hola! como estan? espero que esten bien!

una disculpa por no pasarme por aquí, desde el celular es demasiado complicado para mí .

gracias por llegar aquí . espero que este final sea de su agrado . y gracias por el apoyo !


Capítulo 32

Dijo que sí.

(Capítulo Final)

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Cuando todo explotó entre Camus y Milo, Shura estaba ofuscado por la situación, y tan encabronado con Aioria, que olvidó aclararle a su amigo francés lo que sabía del dije. Siguió a Aioros hacia la mesa de bebidas porque estaba preocupado por él, ya que, de todos, era quien más perdía al estar al medio de algo que no entendía, "enterándose recién" de la relación fingida de ese par.

El español se acercó al centauro, tomó una copa y cuando estaba por servirse un trago, el castaño lo detuvo, colocando los dedos en su muñeca.

—¿Y Camus?— preguntó, siendo obvio para él que, por amistad, el capricorniano iría a calmarlo.

—Se fue… creo…— Respondió secamente. Aioros le quitó la copa a medio servir y la dejó sobre la mesa.

—Ve con él. Te necesita—. Lo animó a irse.

—Tú también me necesitas—. Respondió el español con firmeza.

El futuro Patriarca elevó las cejas, tensó una sonrisa y escondió la cara tras una copa mientras tosía después de beber todo el contenido de golpe.

—¡Yo estoy bien!— exclamó, dándole una palmada—. Anda, ve.

El español lo consideró un momento y, aunque tenía sus dudas, finalmente aceptó, solo porque era él quien se lo pedía; aunque la verdad es que no sabía qué decirle a Camus porque no quería verlo sufrir y había hecho lo posible por evitarlo.

Volvió a la entrada del templo de Athena para buscar al aguador y tratar de ¿confortarlo?

En realidad no sabía qué podía hacer por él, pero igualmente caminó hacia allí y cuando llegó, oyó la pequeña discusión entre esos dos. Intentó acercarse para poner fin al malentendido, cuando notó que Aioria se acercaba al bicho y lo abrazaba cálidamente mientras le hablaba en voz baja. Milo sufría terriblemente, pero encontró consuelo en el gato al dejar salir sus lágrimas.

Shura lanzó una exhalación cargada de frustración y decidió pegar la vuelta antes de romperle la cara al felino mentiroso.

La verdad es que no podía culpar a Aioria por los sentimientos que había despertado dentro de él, ni por dejarlo con el corazón roto, porque fue Shura quien insistió y dijo todas esas cosas cursis que seguramente lo habían cansado. El leonino jamás había dicho que estuviera enamorado del español. Sin embargo, sí había aceptado tener sentimientos por el escorpión; un amor que, si bien no era correspondido, parecía que dentro de poco daría los frutos que el castaño deseaba obtener, si jugaba bien sus cartas y movía las piezas del modo correcto para que Camus y Milo nunca más volvieran a estar juntos.

El futuro Patriarca ya bebía lo suficiente para ese entonces y se notaba feliz después de algunas copas, según lo que el portador de Excalibur podía apreciar.

—¿Lo viste?— preguntó el arquero con preocupación.

—Va a estar bien…— Cortó el español, tomando una copa también.

—Pero…

—No soy buena compañía para él ahora—. Murmuró parcamente. El castaño se quedó en silencio, observando al caballero de Capricornio con ese ceño fruncido tomar el alcohol tan rápido que fue un milagro que no se hubiera ahogado.

De pronto, notó que Aioria y él no estaban juntos. De hecho, no los había visto bailar o convivir en toda la fiesta.

—¿Mi cachorro y tú pelearon?— indagó con extrañeza. Shura removió la copa y, aunque quería buscar al leonino por el jardín con la vista, no quería volver a presenciar una escena entre él y Milo, si es que habían vuelto a la fiesta juntos.

—¿Me lo preguntas como su hermano o como mi amigo?— El arquero tardó un poco en responder.

—No puedo separar lo uno de lo otro, Shu. Eres todas las posibilidades.

—Pues no te ofendas, pero no quiero hablar de él—. Bufó con cansancio, tomando una copa más.

Aioros bajó la vista hacia su bebida, y aunque deseaba darle alivio a los pensamientos ajenos y soluciones a lo que sea que hubiera pasado entre ellos, recordó que su buen amigo lo había visto como prioridad momentos atrás, y que si bien odiaba saberlo disgustado con Aioria, sabía que en algún momento ese par podría hablar.

—De acuerdo, entonces esta noche solo seré tu amigo—. Dijo con suavidad, tocándole la cabeza con una caricia afectuosa.

Después de decir eso, ambos se concentraron en las bebidas sin reparar en los demás. A veces compartían una o dos palabras, pero generalmente tomaban a la par, disfrutando del pequeño momento de silencio entre los dos y la música que Aldebarán aún tocaba en la fiesta.

El castaño removió el líquido entre sus dedos y miró al español de soslayo, con la copa entre sus falanges y la mirada perdida en el color vívido de lo que degustaba.

Aioros recordó cuánto le gustaba al español el vino y el buen gusto que tenía en ellos. Le había sugerido incluso un par de cosechas para obsequiar a Saga cuando el centauro planeó sorprender a su primer amor el día de su cumpleaños. En ese entonces ya sabía que el gemelo estaba enamorado del caballero de Acuario y decidió hacerse a un lado; pero a pesar de eso, algo le decía que no debía rendirse con él, que tarde o temprano Saga recordaría aquello que quedó pendiente entre ellos, como una disculpa, y su romance.

Pero eso nunca ocurrió.

Con el pasar del tiempo, como su amigo fiel y cercano, Shura lo alentó a no perder la esperanza. Siempre estaba a su lado sin importar nada, incluso aunque él lo hizo miserable mientras fueron novios.

Muchas veces se arrepintió de haber aceptado estar con él, pero el español siempre fue un amante complaciente en todos los momentos que compartieron juntos. Fue amable, cariñoso y apasionado.

¿Shura tendría algún arrepentimiento? Nunca lo había oído quejarse sobre ello, pero una vez más se preguntó si, de haber hecho las cosas diferentes, en ese momento estarían compartiendo como pareja y él no tendría de nuevo el corazón herido, ni sentiría toda esa rabia. Incluso su amigo no parecería tan ofuscado y amargado, ya que él trataría de devolverle toda la felicidad que recibía.

—¿Deberíamos bailar?— preguntó el castaño, desviando la vista hacia la pista vacía. El español ladeó la cabeza.

—No… No sé… Haré lo que tú quieras…— bebió de su copa mientras fruncía los labios.

Aioros se dio cuenta de que generalmente siempre recibía respuestas así de él: palabras amables, educadas y cariñosas, ensalzando cualidades que el arquero tenía o situaciones en las que necesitaba recibir una palmada.

Tal vez era el vino o quizá la situación inesperada y caótica de la fiesta; pero en ese momento, recordó al postulante de Capricornio con su mirada tensa y su voz rasposa pronunciando esas mismas palabras varios años atrás…

"Haré lo que tú quieras… Solo déjame estar contigo…".

El castaño sintió la boca seca, se llevó la copa a los labios y ahogó los recuerdos y los pensamientos que tenía en la cabeza con el fruto de la vid.

—¡Dame un poco de espacio!— chilló Afrodita a la distancia, acercándose a la mesa de bebidas donde estaban ambos. Shura se hizo a un lado cuando el pisciano empujó a Death Mask en su dirección.

En realidad, el sueco estaba molesto porque no había podido esclarecer las cosas con Milo; y si él, siendo su amigo, había reaccionado así, no quería ni imaginar lo que Camus le haría si iba a pedirle respuestas.

El caballero de Cáncer solo estaba tratando de darle apoyo y consolar la preocupación que Dita sentía; sin embargo, el pisciano no tenía cabeza ni ganas de estar con él en ese instante.

Andiamo, venite!— exclamó el italiano, tomándole el brazo. Afrodita volvió a protestar, pero esta vez fue Aioros quien habló.

—Te gusta el martini, ¿cierto?— le preguntó al último guardián. Este movió la cabeza de arriba hacia abajo. Aioros tomó una copa, una aceituna y, cuando estaba por hacer el trago, el sueco lo pescó del cuello, dándole un abrazo.

Shura se sorprendió porque, si bien ese tipo de conducta en Afrodita era normal, parecía que del canceriano no quería recibir ni un saludo, pero con el castaño no tenía problemas en verter su frustración.

El español suspiró mientras bebía de su vino y desvió la mirada hacia la mesa, donde se encontraban los pequeños frutos del olivo, cuyo color verde le recordaba a los ojos de Aioria…

Cosa stai facendo guardando il culo del mio ragazzo!?! (¿¡Qué haces mirándole el culo a mi novio!?)— gritó el italiano, tomando al pelinegro por la ropa sobre el pecho. El capricorniano se sorprendió porque generalmente ellos eran una pareja compartida; no obstante, de la nada, Death Mask estaba ahí haciendo una escena de celos por algo que no tenía sentido.

—¿Pero qué cojones? ¡No le he mirado nada!— reclamó el hispano, quitándose las tenazas de encima.

Ti ho visto farlo! (¡Te vi hacerlo!)— debatió el otro.

—¡Estaba mirando las aceitunas, gilipollas!— Shura señaló el plato donde estaban puestas las pequeñas bolitas de color verde, pero el canceriano continuó con su enojo, lanzando improperios en su fluido lenguaje.

Sei proprio uno stronzo! (¡Eres un cabrón!) Olive, le mie palle!! (¡¡Aceitunas, mis pelotas!!).

—¡AH!— gritó Afrodita— ¿¡Qué pasa con ustedes!? ¡¡Sus gritos me arruinan el maquillaje!!— El italiano apretó los dientes, tomó la muñeca del sueco y lo arrastró lejos de ahí.

—¿¡Pero qué mierda le pasa!?— se exaltó el español, dispuesto a continuar la conversación con el cuarto guardián, cuando el sagitariano lo frenó, colocando la mano sobre su hombro.

—Calma, Shura. Ha sido una noche muy larga para todos.

—¡Menudo pedazo de…! ¡Agh! ¡Me ha puesto de peor humor!— Aioros quería calmarlo, pero no supo cómo hacerlo al verlo tomar una botella y beber de ella mientras continuaba insultando al canceriano.

En realidad, dudaba que Shura tuviera una conducta así porque le había dicho que estaba enamorado de Aioria y, conociéndolo, por muy enojado que estuviera con él, no haría algo de lo que se arrepentiría después.

Aioros suspiró y bebió en silencio de su trago, admirando el pequeño baile que los restantes caballeros de bronce continuaban en el jardín.

—Por lo menos ellos la están pasando bien—. Señaló a Seiya disfrutando de una conversación divertida con Shiryu, Aldebarán y Shun al ritmo de la música—. Debe ser la peor fiesta que haya organizado un futuro Patriarca…— se lamentó al final, acomodando en sus labios una pequeña sonrisa.

Shura apretó los puños.

La verdad es que su amigo no tendría por qué deprimirse por eso, ya que le había dedicado tiempo a planear cada detalle para que todo hubiera terminado así.

—¡¡Es que Saga se pasó todos los putos pueblos!!— gritó colérico, haciendo responsable al tercer guardián por eso, la depresión de Aioros e incluso su ruptura con Aioria, aunque en eso él no había contribuido.

Muy tarde notó que no solo había pronunciado un nombre que podría dolerle a su amigo, sino que además había maldecido con palabras graves delante del sagitariano; y con él, ese tipo de conductas no estaban permitidas.

—¡Lo siento, Oros!— exclamó con aprensión.

El castaño se rio. En realidad ya no recordaba cuándo fue la última vez que pudo hacerlo así. ¿Quizá cuando le bromeó a Shura sobre los sobrinos?

De hecho sí. Las últimas veces que había podido reír y sonreír plenamente siempre fueron gracias a él.

—Al… carajo…— expresó el arquero con vergüenza, tomando la botella y sirviéndose un trago— ...No puedo creer que lo haya dicho—. Se frotó el ceño y le dirigió un gesto de alegría a su amigo—. Aunque la verdad se sintió bien… ¡Mierda!— gritó después.

Shura no supo si preocuparse o estar feliz por verlo sacar lo que le molestaba poco a poco. Aioros era correcto y educado, después de todo; y aunque juraba que en su juventud fue todo lo contrario, el español no llegó a conocer esa etapa.

—Si comienzo a contar los secretos de todos, por favor, llévame a mi templo—. Solicitó el castaño medio en serio, con un ligero tono de burla. El capricorniano sonrió.

—Como ordene, su Santidad—. Expresó con una leve reverencia. El arquero se congeló durante un momento y abrió los ojos como si aquel hombre acabara de decir algo realmente sin sentido.

Desvió la mirada y le dio la espalda.

—Suena raro oírte decirlo…— Murmuró en voz tan baja que parecía no querer que él lo escuchara; sin embargo, sí lo hizo.

—¿Por qué?— indagó el español. El heleno tragó saliva con dificultad y volvió a centrar su atención en el trago que comenzó a servirse.

Aioros no sabía si era el lazo que lo unía a Shura, o que lo dijera precisamente él, lo que lo hacía sentir avergonzado, así que se quedó en silencio, terminando de preparar el martini que iba a hacerle a Afrodita (pero sin la aceituna), sin tener idea de cómo desviar la conversación.

El caballero de Capricornio lo observó durante un momento y, como lo conocía perfectamente bien, notó que algo en él era diferente esa noche. Quizá lo sucedido con Saga, la presión de acompañar a Athena, Dohko y Shion, o simplemente la suma de todo.

Debería estar feliz por recibir por primera vez el honorífico de Santidad, ya que a partir de la ceremonia de nombramiento todos se iban a referir a él con sinónimos respetuosos como Excelencia, Sumo Pontífice o Patriarca. De hecho, Shura estaba emocionado por ser el primero en decirle de ese modo porque lo apreciaba y respetaba demasiado.

¿Aioros estaría incómodo porque aún no era oficial, o tal vez porque era un nombramiento al que no se acostumbraba todavía?

Shura quería preguntarle nuevamente por qué, pero el arquero se notaba enfrascado en sus propios pensamientos, así que el español le tocó el hombro con suavidad.

—Puedo buscar otras formas de llamarte—. Ofreció. El castaño no le devolvió la mirada, ya que estaba distraído con la bebida en su mano, pero colocó sus dedos encima de los ajenos.

—Por ahora… llámame como siempre…

—¡No seas tan modesto!— lo molestó el español; pero aunque quería que volvieran a reír juntos, él se mantuvo en silencio.

Sagitario retiró sus dedos y el pelinegro lo imitó, respetando su breve distancia.

La noche continuó su marcha entre los tragos, la música de la fiesta y el pequeño ambiente festivo que Seiya, Shiryu, Shun y Aldebarán mantenían en su pequeño círculo, jugando una especie de juego donde alguien sostenía un palo y los otros pasaban por debajo, doblando el cuerpo hacia atrás.

Para Shura y Aioros fue divertido observarlos disfrutar los restos de la fiesta, mientras ellos bebían en una de las bancas alejadas del jardín.

Tras algunos tragos de más, el español notó que el centauro comenzaba a dormirse en el pequeño asiento que habían optado por compartir, así que se levantó como pudo y le ofreció el brazo.

—Te llevaré a Sagitario—. Le dijo. El castaño bostezó y se frotó los ojos.

—Puedo caminar…— murmuró, pero ni siquiera hizo el más leve movimiento para enderezarse. Shura se inclinó hacia él.

—¿Te llevo con todo y banca?— bromeó.

—Ya te dije que puedo caminar, Shuuuu… pero si ves un barranco cerca, ¡sujétame!— El castaño se rio, y tras negar con la cabeza, el hispano lo levantó suavemente y lo llevó apoyado en su propio cuerpo. Pensó que podría cargarlo, pero no quería faltarle el respeto ni hacerlo parecer indefenso.

Camus solía quejarse siempre de lo molesto que era que Milo lo cargara (con todo y que le gustaba, aunque no quisiera aceptarlo); por lo que consideró que Aioros, siendo de personalidad jovial pero reservada, quizá lo tomaría a mal. Si fueran pareja, como en antaño, tal vez no; pero siendo cuñados estaba un poco fuera de lugar… ¿o no?

Tomando en cuenta esos pensamientos abandonó la fiesta con el arquero a cuestas, quien caminaba o arrastraba por ahí los pies en tanto él le sostenía la cintura. A veces Aioros murmuraba algo, mas en el descenso hacia Piscis se quedó completamente en silencio, y fue solo cuando llegaron al doceavo templo que finalmente se incorporó y avanzó colgado al cuello español por el oscuro sendero.

—Invitaré a Afrodita a almorzar mañana…— comentó el arquero con voz de aguardiente— ...Se veía realmente triste.

—Ya se le pasará…— espetó el español, restándole importancia. Además, no quería mencionar que iba a ser difícil hacerlo si el heleno amanecía con resaca o si Aioria iba a buscarlo para su desayuno semanal en su día de hermanos.

El castaño, por su parte, frunció el ceño.

—¡Qué insensible!— exclamó, dándole un golpe en el pecho como reprimenda. Shura se rio; y cuando estaba por decir algo más, el silencio fue interrumpido por sonidos que no esperaban.

—Parece que Death Mask finalmente está cumpliendo su rol de novio—. Se mofó el pelinegro, oyendo la voz de Afrodita perdido en el pasillo o quizá en alguna de las habitaciones con la puerta abierta, gimiendo descontroladamente en busca del placer que Piero le estaba dando esa noche.

Aioros soltó a Shura, se cubrió los oídos y, más rojo que un semáforo, comenzó a caminar hacia la salida, agradeciendo que su Diosa no hubiera pasado a esa hora por ahí para despedirse o tomar su vuelo de regreso a Japón.

—Es un concierto que no voy a seguir escuchando—. Protestó, deseando salir de ahí cuanto antes.

El español lo observó avanzar hacia la salida; por lo que lo siguió, manteniendo su distancia, ya que parecía realmente afectado. Sin embargo, cuando lo vio tropezar, tuvo que sostenerlo para que no llegara completamente al suelo.

—Espera, macho… Déjame ayu…— Aioros inesperadamente lo empujó.

—¡Puedo caminar solo!— se quejó con voz extraña al continuar avanzando escaleras abajo, sosteniéndose de las piedras de la montaña que rodeaba el descenso.

El español lo miró un poco confundido, suspirando al no saber explicar ese comportamiento en Aioros. Tras un breve instante, lo siguió nuevamente por el oscuro Santuario, tratando de entender por qué su amigo estaba actuando así. Tal vez eran los recuerdos de la noche, o la sensación de haber fracasado, lo que tenía al futuro Patriarca tan esquivo y embriagado por el silencio.

De hecho, nunca lo había visto borracho y, como él solía ser un tipo sonriente y amable, quizá en su estado etílico era más reservado y sombrío que Camus.

Shura también estaba tomado, pero tenía más práctica y resistencia que la mayoría. No por nada podía aguantar las singulares apuestas de Death Mask hasta que uno de los dos quedaba inconsciente. Generalmente el crustáceo siempre perdía, pero ambos ganaban una resaca nivel Dios.

Cuando llegaron al onceavo templo zodiacal, caminaron sin pronunciar palabra hasta la entrada. Aioros se abrazó a sí mismo, ya que el recinto siempre solía ser más frío que los demás, y cuando llegaron a una parte por dónde se podía ir hacia las habitaciones inferiores, se detuvo.

—¿Crees qué él…?

—Va a estar bien—. Contestó Shura, sabiendo que estaba preocupado por el francés—. Solo es un ridículo malentendido—. Dijo con conocimiento de causa.

El castaño asintió; pero por su mirada, el español notó que no estaba del todo convencido. Lo vio apretar los puños, mirar con ansiedad el pasillo y suspirar pesadamente.

—Es que… le prometí hacerme cargo de Saga, pero no lo hice—. Confesó el arquero, sabiendo que había algunos detalles más que no le había dicho a su amigo. Shura bufó.

—Lo que haga ese miserable no es tu culpa, y no creo que Camus te odie por vivir tu vida—. Sagitario volvió a mover afirmativamente la cabeza.

—Lo sé… Es solo que…— El español apoyó las manos en los hombros griegos para atraer la mirada de su amigo.

—Ya te dije que si hay alguien que merece ser feliz en este maldito mundo, eres tú, Oros—. Shura sabía que su amigo necesitaba oír palabras cálidas y de consuelo en ese momento más que en cualquier otro, y esperaba una sonrisa o un "Tienes razón, gracias". No obstante, lo que obtuvo fue una pequeña distancia entre ellos cuando el castaño colocó la mano sobre su pecho y lo empujó por segunda vez.

No pronunció palabra, pero se notaba perdido mientras volvía a retomar su camino.

El pelinegro lanzó otro suspiro.

"¿Qué leches le pasa?", se preguntó, mirando la espalda del futuro Patriarca.

El silencio en realidad nunca le molestó cuando estaban juntos. Años atrás, incluso disfrutaba verlo leer mientras él dedicaba sus pequeños ratos de ocio a dibujar. Aioria también pintaba en aquellos tiempos infantiles con colores y líneas desordenadas. Era divertido, de hecho, pelear con el cachorro mientras compartían un agradable momento los tres.

