Las iluminación artificial había comenzado a funcionar hace ya unas horas, y con ello se daba el claro anuncio de que el día había acabado.
Las diferentes personas que se encontraban fuera de sus hogares comenzaban a emprender rumbo a estos, buscando el cobijo de sus seres queridos luego de extenuantes jornadas separados, ya sea porque seas un niño al cuidado de un conocido o solo uno de tus padres o bien seas un adulto con responsabilidades a cuesta y tus labores donde trabajas por fin hayan finalizado.
Para Lincoln, un pequeño niño de apenas cuatro años, ver como el sol comenzaba a ocultarse para dar paso a la iluminación de los faroles era la señal de que su padre estaba por llegar, lo que significaba que sus horas de soledad dentro aquel pequeño hogar estaban por acabar, sobre todo cuando ese día para el pequeño había sido realmente duro, pues había sido el primer día en preescolar, uno que realmente deseaba desahogarse en los brazos de su padre.
Debido a la situación de su vida el pequeño no había podido asistir a una guardería donde poder convivir con más gente, siendo "cuidado" por uno de los habitantes de aquel edificio, más específico su vecino, quien le cobraba menos de la mitad en comparación a su padre por observarlo unas horas al día y darle un biberón apenas tibio hasta que fue lo suficientemente consiente para poder comer cosas solidas por su propia mano, por ello casi no había convivido con otros niños de su edad más que para rápidos viajes con su padre hacia algún lugar que requiriese de su presencia, como era el ir al médico o similares.
Gracias a ello al encontrarse con otros niños de su edad había sido complicado para él entablar una conversación, causando diversos comentarios entre los niños debido a su casi incapacidad de hablar, algo que solo fue superado por las bromas hacia su pelo de color blanco.
Aun así había aguantado, se había resistido el día completo a ese dolor que le molestaba desde temprano, aquellas risas que todavía resonaban en su cabeza mientras que con siniestras sonrisas le apuntaban, cantando sus tormentos en contra del pequeño pecoso, todo porque hoy era aquel día especial, el día en que su padre le daría algo de atención en celebración del comienzo de sus andadas fuera del hogar, el día que conmemorarían su entrada en la escuela.
Ese día le había prometido que estaría con él, que conversarían entrada la noche y le daría los mejores consejos para poder sobrevivir al caótico mundo que representaba para el muchacho la institución conocida como escuela y no lo arruinaría recibiéndolo con una expresión melancólica, si terminaban hablando de ello seria lo último que conversarían pues, no iba a arruinar el animo de la velada partiendo con los malos sucesos, definitivamente primero debían ir las buenas intenciones.
Ni siquiera se había tomado la molestia de intentar encender las luces, solo siendo iluminado por aquella tenue iluminación que se filtraba por aquel cristal que daba paso a una pequeña terraza, siendo acunado por el sonido del viento al impactar contra esta y unos pocos vehículos que recorrían las calles colindantes.
Y ahí estaba él, sentado frente a la puerta, expectante a la entrada del único adulto en quien confiaba, aquel que le había prometido darle algo de tiempo aquel día y que ansioso esperaba, pero...
Minuto tras minuto, dando paso a las horas, siendo primero el sol y ahora la luna testigos de su vigilia, mientras enfocaba todos sus sentidos en los sonidos tras dicha puerta.
No importaba si hacía caso omiso de las advertencias de su estómago, pues al llegar su padre ya comerían juntos.
No importaba si su cuerpo tiritaba en clara señal del fresco nocturno, pues al llegar su padre le acogería entre sus brazos y le calentaría con su amor paternal.
No importaba si sus ojos todavía ardían por luchar contra aquella tristeza que le había agobiado en aquel horrible lugar con esas horribles personas, pues al llegar su padre nada de eso importaría...
Pues al llegar su padre todo estaría bien.
Él se sentiría en familia.
Él se sentiría querido.
Él se sentiría comprendido.
Siendo todo lo que él quería.
Por lo que esperaría, no importaba cuanto, seguiría allí, pues nada más le importaba... pues nada más tenia.
Algo que tuvo que esperar hasta que la luna había cimentado correctamente su posición, imponiendo su presencia por sobre todas las personas de aquella ciudad, ya que fue en ese momento donde pudo escuchar unos torpes pasos dirigirse a aquella puerta, escuchando a los pocos segundos el juego de pequeños golpes metálicos contra la puerta, hasta que el seguro de esta cedió y se abrió.
Momento en el que el joven Lincoln, luchando contra el hambre, el frío, el sueño y la soledad de su alma le dio la mejor sonrisa que podía a la persona que comenzaba a entrar, a su querido padre.
- Hola papá. – Intenta acercarse para abrazarlo. - ¿Cómo te fue en el trabajo?
