Sinopsis:
El capítulo más largo hasta la fecha gracias a mucho Quidditch, y aún más negación de sentimientos.
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"El progreso no es una ilusión; ocurre, pero es lento e invariablemente decepcionante".
-George Orwell
—Debe de haber costado una puta fortuna, —se maravilló Adrian Pucey, pasando las manos por el lustroso mango negro de una flamante Nimbus 2001. Su fino grabado dorado brillaba bajo las claraboyas del vestuario, donde estaban reunidos los siete miembros del equipo de Slytherin. Los demás estaban igualmente hechizados por sus escobas, una por jugador de Quidditch, tal y como había dispuesto su padre.
—¿Qué posición le vamos a dar al enano? Ya asignamos la alineación al final del año pasado, y no necesitamos otro calienta banquillos, —dijo un Golpeador cuyo nombre Draco había olvidado.
Sin embargo, el Golpeador se dirigía al capitán Marcus Flint, no a él. De hecho, prácticamente nadie había mirado dos veces a Draco desde que habían empuñado sus escobas.
Flint ignoró al otro chico, diciendo:
—Obviamente con su tamaño, Malfoy reemplazará a Higgs como Buscador. Si Higgs quiere recuperar su puesto, entonces es bienvenido a donar un juego de Cometas 290 mañana y pueden enfrentarse.
Draco estalló en carcajadas, llamando ahora la atención de sus nuevos compañeros, que miraron con desprecio al fanfarrón de segundo año. Ninguno parecía impresionado por su arrebato.
Sin embargo, Draco se limitó a decir con sorna:
—Las Cometas solo pueden alcanzar los sesenta kilómetros por hora en el mejor de los casos. Todo el mundo sabe que no pueden aguantar ni un empujón a las clase Nimbus, por no hablar de lo chapuceros que son sus estribos cuando hace mal tiempo. Esa es la razón por la que el Pride of Portree cambió las Cometas de todo el equipo por las Estrella Fugaz hace tres temporadas. La noticia salió en todas las revistas de Quidditch. No sé cómo os lo perdisteis.
De repente, el aire en el vestuario de Slytherin cambió cuando el equipo envió a Draco ceños desaprobadores que él ignoró cortésmente. Todos estaban siendo unos desagradecidos. Especialmente el chico Cazador que estaba enfrente de Draco, al que se le veían los dientes; fuera lo que fuese lo que el Cazador había estado montando hasta hacía veinte minutos, se parecía más a una fregona que a una escoba. De todo el equipo, era el que menos motivos tenía para quejarse de aquel inmerecido regalo.
—Bien. Ya hemos perdido bastante tiempo. Vamos a probar nuestro nuevo equipo, —ordenó Flint, cogiendo su Nimbus y saliendo de los vestuarios.
El equipo, obstinado y refunfuñando, le siguió.
Llevaban tanto tiempo en los vestuarios que el sol había salido por completo, aunque restos de niebla se cernían inquietantes sobre el césped del estadio. Cuando Draco entró en el campo, vio a Weasley y Granger acurrucados en un banco, con los cuellos alzados mientras observaban al equipo de la casa Gryffindor practicando, en lo alto de las gradas de Quidditch.
Draco alzó el cuello hacia atrás para ver a Potter volar directamente por encima, antes de lanzarse en picado para atrapar la Snitch Dorada. El espectáculo hizo que Draco apretara tanto el agarre que la madera del mango de su escoba crujió.
—¿Qué demonios es ese chasquido tan raro? —preguntó Pucey, y todos se giraron para ver a un chico con túnica carmesí de Gryffindor sentado en uno de los asientos más altos, con su cámara muggle en alto, haciendo foto tras foto, el sonido extrañamente magnificado en el estadio desierto. Creevey, o algo así, decidió Draco.
Volvió a centrarse en los jugadores de Gryffindor, que se habían percatado de su presencia y descendían hacia el suelo. Todos y cada uno de sus mojigatos rasgos estaban enrojecidos por la altura, la rabia y la confusión. Sobre todo la de Potter, lo que hizo sonreír a Draco.
Un chico alto y corpulento de quinto año, que debía de ser el capitán de Gryffindor, se detuvo en la hierba dejando un rastro de tierra a su paso. Se tambaleó ligeramente al desmontar. Potter y los gemelos Weasley aterrizaron poco después, y los tres cruzaron el campo para enfrentarse al equipo recién llegado.
El capitán de Gryffindor se acercó a Flint, gruñendo:
—Esta es nuestra zona de entrenamiento. Nos levantamos especialmente para tener el campo. Así que podéis iros.
Flint, que era más alto que el Gryffindor, pero de aspecto mucho más troll, respondió:
—Hay sitio de sobra para las dos casas, Wood.
También se había acercado un grupo de Cazadoras de Gryffindor, todas chicas, a diferencia de su equipo, en el que no había ninguna. Estaban hombro con hombro, frente a los Slytherin.
—¡Pero yo reservé el campo! —gritó Wood, escupiendo de rabia—. Lo reservé el primer día de curso.
