Capitulo 6

Volumen 1 : La Caída del Mugen Tenshin

Acto 3

El viento helado se apoderaba del aire, llevando consigo susurros gélidos que se deslizaban entre las casas de la oscura noche en aquella madrugada. La luna mostraba la mitad de su superficie y su luz reflejaba el caos en el corazón de la capital.

Sus empedradas calles crujían bajo el paso apresurado de las personas que, con rostros crispados por el frío, se dirigían hacia la estación ferroviaria dejando tras su paso una estela de desolación, solo acompañada por policía y ambulancias cuyas linternas y luces intermitentes daban la advertencia palpitante de la calamidad en las cercanías.

Las llamas se erguían hacia los cielos mientras dejaban en el ambiente una combinación de olores a madera quemada y piedra caliza incinerada, a su alrededor las cenizas incandescentes llovían cubriendo el suelo de las empedradas calles, mientras que el resplandor naranja y rojo iluminaba la noche como un faro visible desde cada rincón de la extensa ciudad.

En sus alrededores, los cuerpos incinerados eran subidos a las patrullas y ambulancias, que incapaces de dar abasto a los caídos, colocaban sus cuerpos unos sobre otros. En las casas cercanas, la policía descubría con horror crímenes ajenos a la explosión; de decenas de hombres decapitados mientras sus cuerpos aún permanecían en cama.

Por las calles, el pitido de los silbatos era seguido por grupos de policías armados, respondiendo al llamado de sus compañeros ante el descubrimiento de cuerpos por todo el distrito de Dworku.

La solitaria figura de Kasumi observaba desde los tejados cercanos la escena frente a ella. En sus ojos entristecidos, la estela de fuego parecía extenderse infinitamente mientras los escombros seguían cayendo, aplastando a los que alguna vez fueron sus camaradas y hermanos. Las figuras de los cuerpos incinerados eran cargados en las patrullas uno tras otro, mientras que sus recuerdos se proyectaban en ella como almas errantes despidiéndose para no volver jamás.

De sus ojos caían lágrimas mientras que la pesadez sobre su pecho y sus hombros la hicieron acurrucarse ante el dolor. Las voces de los policías bajo sus pies terminaban por romperla cuando, negando con la cabeza, uno tras otro decía: — No hay nada que hacer, todos están muertos —.

Antes de la explosión, permanecía sumida en sus pensamientos evocando hermosos murmullos, cantando para sí misma. Sin embargo, cuando resonó la detonación por todo el distrito y al desatarse las sirenas con el altavoz, abandonó su posición dirigiéndose de inmediato al lugar.

Ahora, su corazón palpitaba con un frenesí descontrolado. Su mirada de impotencia se acompañaba con sus puños que apretaba con fuerza, sintiendo la incompetencia y la incapacidad de alejar a sus hermanos y a su clan de las garras de los seguidores de los demonios.

Su silueta se dibujaba con imponencia desde la superficie, irguiéndose nuevamente; se mostraba iluminada por las llamas resaltando sus cabellos y haciendo que su oscuro traje se esclareciera en lo alto.

Desde una calle cercana, Irene junto a sus hombres la observaban mientras emergían de las sombras de una casa cercana. Marcando sus intenciones, desenfundaron sus armas y prepararon kunais mientras se acercaban con cautela a su objetivo.

— Sabía que era ella, no puedo equivocarme. Esos malditos Hayabusa nunca han sido personas de fiar —. Dijo Suzaku, mientras avanzaban en su dirección.

Irene, asintiendo con la cabeza, respondió: — Desde el primer momento noté que algo no andaba bien, seguro que los dos la tenían escondida en algún lugar. Kaede, tú eres el más ágil, la inmovilizaremos y tú acabarás con ella —.

Antes de que pudieran acercarse, un grupo patrulla de la policía los descubrió, apuntaron sus linternas en su dirección y la voz de un hombre dijo: — ¡Intrusos! ¡Desármense o abriremos fuego! —.

Kasumi al escuchar el escándalo, volvió su mirada encontrando a Irene y a los policías en la calle y viéndose descubierta se inclinó, tomó aire y saltó huyendo por los tejados, desapareciendo en el horizonte.

Irene observaba cómo el objetivo se alejaba y resignada, tomó un respiro de derrota. Mientras, los silbatos del grupo de policías resonaron y al momento, una multitud de pasos corriendo se acercaron en su dirección.

