse hacia adelante, apoyando un brazo sobre la mesa, y dijo con un tono calculador:

—Lo que yo sé es asunto mío, ¿acaso esperas que yo los separe? ¿Acaso quieres hacerles daño? — cuestionó con suspicacia.

—¿Separarlos? —Milk soltó una risa corta, seca— Ellos no deberían estar juntos, y si, quiero que paguen por todo lo que hacen, por su engaño y porque no se merecen estar juntos.

Vegeta la observó por unos segundos más. Su mente estaba trabajando rápido, analizando cada palabra. De repente, su tono cambió a uno más frío, más incisivo.

—¿Y por qué tanto interés en mi? —preguntó, entrecerrando los ojos— Si tanto quieres hacerlo, encárgate tu misma de eso, yo actúo bajo mis propios criterios y ahora no estoy interesado en eso—

Milk se quedó sorprendida, sin palabras, pensó que al ir y provocarlo el sentiría su orgullo lastimado y actuaría contra ellos...

—¿No te importa quedar como un idiota al que le pusieron los cuernos?— cuestionó Milk con sigilo, con intromisión desmesurada, deseosa de que estalle sin medir las consecuencias.

El comentario de Milk fue como una chispa lanzada en un campo de pólvora. Antes de que ella siquiera procesara el cambio, Vegeta había cerrado la distancia entre ellos. En un movimiento fugaz, la sostuvo del cuello, arrinconándola con fuerza contra la pared. Sus ojos se clavaron en los de ella con una intensidad abrasadora, y su voz, baja pero cargada de rabia contenida, resonó en el espacio.

—¿Cómo te atreves? —escupió entre dientes, la mirada fija, ardiente, ardiendo en ella como un látigo invisible.

Milk, aunque claramente afectada por el repentino cambio, no apartó la mirada. Su respiración era rápida, pero su rostro no mostraba miedo. Por el contrario, había un brillo desafiante en sus ojos.

—¿Cómo me atrevo? —replicó con una voz firme, a pesar de la situación—. ¡Es la verdad!

Vegeta apretó los dientes, luchando contra el impulso de estallar. Su voz, aunque más contenida, seguía siendo como el filo de una espada.

—No puedo creerlo —dijo, cada palabra goteando desdén— ¿Cómo es que te atreves a hablarme así? Tú, una mujer que se arrastra por la atención o por esos pateticos sentimientos de alguien que ni siquiera te quiere o le importas.

La frase golpeó con fuerza, pero Milk no cedió. En lugar de dejarse aplastar, sus manos se alzaron y, con una habilidad que Vegeta no había anticipado, se liberó del agarre. Sus movimientos eran rápidos y precisos, utilizando la fuerza justa para romper la llave que él había impuesto. Vegeta dio un paso atrás, más sorprendido que molesto, mientras ella recobraba el aliento.

Milk lo miró fijamente, con los ojos brillando de determinación.

—No te confundas, Vegeta —dijo, su voz clara y directa— Yo no soy una persona fácil de romper ni con todas las estupideces que dices. A mí no me vas a intimidar tan fácilmente.

El príncipe Saiyajin se quedó en silencio. Por un instante, solo la observó, como si tratara de entender quién era realmente esta mujer que se atrevía a desafiarlo. Su expresión se suavizó apenas, pero sus ojos reflejaban un desconcierto evidente. Era como si su mente estuviera procesando algo que no encajaba con lo que siempre había creído, aún así dejó que una sonrisa torcida se dibujara en su rostro. Era esa clase de sonrisa que destilaba desafío y desprecio.

—Estás completamente demente —dijo con voz baja, pero firme—. Ahora entiendo por qué el imbécil de Kakaroto no te aguantó.

Milk, en lugar de contestar de inmediato, se giró con calma, caminó hacia la mesa y tomó una manzana. Mordió un pedazo con deliberada lentitud, como si su indiferencia fuera la mejor respuesta posible. Lo miró de reojo mientras masticaba, y luego, sin rastro de duda, respondió:

—El es un idiota. En fin —hizo una pausa, soltando un suspiro mientras se cruzaba de brazos— Parece que me equivoqué contigo. No sirves ni servirás para nada.