Ojalá hubiera descubierto que se enamoraría así del león cuando suspiraba y adoraba a Aioros, aunque este pensara en otro. Habría contemplado la posibilidad de no haber estado con el arquero si hubiera sabido en ese tiempo que sentiría una pasión sin igual por el felino, pese a enterarse luego que Aioria amaría en su vida adulta a Milo, su mejor amigo.

Mientras ambos se mantenían concentrados en sus propios pensamientos, llegaron, minutos después, al templo de Capricornio.

El fuego estaba encendido en la pared del recinto, por lo que el camino ante ellos estaba iluminado por una luz tenue que se extendía por todo lo largo del templo hacia la entrada principal.

—Gracias, Shura…— se despidió el castaño, yendo en dirección a Sagitario.

—Te acompaño…— El capricorniano se movió con la intención de seguirlo y ayudarlo a avanzar, pero el centauro movió las manos y la cabeza erráticamente.

—Es mejor si nos despedimos ahora…— Se alejó apresuradamente.

—Déjame ir contigo—. Insistió el pelinegro, tomándole el brazo. Aioros volvió a mirarlo, y Shura lo notó más tenso que antes. El castaño movió los labios para hablar, se soltó del agarre y se quedó en silencio, peleando con sus propios pensamientos.

El caballero de Capricornio pensó que estaba bien darle su espacio y respetarlo, pero no si eso pintaba una línea invisible entre ambos.

—Oros… sabes que si necesitas hablar…

—No te preocupes, estoy bien.

—¿Seguro?

—¡Sí!

Shura vaciló, y cuando se acercó al repetidamente distante Aioros, algo inesperado los interrumpió.

—Buenas noches—. La voz de Aioria viniendo por el pasillo rompió el momento. El arquero colocó una sonrisa extraña en sus labios. El español frunció el ceño y se negó a devolver la mirada hacia el quinto guardián.

—¿Seguro que puedes llegar entero?— preguntó al futuro Patriarca—. No me siento cómodo dejándote solo— El caballero de Sagitario movió la cabeza afirmativamente y se alejó un poco más.

—No hay barrancos cerca, así que estaré bien—. Bromeó. Shura no supo si reír o insistir en no dejarlo solo—. Adiós… apreciado amigo…— El arquero le dio una pequeña palmada en el brazo, saludó a su hermano menor a la distancia y se perdió entre las sombras del templo.

El décimo guardián lo observó irse en silencio, todavía con la extraña sensación de que estaba ocultando algo.

—Shura, ¿podemos hablar?— pero escuchar a Aioria con su voz irritante distrajo sus conjeturas.

—Creí que había sido claro contigo—. Bufó, apretando los dedos a un costado de las piernas—. Me tienes hasta las narices.

—Yo también estoy cansado de tu estúpida actitud—. Rugió el león con molestia. El décimo guardián se sorprendió, ya que hacía mucho tiempo que el leonino no usaba ese tono con él; sin embargo, Shura era quien estaba molesto después de todo.

—¿Qué? ¿Cómo te atreves?— Finalmente lo miró a los ojos, descubriendo que el castaño tenía la mirada dolida.

—Te pasaste tres pueblos Shura. No tres, ¡diez mejor dicho!— El nombrado abrió la boca para debatir pero después se peinó el cabello hacia atrás.

—¿Sabes qué? No voy a desperdiciar mi tiempo contigo. Haz lo que te plazca—. Sin decir nada más, lo pasó de largo y se internó en su propio templo para ir hacia la habitación, dejando al león parado en medio del pasillo.

Aioros ya había salido de Capricornio, por lo que no necesitaba preocuparse por él. Además, parecía querer estar solo.

El español exhaló y repitió el sonido cuando escuchó los pasos de Aioria siguiéndole de cerca. Entonces comprendió que si no lo echaba de una vez, comenzarían un juego sin fin, y él ya no se sentía con ánimos para andar con esas cosas.

Se detuvo a pocos centímetros de la entrada y, tratando de ser lo más amable que las entrañas le dejaban, sonrió dirigiéndose al león.

Chaval, por favor, estoy cansado y no tengo tiempo de jugar contigo… ¿Por qué no te vas con tu amiguito? Debe sentirse muy solo…

Aioria lo empujó contra la pared.

—Sé que estás molesto, pero no voy a tolerar que me insultes o que le faltes el respeto a Milo—. El español se sorprendió.

—¿Que no lo vas a tolerar?— preguntó sin dar crédito a sus oídos. Colocó las manos en el pecho del otro y lo empujó para abrirse paso— ¡Estás en mi templo, carajo! ¡Estos son mis dominios y para que quieras mandarme te faltan algunos años o que bajemos algunos pisos!— Con Aioria no podría nunca tener calma. Era titánico el esfuerzo para poder recuperarla.

Lanzó un bufido y dio media vuelta sobre su talón derecho, decidiendo que ese era el fin de la conversación.

—Se acabó, niño, déjame en paz—. Para su sorpresa, Aioria lo empujó dentro de la habitación—. ¿¡PERO QUÉ HOSTIAS!?

—¡CÁLLATE!— rugió el león— ¡Llevo años tolerando que tú siempre tengas la última palabra!

—¡Ya te dije que…!

—¿¡Con quién crees que tratas!? ¡No soy un niño! ¡No soy idiota, y sé exactamente por qué has estado toda la noche pegado a mi hermano!— el español sintió la enorme necesidad de expresarle que no lo hizo por eso, que nunca se atrevería a jugar de esa forma con los sentimientos de nadie, mucho menos a faltar al respeto y la admiración que sentía por Aioros. No obstante, estaba tan caldeado por la situación que las explicaciones fueron nulas.

—¡Eso no tiene que ver contigo!— exclamó— ¡Puedo hacer lo que me pegue la gana, y si quiero invitar incluso a Afrodita a mi cama…!— El quinto guardián lo tomó por el pecho de la ropa, tirando de él para pegarlo contra su cuerpo.

—¡Ya le dije que eres mío, así que a ti te conviene entenderlo de una maldita vez!— El pelinegro se sorprendió tanto por las palabras de aquel que no notó la puerta cerrada o el hecho de que Aioria se había abierto los botones de la camisa para exponer su torso

El caballero de Capricornio sacudió la cabeza, despabilando su impresión y borrando el matiz carmín en sus mejillas para volver a proferir gritos hacia el único hombre que lo volvía loco.

—¿¡Cómo pudiste!? ¿¡Quién leches te crees para andar pregonando que soy de tu propiedad!?

—Tu dueño…— Susurró el leonino tomando con un zarpazo el cuello ajeno para fundir sus bocas en un beso.

Para Shura fue una mezcla caótica de emociones en un santiamén porque no sabía si era el tono, la seguridad en Aioria al emplearlo, o esa seductora y al mismo tiempo dominante manera de hacérselo saber, la razón por la que su propio corazón se le había disparado y las ganas de echarlo tanto fuera de su vida como de aquella habitación se le habían fundido y evaporado como ideas hervidas sobre la cabeza, ante el calor que cubría su cara y gran parte del cuerpo con las caricias que el griego le otorgaba.

El español ya lo sabía. Sabía que le pertenecía a Aioria porque él era dueño de sus deseos, sus pasiones, sus instintos, sus lágrimas y cada uno de los pensamientos que pudieran surgir en su cabeza. Ni siquiera Aioros con su inteligencia y experiencia pudo llevarlo al punto de enloquecer, de gritar, de reír como idiota y de experimentar tal cantidad inigualable de emociones por cada poro de su piel.

Quería gritarle y decirle que no podía jugar de esa forma con él, que no podía enviarlo de un puntapié directo al infierno y después tratar de sacarlo de ahí con esa arrolladora pasión; pero aunque su boca se movía con la intención de escupir reclamos e insultos, Aioria realmente lo había embriagado, dominado y cazado como un astuto león.

Shura jadeó contra los labios del otro y situó las manos por detrás de la espalda griega, mientras a la pierna derecha le permitía colocarse entre las separadas del felino. Se inclinó hacia el frente, sosteniendo su propio peso y, equilibrando este, profundizó el beso, ahogado en deseo por él cuando comenzó a comerse el cuello de Aioria. El quinto guardián no tardó en retorcer su cuerpo mientras se mordía los labios y, abriendo la boca casi con desesperación, luchó tanto por obtener más placer, como por darlo al friccionar sus miembros. Shura se apartó para tomar aire y Leo abrió los ojos, como si temiera su arrepentimiento; pero el hispano, al mirarlo, supo que las cosas que le estaba comunicando con el cuerpo eran reales, que esos profundos ojos verdes en el griego brillaban para él, transparentes y sinceros. Su amor, su deseo, su mar de pasión era tan verdadero como el temor al rechazo que se mezclaba en ellos.

—¿Por qué? ¿Por qué esperaste tanto?— reclamó el décimo guardián. El leonino apretó los labios como si no fuera a volver a hablar, pero no quería más malentendidos con él.

—Porque mi amigo me necesitaba—. Confesó con suavidad.

—Sí, tu folloamigo…— le expresó el español con amargura. Aioria movió suavemente la cabeza y metió los dedos entre la mata de cabellos azabache cuando lo tomó por la nuca, uniendo sus labios una vez más.

—Tu fuiste mi único folloamigo siempre…— confesó— ...y eres… el único hombre que amo…

"Que amo…".

¿Acaso había oído bien? ¿Aioria realmente dijo esas palabras?

—¿Qué?— se sorprendió el capricorniano, creyendo que quizá se había quedado dormido en el jardín de Athena y eso no estaba pasando. Después de todo, Aioros estaba actuando raro cuando bajaron hasta ahí, así que quizá sí era un sueño.

El castaño, por su parte, apretó los labios; y aunque deseaba explicarle todo, tenía un nudo en la garganta que no podía deshacer.

Aioria odiaba llorar y se había prometido no hacerlo más; pero, curiosamente, las últimas veces era Shura quien lo veía en ese estado vulnerable.

¿Sabría él todo lo que significaba?

No, por supuesto que no lo sabía porque el león nunca fue lo suficientemente valiente para aceptar que sí lo amaba, más que una siesta, un buen revolcón (casualmente con él) o su comida favorita.

Deseó tanto no haberle dicho que tenía sentimientos por Milo. Incluso deseaba no haberse confundido así, ya que sin esas palabras o el dolor que sí había sentido por su amigo, Shura no habría sufrido jamás.

Sus ojos soltaron algunas lágrimas y su voz, aunque aún rota, salió en el tono adecuado.

—Que te amo… y te amo demasiado— Expresó completamente quebrado.

Al oírlo, el español quería abrazarlo y fundirse con él, pero inesperadamente el castaño se arrodilló y ofreció ante los ojos sorprendidos de Shura una pequeña argolla dorada en la punta de sus dedos. Era delgada, pero tenía unos delicados grabados como pequeñas ondas de voltaje.

—Dijiste…— debido a que tenía la voz cargada de emoción, hizo una pausa para poder expresarse como él merecía— ...Dijiste que un anillo es una promesa, y si me aceptas nuevamente, te juro que no volveré a dejarte ir y dedicaré el resto de mi vida a hacerte totalmente feliz.

El caballero de Capricornio sintió que el corazón le iba a explotar dentro del pecho con tanta dicha que necesitó un pequeño momento de silencio para que la voz no se le resquebrajara también porque, si bien Aioria nunca le había dicho que lo amaba, tener sus palabras y la propuesta así, aunque tal vez no era de matrimonio, sí era algo perpetuo con lo que él y Shura pudieran gritar a todos su pertenencia.

Ya podía oír los gritos de felicidad de Afrodita y la emoción de Aioros, incluso la sonrisa de Milo y las palabras cálidas de Camus.

Ahora entendía por qué el día que bajaron con el escorpión al pueblo, el quinto guardián se quedó en Rodorio. De hecho, esa noche actuó un poco extraño, pero él había supuesto que era por la emoción de la fiesta al día siguiente.

Tras un instante de silencio, el portador de Excalibur colocó una mano en la mejilla del griego y ofreció el dedo al mismo tiempo que asentía para aceptar la propuesta. El leonino sonrió, se secó las lágrimas y deslizó con cuidado el anillo por la piel ajena, notando que se cernía perfectamente a él. Ambos temblaban de emoción, y cuando el felino se levantó, volvieron a compartir un beso ansioso y apasionado para sellar aquella promesa.

—Te amo, Aioria…— Le susurró el español al comerle la boca. Al quinto guardián le costó trabajo volver a cerrar los ojos sin sentir que se le humedecían, pero entre la oscuridad y el silencio podía disfrutar al doscientos por ciento al hombre que tenía entre sus brazos y al que por un estúpido malentendido podría haber perdido.

El felino volvió a ocultar sus pupilas mientras repetía las palabras más dulces y sinceras hacia el dueño del templo, quitándole el saco para lanzarlo hacia la cama, prendiéndose a su cuello para deslizarse hacia su oreja y lograr morderla. Cuando los sedientos labios del español recorrieron ansiosamente el espacio entre su barbilla y el hombro, succionaron la piel morena bajo su boca, marcando un camino hacia el pecho.

Aferrando las uñas y los dientes, Aioria resistía las ganas de que las piernas se le fueran contra el suelo. Shura se apartó un poco, nada más para besarlo y llevarlo a la cama, donde lo tendió de espaldas. El león no se opuso, pero se levantó con las manos y, sentado, terminó de abrirle la camisa y, con los labios a la altura del ombligo, metió la lengua dentro de él. Con los dedos fue desatando el cinturón del español, donde un bulto bien formado lo esperaba ya. Lo mordió por arriba de la ropa, por lo que Shura no resistió las ganas de tomarle la cabeza, como deseando que fuera su lengua la que ocupara el lugar de la tela del bóxer. El castaño deslizó la prenda ajena por las piernas, mientras el otro desaparecía los dedos entre aquella mata de cabello griego con caricias.

El capricorniano miró a aquel hombre con deseo, pues siempre había dicho que le gustaba su lengua y lo que hacía con ella. No era rasposa como la de un gato. Por el contrario, era suave, cálida y bastante húmeda; y cuando la tela desapareció entre sus piernas, el pelinegro se mordió el labio al sentir aquella boca griega tomando su parte íntima ávidamente, contorneando los bordes marcados en venas por su densidad, pasando su lengua y succionando desesperadamente cada parte de él. Shura no tardó en jadear y en demostrar que aquello le gustaba, restregando su cuerpo contra el otro, pidiendo más con su voz ahogada, mientras sentía la presión, su humedad y los dedos del leonino aferrarse a sus glúteos para explorar una parte sensible entre ellos.

El español abrió ligeramente las piernas y se inclinó un poco cuando sintió al intruso ajeno tocar ese lugar oculto dentro de su cuerpo. Aioria generalmente nunca buscaba ir más allá, siendo el pasivo en todos y cada uno de sus encuentros; sin embargo, esta vez, mientras le daba atención al frente, exploró su pequeña entrada con suaves movimientos.

Tras degustar aquel cuerpo con su boca, el leonino lo apartó y se puso de pie, tomando la nuca española otra vez para besarlo salvajemente, retirando cada prenda que volviera imposible tocarlo con plenitud, dejando esta vez, durante el ir y venir de caricias, a Shura con la espalda sobre el colchón a la vez que aquel león hambriento y feroz entre sus piernas devoraba cada parte de su anatomía con besos, caricias y mordidas que volvían al otro loco de placer. El hispano, por su parte, lo tomó por el miembro, acariciando con su propia mano, sintiendo su anchura con los dedos y cada línea que formaba aquel erecto tronco.

El león se sintió ansioso por él, pero aunque era tempestuoso, se tomó su tiempo para prepararlo, disfrutando cada sonido y caricia que recibía a cambio; y cuando finalmente decidió entrar, el dueño del templo aferró las piernas a cada lado de su cadera.

Para el español fue ligeramente doloroso sentirlo hacerse espacio dentro de su cuerpo porque estaba desacostumbrado a esa intromisión; pero mientras el castaño le daba atención, tocándole con la mano y mordiendo su cuello, su pequeña entrada fue cediendo cada vez más, moviéndose suavemente hasta que lo tuvo por completo en el interior con un vaivén gemelo al suyo.

Era su primera vez en aquella posición y le agradó que lo tomara así porque eso iba a reafirmar sus palabras y la propiedad que ahora tomaba y que también brillaba en su mano con ese lujoso anillo.

Shura sintió al león moverse despacio, por lo que lo imitó, buscando acostumbrarse a la sensación de tenerlo dentro hasta que logró adaptarse y encontrar un ritmo para acoplarse el uno al otro. Sintió al castaño disfrutar de su interior, mientras él gozaba con sus embestidas y se aferraba desesperado a la espalda tostada, mordiendo y lamiendo de aquí para allá por donde podía, compartiendo un beso desesperado de vez en cuando, aferrando las uñas sobre él sin querer lastimarlo, pero haciéndolo cuando perdía el control tras cada toque firme en su interior.

Aioria lo devoró apasionadamente y salió de su interior para cambiar la posición, poniéndose sobre el colchón. El otro se levantó y enredó la lengua con la suya, mordiendo sus hombros, su pecho y poniéndose encima para controlar esta vez las estocadas del griego, haciéndolo despacio hasta que volvió a acostumbrarse a él.

El quinto guardián tomó su parte íntima con la mano y le brindó una dosis del placer que requería para el orgasmo completo cuando terminó entre sus dedos, lo que provocó que él también lo hiciera en su interior.

Una vez completada la reconciliación, Shura se recostó sobre la cama, dándole la espalda porque era la posición más cómoda que había encontrado tras el acto, en medio del cansancio por el día y todo lo demás. Aioria intentó recuperar la respiración y lo abrazó por la espalda, pegando la nariz contra su piel para aspirar su fragancia masculina. El español colocó las manos sobre las suyas mientras sonreía y cerraba los ojos para disfrutar aquel contacto íntimo.

Estaba conciliando el sueño en medio de aquel confortable entorno, cuando escuchó la voz de Aioria.

—Lamento lo ocurrido…— Susurró este, aún sobre su piel. El pelinegro no abrió los ojos, pero se alegró de escuchar un arrepentimiento verbal, profundamente sincero.

"¡Ya le dije que eres mío, así que a ti te conviene entenderlo de una maldita vez!", recordó Shura aquellas palabras.

—¿De verdad le dijiste eso a Afrodita?— se animó a preguntar tras un breve momento. Entonces, sintió a Aioria mover la cabeza tímidamente sobre su lomo.

—Sí…— contestó— ...Me dio vergüenza, ¡pero necesitaba que te dejara en paz! ¡Me estaba volviendo loco!— Oír el tono celoso del castaño lo hizo reír porque en realidad solo lo había escuchado hablar así por Milo.

—Gracias por aceptarlo…— susurró.

—Gracias por perdonarme—. Contestó el otro, sonriendo sobre la espalda ajena. Shura abrió los ojos y viró sobre su hombro.

—¿Quién dijo que lo hice?— El castaño se enderezó sobre su propio brazo para poder mirarlo

—Yo, porque soy tu dueño…— Declaró buscándole los labios. Shura enrojeció vivamente y volvió a acomodarse.

—Eso es lo único que necesitaba escuchar…— dijo con una sonrisa. El heleno le dio otro beso y se acomodó nuevamente, tomándole la mano donde el símbolo de su promesa brillaba a pesar de la poca luz en la habitación.

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Cuando el sol tocó con tibios rayos los párpados del espartano, este se movió suavemente sobre la piel de Camus, aspirando el olor de su cabello como el primer día que durmieron uno al lado del otro allá en el templo de Escorpio.

En aquella mañana, siendo su primera noche juntos, amaneció con la cara pegada al lomo galo después de aclarar algunos malentendidos que se desarrollaron previo a la visita de Kanon, tanto como otros después de aquel encuentro con él. En esa velada, Milo le contó al aguador cómo se sentía por el comportamiento del gemelo, convirtiéndose en la conversación inicial y pacífica en su relación tensa y complicada desde niños. De hecho, fue la primera vez que el escorpión notó que Camus no solo sabía escuchar, sino que además podía ser comprensivo; porque a pesar de las cosas que él le dijo en el pasado o la forma tan hostil en que lo trató, el francés actuó como un buen amigo.

Ese día y por alguna razón que todavía no había comprendido, amaneció pegado a la espalda del acuariano.

En el presente, mientras sentía el aroma del galo en su piel, recordó las demostraciones cariñosas y sexuales que tuvieron en su primer encuentro fogoso, dejando al aguador tan relajado y agotado que se quedó dormido sobre su pecho; aunque algún par de horas después finalmente se movió, dándole a Milo la espalda. El escorpión entonces lo abrazó, quedando embriagado por la fragancia masculina ajena al poner la nariz nuevamente en el lomo de aquel. Mas tras algunas horas de sueño, el sol griego lo despertó.

No habían podido contemplar a Apolo asomándose entre las montañas desde la cúpula de Acuario como el dueño del templo había deseado. No obstante, el escorpión sí podía verlo entre la pequeña columna, molestando en ese momento sus retinas.

El griego se movió ligeramente y se despabiló un poco, intentando no molestar al guardián de aquel templo.

Camus generalmente no se ponía de mal humor por la mañana. De hecho, pocas cosas llegaban a molestarlo tanto como el desorden o la indisciplina, así que Milo se movió con la intención de mirarlo dormir, sabiendo que si lo despertaba, él no se enojaría.