—Ah, —resopló Flint—. Pero tengo aquí un permiso especialmente firmado por el profesor Snape. Yo, profesor Severus Snape, autorizo al equipo Slytherin a entrenar hoy debido a la necesidad de preparación del nuevo Buscador.
—¿Tenéis nuevo Buscador? —dijo Wood, distraído. Examinó el campo—. ¿Quién?
Al oír la pregunta, Draco se sintió empujado hacia delante por unas manos enguantadas. Salió de entre un muro de túnicas verdes y sonrió a Wood.
—¿No eres tú el hijo de Lucius Malfoy? —dijo uno de los gemelos Weasley, mirando a Draco con desagrado. Draco devolvió la mirada al pelirrojo.
—Es curioso que menciones al padre de Malfoy, —dijo Flint mientras todo el equipo de Slytherin hacía una mueca aún más amenazadora—. Dejadme enseñaros el generoso regalo que ha hecho para nuestra temporada.
Los siete alzaron sus escobas en señal de demostración, las letras doradas que rezaban Nimbus 2001 brillaban bajo las narices de los Gryffindors al sol de la mañana.
—El último modelo. Salió a la venta el mes pasado, —bostezó Flint, sacudiéndose sin cuidado una mota de polvo de la punta de la suya—. Creo que supera con creces a la serie 2000. En cuanto a las viejas Barredoras, —sonrió maliciosamente a los gemelos, que empuñaban unas desaliñadas Barredoras Cinco—, arrasan con ellas.
A ninguno de los Gryffindors se le ocurrió nada que decir durante un latido. Draco, mientras tanto, sonreía tan ampliamente que sus ojos grises se redujeron a rendijas.
—Oh, mira, —rio Flint—. Una invasión de campo.
Weasley y Granger estaban pisando fuerte sobre la hierba, parecían tan lívidos que Draco casi podía imaginarse que les salía vapor por las orejas enrojecidas.
—¿Qué está pasando? —preguntó Weasley a Potter—. ¿Por qué no estáis jugando? ¿Y qué hace Malfoy aquí?
Miraba a Draco, fijándose en la túnica de Quidditch de Slytherin.
—Soy el nuevo Buscador. Todos han estado admirando las escobas que mi padre ha comprado para el equipo, —respondió Draco con suficiencia.
Weasley se quedó boquiabierto ante las siete escobas que tenía delante.
—Buenas, ¿verdad? —dijo Draco—. Pero tal vez el equipo de Gryffindor pueda recaudar algunos galeones y conseguir escobas nuevas también. Podríais rifar esas Barredoras Cinco. Supongo que algún museo estaría interesado.
El equipo de Slytherin reunido a su alrededor lanzó una carcajada.
Por supuesto, ninguno de los Gryffindors se reía, y mucho menos Granger, que tenía la cara sonrosada y una expresión cada vez más enloquecida mientras observaba a los Slytherins. Finalmente, sus ojos oscuros se posaron en Draco y se encendieron.
—Al menos en Gryffindor nadie ha pagado su ingreso, —siseó con rencor—. Han entrado por su talento.
La mirada de suficiencia de Draco parpadeó y luego se apagó por completo. Se apagó como una vela ahogada. Y, de repente, lo único que deseaba era hacer sufrir a Hermione Granger. Hacerla sentir tan inútil como él en ese momento.
Entonces Draco se adelantó, pronunciando las primeras palabras viles que se le pasaron por la cabeza.
—Nadie ha pedido tu opinión, asquerosa Sangre sucia.
Un silencio colectivo se apoderó del campo de Quidditch.
Entonces, al instante siguiente, se produjo un alboroto: Draco fue empujado hacia atrás mientras Flint se lanzaba delante de él para bloquear a los gemelos, que habían entrado en acción a toda velocidad.
—¡CÓMO TE ATREVES! —chillaba una de las Cazadoras.
Mientras Weasley se metía una mano en un bolsillo, sacaba una varita, gritaba:
—¡VAS A PAGAR POR ESO, MALFOY! —y le apuntaba furiosamente a la cara.
Sin embargo, Draco apenas vio la varita. Apenas vio nada más allá de su estrecho campo de visión. Porque todo el tiempo su mirada permaneció fija en Granger para leer su reacción. Ella también lo miraba con la misma intensidad. Pero el fuego había desaparecido de sus ojos, y ahora la sonrisa más triste rondaba sus labios.
Apestaba a decepción.
—
Granger estuvo en la enfermería durante tres tediosos días.
Aunque se había despertado la primera mañana, el sanador Carmelson insistió en mantenerla allí en observación debido a la prolongada exposición a los elementos y a la congelación. Si nadie la hubiera encontrado en aquel balcón, habría muerto.
Por supuesto, Draco solo había oído esta información de segunda mano, ya que nunca había visitado a Granger en el ala del hospital. Para él, los únicos indicios de que el incidente había ocurrido eran las manchas de sangre que no podía quitar de las fibras de lana de su uniforme. Ahora colgaba en el último rincón de su armario, junto con los trozos rotos de la varita de madera de vid de Granger, todo oculto tras una hilera de pesadas capas de invierno y fuera de la vista. Escondido.
