Habían pasado dos días desde el incidente, como le llamaba la itako. Dos días en los que todo había estado completamente normal. Si con normal se refería a que huía al baño para autosatisfacerse a la menor provocación porque su lívido había aumentado como un mil por ciento. Entonces, sí, todo jodidamente normal.

La rubia caminaba por la soleada mañana por uno de los pasillos alrededor del jardín donde Yoh estaba entrenando pateando un poste robusto de madera con cuerdas atadas.

Usaba un pantalón deportivo negro y playera blanca sudada que se le pegaba al torso marcando sus músculos. Estaba descalzo, así fortalecía sus pies. Su cabellera estaba atada en una coleta alta. Soltaba un gruñido cada vez que soltaba un golpe. Y el golpe se escuchaba fuerte. Duro. Intenso. Como el sexo con él.

Anna trajo a su mente aquel memorable entrenamiento físico que tuvo lugar días antes de que él se fuera a Estados Unidos: llevaban ya un rato atacándose mutuamente, ninguno se contenía.

Yoh atacaba con patadas y golpes, sus movimientos como siempre ágiles y rápidos. Ella esquivaba todos y cada uno. Debía ser más rápida que él, ya que su estrategia de pelea cuerpo a cuerpo era esquivar, atacar rápidamente para matar o inmovilizar y alejarse.

Ella esquivó un puño y luego soltó una patada que él detuvo abrazando la pierna y en, un movimiento veloz, se acercó y la besó fugazmente.

—¡Yoh, estamos entrenando! —se quejó la itako apartándose y poniéndose en guardia.

Su prometido tenía una tonta sonrisa juguetona y la veía intensamente.

Ella sabía lo que pedía esa mirada.

Se acercó ella de nuevo, él recibió algunos golpes y esquivó otros, en un momento quedaron espalda contra espalda. El castaño inclinó un poco su cabeza hacia ella.

—Ya no quiero entrenar. Vamos a coger, Anna—le dijo al oído.

La rubia lo tiró al pasto en dos movimientos y se colocó encima de él sintiendo la gran erección.

Ella reprimió una sonrisa, el atrevido de su prometido ya la había encendido, pero no iba a caer tan fácil.

—¿Quieres sexo? —le preguntó ella frotándose contra el gran miembro.

Él asintió y llevó sus manos a los muslos de su prometida.

—Atrápame—dijo ella y se levantó rápidamente haciendo que él soltara un gruñido de protesta.

Atrás habían quedado esos años donde descubrían juntos los placeres sexuales, donde se exploraban con torpe delicadeza, con tímida inexperiencia.

Con los años habían desarrollado una complicidad emocional y sexual que ambos disfrutaban al máximo.

El chamán se levantó. La vio en guardia parada a unos metros de él. Evaluó la situación y vio que detrás de la hermosa rubia, estaba el poste de entrenamiento. Sonrió sensualmente y atacó antes que ella se moviera.

La atacó tan rápidamente que la hizo retroceder. Cuando ella iba a esquivar el poste, él la aprisionó por las muñecas y pegó bruscamente su cuerpo al de ella; lejos de causarle dolor, hizo que soltara un jadeo de placer. La tenía donde la quería: atrapada entre el poste y él.

Sus cuerpos pegados, sus rostros a centímetros de distancia, ambos agitados por la actividad física y por lo que vendría. Los ojos miel de la itako brillaban intensamente bajo los últimos rayos de sol de esa tarde.

Él esperó y esperó, unos segundos después ahí estaba la señal que buscaba: ella sonrió un poco y luego se mordió el labio. Ese gesto lo provocaba aún más.

La besó intensamente y ella le correspondió con las mismas ganas.

Se acariciaron con pasión. Yoh subió la playera de la rubia junto con el top deportivo, dejó las dos prendas por encima de los jugosos senos. La itako sintió el áspero tronco en su espalda y el firme y marcado torso del chamán en sus pechos y abdomen.

—Pon un velo—ordenó el chamán con voz ronca.

—Eso no aleja a los humanos.

—Hoy no esperamos visitas.

Ella lo miró sorprendida y él le regresó una mirada llena de deseo. No podía creer que iba a hacer lo que él pedía.

La rubia dijo como pudo unas palabras en idioma antiguo mientras el chamán le devoraba el cuello y los pechos a besos.

Con esa plegaria activó un manto invisible anti espíritus alrededor de la casa.

En cuanto terminó de hablar, Yoh se deshizo del pantalón deportivo de la itako. Bajándolo y sacándolo de una pierna. Luego bajó su pantalón, liberando la dura erección.

Sabiendo la flexibilidad que tenía su prometida, le levantó una pierna y la recargó en su hombro. La rubia se excitó más con el arrebato tan atrevido. Se sostenía del tronco de entrenamiento con las manos sobre su cabeza y su otra pierna apoyada en el piso.