Antes tenía el ceño fruncido todo el tiempo, pero ahora parecía relajado e incluso feliz.

El espartano suspiró, pensando en cuánto hubiera odiado realmente no pasar esa noche con él.

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Flashback…

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Para Milo, volver al templo de Acuario aquella noche no fue tan fácil como pensó porque a pesar de estar seguro de sí mismo y de todo lo que tenía que decirle a su guardián, temía que se hubieran perdido tanto que las cosas entre ellos estuvieran totalmente rotas.

Algunas veces mientras avanzaba y sentía el corazón pesado dentro del pecho quería detenerse, pero era Aioria quien lo motivaba a seguir.

Cuando arribaron por completo al onceavo templo, el felino le dio una palmada en la espalda para despedirse.

—Nos vemos pronto, hermano—. El escorpión asintió, pero no se movió de su lugar al mirar por el oscuro y frío pasillo hacia donde estaba la habitación principal,y donde Camus podría estar tan roto como lo estaba él.

Al menos Milo conservaba a su amigo de la infancia; pero el aguador no tenía a nadie. Solo al estúpido geminiano, a quien por cierto se debía todo lo ocurrido.

—Si por alguna razón necesitas un lugar donde pasar la noche, puedes ir a Leo—. Le ofreció el castaño con amabilidad. El espartano movió la cabeza de un lado hacia otro.

—Shura me mataría.

—No lo hará; porque yo estaré en Capricornio con él—. Milo sonrió de lado, sabiendo las intenciones inmorales de su amigo.

—Pues suerte afilando esa espada—. Lo molestó, riéndose brevemente. Aioria no respondió, pero entendió la referencia.

De esa manera, ambos amigos se despidieron en el templo de Acuario, uno con rumbo hacia el décimo templo y el otro de camino a la habitación.

La verdad es que no sabía cómo iba a solucionar todo con el aguador porque conocía su temperamento y también lo obstinado que a veces era. Seguramente no lo dejaría hablar, y temía que las cosas entre ellos escalaran a un punto tan crítico que las palabras no serían suficientes y los golpes se harían presentes.

¡No! ¡No quería llegar a ese punto con él! Quizá su única opción era gritarle que lo amaba solo a él y esperar que esa declaración derritiera el hielo de Camus para que pudieran hablar y aclarar todo lo demás, como si el galo fuera una puerta impenetrable y esas palabras, una llave maestra.

Sin embargo, aunque iba con la confesión cosquilleando en la punta de la lengua, Camus no estaba en la habitación, el baño, la cocina o la sala. De hecho, Milo no conocía por completo el onceavo templo porque tenía pocos días viviendo ahí y solamente pasaba el día en la cocina o la habitación. No había jardín, hasta donde sabía, y no visitaba la biblioteca porque eso lo hacía recordar su impulso y se ponía ansioso. Entonces pensó que si daba una vuelta por el templo, como era redondo, terminaría por volver al mismo sitio una y otra vez como si diera círculos infinitos por él.

Nunca pensó en el templo de Acuario como un lugar interesante; pero mientras andaba perdido entre la oscuridad, se dio cuenta que sí lo era, con las ondas dibujadas en las paredes o el mármol en las columnas y el suelo. De hecho, ahora entendía por qué era un sitio tan frío.

En algún momento concluyó que debería darle al aguador su espacio y considerar que se ocultaba porque realmente no quería hablar. No obstante, si no arreglaban todo esa noche, ¿no se sumaría un malentendido más? Camus podría pensar que pasó la noche con alguien más y él, después de dormir juntos todos esos días, no quería despertar con otro, ni compartir la cama con nadie más. Quería la suya, sus sábanas y el tenue calor que despedía su cuerpo, así como el olor característico que su nariz ansiaba.

Esperando no perderse, se internó más en el templo, en una zona donde nunca había estado, pero en la cual la luz de la luna dibujaba una pequeña línea hacia él como si fuera una invitación a seguirla. El escorpión caminó hacia ella y encontró una puerta abierta que daba hacia unas escaleras que iban hacia el techo. Arqueó una ceja y se preguntó si el acuariano estaba ahí. A decir verdad, ahora que lo pensaba, el onceavo recinto tenía una pequeña cúpula en la parte más alta, como en las postales de Santorini. Nunca indagó con el francés si se podía acceder a esa parte del templo o era un adorno; pero ahora que estaba determinado a hablar con él, subió las escaleras.

Ya no le daría tiempo a huir, ni se preguntaría si estaba en lo correcto o no al tratar de arreglar las cosas con él. Simplemente tomaría la oportunidad de estar a su lado porque eso es lo que había decidido.

—¡No importa lo que digas! ¡Yo…!— había gritado mientras abría la puerta de par en par para no darle tiempo a Camus de protestar o de pedirle irse. Sin embargo, el pequeño cuadro ante sus ojos lo sorprendió de tal forma que el silencio tomó su boca.

La figura del francés faltaba en la pequeña escena; pero a comparación de lo que esperaba encontrar, como el galo hecho un mar de llanto o tratando de echarlo del templo, vio la inmensidad de la noche a través de las columnas delgadas que bordeaban la cúpula. Había luz gracias a la luna, por lo que pudo distinguir almohadones y alfombras en el suelo. Cuando se acercó un poco más y entró completamente en la circunferencia, descubrió una caja de chocolates, velas y una botella espumosa de champán.

Tragando saliva con dificultad, el espartano recordó la declaración de Camus en la fiesta mientras bailaban con las luces tenues y el aroma a rosas del jardín, con la música que él eligió.

"No puedo evitar enamorarme de ti…"

Cuando era joven y veía a Shura con Aioria siempre tuvo curiosidad por saber algunos detalles de su relación. No cosas íntimas, sino cómo sería su convivencia fuera de la cama.

No creía que se dijeran cosas cursis o inapropiadas, pero parecían compartir muchos momentos a lo largo del día, no solo el entrenamiento o la intimidad, sino también la cena o los breves descansos en la ribera, por tener un ejemplo.

Con Kanon, Milo compartía el almuerzo. Se escapaba del Santuario y lo esperaba para degustar lo que traía en la mochila. Para sus encuentros, el gemelo acondicionó la caverna con un par de cosas para que tuvieran sexo, pero jamás había ideado algo con tal esmero.

En aquel momento el escorpión se dejó vencer sobre la alfombra, comprendiendo que Camus había esperado terminar ahí la noche junto con él. Se sintió tan ridículo por haber peleado que una disculpa sería insuficiente.

Revivió las cosas que le había dicho y lo horrible que fue su reacción cuando Saga dijo todas esas palabras. Pero tan pronto volvió a pensar en ellas, se dio cuenta de que alguna vez él intentó tomarlo a la fuerza y que esa… "cosa" sobre ellos en la cama podrían ser palabras venenosas sin un significado especial. Conocía a Camus y sabía que él habría actuado nervioso e incluso se habría sonrojado por él como en esas primeras veces que tuvo que forzarlo a hacer cosas por Saga, como cuando lo obligó a usar esa ropa apretada e ir a la fiesta. Muchas veces cedió porque quería darle celos al gemelo mayor, pero después lo hizo por ayudarlo sinceramente.

El escorpión exhaló con dolor y gateó sobre el piso acojinado hasta la columna donde la botella de champagne lo esperaba. Mientras lloraba en silencio y miraba el líquido, reconoció que deseaba pasar cada noche con él.

Entonces, decidió que lo buscaría en Escorpio o donde fuera; y cuando se levantó para hacerlo, él estaba ahí. Y como en cada momento al estar juntos, fue inesperado. Él, listo para entregarse y Milo, con ciertas dudas que se fueron eclipsando al sentirlo deseoso por dar ese paso, mientras decía las cálidas y sinceras palabras que necesitaba, llevando al escorpión por una vorágine de placer.

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End of flashback…

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Tenía un poco de sed, por lo que quería beber agua o un poco del champán que no habían podido disfrutar; aunque Milo pensó originalmente que con la botella podrían celebrar su respuesta, y quizá el inicio de su relación. Sin embargo, entre una cosa y otra, eso fue imposible.

Pensó entonces que podría llevarle el desayuno a su amado como en aquellos días en que cuidaba de él como amigo (o enamorado secreto, mejor dicho). Se le ocurrió que podría hacer algunas tostadas, acompañadas quizá por un poco de jugo o algo que tuvieran en el refrigerador. No recordaba lo que habían comido el día anterior, pero creyó que tendrían algo en la despensa que pudiera servir para alimentarlo porque él definitivamente iba a despertar hambriento. No obstante, se obligó a recordar que aunque ese era un bonito gesto romántico, también era una de las razones por las que él mismo había dejado a Kanon; pues no le gustaba despertar solo ni sentirse abandonado después de pasar la noche juntos, y no quería comenzar su primera mañana dejando al aguador completamente solo como si no importara que le hubiera dicho que lo amaba o todo lo que pasaron juntos.

La verdad es que quería que su primer amanecer después de aquellas confesiones amorosas tuviera el tinte romántico que él siempre deseó probar; así que tenía dos opciones: acurrucarse nuevamente con él o despertarlo para poder comer algo.

Tras considerarlo un poco, decidió volver a colocar la mejilla sobre la espalda gala, pegándose al cuerpo del otro para dejarse envolver por la tibieza de su piel. Sin embargo, cuando estaba acomodándose, el francés se restregó contra su figura, desperezándose los músculos después del encuentro que tuvieron la noche anterior. El acuariano gimió ligeramente y, aunque Milo sabía que eso en nada se parecía a un sonido placentero, decidió besarle suavemente la espalda y retirar con cuidado su cabello para tener aquella planicie a la disposición de sus labios y de su lengua. Camus comenzó a despertarse, y tras un par de movimientos, reaccionó, friccionándose contra él y dándose cuenta de que su piel reaccionaba demasiado rápido a las pequeñas atenciones del escorpión, y que este no se quedaba atrás al tocarlo con el "aguijón" medio erecto sobre sus glúteos.

Milo enredó las manos en la figura gala y apretó su cuerpo contra el ajeno, pegando su intimidad ligeramente despierta contra el trasero desnudo del hombre entre sus brazos.

El aguador debería sentirse incómodo ante el contacto con la virilidad espartana; pero el revoloteo en su sangre le pedía más de él, a pesar de la sensación un poco extraña al final de la espalda. Al mismo tiempo, tenía ansiedad y el deseo de volver a probar el fruto prohibido que la manzana le ofrecía.

El octavo guardián comprendió sus impulsos cuando lo sintió moverse y jadear con suavidad, tocando con sus dedos fríos su pierna.

Camus se preguntó si sentirse así era normal al despertar con alguien que amara. Es decir, habían despertado juntos desde hacía un tiempo, pero generalmente Milo se levantaba antes porque iba por el desayuno cuando el galo no podía moverse o porque tenía algunas cosas que hacer, hasta que fue el propio aguador quien le pidió que no lo dejara solo; por lo que sintió curiosidad por saber si a partir de ese día todos los amaneceres serían así. Si todas las mañanas querrían iniciar las actividades unidos por pequeños arrumacos y besos sobre la piel del otro.

La idea le parecía exquisita mientras Milo succionaba con atención su cuello y él pensaba con claridad en los movimientos que hizo aquella boca sobre su hombría.

—Buenos días, ma pomme…— Susurró Camus con voz cansada, tal vez adormilada, ¿o excitada? Ya no reconocía el sonido de sus propias palabras desde que le dijo que lo amaba. Milo sonrió sobre su piel.

—Buenos días…— Quería decirle "mi amor" pero se frenó al considerar que eso sonaba un poco cursi, quizá demasiado para esas alturas. Podría ser que Camus se sintiera inquieto si el griego sonaba muy intenso.

¿Le gustaría ser llamado así? En griego tenía una bonita pronunciación, aunque también en italiano. ¿Cómo se decía en francés?

"Moon among?"

¡No! Eso era inglés, y no tenía nada que ver con "My love".

Agh…

Ya buscaría cómo llamarlo en el futuro.

Milo frenó un poco las caricias porque se había distraído con eso y consideró que, de continuar, tendrían que volver a repetir lo de la noche anterior; y si bien deseaba "desayunar pingüino", también pensaba que Camus todavía no era consciente de lo que le pasaba a su cuerpo por ese primer encuentro sexual.

El aguador y él se quedaron en silencio, disfrutando por un breve espacio de tiempo el poco ruido que se sentía desde ahí, como las aves pasando por el cielo.

—¿Tienes hambre?— preguntó el griego. El francés movió la cabeza.

—Sí. Es extraño.

—No lo es, Camie. Necesitas recuperar fuerzas—. El octavo guardián le dio un beso en la mejilla y, muy a su pesar, se enderezó por completo—. Te traeré el desayuno—. Se movió para buscar su ropa. El acuariano lo imitó para detenerlo, pero se quedó quieto cuando una punzada molesta lo pinchó. Se recostó boca abajo y apretó el puño sobre la alfombra y el cojín, sin entender por qué le molestaba el cuerpo así.

No le dijo nada al griego, pero este notó su incomodidad.

—No te preocupes, volveré pronto—. Le dijo, poniéndose el pantalón.

—Voy contigo. Dame un momento—. Intentó volver a moverse, pero le fue imposible recuperar la movilidad sin sentir una punzada en la columna.

El escorpión se sintió tentado a hacerle un chiste; pero considerando que ahora estaban en otro tipo de relación, ¿era buena idea?

—Solo relájate y pasará…— dijo con amabilidad. El aguador asintió, pero tan pronto como su cerebro asimiló esas palabras, tuvo una especie de flashback y enrojeció.

—¡Me dijiste eso mismo de Hyoga!— exclamó con indignación. El escorpión se rio.

—Es que era normal porque yo te dije que él y el otro Hyoga…

—¡Agh! ¡No quiero escucharte!— Milo se alegró de que las cosas entre ellos volvieran a la normalidad. Le gustaba demasiado pelear con él como para no ser tentado a provocarlo para buscar una deliciosa forma de reconciliarse después.

Y esperaba que Camus, al acostumbrarse, hiciera lo mismo también.

—Volveré pronto, ¿de acuerdo?

—Quiero ir contigo…

—¿Qué pasó con el "no somos siameses"?— Volvió a molestarlo el espartano, recordando aquella vez en las escaleras de Géminis a Cáncer donde Camus empleó palabras similares.

"Creí que éramos novios, no siameses".

El dueño del templo apretó los dientes y se puso tan colorado que podía confundirse con el tono de la alfombra sobre la que estaba recostado. Tomó uno de los cojines y comenzó a pegarle al griego con él.

—¡Pero qué rencoroso!— Exclamó. El otro comenzó a reírse.

Cuando se calmó, el escorpiano finalmente se despidió por un momento.

—Volveré rápido, espera.

Milo le dio un beso en los labios y bajó rápidamente las escaleras. El aguador suspiró y, aunque trató nuevamente de acomodarse, no podía moverse sin sentirse adolorido.

Jaló como pudo su pantalón y la camisa, y se rio en silencio al sentir al octavo custodio perdido en el templo de Acuario porque no sabía cómo volver a la cocina o a la habitación desde la cúpula.

Tras algunos minutos, el espartano regresó a su lado.

—Te haré un mapa, no te preocupes—. Bromeó el galo apenas lo vio. Milo forzó una sonrisa.

—No estaba perdido, Camie, estaba… buscando un atajo—. Se excusó.

—Sí, claro—. Se burló el aguador, riéndose. El griego se acercó.

—¿Vamos?— le ofreció la mano, pero el francés aún no podía moverse.

—Voy… dame un segundo…

—Puedo cargarte.

—No es…— "necesario" iba a decir, cuando el escorpión celeste ya lo tenía entre sus brazos.

Camus iba a protestar; pero si era sincero consigo mismo, estar en esa posición con él lo llenaba de recuerdos.

El griego lo llevó escaleras abajo, moviéndose despacio por si la posición era incómoda para él.

—¿Estás bien?— Se atrevió a preguntar dos o tres peldaños después. El otro asintió.

—Comienzo a pensar que lo disfrutas—. Murmuró el acuariano ligeramente avergonzado.

—Disfruto hacer todo contigo—. Las palabras de Milo lo hicieron suspirar. Tras un breve silencio, él respondió.

—Yo también… Incluso… lo que me tiene así…— vaciló porque, aunque de verdad le gustaba y quería repetirlo, todavía sentía vergüenza.

—¡Qué alivio!— exclamó el escorpiano—. Creí que no querrías volver a hacerlo.

—Pero, ¿por qué tú no estás igual? Quiero decir, yo… Ya sabes…— Deseaba expresar con palabras ese cambio de roles. Sin embargo, al intentarlo, el rubor en sus mejillas crecía y no quería estar en brazos de Milo con la cara encendida.

El espartano comprendió que su duda era normal.

—Porque fue tu primera vez. Cuando te acostumbres será algo normal—. Camus asintió al comprender sus palabras. Después de todo, sabía que Milo ya había tenido otros encuentros, aunque no sabía todos los detalles ni los roles que cumplió en todos ellos.

Después de un momento, volvió a hablar.

—Gracias por ser tan paciente—. No solo en ese preciso instante, sino en la mayoría de veces que seguramente había renegado gracias a Camus. El griego sonrió.

—Cuando quieras…— una vez más pensó que podría decirle "mi amor", pero estaba tan desacostumbrado a emplear palabras dulces ante otros que le causaba cierta preocupación que Camus lo tachara de cursi.

Cuando llegaron a la planta baja y Milo se paró de cara al pasillo que iba hacia la habitación, el galo hizo un movimiento para bajarse, pero el espartano lo pegó contra su cuerpo.

—Intentaré caminar—. Razonó el acuariano.

—Déjame llevarte. Siempre me gustó hacerlo—. Declaró el portador de la aguja carmesí con amabilidad, caminando con el peso ligero del francés cerca de su pecho. El acuariano también sonrió porque ya lo había notado, aunque siempre pensó que Milo lo hacía para molestarlo porque sabía lo nervioso que podía ponerse.

—¿Puedo preguntar por qué?— El octavo guardián bajó la mirada hacia las pupilas curiosas del galo.

—Porque me gustabas…— Declaró, soltando un pequeño suspiro. El dueño del templo se sorprendió.

—¿Desde entonces?— el espartano asintió suavemente.

—Quizá desde antes…— pronunció, aunque él mismo se había dicho que Camus no era su tipo— ...Estar juntos me hizo conocerte mejor, así como apreciar y ansiar tu compañía.

—¿Lo dices en serio?— Milo se rio, tal vez divertido, quizá nervioso.

—¿A estas alturas por qué te mentiría?— indagó. El galo movió suavemente la cabeza y desvió la vista.

—No es eso… Es que me pasaba igual…— Esta vez, quien se sorprendió fue el bicho; pero comprendió plenamente por qué Camus actuaba así cada vez que él se iba en la mañana, incluso cuando tuvo que irse con Aioria o le ofreció buscar los ingredientes para la cena allá en Piscis.

Milo tomó un poco de aire y se preguntó si sería un buen momento para aclarar los malentendidos.

—Sé que no te gusta hablar de Kanon, y no quiero molestarte con eso—. El francés movió suavemente la cabeza.

—Está bien, ma pomme. De hecho, Kanon fue quien me dio el dije anoche y me contó que lo perdonaste—. El espartano abrió la boca mientras detenía sus pasos a medio pasillo. No soltó a Camus debido a la impresión gracias al favor de Athena.

—Espera… ¿qué?

—Él y yo hablamos anoche, y me entregó el broche—. El griego alzó una ceja al continuar por el camino para llegar a la habitación.

—¿Él lo tenía?— indagó— ¿Cómo es que…?

—Dijo que lo perdiste—. Aclaró el aguador, por si las dudas a Milo se le ocurría pensar que se lo quitó en algún momento; pero el griego no podía tener esa afirmación porque, de hecho, Kanon ni siquiera sabía del dije.

—Estoy un poco confundido porque ni yo sé dónde lo perdí—. Milo se veía un poco atormentado por eso—. Perdona todo el malentendido—. El francés asintió.

—Solo tengo una pregunta. ¿Por qué no podía esperar tu encuentro con él? Dijo que lo suyo era demasiado importante—. El escorpión volvió a detener la marcha y soltó un suspiro.

—Kanon se había estado castigando por mi culpa; y si nosotros hubiéramos disfrutado la fiesta sin él, realmente habría creído que su lugar no está en el Santuario.

—Pero tú no eres responsable de lo que él haga.

—Lo soy porque el día que tú y yo terminamos la primera vez…

—Si te gustaba desde entonces, ¿por qué me dejaste para irte con él?— reclamó el francés, ligeramente dolido.

—Ya te lo dije, pero lo repetiré de nuevo: Porque soy un imbécil. Creí que querrías ir con Saga y probar una oportunidad con él.

—¿Cómo?

—Sí, sé que suena estúpido, pero creí que eso era lo que querías.

—¡Quería pasar esa noche contigo!— exclamó el aguador, pegándole en el pecho— Quería… terminar la cita retomando lo que hacíamos en la biblioteca la última vez…— Ambos se miraron a los ojos y se dieron cuenta de lo que habían hecho, perdiendo el tiempo en un malentendido tras otro.

—Lo lamento, Camie.

—Yo también… Y lamento haber congelado tu templo.