Se había limpiado la sangre de las manos a su regreso al dormitorio; acompañado por la profesora Ivanov que, magnánima, desbloqueó la puerta de la sala común y se abstuvo de expedir un décimo demérito. Sin embargo, tampoco mostró un ápice de gratitud por haber recuperado a su alumna desaparecida. Parecía entender que Draco no quería discutir la razón por la que había violado el toque de queda.
Los días siguientes transcurrieron con una lentitud increíble. Las clases transcurrieron sin incidentes y sin un blanco común para los abusos, pero nadie sintió su ausencia más que Draco. Daba cabezadas tan a menudo como prestaba atención, apoyando la mejilla en la veta de la madera de un horario rotativo de pupitres, dejando que sus ojos vagaran y su mente divagara. Tal vez esto era lo que Durmstrang podría haber sido si Granger se hubiera quedado donde debía estar.
En especial, Pociones nunca había sido tan aburrido. Aunque tanto él como el profesor Ellingsbow seguían aprovechando cada hora doble de clase para recuperar horas de sueño, las chicas de Ucilena hacían todo lo contrario. Prácticamente se divertían como locas: pasaban horas de clase examinando los detalles más pequeños y horripilantes de las heridas de Granger, que habían sido filtrados por otros alumnos. Sobre todo, se deleitaban con el hecho de que su varita de madera de vid estuviera rota sin remedio. Que Kuytek arrojara su varita al bosque no podía compararse con destruirla por completo. En su mundo, no había mayor falta de respeto que robar la magia de una persona.
Y Draco se preguntó si habrían sido esas mismas chicas las que habían atraído a Granger hasta aquel balcón. No habría sido la primera vez que utilizaban la violencia contra alguien a quien claramente despreciaban.
A lo mejor, si hubiera sido en Hogwarts y no en Durmstrang, habría habido una revisión tras la recuperación de Granger. Quizá los profesores habrían hecho preguntas de verdad sobre una alumna que casi muere bajo su supervisión.
Pero esto no era Hogwarts, y nadie se molestaba.
Incluso la directora Dornberger no hizo nada. Al menos no que él pudiera decir. Para ser una mujer tan cautivada por adivinar el futuro, debería haberlo visto venir. Debería haber evitado que Granger pisara ese maldito balcón. Todo aquello hizo que Draco sospechara sobre todo de la directora... hasta que se enteró de que se había marchado de Durmstrang la noche anterior al ataque y seguía fuera. Convocada para reunirse con la Junta de Gobernadores mientras echaba a su Sangre sucia a los lobos.
—
—Un mes más.
Draco estaba ensimismado cuando una voz le hizo volver a concentrarse. Blaise chasqueaba los dedos para llamar su atención. Estaban sentados juntos en el Gran Salón durante la hora del almuerzo, antes de su clase vespertina de Magia de Sangre.
—¿Un mes más hasta qué exactamente? —Draco frunció el ceño, partiendo una galleta salada por la mitad, pero sin comérsela. Lo cogió simplemente para ver cómo la cesta de pan se reponía mágicamente ante sus ojos. Ahora cogió un panecillo.
Pansy y Goyle levantaron la vista de sus deberes para escuchar, y Daphne dejó el ejemplar de Corazón de Bruja que había estado compartiendo con su hermana pequeña.
Blaise volvió a hablar.
—Ese es el tiempo que tenemos hasta que el Departamento de Seguridad Mágica nos haga una visita a los mortífagos adolescentes, cosa que te he recordado todos los días desde que desembarcamos en ese muelle. Sigue con esta mierda, y en cuanto abras la boca en esa entrevista, te enviarán de vuelta a San Mungo para una reevaluación.
—No veo por qué estás tan presionado, —suspiró Draco—. ¿Qué se supone que debo hacer con esa información ahora mismo? ¿Empezar a huir de los Aurores?
—Nadar. Estamos en una isla, —gruñó Goyle sin ayuda.
Draco frunció el ceño, repitiendo lo que cierta sabelotodo le había dicho en la sala común.
—Svalbard no es una isla, es un archipiélago.
—Como si hubiera alguna puta diferencia, —resopló Blaise.
Seguían discutiendo, y Draco estaba destrozando su quinto panecillo sin comer, creando un amasijo de sal y migas, cuando una pequeña mano le pinchó la caja torácica. Una que estaba unida a Astoria.
—¿Has oído lo que acabo de decir?
Miró a Astoria y vio que la tensión nublaba sus ojos azules.
—Anda, dilo otra vez, —contestó Draco.
Se inclinó cerca para susurrar:
—Hermione Granger vino a hablar contigo. —Una inclinación de cabeza por encima de sus hombros—. O al menos asumo que es por eso que Granger está mirando.
Draco se giró.
Granger estaba sentada en un banco cercano, con Theo a su izquierda. Mientras este miraba hacia otro lado, Granger observaba atentamente a Draco. Ahora ella se levantó y se dirigió a su sección de la larga mesa.