Las palabras cayeron pesadas en el aire. Vegeta, de repente inmóvil, la observó con un destello peligroso en sus ojos. Su sonrisa torcida desapareció, reemplazada por una expresión que hablaba de pura incredulidad.

—¿Qué has dicho? —preguntó, su voz apenas un murmullo, pero cargada de una intensidad que parecía llenar todo el espacio.

Milk mantuvo su postura tranquila, aunque por dentro sabía que había tocado un nervio. Vegeta avanzó un paso, reduciendo la distancia entre ambos. Sus ojos, habitualmente duros, ahora la escrutaban con una mezcla de desafío y curiosidad, como si la estuviera estudiando de una manera diferente.

—Con que no sirvo para nada —dijo en un tono más bajo, casi susurrado, pero con ese filo que siempre cargaban sus palabras. Vegeta la miró a los ojos, luego dejó que su mirada se deslizara lentamente por su rostro, capturando cada detalle: la forma en que sus labios se apretaban después de morder la manzana, el leve brillo en sus ojos, esa expresión siempre cargada de fuego y desafío.

Sin embargo, lo que Vegeta veía no era solo desafío. Había algo más profundo, algo que estaba tratando de descifrar. Inclinó un poco la cabeza, como si analizara su rostro desde otro ángulo.

—¿Sabes qué? —dijo finalmente, su voz volviendo a subir, más directa—. Parece que tuvieras fuego por dentro. Ese tipo de fuego que te consume, que quisieras que ardiera hasta el final. Pero sabes qué veo en ti...

Milk, que mantenía su posición de aparente calma, lo miró con más atención, sus labios cerrándose en una línea firme. Vegeta sonrió, pero esta vez era una sonrisa más... calculada, casi provocativa.

—Veo cenizas. —Su voz era suave, pero sus palabras eran tan punzantes como siempre—. Solo cenizas. Porque por fuera muestras fuerza, pero por dentro solo eres una mujer amargada, seca, incapaz de dejar que algo nuevo nazca en ti.

Milk pestañeó, apenas perceptiblemente, y luego apretó la mandíbula. Vegeta notó el cambio. Por un instante, vio cómo esa fachada que ella llevaba con tanto orgullo se resquebrajaba, dejando entrever una fragilidad que jamás habría asociado con ella.

Fue entonces cuando Vegeta se detuvo, sin necesidad de decir más. Había logrado algo que ni siquiera había buscado de manera consciente: romper esa barrera.

Milk pestañeó, apenas procesando las palabras de Vegeta. Su reacción fue tan instantánea como su carácter impulsivo: levantó la mano con la intención clara de abofetearlo. Pero lo que no consideró fue que Vegeta no era Goku, ni alguien que se quedaría como un simple receptor de sus arranques.

Antes de que pudiera conectar el golpe, Vegeta sostuvo su muñeca con una velocidad que no le dio tiempo ni de reaccionar. En un movimiento fluido, la atrajo hacia él, acortando peligrosamente la distancia entre ambos. Su rostro estaba lo suficientemente cerca como para que Milk sintiera el calor de su aliento.

—Ni en tus sueños creas que voy a permitir que te atrevas a algo como eso —dijo Vegeta en un susurro bajo, pero cargado de amenaza.

Milk, impactada por la fuerza con la que él la sostenía, trató de zafarse.

—¡Suéltame! —exigió, mirando a Vegeta con furia.

Vegeta, en lugar de obedecer, torció sus labios en una sonrisa sarcástica.

—¿Qué te hace creer que puedes venir a mi casa, meterte en mi vida y tratar de imponer tus reglas? —dijo, con un tono más burlón que molesto.

—¡Suéltame inmediatamente! —volvió a exigir Milk, su voz elevándose.

En lugar de soltarla, Vegeta comenzó a reír. No era una risa cualquiera, era una risa maniática, como si la situación le pareciera tan absurda que no podía evitar burlarse.

