CAPÍTULO 45
Ciertamente no sabía que esperar cuando recibió el mensaje de parte de Gojo Satoru. De alguna manera había conseguido su número telefónico, lo que implicaba que debía ser algo importante porque, si no, ¿por qué ahora luego de tanto tiempo?
No fue una invitación cordial ni mucho menos con opción a la negación, simplemente había lanzado el mensaje diciendo:
[Reunión mañana en Bifuteki Kawamura, 7:00 PM. Satoru Gojo]
Dando por hecho que estaría libre o encontraría la manera de estarlo. No tenía opción ni como rechazarlo, si venía a él de forma tan directa debía ser por algo en específico, conociéndolo algo traía entre manos.
Esa tarde canceló todos los pendientes, salió temprano de la oficina y fue a casa a darse una ducha para estar presentable para la ocasión. Quien sabe, tal vez sería el día en que acabaría asesinado por las manos del mismísimo Satoru Gojo. Esperaba que no fuera el caso.
Lo estaban esperando, al menos eso dijo la mesera cuando lo recibió. Lo guiaron por un largo pasillo, que en sus paredes yacían colgados todos los reconocimientos del chef. Era un lugar algo famoso, había ido en compañía de colegas del trabajo en unas dos o tres ocasiones.
Al abrir la puerta, no encontró lo que esperaba. Gojo fue el primero en notar su presencia, pues estaba sentado de cara a la entrada. Alzó la mano, animado como de costumbre, hizo un ademán que le indicaba tomar asiento junto a él, a su izquierda.
Antes de jalar la silla para ocupar su lugar, se inclinó respetuosamente para saludar. Estaba confundido de su presencia en esa sala, sin embargo, viendo a todos los presentes y atando cabos, era más que obvio. Salvo por unas caras que no le eran familiares, nadie de los que sí conocía pareció sorprendido de su presencia ante las importantes personalidades que yacían en sus puestos alrededor de la mesa.
—Hijikata, no seas tan formal. Siéntate, ya casi traen la comida —dijo Satoru, palmeándole el hombro.
—Viendo esto, lo que menos tengo es apetito —dijo como broma, ante la inquietante reunión.
—Es un gusto volver a verte —comentó Gakuganji, al otro lado de la mesa ovalada.
—Lo mismo digo —volvió a inclinarse para el anciano—. Kaori–san, cuanto tiempo.
—Algunos años. Te ves bien, Hijikata —respondió cordialmente la mujer de cabellos negros.
—Puedo preguntar ¿qué hago aquí? —se dirigió a Satoru, después de todo, él lo había citado.
—Estamos retomando nuestra charla del año pasado. Al menos la primera parte.
—Me estás emboscando ¿lo sabes? Pudiste haberme dicho a que venía para estar preparado —lo regañó.
—¿Cómo? Hijikata no sabe del propósito de esta reunión —era Kusakabe, pronunciándose a favor del pelinegro.
—No, debía ser sorpresa, si no probablemente se negaría.
—Las partes deben tener la misma información, es lo justo —dijo otra voz en contra de Gojo.
—No nos conocemos, mi nombre es Hijikata Toshizo.
—Higuruma Hiromi, un gusto.
—De hecho, ¿qué hago yo también aquí? Profesor, Gojo.
Okkotsu levantó la mano tímidamente. Lo había citado también de un día para otro sin dar muchas explicaciones, sabía que era algo referente a las nuevas reformas de su profesor, pero no entendía su función en algo tan complicado como eso.
Gojo sonrió con malicia para Okkotsu y él solo pudo sentir el sudor recorrer por su espalda.
También, al lado de Okkotsu estaban Fushiguro Megumi y Niritoshi Kamo. La última persona presente en el comedor era Ichinose Raku, para un total de diez personas.
—¿No deberíamos tratar estos temas dentro de la escuela? —sugirió Kaori para Gojo.
—Tonterías, no tiene nada de malo romper las formalidades de esas reuniones super aburridas en la sede.
—Tú nunca has sido formal —le recriminó Kusakabe al ojiazul.
—Ya que estamos todos, deberíamos ir poniendo las cartas sobre la mesa —dijo Ichinose.