Una vez más, uno de los hombres que apuntaban las armas insistió: — ¡Suelten las armas y pongan las manos sobre la cabeza! —. Antes de hacer su tercer llamado, Kaede sacó una bomba de humo de su cinturón y la estrelló contra el suelo, haciendo que una columna de gas negro los envolviera. Los policías detonaron sus armas hasta vaciar los cargadores solo para darse cuenta de que los tres jóvenes habían desaparecido.

A toda prisa tras la dirección donde Kasumi se había perdido, lograron percatarse de algo terrible: la casa donde transcurría la misión estaba hecha pedazos, envuelta en humo. Las figuras de sus camaradas habían desaparecido y aparentemente, la misión estaba suspendida.

Buscaron con la mirada a los maestros y al no encontrarlos, continuaron su persecución. Sus ágiles siluetas saltaban entre los tejados de manera continua, avanzando a gran velocidad, pero fue en vano. La figura de la fugitiva había desaparecido sin dejar rastro y sin rumbo, decidieron regresar a su base en las modernas urbes de la capital.

Finalmente, el cielo de la capital de Vigoor dejaba atrás su oscura penumbra cuando los primeros destellos del amanecer comenzaron a pintar de tonos cálidos el horizonte lejano. Aunque el sol aún no asomaba por completo, su presencia se insinuaba tímidamente, disolviendo la noche con una promesa de un nuevo día. Sin embargo, la mañana no lograba ocultar la evidencia del caos que había azotado la ciudad.

Desde el tejado de los edificios lejanos, aún se veía el humo ascendiendo en espirales, como si se tratase de un recordatorio sombrío de la turbia noche en la plaza del monasterio. La columna grisácea se mezclaba con los primeros rayos del sol, llenando de tristeza a los habitantes que contrastaban con la rutina mañanera que se desplegaba en las calles.

Los primeros locales abrían sus puertas y la ciudad empezaba su rutina matutina intentando mezclarse con los rayos del nuevo amanecer. Sin embargo, la ansiedad era palpable en las calles: La gente se movía con temor hacia sus trabajos, sus rostros reflejaban una mezcla de preocupación y urgencia, como si la normalidad evitara restablecerse en medio del caos.

Dentro de los establecimientos mañaneros, las televisoras transmitían las noticias del informe de los eventos tumultuosos de la noche y la madrugada en la capital. Las imágenes parpadeaban en las pantallas, mostrando escenas de la casa en llamas, cuerpos siendo recogidos por la policía y el destello de la explosión que había sacudido en frente de las puertas del monasterio.

En el informe se relataban testimonios de los vecinos que fueron despertados tras la estrepitosa explosión y las mujeres y niños en llantos descontrolados al no encontrar explicación por la muerte de sus familiares cuyas cabezas estaban perdidas.

En pantalla, se continuaron los detalles enfocando a una periodista en el estudio que abría el día relatando los eventos sucedidos:

— Buenos días, Tairon. Les traemos un resumen de los trágicos eventos ocurridos en nuestra ciudad durante la noche. En mitad de la madrugada frente a la entrada del monasterio, una fuerte explosión despertó a los vecinos del lugar que veían cómo una casa quedaba reducida a escombros. Los equipos médicos y de seguridad luchan por contener el incendio mientras se retiran de ella a una docena de cuerpos —. Las noticias continuaban revelando imágenes del suceso mientras testimonios de los equipos de seguridad narraban lo visto.

Volviendo a enfocar la imagen en el periodista, continuó: — Además del trágico suceso, se presentaron varios incidentes en el distrito de Dworku al ser encontrados los cuerpos sin vida de una veintena de hombres brutalmente asesinados en sus habitaciones. La gobernación capital considera seriamente un toque de queda nocturno mientras se esclarecen los hechos de los últimos crímenes sucedidos en la semana —.

La periodista continuó detallando los hechos, proporcionando información sobre las víctimas y los eventos que llevaron a la descomunal explosión frente al monasterio. Su voz firme transmitía la gravedad de la situación, mientras las imágenes en pantalla ilustraban la magnitud de la tragedia que había envuelto la capital de Vigoor.

En la tienda del anciano Muramassa. Hayate observaba el informe de la televisora, tras él; un puñado de sus hombres custodiaban su presencia ante la visita de los vecinos reunidos que observaban con intriga la noticia.

