Disclaimer:los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer, la historia pertenece a Li.

El vuelo de la mariposa

Capítulo final

.

.

La habitación estaba en silencio, pero no era un silencio tranquilo. Era pesado, denso, cargado de los recuerdos de lo que había sucedido entre nosotros. Aun con las sábanas blancas enredadas en mis piernas no sabía si lo que acababa de pasar era amor o desesperación, pero se sentía como ambas cosas a la vez.

El aire estaba impregnado del olor del whisky que Edward había bebido antes de llegar a mi puerta, mezclado con el perfume que yo siempre usaba. Sabía que él lo reconocía, aunque nunca lo había dicho, me olía con desesperación y anhelo. Era como si se hubiera quedado grabado en su memoria, como todo lo que alguna vez compartimos. Esto se había vuelto habitual entre nosotros desde aquella primera noche que compartimos, hace dos semanas, Edward se emborrachaba, venía hasta mi, hacíamos el amor de forma desenfrenada y al despertar ya se había ido sin despedirse, sin una palabra, sin una nota… ¿me arrepentía? Por supuesto que no, sabía que tenía un compromiso con la zorra de Tanya pero ella lo había traicionado primero, ella aún lo engañaba de una forma cruel, tampoco yo me creía una santa y mártir porque estaba lejos de serlo pero nunca le había mentido.

Sobre la mesita de noche vi su botella, a medio vaciar, y su camisa tirada en el suelo. Recordé cómo sus manos temblaron al desabotonarla, cómo esa furia que siempre llevaba por dentro parecía deshacerse al tocarme. Pero también estaba su rabia contenida, esa mezcla de anhelo y resentimiento que parecía acompañar cada caricia, cada beso desesperado que compartimos esa noche. Aunque su respiración era tranquila y su rostro relajado, me dolía verlo así, porque sabía que esa paz que reflejaba no era real. Nunca lo había sido, no desde que lo dejé escapar. Él no lo sabía, pero cada día desde entonces había cargado con el peso de mi decisión, y con el del amor que aún sentía por él.

– Te amo, Edward. Nunca dejé de amarte, ni un solo día. Incluso cuando me odiabas, incluso cuando intentaste borrarme de tu vida.

Mis palabras salieron apenas audibles, pero las sentía como si fueran gritos dentro de mí.

Dejé escapar un suspiro tembloroso sintiendo cómo una lágrima resbalaba por mi mejilla.

– Solo quiero que seas feliz, Edward. Incluso si no es conmigo. No puedo seguir viéndote así, perdido, atrapado en una vida que no te pertenece. Tú mereces más, mereces la verdad.

La habitación estaba en caos, igual que yo. Las almohadas tiradas por el suelo, y una lámpara parpadea en el rincón, como si también estuviera a punto de apagarse. Me levanté lentamente, dejando las sábanas atrás, y caminé descalza hacia la ventana. El cristal estaba frío contra mi frente cuando apoyé mi cabeza en él.

— Ojalá pudiera volver atrás. Ojalá pudiera cambiarlo todo —susurré, mientras mi aliento empañaba el vidrio.

Cerré los ojos por un momento sintiendo el desazón que la situación me estaba provocando. Abrí mi bolso, sacando la libreta de bocetos y un lápiz. El dibujo de nuevos diseños siempre era mi consuelo cuando no sabía qué más hacer, cuando mi cabeza estaba demasiado llena y mis pensamientos necesitaban salir.

Lo miré una vez más, seguía dormido, ajeno a mis pensamientos, a mis luchas internas. Me preguntaba si alguna vez entendió cuánto lo amaba, incluso cuando elegí mis sueños. Tal vez no. Tal vez nunca lo sepa.

.

.

.

El sonido de la máquina de coser era lo único que llenaba el taller, mientras mis dedos, cansados, terminaban de ajustar los últimos detalles al vestido de novia. El mismo vestido que, con tanta dedicación, creé para ella: Tanya. Era casi irónico, ¿no? Yo, la que alguna vez amó a Edward como nadie más podría, ahora era la que le hacía el vestido a la mujer que, de alguna manera, se interponía entre nosotros, entre lo que pudo haber sido y lo que jamás sería.

La puerta se abrió de golpe, y ahí estaba, radiante, con su sonrisa perfecta y ese aire arrogante que no podía evitar mostrar. Tanya. La mujer que creía tenerlo todo, que había conseguido lo que yo perdí. En sus ojos, podía ver la emoción de la inminente boda, el sueño de cualquier chica que espera con ansias su "felices para siempre". Pero yo sabía su secreto y no me quedaría callada.

– ¿Ya está listo? –Su voz era melosa, como si hablara de cualquier cosa trivial, como si no estuviera haciendo lo que ella creía que era un sueño hecho realidad.

– Sí –respondí, sin mirarla a los ojos, pero con la seguridad que me daba haber completado mi trabajo. Ya no era esa chica tímida que ella conoció en el instituto, ahora era otra, más fuerte, más dura–. El vestido está listo.

Le entregué el vestido con una calma inquietante, sonriendo mientras mi interior hervía de rabia contenida. No podía creer lo que estaba a punto de hacer, pero sentía que era lo único que podía hacer para liberarme de toda la mierda que ella había estado sembrando en la vida de Edward, de mi vida.

Tanya lo miró, recorriéndolo con los ojos, pero antes de que pudiera dar un paso más, la detuve. No iba a dejar que se fuera tan fácilmente. No antes de que se enfrentara a la realidad. No antes de que supiera quién realmente tenía el control aquí.

– Pero antes de que lo lleves... –mi voz salió plana, sin emoción–. Hay algo que tienes que saber.

Ella me miró confundida, pero su actitud no cambió. Era tan arrogante, tan convencida de que nada podría derribarla. Y sin embargo, no sabía lo que iba a hacer.