—No lo hiciste por venganza, ¿o sí?

—¡Por supuesto que no! Quería que fueras feliz y estaba ahí porque te extrañaba. Incluso… guardé la camisa que usaste en nuestra cita.

—¿De verdad?

—¿Te la muestro?

—Aunque suena tentadora la idea, necesito decirte que también te extrañaba demasiado y que solo pensaba en venir a verte; así que descargué en Kanon toda mi ansiedad porque pensaba que te irías con Saga. Le dije cosas hirientes aún cuando él confesó que me amaba.

—¿Lo sabías? ¿Sabías que él estaba enamorado de ti?

—Sí.

—¿Pero por qué…? ¿Por qué no te fuiste con él?

Camus recordó las palabras de Saga acerca del sacrificio que Milo hacia por él.

—Porque me enamoré de ti. Deseaba todo lo que teníamos juntos e incluso más.

—Entonces, ¿en qué términos quedaron?

—Somos muy buenos amigos. Tú lo dijiste anoche.

Y sí, ambos eran afortunados porque tenían a ese gemelo, a Shaka e incluso Mu.

—¿A dónde vamos?— preguntó el aguador cuando vio que Milo entraba en la habitación, pero no se detenía ni lo dejaba en la cama.

—Espera y lo verás—. Respondió él con una sonrisa. El francés elevó las cejas y notó que el escorpión lo llevaba hacia la habitación contigua, de la cual salía un olor a sales marinas—. Un baño te va a relajar el cuerpo y te sentirás mejor—. Aclaró antes de que el aguador hiciera alguna pregunta.

Camus aceptó y, aunque fue incómodo y hasta cierto punto doloroso sentarse para quitarse la ropa, el espartano lo ayudó esta vez sin el nerviosismo de la primera ocasión en que compartieron ese espacio. De hecho, aunque fue ligeramente vergonzoso para el galo exponer su cuerpo ante Milo con la luz del día y en un momento en que "no iba a pasar nada", ayudó que el octavo guardián no hiciera chistes o que no pusiera una de esas sonrisas torcidas y gestos que a él lo descolocaban.

El griego acomodó a su amante en la bañera y se quedó tranquilo cuando el aguador comenzó a relajarse en medio del agua y las sales marinas.

—¿Cómo te sientes?— preguntó el escorpión, poniéndose en cuclillas cerca de la tina. El dueño del templo sonrió.

—Mejor. Gracias—. Con sus dedos mojados tocó la mejilla acanelada del espartano con una caricia tibia que se detuvo en la barbilla— ¿Planea bañarse conmigo, caballero de Escorpio?

—¿Está bien para tí?— inquirió él, sorprendido. El francés asintió.

—¿Por qué no lo estaría, mon amour?— El octavo guardián comenzó a desabotonar su camisa.

—Si continúas hablando en francés, algunas cosas podrían salirse de control—. Lo amenazó. Pero como era bien sabido, ese tipo de tácticas a veces tenían resultados inesperados.

El franco sonrió de lado.

Ah, oui? Je n'ai jamais eu peur du venin de scorpion (¿Ah, sí? Jamás le he tenido miedo al veneno del escorpión).

—¿Qué dijiste?

Je ne sais pas, ma pomme (No lo sé, mi manzana)— con los dedos le salpicó agua.

Milo se sintió feliz al saber que la vergüenza de aquel hombre que amaba y que deseaba tanto se había ido, al menos en sus momentos de lujuria. Así que, demasiado ansioso para soportarlo y para sorpresa de Camus, se metió con el pantalón a la bañera, que era espaciosa para ambos.

—¡Ja! Parece que tendré que sacarte la traducción con algo más que amenazas—. Colocó los dedos en las mejillas del galo y atrajo su rostro para darle un beso efusivo. El aguador sintió su calor y toda su pasión en el movimiento que él hacía con la lengua dentro su boca; por lo que, motivado por Milo, comenzó a luchar por quitarle la prenda que cubría aquellas piernas para que ambos estuvieran completamente desnudos y disfrutaran el reencuentro entre sus cuerpos húmedos…

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Después del alboroto de la fiesta y de recibir aquellos golpes de las personas que jamás consideró que podrían dañarlo (sobre todo de Aioros), Saga decidió tomarse la noche para recorrer las ruinas de los templos, vagando por el oscuro Santuario.

Tras pasar la noche pensando, volvió a los recintos sagrados con la luz del día, terminando su recorrido en Géminis.

Ya era más de mediodía cuando cruzó por el pasillo y decidió ir a buscar algo de beber, un poco de agua, tal vez una taza de café y algo para desayunar. Sin embargo, cuando entró a la cocina, se dio cuenta de que el piso estaba manchado por lo que parecía ser licor dulce junto a los pedazos de una botella que estaba rota y una manta sucia y delgada que sabía era propiedad de Kanon.

Hasta entonces el gemelo no había reparado en las consecuencias de ser omnisciente en esa situación; pero al ver la escena, con amargura y dolor, reconoció que había sido él quien empujó a su propio hermano por aquel precipicio después de decirle las palabras más crueles y terribles que pudiera pronunciar en vez de darle el consuelo que necesitaba después de perder a la única persona que amaba.

Tras pensarlo un momento, y habiendo decidido ser más fuerte de lo que generalmente solía ser, decidió buscarlo, limpiándose el dolor líquido de las mejillas para procurar contemplarlo con la misma dureza con la que siempre solía tratarlo. No obstante, la puerta de la habitación de Kanon estaba abierta, e incluso su pieza lucía limpia. Parecía que alguien había ido a darle un poco de orden para que el gemelo menor olvidara su inmundicia.

Saga recordó al carnero en el primer templo y su inquietud durante aquellos días, siendo la única persona dispuesta a brindarle ayuda y consuelo a su pobre hermano.

¿Había sido él entonces?

El gemelo mayor entró a la habitación ajena, descubriendo que ya no estaban los vestigios de aquel hombre roto y moribundo al que él mismo intentó hundir más.

Ellos siempre peleaban y siempre habían luchado por tener el control de todo y de cualquier situación. Sin embargo, Arles había usado los trucos más bajos que podía emplear, y también había dado un golpe duro y contundente contra el amor propio de su consanguíneo. Lo había vencido de una forma cruel y había hecho que sucumbiera a su propio dolor y soledad, conociendo el pasado difícil que el gemelo menor llevaba a cuestas siendo una "sombra" con un destino marcado que nunca pudo cambiar.

Tras llorar amargamente y pedirle perdón al fantasma de un hermano que no estaba ahí en ese momento, dedujo que quizás él se encontraba en Piscis, tal vez en Cáncer o en Tauro. Después de todo, solía pasar la mayor parte de su tiempo libre con Aldebarán.

Saga quería ir a buscarlo para hablar con él, pero antes de llegar a Kanon también había otras personas con las que necesitaba disculparse. No porque estuvieran antes que él en su lista de prioridades, sino porque las ideas revueltas en su cabeza solo tendrían alivio si hablaba con el futuro Patriarca.

Decidido a que fuera él el primero en recibir sus disculpas y que pudiera apaciguar con sus consejos el revoltijo de ideas que tenía en la cabeza, subió hasta el templo de Sagitario.

El tercer custodio recordó, en su ascenso, que en Aioros generalmente encontraba la paciencia, la calma y el perdón ante cualquier circunstancia. No obstante, cuando llegó ahí, el guardián se encontraba parado, contemplando el Santuario desde la posición que la novena casa le otorgaba, quizá pensando en la responsabilidades que tomaría dentro de un par de días. Athena misma había dicho que el nombramiento se llevaría a cabo antes del fin de semana entrante, pues solo estaban esperando que el centauro terminara su entrenamiento con Shion y que las cosas en el recinto sagrado se calmaran un poco.

Desde la quietud de su posición, cuando Aioros lo vio, Saga no encontró la amabilidad ni el gesto solaz que siempre acompañaba aquellos ojos verdes y esa sonrisa tan sincera como contagiosa que podía borrar las penumbras en su corazón.

El futuro patriarca lo miraba con una expresión fría y distante. Parecía un hombre ajeno al siempre buen Sagitario.

Algo le decía que no era buena idea continuar, pero el gemelo prosiguió con su intención.

—Buenos días, Aioros—. Lo saludó con timidez, ya que no sabía qué esperar de él.

El joven arquero movió la cabeza para afirmar que lo estaba escuchando, manteniendo la posición distante y defensiva con el hombre que se presentaba en el templo del centauro.

—¿A qué has venido?— inquirió con desconfianza— No voy a dejarte pasar—. Aclaró como si supiera que se dirigía hacía Acuario— Te advierto que no te será tan fácil ir a donde quieras a partir de ahora.

El tercer guardián mantuvo el contacto con las pupilas del otro, tensando el cuerpo para asimilar la actitud y las frases cortantes de su ex amante.

—Sí…— respondió Saga— supongo que me merezco esas palabras.

—¿Supones?— preguntó Aioros con dureza—. No necesitas suponer porque te lo estoy diciendo claramente: NO puedes pasar, y este es el único templo de los doce que jamás podrás volver a cruzar. No hay nada más para ti allá arriba.

El geminiano se quedó en silencio un momento, procesando lo sucedido.

—Pero tú serás el Patriarca, y en algún momento querrás hablar conmigo…

—¿Para qué, Saga?— preguntó Sagitario— No tenemos nada de qué hablar— El peliazul movió suavemente la cabeza y se atrevió a dar algunos pasos hacia él conforme hablaba.

—No estés tan seguro de eso. Aún hay algo que quiero decirte—. Con un gesto aprensivo, Sagitario dejó su posición inicial para caminar hacia el hombre que creyó su amigo de la infancia y frenarlo con rudeza, poniendo la mano sobre su tórax.

—No quiero escucharte. Fuera de mi templo—. Saga tensó los músculos del rostro y, a pesar del ardor que sentía en las retinas o la molestia que tenía en la garganta, se plantó donde estaba.

—Aioros… Perdóname…— pronunció con arrepentimiento sincero. Sin embargo, el castaño no parecía afectado por sus palabras, no como antes…

—No soy el hombre con quien debes disculparte, Saga—. Señaló el arquero, bajando el brazo, pero manteniendo esa fría distancia. El peliazul sostuvo la mirada del futuro Patriarca, buscando una vez más al hombre que conocía desde niño.

—Eras mi mejor amigo y fuiste mi primer amor…

—Es curioso que lo menciones ahora porque yo te amaba sinceramente, incluso por encima de mí mismo; pero ahora… todo ha cambiado entre nosotros—. El estoicismo en la voz contraria heló al geminiano.

Saga tragó grueso y colocó una sonrisa amarga en sus labios.

—Lo sé. Por eso estoy ante ti, pidiendo tu perdón—. El castaño negó con firmeza con un movimiento de cabeza.

—Ambos sabemos que perdiste a Camus…

—Te equivocas, yo no…— Aioros le dio la espalda y se dirigió al interior de su propio templo.

—Para tu información, yo no soy plato de segunda mesa.

—Yo…

"Nunca pensaría eso de ti", estaba por decir. No obstante, el arquero cortó sus palabras con esa voz parca que Saga no conocía… hasta ahora.

—Debí haberlo notado antes, que tus sentimientos por mi eran tan falsos como la sonrisa de Géminis.

—Oros…

—¡¡No me llames así!!— Lo reprendió a la distancia, conteniendo la rabia que quería estampar en su mejilla al crispar los puños— ¡Haz lo que debas, pero no quiero volver a verte por aquí! Estoy harto de ti.

Apenas pronunció esa advertencia, Saga lo vio desaparecer en medio de la oscuridad del noveno templo, con el cosmos ligeramente amenazante apuntando hacia él.

Para el gemelo, el momento lleno de tensión que había experimentado con Aioros, lo hizo probar de una amargura y ansiedad asfixiante que no podía calmar.

Había ido para buscar el perdón que su buen amigo siempre sabía ofrecerle; sin embargo, encontró rechazo y resentimiento. Justo lo que merecía.

Con una de las manos temblando se limpió el sudor de la frente y trató de calmarse.

"No soy el hombre con quien debes disculparte, Saga".

El ex Patriarca miró hacia el frente y notó que si no aprovechaba esa oportunidad, y el arquero cumplía su palabra, entonces no podría volver a hablar con Camus nuevamente. Y si dejaba correr los días sin expresarse con claridad, realmente lo iba a perder.

Tenía miedo de lo que fuera a encontrar allá arriba; pero a pesar de eso, cruzó el templo de Sagitario para dirigirse hacia Acuario.

Mientras ascendía desde el noveno templo, pensó que si su disculpa había salido mal con Aioros, no quería ni imaginar lo que sería su encuentro con Camus, sobre todo si Milo estaba ahí con él; y ya que el espartano no tenía otro lugar donde quedarse, lo más probable era que el aguador lo recibiera por culpa y compasión.

"¡No!", se obligó a frenar sus propios pensamientos, "No es eso… No es la única razón".

Atormentado, nervioso y mucho más ansioso que en toda su vida, llegó al onceavo templo zodiacal, el cual lucía demasiado silencioso, quizá más de lo normal.

El gemelo sabía que el onceavo guardián era callado y sereno. Mas a pesar de eso, no ignoraría a una visita.

Habían compartido tantos momentos en el pasado, y esa era la primera vez en mucho tiempo que el geminiano estaba ahí, consciente de que no sería bien recibido por su guardián.

Caminó hacia la cocina con la esperanza de que Camus estuviera ahí, o en la biblioteca, y cuando estaba por dar un par de pasos, lo escuchó. Era la voz del muchacho a quien había visto crecer, a quien le había enseñado idiomas, artes, cultura y todo tipo de conocimientos generales. Era la voz del hombre que amaba y que siempre se había prohibido tener cerca.

Ma pomme…— Susurró el galo con voz suave y excitada, allá en alguna parte del pasillo.

Saga tragó saliva con dificultad y sintió un nudo en el estómago que lo obligó a retroceder, mientras la boca se le secaba y todo su cuerpo era atacado por un temblor involuntario.

Sintió como los dientes se apretaban unos contra otros, al mismo tiempo que el corazón martilleaba dentro de su pecho, cayéndose a pedazos.

Aún no tenía contacto visual con aquellos a quienes pertenecían los sonidos de besos ansiosos y, aunque sabía que no debería continuar, sino dar la vuelta para no seguir siendo atormentado por su oscuridad, se había hecho una promesa que necesitaba cumplir, recordando que no era un cobarde y que él había hecho que Camus pasara una situación peor un par de días atrás.

Tomando la situación en sus manos, avanzó por el pequeño corredor, necesitando de todo su valor para no huir cuando encontró al perfecto par envuelto en fervientes caricias a pocos pasos de la habitación. El aguador acorralado contra la pared y Milo devorando su cuello y boca por turnos tan precisos que el galo perdía su poco pudor (si es que aún lo tenía) entre sus brazos.

Saga sintió un nudo en la garganta, observando cómo el aguador recibía a su amante con gusto y placer, dándole el acceso que necesitaba y recibiendo sus atenciones con la lengua.

Viéndolos así, no pudo evitar pensar que eso pudo haber sido suyo.

Pero había renunciado a Camus porque lo amaba lo suficiente para no verlo sufrir. Sin embargo, también lo torturó cruelmente, lo rompió hasta el cansancio y lo llevó al límite del precipicio para dejarlo caer en los brazos de otro amor.

Era demasiado doloroso verlo, aceptarlo incluso; pero él le hizo lo mismo a Camus con una estúpida nota. Él lo obligó a verlo tomar a otro hombre, un hombre de quien igualmente se ganó el repudio.

El pequeño jugueteo entre los dos continuó, llevando al francés a ser quien empujara a Milo contra la pared para morderle el cuello y devorar la manzana carmesí que tanto adoraba. La manzana más dulce del Santuario, en las propias palabras de Saga.

Por su parte, ambos dorados continuaban usando la ropa de la noche anterior (aunque Milo traía otro pantalón), ya que, después del baño, se digirieron descalzos hacia la cocina con el cabello húmedo y ligeramente enredado porque tenían demasiada energía que recuperar.

Debido al baño caliente el francés finalmente pudo caminar con normalidad, a pesar de repetir lo de la noche anterior entre el agua tibia y el cuerpo del escorpión.

Esa mañana no hubo café, pero sí un poco de jugo de naranja y fruta picada con tostadas. Camus tenía hambre, quizá más de la que podía aceptar o complacer con pequeños bocados; pero entre una cosa y otra, con Milo terminaron en un pequeño juego con las fresas.

Ya habían "desayunado" en la bañera; sin embargo, el apetito que el cuerpo ajeno despertaba era brutal y, tras algunos besos, decidieron volver a la habitación.

Estaban disfrutando la atención mutua, cuando, de la nada, fue Milo quien dirigió su atención hacia el geminiano, parado a pocos metros de ellos. Saga apretó los puños, y en el momento que el escorpión dejó a su amante para darle un puñetazo, el ex Patriarca cerró los ojos y esperó el impacto.

Pero no fue el espartano quien lo dejó sentir su furia. El gemelo mayor sintió la fricción del hielo en una fuerte bofetada.

El escorpión se sorprendió, y pese a que podría estar feliz por la línea que Camus marcaba en ese momento, notó que la mirada de Saga tenía algo particularmente extraño que lo llevó a detener a su ex amante al abrazarlo contra su cuerpo.

—¿¡Cómo te atreves a venir aquí!?— exclamó el aguador con tanto enojo que podría congelar el fuego del infierno— ¡No eres bienvenido! ¡Lárgate!

Generalmente era el octavo guardián quien se deshacía en intentos por moler a golpes a Saga; no obstante, esta vez era el galo quien necesitaba ser calmado por Milo.

—¿Podemos hablar?— preguntó el gemelo, dirigiendo su atención hacia el dueño del templo.

—¿¡De qué!? ¿De cómo intentaste separarnos?— El aguador, siempre estoico y calmado, tenía una terrible sed de cobrar lo sucedido la noche anterior, por lo que no le importaba empujar al espartano con tal de quedar en libertad.

Milo, mientras tanto, pensaba en la difícil situación que tenía ante él porque, si bien Saga merecía un escarmiento, ¿era Camus la persona adecuada para dárselo?

—Te pedí que habláramos, pero tú…— el geminiano intentó exponer su punto, pero el francés no quería escucharlo.

—Yo no confío en tí.

—Solo quería protegerte…

—¡Mentiroso!

—Sabía que lo amabas y no quería verte sufrir.

Tais-toi!! (¡Cállate!)— Camus comenzó a proferir palabras (quizá insultos) en francés que Milo no comprendía; y Saga, por la cara que adquirió, sospechó que él aún no era capaz de entender su idioma natal, así que continuó hablando en griego.

—Sé que me odias, y voy a vivir con eso por el resto de mi vida, pero tienes que saber que siempre intenté protegerte y te alejé de mí para evitar hacerte un daño irreversible…

—Pues no te salió bien.

—No puedo cambiar eso, pero sí puedo hacer que las cosas sean diferentes entre nosotros. Por eso te pido perdón, Camus.

El guardián de la octava casa zodiacal era demasiado bueno leyendo a sus contrincantes en el campo de batalla, por lo que observar las expresiones y el sufrimiento oculto del geminiano en sus palabras confirmó su decisión de que no fuera el francés quien se encargara de expiar al hombre que alguna vez amó; porque si en el futuro el acuariano se arrepentía de ello, nada borraría los sentimientos corrosivos que pudiera sentir.

A pesar de eso, consideró que sobraba en esa conversación, y que así como él había tenido su momento con Kanon, debía confiar en que si les daba un espacio quizá podrían zanjar su pasado y alcanzarían una relación medianamente estable que podría arreglarse con el tiempo.

—Los dejo solos…— anunció, soltando al acuariano para irse.

—Espera—. Lo detuvo Saga. El escorpión ni siquiera volteó.

—No quiero tus disculpas—. Marcó con una sonrisa burlona.

—Peleemos.

—¿Qué?— se sorprendieron ambos amantes, aunque la oferta solamente era para el portador de Antares.

—Un ateniense contra un espartano, como en los tiempos de antaño. ¿Qué dices?

—Que estás demente—. Apuntó girando hacia él.

—¿Por qué? ¿No eres un guerrero acaso?— lo picó el gemelo. El octavo custodio bufó.

—No voy a enfrentarte—. Volvió a negarse manteniendo la sonrisa torcida en sus labios. Saga se cruzó de brazos y lo miró con petulancia.

—Es curioso que trataras de hacerlo antes, y ahora que te ofrezco la oportunidad, te niegas.

—Porque no tengo que demostrarte nada.

—No lo hagas por mí. Hazlo por él—. Con la cabeza, el hombre de ojos esmeralda señaló al dueño del templo.

—Qué estupidez—. Participó Camus en la discusión por fin. El ex Patriarca giró sobre sus pies para darles la espalda.

—Te espero dónde tú y Kanon se veían en secreto, y no lleves tu armadura.

Tras marcar aquello, Saga ni siquiera se despidió del francés cuando se alejó hacia Géminis.

En cuanto los amantes se quedaron solos, el griego concluyó que el onceavo guardián se sentiría afectado por ese encuentro. Al tomarle una de las manos, descubrió que estaba temblando de rabia.