El castaño pasó sus dedos por la intimidad de ella y sonrió con autosuficiencia: estaba húmeda, lista para él.

Anna ahogó un gemido cuando sintió el miembro de Yoh abrirse paso en ella.

El chamán la tomó por los glúteos para protegerla del áspero tronco y de paso tener el control del ritmo, la podía mover a su antojo y ella lo sabía.

Los gemidos siguientes se ahogaron entre besos.

Él comenzó lentamente a moverse, luego intensificó la fuerza y después la velocidad. La estaba penetrando duramente y la rubia agradeció cada momento.

Sintió que se derretía y el orgasmo llegó igual de intenso que las arremetidas.

El chamán no perdió detalle de su prometida mientras se corría dentro, le encantaba ver esa expresión que hacía ella, como arañando el cielo con la mirada.

Bajó lentamente la pierna de su hombro y siguió dando cortos y suaves besos en el cuello de la rubia mientas sus respiraciones se normalizaban.

Ya la noche había caído.

—Eres un atrevido, Yoh Asakura.

—Y te encanta, además estamos intentando quedar embarazados, debemos aprovechar cada oportunidad.

—Yoh…

Él la tomó por el rostro con ternura.

—Sé que te entristece hablar de mi partida, Anna pero debemos afrontar que no sabemos qué pasará de ahora en adelante con todo esto de la pelea de chamanes y la misión de los Asakura. Pase lo que pase, quiero que formemos una familia: tu y yo.

—Tú ya eres mi familia, me ilusiona que tengamos hijos pero no quiero hacerlo sola, te necesito y te quiero a mi lado, pospongamos ser padres hasta el final de la pelea y la misión.

El chamán la besó amorosamente.

—Tienes razón, dejarte sola es egoísta de mi parte… Pero ¿y si no logro salir ileso? —preguntó él.

—Más te vale que salgas con vida, si no, yo misma torturaré tu alma.

—Casémonos, Anna. Mañana mismo.

—Lo siento, Yoh, también deberás regresar para eso.

—Debo admitir que vivir para regresar a ti, casarnos y tener hijos es un gran incentivo—dijo el castaño riendo. Ella sonrió y lo abrazó fuertemente.

Ese día no entrenaron debidamente, pero había valido totalmente la pena.

Al día siguiente Ren soltó un comentario en la cena:

—Los velos solo funcionan con espíritus, no con humanos.

Yoh y Anna se sintieron como unos adolescentes traviesos cuando se dieron cuenta que habían ido a visitarlos por la tarde Horohoro, Ren y Manta pero los chamanes disuadieron a Manta de mejor ir a cenar a otro lado en cuanto sintieron el velo. El chamán de hielo asumió que Yoh estaba en una ardua sesión de entrenamiento y francamente no tenía ganas de ser arrastrado a la tortura. Tao, por otra parte, intuyó que estaban teniendo otro tipo de sesión.

—Qué bueno que estaban los tres juntos—había atinado a decir Yoh riendo.

Oyamada podía ver espíritus pero no sentir sutilezas como los velos, si hubiera ido solo, hubiera entrado a la pensión y…

La itako se había atragantado con la cena tanto que tuvo que toser varias veces y tomar bastante agua para pasarse la vergüenza.

Lo que hizo que su prometido sonriera para sus adentros y Ren confirmara sus sospechas.

«Carajo», pensó ella al sentir de nuevo la necesidad de atenderse y todo por culpa de su estúpidamente sensual prometido y ese recuerdo tan erótico.

No se quejaba de los orgasmos, todos y cada uno habían sido gloriosos, pero necesitaba moderar ese deseo. Llevaba ya días que no podía concentrarse para entrenar ella misma y había suspendido las lecciones con Yoh para enseñarle lo aprendido en el Ultra Senjiryakketsu. La verdad es que le empezaba a preocupar.

Agradecía que en esos días la casa estaba vacía de invitados. Solo estaban Yoh y ella en la gran pensión. Ellos y una adorable gatita color gris con una franja blanca en su barriguita de ojos verdes que un día entró a su casa y a sus vidas. Era escurridiza, solo se acercaba a ellos cuando quería mimos, jugaba más bien sola pero siempre rondaba por donde estaban ellos. Lo más impresionante era que no se asustaba con los espíritus y maldiciones. Los chamanes habían sido adoptados por ella de un día a otro, la llamaron Gris.

Por mandato de Anna, los espíritus de los alrededores ya no frecuentaban la pensión a menos que hubiera una emergencia.

Ya habían regresado de Estados Unidos y tenían un mes libre antes de que comenzara el torneo de chamanes en la isla de Tokio así que Manta había aprovechado a hacer un viaje para atender los negocios familiares, Ren y Horohoro habían ido a las montañas y Ryu estaba en Izumo con Tamao, los padres y abuelo de Yoh. Todos preparándose para un entrenamiento infernal con ella. Primero debían fortalecerse un poco más antes de poder recibir las lecciones del Ultra Senjiryakketsu.