Nunca la había visto en el comedor hasta hoy, y le llamó la atención tanto su presencia como el hecho de que su piel, normalmente cálida, pareciera desprovista de todo color. Por reflejo, sus ojos se posaron en las pantorrillas, ambas envueltas en vendas blancas estériles bajo las medias hasta la rodilla. Quienquiera que hubiera atacado a Granger debía de haber utilizado magia negra para hacerlo, porque todos los hechizos curativos de aficionado que había probado en el balcón solo habían ralentizado la hemorragia.
Draco seguía estudiando las vendas cuando Granger dio un paso al frente y se colocó justo delante de él. Hablaba en un tono tan sincero que su mandíbula se tensó.
—Gracias, Malfoy. No recuerdo mucho antes de despertarme en una camilla, pero los sanadores dijeron que fuiste tú quien me encontró aquella noche. Me contaron cómo me ayudaste...
Draco se había reído tan bruscamente que las palabras murieron en la garganta de Granger. Su sonrisa de agradecimiento vaciló cuando sus ojos se cruzaron.
—Te equivocas. No fui yo, —afirmó, con una voz aún más fría que su expresión.
Granger pareció sorprendida por la rotunda negativa, algo que no esperaba y que la dejó muda. Luego sus ojos se desviaron hacia el público que los rodeaba en la mesa serpenteante y bajó el tono.
—¿Prefieres hablar en privado?
Hubo un coro de risitas sarcásticas que hizo girar las cabezas.
—Lo que quieras decirle, díselo delante de nosotros, —dijo Pansy, con los labios curvados en una mirada amenazadora.
Sin inmutarse, Granger cuadró sus estrechos hombros, sin moverse ni un milímetro mientras seguía colgada por encima de Draco, esperando su respuesta. Ahora todos los estudiantes cercanos estaban absortos en su enfrentamiento, murmurando en voz baja. Algunos incluso señalaban.
Draco cogió otro trozo de pan y lo desmenuzó, mientras sentía cómo aquellos ojos marrones le quemaban la piel del cuello. Sintiendo todos los ojos clavados en él mientras lo miraban fijamente.
No quería que oyeran; no quería que escucharan. Y era por la puta culpa de Granger que lo hacían.
Sin volverse, Draco se quitó perezosamente una miga de pan del dedo.
—Ni siquiera estás segura de quién te atacó, así que ¿cómo sabes que no fui yo? No te hice ningún favor.
Granger se tensó.
—Sé lo suficiente.
—Obviamente no, —dijo, leyendo los dibujos de la mesa de roble en lugar de las caras de asombro de sus amigos—. Porque si lo supierais, sabríais que no me rebajo con muggles, ni nada que se le parezca. Que nunca me rebajaría a tocar a una asquerosa Sangre sucia.
Pansy se echó a reír, dando tal manotazo en la mesa que derribó una jarra de cristal. Comenzó a derramarse por el borde, goteando agua sobre sus zapatos Oxford.
—Deberías irte, —le dijo Astoria a Granger con voz tensa—. Nadie te quiere aquí, y nuestra mesa está completamente llena.
Daphne asintió junto a su hermana.
En algún momento las risas se apagaron, Granger se marchó y la sala dejó de girar.
—
Las horas siguientes fueron como si le clavaran un clavo en el tronco encefálico, centímetro a centímetro. Draco era incapaz de concentrarse en la profesora Ivanov, en su lección de Magia de Sangre o en cualquier otra cosa que no fuera su propio dolor de cabeza... y Hermione Granger.
El fin de semana no podía llegar lo bastante pronto si eso significaba recuperar algo de distancia con ella: la chica que era una distracción. La chica a la que odiaba desde aquel primer viaje en tren a Hogwarts, a la que seguía odiando, pero a la que se había llevado desde aquel balcón solitario como si le importara.
Y ahora detestaba lo repentina, frustrante e inexplicablemente consciente que era de sus acciones más triviales; cómo observaba la forma en que estaba sentada: la pierna derecha vendada rebotando sobre la izquierda, la falda recogida en el centro de modo que quedaba demasiado corta. Lo cerca que estaba de Theo en ese momento mientras leían el mismo libro de texto. La forma en que sus malditas capas de piel se rozaron cuando Granger se cortó la palma de la mano, añadiendo sangre a su cuenco de piedra de Adivinación, que también estaban compartiendo. La falta de repulsión de Theo cuando una mota de su sangre salpicó la manga de su uniforme.
Los demás alumnos también se fijaron en Granger, pero ninguno parecía tan fascinado. Aunque ella había sido una espina clavada en su costado durante años, entonces al menos conseguía apartar la mirada la mayor parte del tiempo.
Más que esto.
Tener todas las malditas clases juntos era peor que clavarse ese clavo más profundamente en la cabeza. Tanto que no podía dejar de pensar en Granger mucho después de que acabara la clase y se escapara a pasear por los terrenos de la fortaleza.
Llevaba horas paseándose cuando alguien gritó para llamar su atención.
—¡Oye! Tú.
Draco, que había estado haciendo surcos en la nieve alrededor de un árbol, levantó la vista hacia la voz masculina.