—Creo que acabas de cometer el peor error de tu vida —dijo entre risas—. Venir aquí, confrontarme, provocarme...

Milk lo fulminó con la mirada, y sin contenerse, lanzó las palabras más hirientes que pudo encontrar:

—Eres un idiota. Un imbécil —escupió con desprecio— Ahora entiendo por qué Bulma te dejó.

El cambio en la expresión de Vegeta fue inmediato. Sus ojos, llenos de burla momentos antes, se oscurecieron. La tensión en la habitación aumentó cuando ella continuó:

—No hay punto de comparación entre Goku y tú. Él sí es un hombre, uno de verdad, sabe ser un caballero.

Las palabras resonaron en la cabeza de Vegeta. En ese instante, un torrente de recuerdos y emociones reprimidas afloraron. Pensó en Bulma, en todo lo que ella había significado para él. Recordó esos días en los que, pese a su orgullo, había bajado la guardia, había aceptado algo que nunca creyó posible: apego, conexión, algo más allá de la mera convivencia. Y luego, recordó cómo todo eso se había desmoronado, cómo ella lo había abandonado para estar con otro hombre. Y no cualquier hombre, sino Kakaroto.

El orgullo de Vegeta, el mismo que había sostenido contra enemigos imparables, estaba siendo desafiado en ese momento no por la fuerza, sino por las palabras mordaces de una mujer que conocía demasiado bien su historia. La idea de ser comparado desfavorablemente con Kakaroto lo consumía. No solo lo estaban rebajando como hombre, sino también como guerrero, como Saiyajin, como el príncipe que siempre había sido.

Y luego, esa palabra que Milk dejó caer con tanto desdén: "caballero". Vegeta no era un caballero. Nunca lo había sido. Había sido un conquistador, un sobreviviente, un guerrero de élite. ¿Desde cuándo alguien como Kakaroto, con su estupidez y su actitud dócil, podía eclipsarlo? La insinuación de Milk era una ofensa que no podía dejar pasar.

En ese momento, algo cambió en Vegeta. Esa comparación, ese comentario que en otro contexto podría haber ignorado, se sintió como una afrenta a todo lo que era. No era solo una cuestión de orgullo; era un ataque a su naturaleza como Saiyajin, a su identidad como el príncipe de una raza extinguida. Lo que Milk había dicho no era simplemente una provocación. Era una declaración de que, a sus ojos, Goku era más digno en todos los sentidos. Y eso era algo que Vegeta no estaba dispuesto a aceptar.

—¿Hombre de verdad? —repitió Vegeta, casi en un susurro. Sus ojos estaban más oscuros que nunca, y su agarre en el brazo de Milk se tensó ligeramente— Bien, entonces vas a conocer lo que significa estar con un saiyajin de clase como yo.

Una pausa tensa, mientras Vegeta la miraba con esa intensidad arrolladora que hacía imposible apartar la vista.

—Ahora vas a entender por qué Bulma se volvió loca por mí —dijo, acercándose aún más, reduciendo cualquier espacio entre ambos— y por qué, como sobras, se fue a buscar a Kakaroto, solo para intentar encontrar, aunque fuera en su mínima expresión, algo de la intensidad que yo le di.

Y sin más preámbulos, Vegeta la jaló hacia él. No hubo tiempo para protestas ni resistencias. Fue un movimiento repentino, lleno de toda la frustración, la rabia y la pasión que había contenido durante tanto tiempo. Vegeta inclinó la cabeza y la besó, uniendo sus labios a los de ella con una intensidad que Milk no pudo prever.

El beso no era delicado ni gentil. Era una explosión de emociones contradictorias: enojo, arrogancia, necesidad de demostrar su superioridad. Y aunque Milk inicialmente intentó resistirse, la arrolladora energía que emanaba de Vegeta, la forma en que la mantenía atrapada, acabó por romper su resistencia. Sus manos, que al principio habían intentado empujarlo, se relajaron lentamente, y al final, fue como si ambos se entregaran a la tempestad de ese momento.