– ¿Qué pasa? –Su voz sonaba como si estuviera hablando de cualquier trivialidad. Estaba tan segura de sí misma que ni siquiera se dio cuenta de lo que estaba a punto de suceder.

La rabia dentro de mí se desbordó, y la verdad salió de mis labios con una crueldad tan fría que sentí un escalofrío recorriéndome.

– Sé lo que hiciste, Tanya. Sé cómo te aprovechaste del dolor de Edward. El falso embarazo, tus mentiras… Todo para manipularlo cuando estaba roto por mi ausencia –mis palabras fueron directas, certeras, y vi cómo se tensaba al escucharlas.

– ¡Estás loca, Bella! –replicó Tanya con veneno en la voz, su desprecio se podia percibir– te estas inventando estas patrañas para separarme de Edward. ¿De verdad crees que te va a mirar dos veces? Eres una sombra en su vida, y lo sabes.

Tanya rió, una carcajada cruel, diseñada para desmoronar a cualquiera que la enfrentara. Pero yo no era "cualquiera".

– No voy a guardar tu secreto, querida –respondí con calma, llevando una mano a mi pecho, como si lamentara profundamente lo que estaba por decir–. ¿Qué opinas, Tanya? ¿Bastará una pequeña semilla de duda en la mente de Edward para arruinar tu gran boda? —Me acerqué a ella, como compartiendo una confidencia–, porque, querida, aún me ama. Y lo sabes.

– ¡Qué adorable, Bella! Ve y cuéntale, él no va a creer en una mujer que jugó con sus sentimientos, ¿De verdad crees que me importa lo que él sienta por ti? Él nunca te va a perdonar, ilusa –respondió con esa arrogancia que tanto la caracterizaba–. Edward me eligió a mí. Y tú… bueno, tú eres el pasado. Un pasado que ya está muerto, querida. Quien va a llevar su apellido soy yo

– Qué graciosa eres, Tanya –le respondí con una sonrisa engreída, mi voz más fría de lo que jamás había imaginado–. Te sientes tan segura, tan perfecta... pero acaso sabes lo que hace tu prometido mientras tu te vas a la cama a soñar con tu fantástica boda? Porque, Edward no duerme contigo o me equivoco?

La furia en su rostro era evidente, pero detrás de esa furia, lo que realmente veía era miedo. Un miedo palpable, un miedo que nunca había estado en su rostro antes, porque no podía enfrentar lo que le estaba diciendo, aún así trataba de ocultarlo con una sonrisa fingida

– ¿Acaso crees que me importa lo que Edward puede hacer con una puta como tu? –sonrió–, no eres la primera ni la única zorra con la que él se ha acostado en todos estos años, ¿no habías dicho que un hombre solo necesita unas piernas abiertas? –preguntó con ironía

– Oh, no las he olvidado, Tanya –mi sonrisa se amplió, casi burlona‐ tú eres la encarnación perfecta de esa afirmación. Pero hay una diferencia: jamás conocerás el amor y la pasión de Edward como yo lo he hecho.

Ella lo sabía. Sabía que lo que estaba diciendo era cierto. Sabía que, a pesar de su boda, ella nunca sería más que una sustituta en la vida de Edward.

– Y ahora… –dije, mirando el vestido que había sido mi obra maestra–. No tendrás el placer de vestir mi hermosa creación

Con una rapidez casi salvaje, tomé el vestido y lo rasgué con mis propias manos. El sonido de la tela desgarrándose fue como música para mis oídos. Cada hilo que se rompía representaba todo lo que había destruido en su vida, todo lo que había manipulado. Y no me arrepentí.

Vi su rostro perder color, pero no me detuve. No iba a dejar que se saliera con la suya.

– ¡Eres una perra, Bella! –Gritó, sus ojos ardiendo de furia, pero yo no me inmute. Había vivido lo suficiente para que una zorra embustera pudiera dañarme con sus palabras.

Mi risa fue cruel. No era una risa de burla vacía. No. Era una risa llena de verdad, una verdad que ella no podía soportar.

– Sí, soy una perra, ¿y sabes qué? –Me acerqué a ella, sintiendo cómo mi voz se volvía más cruel con cada palabra que salía de mi boca–. Soy la perra con la que Edward busca consuelo por las noches. Cada vez que se emborracha para olvidar el calvario que significa pensar en tener una vida junto a una arpía como tú, acude a mi, nos perdemos en los brazos y las caricias del otro, con ese arrebato pasional que siempre nos ha caracterizado y que tú –dije poniendo mi índice en su pecho–, no tienes ni la menor idea, querida –vi sus ojos aguarse de coraje–. No eres más que una muñeca rota y tonta que cree que puede reemplazarme pero estás tan equivocada –dije con desdén– soy yo quien siempre estará en su mente y corazón, incluso cuando tú creas que lo has atrapado.

Tanya se quedó allí, paralizada, mirando el desastre que acababa de causar. La rabia brillaba en sus ojos, pero también veía el pánico. Sabía que Edward lo descubriría. Sabía que esto no podía quedar así.

Antes de que pudiera reaccionar, me di la vuelta y me dirigí hacia la puerta.

– ¿Sabes, Tanya? ‐ dije en un susurro venenoso‐ Cuando Edward descubra lo que has hecho, no seré yo quien lo destruya. Serás tú. Tú serás su mayor error, y yo… yo seré quien lo salvó de ti.

Y sin mirar atrás, salí del taller, dejándola allí, sola, con el vestido arruinado y la verdad destrozando todo lo que había construido.

.

.

.

Estaba sentada en mi oficina, las luces tenues iluminando las hojas dispersas sobre mi escritorio, mientras mi mente era un caos. Cada rincón de mi mente estaba ocupado por él, por Edward. Su actitud me confundía, seguía buscándome por las noches y sentía cuánto me amaba aún pero al mismo tiempo sentía que se estaba destruyendo y no sabía cómo ayudarle, le había pedido perdón de mil formas pero parecía nunca ser suficiente y yo estaba sin energías para continuar con esta relación que habíamos desarrollado en las últimas semanas.