Se acercaba un hombre casi de la edad de Draco. Era fornido y llevaba un grueso jersey de punto trenzado que le cubría el cuello, metido bajo un chaleco gris de Quidditch sin mangas, el estilo que llevaban los Golpeadores. Llevaba rodilleras y antebrazos cubiertos de cuero. Y por un breve instante, la mente de Draco recordó el sueño que había tenido varias noches antes sobre su introducción en el equipo de Slytherin. Aunque esta bestia no podía parecerse menos a Marcus Flint.
—¿Qué quieres? —escupió Draco.
El hombre se colgó un bate del hombro y señaló hacia algo que había en la base del nudoso tronco que Draco había estado rodeando.
—Pásame la Bludger. Uno de mis compañeros novatos fue y la lanzó al otro lado del campo. Me sorprende que no vieras que casi te golpea en la cabeza.
Draco frunció el ceño ante la grosería del hombre.
—No soy un maldito elfo doméstico, —dijo, y volvió a pasearse alrededor del árbol.
Un gruñido cuando el Golpeador se acercó para recuperar la pelota extraviada. Draco lo ignoró, una vez más perdido en mil desdichadas ensoñaciones. Sin embargo, incluso después de que el Golpeador se agachara para recoger la Bludger, se quedó.
—¿Cuánto mides?
Draco suspiró y optó por responder a la pregunta, esperando que eso hiciera que el otro hombre se marchara.
—Uno noventa y cuatro.
El Golpeador sonrió ampliamente, deslizando una mano por el aire entre sus cabezas para comparar alturas.
—Esto es brillante. Maravilloso. Mucho mejor que las gambas de esta nueva hornada de primer año. Creo que te he visto por nuestra sala común. Soscrofa, quiero decir, pero no hasta este curso. Debes haberte transferido, ¿no? ¿Jugabas a Quidditch?, —comentó el Golpeador al terminar su evaluación.
—Jugaba en Hogwarts, —admitió Draco.
Ahora el hombre estaba de pie frente a él y le presentaba una mano enguantada en cuero.
—Me llamo Jakub Bayless, capitán del equipo de la casa Soscrofa. Nos falta un jugador hoy y nos vendría bien otro cuerpo para nuestro ejercicio.
Draco tomó la mano de Bayless y se presentó con cautela. Que lo metieran en un partido de Quidditch era la última forma en que pensaba estropear su tarde.
Por desgracia, antes de que Draco pudiera objetar o coger sus libros de texto, Jakub estaba enlazando sus brazos y marchando en dirección al campo, que era casi indistinguible del resto del terreno cargado de nieve, salvo los seis aros de portería de cada extremo, que se extendían tan alto que se desvanecían en la bruma que colgaba sobre el cielo rosa y dorado.
—Solo practicamos al aire libre en otoño, cuando el tiempo es más suave. En invierno, nos trasladamos al interior. Deben haber usado ese otro estadio durante el Ritual de Selección, para que te suene.
Al oírlo, Draco recordó la enorme arena excavada en las profundidades de la escuela. Las filas de asientos negros y escalonados hechos enteramente de roca volcánica. En aquel momento, no había comprendido el propósito de la arena, e incluso había supuesto que podría tratarse de un ring de lucha bárbara. Sin embargo, tenía sentido que la Larga Noche interrumpiera los partidos al aire libre, por lo que necesitaban una alternativa. También sabía por su reputación lo en serio que Durmstrang se tomaba el Quidditch. Krum no era el único graduado que jugaba profesionalmente.
Draco consiguió por fin soltarse el brazo, pero siguió caminando junto a Jakub, interesado. Jugar un partido aislado sonaba como la forma más rápida de enfriar su cerebro.
Llegaron a la mitad del campo, donde se habían reunido otros cinco Soscrofas. Todos estaban ocupados enderezando las ramas de sus escobas, frotándose las articulaciones y ajustándose sus uniformes de vuelo.
Jakub se aclaró la garganta.
—Buenas noticias. Encontré a un tipo para sustituir a ese vago de tercer año, y sabe jugar. De hecho, solía ser... —El capitán vaciló y miró fijamente a Draco, que tenía los brazos cruzados—. Olvidé preguntarte, ¿qué puesto tenías en tu antiguo colegio?
Draco miró el cofre abierto de pelotas de distintos tamaños y señaló la más pequeña.
—Solía ser Buscador, pero hace años que no juego.
—Oh, —dijo Jakub, tirando de su cuello alto—. Bueno, ya tenemos uno de esos. ¿Qué te parece si juegas de Cazador para variar? Con tu complexión, encaja mejor. Jugarías con los gemelos Ringvold.
Draco miró a los dos jugadores que tenía a su izquierda, a los que había conocido en Psicometría Mental y visto unas cuantas veces en la sala común. Los gemelos eran de contextura delgada, parecían muy fuera de lugar con sus uniformes de Quidditch y casi irreconocibles excepto por sus llamativos ojos negros y su piel aceitunada.