—¿Cuál es el asunto? —preguntó Hijikata.
—Queremos restaurar el Jingikan —dijo Gojo, muy felizmente, como si lo que acababa de decir fuera una nimiedad.
—¿Disculpa? —el rostro de Hijikata lo decía todo.
Megumi, Noritoshi y Yuta se miraron entre sí, igual de confundidos que el mismo Toshizo.
—Al menos para el control y autonomía de los hechiceros —afirmó Gojo —. No es que quiera servir al emperador o algo así.
—El Jingikan fue desintegrado en 1872 y actualmente hay una organización encargada para los santuarios —refutó Hijikata de forma seria.
—Con la revelación de la existencia de las maldiciones a la población general, el gobierno se ha puesto mucho más exigente hacía los hechiceros. No creo que esté de más recordarte sobre quienes arrojaron la culpa hace dos años —expresó Gakuganji.
El viejo estaba intentado darles forma a las despreocupadas palabras de Gojo, cierto era que tenían mucho tiempo armando este tema y era justo que se pusieran manos a la obra, porque no sería una tarea fácil.
—Nuestra relación con el gobierno se ha visto entorpecida. Quieren ponerle una cara a nuestra organización. Si bien, hemos trabajado durante años con ellos, ahora quieren tener las riendas más ajustadas —continuó Ichinose.
—Abrir el Jingikan para los hechiceros significa velar por nuestro trabajo sin interferencias innecesarias —dijo Kaori.
—Queremos asegurarnos de poder trabajar en conjunto de manera más eficiente. Externado directamente, mediante representantes, nuestras necesidades —añadió Kusakabe.
Los ojos de Mugumi, Yuta y Noritoshi iban de un lado a otro en la sala. Se veían nerviosos por todo lo que aquellos adultos estaban mencionando. No habían caído en cuenta, que más allá del trabajo ya de por sí duro que es exorcizar, había mucha más tela política y organizacional de la que pudieran imaginar.
—Encuentro loable su tarea para el gremio. Sus exigencias suenan justas para la calidad de su labor, sin embargo, más allá de la poca comprensión, está el miedo; no solo a las maldiciones, sino a los hechiceros —explicó Hijikata—. Lo que piden no es imposible, pero es complicado.
—Es por eso por lo que estás aquí —dijo Satoru como una obviedad—. No confiarían del todo de un hechicero, pero sí de una persona normal.
—Gojo–san cree que tú —lo señaló la pelinegra—, deberías ser quien esté al frente del Jingikan.
Toshizo miró consternado a Kaori, lo que decía no tenía pies ni cabeza. Además, él había dejado atrás su interacción con el mundo de la hechicería ¿Por qué venir a él de forma tan directa? No era el único que tenía la capacidad de ver maldiciones, no era el único que tenía contacto con hechiceros dentro del rubro político.
—Sé con certeza que tus decisiones serán justas para ambas partes —reiteró Gojo.
—Eres un hombre honesto, con un sentido de responsabilidad grande. Trabajaste en Kioto durante muchos años, así que eres alguien de confianza —agregó Gakuganji para motivarle.
—Además no tendrás que tratar con viejos como ellos —Gojo señaló a los más grandes de la mesa—. Porque en representación del gremio de hechiceros estarán ellos tres.
Señaló a Megumi y compañía, quien hasta el momento no había dicho ni pío. Estaban analizando lo dicho por los adultos, dilucidando que papel jugarían ellos dentro de esta nueva propuesta. Nunca imaginaron que los lanzarían de buenas a primeras a la boca del lobo, bueno, sí, porque era Gojo de quien hablaban.
—¿Quiere que nosotros hablemos en nombre de todos? —preguntó Megumi con incredulidad.
—Es una gran responsabilidad —Kamo estaba anonadado.
—Entiendo porque Megumi y Noritoshi han sido elegidos para esto, después de todo ellos son los jefes de las familias más fuertes. ¿No debería ser usted quien esté aquí? —dijo Okkotsu, para su maestro.
—Yuta es descendiente de los antiguos hechiceros de los Fujiwara ¿no es eso romántico? —Gojo estaba burlándose, pero estaba en lo cierto. Los Fujiwara formaron parte del Jingikan ofreciendo sus rituales al emperador—. También tiene sangre de los Sugawara, así que indiscutiblemente merece ese lugar.
