La rubia itako estaba acostada sobre el piso con su cuerpo arqueado y gimiendo de placer a punto del éxtasis debido a la los lengüetazos que recibía en su sexo, uno tras otro, sin parar. Abría un poco los ojos porque le encantaba ver a su amante hundido entre sus piernas; veía la melena castaña y los grandes hombros.
De repente la hábil lengua del hombre atrapó su centro de placer y empezó a hacer ligeras succiones. Ella gimió más fuerte.
—Termina para mí, Anna.
—¡¿Pero qué demonios?! —gritó horrorizada al mismo tiempo que Hao levantaba su rostro para sonreírle de entre sus muslos.
Despertó abruptamente.
«¿Qué carajos fue eso?», pensó desconcertada.
—Que buen sueño has tenido.
La voz ronca de Yoh interrumpió sus pensamientos.
—Sí, eso. Solo un sueño —susurró ella.
Él la abrazó pegándola a su cuerpo, ella sintió los duros pectorales de su prometido en la espalda y su gran erección.
—Vamos a seguir—dijo el chamán en el oído de ella.
—¿Es una orden?
—Sí—contestó Yoh con autoridad.
La rubia sonrió y obedeció, al fin y al cabo, había sido solo un sueño sin importancia y la verdad es que aún estaba excitada. Muy excitada.
Giró un poco el cuerpo, solo lo suficiente para alcanzar a verlo detrás de ella. Dios, era endiabladamente sensual; su rostro, enmarcado por esa suave melena castaña, tenía rasgos perfilados, fuertes, varoniles. Estaba sonriendo socarronamente.
El cuerpo del castaño era considerablemente más grande que el de su prometida. Tenía músculos esculpidos por arduos entrenamientos. Era un hombre joven de veinticinco años jodidamente sexy. Ni hablar de esos ojos cafés que siempre tenían para ella una mirada cálida. Y su aroma era la mejor fragancia del mundo, le recordaba al pasto recién cortado combinado con loción de afeitar.
Anna era absolutamente preciosa. Tenía el cabello rubio y largo. Unos ojos miel que eran una mezcla de colores que parecía imposible. Una piel aperlada que, a pesar de tener algunas cicatrices por la vida de entrenamientos arduos que llevaban, era extremadamente suave. Era más alta que el promedio de las mujeres: su metro setenta y tres de altura con piernas infinitas, cintura estrecha, con pechos generosos y caderas anchas perfectamente proporcionados la hacían una diosa.
Ella lo besó y él inmediatamente le hizo sentir su urgencia mordiendo el labio inferior entre besos y apretando uno de sus pechos.
Anna buscó entre las ropas el gran miembro del hombre y lo sujetó con firmeza.
Yoh soltó un gemido grave, casi un gruñido que salía desde su pecho. Subió la bata de dormir de la rubia y retiró la delicada ropa interior mientras le besaba el cuello, el hombro, lo que le quedara al alcance en la posición en la que estaban.
Movió la cadera acercando su miembro a Anna. Sintió lo húmeda que estaba y salió otro suspiro al sentir como ella paseaba la punta de su pene por su entrepierna empapándolo de ella. Lo soltó dejándolo en la entrada.
Yoh la tenía rodeada por la cintura con un brazo y su otra mano no dejaba de apretar uno de sus pechos. Sus labios y lenguas seguían con los besos.
Entró por completo en un solo movimiento lento. El paraíso. Empezó a salir y entrar. La rubia se puso casi bocabajo manteniendo la cadera levantada permitiendo que su hombre la penetrara más profundamente. Al chamán le volvía loco tenerla en esa posición donde su, ya de por sí, suculento trasero se acentuaba y la curva que hacía su espalda hacía parecer que la estrecha cintura más diminuta aún. Entraba y salía rápidamente sintiendo como su miembro era abrazado por la intimidad de su hermosa prometida, hasta que alcanzó el éxtasis y terminó gloriosamente en el interior de ella.
Anna sintió el caliente líquido, llevándola al borde del orgasmo, estaba lista para llegar cuando su vista se empezó a distorsionar, veía una especie de cuadros fragmentados que aparecían y desaparecían como en una televisión vieja con mala señal, en unos cuadros estaba con Yoh pero en otros era Hao. Se aterrorizó y se detuvo en seco.
—¿Estás bien? —Preguntó Yoh al notar que ella se había congelado. Salió de su interior y se movió a un lado.
La rubia rápidamente se levantó y salió corriendo de la habitación, inmediatamente Yoh la siguió.
La puerta del baño los separaba.
—Anna, ¿qué ha pasado? ¿estás bien? — preguntaba él sumamente preocupado.
La itako estaba sentada en el piso en un rincón del baño con su cabeza entre sus manos y los ojos cerrados.
«Primero el sueño y ahora esto, ¿qué me está pasando? ¿acaso yo…»
Negó con la cabeza y cerró los ojos con más fuerza. No. Era imposible que sintiera atracción por Hao.
«De ninguna maldita manera»
Nunca lo había hecho y si lo hiciera no llegaría de esa manera tan súbita y tan… erótica.
—¿Puedo pasar?
La rubia salió de sus pensamientos. Respiró profundamente y abrió lentamente los ojos.
Todo bien. Respiró de nuevo, se levantó y se colocó frente a la puerta, pero sin abrirla.
—No te preocupes. Es que… sentí— de pronto vio en flashes las escenas sexuales con Hao— que venía mi periodo.
«Que excusa tan idiota. Pero buena por el momento»
—Te llevaré un té a la habitación—dijo él ya relajado y se alejó en dirección a la cocina.
Él sabía cómo tratarla en esos días, llenarla de mimos, chocolates, bebidas tibias y nada de sexo por algunos días. Ella agradecía que hiciera todo eso. Era encantador.
—Es que sentí…— susurró la itako.
Se sorprendió al sentir verdaderamente que esas imágenes o sueños eran recuerdos. ¡En verdad eran recuerdos! Pero no podían ser posibles. Ella y Hao nunca habían vivido eso. Nunca. La sorprendió la terrible palpitación en su sexo. Sentía la necesidad de explotar. Por instinto, se mordió el labio para ahogar sus gemidos, llevó una mano a su entrepierna y casi inmediatamente llegó al éxtasis. Un orgasmo intenso que la hizo deslizarse contra la puerta hasta que el piso la detuvo.
Ahí sentada, con las piernas flexionadas y abiertas, su mano descansando cerca de su entrepierna húmeda y aun temblando con las réplicas en su vagina, se preguntó ¿por quién había tenido ese orgasmo?
Se sintió confundida. Desorientada.