Su mirada reflejaba cansancio y profundas ojeras, marcando las huellas de una noche sin descanso. La televisión en la tienda del anciano emitía las noticias, pero su atención estaba dividida entre la pantalla y los pensamientos turbios que nublaban su mente.

En las habitaciones interiores de la tienda, Ryu compartía detalles con Ayane, ambos inmersos en su investigación poniendo sobre la mesa preguntas y respuestas de la causa de la explosión y de cómo fueron emboscados.

Mientras tanto, en unas sillas cercanas a Hayate. Momiji permanecía sentada de manera elegante y tímida tratando de pasar desapercibida ante la gravedad de los hechos y las presencias que llenaban el lugar. Sin embargo, en el lugar empezó a sentir la pesadez de una mirada sobre ella y al observar el entorno, sus ojos se cruzaron de manera directa con los de Hayate.

El rostro del joven se tornaba tosco y enfadado mientras mantenía su pesada mirada sobre la joven doncella. De sus labios resecos con total ironía dijo: — Los novatos siempre dan el doble de trabajo, no entiendo que gana Ryu al traerte a misiones como esta —.

Manteniendo con timidez la mirada Momiji respondió: — ¿Novatos? ¿Que gana el maestro Ryu conmigo? ¿A dónde quiere llegar maestro Hayate? —. Dijo arreglando sus ropas intentando mantener una postura firme.

Con una sonrisa en el rostro y acomodando sus fauces con una mano le respondió: — Me refiero a ti, Momiji. Los miembros me han informado que solo has sido una carga para los Hayabusa y el título de sacerdotisa te fue otorgado solo por herencia. Es increíble que un clan tan antiguo cometa el error de enviar a personas como tú —.

Momiji, sorprendida por las palabras e intentando mantener la compostura en vano, con un deje de miedo en su voz respondió: — Maestro Hayate, le recomiendo que los asuntos de mi aldea y nuestra gente lo deje para nosotros. Además, el maestro Joe y el maestro Genjiro dieron su aprobación para que yo asistiera a este lugar —.

Las leves risas de Hayate interrumpieron sus palabras y haciendo un gesto de negación con los dedos dijo: — No lo entiendes ¿verdad? Todo esto ha sido tu culpa, si no hubieses abierto la maldita boca mis hombres aun seguirían con vida —.

Señalándola con el dedo, continuaba su sermón: — Entiende esto, han venido acá porque les hemos pagado, no a vacacionar y a jugar con mi gente. La próxima vez que lo hagas... juro que te mataré —.

La decepción en el rostro de Momiji era evidente, sus radiantes ojos avellanes eran consumidos por un atisbo de tristeza y desolación. En un intento por protegerse de los señalamientos de Hayate, se aferró a su Naginata mientras juntaba las rodillas buscando consuelo en su propia postura.

Sin piedad, y sin ceder en su juicio, Hayate continuó: — Este ya no es tu trabajo, vuelve a casa y avísale a tu maestro que has incumplido tu misión. Te odio Momiji —.

Desconsolada intentó contener las lágrimas en vano y al ser observada por Ryu y por Ayane le preguntaron: — ¿Sucede algo Momiji? —. Negando con la cabeza, dirigió su mirada en dirección a Hayate que, escupiendo en el suelo, hizo una seña a sus hombres y abandono el lugar. No sin antes azotar la puerta llamando la atención de los presentes dentro y fuera del recinto.

Sin prestar mucha atención, Ayane siguió informando a Ryu que, en una distracción, observó a su discípula que cubría su rostro intentando ocultar las lágrimas.

— Hey, ¡Hey Ryu!, pon atención —. Dijo Ayane dando un golpe a la mesa llamando la mirada de su colega.

— No lo olvides, nos veremos en doce horas en el sitio indicado. Nuestros hombres han informado de extraños movimientos en los drenajes, así que investigaremos el lugar —.

Con un movimiento de cabeza accedió y antes de volver la espalda Ryu dijo: – Calma los ánimos de Hayate, haz que descanse y trata de encontrar alguna forma de distraerlo antes de partir... Hasta entonces —.

Al salir de la habitación, encontró a Momiji aún entre sollozos y lágrimas contenidas y esta, sorprendida dijo: — ¡Maestro Ryu! Ahora... ¿qué sucede? —. Su voz reflejaba inseguridad y su postura aún recogida para sí misma dejaban apreciar sus ojos enlagunados por las lágrimas.