Sabía que su relación con Saga era muy complicada, y después de la conversación tras el sexo en la bañera donde aclararon todo, entendía que aunque el pasado entre esos dos pesaba, también lo hacían las acciones que él mismo cometió al no darle una oportunidad a Camus un tiempo atrás. A pesar de eso el aguador le había dado la oportunidad de conocerlo, y también había perdonado todas sus equivocaciones.

Tal vez Milo nunca hirió de esa forma al galo, pero nunca estuvo presente en sus necesidades. Incluso el día que realmente requirió ayuda en el pasado, el único que se la brindó fue Saga.

El escorpiano abrazó a su amante y le acarició la espalda para que pudiera relajarse.

—No irás, ¿verdad?— preguntó el onceavo guardián, notando el silencio que había quedado entre ambos.

—Tengo que…— Respondió el otro. El acuariano rompió el abrazo.

—¿¡Por qué!?

—¡Porque te amo!— exclamó el espartano como si no fuera obvia la respuesta— Y tengo cuentas pendientes con él. Por mi honor y también el tuyo.

Camus, obcecado, respingó con tal fuerza que parecía el bufido de un animal bravío.

—Esto no es como en la guerra del Peloponeso(1)—. Se pasó la mano por la frente y trató de razonar con él porque no quería tener su primera discusión de pareja con Milo debido al gemelo.

—Ya lo sé. Tampoco vamos a firmar cincuenta años de paz, y definitivamente tú no eres Helena de Troya…

—¡Basta!— Camus le pegó en el brazo—. ¡Estoy hablando en serio!— El escorpión suspiró, pues comprendía la ansiedad de su amante debido a todo el daño que recibió de Saga, y entendió al mismo tiempo que el aguador debía estar asustado porque en Capricornio el gemelo perdió totalmente el control y los resultados fueron terribles para él.

—Dime, ¿qué hacían en tu país natal?

—¿Eh?

—Cuando había un conflicto, ¿cómo lo resolvían? ¡Y no me vayas a decir que con una botella de vino!— El onceavo guardián se cruzó de brazos y desvió la vista.

—Se retaban a duelo— murmuró—. Se golpeaban la cara con un guante o lo tiraban al piso…— Milo sonrió y atrajo su mirada con los dedos.

—Pues es prácticamente lo mismo—. Le dio un beso en la boca para calmarlo, pero el galo aún estaba preocupado.

—Pero es que él…

—Camus, arreglar mi situación con Kanon no fue tan fácil como piensas porque hubo sentimientos entre nosotros que quedaron como hilos sueltos.

—¿Por qué me dices eso?

—Porque estar contigo me enseñó lo que quería por el resto de mi vida, pero eso fue posible gracias a Kanon y en parte a la estupidez de Saga. Si tú y él estuvieran juntos ahora, nunca me habrías dado una oportunidad—. El aguador no quería reconocerlo, pero él tenía razón.

—Dicen que el destino es caprichoso, y si teníamos que enamorarnos, eso era inevitable.

—Aun así…

—¡Solo di que quieres romperle la cara!— El escorpión le tomó las mejillas con las manos y le dio un beso en la boca, que, a diferencia del anterior, estaba impregnado por el mismo deseo que despertaba en su cuerpo.

—Lo que más quiero es quedarme contigo, ir a la habitación y hacerte el amor hasta que te canses…— Susurró sobre sus labios.

—Nunca lo haré—. Respondió el acuariano con un suspiro enamorado.

—¿Estás seguro? ¿Nunca vas a cansarte de mi falafel?

—¡Esa palabra!

—Y todas las que quieras—. Se rio el espartano. Camus movió suavemente la cabeza sabiendo que Milo no tenía remedio, y que ahora que finalmente él mismo había caído por completo en sus pinzas, negarle cualquier cosa sería imposible.

—Está bien… Haz lo que debas…— aceptó resignadamente.

—Te lo compensaré. Lo prometo.

—Eso espero…— resopló el galo, nervioso, ansioso, pero al mismo tiempo más enamorado de lo que nunca antes había estado en toda su vida.

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Después de pasar la noche en el recinto de Aries, intentando escapar de (lo que él creía eran) las insinuaciones del dueño de aquel templo, Kanon volvía finalmente a Géminis con una bolsa llena de frutas de temporada, así como queso feta y pan.

—¿Piensas seguirme todo el día?— gruñó virando hacia atrás, mirando al guardián del primer templo, quien se detuvo a la par suya en medio del pasillo.

—Só— aceptó el maestro de Kiki—, ya te dije antes que no me iré a Jamir hasta que sepa que estás bien.

—¡Agh! ¡No necesito niñera! Se que Athena te pidió…

—Athena me pidió cuidar de su jardinero, pero es a Kanon a quien yo estoy apoyando.

El gemelo menor se sorprendió, lanzó un bufido cuando reaccionó y continuó hacia su habitación.

—¿Siempre eres tan irritante?— espetó con cansancio.

—Solo tienes que decir "Gracias"—. Sonrió el ariano. Kanon rodó los ojos y cuando entró al dormitorio, no reconoció el lugar, pues estaba totalmente limpio, incluso tenía un aroma delicado a lavanda—. Lo hice esta mañana, por favor no te enojes.

El gemelo tensó el mentón, y aunque tenía un agradecimiento verbal en la punta de la lengua, temió que expresarlo le diera motivos a Mu para creer que iba a corresponder su amor.

—¿Y mis cigarros?— Preguntó como si nada, colocando todo lo que traía en las manos sobre la cama. El ariano entró también, dejando la puerta abierta.

—Bajo la almohada—. Señaló. El gemelo hizo un movimiento para tomarlos, pero se detuvo.

A Milo le molestaba el olor; por consiguiente, al lemuriano también le parecería desagradable.

—Bien. Puedes irte—. Lo echó, ¿educadamente?

El protector de la casa de Aries afirmó con delicadeza, y cuando estaba por añadir que podía preparar algo para la cena, inesperadamente, Camus apareció en la entrada de la habitación.

—¿Kanon?

El aguador había estado en Acuario limpiando el templo como siempre, obsesionado con la pelea de Milo y Saga (que aún consideraba absurda), hasta que decidió que definitivamente no podía confiar en el tercer guardián, por lo que fue a buscar la ayuda del gemelo menor para detener el duelo (¡O como sea que los griegos quisiera llamarlo!).

—¡Pero si es el pingüino!— exclamó el geminiano con burla.

—¿Pingüino?— preguntó el ariano, un poco confundido. El acuariano por su parte estaba tan concentrado en lo suyo que no le tomó importancia al sobrenombre.

—¿Dónde solías encontrarte con Milo?— preguntó ansiosamente.

—¿Qué? ¿Por qué el repentino interés?— el ex dragón marino levantó una de sus cejas— ¿Estás planeando un encuentro clandestino?— se mofó nuevamente de él. Camus volvió a ignorar su broma porque estaba demasiado preocupado.

—Sucede que tu hermano citó a Milo ahí para pelear…

—¿¡Qué!?— se sorprendió el lemuriano. El gemelo por su parte se cruzó de brazos.

—Ese par… ¿En serio? ¡Puff!— rodó los ojos y se giró hacia el peli lavanda— Mu, ¿también vas a pelear con Milo por mí?

—Eh… No, lamento decepcionarte.

De hecho, el escorpión ni siquiera sabía que su amigo de la infancia tenía sentimientos por su ex amante, y el armero no quería tener una crisis pensando en lo traicionado que quizá se iba a sentir cuando lo supiera.

Por su parte, con la respuesta del carnero, Kanon fingió sentirse ofendido

—¡Carajo! ¡Eso sí duele!

El aguador masajeó su entrecejo.

—¿Podrías tomar esto en serio, por favor? ¡Dime dónde!

—¿Por qué?

"¡¿Por qué?!", se extrañó el galo soltando un grito interno.

—Porque no confío en Saga—. Declaró—. Le pidió ir sin armadura, y él es TAN confiado que se fue sin ella.

—Bien… El borrego nos va a llevar.

—¿Yo?— se extrañó Mu.

—Llegaremos más rápido con tu telequinesis, y será nuestra primera cita. ¿Te gusta la idea?— Si bien era una broma, por la expresión de Mu y del aguador se dio cuenta de que ese tipo de juegos no debía emplearlos con ellos.

—¿Cita?— preguntó el ariano.

—¿Ustedes…?— indagó el francés con incomodidad, como si estuviera avergonzado por haber interrumpido algo entre ellos cuando llegó a la habitación de Kanon.

El gemelo menor se golpeó la frente con la mano.

Par de inocentes!".

—¡Agh! ¿¡Iremos o no!? ¡Quiero fumar, maldita sea!

—De acuerdo—. Aceptó el pelilila aún inseguro.

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Después de dejar a Camus en el onceavo templo, Milo se dirigió hacia la playa vistiendo el traje de entrenamiento característico del Santuario.

No estaba seguro de qué hora era; pero siendo otoño, el sol se pondría temprano, por lo que esperaba poder resolver ese asunto con Saga lo más pronto posible para volver con el hombre que amaba y cocinar juntos, si es que el aguador lo dejaba.

Iba poniéndose las vendas en los brazos cuando distinguió al ex Patriarca a la distancia.

En el templo de Acuario no había tenido la oportunidad de golpearlo porque Camus se le adelantó; y por él, y por los recuerdos que más tarde lo iban a atormentar si hacía algo de lo que pudiera arrepentirse, decidió detenerlo. Pero siendo Milo el verdugo del Santuario era su obligación y deber lidiar con Saga en ese momento. Por ello, y también por el propio francés.

El escorpión celeste sintió cómo sus pies se hundían suavemente en la arena y cómo el sol griego le acariciaba la cabeza. Sin embargo, no podía disfrutar de esos detalles como cuando era un aprendiz o como en esa primera cita con Camus donde jugaron dentro del mar porque sabía que en algún momento de la pequeña pelea entre los dos, el color carmesí de la sangre mancharía la pulcritud de la playa. Y ya fuera su propia sangre o la de él, no se iría de ahí hasta estar satisfecho con el resultado y obtener las respuestas que necesitaba.

Había avanzado con paso decidido por el sendero desde el Santuario; pero al ver a Saga a la distancia, sus pisadas se volvieron lentas y precisas mientras medía al hombre con esa larga y desordenada melena esperando por él.

El gemelo mayor seguramente tendría cosas que decir, pero no tantas como las que el espartano quería expresar con sus puños.

Honestamente, mientras más conocía al aguador y se enamoraba de él, mayores eran sus reclamos hacia el geminiano. ¿Cómo es que un hombre con virtudes tan maravillosas como el galo fue capaz de tolerar un sufrimiento así por alguien que no lo merecía? Y si Milo tuvo que lidiar con sus propias emociones para no desbordar sus deseos en él, ¿cómo es que Saga logró abstenerse de hacerlo?

¡Francamente no lo entendía!

—Veo que llegaste antes—. Dijo el escorpión con frialdad cuando se detuvo a una distancia prudente del contrario.

El gemelo estaba inmerso en sus recuerdos cuando las palabras de Milo lo regresaron a la realidad. Volteó ligeramente y sonrió de lado, pues haber escuchado el tono de voz del menor le hizo recordar al infante espartano de años atrás, siempre rebelde e impulsivo, pero calculador como lo requería el escorpión para atrapar a su presa.

—Me pareció lo más correcto, teniendo en cuenta que fui yo quien te citó. Aunque...— terminó de girar sobre su lugar para quedar de frente al octavo guardián— ...tardaste bastante en venir.

El caballero de Escorpio rio sardónico por aquellas palabras, mientras veía al tercer custodio ajustar su cinturón sobre la ropa de entrenamiento.

—¿Tanta es tu prisa para que te parta la cara, Saga?— preguntó, chocando el puño contra su propia palma— Créeme que he esperado esto desde hace mucho, y algunas cosas saben mejor cuando las cocinas a fuego lento...— El octavo guardián sabía que, ya que el geminiano le había solicitado acudir sin armadura y también había mencionado que sería un combate entre un espartano y un ateniense, el cosmos y las técnicas estaban prohibidas entre ellos en ese momento.

Pero, aunque realmente quería borrarle la sonrisa del rostro, Saga no tenía la misma expresión de aquellos últimos días.

Si era impresión suya o no, Milo no lo sabía; pero él se veía diferente. Incluso tenía una pequeña marca en la mejilla, producto de uno de los golpes que había recibido la noche anterior.

¿Era de Shura, Camus, o quizá de Aioros? Él mismo también le pegó antes de ese ataque conjunto; pero como Aioria lo tenía sujeto, dudaba que hubiera podido hacerle un daño así.

La voz del geminiano lo sacó de sus pensamientos.

—Siempre tan... impetuoso.

El heleno acortó la distancia entre ambos, dando unos pasos hacia el escorpión mientras se acomodaba la venda que cubría su antebrazo derecho.

—Si estás tan ansioso, ¿por qué no empiezas de una vez?— cuestionó al espartano sin adoptar ninguna postura de defensa o ataque aún— Veremos si eres más que solo palabras.

El octavo custodio lo vio acercarse y, a pesar de la proximidad del gemelo, no cambió la posición de sus piernas sobre la arena, aunque sí elevó los puños, listo para bloquear o devolver el ataque que el ex Patriarca quisiera soltar, aun cuando el movimiento que hacía con sus manos parecía inofensivo.

Aquel hombre no parecía dispuesto a atacarlo. En Capricornio, el día que pelearon por Camus, no lo pensó dos veces antes de darle un puñetazo; pero ahora...

Milo frunció ligeramente el ceño y lanzó una pequeña exclamación sarcástica por los labios.

Molon labe— expresó en voz alta— Ya no eres el Patriarca, y no sigo tus órdenes, ¿lo olvidas? Típico de un ateniense...— dijo con desprecio— ¿O eres solo tú, tan estúpido como siempre?

—Qué decepción. Tus palabras avergonzarían a los guerreros que te precedieron. ¿Crees que ellos habrían perdido el tiempo con amenazas vacías?— el mayor negó con la cabeza— Vamos, Milo, eres mejor que eso.

—¿Tú hablas de vergüenza?— Se rio el espartano, conteniendo las ganas que tenía de clavarle los nudillos en el rostro— ¡Por favor, Saga! Vas a matarme... ¡pero de risa! ¿Cómo osas siquiera usar una palabra que te queda demasiado grande? Aunque eso es lo único que sabes hacer, ¿no es así? Ambicionar aquello que no te pertenece...— soltó esas palabras con una sonrisa torcida.

—Debe ser difícil de entender para alguien como tú, que nunca ha tenido grandes ambiciones. Por supuesto, por eso nunca pudiste entender a Kanon— dijo haciendo hincapié en aquel nombre—, y por eso nunca entenderás lo que hay que sacrificar para tener el mundo a tus pies.

En lugar de seguir avanzando en línea recta hacia él, Saga cambió de rumbo y empezó a moverse de lado, comenzando a dibujar un círculo en la arena.

—No hables de Kanon como si lo conocieras— dijo el octavo guardián con rabia—, o como si realmente pudieras comprenderlo.

No, Saga nunca lo había hecho. Nunca fue un hermano para Kanon, ni siquiera un amigo.

Desconocía aún cómo fue la convivencia de esos dos en los momentos de penuria del gemelo menor; pero, a juzgar por cómo lo encontró previo a la fiesta, estaba seguro de que, una vez más, no estuvo a su lado.

—Él por lo menos se arrepintió de sus pecados y luchó por enmendar el daño que le hizo a los demás... Pero a ti...— Milo escupió al suelo— …a ti no te importó seguir hiriendo a las personas que te amaban... ¿Por ambición, dices? Pues prefiero no tenerla si con eso puedo evitar convertirme en un hombre como tú.

—¿Crees que sabes todo sobre él? No tienes ni idea de lo que vivimos cuando éramos solo nosotros y Aioros— el más joven lo vio hacer una pausa para tragar saliva— ¿Qué podrías saber tú? Eras un niño. Siempre fuiste un niño a su lado, el que lo seguía a todas partes. A decir verdad, me sorprende que no lo hubieras acompañado cuando se fue… ¡No me digas!

El ex Patriarca detuvo sus pasos y fijó su mirada en el menor mientras abría los brazos para enfatizar aquel paisaje donde un joven aspirante a la armadura de Escorpio había compartido momentos íntimos con el ex dragón.

—¿Acaso los arrumacos que tenían en esta playa no eran tan placenteros?

Milo lo miró sin mostrar reacción, pues realmente no le importaba lo que dijera de él, o incluso lo que se atreviera a opinar sobre su relación con Kanon porque él no sabía el proceso doloroso por el que habían tenido que pasar para perdonarse mutuamente.

—No, no creo que fuera eso— retomó el geminiano— Eras una entretenida distracción para él. De hecho, fue por eso que yo mismo me conseguí algunas en ese entonces. ¿Sabes cómo?— selló sus labios brevemente— Con poder. Todo aquel a quien yo quisiera, a mis pies. Pero no tú, tú nunca me interesaste de ese modo; y tampoco habría degustado el bocadillo preferido de mi hermano. No. Quería saborear otros, muchos otros: Afrodita, Death Mask, Shaka, Shura...

"¿Qué? ¿¡Pero qué carajo!?", Milo retrocedió un paso cuando escuchó por boca de Saga los nombres de aquellos a quienes había arrastrado con él, a quienes había manipulado y usado en su propio beneficio.

No debería sorprenderle de Afrodita porque él muchas veces había confesado tener cierta atracción por Saga; pero, ¿Death Mask? ¿¡Shura!? Y Shaka...

Shaka, quien además era amigo de Camus, junto con la cabra.

Después de ver al caballero de Géminis en Acuario esa tarde, y sufrir por Camus y por los recuerdos que podrían atormentarlo después si jamás lograba dejar el pasado atrás, había deseado que el tercer guardián y el aguador también tuvieran su propio cierre, aunque el gemelo mayor no lo mereciera.

—Camus…— continuó él.

Ese nombre inyectó un veneno terrible en las venas del escorpión, tan caótico y destructivo que su poco temple y autocontrol se fueron al limbo.

—¡¡A ÉL NO, pedazo de mierda!!— Milo finalmente cerró su puño y le permitió a la rabia escapar por sus falanges con un rudo y contundente puñetazo sobre la piel del ateniense— ¡¡A él déjalo fuera de tu asquerosa lista de trofeos!!

Saga no hizo el más mínimo esfuerzo por esquivarlo, y aunque el impacto que recibió fue tan fuerte que desvió su rostro hacia un lado, no se quejó por ello. Parecía estar dispuesto a recibir todos los golpes sin protestar.

—Camus era mi favorito —finalizó la frase que antes había dejado incompleta como si su único objetivo fuera enojar más al escorpión.

—¡Cállate!— gritó el espartano dándole un segundo golpe— ¡No tienes derecho a hablar de él! ¡No tienes...! ¡Agh!— por la frustración de no poder exponer con palabras todo lo que sentía, volvió a pegarle, esta vez en el estómago.

Milo quería disfrutar poder finalmente cobrar todo el daño que le había hecho al galo; pero de alguna forma dolía escucharlo y mezclar lo que oía de él con aquel a quien respetó y admiró alguna vez: ese hombre que tomaba la mano de Camus y que cuidó de él en sus momentos de soledad e incluso de necesidad.

El gemelo también recibió el segundo golpe sin defenderse, dejando al otro descargar su furia con vehemencia. Parecía mantenerse estático adrede para aceptar el juicio que el escorpión le otorgaba, como alguna vez lo hizo con Kanon.

¿Por qué?

Por una razón que pocos comprenderían…

Debido al impacto febril del descendiente de Leónidas sobre sus intestinos, Saga perdió brevemente el aliento, mas no desistió.

—¿Qué sucede? ¿Vas a negarme ahora que Camus también era tu favorito?— pronunció, tentando de nuevo al escorpiano— ¿Por qué, si no, lo elegiste a él para tu ridículo teatrito? ¿Por qué no a uno de esos amigos de los que tanto te enorgulleces?

La pregunta sorprendió a Milo, pero no llegó al grado de demostrarlo en su rostro. Solo mantuvo los dientes apretados, expuestos de forma amenazante hacia él.

A decir verdad, Aioria le había hecho la misma pregunta en el bar; y, como le dijo esa vez, simplemente lo sintió. No pudo acostarse con Afrodita como hubiera deseado porque no estaba listo para entregarse a alguien más. Sin embargo, con Camus todo fue diferente desde el comienzo. Con él, todo fue tan natural como respirar.

—Fuiste tú, ¿no es cierto?— prosiguió su rival de doble personalidad— Tú arrastraste a Camus con tus tontas ideas para que pretendiera que había algo entre ustedes. ¡Tiene que haber sido TU idea! —soltó por fin el mayor, tensando los músculos, ansioso por devolver cada golpe recibido mientras dejaba fluir los reclamos que no se había permitido pronunciar hasta ese momento.

Milo todavía podía escuchar la voz del francés repitiendo una y otra vez cuánto amaba a Saga y cuánto le importaba estar con él. Él mismo había hecho uso de recursos de manipulación para que el aguador hiciera esto o lo otro, como usar ropa incómoda y ajustada, e incluso cosas como aprender a besar.

"Hazlo por él", le decía; y el francés realmente se esforzaba, sabiendo, o más bien teniendo la esperanza de que algún día podría estar con el hombre a quien añoraba, admiraba y había esperado durante tanto tiempo.