—Son muy jóvenes —replicó Hijikata.
—Es por eso que contaremos con tres asesores externos para ellos —habló Higuruma—. No todos los hechiceros forman parte de la sede de hechicería, pero sus necesidades también deberían ser escuchadas, por eso, la señorita Kaori líder del clan Iori y el profesor Atsuya Kusakabe, líder la escuela del nuevo estilo de sombras, fungirán como consejeros y representantes de hechiceros independientes.
—¿Y tú? —Hijikata encaró a Gojo, quien parecía muy animado con la charla, pero hasta ahora no tenía un papel fijo.
—¿Puedes creerlo? Yo, en representación de los Altos Mandos. Como son unos ancianos decrépitos, seguramente se dormirían en las reuniones, así que el siempre atractivo y animado Gojo Satoru externará sus objetivos, nada personales, a los chicos.
—Gojo conoce mejor a los muchachos, así que será mejor para él seguir siendo el intermediario —le corrigió Gakuganji, fastidiado de la explicación absurda del albino.
—Yo soy abogado, pero actualmente trabajo como hechicero. Si decide apoyarnos en esta propuesta, estaré trabajando a su lado ultimando la parte legal.
—Cuando te dije que te echaría una mano, no me refería precisamente a esto —sopesó Hijikata con una risa nerviosa. Era mucho que procesar.
—Eso pasa cuando eres eficiente en tu trabajo.
—Agradezco su voto de confianza, pero… Generaría un revuelo. Además, podrían acusarme de conspiración solo por estar aquí discutiendo una sublevación.
—No estamos proponiendo una insurrección, solo queremos ser justos —dijo Gojo.
—Se lo merecen —añadió Higuruma.
—No estoy de acuerdo en que debamos ser nosotros quienes representen a los hechiceros. Debería ser usted —insistió Megumi, para Satoru.
—¿Por qué delegar tanto peso en nosotros? —dijo Kamo
—Porque estos cambios están hechos para ustedes: las nuevas generaciones. Es imperativo que, siendo parte de los clanes más fuertes, puedan salvaguardar la integridad de quienes vendrán después de ustedes. No estaré aquí para cuidarlos siempre.
—Es mejor poder compartir la carga entre todos, que dejarla solo en manos de una persona —habló Higuruma—. Gojo–san ha invertido mucho en esta empresa y en su futuro. Creo que no tengo que recordarlo, los presentes en esta mesa saben más de él que yo.
—No quería insinuar que se delegara nuevamente la responsabilidad solo a usted. Es que…. —Yuta no encontraba las palabras, era mucho que procesar—, es diferente a solo luchar.
—Pelean para salvar vidas de las personas que no pueden usar energía maldita, pero esta lucha es para proteger a tus camaradas —dijo Kusakabe, muy serio—. Importa igual.
—Sí vamos a hacer esto, necesito que estén comprometidos. No arriesgaré mi carrera, ni mi vida, sin saber que están seguros —afirmó Hijikata para los jóvenes.
Hubo un silencio y muchos suspiros. Era un tema bastante delicado, que debía trabajarse escrupulosamente. Muchos detalles estaban vistos entre Gakuganji, Raku, Higuruma y Gojo, pero había muchísimas cosas más que debían ponerse en orden para que aquello ascendiera a una realidad.
La comida fue servida en la mesa: hermosos cortes de carne, de pinta exquisita. Era carne de Kobe. Todos comieron sin tocar el tema que los había citado en ese sitio.
Los primeros en ser despachados fueron los más jóvenes, se les dijo que volverían a tocar el tema con ellos más adelante, una vez que se hubieran asentado lo indispensable. Hijikata, Higuruma y Gakuganji estuvieron al frente de la siguiente conversión, los demás opinaban de vez en cuando. Resultaron unas dos horas bastante intensas.
No es que fuera un ávido fumador, pero tanta tensión le había dado dolor de cabeza, esperaba fumarse el cigarro y pedir un taxi de vuelta a casa, todos estaban ya marchándose.
Se acordó una nueva cita en tres semanas.