Los tres intercambiaron corteses asentimientos, pero nada más. Draco no les había dirigido la palabra a ninguno de los dos durante semanas. Ni siquiera estaba seguro de que el gemelo supiera hablar.
Un fuerte estornudo hizo que Draco mirara hacia su otro lado. La chica que estaba allí se frotaba la nariz mojada y jugueteaba con unas gafas de Quidditch. Era la más desaliñada del equipo y debía de ser la actual Buscadora.
—Como quieras, —decidió Draco—. Solo por este partido, jugaré a lo que tú quieras. Así que dame una escoba, dime dónde ir y empecemos.
Un hombre grueso que debía de ser el otro Golpeador frunció el ceño y comentó con un fuerte acento rumano:
—No es normal que cambie de puesto a su edad. No deberíamos usarlo, Bayless.
A pesar de eso, Draco sintió que le empujaban el mango de una escoba en la mano. Era una lamentable excusa para una Barredora que debía de haber volado a través de una ventisca, y le hizo desear haber traído su Nimbus 2001.
Jakub le pasó a Draco la elegante placa de cuero para el pecho que llevan los cazadores y tranquilizó al equipo:
—No convirtamos esto en algo más grande de lo que es. Malfoy solo está sustituyendo a nuestro titular mientras se le cura la pierna.
Más allá de algunos murmullos reticentes, no hubo más protestas por parte del equipo.
Y pronto estaban montados en sus escobas, pateando con fuerza contra el suelo. Lanzándose al aire en una ráfaga de hielo cristalizado y nieve en polvo.
A Draco le latía la sangre en los oídos por el cambio de presión. Su pelo rubio azotado por el viento se agitaba violentamente con la corriente y sus ojos claros le escocían por el resplandor que se reflejaba en las montañas nevadas.
Sin embargo, cuanto más alto se elevaba, más fácil le resultaba tomar una bocanada completa de aire. El subidón de adrenalina que le producía volar era mejor que cualquier Oclusión. Surcar el cielo era dejar atrás toda pesadez, olvidarse de sentir el peso aplastante de sus pensamientos.
El equipo contrario, Ucilena, se encontraba al otro lado del campo, preparado para su partido de entrenamiento. La niebla se había vuelto tan espesa que era casi imposible ver sus uniformes de Quidditch negro puro con la escasa visibilidad, como si las nubes se hubieran hundido hasta su nivel.
Alguien muy, muy por debajo hizo sonar un silbato, seguido rápidamente por un borrón de movimiento cuando las pelotas se soltaron de sus cadenas y salieron disparadas hacia el cielo, separándose en cuatro direcciones distintas.
Impulsivamente, Draco buscó en el campo la estela dorada de la Snitch, antes de recordar su nuevo papel. Buscó con la mirada a sus compañeros de equipo, ganando altura para tener una visión más clara del campo subyacente.
La chica Cazadora, Sylvie Ringvold, ya había conseguido agarrar la Quaffle, que estaba firmemente sujeta bajo su brazo. Su hermano la seguía de cerca, a la defensiva, mientras escudriñaba la niebla en busca de Ucilenas.
Los gemelos volaron a una velocidad increíble y casi al unísono. Mientras Draco los observaba, se inclinaron bruscamente hacia el oeste en el mismo momento exacto y sin ninguna señal, al menos ninguna que él pudiera ver desde esa distancia. Casi como si se comunicaran de forma no verbal.
Entonces, una esfera marrón oscura se precipitó entre los gemelos y hacia Draco, girando peligrosamente. Draco la esquivó y descendió antes de que un Golpeador de Ucilena le propinara otro golpe en la cabeza que no entró en contacto por unos centímetros.
Una vez que Draco se enderezó, se detuvo a observar el cielo, y se dio cuenta de que la acción se había concentrado en el este, donde los Buscadores de ambos equipos se lanzaban hacia las alas de la Snitch Dorada.
Sin embargo, la escurridiza pelota se escabulló antes de que ninguno de los dos pudiera atraparla, y toda la atención volvió al lado de Ucilena en el campo. Una mancha de uniformes de Quidditch negros y grises se dirigía a toda velocidad hacia el poste izquierdo de la portería, con la Quaffle de cuero cambiando de mano cada dos segundos, más rápido que en un partido profesional. El portero de Ucilena se cernía ante el aro con las manos extendidas mientras esperaba el lanzamiento.
Entonces Draco se inclinó hacia delante en medio del viento cortante, corriendo para reunirse con sus compañeros, con la túnica extendida a sus espaldas como las alas de un halcón plateado.
Había anhelado esta sensación.
—
Draco llevaba ya horas en la sala común, reclamando el rincón más apartado donde pudiera permanecer fuera de la vista mientras observaba las idas y venidas de sus compañeros de casa. Granger fue la última en atravesar el arco.
Ella no se dio cuenta de que él la esperaba.
En lugar de eso, se sacudió el hielo del pelaje de su capa y fue a sentarse a la mesa. Dejó caer su mochila tan descuidadamente que la correa se enganchó y un fajo de cartas cayó de su bolsillo al suelo.