Pero las cosas que ansiaba de Saga nunca llegaron. Por el contrario, al gemelo poco le importó tratar de hacerse con ellas a la fuerza.

Y sí, tenía que agradecerle al ex Patriarca la oportunidad de ser quien ahora disfrutaba el fruto de la pasión con Camus, de que fuera su nombre el que saliera de esos labios franceses pidiendo más de él, incluso repitiendo palabras dulces, apasionadas y sinceras mientras se fundía en un fuego inclemente solo con él.

—¡Claro que fui yo!— gritó con orgullo por encima del ruido de las olas que golpeaban la arena—. Y me alegra tanto haberlo hecho... ¡Es más! ¡Gracias por no aceptar eso que no merecías! Gracias por hacerlo pedazos y por demostrarle que tú no eras el hombre de sus sueños, sino de sus más horribles pesadillas…

Ese fue el límite de Saga. Con un rápido movimiento, se abalanzó hacia Milo y descargó el brazo derecho en su abdomen sin contener su fuerza, dejándolo sin aire por un momento.

El octavo guardián disfrutó al fin tener una reacción del mayor porque así no se sentiría como un cobarde por golpear a un hombre que no parecía dispuesto a devolver los golpes.

—¡Lo soy! —escuchó la voz del ex Patriarca quebrarse al pronunciar esas palabras, y volvió a verlo tragar grueso antes de continuar— Siempre he sido una pesadilla para el Santuario, y no creas que será diferente contigo.

El ateniense se hizo espacio con los pies en la arena para anclarse a ella y alzó los brazos a la altura de su pecho en una postura de ataque-defensa, preparado para iniciar el inminente enfrentamiento cuerpo a cuerpo que allí sucedería.

—Ni creas que voy a contenerme…— siseó.

El espartano también se plantó con firmeza, encorvando un poco el cuerpo hacia adelante mientras luchaba por recuperar el aliento. De haber notado que iba a recibir ese golpe habría puesto duro el abdomen; mas estando tan enfrascado en Camus y los recuerdos de sus primeros días juntos, no reaccionó a tiempo.

—Eres un pendejo...— escupió Milo, apretando los puños y soltándole un puñetazo— No eras una pesadilla para él, o para mí… ¡Nunca lo fuiste! Hasta ahora...— soltó otro puñetazo, tratando de pegarle con más fuerza cada vez— ¡Y más te vale no contenerte! ¡Por Camus y tu estúpida lista de trofeos, no vas a salir ileso!

Debido a que el menor aún no se recuperaba del impacto, Saga logró evadir sus primeros intentos de golpearlo, aunque sabía que ese no sería el caso siempre, pues de entre todos los caballeros dorados, el escorpión era el más reconocido por su velocidad.

Considerar las cualidades de él lo llevó a recordar también las del galo, a quien halló tiempo atrás en los Pirineos. Aquel niño, entonces delgado y frágil físicamente, pero con un carácter fuerte, vivía una vida miserable…

El escorpión, por su parte, se reincorporó; y cuando enfocó su vista en su contrincante, le extrañó no haber recibido más golpes de su parte, a pesar de lo que había oído, inclusive antes de soltar el primer puñetazo.

Por un instante le pareció que el gemelo estaba perdido y distante.

¿Era eso o se trataba simplemente de una máscara?

Saga se quedó estático y con la mirada en la nada por al menos un minuto o dos hasta que, transcurrido el momento de silencio, el ojiceleste lo vio alzar la diestra y ponerla a la altura del corazón.

En Acuario había visto una reacción dolida, un brillo en sus orbes que hacía mucho no estaba ahí. Incluso, al pensarlo, notó que la última vez que lo vio fue aquella noche en Leo cuando anunció su noviazgo con Camus y él pareció aceptarlo como si nada. Kanon sí reaccionó, pero Saga lucía exactamente como el hombre ante sus ojos.

El espartano se acercó a él y lo tomó por la ropa sobre el pecho, jalando a Saga contra su propio cuerpo para que estuvieran a la par.

—¿¡Por qué me pediste pelear!?— le gritó con rabia, pero no esperó respuesta al empujarlo con desprecio y fuerza sobre el tórax repetidamente— ¡Siempre me sentí celoso de ti y te consideré un rival por el cual iba a pelear para ganarme a Camus! Pero no fue necesario. ¡Es como si hubieras hecho todo desde el principio para perderlo a cada paso, a cada maldito instante! ¿¡Por qué?!

El geminiano volvió en sí cuando sintió el jalón de Milo. Su mirada dejó de estar perdida y se fijó en las pupilas contrarias, en las que creyó ver un destello carmesí.

El espartano había dicho que nunca fue una pesadilla para Camus, aunque se sintiera como si no hubiera sido más que eso, lastimándolo toda su vida desde que lo conoció. Pero también había dicho que no había sido una pesadilla para él. ¿Qué significaba eso viniendo del escorpión?

"¡Por Camus y tu estúpida lista de trofeos, no vas a salir ileso!"

Eso era justo lo que quería, y habiendo visto al menor atacarlo fieramente, confirmaba que más allá de poner las cosas en claro con él, el hombre que había robado, o mejor dicho, ganado el corazón de Camus, el custodio del octavo templo, entonces aún congelado, era el indicado para oír lo que tenía que decir. No por conveniencia o con una segunda intención detrás, sino porque en los breves minutos que llevaban intercambiando palabras, Milo había probado ser uno de los pocos, si no es que el único en el Santuario, dispuesto a escucharlo en ese momento.

Al ser agarrado por el escorpión, Saga devolvió la diestra a su lugar y relajó los músculos para dejarse mover por él. Quería decirle por qué, cuál era la razón para retarlo a un duelo; mas no era el momento. No aún, al menos.

Las emociones parecían empezar a enfriarse, pero el ex Patriarca no podía permitirlo. Tenía que llevar al espartano a un punto en el que no pensara en otra cosa más que molerlo a golpes. Solo así recibiría el castigo que creía merecer; pero que consideraba insuficiente como penitencia por lo que había hecho.

"Siempre me sentí celoso de ti", le había dicho él.

"¿Por qué?", se preguntó. ¿Qué valor podía tener para que alguien lo envidiara?

"Te consideré un rival por el cual iba a pelear para ganarme a Camus, pero no fue necesario".

"¡Carajo!", exclamó Saga con dolor para sus adentros al escuchar esa verdad que por tanto tiempo había querido negar: él no había luchado por Camus.

Entonces, sintió cómo dentro de sí surgía otra voz, oscura y de tono rasposo.

"¿Luchar? Qué ridículo. Pudimos haberlo tomado el día que obtuvo la armadura, si no me hubieras detenido", la oyó decir.

"Cállate"— intentó mantener la calma al reconocer a su verdadera sombra hablándole— "Tomaste el control y lo único que hiciste fue lastimar a las personas más preciadas para mí. Arruinaste todo…", le respondió mentalmente.

"¿Arruinar? ¡Estuve a punto de hacerlo nuestro, imbécil! Y si no te hubieras metido en lo que no te incumbe, tratando de advertirle, ¡lo habría sido antes de la fiesta!".

"¡Pero sí me incumbe!", el geminiano cerró los ojos con fuerza mientras Milo lo observaba reaccionar a cosas que no podía ver, cosas que sucedían solo en su interior y que nadie más podía saber, a menos que él las compartiera.

"¿Por qué?", había preguntado el escorpión.

Lo mismo se preguntó Saga, repitiendo la interrogante en su cabeza y tratando de encontrar la razón que disipara la duda de su oponente y la suya.

Pensó en Camus, en cuánto lo había amado y en lo mucho que aún lo amaba, y se dio cuenta de que Arles tenía razón (¡Quizá por primera vez en toda su maldita vida!). Había sido él quien había evitado que su lado maligno tomara al galo por la fuerza en más de una ocasión. Fue fuerte y enfrentó sus demonios para protegerlo, alejándolo de su lado y sufriendo en silencio por ello en el proceso.

Nadie más lo sabía, pero sí había luchado por Camus de una manera que ni él había notado hasta interiorizar las palabras del Escorpión Celeste.

Lo había hecho todo por él, siempre por él. Se había privado de compartir su tiempo con el francés y corresponder su amor, todo con el único objetivo de mantenerlo a salvo de su propia oscuridad. ¿Qué era eso sino amor?

Pero, ¿sería correcto decírselo a Milo?

El escorpión, por su parte, se preguntaba si podría mirar a Saga alguna vez sin pensar en Camus.

¿Podría escuchar al aguador hablar de su niñez sin ver una sombra de amargura en sus ojos verde y azul? ¿Tendría el francés algún recuerdo, antes del romance que compartía con Milo, donde Saga no estuviera involucrado?

Sí, había memorias que había compartido con Hyoga e incluso con su otro pupilo (¿Iván, Igor, Isaac? ¿I...? Algo...); pero en la mayoría siempre sería el ex Patriarca el protagonista porque fue él quien le enseñó griego, le mostró la cultura ateniense e incluso lo llevó al Santuario.

¿Podría Milo odiar a Saga sin pensar en las cosas que debería agradecerle? Si no hubiera hecho las paces con Kanon y comprendido la importancia de su relación, tal vez no se sentiría así. Después de todo, el espartano conoció a Camus por primera vez en el templo de Géminis aquella tarde en que el galo llegó. Era más bajo y flaco que cualquier niño que él hubiera conocido antes, y aun así no era tímido como Mu, ni quejoso como Aioria en esos tiempos pueriles.

De hecho, Camus estaba solo, exactamente como el escorpión se sentía cuando Kanon le dijo que estaría a su lado, aunque realmente no lo estaba. Solo no se dio cuenta de que también tenía a sus amigos; y, como se lo había dicho a Aioria, tenía en Aioros a un hermano mayor.

Y sí, el espartano quería partirle la cara a Saga por el daño que le había hecho al hombre que ahora amaba, pero también por haberle arrebatado a Kanon en el pasado (enviándolo a Cabo Sunion), por la condena que clavó sobre Aioria al dejar que le pusieran el título de "hermano del traidor", por Aioros y su muerte en condiciones miserables mientras manchaba su memoria acusándolo de crímenes que no cometió. Por Shura, Afrodita; incluso por Shaka y Mu...

—Supongo que...— el heleno interrumpió aquel silencio tomando las manos del espartano entre las suyas para hacer que lo soltara— ...perdí el interés en completar la colección de trofeos, hasta que tú te metiste en el camino...— volvió a tentar su suerte, pretendiendo retomar su actuación como Arles con el fin de provocar al poseedor de Antares para que no se contuviera contra él.

Milo debería dudar de esas palabras y no de sus propios sentidos. Debería recordar la pequeña conversación que él trató de entablar con Camus allá en Acuario y no olvidar el tormento que vio en sus ojos verdes cuando el aguador le dio la bofetada y se rehusó a hablarle; pero él no parecía arrepentido, no delante del escorpión. Por el contrario, parecía orgulloso de lo que hizo.

Entonces, recordó la nota que le había enviado a Camus aquel día, y la forma en que el aguador había sufrido. Aunque luego supo que en realidad lo había extrañado a él, también entendía que ver aquello le había dolido demasiado porque sintió el rechazo de Saga tan cruelmente como si le arrancaran el corazón con las uñas.

—¡¡Suéltame!!— vociferó el espartano, sintiendo el dolor de Camus tan palpable como si estuviera viéndolo llorar justo en ese momento— ¡Pedazo de mierda! ¡Voy a hacerte tragar esas palabras!— Milo era ágil y veloz, así que aprovechó la posición en la que estaban para darle una patada, logrando zafarse de sus garras— ¡Te vas a arrepentir! ¡Voy a cobrarte todo lo que hiciste!

Invadido por la rabia, el espartano comenzó a soltar múltiples puñetazos contra el hombre que ya había perdido totalmente su respeto. Saga retrocedió algunos pasos en un intento de esquivar al escorpión. No obstante, la rapidez del octavo guardián era admirable, algo que el ex Patriarca sabía bien y que confirmó cuando él lo volvió a impactar en el rostro y seguidamente en el abdomen.

Alentado por el espíritu de su adversario, el geminiano también batió su mano cerrada hacia él, poniendo en alerta al más joven, quien tras un breve intercambio de golpes dio un salto que los separó casi un metro.

Guardando su distancia, pero aún impulsado por la adrenalina y las ansias de hacerlo pagar por sus horribles pecados, Milo lanzó una patada que le quitó el aire. Para el gemelo fue como si su corazón se hubiera saltado un latido cuando la planta del pie de su adversario sacudió su pecho; mas no pudo darse el lujo de recuperarse antes de continuar, pues sin darle tiempo a nada, el espartano se lanzó nuevamente hacia él.

Con un raudo movimiento, el caballero de mirada verde esmeralda lo esquivó y giró sobre su propio eje, quedando en la posición precisa para asestar un golpe con el codo en el cuello ajeno. Como consecuencia, el escorpiano tosió un par de veces, y Saga aprovechó esos segundos para recuperarse.

Por un instante, ambos permanecieron inmóviles, analizando detenidamente al rival que tenían enfrente, hasta que Milo se pasó la mano por la cara para limpiar el sudor que empezaba a correr por su frente. El otro lo imitó. La batalla se retomó inmediatamente después, con el gemelo adelantándose con un salto hacia el escorpión, quien lo recibió con un rodillazo en el vientre.

El cuerpo de Saga se encorvó buscando alivio; sin embargo, encontró todo lo contrario cuando Milo le estampó la frente en la propia. Fue un impacto fuerte, pero no podía dejarse aturdir por ello. Debía contraatacar. Sujetó al espartano por los hombros y dejó caer el cuerpo hacia atrás, llevando al otro consigo para luego empujar su abdomen con el pie y así lanzarlo por los aires.

Milo intentó reincorporarse de prisa, pero el dolor en su espalda por la reciente caída lo obligó a hincarse en la playa. Mantuvo la cabeza agachada mientras veía la silueta del ojiverde aproximarse y, cuando el tercer custodio estuvo lo suficientemente cerca, tomó un puñado de arena entre los dedos y se la arrojó a la cara, como hubieran hecho antaño sus predecesores en las luchas de la Grecia antigua.

Saga alzó los brazos para cubrirse, pero no pudo evitar que algunos gránulos entraran en sus ojos. Parpadeó varias veces en un intento de quitarse la incómoda sensación que tenía, y cuando recuperó la vista, no esperó para volver a atacar a Milo con otra patada en el estómago. Pero él, consciente de que esa zona de su cuerpo había sido ya bastante lastimada, se adelantó al movimiento del gemelo y atrapó su pie entre las manos.

Saga intentó estabilizarse para no perder el equilibrio; sin embargo, el caballero de ojos celestes lo sujetó hábilmente del tobillo y lo impulsó hacia atrás, soltando una carcajada burlona al verlo caer de espaldas como le había sucedido a él momentos antes.

El usuario de Antares luego acortó la distancia entre ambos hasta quedar de pie al lado del gemelo.

—¿Quieres dormir una siesta?— inquirió con tono irónico, pero el geminiano no respondió a su provocación.

Por las venas del escorpión aún corría con ímpetu el deseo de desquitarse por los compañeros y amigos a los que ese hombre había hecho tanto daño. Al ver al guardián del tercer templo retorcerse sobre la arena, el heleno no dudó en pisarlo, siguiendo el estilo de pelea característico de su región. Empezó aplastando la pierna izquierda del contrario y manteniendo la presión sobre ella por algunos segundos, lo que causó que el ex Patriarca lanzara un alarido de dolor. No conforme con eso, alzó de nuevo el pie para pisotearlo varias veces más; pero Saga hizo lo posible por esquivarlo cada vez, deslizano su cuerpo para que Milo solo impactara la costa.

Aprovechando la cercanía entre ambos, el tercer custodio alcanzó la extremidad inferior que mantenía al espartano de pie y tiró de ella para hacerlo caer. Estando ambos de nuevo en el suelo, el escorpión se abalanzó sobre él y los dos rodaron a la vez que intentaban sujetar las extremidades ajenas para tomar el control de la batalla. Mas el usuario de Antares, al ser un poco más ágil, logró aprisionar al geminiano usando el peso de su cuerpo.

Cuando el pecho del tercer guardián quedó tendido sobre la arena, aprovechó su posición privilegiada sobre él para doblar los dedos del heleno hacia atrás con rudeza, ocasionándole aún más daño. Saga jadeaba, desesperado por liberarse, pero el Escorpión Celeste no tenía intención de dejarlo ir fácilmente.

Tiró del brazo derecho del geminiano con una fuerza tal que su acción dislocó el hombro ajeno, haciendo gritar una vez más a su oponente mientras una mueca de evidente dolor y enfado se manifestaba en su rostro.

El escorpión disfrutó ver esa expresión en el ex Patriarca, pero no era suficiente. Retrajo el puño para darle un golpe seco; sin embargo, antes de poder hacerlo, el ateniense hizo acopio de su fuerza para impulsarse hacia atrás, desestabilizando a Milo y sorprendiéndolo con el brazo que tenía libre, y que terminó por dar de lleno en la mejilla acanelada.

El impulso puso de pie al octavo guardián; mas antes de que pudiera contraatacar, el gemelo se puso en pie también y se ubicó detrás de él. Lo capturó, rodeándole el cuello con un brazo mientras el otro colgaba inerte, y generó una presión excesiva en la garganta del espartano.

El caballero de ojos celestes aduló mentalmente la estrategia de Saga, quien después de todo demostraba tener más experiencia en combate que él. No pasó mucho hasta que empezó a sentir más dificultad para respirar y sus dedos entumecerse por la falta de oxígeno que imperaba en su cuerpo. Tenía que hacer algo para liberarse, y rápido; de lo contrario perdería la consciencia.

Saga lo sostenía con firmeza por el cuello, cuando Milo lanzó un puntapié que dio en la canilla del gemelo y aprovechó la confusión de este para morderlo, una práctica que se permitía en la cultura espartana; y una vez que se liberó, jaló el brazo de su oponente para lanzarlo al suelo por segunda vez.

El octavo custodio no esperó para abalanzarse sobre el gemelo y atrapar el torso ajeno entre sus piernas, mientras con sus manos alcanzaba su cuello, dándole a probar de nuevo un poco de su propia medicina al asfixiarlo como lo había hecho él previamente.

Las pinzas del escorpión atraparon eficazmente al ex Patriarca, quien empezaba a adquirir un tono azulado en la piel debido a la falta de aire por la presión que ejercía el bicho. Consciente de que no gozaba de suficiente libertad de movimiento para zafarse de él, el gemelo mayor optó por tomar medidas extremas, aunque sabía que Camus probablemente se enojaría mucho cuando lo supiera. No obstante, en las circunstancias en las que se encontraba, no tenía más opción que reunir todas sus fuerzas para patear el costado del espartano.

Fue Milo quien lanzó un bramido esta vez, pues Saga le había roto una o más costillas con ese último golpe. Cayó sentado sobre la arena, a la vez que dejaba en libertad a su presa, y él gateaba en dirección opuesta, alejándose.

La tarde empezaba a caer, por lo que, siguiendo las costumbres griegas, los dos sabían que si ninguno lograba tener una ventaja avasalladora sobre el otro, tendrían que recurrir al klímax(2), que otrora definía quién era el vencedor de un encuentro como el suyo.

Los dos se pusieron de pie con dificultad, entre tropiezos y tambaleos. Se habían demostrado ser grandes guerreros en el combate cuerpo a cuerpo, pero ninguno estaba dispuesto a ceder.

—Eres un pendejo…—. Dijo Milo antes escupir a un lado, tiñendo así el pulcro escenario que antes había admirado con el rojo carmesí de su propia sangre.

—Tú también…

—¡Agh! ¡Cállate!

El sonido del mar chocando en la orilla llenó el mutismo que nuevamente se había formado entre los dos griegos.

—El pastel… Lo hizo Camus…

—¿Qué pastel? ¿De qué hablas?

—El pastel de cumpleaños que no dejabas de comer. El medovik. Te dije que era un pastel ruso…— Solo la sorpresa pudo borrar la rabia que el escorpión sentía cuando escuchó esas palabras.

—¿¡Lo hizo él!?— Saga afirmó con la cabeza, relajando poco a poco la postura.

—Sí… Me dio el vino y el pastel…— El octavo guardián recordó aquella tarde lluviosa de mayo. Hacía frío para ser primavera, por lo que él estaba entrenando en el interior del templo cuando el geminiano apareció con el pastel.

Tenía un sabor particularmente delicioso e imposible de olvidar. Nunca supo por qué no podía conseguirlo en las pastelerías de Rodorio, y ahora comprendía la razón.

—¿Por qué me dices eso ahora?— preguntó con desconfianza. El gemelo no respondió de inmediato, pero el escorpiano lo vio sufrir. Volvió a ser testigo del dolor asomándose por sus pupilas tan claramente que era imposible no sentirse contagiado por él.

—Porque siempre deseé verlos juntos—. Contestó con pesar—. Hasta pensé en encerrarlos en un armario.

El caballero de Escorpio supo que decía la verdad porque siempre lo había invitado a visitar el templo de Acuario con tantas excusas que era ridículo no haber aceptado alguna.

—Eso hubiera provocado una guerra Santa—. Sonrió con tristeza el espartano.

—Irónico, ¿no?