- Fue duro pequeño. – Busca dejar su abrigo en un pequeño sofá de la sala, pasando por al lado del pequeño niño sin detenerse siquiera a mirarlo. – Estoy muy cansado e iré a dormir, no vayas a la cama muy tarde ¿Ok?
Al pronunciar estas palabras el hombre se encamino hacia su habitación, dejando caer al piso sin mayores problemas algunos de sus artículos hasta que pudo poner sus manos en el pomo de la puerta que le separaba de su cama.
Ni siquiera se molestó en encender las luces a su paso, mantener orden alguno o siquiera mirar al pequeño que había casi ignorado por completo, su objetivo era uno y lo cumplió al cerrar aquella puerta que separa su habitación del resto del hogar.
Ante ese pequeño intercambio el pequeño se quedó mirando por unos segundos la puerta de la habitación, una donde probablemente ya se encontraba durmiendo su padre, tirado sobre la cama sin siquiera molestarse en cubrirse debidamente con los ropajes de esta, pero eso no le importaba en ese momento, realmente no le importaban muchas cosas en aquel momento, bajo su rostro para contemplar sus pies unos segundos antes de cerrar sus ojos con fuerza en un burdo intento de contener aquella errática respiración que su pecho le obligaba a mantener y esa molesta sensación cálida en sus ojos.
- Ya... lo sabías...
Apretó con fuerza sus puños, sin importarle que estuviese enterrando sus uñas en sus palmas.
- Ya... lo... sabías...
Sus brazos tiritaban al igual que sus piernas, pequeños temblores que comenzaron a expandirse al resto de su cuerpo.
- Sabías... que sería... como... cualquier día
Abría y cerraba su boca, luchando contra su propio cuerpo, presionando fuertemente su labio inferior con aquella prominente dentadura frontal que poseía cada pocos segundos.
- Sabías... que hoy... no sería... diferente...
Podía sentir en sus ojos aquella cálida sensación que todavía recordaba, aquel amargo sentimiento y aquella sensación tan poderosa que había experimentado horas atrás, una contra la que había luchado de la misma forma que ahora hacía, negándose por completo a sucumbir ante ella.
- Solo... come algo... y duérmete...
Aun con su cuerpo en contra, sus sentimientos fallándoles y su espíritu dolido, avanzo lentamente hacía la cocina, encaminado hacía aquel emparedado que le había dado su maestro esa día para almorzar pero que había decidido guardar por si su padre estaba demasiado cansado para preparar algo de cena, pudiendo así compartirlo mientras conversaban, mientras conectaban como la familia que eran.
Pero ahora...
Con su visión todavía borrosa se dirigió hacia aquel aperitivo, levantando su mano temblorosa y con una respiración irregular logro alcanzar aquella comida, mirándola de reojo mientras veía el pequeño corte diagonal, recordando aquella ilusión con la que le había pedido a su maestro que realizará, pues eso facilitaría el poder compartirlo.
Con ello en mente separo ambas partes, luchando en su interior para dejar de recordar nuevamente aquel día.
Deposito una de las mitades en la mesa mientras su mente le traicionaba y los recuerdos de las diversas escenas que había presenciado a la hora de la salida surcaban nuevamente su mente, viendo como madres, hermanos y... padres llegaban para recoger a sus compañeros, como entre enormes sonrisas y pequeños mimos les preguntaban cómo había sido la diversión de aquel día, recordó las palabras de gozo y las promesas de recompensas por el inicio de lo que sería un nuevo capítulo en la vida de los pequeños.
Para cuando dio el primer bocado fue el turno de los comentarios que sus compañeros habían dicho a la hora del descanso, como ellos se daban a conocer, como explicaban gustos y sueños, deseos y anhelos, como había niños que compartían pasatiempos o metas mientras mostraban las meriendas preparadas con cariño por sus padres y daban felices bocanadas a estas.
En cuanto termino aquella pieza pudo sentir como una traicionera lágrima había logrado escapar desde su ojo, una que rápidamente limpio con su antebrazo intentando borrar toda evidencia de su existencia, negando aquel sentimiento que ahora dominaba su corazón y que tanto luchaba por escapar, pero que, por cómo había sucedido hasta la fecha, sabía que no cambiaria nada.
Miro la otra rebanada y la aparto, la primera había tenido un sabor sumamente amargo en su paladar y no estaba dispuesto a repetir aquella desagradable sensación.
Aparto la mirada y comenzó a encaminarse hacía aquella habitación donde su padre se había esfumado, lugar donde ambos dormían, comenzando a caminar con la cabeza baja en el mayor de los silencios, hasta que dio con la puerta, abriéndola lentamente sin mayor motivación que la de tirarse a su cama e intentar apagar esa marea de emociones que luchaban por brotar.
Y en silencio continúo su camino hacia el interior, esperando, tal como todas las noches, que el día siguiente fuese diferente.
Soñando con el día que su padre le diese aquel cariño que tanto anhelaba.