Luego se inclinó hacia delante para apoyar la cabeza en la fría superficie de piedra mientras lanzaba un suspiro, parecía demasiado agotada para recuperar las cartas.
Ambos permanecieron así durante cinco minutos enteros. Y aunque Draco no tenía ni idea de lo que pasaba por la mente de Granger, pasó el tiempo intentando decidir qué venía después. Lo que venía después de arriesgar el cuello por una persona, y luego tratarlo como un error. Después de negarlo por completo. Porque en aquel comedor, en aquel momento y con la presión de un centenar de ojos observando, no deseaba otra cosa que hacer que ella se marchara.
Pero entonces ella se había ido, y eso tampoco era lo que él quería.
—Sé que estás ahí, Malfoy. Puedes dejar de acechar y escabullirte de tu rincón.
Draco se sobresaltó. A pesar de haber esperado tanto tiempo, aún no estaba preparado: dudaba entre gritar... o escabullirse aún más en su rincón.
En lugar de eso, fingió un bostezo y dijo:
—La última vez que lo comprobé, la sala común no era tuya, Granger. Además, yo estaba aquí primero.
Un crujido de pergamino se oyó cuando Granger se agachó, desató la cuerda que sujetaba los sobres y los hojeó con más meticulosidad que un duende contando pagarés.
Habló con la fría indiferencia de una extraña.
—Que sepas que acamparé aquí el resto de la noche para ponerme al día con los deberes, por si compartir espacio para respirar con una Sangre sucia te repugna tanto como tocar a una.
—Obviamente no, —entonó Draco, inhalando profundamente.
Aquella no parecía ser la respuesta adecuada, a juzgar por la forma en que Granger negaba con la cabeza. La forma en que rompía un sobre mientras Draco se echaba hacia atrás y observaba.
Lo intentó de nuevo.
—¿Averiguaron quién te maldijo?
—Obviamente no, o los habría destrozado yo misma antes de que los Gobernadores levantaran sus culos planos y movieran un dedo.
Draco se puso tenso. No obstante, comentó:
—Yo apuesto por esas chicas de la clase de Pociones: Oleandre, Morosova y Aaldharg. Es de suponer que querrían terminar el trabajo. Deberías informar de ellas a la directora en cuanto regrese del continente.
De repente, Granger sacó su varita, haciendo que Draco se sentara derecho. Sin embargo, solo estaba invocando un tintero del dormitorio, que salió zumbando a través de la sólida pared de roca hacia donde ella estaba sentada en la sala común. Extrañamente, se detuvo cerca de la mano extendida de Granger y cayó, haciéndose añicos sobre el banco.
Granger se agachó para lanzar un Fregotego al desastre e invocar un segundo bote de tinta.
Al hacerlo, Draco entornó los ojos, sin reconocer la varita poco cooperativa que sostenía.
Granger cogió la tinta de repuesto y dijo con amargura:
—La directora Dornberger ya está muy ocupada. Tampoco recuerdo lo suficiente de aquella mañana como para culpar a nadie más que a mí.
—Puede que si usara Legeremancia para hurgar en tus recuerdos. ¿Has preguntado...?
—Escucha, —interrumpió Granger. Se había girado para mirarlo, con los ojos castaños ardiendo de cólera. Y aunque no se movió del banco, su ira santurrona se disparó por la habitación hacia donde él esperaba sentado—. Has dejado claro que, a pesar de haberme dejado en el ala del hospital, quieres tener menos que ver con mi situación que los Gobernadores. Así que deja de preguntarme qué ha pasado y olvídalo. Esta noche no tengo energía para lidiar con tus gilipolleces.
Draco se rio.
—No hace falta mucha energía para responder a dos putas preguntas, sobre todo después de días holgazaneando en la cama. Tú no eres la que ha desperdiciado toda la tarde en una escoba.
La afirmación llamó la atención de Granger. Ella le lanzó una mirada inquisitiva que él ignoró en favor de pulirse las uñas en la manga.
—¿Una escoba? Eso no tiene sentido. La temporada de Quidditch no empezará hasta dentro de unos meses y nuestra casa no está buscando un nuevo Buscador, —corrigió Granger.
—No jugaba de Buscador, y era un entrenamiento para la pretemporada, —dijo.
Extrañamente, Granger pareció desinflarse con la información. Bajó los hombros y miró hacia delante para sumergir la pluma en el tintero y empezar a escribir.
—Deberías habérmelo dicho. Pensaba ver el partido inaugural.
—¿Por qué iba a hablarte de Quidditch? ¿No odias...? —preguntó Draco, con las cejas levantadas.
Pero Granger estaba hablando, su voz ahogaba la suya.
—He oído todo sobre cómo los europeos del norte juegan al Quidditch de forma completamente diferente a nuestros equipos en Gran Bretaña, así que quería comparar los dos yo misma. Sinceramente, parece que tienen una forma diferente de enseñar todo en Durmstrang.
Draco se descubrió asintiendo.
—Mi teoría es que los cavernícolas que fundaron este colegio querían demostrar que eran superiores a Hogwarts, así que cogieron todas las asignaturas y las hicieron mil veces más viles.