De pronto, la puerta de mi oficina se abrió sin previo aviso, Renata entró con una sonrisa radiante y su energía que, en ese momento, me parecía tan distante e inalcanzable.

– Bella, tengo algo increíble que decirte –dijo con entusiasmo, mientras sostenía unos papeles en sus manos.

Suspiré profundamente, aún atrapada en mis pensamientos. Renata, sin embargo, no parecía notar la tormenta que había en mi interior.

– Te han elegido, Bella. Como diseñadora en ascenso para presentar tus modelos en La Semana de la Moda de París. ¡Es una gran oportunidad!– dijo ella, con ojos brillantes de emoción.

Y ahí estaba, la noticia que había esperado toda mi vida, aunque me llenó de una alegría inmensa, también me hizo sentir la soledad que rondaba en mi pecho, nunca me arrepentiría de lo que había elegido, de mi carrera, de mis logros, pero había un hueco que dolía en mi interior, como una pequeña espina que no mata pero lastima. París... la ciudad donde siempre había soñado estar, rodeada de creatividad, de luces, de arte. Y sin embargo, en ese preciso instante, me di cuenta de lo que realmente necesitaba. Quería escapar, dejar atrás todo lo que me ataba a este lugar, a esta vida que se había enredado con promesas rotas, con amores no correspondidos y con secretos no revelados.

El contraste de mis sentimientos me aplastaba. Quería gritar, quería llorar, pero en lugar de eso, sonreí, como siempre hacía cuando algo importante ocurría en mi vida profesional, aunque el dolor seguía apretándose el pecho.

– Gracias, Renata. Es... es increíble –respondí, mi voz algo temblorosa, pero contenida y no mentía, esa gran oportunidad me hacía sentir orgullosa de mi misma. Renata parecía no notar la tormenta interna que se desataba en mí. Su entusiasmo era tan genuino, además de ser mi jefa, había encontrado en ella una buena amiga. Y en medio de ese momento de alegría, comprendí que esta oportunidad, París, era mi única salida. Mi única forma de alejarme de todo lo que me estaba destruyendo. Estaba decidida, aunque mi corazón aún sangraba por las noches frías en las que compartía mi cama con un Edward borracho, sabía que esto era en su beneficio también. Lo amaba pero también sabía que lo estaba destruyendo.

— París... —musité para mí misma, como una forma de aferrarme a esa luz en la oscuridad. Quizá allí encontraría algo de paz, quizá podría finalmente reconciliarme con mis sueños y dejar atrás todo lo que no podía controlar. De todo lo que tenía que decir y que no sabía cómo decirlo.

Unos toques en mi puerta llamaron la atención, con entusiasmo renovado le indique a la persona detrás de la puerta que podía pasar, creyendo que eran algunos de mis compañeros que venían a felicitarme. Que equivocada estaba, cuando la puerta se abrió, hizo acto de presencia la siempre elegante… Esme Cullen.

.

El ambiente en la cafetería era tenso, a pesar de la suavidad de los murmullos de otros clientes y el tenue sonido de la lluvia golpeando las ventanas se filtraban en el espacio. Frente a mí, Esme se sentaba con la espalda recta, sus manos perfectamente entrelazadas sobre la mesa, pero sus labios, normalmente curvados en una sonrisa amable, estaban apretados en una fina línea.

Podía sentir la leve frialdad en su mirada, no hostil, pero sí distante, como si hubiera levantado un muro entre nosotras que no estaba allí antes. No era habitual verla así, pero sabía que esta conversación no sería fácil.

– ¿Tanya te llamó para quejarse contigo?

– Bella cariño, no sé qué esperas conseguir con esto‐ dijo finalmente, su tono bajo, pero cargado de firmeza–. ¿Hacerle más daño? ¿Eso es lo que quieres?

Su comentario me atravesó como una flecha. Sabía que no lo decía para herirme, pero aun así lo hizo. Respiré hondo, tratando de mantenerme calmada, aunque la intensidad de mis emociones amenazaba con desbordarse, no pretendía ser grosera con ella, siempre fue una mujer a quien admiraba y el cariño que sentía por ella no había cambiado a pesar de su actitud fría hacia mí.

– No se trata de hacerle daño, Esme –respondí, tratando de que mi voz no temblara–, se trata de que Edward merece saber la verdad.

Ella negó con la cabeza, casi con un toque de frustración, algo que raras veces había visto en ella.

– ¿Y para qué? –preguntó fijando sus ojos en los míos–. ¿Para qué decirle algo que lo destrozará? ¿Crees que va a agradecerte por eso, Bella? Porque déjame decirte algo: no lo hará. Está molesto contigo y esto… esto solo empeorará las cosas.

Sus palabras tenían una dureza que no esperaba, y sentí un nudo formarse en mi garganta. Pero no iba a retroceder. No esta vez.

– Esme, sé que está molesto conmigo. Lo sé. Pero no puedo quedarme callada sabiendo lo que sé. Tanya lo engañó, lo manipuló para quedarse con él, y tú sabes tan bien como yo que Edward nunca habría estado con ella si no fuera por esa mentira.

Ella apoyó las manos sobre la mesa, dejando escapar un suspiro largo.

– Lo sé, Bella, lo sé. Pero eso no cambia el hecho de que ya ha sufrido tanto. Se lo que Tanya es, todos lo sabemos, pero ahora mi hijo quiere formar una familia, una familia que quería contigo y lo dejaste, entonces, me preguntó: ¿No es suficiente? ¿De verdad necesitas agregar más a su dolor? –cada palabra que salía de su boca hablaba de una madre preocupada por su hijo pero también eran dagas a mi corazón–. Edward no podría soportar el hecho de que las mujeres en su vida le destrocen, por lo menos a Tanya no la ama y sabe lo que esperar de ella, pero tu cariño, tu lo destrozaste por completo y perdóname, pero como madre solo quiero el bienestar de mi hijo y no recoger de nuevo los pedazos que queden de él.