—Eres un demente. ¿A quién en su sano juicio se le ocurriría algo así? —chistó Hijikata luego de soltar el humo. Gojo estaba a su lado.
—Vale la pena, es emocionante ¿no crees? —respondió entre risas el peliblanco.
—¿Este es un castigo?
—¿Por qué lo sería? —dijo entre una sonrisa cínica.
—Vamos, no soy estúpido y tú tampoco, Satoru.
Hijikata volvió a exhalar el humo de su cigarro al cielo, la mirada de Gojo estaba curiosa sobre él. Siempre había sabido, desde el primer día en que cruzaron palabras, que era un hombre que no podría odiar.
—¿Te lo dijo? —preguntó Toshizo, viéndolo de reojo.
—No había necesidad. Tengo buenos ojos, lo sabes.
—Fue una coincidencia.
—¿Crees que esto es por celos? —preguntó Gojo, con un aire serio.
—Aunque siempre sospeché que amabas a Utahime, nunca sentí la necesidad de marcar ese límite entre ustedes… ¿Sabes por qué?
Gojo negó despacio con la cabeza.
—Confianza. Confiaba en Utahime y ciertamente confíe en tí —Hijikata sonrió y le dio una palmada en el hombro a Gojo.
Tal vez Hijikata no se daba cuenta, pero Gojo sí, sobre la concesión momentánea de su ritual para con él.
—Y creo que es exactamente la situación que vives ahora. No sabes ser hipócrita, mucho menos político, si algo te molesta no temes ocultarlo, por eso lo sé.
—Es más fácil así —Gojo alzó los hombros, divertido ante el señalamiento.
—¿Utahime lo sabe?
—No, aun no. Nadie fuera de la mesa sabe algo al respecto.
—¿No crees que Kaori pueda decirle?
—Obvio no. Guardará el secreto.
Hijikata apagó el cigarro en el cenicero de bolsillo y exhaló haciendo un puchero. Todo lo que había sucedido desde el primer momento en que pisó la escuela de hechicería de Kioto lo había llevado hasta ese momento, donde ahora más que nunca trabajaría por el mundo de la hechicería. Satoru Gojo, él hechicero más fuerte de todos los tiempos, estaba depositando su plena confianza al otorgarle el poder político sobre toda la sede de hechiceros. Había huido de ese mundo para formar su familia y ahora que ya la tenía volvía a sumergirse en él. De haberlo sabido, que de igual forma acabaría ahí, jamás habría dicho aquellas palabras que lo separaron de Utahime.
La mirada determinante de Toshizo causó extrañeza en Gojo. No era de los que le desafiaban de esa forma, siempre habían sido cordiales, así que el peliblanco no tuvo más remedio que amagar con su postura: la de un ser casi divino.
—Tal vez sea un asco de persona por decir esto, sin embargo, es algo que siempre quise decirte…
Las palabras de Toshizo salieron con voz firme. Gojo apretó los puños y asintió dando su permiso para escuchar lo que tuviera que confesar.
—Utahime es el amor de mi vida.
No, Hijikata no era un asco de persona, Satoru lo sabía muy bien porque él sí que había conocido a unos cuantos hijos de puta. Gojo sintió lástima de su sentir.
—Sé que es horrible decirlo cuando estoy casado y tengo una hija… —chistó con aflicción. Si bien la noción estaba en su cabeza, no era un pensamiento que dominara su día a día, por eso, al decirlo en voz alta a otra persona y convertirlo en una realidad, no pudo más que sentirse patético y ruin.
—No voy a juzgarte. Puedo entender perfectamente porque es así.
—Es menos doloroso saber que ella está ahora contigo que soportar la idea de haberme casado con Utahime y que ella sintiera lo mismo que siento yo en estos momentos.
—Fue tu elección —replicó Gojo con severidad—. Hiciste lo que consideraste mejor.
—No tienes compasión —Hijikata se rio de las palabras de Gojo.
—Tienes mi respeto, más eso no implica que deba ser considerado contigo.
—Quería que lo supieras —recalcó.
Gojo avanzó un paso y estuvo más cerca de Hijikata. Se quitó la banda del rostro y con un temple que haría arrepentirse a quien fuera miró a los ojos al hombre.