—Exactamente. ¿Te imaginas lo que diría la profesora Trelawney si nos viera usando nuestra propia sangre para adivinar en vez de hojas de té empapadas?
—No sabría decirte. Me mantuve lo más lejos posible de la clase de esa chiflada en Hogwarts, —se jactó Draco.
—Yo también debería haberlo hecho, —asintió Granger.
Podía oír la punta afilada de su pluma rascando el pergamino y prestó mucha atención al ritmo. Intentaba interpretar si estaba escribiendo los deberes o una carta. Impresionantemente, seguía divagando mientras garabateaba.
—Aquí tienen otra forma de pensar, aunque nunca esperé que el contraste fuera tan extremo. Las Artes Oscuras son vistas como magia avanzada que debe ser tratada con respeto en lugar de ser defendida o prohibida. De hecho, ni siquiera se las llama Artes Oscuras, sino Artes Antiguas...
Antes de que se diera cuenta, Draco había ido a sentarse en un banco más cerca de Granger, que se inclinaba hacia delante a medida que su voz se hacía más animada.
—Según Quidditch a través de los tiempos, esta forma de pensar se traslada incluso a los deportes mágicos. Los de primer año aprenden su propio estilo de vuelo antes de recibir instrucciones regladas. Casi como enseñar a volar a un pájaro lanzándolo directamente del nido. Pero Durmstrang debe de tener algo de especial, dada la cantidad de profesionales que han conseguido formar en comparación con otras escuelas. Viktor me explicó lo a menudo que los ojeadores de la liga vienen aquí a reclutar nuevos talentos.
Draco estaba a punto de responder cuando Granger hizo su propia pregunta.
—¿Cuándo es el próximo entrenamiento del equipo?
Hizo una mueca al ver la parte trasera de la cabeza de Granger, que era un amasijo de rizos mullidos que ni siquiera un peine podría desenredar. Por alguna razón, la visión le crispó los dedos.
—No conozco su calendario porque no estoy en el equipo. Solo estaba sustituyendo a un jugador que faltaba.
Granger miró detrás de ella, sorprendida.
—¿No te incorporarás como Buscador?
Volvió a pulirse las uñas.
—No. Después del partido, me ofrecieron un puesto permanente como Cazador. Lo rechacé.
Granger pareció consternada y preguntó rápidamente:
—¿Por qué no aceptaste? Se supone que Soscrofa es uno de los mejores de los cuatro. Al menos según Viktor, que iba siempre contra ellos en Wolverine. Viktor dijo...
—No me interesa oír hablar de tu búlgaro, —espetó Draco, repentinamente irritado—. Y menos aún me interesa jugar al Quidditch. Lo único que quiero es que no me expulsen, graduarme dentro de nueve meses y no volver a pensar en este infierno.
Se levantó y empezó a caminar hacia el vestíbulo, solo para oír lo que podría ser el sonido de Granger levantándose de su banco. Se detuvo ante la puerta, con una mano apartando la gruesa cortina de cuero que cubría el marco. Giró la oreja de lado para escuchar.
—Si soy una asquerosa Sangre sucia, ¿por qué buscarme, Malfoy? ¿Por qué encontrarme en ese balcón y llevarme a los sanadores? ¿Por qué salvar mi vida, pero actuar como si no fuera nada?
Cuando Draco permaneció en silencio, ella empujó con más fuerza, y ahora él podía oír cómo se le quebraba la voz.
—Entonces dime... dime por qué te quedaste aquí después de que todos los demás se fueron a dormir.
Pasó otro minuto en silencio. Y a pesar de no ceder a su tentación de mirar, Draco podía sentir la expectación de una respuesta que nunca llegaba.
En lugar de eso, exhaló lentamente y cruzó la puerta sin decir palabra. Dejó que la cortina se cerrara a sus espaldas y la oscuridad invadió el largo pasillo.
Terminando su conversación.
Y mientras caminaba hacia el dormitorio, Draco decidió que nunca le daría a la Sangre sucia algo tan degradante como aquella respuesta, porque ella no se lo merecía. Se negaba a caer tan bajo como para arrastrarse como ella esperaba, exigía, prácticamente suplicaba con cada pregunta. No era tan jodidamente débil.
Sin embargo, también reconoció que su delgado hilo de autocontrol se había desgastado, partiéndose en dos cuando la encontró en aquel balcón helado, sola y desecha. Y también cuando esperó aquí esta noche. No lo había hecho por preocupación por la Sangre sucia, que era una motivación demasiado directa. No, lo que sentía era mucho más complejo, aunque no podía darle un nombre, como tampoco podía arrancarla de sus pensamientos.
Porque, aunque se arrodillara en aquel frío suelo de piedra ante sus pies, ¿cómo iba a dar una respuesta que no existía? ¿Cómo podría explicarle a ella lo inexplicable? ¿A una persona cuya única razón de ser era volverle loco?
No podía darle una respuesta, al menos de momento.
Pero una pequeña parte oculta de él deseaba desesperadamente poder hacerlo.