Había una mezcla de enojo y tristeza en su voz, y entendí que no hablaba solo por Edward. También estaba molesta conmigo. No por lo que había pasado hace cinco años, sino porque ahora estaba dispuesta a remover heridas que ella creía que era mejor dejar en paz.

– Esme, él merece la verdad, aunque duela. Es cierto, yo lo dejé y quizá me equivoqué, no hice las cosas como debía hacerlas, pero, ¿acaso lo que ha hecho Tanya es mejor? Esme, yo nunca lo engañé, equivocada o no, siempre fui sincera y directa, no me aproveché de él, no jugué con él. Me juzgas por mis acciones cuando yo era una chiquilla sola y desesperada que actuó por instinto buscando un futuro mejor, pero, ¿qué sucede con Tanya que ha mentido durante años y se ha aprovechado del anhelo de Edward por tener estabilidad en su vida? ¿Ella ha sido mejor que yo?

Ella frunció el ceño, algo que raras veces hacía, y sentí como si el aire a mi alrededor se hiciera más denso.

– ¿Y si le dices la verdad y lo pierdes para siempre, Bella? ¿Estás preparada para eso? Porque no se trata solo de Edward sabiendo la verdad. También se trata de ti, de lo que quieres de él. Al final si lo haces, solo estarás siendo egoísta.

Me quedé en silencio por un momento, no porque dudara de mi decisión, sino porque las palabras de Esme golpearon una verdad que ya había enfrentado en soledad. Sí, podría perderlo para siempre. De hecho, era lo más probable…

– Si lo pierdo, lo aceptaré –dije finalmente, con voz firme aunque mi pecho dolía–, pero, prefiero perderlo sabiendo que hice lo correcto a quedarme callada y verlo vivir una mentira.A eso Esme, se le llama amar de verdad.

Esme se reclinó en su silla, cruzando los brazos. Su mirada aún era dura, pero había algo más allí ahora: cansancio.

– Eres tan testaruda como siempre –murmuró, más para sí misma que para mí.

Me mordí el labio, sintiendo la tensión en mis manos mientras apretaba los puños sobre mi regazo.

– No es testarudez, Esme. Es amor. Y si tú no puedes entender eso, entonces creo que no tenemos nada más de qué hablar.

La dureza en mis propias palabras me sorprendió, pero no me arrepentí. Sabía que Esme amaba a Edward como solo una madre podría amar a su hijo, pero lo que yo sentía por él también era amor, aunque fuese diferente. No podía permitir que ella me convenciera de callar, no cuando sabía que decir la verdad era lo correcto.

Esme me miró durante lo que pareció una eternidad antes de suspirar y dar por terminada nuestra charla.

– Solo espero que cuando todo esto termine, no lo hayas perdido todo, Bella. Porque Edward… él no perdona fácilmente, y eso, no lo olvides.

– Lo mismo digo para ti también, Esme. Exactamente lo mismo.

Sus palabras se quedaron grabadas en mi mente mientras salía de esa cafetería dejando a una Esme confundida y molesta. Pero en mi corazón sabía que no podía hacer otra cosa. Edward merecía la verdad, incluso si eso significaba que nunca podría perdonarme.

.

.

.

Las luces del salón brillaban con una intensidad que parecía competir con las estrellas sobre París. Mis diseños, mi alma hecha tela, desfilaban frente a los ojos atentos de la élite de la moda. Cada modelo era un reflejo de mí misma, de las piezas rotas que había logrado ensamblar tras años de lucha, de amor perdido y de mi resurrección como mujer y creadora.

El primero de mis diseños era una declaración de poder: un vestido de seda negra, con cortes asimétricos que dejaban entrever la piel de forma atrevida, como si quisiera decirle al mundo: "he estado rota, pero aquí estoy, intacta." El segundo, un vestido de tul gris perlado, con bordados delicados que parecían ser ramas ramas desnudas en una tormenta. El tejido fluía como una niebla alrededor de la modelo, mientras pequeños cristales cosidos a mano reflejaban la luz, era un tributo al frío que había sentido en mi corazón durante tanto tiempo, pero también al brillo que aún no estaba dispuesta a dejar morir. El tercero, y el más personal, era un vestido en tonos rojos y naranjas, parecía un fuego que envolvía en cada paso a la modelo. Las plumas bordadas a mano en degradado simbolizaban un ave fénix renaciendo de las cenizas. Cuando lo diseñé, pensé en mí misma, pero esa noche, al verlo en la pasarela, solo podía pensar en Edward. Él era el incendio que me había consumido y la chispa que aún me mantenía viva.

Aplausos interminables sonaron por el recinto, pero yo no escuchaba. Mi mente estaba lejos, enredada en pensamientos que me consumían y no dejaban que disfrutará al máximo de mi éxito.

Esme había sido clara. –No lo hagas, Bella –me dijo, su voz cargada de autoridad y un dolor que intentaba esconder. –Edward ya ha pasado por suficiente. Decirle ahora, cuando está a punto de casarse, solo le traerá más sufrimiento. No seas egoísta.

Mientras el salón estallaba en celebraciones, yo me deslizaba hacia un rincón, lejos de las cámaras y las felicitaciones. Tomé una copa de champán y observé a mi alrededor, viendo cómo todos admiraban mi éxito. No significaba nada si no podía compartirlo con él. No significaba nada si sabía que él estaba allá, en Nueva York, atrapado en una vida que no anhelaba en realidad.