—Haré un mundo donde pueda proteger a Utahime y nuestro futuro, sin importar a cuantos deba sacrificar en el proceso: humanos, usuarios malditos, hechiceros corruptos, maldiciones o lo que sea.
—No creo que Utahime aprecie que te conviertas en un monstruo para cumplir tus objetivos.
—Ella sabe de lo que soy capaz por asegurar a los que me importan.
—Lo sabe, claro, como todos… —Toshizo quiso tocarle el hombro, pero el ritual de Gojo se lo impidió. Hijikata se quedó observando su mano, suspendida a centímetros del hechicero—. Deja de asumir por tu cuenta un papel tan siniestro. No es necesario hacerlo todo tú, te ayudaré a crear ese mundo para aquellos que amas. Tomará tiempo, tal vez unos tres años, hay mucho trabajo que hacer.
—Quiero que lo hagas en dos —dijo muy serio al momento que desactivo su ritual y la mano de Toshizo golpeó su hombro.
—Satoru, no todos somos extraordinarios como tú —se quejó, poniéndole mala cara.
—¿Sabes? Es una lástima que no participaras en el Juego del Sacrificio. Apuesto que hubieras sido alguien talentoso como Higuruma.
—No, gracias. Me gusta mi vida de humano ordinario.
—Así habríamos podido pelear tú y yo de manera más justa…
—Ni, aunque Sukuna reencarnar en mí —respondió con evidente desagrado de solo imaginar una pelea contra el ojiazul.
—Te lo pierdes…
—Igual estoy atrapado con ustedes nuevamente, así que no veo la diferencia.
—Cuento contigo, Hijikata —dijo muy feliz, sobre todo porque lo estaba fastidiando.
—No tengo opción.
—No, no la tienes —dijo con burla.
NOTAS:
Disculpas por la demora.
Gracias por seguir el fic hasta ahora. No se preocupen, el fic no se volverá una trama política, pero es para dar contexto de porque pasa lo que pasa más adelante.
Creo que la primera vez que hablamos del Jingikan fue en el capítulo del Clan Iori pt1!
Este es el contexto histórico del cual me he basado, sin embargo, hay muchísima más tela de donde cortar hasta las modificaciones y desmantelamiento del Jingikan (que digamos que perdió su poder en el Shogunato y volvió a instaurarse en el periodo Meiji, para luego volver ser abolido), pero esa es otra historia
El Jingikan del código Taiho
El Código Taiho fue una reorganización administrativa promulgada en el año 703 en Japón, al final del período Asuka (538-710). Fue compilado bajo la dirección del Príncipe Osakabe, Fujiwara no Fuhito y Awata no Mahito. El trabajo se inició a petición del emperador Monmu y, como muchos otros acontecimientos en el país en ese momento, fue en gran medida una adaptación del sistema de gobierno de la dinastía Tang de China.
El Código fue revisado durante el período Nara para adaptarlo a ciertas tradiciones japonesas y necesidades prácticas de administración.
En el periodo Nara (710-794), el entorno de la familia imperial estuvo muy condicionado por la superstición. La razón fue que, desde hacía ya unos cuantos siglos, se consideraba que los kami podían entrar en conflicto con los intereses de la casa imperial cuando se rompían tabúes, se hacían mal los rituales o simplemente no se trataba a los kami con el debido respeto, y que estos podían generar enfermedades, epidemias, desastres naturales e incendios, que afectasen al emperador, al palacio imperial o a todo el país.
El Código Taihō estableció dos ramas del gobierno: el Departamento de Culto (Jingikan) y el Departamento de Estado (Daijokan). El Jingikan era la rama superior, tenía prioridad sobre el Daijokan y se encargaba de todos los asuntos espirituales, religiosos o rituales. El Daijokan se ocupaba de todos los asuntos no religiosos y administrativos.
El Jingikan, o Departamento de Culto, era responsable de los festivales anuales y las ceremonias oficiales de la corte: como las coronaciones; así como del mantenimiento de los santuarios, la disciplina de los guardianes del santuario; observación de oráculos y adivinaciones. Es importante señalar que el departamento, aunque gobernaba todos los santuarios sintoístas del país, no tenía ninguna conexión con el budismo.