Ambos volvieron a guardar silencio, perdidos en sus propios pensamientos.

—Lo lamento…— Fue la voz de Milo la que rompió el silencio.

—¿Qué?— Se sorprendió el otro.

—No lo voy a repetir—. Bufó el escorpiano, tomando un momento para explicarse—. Camus… Siento que te lo robé…

Saga exhaló, y aunque de verdad podría aceptar la responsabilidad de Milo en aquella situación, para ser más honesto consigo mismo y con la única persona que estuvo dispuesta a escucharlo, tenía que reconocer en voz alta que no fue así.

—Yo lo perdí… Desde el principio fue así…— aceptó el ex Patriarca, sentándose en la arena para soportar el peso que tenía en el pecho.

—Si no hubiera sido por mí… tal vez estarían juntos…

—Y él sería miserable—. Aclaró Saga; no con amabilidad, sino con la más cruel verdad—. Duele… y siempre dolerá… pero fue lo mejor. Después de todo, siempre le gustaron las manzanas, y esta pomme rouge es la que le gusta más.

¿Pom rush?— Inquirió el espartano, confundido.

—Manzana roja… Camus siempre te llama "mi manzana". Lo sabes, ¿no?

—No… Sabes que nunca aprendí francés, pero gracias por decírmelo—. Ahora que lo sabía, sentía que le habían quitado un enorme peso de encima porque el acuariano sí eligió para él un apodo especial; y aunque desconocía su significado al principio y sufrió buscando la traducción aquel día, se daba cuenta de que siempre implicó algo que Camus amaba demasiado.

Y todos lo sabían excepto él.

"Mi manzana".

—¿Alguna vez…?— Milo vaciló— ¿...podrías hablarme de Camus cuando era niño? Me odio por perderme esa parte de su vida.

Saga sonrió suavemente.

—Haré algo mejor que eso.

.

.

.

Después de solicitar la ayuda de Kanon para detener a Milo en la incursión que pretendía hacer, el aguador creyó que irían rápido al sitio; mas nunca se imaginó que el gemelo "se perdería" o que iba a divagar sobre dónde se encontraba con el escorpión, llevando a Camus y a Mu de un lado hacia otro.

Cuando finalmente "recordó" el lugar, el galo observó que el caballero de Escorpio estaba tendido sobre la arena, mientras el tercer guardián (a pocos pasos de él) contemplaba el mar.

—¡¡Milo!!— exclamó el onceavo guardián con más aprensión de la que Saga o cualquiera hubiera sentido en su voz, o en cualquier momento de su vida— ¿Estás bien?

—Sí—. Respondió el espartano, intentando no quejarse demasiado por los golpes que punzaban. Se impulsó hacia adelante y el francés lo ayudó a enderezarse.

—No mientas—. Lo reprendió.

Saga se levantó en silencio mientras ese par compartía su pequeño momento y comenzó a alejarse por la playa ante la mirada del gemelo menor y el ariano.

El franco empleó su cosmos y colocó hielo en los moretones que el espartano tenía sobre la piel.

De haber sido amigos de niños, ¿Camus habría hecho exactamente lo mismo cuando él hubiera tenido alguna herida?

Milo pensó en aquella primera noche, cuando le dijo "Seamos pareja" tras espiarlo, sin querer hacerlo, con la intención de obtener un beneficio propio que estaba muy lejos del resultado actual. Pensó en lo extraño que hubiera sido llevarse bien con Camus desde el principio, volverse su mejor amigo, enamorarse así tan intensamente de él y hacerle esa pregunta antes de que el Patriarca lo alejara de su lado y lo enviara a Siberia para entrenar, y entrenar a otros. Pensó que la distancia habría resultado insoportable, y que habría rogado a los Dioses, a todos ellos, para que los años pasaran muy rápido y pudieran volver a estar juntos.

Pensó en su regreso y en la forma en que su relación evolucionaría. También en los momentos de tensión que vivirían con la crisis del Santuario, y la forma en que seguramente pelearían por Hyoga y las ideas radicales de Camus sobre sus principios y sus prioridades. Sus malditas prioridades…

¿Habría resistido la muerte de Camus? ¿Habría resistido su traición posterior? ¿Habría amado más al hombre que al santo de Acuario?

Pensó en la resurrección y en los cambios que habrían sucedido en su vida a partir de entonces.

¿Mantendrían su relación? Milo probablemente le guardaría algún rencor…

No, definitivamente no cambiaría ninguna pieza en su pasado porque todo estaba donde debía y porque todo había sucedido como debía suceder. Sus pequeños besos, sus caricias traviesas y todos los malentendidos y las discusiones que, si bien le hicieron daño, también eran divertidas, pues sabía que a pesar de todas esas peleas, al final del día seguiría compartiendo la cama con él, y nadie más que él…

—Estoy bien… mi amor..— por primera vez se había atrevido a llamarlo así, aunque Kanon pudiera oírlo y le dijera cursi, o incluso Mu se pusiera incómodo. Sentía con todas sus fuerzas que ese hombre merecía escuchar y obtener ese calificativo.

El aguador se sorprendió. Conocía la raíz griega y el significado de esas palabras; y aunque alguna vez sufrió y dudó que alguien pudiera llamarlo así, estaba feliz al escuchar esa palabra en labios de él.

—Volvamos al templo…— hizo un movimiento para poder ponerse en pie, pero Milo sujetó sus manos.

—Ve con él…— señaló al geminiano con la cabeza. El franco volvió a sorprenderse.

—Olvidalo—. Dijo, sintiendo una punzada en el pecho—. Voy a llevarte al Santuario.

—Ve—. Insistió Milo.

—¿Para qué? No quiero escuchar nada de él.

—¿No hay algo que quieras decirle? Incluso si lo odias, creo que necesitará oírlo de ti.

Camus exhaló y se puso de pie, mientras Kanon y Mu trataban de ayudar a Milo a levantarse.

—¡Duele!— gruñó el espartano cuando el gemelo menor enterró los dedos en un sitio muy lastimado.

—¿De verdad?— lo molestó el mayor con una sonrisa— ¿Y aquí?— picó una zona que se veía realmente afectada.

—¡Déjame en paz!

—¿Por qué? Es divertido oírte protestar— Milo comenzó a gritarle a Kanon, mientras Mu se reía de ambos griegos, pues recordó los momentos que vivieron cuando eran niños.

Camus los contempló en silencio y se preguntó si algún día él podría volver a retomar su lazo con Saga; pero aún había tantas cosas en medio que veía esa posibilidad tan lejana como el cielo sobre ellos.

Volvió a soltar un suspiro y caminó sobre la arena para encontrarse con el caballero de Géminis, quien trazaba un pequeño sendero sobre esta con un rumbo desconocido. Al andar, Camus notó que las huellas de él, donde sus propios pies se colocaban, tenían un tamaño más grande.

Cuando Saga lo llevó desde Francia al Santuario, el galo lo siguió de cerca un par de veces, a veces cansado, otras con ansiedad por saber y conocer su nuevo hogar; y siempre pensó que al crecer podría poner los pies sobre las huellas de aquel calzado y llenar por completo ese lugar.

Sin embargo, a pesar del tiempo transcurrido, eso no había cambiado. Él seguía siendo más alto y robusto. Su cabello continuaba desordenado y, aunque muchas veces vio el rostro despiadado de Arles, también vio bajo la máscara aquella sonrisa amable.

El ex Patriarca se detuvo y Camus lo hizo también. Apretó los puños a un costado de las piernas y desvió la mirada, a pesar de que el hombre ante él ni siquiera lo estaba observando de frente.

El mar subía por la arena sobre la costa y la brisa marina soplaba entre los dos y el denso silencio.

Milo le dijo que si tenía algo que expresar, que lo hiciera en ese momento; pero realmente no quería hablar con él, no con el hombre que se había vuelto experto arruinando todo. Cuanto más pensaba en decirle que lo odiaba, aquellas pisadas le recordaban todos los momentos que vivieron juntos, provocando una avalancha de emociones tan confusas como una onda de frío y calor.

—Nunca… te di las gracias…— Habló el ex Patriarca, atrayendo la atención del aguador, quien devolvió los ojos hacia la espalda griega.

Camus tragó saliva con dificultad y, aunque quería dar la vuelta, andar sobre sus propios pasos y decirle a Milo que en realidad no tenía ninguna palabra para el cruel gemelo, sentía las plantas de los pies clavadas en la arena.

—...por los pequeños momentos que pasamos juntos, por todas tus atenciones y el tiempo en que fui realmente feliz.

El francés sintió que los labios le temblaban y que las retinas le ardían como si el sol pretendiera fundirlas a fuego lento.

En ese instante, se dio cuenta de que era demasiado tarde para dar la vuelta y fingir que no lo había escuchado, porque esas palabras habían calado en un sitio enterrado y tan profundo de su pecho que comenzaba a sentirse asfixiado. No había náuseas o ganas de romperle la cara, solo veneno fluyendo por sus venas debido al cruel pasado lleno de esperanzas rotas que compartían.

No lo amaba y no podría hacerlo de nuevo, pero dolía demasiado saber que todo se quebró entre ellos.

—Quisiera… que esto no hubiera escalado hasta este nivel tan atroz…— Continuó el tercer guardián.

"Tampoco hiciste algo por evitarlo", se lamentó el galo con amargura, apretando las uñas contra su propia piel.

—Si una disculpa resolviera todo, el infierno no existiría—. Expresó con desprecio y resentimiento; y aunque podría haberse callado y dejarlo desahogarse, no había lugar para retroceder.

—Esperaba que dijeras eso—. Dijo el gemelo mayor. Exhaló lentamente y restregó la mano por la cara que ardía entre los golpes de Milo y los rayos del sol.

Si esas eran todas las palabras que tenían que decirse, entonces Camus podría volver con Milo, el hombre que amaba…

Sin embargo…

"¿No hay algo que quieras decirle? Incluso si lo odias, creo que necesitará oírlo de ti".

El galo bajó ligeramente la cabeza, pero continuó apuntando sus ojos fríos hacia él.

—¿Por qué? ¿Puedes al menos decirme por qué lo hiciste?

Saga quería girar sobre sí mismo para mirarlo de frente y tener el valor para comunicar lo que él necesitaba oír; no obstante sus propios deseos, se tragó las ganas de hacerlo, apretando las manos sobre sus piernas.

—Porque te amaba…— confesó, aguantado su dolor. Camus bufó.

—¡Qué singular manera de demostrarlo!— exclamó, sumamente cansado de esa misma respuesta que para ese instante ya no representaba nada entre los dos. Saga, por su parte, decidió concentrar la mirada en el mar al girar la cabeza hacia un costado.

El cabello de Camus tenía un color similar, así que no podría volver a disfrutar una caminata sobre la arena o un chapuzón entre los albores del océano sin tener esa opresión en el corazón pensando en él.

—La primera vez que te vi…— comenzó a decir el gemelo mayor.

—Era como un animal indefenso—. Cortó el aguador con aquel mal recuerdo de los montes Pirineos y de ese pueblo del que Saga lo sacó.

Al escuchar al galo, el geminiano pensó que podría sonreír por la autodescripción que se había puesto, pero no lo hacía feliz rememorar al niño indefenso que tenía el apodo de demonio.

—Yo no te acogí por lástima. Decidí entrenarte porque me hacías feliz. Aioros…— Saga se calló porque hablar del centauro le dolía tanto como haber perdido a Camus— ...Él y yo nos habíamos distanciado porque yo creía que él me robó mi lugar; pero la verdad es que siempre hizo un mejor trabajo. Entrenó a Shura y a Aioria, se ocupó de Mu, e incluso un tiempo de Milo. Afrodita y Death Mask también tienen mucho que agradecerle—. Hizo una pequeña pausa para calmar sus propias emociones y no sufrir con los recuerdos—. Y estaba él…

—Arles…

—Sí—. Aceptó en voz baja—. Arles quería cosas que yo no podía darle; y cuando te conocí… fuiste un rayo de sol para mí.

Camus volvió a tragar saliva con dificultad en el instante en que se dio cuenta de que Saga lo veía del mismo modo que él confesó en su dedicatoria de cumpleaños, años atrás.

"Mon soleil…".

—Es curioso porque así me llamaste tú en aquella nota—. El geminiano por fin se armó de valor y miró directamente al hombre que aún podía acelerar su corazón, el mismo que mantenía una distancia prudente y tortuosa con él, y a quien había visto disfrutar el calor pasional en brazos de alguien más.

Camus enfrentó el destello de aquellas pupilas esmeraldas y, aunque hubiera podido guardar silencio, también habló.

—Eso fuiste para mí.

Saga cerró los ojos y suspiró pesadamente.

—Duele oírte hablar en pasado, pero lo acepto—. Volvió a mirar el mar con la intención de no dejarse vencer por el sufrimiento que sentía debido a él—. Mi mundo estaba lleno de oscuridad hasta que llegaste tú… un pequeño niño valiente e inteligente, perspicaz e independiente.

—Si era tan importante para ti, ¿por qué arruinaste todo eso?— preguntó el galo, manteniendo la voz tan estoica cómo podía a pesar del reclamo o la necesidad de entender lo que había sucedido entre ellos.

Saga meció el puño a un costado, sopesando cómo hablaría sobre eso.

—Porque cuando te vi esa primera noche como el caballero de Acuario, quería hacerte mío…— el francés se congeló y recordó que precisamente desde entonces Saga cambió en su trato hacia él—. Aún puedo percibir la loción de limón y verte en mi mente con tu cabello largo, un poco más corto a como lo luces ahora, con la gabardina beige y ese pantalón oscuro, tan sobrio y al mismo tiempo radiante…— el gemelo soltó un suspiro profundo, deseando con todas sus fuerzas haberlo amado de forma diferente. Deseó no tener esa voz oscura y perversa, así como haberle podido decir a Camus que se veía tan exquisito que despertaba sentimientos que creía no volvería a experimentar.

—Cuando volví de Siberia comenzaste a actuar esquivo. Te alejaste de mí y me enviaste otra vez al extranjero.

Saga elevó el brazo izquierdo a la altura de su cintura, extendiendo los dedos hacia el onceavo guardián.

—No iba a ensuciarte con mis manos llenas de sangre. Yo, el hombre que obligó a Shura a matar a Aioros para luego meterlo en mi cama y "suavizar" su culpa. Manipulé del mismo modo la voluntad de Afrodita y Death Mask…

—¡Ya no sigas!— gritó el aguador, cubriendo sus oídos.

—¿Entiendes por qué no te lo dije?— Inquirió el griego, refiriéndose a los reclamos que Camus le hizo el día en que la batalla en las doce casas inició—. Eras demasiado importante para hacerte eso.

—La diferencia es que nunca llegaste a comprender que yo perdoné esos errores, y que estaba dispuesto a aceptarte con ellos—. Saga sintió como los ojos se le humedecieron, ya que no era la primera vez que el francés aceptaba la posibilidad de haberlo seguido.

"Y no por meterme en tu cama como lo hizo Death Mask ", le había confesado de frente en ese entonces, mostrando esa actitud decepcionada y herida por lo sucedido.

Ese día, bajo la máscara de Arles, evitó sentir cualquier cosa por su confesión; pero estando en la playa con él, no podía evitar sentirse como si fuera atravesado por una filosa espada de hielo.

Miró al aguador ahí parado y sus pies se movieron solos hacia él. Camus retrocedió un paso, y aunque apuntó el brazo para darle un golpe en caso de ser necesario, sus propios músculos se congelaron cuando vieron los ojos del hombre que lo había significado todo para él. Aquel que admiró, que amó y que lo atormentó al mismo tiempo; ese que rompió en pedazos cada pequeño sueño y esperanza hasta volverlos el mismo veneno que ahora fluía por sus venas y que le imperaba rechazarlo.

Saga lo rodeó con uno de sus brazos, pegando la figura más pequeña contra su cuerpo con tal desesperación que Camus odió no haber reaccionado a tiempo.

Debería permitirle un último abrazo como despedida; pero mientras sentía su calor, aunque las náuseas y el asco por él habían desaparecido, las pesadillas y las frases que él le había dicho mientras sonreía con crueldad no se iban.

El aguador trató de empujarlo, pero él se mantuvo firme en ese pequeño abrazo, a pesar de que los movimientos del galo lastimaban los moretones y las partes que el escorpión había dejado maltrechas en su cuerpo.

—Te amo…— murmuró el griego con la voz rota, luchando con él para que no rompa su último momento— ...Te pido perdón por no haber hecho las cosas de forma diferente… y por no haberte amado como tú merecías—. El acuariano se detuvo, apretando la ropa del otro con sus nudillos. Saga sollozó, aunque estaba intentando no hacerlo—. Sé que nunca voy a recuperarte, pero no me odies, por favor. No podría soportarlo.

"¿No hay algo que quieras decirle? Incluso si lo odias, creo que necesitará oírlo de ti".

Camus volvió a escuchar las palabras de Milo dentro de su cabeza. Entonces, sintió su propio dolor manchándole las mejillas con gotas translúcidas que no se detenían porque aquello era demasiado complicado de explicar. Había tantas memorias entre ambos y tanto daño mutuo que no podía decir claramente si lo odiaba o si podría alguna vez no pensar en él con rabia y aversión.

—Te amo…— Volvió a susurrar el gemelo, soltando al francés lentamente para luego apartarse y darle la espalda.

En realidad, el aguador nunca se imaginó que cuando terminara ese plan que tenía con Milo, sería a Saga a quien le diría adiós. Siempre solía decirle al escorpión que se preparara para despedirse de Kanon si las cosas con él no salían bien, pero nunca pensó en una situación opuesta; aunque todo entre ellos también fue caótico y doloroso.

El acuariano exhaló con amargura, se limpió sus propias lágrimas y se alejó del gemelo, dispuesto a regresar con Milo.

—¿Volveremos a ser amigos?— preguntó el ex Patriarca, deteniendo con sus palabras los movimientos del francés. El onceavo guardián apretó los puños.

—Eso en realidad depende de ti—. Contestó con parco acento—. Si intentas alejarme de Milo otra vez, mi rabia será lo último que encuentres.

"Eso no volverá a suceder", pensó el gemelo con tristeza.

—Lo comprendo. Nos vemos… Camus—. Saga comenzó a alejarse de nuevo por la arena, conteniendo las palabras dulces que quería expresarle y que nunca se permitió por haberlo amado a su propia manera…

El galo quería girarse y decirle que no lo odiaba, que quizá con el tiempo olvidaría lo sucedido; pero, sinceramente, no confiaba en él y temía no poder hacerlo otra vez.

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Sin haberlo deseado, Saga dejó un pequeño rastro de huellas sobre la arena hasta el camino que iba hacia a un acantilado con restos de columnas y construcciones antiguas. Era un lugar que en el pasado representaba un recuerdo para ambos gemelos, aquel donde Kanon y su hermano habían tenido la conversación sobre Aioros y el Santuario que llevó al ex dragón a ser encerrado en Cabo Sunion por el caballero de Géminis.

El tercer guardián estaba parado junto a una columna rota, con el brazo izquierdo apoyado sobre ella y la mirada de verde esmeralda en el mar.

El día en aquella época del año duraba aproximadamente catorce horas, de las cuales había empleado aproximadamente diez en su expiación.

—¿Qué haces aquí?— preguntó Kanon llegando hasta él, pero quedándose del otro lado de la columna, poniendo distancia entre ambos.

—Pensando…— contestó el mayor. El otro gemelo soltó una risa forzada.

—¡Vaya! Finalmente decidiste usar la cabeza para variar.

Saga sonrió de lado, pero no respondió. Dejó que sus ojos se perdieran entre la inmensidad del mar mientras sentía los golpes del escorpión palpitar en su cuerpo, pidiéndole atención. El dolor en realidad no era tan importante en aquel momento; de hecho, sentirlo lo hacía experimentar una especie de alivio.

Kanon se quedó en silencio, manteniendo la postura junto al pilar, pensando si era buena idea o no lo que había planeado hacer.

—Tengo algo que decirte—. Expuso el mayor, ganando la primera palabra. El otro asintió, aunque su hermano no podía verlo debido a la columna entre ambos.

—¿Vas a contarme a dónde fuiste anoche?— Inquirió el menor con un tono despreocupado, apoyándose en el pilar con los brazos cruzados. El ex Patriarca cerró los ojos.

—No sabía que te importaba—. Con voz suave intentó restarle importancia a su propia respuesta y al hecho de que su hermano se hubiera dado cuenta de que nunca volvió a Géminis después del lío que provocó en la fiesta.

—No en realidad…— dijo el otro conservando la modulación en sus palabras— ...pero fue raro no sentir tu molesta existencia en el tercer templo.

El mayor se quedó callado. Debería responder con un insulto o algo peor, como era su forma de llevarse con él; sin embargo…

—Vine aquí a pensar—. Confesó con un suspiro. Kanon se asomó por el pilar para mirar a su hermano.

—¿Anoche también?— se sorprendió. El gemelo mayor asintió.

—Sí…— Dijo en voz baja. El menor lo miró con extrañeza, después cruzó los brazos otra vez y volvió a apoyarse en el pilar.

—¡Agh! ¡Qué patético!— exclamó con ligero enojo.

Después de eso, ambos se quedaron en silencio, con los murmullos de la brisa al fondo y el sonido de las olas al romperse contra la roca de aquel peñasco bajo sus pies.