Ella jamás había experimentado algo así, jamás había sentido que alguien toque de esa manera sus labios, imponga su presencia y la inunde como si fuera una sumisa que solo estaba para dejarse llevar y sin el mínimo control de la situación, simplemente era algo que nunca en su vida se imaginó.

El beso había terminado, pero la intensidad seguía suspendida en el aire. Milk estaba inmóvil, con los labios ligeramente entreabiertos, rojos e hinchados por la pasión de ese contacto inesperado. Su pecho subía y bajaba rápidamente, como si acabara de correr una gran distancia. Nunca en su vida había experimentado algo así. Cada parte de su cuerpo parecía vibrar con una energía desconocida, un calor que nunca antes había sentido.

Vegeta permanecía frente a ella, observándola en completo silencio. Su mirada no mostraba ni burla ni arrogancia en ese momento; solo la evaluaba con una calma que contrastaba con el torbellino que ambos acababan de vivir. Milk, por primera vez, no tenía palabras. No sabía cómo explicar lo que acababa de suceder, ni siquiera cómo explicar que no había luchado con todas sus fuerzas para detenerlo.

—Nunca antes habías sentido esto, ¿cierto? —la voz de Vegeta fue baja, casi un susurro, pero sus palabras atravesaron el silencio como una cuchilla.

Milk no respondió, pero sus ojos hablaron por ella. La sorpresa y la incertidumbre eran claras, reflejadas en la forma en que lo miraba, en cómo sus manos temblaban ligeramente sin que pudiera controlarlo. Vegeta se dio cuenta de inmediato. Había algo en su reacción que lo intrigaba, algo que le decía que esos labios, esa manera torpe de responder al beso, eran completamente nuevas. Era como si esos labios nunca antes hubieran sido tocados de esa manera, como si su respuesta fuera la de alguien que jamás había experimentado esa intensidad.

Milk abrió la boca, intentando articular algo, quizás una excusa, una explicación, una negación, pero Vegeta no le dio tiempo. En un movimiento pausado, pero seguro, se inclinó hacia ella y la besó nuevamente. Esta vez no hubo brusquedad, no hubo arrebato de rabia o necesidad de demostrar nada. Fue un beso que se movió con la intención de seducir, de invitarla a seguirle el ritmo.

Milk se sorprendió de lo distinto que se sentía este beso. Aún con el desconcierto y las emociones encontradas, no pudo evitar dejarse llevar nuevamente. La suavidad en la forma en que sus labios se encontraban, la manera en que Vegeta lideraba ese contacto con una seguridad que no admitía dudas, hacía que ella perdiera cualquier resistencia. No había lugar para excusas ni palabras, solo la sensación del momento.

Y así, por segunda vez, Milk se encontró completamente atrapada en algo que no sabía cómo detener. Una intensidad que no esperaba, que nunca antes había conocido, y que ahora parecía estar comenzando a comprender.

Milk, aún perdida en la intensidad del momento, terminó colocando sus manos sobre el pecho de Vegeta. No lo hizo con fuerza, sino con una suavidad que transmitía lo abrumada que se sentía. El gesto, aunque no era una orden directa, fue suficiente para que Vegeta diera un paso atrás, aumentando la distancia entre ambos.

Él la miró, con su respiración apenas alterada, pero sus ojos firmes y directos. Con una voz cargada de algo que ella no podía identificar del todo, Vegeta pronunció unas palabras que resonaron en su interior como un eco doloroso:

—Ahora sí es tu turno de que lo odies con todas tus fuerzas. Porque todo este tiempo te privó de esto.

Milk parpadeó, tratando de encontrar las palabras, pero no le salía nada. Él continuó, su tono no era burlón, sino casi solemne, como si estuviera dictando una verdad absoluta:

—Esto es lo que se siente estar con alguien que realmente le importas. Solo te lo he mostrado, pero si él nunca te hizo sentir esto... entonces nunca le importaste realmente.