¿Quiénes formaban parte del Jingikan?
El periodo Kofun (300–700), antes de que instalara el código Taiho, se gestó la aparición de los clanes y linajes encargados de gestionar los rituales a los kami, muchos de los cuales serían después reclutados por el gobierno para ejercer funciones en El departamento de Culto (Jingikan).
El clan Nakatomi (de los que saldrían luego el clan Fujiwara) rendía culto a la deidad Ame no Koyane no Mikoto y poco a poco se especializó en las oraciones a los kami; el clan Sarume veneraba a la deidad Ame no Uzume no Mikoto y se centró en las danzas rituales (kagura), la sanación y los ritos de posesión por espíritus; el clan Inbe (Imibe) se asociaba con Ame no Futodama no Mikoto y con el tiempo se especializó en gestionar el reparto de tributos para los rituales; y el clan Urabe se consideraba descendiente de Ame no Koyane y dominó la adivinación con caparazones y escápulas (luego adoptarían el nombre Yoshida.
Sin embargo, lo más importante a destacar de esto, es que, aprovechando esta capacidad de sugestión, el clan Nakatomi supo ganar posiciones de relevancia en el Jingikan y la corte, para encaminarse hacia el poder (leer notas del capítulo 38 y 39 para más información). Como este clan era el encargado de determinar qué kami estaba produciendo el infortunio, la enfermedad o el desastre al emperador, y este también era el que daba las soluciones de actuación, el emperador y la corte empezaron a "depender" de sus servicios si querían no ser dañados por la ira de los kami.
Pero si por algo destacó el periodo Nara respecto al culto a los kami, fue por la iniciativa que adoptó la familia imperial para controlar estas creencias religiosas a través de la creación de una red centraliza de santuarios liderada por el Jingikan.
Periodo Heian (794 a 1185)
El Jingikan estaba formado por especialistas en cuestiones como la interpretación de presagios (fenómenos naturales típicamente inusuales o inesperados), la adivinación (es decir, la comunicación con fuerzas cósmicas que no son percibidas normalmente por nuestros sentidos) y la supervisión o participación en ritos religiosos estatales. Hay que tener en cuenta que los japoneses del periodo Heian se tomaban este tipo de asuntos muy en serio, y que la ciencia, la religión y el gobierno estaban estrechamente interconectados. Supongamos, por ejemplo, que un cometa inesperado apareciera en el cielo nocturno un día: Casi todas las élites de la era Heian habrían considerado que tal cosa era un mensaje importante de las fuerzas cósmicas. Discernir el contenido preciso de ese mensaje era una tarea para los expertos del Jingikan. O supongamos que el emperador iba a participar en un importante ritual de estado (y tenía una agenda apretada de ese tipo de trabajo) en un futuro próximo: A los expertos del Jingikan se les podía pedir que seleccionaran un día propicio para esta actividad.
El problema llegó en el año 798, cuando ante las dificultades de gestionar la red de santuarios, el Jingikan optó por delegar parte de sus funciones en los gobernantes provinciales, de modo que el Jingikan quedó al cargo del culto a 737 kami y los gobernantes provinciales de 2.395.
Con estas medidas, el emperador no sólo consiguió subordinar directamente a los clanes (propietarios de estos santuarios) a su poder, también implantó las semillas de la rivalidad entre ellos en la lucha por afianzar-alcanzar una posición de influencia en la corte.
Si antes cada clan guardaba una identidad propia en la veneración privada a sus deidades ancestrales, al admitir la creación de estos rangos oficiales para sus santuarios y deidades, y consentir la obligación de rendir culto a los kami de la familia imperial, aceptaron la sumisión a la autoridad imperial y la fijación de una posición jerarquizada entre ellos.
La competencia entre clanes se enfocó en justificar la importancia de los orígenes de su linaje y su vinculación con la familia imperial para subir en la pirámide y la selección de santuarios para venerar a los ujigami o ancestros del clan
Periodo Kamakura (1185–1392). La división de poderes entre la corte imperial y el recién creado gobierno militar (shogunato) que se produjo en estas fechas fracturó el sistema de administración centralizado de los santuarios que se había instaurado en el periodo Heian.