No podía cumplir el pedido de Esme. Por más que entendiera sus razones, por más que ella creyera que estaba protegiéndolo, sabía que mi silencio solo prolongaría su sufrimiento. Edward merecía saber la verdad. No importaba si me odiaba por ser quien se la dijera, no importaba si eso significaba que lo perdería para siempre. Porque amarlo no era quedarme al margen mientras otros jugaban con su vida. Amarlo era salvarlo, incluso si eso significaba romperle el corazón una vez más.

Con esa decisión salí del salón sin mirar atrás, dejando los aplausos morir a mis espaldas.

París podía esperar.

Mi éxito podía esperar.

Edward no.

.

.

.

La lluvia caía con furia sobre Nueva York, empapando todo a su paso. Cada gota parecía un latido acelerado de mi corazón mientras corría por las calles mojadas, mi maleta golpeando mis piernas y mi cabello pegándose a mi rostro. No importaba el frío, el viento ni el caos a mi alrededor. Estaba decidida. Tenía que verlo, aunque me doliera, aunque me rompiera de nuevo.

El hotel Baccarat resplandecía ante mí, lujo de ese lugar contrastaba con mi estado…empapada, temblando y con el corazón en pedazos. Subí al ascensor en silencio, sintiendo el peso de las palabras no dichas, de las decisiones mal tomadas. Mi mano temblaba mientras tocaba la puerta de su suite. Cuando se abrió, ahí estaba él: Edward Cullen, el hombre que siempre había sido mi todo, tan guapo como siempre, su hermosura dolía, lo amaba tanto y no podía comprender cómo viví tantos años sin él.

–¿Bella? –Su voz era un susurro lleno de sorpresa y algo más, algo que no podía descifrar–. ¿No estabas en París?

–Necesito hablar contigo –dije rápidamente, entrando sin esperar invitación. Mi corazón latía con fuerza, sabiendo que lo que iba a decir podría cambiarlo todo.

Él cerró la puerta y se giró hacia mí, su rostro reflejando cansancio, dolor y, quizás, algo de esperanza

–¿Qué haces aquí? No es un buen momento.

–¿Qué sucede? –Pregunté, adelantándose un paso. Su expresión era una mezcla de cansancio y algo más profundo, como si estuviera al borde de quebrarse.

– Terminé con Tanya –soltó de repente, como si esas palabras hubieran estado atoradas en su garganta durante demasiado tiempo.

Mi cuerpo se congeló. Lo miré sin saber cómo reaccionar. No era lo que esperaba escuchar, y al mismo tiempo, no entendía por qué sentía que las palabras me golpeaban de una forma tan extraña.

– ¿Qué? –Logré decir después de un largo silencio. Mi voz apenas era un susurro.

– Tanya y yo… –hizo una pausa, pasándose las manos por el rostro. Sus ojos se encontraron con los míos, y vi en ellos un dolor profundo—. Nunca tuvimos lo que podría llamarse una relación real. Estos años son más bien algo de idas y venidas. Sabía que Tanya tenía sus amoríos y no me importaba porque nunca la amé. Buscaba estabilidad en mi vida, Bella, algo a lo que aferrarme, durante años me sentí vacío, solo, quería encontrar algo que fuese mío, un lugar al que llegar y amar… algo que pensé que no podía tener contigo. Pero nunca la amé. Jamás. Tanya no puede tener hijos, ¿sabes?, sufrió un aborto y quedó estéril. Me he culpado durante años porque no estuve con ella cuando me necesitó y aunque nunca confirmé si ese bebé era mío, ¿Qué pasa si lo era? ¿Murió mi hijo y yo fui tan frío con su madre? Tanya no me ama realmente, ama lo que representa estar conmigo, pero no ama lo que soy en realidad. Pero Bella, ¿cómo voy a juzgarla si yo tampoco estoy con ella por amor? Ambos queremos lo mismo: un hijo y ya, asi era de fácil hasta que te encontré de nuevo. –Edward hablaba desde el dolor y eso me rompía a mi también–. Cuando te volví a ver, ya nada pudo ser igual. No podía seguir atado a ese compromiso.

Su confesión me dejó sin palabras. Todo lo que creí sobre él, sobre ellos, se desmoronó en un instante.

– ¿Cómo se lo tomó ella?

– Al principio me recriminó por usarla a mi conveniencia, aunque estoy convencido que fue por ambas partes. La verdad es que no me importa lo que ella piense, la corrí de mi habitación sin más.

Luego una sonrisa triste se pintó en su maravilloso rostro

– ¿Rompiste su vestido? –en sus ojos parecía haber un dejé de diversión que era casi imperceptible.

– Lo hice –admití presumida– había prometido no interferir en tus decisiones pero… –tenía que decirlo aunque la situación no fuese la ideal, tomé aire, intentando mantener la compostura–. Me enteré de algo, Edward…

Su expresión cambió. Sus ojos, que siempre parecían leerme mejor que nadie, ahora estaban llenos de incertidumbre.

– ¿Qué es, Bella? ¿Qué podría ser tan importante como para que vinieras aquí, así?

Tomando aire confesé lo que había guardado por tantos días

– Tanya nunca estuvo embarazada, todos estos años te ha mentido y ha llegado el momento en que sepas la verdad.

Su rostro de inmediato cambió como si hubiera sufrido un golpe. Su cabeza giró como si se tratara de un robot.

– ¿QUÉ QUIERES DECIR BELLA? –preguntó de forma alterada sujetándome por los brazos

– Cálmate por favor…

– ¡NO PUEDO! ¡Quiero que me expliques ahora mismo porque estás asegurando algo muy serio, Bella! ―dijo, soltándome y pasando sus manos por su cabello despeinado.

Parecía un león enjaulado cuando comencé a contarle todo, desde que me había enterado hasta el día de ahora. No omití detalles, le confesé lo que me había dicho Renee, así como mis interacciones con Tanya y la intervención de su madre.