Fue entonces cuando sintió que algo en su interior se rompía. Una grieta que ya estaba ahí, pero que ahora se hacía más profunda, como si un peso invisible hubiera aplastado las últimas barreras que quedaban. Sus manos, que antes habían intentado alejarlo, ahora simplemente se retiraron. Y mientras él daba un paso más hacia atrás, ella sintió que no podía permanecer ahí ni un segundo más.

Sin decir una palabra, sin siquiera mirarlo, Milk giró sobre sus talones y salió corriendo. Sus pasos eran rápidos, casi desesperados, pero aún mantenía la compostura suficiente para no derrumbarse. No frente a él. No frente a nadie.

Vegeta, inmóvil, la vio salir de la casa. No hizo ningún intento por detenerla. Se quedó de pie, observando cómo su figura se perdía más allá de la puerta, y dejó que el silencio llenara el vacío que ella dejó. Por un momento, la tensión se disolvió, pero en su lugar quedó algo más profundo: una sensación de reflexión que parecía pesarle tanto a él como a ella.

Milk siguió corriendo, sin detenerse, con cada paso sintiendo cómo el nudo en su pecho se hacía más grande. Por fuera, su rostro permanecía inmutable, pero por dentro, las palabras de Vegeta seguían martillando una y otra vez. Y aunque no permitió que las lágrimas salieran, su corazón roto se hacía cada vez más evidente.

Cuando Milk llegó a su casa, la soledad del lugar le dio un pequeño respiro. Goten estaba en la escuela, y no había nadie que pudiera verla. Cerró la puerta detrás de ella, recostándose contra la madera fría, sintiendo que sus piernas temblaban bajo el peso de todo lo que acababa de ocurrir.

Sin más, se dejó caer, sus rodillas golpeando suavemente el suelo. Por un momento se quedó inmóvil, sus manos temblorosas apoyadas contra el suelo, mientras un nudo en su garganta se hacía cada vez más grande. Y entonces, como una presa que finalmente cede, las lágrimas comenzaron a correr por su rostro. Un llanto silencioso al principio, pero que poco a poco se convirtió en sollozos que resonaban en la quietud de su hogar.

No lloraba porque se sintiera ultrajada. No lloraba porque creyera que había sido víctima de algo injusto o cruel. No. Su dolor venía de otro lugar, uno más profundo, más complicado. Vegeta había desnudado una verdad que ella no había querido enfrentar: nunca antes había experimentado lo que significaba ser deseada, ser buscada con esa intensidad. Y aunque sabía que el beso de Vegeta solo representó la hipótesis de lo que el quiso demostrar, al final solo fue una confirmación, de ese interés que en toda su vida con Goku nunca existió, no fue ingenuidad, fue desinterés.

Nunca Goku la había mirado así, nunca la había besado con esa pasión arrolladora. Nunca había sentido que él realmente la colocara en un lugar de prioridad. Ahora, mientras su mente se llenaba de recuerdos, comenzó a imaginar a Goku con Bulma. Visualizó las sonrisas que él le daba, las miradas, los momentos en los que él probablemente le entregaba todo lo que a ella nunca le ofreció.

Era como si una tormenta interna la estuviera deshaciendo. Se abrazó a sí misma, con las lágrimas cayendo sin control, sus hombros temblando con cada sollozo. En ese instante, no pudo evitar compararse con Bulma, imaginando lo fácil que debía ser para ella recibir todo eso, mientras que Milk, en toda su vida, nunca había sido tratada así.

Y ahí, en el suelo frío de su casa, rodeada por el silencio, se enfrentó a esa cruda realidad: nunca había sido deseada de esa manera, nunca había sido la prioridad de nadie. Vegeta había dicho las palabras exactas para desarmarla, para hacerla sentir algo que no sabía que le faltaba, y ahora, con la casa vacía, dejó que todas esas emociones la consumieran.

CONTINUARÁ...

Holaaaaaa lectores!

Como están? Como los está tratando el 2025?

:D espero que súper bien, les comento que aquí va otro capítulo con el fin de que no piensen que me olvido de ustedes.

Espero les haya gustado, si es así, déjame leerte en los comentarios, no sean tímidos!

Nos vemos pronto

AMAPOL