— No pasa nada, volvamos a casa —. Respondió Ryu dándole una caricia en el rostro y luego ayudándola a levantar.

Las dos figuras se perdieron en la multitud tras dejar la puerta caminando por las transitadas calles de la capital. En su paso, los niños ofrecían poemas y flores a la joven sacerdotisa y algunos elegantes hombres desde la distancia la cortejaban con hermosas palabras, haciendo que, con su rostro enrojecido se apegara al brazo de Ryu en su elegante paso por la ciudad.

Después de un largo rato cuando finalmente regresaron, los tres jóvenes intentaban desviar la atención con las cotidianidades del hogar. Kasumi preparaba un delicioso almuerzo de estofado de variadas carnes y verduras acompañado de sus armoniosos cantos que evocaba al revolver con una cuchara de madera una gran olla metálica.

Ryu observaba en la televisora de nueva cuenta un programa de información animal. Allí, detallaban los peligrosos encuentros con las serpientes y cómo su veneno en pocas horas podía acabar con la vida de una persona adulta, además de como las aves se lanzaban al combate para proteger sus nidos, acribillándose entre sí. Mientras tanto, Momiji leía un libro de artes marciales y técnicas que había recibido del anciano Muramassa en agradecimiento al atraer clientes con su belleza.

Tras leer algunos párrafos de golpes, cortes y asaltos, observo con resignación al horizonte; recordando las palabras del maestro del Mugen Tenshin.

El pasar de los minutos reveló un aroma peculiar en todo el apartamento: las carnes preparadas acompañadas de vegetales y un hermoso postre de crema de leche con pétalos de cerezo comestibles sobre él. Sin embargo, todos reflejaban en sus rostros el tenso ambiente de la noche anterior. Ryu comía con indiferencia; su mente aún permanecía inmersa en los eventos de la madrugada. Momiji, por otro lado, no podía contener sus emociones y con cada bocado de la comida de Kasumi, la abrazaba llorando, agradecida por la calidez de la comida y por la compañía que hacía que sus platillos tomaran un sabor más dulce.

Entre lágrimas y bocados, Momiji se volvía hacia Kasumi con un tono exagerado de voz, intentando disipar la tensión con humor: — ¡Oh Kasumi!, ¡Deberías abrir un restaurante! Tu comida es tan deliciosa que podría hacerme llorar de felicidad todos los días. Si fuera hombre no dudaría de inmediato en casarme con tigo —.

Entre risas y miradas cómplices con Momiji, respondía con modestia: — ¡Oh Vamos!, no es para tanto. Solo estoy tratando de cocinar algo que les alegre los ánimos a ambos —.

Ryu con una sonrisa leve, intervino en la discusión: — Deberían hacer un programa de televisión. 'Ninjas en la cocina', ¿qué les parece? —.

Momiji, todavía abrazando a Kasumi, asentía con entusiasmo: — ¡Sí! y Kasumi sería la maestra chef ¿¡No sería genial!? —. Al insistir, la sacudía al tiempo que la abrazaba con la boca llena de sus platillos.

Ryu al ver el descuido, arrebató con su cubierto de manera rápida una carne brillante y adobada del plato de Momiji y esta... al darse cuenta del robo sacó un Kunai de sus bolsillos amenazándolo: — Déjalo en el plato de nuevo... Maestro, o esta tarde habrán muertos aquí —.

Ignorando la amenaza, devoró de un bocado la carne; haciendo que Momiji empezara a llorar en el hombro de Kasumi, que atacada en risas le dijo: — Oye, oye, tranquila. Aún hay más, enseguida traeré otra para ti —.

Entre risas y bromas, el ambiente se relajaba lentamente. Fue entonces cuando Ryu, buscando cambiar el tono y olvidar los acontecimientos de la noche anterior, propuso una idea para liberar la tensión. — ¿Qué tal si van al centro comercial después de esto? Puede que a Omitsu y Genjiro les gusten algunos recuerdos del lugar —.

La sugerencia iluminó los ojos de Momiji y Kasumi con un resplandor rojizo. Saltaron de la mesa con una mezcla de alivio y emoción, devoraron sus almuerzos como nunca antes y lo obligaron a rastras a acompañarlas; la figura de los tres se dibujó entre las multitudes de esa tarde gris en dirección a los grandes comercios de la capital, mientras el pobre Ryu, con una cara de resignación, era arrastrado como maletero por las manos de ambas chicas.