Apresuró el paso para llegar lo antes posible a la habitación que estaba convertida en un pequeño santuario que ella usaba para sus entrenamientos espirituales.

En el pasillo vio apaciblemente dormida a Gris.

Entró y cerró. Decidida a luchar contra esa lujuria, comenzó a recitar una letanía. La tuvo que repetir muchas veces. Casi se frustraba, pero se aferró. Esa práctica era la más básica para una itako, si no podía invocar un espíritu, debería aceptar que algo estaba muy mal con ella. Así que tenía que funcionar. Un espíritu. Uno. Cualquiera.

Logró entrar en trance, se emocionó, pero bloqueó inmediatamente esa emoción. Nada debía distraerla.

Un espíritu empezaba a asomarse por el portal creado.

—Mierda—dijo ella al ver que el espíritu que aparecía era el gran espíritu de Fuego.

— ¡Mierda! —repitió mientras todo el cuarto prendía instantáneamente en llamas.

Ella salió al jardín e Yoh ya tenía a Amidamaru dentro de Harusame.

— ¿Estás bien? —preguntó él asombrado mientras veía al espíritu luchar por pasar por el portal.

— ¡Sí! Debo cerrar el umbral.

También estaba asombrada, ella solo quería invocar un espíritu, a la mejor uno de los que ronda la misma casa. No pretendía invocar uno de los espíritus elementales y menoseseespíritu.

El brazo del espíritu atravesó de golpe el umbral, su mano hecha puño se dirigió directo a Anna. Yoh se interpuso en el camino metros antes de que llegara a ella y desvió el ataque. La rubia le agradeció. Tomó su rosario y comenzó a pronunciar unas palabras para cerrarlo. Se sintió extraña. Todo pasó muy rápido: primero, una gran cantidad de mana abandonó su cuerpo, dejándola exhausta, fue como una ola eléctrica, Yoh también lo sintió. Luego el portal se amplió, ahora era una maldita puerta tamaño espíritu de Fuego y él atravesó por completo al jardín de la casa. Y, por si fuera poco,Zenki y Kouki aparecieron justo detrás de Anna levantando las armas para atacarla.

Yoh salió disparado hacia ella para detener los ataques. La vio totalmente desprotegida, había soltado su rosario. El terror lo invadió. No iba a llegar a tiempo para defenderla.

—No tenías que secuestrar a mi espíritu si querías verme, Anna—dijo Hao con una sonrisa seductora.

Apareció justo a tiempo, a escasos centímetros de la rubia deteniendo aZenki y Kouki a su espalda solo con su mana y ordenando al espíritu del Fuego que se calmara.

Los años también le sentaban bien al mayor de los Asakura. El parecido físico con Yoh era inegable. Su estatura era la misma: de un metro con ochenta y cinco centímetros, el cabello del mismo color solo un poco más largo, su cuerpo igual de bien trabajado. Pero la expresión era muy diferente; la mirada de Hao era calculadora, fría. Su sonrisa siempre era irónica, seca, perversa. Olía a una mezcla entre leña y jabón.

Él era peligroso. Letal. Pero no para ella.

«Mierda, mierda, mierda»,pensó la itako al tener tan cerca al shaman. Su cuerpo reaccionaba sin su permiso, podían ser iguales físicamente pero nunca había sentido deseo por él… hasta ahora, y solo pensaba una cosa: sexo.

Yoh agradeció ver a su hermano. Había salvado a su prometida.

—Amo Yoh, la casa.

Amidamaru llamó la atención de Yoh quien se obligó a girar para mitigar las llamas con ataques poderosos de aire con la espada. Sabía que su hermano no la dañaría. Esa atracción que sintió por ella desde que la conoció se lo impedía.

El chamán sintió algo desagradable en su pecho pero lo ignoró, debía apagar el fuego.

Ella no podía creer que aún en la situación en la que estaba sintiera tantas ganas de montarse sobre el Asakura. ¡Y había dos!

«¿Pero qué demonios pasa conmigo?»

Se cuestionó al pensar eso y se obligó a retroceder unos pasos para alejarse de él.

—Amarra a tus perros—dijo Hao en voz baja y grave. La misma voz con la que le había ordenado que terminara en el recuerdo aquel.

—No… puedo—contestó en un hilillo de voz. Enojada con ella misma por tener que admitirlo y para rematar, frente al madito bastardo sensual del hermano de su preometido.

El chamán de fuego realizó unos movimientos rápidos con las manos. Zenki y Kouki desaparecieron.

Hao quedó intrigado.


DjPuMa13g

Muchas gracias por el comentario tan cool!

Seguiré escribiendo y espero te siga intrigando la historia.

Saludos!