– ¡Aaaaah! –un grito resonó en la habitación. Edward de un manotazo había tirado al piso todo lo que se encontraba en la mesita del café, el ruido de los cristales rotos eran un reflejo de lo que sucedía en su interior.

– ¿Por qué, Bella? ¿Por qué todo, todos…? –y no pudo hablar más. A esto se refería Esme cuando me advirtió del daño que haría la verdad a Edward. Sabía lo que podría ocurrir, las mujeres en su vida le habíamos hecho daño cuando jurábamos amarlo, él siempre fue un buen chico y todas habíamos contribuido a su confianza. Tanya, su madre y yo éramos culpables de que ahora él tuviera su corazón roto.

Lo abracé, sintiendo sus lágrimas en mi pecho y las mías también. Lo amaba más que a mi vida y estaba dispuesta a hacer lo que sea para hacerlo feliz, ya sea a su lado o desapareciendo de su vida. Aceptaría lo que Edward decidiera que lo haría feliz, había llegado el momento en el que él tomara las decisiones en su vida. Lo había marcado primero yo cuando lo abandoné, luego Tanya con su engaño y por último, Esme que representaba el mayor dolor que Edward estaba sintiendo en este momento, bien lo había dicho: de Tanya esperaba cualquier cosa pero no de su madre.

Con el paso de las horas, Edward se tranquilizó, le había intentado explicar las razones de Esme, no sabía si las había entendido o simplemente lidiará con ella después, simplemente no dijo nada. Pero ahora había otra verdad que Edward debía saber.

– Volví, Edward.

– ¿Qué? –preguntó confundido levantando su cabeza de mi regazo

Lo miré fijamente, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con escapar. No había marcha atrás.

– Después de que te dejé… después de que rechacé tu propuesta de matrimonio… volví, Edward. Regresé a buscarte

Sus ojos se ensancharon.

– ¿Qué estás diciendo?

– Me equivoqué –confesé, mi voz temblando–, pensé que irme era lo mejor para ambos, no quería condenarte a cargar conmigo mientras yo vivía frustrada por no poder superarme como anhelaba hacerlo. Creí que al final ambos terminariamos hartos del otro, pero estaba equivocada. Nada en mi vida tenía sentido sin ti. Así que tres meses después, volví a Forks, a tu casa, para explicarte lo que había pasado, para decirte que había cometido un error.

Edward seguía mirándome, inmóvil, como si temiera perderse una palabra.

– Pero cuando llegué, te vi con Tanya –mi voz se quebró al recordarlo–, estabas saliendo de tu casa con ella de tu brazo. Parecías tan…resignado. Renee me dijo que había rumores de que Tanya estaba embarazada. Pensé que habías seguido adelante, que habías encontrado lo que yo no pude darte. Así que me fui. Me fui otra vez, sin que nadie lo supiera, sin decirte nada.

El silencio que siguió fue insoportable. Edward pasó una mano por su cabello, dando un paso hacia la ventana.

– No puedo creer esto– murmuró–, no puedo creer lo tontos que fuimos.

– ¿Qué quieres decir? –pregunté, mi corazón latiendo con fuerza.

Se giró hacia mí, sus ojos llenos de incredulidad y dolor.

– Bella, ese día… estaba confundido. Tanya nunca fue más que un escape para mí. Nunca la amé. Solo intentaba seguir adelante, llenar el vacío que dejaste. Pero si me hubieras hablado, si me hubieras dicho por qué estabas allí, todo podría haber sido diferente.

– ¿Y qué iba a decirte? –respondí, mi voz elevándose mientras las lágrimas caían por mi rostro–. ¿Qué iba a hacer cuando creí que ibas a tener un hijo con ella? ¡Edward, pensé que te había perdido para siempre!

– ¡Y yo pensaba que no me querías! –gritó, su voz quebrándose al final–. Pensaba que lo habías dejado todo atrás, que habías elegido una vida sin mí. Dios, Bella, todo este tiempo… todo este tiempo hemos estado viviendo en las sombras de malentendidos y mentiras. ¡Qué estúpidos hemos sido!"

– No hubiese cambiado nada, Edward. Recuerda que creías que Tanya estaba embarazada –mi voz salió más dolida de lo que pretendía

– No estaba seguro de que fuese mío, Bella. Ella había admitido que no solo se había acostado conmigo, nunca le prometí nada y cuando naciera el bebé le haríamos la prueba de paternidad. En realidad, nunca tuve una relación con ella y nuestro matrimonio solo era un acuerdo para adoptar, si ella se quería ir o habría divorcio entre nosotros, ella se iría y mi hijo se quedaría conmigo. Es todo lo que he querido por mucho tiempo.

– ¿Y ahora Edward? –pregunté con el cansancio que ya tenía acumulado–. Te amo y lo sabes pero parece que te sigo haciendo daño

Ambos estábamos llorando ahora, las emociones desbordándose después de años de silencios y heridas no curadas. En un impulso, Edward cruzó la habitación, sus manos encontrando mi rostro, sus dedos limpiando las lágrimas que seguían cayendo.

– Eres un veneno, Bella –susurró, su voz cargada de amor y agonía–. Pero maldita sea, no puedo dejarte.

Y entonces me besó.

Fue un beso desesperado, lleno de rabia, amor y arrepentimiento. Nuestros labios se movieron como si quisieran curar todas las heridas que nos habíamos causado, como si intentarán aliviar el dolor que nos consumía. Mis manos se aferraron a su camisa, temblando, mientras él me atraía hacia su cuerpo con una intensidad que casi me hizo perder el equilibrio.

Nos movimos torpemente hacia el sofá, nuestras caricias cada vez más urgentes, nuestras lágrimas mezcladas con el beso. Todo en ese momento era una tormenta: de pasión, de necesidad, de dolor. Por un instante, creí que finalmente cruzaremos esa línea, que nos perderíamos el uno en el otro como tantas veces antes.