—Yo…

—Lo siento, ¿sí?— Kanon lo interrumpió con una disculpa inesperada.

Saga exhaló porque físicamente estaba cansado y porque su gemelo había roto los pensamientos fluidos que se agolpaban en su cabeza.

—¿Por qué?— indagó de forma apacible.

Kanon bufó, ya que en realidad no quería darle muchas explicaciones.

Finalmente, tras pensar en las palabras que quería emplear, se animó a hablar.

—Cuando tú estabas dispuesto a dejárselo a Milo, yo te incité a perder el control. No me di cuenta de que Arles iba a despertar por eso…

—Sinceramente, Kanon, no sé por qué te estás disculpando.

—¿¡Ah!?—. Se suponía que Saga debería responder que "sí", que era culpa suya por no dejarlo en paz y por no escuchar sus advertencias desde el principio. No obstante, contra todo pronóstico, no dejaba que su hermano menor tomara responsabilidad en lo sucedido— ¿¡Qué carajo pasa contigo!?— dejó la columna para dirigirse hacia donde estaba el mayor; pero aunque su intención era tocarle el hombro para darle la vuelta, notó que él tenía una luxación entre el brazo y la clavícula.

Milo tenía una costilla rota debido a su pelea; y el gemelo, el hombro dislocado.

Saga ignoró la atención visual de su hermano, concentrándose en lo que quería decir.

—Presenciando todo en los ojos de Arles fui consciente de lo que estaba haciendo y, aunque intenté frenarlo una o dos veces, nunca medí el daño irreparable que sus acciones podrían causar—. El mayor hizo una pequeña pausa y Kanon se preguntó si debería decirle algo para mermar su culpa o para que lo dejara aceptar también la responsabilidad—. Lo que más me duele es haber perdido a Aioros.

—Uno creería que lo que más te dolería sería perder a Camus.

—Por supuesto que me duele, pero yo ya había decidido renunciar a él porque no quería mancharlo. Sin embargo, nunca me imaginé que Aioros pudiera mirarme con tal frialdad. Él ha perdonado todos mis errores, sin importar cuán grandes han sido, pero esta vez… no creo que lo haga…— cerró los ojos y soltó un suspiro mientras veía dentro de su cabeza al caballero de Sagitario mirándolo con rencor.

Kanon sonrió de lado.

—¡Uf, hermanito! Cualquiera que te escuche pensaría que estás enamorado de Aioros…— Saga se rio ligero, pero no respondió.

Tras otra pequeña pausa, volvió a hablar.

—Acerca del alcohol y todo lo que dije…

—Sé que no es cierto—. Lo silenció el menor, sentándose en el suelo a un costado de donde su contrario estaba parado—. Y sobre lo otro, también sé que no fuiste tú.

—Sí era yo, Kanon. Veía todo como si estuviera encerrado en una caja, observando cada detalle a través de un cristal. A veces podía hablar o actuar por mi mismo, pero muchas veces mis manos se movían por sí solas o mis labios expresaban cosas que realmente no sentía. No quiero excusarme hablando sobre él, pero Arles se aprovechaba de cada tormentoso momento que experimentaba por Camus para tomar todo el control. Mis celos, mi ansiedad, mi culpa... Él tomaba toda esa angustia y la convertía en caos y destrucción—. Al agacharse, con el puño izquierdo golpeó el suelo, y de no ser porque tenía roto uno de sus huesos, seguramente habría empleado el otro también—. Realmente lo siento…

El gemelo menor tragó saliva con dificultad y vio las pequeñas partículas líquidas de su consanguíneo gotear sobre el suelo. No podía ver las lágrimas de Saga porque él tenía la cabeza agachada hacia el mar, pero sí podía sentir su arrepentimiento sincero.

—No sé qué decirte, sinceramente…— expresó el ex dragón marino mirando el paisaje frente a ambos.

Saga se limpió la nariz con el brazo que sí podía mover y se tendió de bruces sobre el suelo para concentrar los ojos verdes en el cielo.

—Voy a pedirle a Aioros que me encierre en Cabo Sunion—. Confesó el guardián de Géminis cerrando los ojos. Su gemelo levantó las cejas y volteó hacia atrás como si quisiera encontrar al otro riéndose por la broma.

—¿Estás demente?— Inquirió.

—Sabes que sí—. Respondió el mayor con calma. Kanon bufó.

—¿Crees que esa prisión son vacaciones? ¡No es un resort, ni un hotel de cinco estrellas!

—Gracias por preocuparte, pero no estoy pidiendo tu aprobación—. El mayor sonrió suavemente y abrió los ojos otra vez, enderezándose con dificultad para observar a su hermano—. Fui demasiado arrogante para encerrarte ahí y necesito ser igualmente valiente para demostrar que puedo controlar a Arles por mí mismo.

—¡Pero…!

—Cuida el tercer templo, ¿de acuerdo? Alguna vez tú también usaste la armadura de Géminis, así que será tuyo por un tiempo—. El menor sintió un nudo en la garganta y rodó los ojos con fastidio para disimular.

—Siempre odié ser tu sombra. ¿Qué te hace pensar que esta vez será diferente?

—Tienes amigos sinceros, y también está Mu…

—¡No me hables de ese!— gruñó Kanon, pegándole con el dedo en el pecho.

—Sé que es muy pronto para ti, así que ve con calma. No creo que él tenga prisa igualmente.

—¡Cállate!— renegó el ex dragón marino, poniéndose de pie— ¡No actúes como un buen hermano mayor ahora!— El otro sonrió con tristeza y se levantó como pudo del piso. Se colocó cerca del pilar y admiró la prisión de Cabo Sunion que se veía desde esa parte del peñasco.

Cuando metió a Kanon ahí, creyó que eso era lo correcto; pero nunca se dio cuenta de que era él quien tenía que ser encerrado en la celda. De esa forma, Arles nunca hubiera hecho tanto daño y su hermano se habría convertido en el orgulloso caballero de Géminis.

—Lo siento. En verdad, perdóname por todo…

Para el gemelo menor era demasiado difícil escuchar esas palabras de sus labios, sobre todo porque sabía que Saga buscaba un perdón sincero por no haber sido lo bastante fuerte ni capaz para retener a Arles.

—¿De verdad irás ahí?— preguntó, mirándolo con una mezcla de preocupación y desconfianza.

—¿Por qué? ¿Quieres ir en mi lugar?

—¡Cabo Sunion es para hombres! No podrías aguantar ni la mitad del tiempo que tú me dejaste ahí.

—Es posible…— murmuró Saga.

—Y en esta época el agua es helada. ¿Sí entiendes lo complicado de esa petición?

—Necesito expiar mis pecados, y también controlar esa existencia que forma parte de mí. No puedo ni voy a excusar el daño que hice a las personas que amaba culpandolo a él

—Saga…

—Se lo dije a Milo recientemente y, a pesar de todo, también actuó como tú—. Por instinto, mientras hablaba del espartano se llevó los dedos hacia el hombro todavía fracturado. Kanon suspiró.

—¿Y qué esperabas? ¿Qué fuera él quien te encerrara?

—¿Quieres hacerlo tú?— indagó Saga buscando, con una sonrisa los ojos de su par.

—¡Puf!— exclamó el manipulador de dioses, pensando todavía que era una mala idea. Suspiró, se restregó los dedos por la cara y lanzó la última inquietud que le quedaba— ¿Al menos se lo dijiste al pingüino?

—No lo llames así, y no. No voy a arruinarles el momento otra vez…

Ambos gemelos se quedaron en silencio contemplando a lo lejos un grupo de gaviotas al vuelo.

—Duele, ¿cierto?— preguntó Kanon en voz baja. Saga cerró los ojos y se limpió el rostro.

—Creo que eres el único que puede comprenderlo…

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Mu se había ofrecido a llevar a Milo con Aioria para que curara las heridas que tenía sobre el cuerpo. Incluso había considerado darle él mismo un poco de alivio; sin embargo, el aguador rechazó la amabilidad de su amigo, solicitando que los llevara únicamente lo más cerca del Santuario que pudiera.

Al principio el escorpión pensó que Camus estaba bromeando (después de todo, el francés tenía un sentido del humor bastante peculiar), pero cuando llegaron a la casa de Aries y el onceavo guardián se despidió de su amigo en común, y ambos comenzaron a subir las escaleras, el espartano se dio cuenta de que hablaba en serio. Demasiado, de hecho.

Sus pensamientos, por otra parte, se quedaron cortos sobre las intenciones que el maestro de maestros tenía sobre esa situación, cuando fue el franco quien se inclinó y cargó el peso de Milo sobre sus brazos esta vez.

—¿¡Qué estás haciendo!?— se extrañó el griego, moviéndose para volver a tocar con sus pies el suelo. El galo lo ignoró olímpicamente mientras lo sujetaba contra su cuerpo en la misma posición en la que el escorpión lo había cargado en la mañana y durante las semanas anteriores en su proceso de recuperación.

—Voy a cuidarte—. Explicó con voz calmada—. Dijiste que me lo ibas a compensar—. Agregó por si Milo tenía intenciones de protestar.

No obstante, a pesar de sus previsiones, el espartano se escandalizó porque no quería que Aioria o incluso Afrodita (o peor aún, Shaka) los vieran en esa posición tan comprometedora.

—¡Son rasguños y quizá una costilla! ¡No necesito niñera!— protestó con tanta fuerza que se lastimó un par de veces; sin embargo, a pesar de todo, no logró bajarse.

—¿Cómo me llamaste?— Inquirió el aguador, alzando una ceja.

Milo apretó los dientes y, aunque quería obtener su libertad, ver la reacción del francés le hizo cruzar los brazos y desviar la vista.

—...Es por mi orgullo…— murmuró— ¿Qué van a pensar los demás si me llevas así?

Camus frunció la nariz y rodó los ojos.

—¡Tú me cargabas todo el tiempo! ¡Incluso cuando te pedía bajarme!— El espartano bufó porque sabía que era cierto. De hecho, también lo había cargado por esas mismas escaleras cuando "se reconciliaron" después de que él besó a Saga por primera vez; incluso cuando estuvo borracho en Escorpio y lo tuvo que devolver a Acuario aquel día.

—¡Como si no hubieras protestado lo suficiente! ¿Sabes todo lo que tuve que renegar?

—Esta mañana no me quejé—. Explicó Camus, suponiendo que él no podría salirse por la tangente. Milo se rio.

—¿Estás seguro?

—¿Cuándo lo hice, según tú?

—En la bañera cuando "no lo hice rápido", ¿recuerdas?— el aguador enrojeció, pero no respondió— ¡Quiero tomarte despacio! Después puede que te…

—¡No estamos hablando de eso!— gritó el galo completamente rojo. Frunció los labios, y aunque quería debatir, no puso pensar claramente mientras volvía a repetir lo que hicieron en ese primer baño compartido, entre las sales aromáticas y el olor del jabón. Y sí Saga no hubiera interrumpido lo del pasillo, sin duda ahora estarían descansando después del postre.

Estuvieron callados durante un rato en su ascenso hasta la onceava casa. Nadie los vio; y como era raro para el caballero de Escorpio notar el Santuario tan silencioso esa tarde, Camus le contó a Milo que cuando fue a buscar a Kanon para ir a detener su batalla contra Saga, se encontró con Aioria y Shura recientemente reconciliados yendo hasta Acuario para saber cómo estaban.

Hablaron brevemente y ambos se dirigieron al templo del Patriarca para ver a Seiya y Shiryu, que estaban ahí.

Unas casas más abajo, ahí en Cáncer, el aguador se encontró con Afrodita y Death Mask, quienes también estaban juntos yendo hacia el pueblo, extrañamente más pegados el uno al otro de lo que jamás los hubiera visto.

Incluso se topó con Shaka subiendo con Ikki hacia Virgo, donde anteriormente había saludado al caballero de Andrómeda.

Cuando el onceavo guardián terminó su relato, Milo no respondió de inmediato, pero era obvio que estaba feliz al saber esos pequeños detalles de sus compañeros. Quizá del rubio más que de cualquiera.

Ya estaban saliendo del templo de Capricornio en el momento en que el griego volvió a hablar.

—Quiero preguntarte algo.

—Te escucho.

Milo generalmente no vacilaría; no obstante, se tomó un momento mientras decidía, finalmente, pasar su brazo tras el cuello del aguador.

—Vaya, esto se está poniendo serio—. Se burló Camus—. Si usas la artillería pesada, voy a comenzar a preocuparme.

El espartano sonrió de lado, y aunque quería responder con una provocación, la verdad es que sí era un tema difícil que tocar con el aguador. Suspiró y desvió la mirada hacia el templo de Acuario, por si acaso.

—¿Qué sentiste al hablar con Saga?— Preguntó con suavidad.

El francés detuvo sus pasos durante un momento, sopesando la curiosidad espartana.

La verdad es que no quería hablar de él; pero después de todos los malentendidos y las cosas que finalmente pudieron aclarar, no quería añadir un nuevo tema tabú innecesario a su relación.

Tomó un poco de aire para llenar sus pulmones, lo soltó, y continuó subiendo con el escorpión.

Milo se preguntó si el galo esquivaría el tema como siempre. De cualquier forma no lo iba a juzgar por hacerlo, ya que las cosas entre Saga y Camus eran espinosas y complicadas, pues habían tenido más momentos de sombra que destellos de luz.

—Dolor…— Respondió el francés para sorpresa del octavo guardián, quien volvió sus ojos de azul celeste hacía él.

El caballero de Acuario no tenía expresión alguna en su rostro, pero la forma en que miró al escorpión expuso la claridad en su respuesta.

El espartano asintió.

—Entiendo… Él y tú…

—No es por algo romántico, ma pomme—. Explicó el acuariano, antes de que se desatara un malentendido entre ambos—. He tenido tiempo de sombra para considerar mis sentimientos mientras te esperaba en el templo de Escorpio aquel día, y sé que no es eso lo que duele.

—¿Entonces?

—No estoy seguro de poder perdonarlo—. La concisa y fría respuesta del aguador provocó un pequeño choque de emociones en el escorpión porque sabía lo importante que ese hombre fue en el pasado para Camus. Entendía que su relación con él había sido complicada y difícil, incluso desoladora, pero también le causaba un ligero sufrimiento pensar en Saga después de su última conversación.

"Cuida a Camus".

"¿Qué crees que he estado haciendo todo este tiempo, eh?".

"Es cierto".

"Además, no eres la persona correcta para decirme eso ".

"Lo lamento, Milo".

Escuchar esas palabras había resultado difícil, pero no tanto cómo saber que él se iría a Cabo Sunion por voluntad propia.

El espartano se sintió inquieto al pensar en ello. Se preguntó si el aguador lo sabía, y qué opinaría de ello.

—Camie…

—Pero supongo que "estaremos bien" mientras él comprenda que quiero estar contigo—. Finalizó el galo su respuesta, llegando a la onceava casa del Santuario.

El escorpiano sonrió.

Una parte de él creyó que debería decirle sobre el gemelo mayor. No obstante, el aguador parecía demasiado ofuscado para querer continuar el tema sobre Saga; y la verdad es que el espartano quería ser un poco egoísta y aprovechar su tiempo juntos para algo que lo pusiera de mejor humor.

El caballero de Acuario bajó con cuidado a Milo para que pudiera estirar las piernas y cuando estaba por preguntarle si quería cenar, el griego habló primero.

—¿Y realmente eso quieres? ¿Estar conmigo?

—¿No te ha quedado claro?— Inquirió el aguador, sorprendido.

—No, parece que no—. El espartano sonrió de lado y eso hizo notar a Camus que estaba planeando algo.

—¿Cómo podría demostrártelo?

—Justo ahora tengo un par de ideas…— el galo sintió que la ansiedad que él siempre le provocaba se convertía en un cosquilleo que recorría su estómago, haciéndolo temblar.

—Me gustaría escucharlas.

El acuariano quería preguntarle si realmente iba a jugar con fuego poniéndole una tentación así estando tan lastimado; pero el escorpión había demostrado ser un buen maestro en cada cosa que le mostraba y ser perfectamente capaz de lograr lo imposible.

—¿Podemos hablar en un lugar más privado?— La inesperada propuesta del octavo guardián sorprendió a Camus y le hizo recordar un momento similar al inicio de todo.

—Sí, supongo que sí…— contestó suavemente y asió con cuidado sus dedos para tomarle la mano. Milo la apretó con firmeza mientras ambos se dirigían a paso lento hacia otra parte del templo. Sin embargo, el escorpión optó por la cocina para detener su marcha.

El galo se extrañó, pero no dijo nada. Cuando llegaron, el griego apoyó las nalgas sobre la mesa, entre los restos del desayuno que no habían terminado, y sostuvo al otro de ambas manos mientras sonreía.

—Quiero pedirte que seamos pareja…— propuso el espartano con esos ojos vívidos y enamorados. El aguador volvió a recordar aquella conversación ahí en su templo, en medio de un vaso de té helado y una cerveza.

Sonrió también y fingió un gesto desconfiado.

—¿Vas a decirme que estás enamorado de otra persona?— preguntó alzando una ceja, repitiendo una línea similar a la del comienzo del juego. Milo sonrió con complicidad.

En aquel momento pasado, mientras ideaba cómo proponerle comenzar todo el plan para celar a Saga y Kanon, había imaginado exponerle a Camus que no poseía cualidades o atributos que le gustaran y que definitivamente no podría enamorarse nunca de alguien como él. No obstante, el destino y el amor se rieron de Milo cuando cambiaron los deseos de su corazón y terminó por sentir aquel fuego en su interior.

—Solo te amo a ti, Camie…— Confesó sinceramente. El nombrado, aunque había odiado con toda su alma ese apelativo la primera vez que lo oyó allá en la casa de Leo, no podía dejar de apreciar tener un mote singular y cariñoso que lo hiciera desear escucharlo a cada instante. Exhaló suavemente y acercó su rostro al del otro para frotar con cuidado su nariz.

—Me alegra porque entonces sí hubiera sentido que perdí mi oportunidad…— susurró sobre sus labios con felicidad; contrario a cuando en el pasado fue socarrón y estaba fastidiado y ansioso porque él se fuera de inmediato. Milo cerró los ojos y le dio un beso suave antes de volver a hablar.

—Es porque me necesitas, solo que no lo sabes.

—Ahora lo sé…— Respondió el otro, fundiendo sus labios en una promesa de amor recíproca.

Después de esa apasionada afirmación, les quedaba continuar explorando lo que era tener una relación, y superar juntos las cosas que los habían unido desde el principio, y que irían sanando lentamente con el paso del tiempo…

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—Espera…— Ya en la habitación, el espartano pausó los movimientos del francés tomándole las manos y se acercó al escritorio con el aguador siguiéndole el paso.

—¿Qué haces ahora?— preguntó el francés, curioso.

—Creo que se nos olvidó un pequeño detalle muy importante.

—¿Un detalle?

Milo sonrió. Sacó un pedazo de papel en blanco, tomó un bolígrafo, y ante los ojos de Camus escribió:

"Querido Hyoga:

¡DIJO QUE !"

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...Fin

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(1) La guerra del Peloponeso se libró entre el 431 y el 404 a.C. y tuvo como resultado la caída del poderío ateniense. Fue un conflicto militar que enfrentó a las dos principales potencias de la Antigua Grecia: Atenas y Esparta, teniendo como característica principal su duración, la cantidad de polis que participaron y la variedad de lugares donde se libraron combates.

(2) Klímax: Si al atardecer no había terminado el combate, los adversarios se daban un puñetazo alternando entre uno y otro hasta que uno caía.

Notas de autor:

La parte de la pelea de Milo y Saga fue un trabajo en conjunto con Andromeda No Kari con un pequeño roleo entre ambas para los diálogos y pensamientos tanto de Saga como de Milo.

Y el combate cuerpo a cuerpo es descripción y escritura completamente suya.

La idea de la pelea fue gracias a ShebeJJ

Notas finales:

Hola!! Cómo están?

Quiero agradecer a todas las personas que leyeron esta historia, incluso a aquellas que lo hicieron desde las sombras, pero sobre todo gracias a quienes me escribieron con su apoyo, y por ser parte de esta historia con sus sugerencias y comentarios. La verdad es que sus palabras mejoraron todo lo que yo había pensado y por supuesto enriquecieron a los personajes.

Gracias a mi beta Andrómeda no Kari por su orientación y sus bonitas ideas. Gracias por cuidar a los personajes y por estar ahí cuando ya no podía más. Gracias a ti esta historia encontró un final adecuado.

Gracias a todos por leer! Espero agradecerles personalmente más pronto de lo que esperan.

Oigan! Por cierto… que creen que pase con Saga en Cabo Sunion?

Milo algún día aprenderá francés?

Aioros hará las pases con su pasado?

Kanon dejará de huir de Mu?

Shaka se irá de vacaciones con Ikki?

Que opinaría Hyoga de la carta de Milo? Se imaginará lo que hacía Milo antes o después de escribirla?

Acaso Death Mask y Afrodita se volvieron novios exclusivos?

Sabremos algún día para que quería Shura tantas aceitunas? Aioria tendrá un anillo también?

Todas estas respuestas y más próximamente!!

Gracias nuevamente por llegar hasta aquí espero que el final fuera de su agrado.

Abrazos a la distancia y una vez más mil gracias