Pero entonces, Edward se apartó, jadeando, sus manos temblando mientras sostenía mi rostro.

– No puedo –murmuró, sus ojos llenos de confusión y dolor–. Dios, Bella, te amo tanto que me duele. Pero no puedo seguir haciendo esto. No puedo seguir lastimándonos

– Edward…–susurré, mi voz rota, sin saber qué más decir.

– No sé qué hacer –dijo, su voz casi inaudible–. Estoy tan confundido, tan… roto. Te amo, pero necesito alejarme, necesito procesar, necesito estar solo…

Nos quedamos en silencio, nuestras respiraciones entrecortadas llenando el espacio entre nosotros. Finalmente, él apoyó su frente contra la mía, cerrando los ojos. Entonces lo comprendí, juntos no podíamos sanar, la herida seguía abierta, Edward necesita sanar pero yo también, necesitábamos tiempo y distancia, solo él tiempo diría si tendríamos una oportunidad más y es que a veces el amor no es suficiente

Con un beso en su frente y un "te amo" salí de esa habitación, dejando a Edward y mi corazón con él.

.

.

.

– ¿Estás segura de esto, Bella? –Había preguntado Renata por milésima vez

– Totalmente –fue mi sincera respuesta

Estaba recogiendo mis pertenencias en varias cajas de cartón, había decidido que Nueva York era demasiado para mi, mudarme era una mejor opción. Iría a casa de mis padres una temporada y luego buscaría mi lugar ideal. Lejos del bullicio, había llegado a esta ciudad con mi maleta llena de sueños y miedos, ahora me iba con el corazón roto pero orgullosa de lo que era. Comprendí que no a veces está bien no estar bien, la vida ideal no existe y mis errores me habían transformado en la mujer que era ahora. Bien por mi.

Había pasado ya un mes desde que dejé la habitación de Edward, respeté su silencio y esperé que me buscara, no fue así. No rogaría más, no pediría perdón, ¿le hice daño? Sí, pero ya era el momento de pensar en mí y vivir para mi. Él había decidido seguir su vida y yo tendría que hacer lo mismo, probablemente nunca ame a nadie como a él, pero entonces tendría que amarme de esa forma a mi misma.

Me despedí de Renata y de todos mis compañeros, llegamos a un acuerdo en que seguiría diseñando pero fuera de la compañía y enviaría mis diseños o los traería yo misma cada cierto tiempo, igual los vería de nuevo

Antes de subirme al taxi que me llevaría a mi siguiente destino, contemple con una sonrisa de nostalgia el edificio donde trabajé todos estos años, agradeció la oportunidad que me habían dado, pero, estaba lista para una nueva aventura, estaba rota pero no destruida.

Y con ese último pensamiento me dispuse a abordar el taxi.

– Bella…

.

.

.

.

.

El avión comenzaba a descender, y las montañas de Vermont se extendían bajo las alas, cubiertas de nieve como un manto blanco que parecía envolver todo en calma. Miré por la ventanilla, perdiéndome en el paisaje. Era difícil creer cuánto había cambiado mi vida en los últimos años. Dejar Nueva York había sido la decisión más difícil que jamás tomé, pero ahora, mientras volvía a casa, todo parecía tan claro, tan correcto.

En el aeropuerto, recogí mi maleta y caminé hacia la salida, donde sabía que meestarían esperando. Lo vi antes de que él me viera: estaba apoyado contra el coche, con las manos en los bolsillos de su abrigo y esa expresión tranquila que tanto amaba. Cuando nuestras miradas se cruzaron, me sonrió, y todo el ruido del aeropuerto pareció desvanecerse porque él lo eclipsaba todo.

Caminé hacia él, y antes de que pudiera decir algo, ya estaba abrazándome, rodeándome con sus brazos como si quisiera protegerme de todo. Su calor, su olor, todo en él me decía que estaba en casa.

– Bienvenida de nuevo, amor –murmuró contra mi cabello, y sentí cómo su voz resonaba en mi pecho.

– Gracias por venir a buscarme –respondí, mirándolo a los ojos. Siempre encontraba algo nuevo en ellos, algo que me hacía enamorarme cada día más.

El viaje de regreso a casa fue tranquilo, con la radio tocando suave música de fondo. Él conducía con una mano en el volante y la otra sosteniendo la mía, como si temiera soltarme incluso por un segundo.

– ¿Cómo estuvo el viaje? –preguntó, rompiendo el silencio.

– Ha estado bien –dije observando las casas que comenzaban a aparecer entre los árboles–, pero creo que cada vez me cuesta más estar lejos de aquí, de ti.

Lo vi sonreír de reojo, y algo en esa sonrisa me recordó el día que todo cambió, el día en que él decidió no dejarme ir por segunda vez.

Había sido hace poco más de dos años. Estaba dejando Nueva York, cerrando la puerta a la vida que había construido allí, cuando Edward apareció de repente frente al edificio de Casa Vulturi. Estaba empapado por la lluvia, con la respiración agitada, y sus palabras aún resonaban en mi memoria.

No puedo dejarte ir otra vez, Bella. Te amo demasiado.

Me quedé congelada en ese momento, incapaz de creer que él estaba allí, que había corrido tras de mí. Sabía que aún le dolía todo lo que había sucedido y había perdido la esperanza de que encontrara el valor de buscarme otra vez. Pero ahí estaba, confesándome que aún me amaba, incluso después de todo.

Esa noche, en la intimidad de mi departamento, hablamos por horas, abriendo todas las heridas, confesando todos los errores y los arrepentimientos. No fue fácil. Nada en ese reencuentro lo fue. Pero decidimos intentarlo, aunque no supiéramos qué significaba eso en ese momento. Somos sombras de nuestro pasado. No puedo cambiar lo que hice y podría lamentar mis decisiones toda la vida pero ya no más, no más culpas, y de esa forma se lo hice saber a Edward antes de tomar una decisión definitiva

No viviré con cargas de lo que pudo ser, decido ser feliz y tengo que comenzar ahora.

Y no pretendo que lo hagas, Bella. Al igual que tú, estoy cansado. Quiero aprender a vivir del presente, sin más…y con la mujer que amo.

Yo también te amo, Edward, pero también, he comprendido que amo mis errores, mis equivocaciones, amo quien soy ahora y amo el futuro que veo ante mi y, si estás tú en él, sería el futuro perfecto para mi vida, la vida que quiero tener.

Edward sonrió de lado, esa sonrisa cegadora que confirmaba que confirmaba que todo estaría bien

– ¿En qué piensas? –su voz me trajo de vuelta al presente.

– En ti. En cómo empezó todo. Cuánto hemos crecido desde entonces.

Edward apretó mi mano con más fuerza, pero no respondió de inmediato. Cuando lo hizo, su voz estaba cargada de emoción.

– Hemos recorrido un largo camino, Bella. Y aunque dolió, creo que todo valió la pena. Todo nos llevó hasta aquí.

Asentí, porque sabía que tenía razón. Habíamos cambiado tanto, madurado tanto. Yo ya no era esa joven que corría detrás de un sueño sin mirar atrás, y él ya no era ese hombre que vivía con miedo de ser herido otra vez. Nos habíamos convertido en personas más fuertes, más conscientes de nosotros mismos y del otro.

Cuando llegamos a casa, el aire frío de Vermont me hizo estremecer, pero Edward me cubrió con su brazo mientras caminábamos hacia la puerta. El interior estaba cálido, acogedor, con el aroma de madera quemándose en la chimenea. Dejé mi maleta junto a la entrada y me volví hacia él.

– Gracias por no rendirte conmigo –dije, y mi voz tembló un poco, porque la gratitud que sentía por él era inmensa.

– Gracias a ti por darme otra oportunidad, mi hermosa mariposa–respondió, acercándose para besarme y olisquear mi cabello―. Me gusta tu olor ―reconoció― sigo anonadado con tu belleza ―repartió besos en mi cara, haciéndome cosquillas con su barba― amo la fiereza en tu mirada marrón ―continuó―, la suavidad de tu piel ―susurró, besando mi cuello― y la delicadeza con la que me abrazas. Amo en lo que ambos nos convertimos.

Suspiré en sus brazos.

Edward siempre hablaba de lo mucho que disfrutaba su trabajo en la comunidad, ayudando a los demás en su bufete, y yo le contaba sobre mis diseños, sobre cómo quería que fueran más accesibles, más humanos.

– Quiero que nuestra vida sea simple, pero llena de significado –dije, apoyando mi cabeza en su hombro.

– Y lo será –respondió, besando mi cabello–. Porque lo estamos construyendo juntos.

Mientras hablábamos, oímos un suave llanto proveniente del cuarto al final del pasillo. Ambos nos miramos y sonreímos. Nos levantamos juntos y caminamos hacia la habitación, donde nuestra pequeña Sophie estaba despertando. Edward la tomó en brazos con una ternura que me hacía amarlo aún más, si eso era posible.

Si, teníamos una hija. No fue algo que planeamos pero tampoco evitamos. ambos queriamos forjar un destino juntos y dejamos que la vida nos diera sorpresas y Sophie fue la más maravillosa de todas.

– ¿Cómo está mi pequeña oruguita? –le dijo mientras ella balbuceaba algo incomprensible, pero lleno de vida.

La vida había sido buena al final, éramos nosotros tres intentando construir una vida juntos, habíamos trabajado en ello y aunque tuvimos problemas en la relacion que estabamos construyendo, decidimos que valía la pena luchar y a veces ceder ante el otro.

Mis padres también se habían mudado a Vermont. Con su sabiduría supieron guiarnos y darnos consejos cuando no encontrábamos salida y nos visitan de forma frecuente. No así los padres de Edward, con Esme teníamos una relación cordial y respetuosa pero sabía que nunca volvería a tener el mismo cariño que en el pasado tuve de ella, ahora que era madre comprendía su postura, tenía miedo que dañara de nuevo a su hijo, yo había aceptado mis culpas y reconocido mis errores, ella nunca lo hizo. Esme adoraba a su nieta y eso estaba bien. Por su parte, Edward también se había vuelto distante con su madre aunque con el tiempo su relación iba mejorando, él agradecía el cariño que sus padres le profesaban a nuestra hija.

Miré a mi hija, a Edward, a nuestra casa, y sentí que mi corazón estaba completo. Habíamos crecido tanto, aprendido tanto, y ahora teníamos esto. Una familia. Una vida que no era perfecta, pero era nuestra.

Y mientras los observaba, supe que todo el dolor, todo el tiempo perdido, todo había valido la pena para llegar aquí..

No todos los caminos serán fáciles de recorrer, pero al final, todo habrá valido la pena.

.

.

.

Hoy leí que las mariposas descansan cuando llueve porque la lluvia les daña sus alas. Está bien descansar durante las tormentas de la vida. Volverás a volar cuando termine.

FIN.


Hola. Si llegaste hasta aquí agradezco la oportunidad que le brindaste a mi amiga, sobre todo tu tiempo en darle palabras de aliento porque cualquier palabra que impulse es un aliciente para quienes escribimos.

¿Qué les puedo decir? Ojalá que el universo conspire a nuestro favor y pronto tengamos noticias de ella en alguna otra historia que su cabecita construya, le digo que es una gran autora y que no solo es la mejor editora (para mí) que pueda conocer, ella tiene mucha imaginación dispuesta para traer historias hermosas, ojalá y ustedes la animen para que Li regrese pronto.

¿Qué me dicen del capítulo? Amé qué Bella siempre fue una chica fuerte, considero que al final Edward terminó amando esa misma convicción.

Gracias totales por leer